-N/A: ¿Qué puedo decir? Ha pasado más de un año, no tengo perdón. Encima traigo un capítulo más corto de lo habitual, pero cuenta todo lo que necesitamos en este punto de la historia. Vamos a ver un pequeño acercamiento entre nuestros protagonistas, una muerte y también una discusión (porque Ron puede ser imbécil cuando quiere y ni siquiera tiene que esforzarse jajaja).
Resumen del capítulo anterior (porque seamos sinceras, ni yo misma me acordaba): Hermione habla con Pansy Parkinson sobre sus motivos para colaborar con ella y decide rescindir el contrato con su editora y escribir sobre la guerra desde un punto de vista distinto. El acuerdo con Theodore queda anulado pero él le dice que la ayudará de todas formas.
Espero que os guste y si así es, podéis dejarme un comentario sobre qué os ha parecido y qué pensáis que pasará después. N/A-
Mención especial a Fer *corazones*. Te lo dedico.
Memorias de una guerra.
-6-
19 de septiembre de 2002
El elfo de los Nott llega en el peor momento posible.
Hermione nunca ha sido partidaria de las grandes fiestas de cumpleaños y sus amigos lo saben, pero eso no les impide que la sorprendan a las ocho y media de la mañana con un desayuno en su casa.
—Siento mucho la hora, pero mañana por la mañana tenemos el partido contra los Dragones Plateados de Osaka y esta tarde cojo un traslador a Japón —se disculpa Ginny tras darle un fuerte abrazo.
Hermione niega con la cabeza y le sonríe con sinceridad.
—La única manera de que no me enfade es que me prometas que ganaréis.
Ginevra ríe y se engancha un mechón pelirrojo tras la oreja.
—Eres muy fácil de complacer.
A veces a Hermione le gustaría ser tan segura como su amiga, pero supone que cada una tiene sus virtudes. Además, ella no se crio con seis hermanos mayores a los que hacer frente para que no se metieran con ella.
Y hablando de hermanos, Ron es el siguiente en saludarla. Le da un abrazo demasiado corto e incómodo para que sea natural antes de separarse y sonreírle.
—Feliz cumpleaños, Hermione.
Como regalo, a la bruja le gustaría pedirle que se comportara con normalidad a su alrededor, pero lo conoce demasiado bien para eso. Una pequeña parte de Ronald no superó que transicionaran de amigos a novios y luego volvieran atrás, y Hermione ya hace mucho que lo dio por perdido.
—¡Oficialmente ya eres un año más vieja que nosotros! Hemos traído bollos y café para celebrarlo. —Harry le sonríe radiantemente, a lo que Hermione pone los ojos en blanco antes de darle un beso en la mejilla.
Los cuatro van a la cocina y ocupan la pequeña mesa junto a la ventana del patio trasero.
—Tenéis suerte de que me haya levantado temprano u os habría maldecido por despertarme —bromea Hermione mientras saca platos y cubiertos.
La verdad es que apenas ha dormido en toda la noche por culpa del libro que está escribiendo, pero presiente que no es un tema de conversación apropiado para el momento. Sin embargo, por primera vez en su vida, Ron demuestra que tiene algo de intuición.
—¿Demasiadas ideas para tu nuevo libro?
El pelirrojo ha intentado que suene desenfadado, pero todos han podido notar la tirantez en su voz por la forma en que Harry suspira y Ginny lo fulmina con la mirada.
Hermione se sienta y coge uno de los cafés. Le quita la tapa y le pone azúcar mientras decide cuál será el mejor enfoque para no terminar discutiendo en su cumpleaños.
—No exactamente. —Cuanto menos diga mejor.
No obstante, Ron parece empeñado en no dejar el tema. Hermione y él, sentados codo con codo, se quedan mirándose. El pelirrojo entorna los ojos ligeramente antes de dar un sorbo a su café.
—Qué raro, pensaba que con tantas… fuentes de inspiración no sabrías por dónde empezar.
¿Desde cuándo Ron se ha vuelto tan cínico? A Hermione le vienen imágenes de aquel bosque y aquellas palabras en forma de dagas, pero no va a caer tan bajo como para echarle en cara el pasado.
—Hermione, ¿sabías que Kingsley está intentando convencer a Harry para que lo sustituya cuando se jubile?
Bendita Ginny.
La bruja castaña se gira con expresión sorprendida hacia su mejor amigo. Este, pese a la fama que lo ha precedido durante gran parte de su vida, sigue sin sentirse cómodo siendo el centro de atención, así que carraspea y mira hacia otro lado.
—¿No te gustaría ser ministro, Harry? —Ya sabe la respuesta, pero no puede desaprovechar la oportunidad para cambiar de tema.
—¿Y pasarme horas y horas en un despacho? ¿Tener que hablar con políticos todo el día? No, gracias.
—Puedes contratar a Hermione para el trabajo sucio, ya sabemos que se le da bien tratar con ese tipo de gente.
La aludida entrecierra los ojos y se gira hacia Ronald. No va a permitir que la trate así y menos el día de su cumpleaños.
—¿Qué quiere decir eso exactamente? —pregunta en tono de advertencia.
En ese momento se oye una especie de golpe y una figura extraña aparece en la cocina. Harry ya ha sacado su varita y la está apuntando con ella cuando Hermione se da cuenta de quién es.
—¡No pasa nada! —exclama, tranquilizando a su amigo. Se gira hacia el elfo, a quien reconoce de las visitas a la mansión Nott—. Hola.
El elfo no parece muy contento de estar allí y mira nervioso al resto de magos, pero su amo le ha dado unas instrucciones muy claras y debe obedecerlas.
—El amo le ha pedido a Amzuc que le dé esto a la señorita Granger.
Es entonces cuando Hermione repara en que la criatura sostiene un objeto alargado y plano envuelto en papel negro. Se acerca a él y el elfo se lo da antes de hacer una profusa reverencia y desaparecer de nuevo.
—No sabía que los elfos podían traspasar barreras mágicas de esa forma —musita Hermione mientras examina lo que ha recibido.
—¿De quién es? —De sus tres amigos, Ginny es la única que la mira con simple curiosidad en vez de sospecha o desconfianza.
Hermione se muerde el labio con preocupación antes de responder:
—Nott.
Es increíble cómo una sola palabra puede despertar tantos sentimientos distintos en tres personas. Harry solamente enarca una ceja, a pesar de que en sus ojos se ve claramente cómo se forman varias preguntas; Ginny parpadea varias veces, sin duda sorprendida por el hecho de que, el día del cumpleaños de Hermione, le llegue un misterioso paquete de un exmortífago; Ron es el que más tarda en reaccionar, aunque por el color que está adquiriendo su cara y por cómo frunce el ceño no le ha gustado nada la interrupción.
—¿Ahora resulta que eres amiga de Theodore Nott? ¿Os hacéis regalos de cumpleaños? Que venga a desayunar también. ¡Ah, no, que está encerrado por matar gente!
Hermione no se molesta en desmentirlo (al menos la parte del regalo, porque sería evidente hasta para el más tonto de los mortales), pero sí que deja el libro en la encimera de la cocina antes de girarse y cruzarse de brazos, desafiante.
—No tengo por qué darte explicaciones, pero para tu información no tengo poder sobre lo que Theodore Nott decida o no decida hacer. Te agradecería que, si quieres discutir, esperes hasta que sea tu cumpleaños.
No sabe si la discusión le está pareciendo más ofensiva o absurda, pero seguro que Ron decanta la balanza de un momento a otro por cómo la juzga con la mirada. Lo quiere mucho y sabe que siempre serán amigos de una forma u otra, pero a veces lo estrangularía.
Antes de que el pelirrojo tenga oportunidad de afianzar el instinto asesino de Hermione, Ginny interviene.
—¿Os habéis enterado? Las brujas de Macbeth van a volver y el primer concierto será en un mes. —El famoso grupo de música se había disuelto hacía un par de años por desavenencias entre los miembros, pero parece ser que ya las han resuelto—. Quizás alguien podría usar su influencia para conseguirnos entradas…
—No puedo usar la carta de… —empieza a quejarse Harry. Para ser el héroe nacional que es, aborrece la mínima mención de ello.
—No me refería a ti —lo corta su novia, poniendo los ojos en blanco y señalándose a sí misma—. No eres tan importante como te crees, ¿sabes?
Hermione ríe, en parte aliviada porque la atención se haya desviado de su persona. Deja el libro en la encimera de la cocina con rapidez, esperando que el tema haya quedado zanjado, y vuelve a su sitio. Por la mirada que Ron le dedica, sabe que no ha sido así, pero sabe que volver a sacar el tema ya ha quedado fuera de lugar, así que lo aparca. De momento.
Cuando se queda sola, llama a sus padres para que la feliciten y cumplan con su tradición de poner una tarta frente a la cámara y hacer como que es Hermione quien apaga las velas. Luego su padre siempre bromea preguntándole si le gusta la tarta o piensa que está demasiado dulce y Hermione ríe, aunque en el fondo se sienta un poco triste por estar tan lejos. Cuando cuelga, se promete que en cuanto termine de escribir el libro irá a visitarlos una larga temporada. Sobre todo porque sospecha que cuando termine el libro va a querer alejarse una larga temporada.
Suspira mientras se levanta de la cama y estira los brazos, pero se detiene con las manos en el aire cuando recuerda que hay algo en la cocina que la reclama y corre escaleras abajo como si fuera a desvanecerse si no llega rápido. El libro sigue allí (ella ha asumido que es un libro por la forma y el tacto, pero tratándose de Theodore Nott, quién sabe), envuelto en papel negro y con aspecto de ofendido por la espera.
Hermione quita el papel con cuidado y lo deja sobre la encimera (nunca le ha gustado romper el papel de regalo, aunque luego no sirva para nada) mientras examina lo que tiene en las manos con el ceño fruncido. La tapa es de color ocre con letras doradas descoloridas por el paso del tiempo; claramente, no es nuevo, pero Hermione aprecia el gesto de igual manera. Luego lo aparta de ella con súbita desconfianza. ¿Lo habrá revisado alguien del Ministerio para que no la convierta en polvo o algo así cuando lo abra?
El titulo llama su atención y olvida momentáneamente la posible amenaza contra su vida.
—Tratados con los muggles —murmura. El año también está escrito en la portada—. Mil setecientos catorce. Mildred Stefferson.
Lo abre, asombrada, y empieza a leer el prólogo.
En este libro quedan recopiladas las relaciones que magos y muggles tenían antes de la Ley de No Intervención de 1713…
El libro debía de relatar la convivencia en Londres de la comunidad mágica con los muggles antes de que se volviera demasiado conflictiva y el gobierno acordara que los muggles no debían ser testigos de ningún acto de magia. La familia Nott debía de haberlo tenido en su biblioteca durante siglos, olvidado ante el evidente desprecio hacia todo lo no mágico, hasta que Theodore lo encontró. Y ahora está en sus manos. ¡Tiene en su poder una obra histórica invaluable!
Aunque no entiende por qué el mago lo ha hecho, su lado más curioso y académico le susurra que tiene que darle las gracias a Nott.
21 de septiembre de 2002, Hermione
El café de Hermione se enfría mientras sus ojos repasan una y otra vez el artículo de El Profeta, incapaz de asimilar lo que está leyendo.
Encuentran el cadáver de una joven calcinada en una tienda de Cardiff. Se presume que se trata de Millicent Bulstrode, exalumna de Hogwarts que trabajaba en dicha tienda, perteneciente a sus tíos. La joven se había mudado allí tras la Batalla de Hogwarts y mantenía un perfil bajo, aunque ocasionalmente se reportaron mensajes de odio hacia su persona.
Hermione aprieta los labios mientras dobla el periódico y lo arroja sobre la mesa. La rabia se abre paso entre la lástima y la incredulidad. Es la primera persona que estudió con ella que muere tras la guerra y su cerebro es incapaz de procesarlo. Nunca intercambió más de dos palabras con ella, pero sabía que tenía su edad, que durante los tres primeros años de Hogwarts había tenido un gato y que abusaba de los dulces que vendían en el carrito del expreso a Hogwarts. Tres datos sin importancia es todo lo que tiene de alguien con quien convivió seis años. Y ahora está muerta.
No entiende por qué está tan afectada por su muerte, al fin y al cabo nunca fueron amigas, pero antes de darse cuenta se ha levantado y se ha puesto la chaqueta. Necesita hacer algo. Lo que sea.
Se supone que el ministro está ocupado, pero Hermione usa los pocos privilegios que le quedan de haber luchado con él en la guerra para colarse en su despacho, periódico en la mano y expresión decidida en el rostro.
Kingsley está sorprendido de verla y así lo muestra con una ceja enarcada y un amago de levantarse a saludarla, pero se deja caer de nuevo y suspira. La cara de Hermione le dice que no viene en son de paz. Bien, que lo sepa.
—Millicent Bulstrode ha muerto —dice.
Shacklebolt parpadea varias veces.
—Así es, desgraciadamente.
Hermione se acerca y apoya ambas manos en su escritorio.
—¿Ha sido un accidente?
El ministro contiene la respiración y ambos mantienen una batalla solo con las miradas hasta que el mago decide rendirse.
—No.
No da más detalles, pero Hermione lo prefiere así.
—¿Me vais a poner alguna traba en mi proceso de escritura?
—No.
—¿Entiendes ahora por qué necesito escribirlo?
Kingsley Shacklebolt asiente y observa sin decir nada cómo la bruja sale de su despacho con una expresión que no le ha visto desde mil novecientos noventa y ocho. Sonríe lentamente. Si Hermione Granger se hubiera decidido por la política, lo dejaría sin trabajo en un abrir y cerrar de ojos.
21 de septiembre de 2002, Theo
La taza en la que toma el café tiene flores pintadas. Son de un color azul cerúleo y hay doce en total, pero Theo se ha fijado en que una de ellas tiene un pétalo más descolorido que las demás. Lo rasca con la uña, pero el color no cambia, y deja la taza sobre la mesa, decepcionado. Ni siquiera en algo tan tonto como una flor es capaz de causar algún efecto.
Suspira y se tumba en el sofá con una mano sobre la frente. «Aburrido» es un adjetivo insuficiente para describir cómo se siente. Está ansioso, aunque no sabe bien por qué. Pronto tendrá que encontrar un nuevo hobby si no quiere volverse loco. Reordenar todos los libros de la biblioteca por orden alfabético, ¿quizás? Sería caótico, pero le gusta pensar que su padre se revolvería en su tumba si lo viera convertir su preciada biblioteca en un desastre sin lógica.
Cuando oye la puerta principal abrirse, se incorpora rápidamente. Apoya un tobillo en la rodilla contraria y coge la taza de café de nuevo. Está dándole un sorbo cuando Hermione Granger entra en el salón; no puede evitar sonreír tras la taza, pero lo enmascara con perfecta indiferencia.
—¿Te gustó mi regalo?
La bruja, que se aproximaba hacia él con decisión y con una expresión más bien indescifrable, pierde el paso ante su pregunta. Seguramente no se la esperaba y Theo se congratula secretamente por ser capaz de sorprenderla.
—Sí, gracias. —Si no fuera por la luz, diría que hasta se ha sonrojado un poco—. Ha sido todo un detalle. Ese nunca lo he leído.
Podría decirle que es evidente que nunca lo ha hecho, porque una hija de muggles como ella nunca podría tener acceso a un ejemplar como ese, pero por alguna razón se muerde la lengua y se limita a sonreír y asentir cordialmente.
La bruja hace entonces algo que nunca ha hecho: rodea la mesa y se sienta a su lado. Theo frunce el ceño, la sonrisa todavía en su rostro, pero esta vez desconcertada, hasta que Hermione le ofrece El Profeta.
—No hacía falta que te molestaras. Estoy seguro de que a Steel le encanta tener que revisarlo todos los días para asegurarse de que no puedo usarlo como arma —ironiza.
Pero cuando la bruja no responde y lo mira expectante, Theo enarca una ceja y abre el periódico. Y es entonces cuando descubre que Millicent Bulstrode ha muerto.
Nunca en todos sus años juntos en Slytherin se preocupó lo más mínimo por ella; le parecía una chica grandota y tonta que hacía todo lo que Pansy decía que era guay, pero nunca vio en ella ni un ápice de maldad.
—Que le mandaran mensajes de odio es una cosa, pero esto… —Se da cuenta de que ha estado apretando el periódico con fuerza entre los dedos y lo suelta, tirándolo sobre la mesa con asco—. Porque está claro que no ha sido un accidente.
—No —se limita a responder Hermione.
Theo no la mira, está demasiado ocupado lidiando con sus propios sentimientos. Debería darle igual (al fin y al cabo ni siquiera eran amigos), pero había algo en las circunstancias de su muerte que despertaba en él un sentimiento que solo reservaba para él mismo en algunas ocasiones: rabia.
—Es lo que tiene la guerra, ¿sabes? —se gira entonces hacia Hermione—. Nunca mueren los héroes ni los malvados. Siempre son las víctimas. Gente que estaba donde no debía y que cometió un par de errores que no le permitieron salir. El resto arriesgamos más, pero siempre nos libramos.
La bruja lo mira y asiente y Theo puede ver en sus ojos que sí, que ella lo entiende. Una losa se desintegra en su mente.
Hermione lo sorprende por segunda vez esa mañana cuando apoya una mano en su hombro.
—Le haremos justicia a su memoria.
