That Which Comes From The Darkness
Minato ni siquiera se molestó en fingir que estaba escuchando la perorata del maestro de matemáticas. Era mucho más interesante lo que estaba ocurriendo afuera: nada. En especial porque todo el material lo había aprendido antes, y el hecho de tener que repetirlo podría ser catalogado como un mal chiste elaborado por los dioses; en retrospectiva, la vida, de hecho, era un mal chiste elaborado por los dioses.
Al principio, Minato trató todo el asunto como una broma de Elizabeth. La fiel asistente y amiga de la Habitación de Terciopelo tenía un extraño sentido del humor, e incluso eso era lo más normal de su personalidad una vez que comenzabas a conocerla. Para lo que ella era una jugarreta, muchos otros podrían quedarse en blanco, sentirse insultados o una mezcla de ambos. Estas fueron las reacciones más prometedoras, y si se sumaba que ella era, tal vez, lo segundo más cercano a una deidad no ligada a su ser, además de Igor, o al Arcana, podría usarse como un indicador que reforzaba su anterior idea.
Antes de que pudiera profundizar en el pensamiento de tiempos mejores y más simples, la campana sonó. De inmediato, de forma mecánica e inconsciente, recogió la libreta que, a pesar de estar abierta en el pupitre, seguía completamente en blanco. Ni una sola línea de texto o intento de escribir la mancillaba, incluso cuando el bolígrafo reposaba cerca.
Retirándose en silencio, ignoró las charlas ociosas que comenzaban a formarse a su alrededor cuando los otros estudiantes se movieron hasta el pupitre de sus amigos. No era su turno para la limpieza, así que no había problema alguno con abandonar las instalaciones. Avanzó por los pasillos que apenas comenzaban a albergar algunos estudiantes que decidieron salir temprano, los pocos miembros del club de ir a casa o, en cualquier caso, los entusiastas de sus propias actividades.
Acarició los auriculares que colgaban alrededor su cuello antes de colocárselos tras apartar su cabello, para así aislarse del mundo. Activó el reproductor sin recordar exactamente en cuál canción había sido pausada. La instrumental de inmediato le alertó de que se trataba de «Burn My Dread».
Se permitió, como uno de los pocos indultos, un suave tarareo. Su mente solo reconocía la letra de la voz femenina y simplemente cantó la primera estrofa antes de recordar que estaba en público.
Dreamless dorm ticking clock
I walk away from the soundless room
Windless night moonlight melts
My ghostly shadow to the lukewarm gloom
Notó en su periferia algunos chicos que intentaron llamar su atención, al igual que cierta parte de la población femenina; ambos deberían ser de los pocos que todavía no se habían rendido con sus intentos de acercarse. Solo pasó de largo, no había razón alguna para detenerse, en especial porque los auriculares eran una señal universal para no molestar al usuario.
Suspiró con pesadez, ignorando el viento invernal que estremeció a todos los demás, quienes buscaron refugio contra el frío en sus abrigos, guantes, bolsillos u otras personas. En su caso, simplemente sirvió para soplar la larga bufanda, además de empeorar su ya desordenado cabello. El invierno ya estaba sobre ellos, y unas pequeñas vacaciones a la vuelta de la esquina.
Sentía que no podía acostumbrarse a esta vida. Claro, era consciente de que pronto estarían entrando en Año Nuevo, junto a todas las festividades correspondientes, y sería tonto de su parte quejarse cuando ya había estado meses en ello. Al menos, el sentimiento de disonancia había menguado a su debido tiempo, o su mente podría agrietarse todavía más al vivir de una forma tan ajena.
A pesar de todo, de su esfuerzo por aclimatarse, en el fondo, sabía que no pertenecía allí, que no debería ser capaz de volver a la vida de estudiante. Durante su tiempo con el S.E.E.S., los días de escuela fueron un borrón sin importancia en un día a día tan ajetreado. Las bendiciones de una vida normal bajo el sol palidecían cuando había que luchar por la supervivencia bajo la maldición de la luna.
Cualquiera de sus antiguos compañeros de clase, incluso Junpei, o tal vez, en especial Junpei, podrían tratar sus palabras como una mentira. Sus calificaciones estaban en el top tres de su grado, ocupando el tercer lugar, apenas por debajo de Fūka, quien podía superar su puntaje en algunas asignaturas. Y la única razón por la cual ambos fueron desplazados se debía a Aegis. Ella no almacenaba la información como tal, pero, bueno, ¿cómo superar a una androide?
La sonrisa que estaba comenzando a aparecer en su rostro simplemente murió. No tenía cabida en la vida otra vez, pero aquí estaba. Fingiendo ser como los humanos que derramaban sudor y lágrimas por algún sueño o meta futura. Si en el pasado ni siquiera tuvo en cuenta las clases debido a la inminente destrucción del mundo, ¿qué importaba ahora? Era un fantasma entre los vivos, un espectro del fracaso, una mera reminiscencia que debería ser olvidada y, al mismo tiempo, desempeñando la tarea de un custodio de lo peor de la humanidad.
Entonces, para alguien que debería ser esencialmente cualquier cosa menos lo que era ahora, ¿qué hacía en una escuela prestigiosa jugando a ser estudiante? Elizabeth. Se había molestado en crearle un historial lo suficientemente creíble para pasar cualquier inspección, hasta el punto en que estaba fechado en los años correspondientes, junto a diplomas y bases de datos. Claro, nadie recordaría el nombre de Yuki Minato al ir preguntando, pero no dejaba de ser un trabajo impecable a pesar de la discrepancia, por lo que solo podía mostrar gratitud incluso si fue como chasquear los dedos para alguien como ella.
Por lo tanto, para que no fuera un esfuerzo desperdiciado, solo quedaba poner de su parte, incluso si ya no sabía cómo actuar esa parte de su vida. Lo estuvo haciendo perfecto durante tantos años, hasta que el torbellino emocional en forma de residentes del Dormitorio Iwatodai pasó por su vida. La cómoda existencia de estudiante que perteneció a Yuki Minato, simplemente haciendo lo mínimo, nunca sobresaliendo y siendo invisible, todo olvidado.
Lo ha estado intentando. Al menos en el exterior podría catalogarse como un éxito, solo era otra persona más asistiendo a una clase de segundo año. En el fondo, sentía que era incorrecto. Pasaba más tiempo meditando en lugar de escuchando las conferencias. Incluso si estaba por delante de todos, primer lugar en el top escolar, además de los resultados nacionales, y con el sello de aprobación de Mitsuru —lo que le valdría la entrada a muchas universidades—, todo estaba mal. Equivocado. Incorrecto.
Negó con la cabeza. Había estado dando vueltas al pensamiento al menos un mes entero. ¿Podría deberse al hecho de sentirse inútil? Durante todo el año anterior fue, en su mayor parte, una cerrera por la vida en el sentido literal. Pero, ahora, lo más peligroso que hacía el día a día era cruzar la calle, y eso ni siquiera podía ser lo suficientemente letal como para causar la muerte, nada serio o preocupante. Una molestia menor, en el peor de los casos.
Manteniéndose lejos de los peatones para evitar tocar a cualquiera, se movió junto con las masas. Qué sencillo era mezclarse, al menos cuando se aparentaba una pequeña pizca de normalidad, lo que, curiosamente, sería una anormalidad.
Una serie de gritos alertaron a todos los presentes, pues la masa humana miró en dirección de las voces. Allí estaba lo que quería decir, la normalidad, de hecho, era una concepción extraña de los humanos, guiados por la mayoría que, a su vez, seguía las órdenes de una minoría en el poder. Realmente una paradoja, una contradicción ilógica, como cualquier cosa que tenía algo que ver con los seres humanos.
Desde un lado de la calle, un chico que parecía tener trece, o tal vez se debía solo a su estatura, corría con sogas atadas a su cuerpo. Tiraba de una enorme llanta que no estaría de más en un camión, sobre la cual se sentaba un hombre esquelético que tenía un pie metafórico en la tumba, por lo que bien podría ahorrarle algo de trabajo al aspecto de la Muerte que le correspondiera su cuerpo y cometer suicidio. Si alguien conocía los entresijos de la Muerte, sería Yuki Minato.
Se preguntó si volvería a ver, o sentir, al cadáver andante en algún momento. Nunca olvidaba una presencia o, más específicamente, el aura de una persona por morir, independientemente de la causa. No podía ser catalogado como clarividencia, al menos no clarividencia perfecta. Era capaz de percibir imágenes, pequeños destellos de la muerte de las personas a su alrededor y, entre más cerca estuviese emocionalmente con el individuo, además de su epíteto, más clara la visión.
El cadáver andante, caso curioso, tenía el aura de un condenado, la presencia de alguien que se derrumbaría en uno o dos días. Pero estaba fuera de su alcance. Había algo borroso e indistinguible con respecto a su futuro, como si no se decidiera si debería morir. No era el primero, pero no dejaba de ser un caso curioso. A veces se preguntaba de dónde salían estas…
Un choque se produjo junto al grupo, proveniente de la pareja extraña. Hubo murmullos de dolor y quejas audibles. El asalariado que iba a la cabeza mantenía una sonrisa en su rostro. Realmente le pareció divertido ver a ese par de tontos tropezando. Rebuscó en su traje barato su teléfono inteligente para tomar una foto. Tal vez podría publicarla, o incluso hacer un video. Ah, la mezquindad humana. Disfrutar tanto el sufrimiento de sus congéneres que ha perdido la meta, la visión de un futuro. También ignoró el semáforo y el claxon fue demasiado tarde para reaccionar.
Minato miró al salariado anodino y dobló en la esquina en el momento en que se produjo el tropiezo de la pareja. Siguió adelante y se alejó de la masa humana. Incluso con sus auriculares, no fue suficiente para cubrir el sonido del auto derrapando, acompañado de gritos de pánico y solicitudes de una ambulancia. Los ignoró a todos mientras seguía con su camino.
Siempre estuvo en sintonía con la muerte desde que podía recordar, incluso antes de aquel accidente, a pesar de que nunca se hizo demasiado evidente. Pero, encontrarse en su abrazo desde que llegó aquí era algo nuevo. Aceptaría que fue desconcertante ser consciente de cuándo, cómo y dónde iba a morir alguien con solo estar cerca. Y fue esclarecedor descubrir que volvía a ser esa persona a la que no le importaba en lo más mínimo.
Muchos pensarían que alguien, cualquier persona, con aquella habilidad para interceder en el destino podría utilizarla para salvar vidas. Cualquiera que tuviera ese tipo de creencia, o desconocía el alcance de su propio poder, o era un masoquista, o sufría de un grave problema mental. La muerte era inevitable. No la muerte como verbo, sino la Muerte como concepto. Su consciencia le avisaba que, si quería salvar, por ejemplo, al asalariado, solo estaría condenando a cualquier persona al azar para equilibrar la balanza.
—La Muerte es inevitable. — murmuró —Ni siquiera ella puede escapar de sí misma, y a pesar de brindar su consuelo a cada mortal, se le impide ser acunada por su propia divinidad.
Se hizo a un lado mientras suspiraba. Un tipo al azar pasó corriendo, vistiendo un traje ajustado y llamativo que no resaltaría en una convención de cosplay, o que sería digno de un afectado por el Síndrome de Octavo Grado. Lo peor era que la mayoría de los seres humanos de la sociedad actual parecían sufrir de un severo caso —en estado terminal, si debía añadir— de Chūnibyō.
Héroes y Villanos. Tenía que admitirlo, solo era capaz de mostrar admiración a la nueva aberración humana, la cual, cuando se pensaba con detenimiento, era simplemente una reinserción a un medioevo con su propia caza personal de brujas. Por supuesto que podías contar con los humanos para mutilarse los unos a los otros y hacerlo parecer que era por alguna máxima que lo mereciera.
Una sociedad global a la que le gustaba trazar una línea bien definida para separar lo bueno de lo malo. En lugar de antorchas, horcas y el sacerdocio, se aplicaba una excelente, sutil y muy ingeniosa manipulación social. Presión de grupo sobre quienes rompían el molde cuando el adoctrinamiento mostraba signos de flaquear y, si eso no era suficiente, soltaban a su propia inquisición, empoderados por las alabanzas del público, cegados por una causa justa y envalentonados por un creciente ego.
Miró hacia arriba, centrándose en las vallas publicitarias. Distintos hombres y mujeres, tan extravagantes como el que fue a verificar el accidente de tráfico, lo inundaban todo. Y cuando quería decir todo, lo hacía en sentido literal. No había publicidad que no los incluyese, marca que no luchara por tener a los más famosos con ellos o lengua que no compartiera sus hazañas. La única manera en la que no podía verlo era si ponía a trabajar sus parpados, y todavía corría el riesgo de escuchar de ellos sin sus confiables auriculares.
Héroes. Ni siquiera podía decir la palabra sin querer vomitar, a pesar de saber que era casi físicamente imposible ahora. Casi. Tampoco podía reír, lo que sí era físicamente imposible ahora. Todo este asunto era la peor de las comedias griegas sobre la cual ni la más baja plebe asistiría a los teatros. Haría ver un combate de gladiadores como un evento de gran prestigio, estatus social y refinamiento aristocrático.
Heroísmo. ¿Qué era el heroísmo? O, más importante, ¿qué era el altruismo? Una mentira, al menos a nivel conceptual. Todos querían algo, incluyendo su propio caso, en el cual no existía duda sobre hacer el sacrificio máximo. No fue con desinterés. No fue por el mundo que no le había dado nada. Su único objetivo fueron las personas cercanas y queridas, los seres amados.
Altruismo… una verdadera mentira. Aquellos que se escudaban tras la palabra solo buscaban satisfacer su deseo de buenas acciones, esa era su ansiada recompensa. ¿Lo convertía en un menor pago que algo físico? Ni mucho menos, incluso si aquello no invalidaba el núcleo mismo de ayudar a los demás.
El único verdadero altruismo, alejándose de la concepción estándar, procedería de un individuo incapacitado para hacer el bien, al menos a un nivel psicológico. En este caso, debería odiar la sola idea de brindar una mano amiga, sentir repulsión ante la mera idea de ofrecer sin recibir, y ni hablar de ser perjudicado. Aquel individuo podría hondear el estandarte del altruismo en caso de practicarlo.
Pero, el actual heroísmo era repugnante. Una fanfarria, un desfile de inadaptados en trajes brillantes ansiosos de atenciones y alabanzas. ¿Debería premiarse a una sección de la población cuya única virtud era la violencia, y que se trataba como positivo solo porque las autoridades lo permitían? No sonaba mejor que un grupo de Operaciones Negras al que les dedicaban desfiles y tenían asesores de relaciones públicas.
Tantos que hablaban de sacrificio cuando lo desconocían todos ellos. Hablaban de sacrificio cuando lo único que hacían eran solo movimientos controlados para vivir lo suficiente sin afectar su popularidad. Pregonaban sacrificio cuando actuaban por conveniencia. Monetizaron la abnegación, lograron cuantificarla hasta convertir lo que debería ser la naturaleza, o por lo menos la aspiración, de cualquier humano en sociedad, en perversiones que harían llorar a Rousseau y reír a carcajadas a Hobbes.
Ante aquella hipocresía, no podía sino sentir asco. Y el peor de todos era All Might. Tanto poder desperdiciado en un hombre cuyo único propósito era chocar de cara contra una pared hasta el amargo final. ¿De qué serviría aprehender a cualquier Villano o delincuente, cuando la libertad inhabilitaba su trabajo? Solo engendraba falsas esperanzas de un mundo pacífico, era el epítome de todo lo que estaba mal con la sociedad. Podría no ser su culpa, podría realmente creer que estaba haciendo un cambio, podría, en su ignorancia, creer que estaba haciendo el bien para todos. Y eso lo hacía más peligroso.
El único consuelo que tenía la sociedad eran aquellos Héroes que luchaban no por la fama que ofrecían los reflectores y la luz del sol, sino por el consuelo de las sombras, el amor de la noche y la belleza de la luna. Prefería mil veces la persecución idílica de una justicia personal de los Vigilantes, o la fe inquebrantable de hombres como Stain, capaces de cruzar todas las líneas por una empresa que consideren digna.
Y todo volvía al sacrificio una vez más. Un Vigilante, e incluso un Villano con escrúpulos y código, podía ofrecer más a la sociedad que hombres como All Might. Aunque, independientemente, no era su lugar juzgar. De hecho, no era su lugar hacer nada.
A pesar de que este mundo en el que estaba podía sacar lo peor de su personalidad, el mensaje que Elizabeth quería darle era obvio. Su querida amiga solo deseaba decirle que no le correspondía, esta vez, estar a la cabeza y demostrar heroicidad. Había Héroes para hacer el trabajo en su lugar, era su momento de descansar luego de aquel fiasco que llamó vida.
Un maullido hizo que su mente regresara al presente y miró hacia el callejón por el que estaba pasando. Un gato blanco con un punto negro en la frente le devolvió la mirada con un ojo azul océano y otro verde esmeralda, como todos los días. Era un animal extraño, la mayoría simplemente escapaba con su sola presencia, este se quedaba para mirar como si fuera una especie de atracción. Los primeros días lo ignoró como una coincidencia, pero era un reincidente.
Alisando la parte inferior de su uniforme, se agachó frente al gato y acarició su cabeza. Nunca nadie en el S.E.E.S. lo supo salvo Fūka, pero Yuki Minato era una persona de gatos. Koromaru fue especial, y también le encantaban los perros, pero los gatos estaban por encima. Eran silenciosos en la mayoría de ocasiones y podían valerse por sí mismo con el suficiente hábito, además de lo livianos que eran. Eran una de las representaciones de la individualidad, y le gustaban de forma irracional. Difícil de explicar, en realidad.
Miró en dirección de la tienda cruzando la calle. Ofreció un par de palmaditas antes de ponerse de pie e ir a hacer una de sus rutinas. Una pequeña boca que alimentar no era un problema, apenas tenía gastos debido a sus pocas necesidades y Elizabeth se aseguró de dejarle suficiente dinero hasta la graduación y, si administraba bien, podría ayudarle a sortear una universidad en caso de querer.
Una vez que recibió su comida diaria, el gato dejó de prestarle atención y fue capaz de seguir con su camino. Realmente, esta ciudad, o este mundo, podría ser perfecto si fuera más normal. Siempre pensaba lo mismo cada vez que veía a alguien andar por las calles con una capa.
Unos minutos de caminata bastó para llegar hasta un parque lo suficientemente grande como para olvidar, por un momento, que estaba dentro de una gran ciudad. Siempre y cuando decidiera ignorar los edificios, lo que era un poco difícil cuando se alzaban en toda su pútrida gloria humana.
Atravesó el sitio lleno de familias, niños y ancianos hasta llegar a un banco bajo un árbol, en completo aislamiento del ruido. Era curioso cómo esta sección era la menos popular y la más tranquila cuando, en realidad, debería estar ocupada. No era alguien para quejarse y eso le beneficiaba, concediendo algo de paz mientras esperaba.
Acomodando su cabello, se sentó mientras cerraba los ojos, permitiéndose un pequeño placer en forma de luz solar. Prefería las noches de forma instintiva, a pesar de su odio latente por lo que representó un año antes; por lo tanto, su nuevo amor nocturno no significaba que debería despreciar el sol. Todo lo contrario, traía algo de consuelo. Demasiado poco como para ser significativo, pero cualquier grano de arena ayudaba a construir una montaña.
Incluso cuando había pasado tanto tiempo sin la Hora Oscura, y ya no sufría ataques de pánico cuando llegaba la media noche, presenciar el amanecer era una rutina inquebrantable. A pesar de toda la estabilidad, y sin importar que en este mundo la luna permanecía en su blanco prístino, todavía quería algo, cualquier cosa, que le confirmara que la noche terminaría en algún momento.
Una sombra cubrió el sol, lo que obligó a que abriera los ojos. Un chico rubio, tal vez de unos veinte, estaba de pie y haciendo una señal que indicaba que retirara uno de los auriculares. No estaba solo, había otro con el cabello claramente teñido un par de pasos detrás. Retuvo un suspiro y decidió que mejor trataba con esto antes de su reunión, lo que se traducía en hacer lo de siempre: ignorar hasta que la molestia se largara.
—¿Qué hace una linda chica de preparatoria a esta hora en un parque? ¿Estás sola?
Ah, otro cambio que sufrió y el segundo más drástico: ahora era una chica. En definitiva, se trataba de una broma de Elizabeth, no podía haber otra explicación para un evento tan bizarro. Al menos, en el pasado deseó que lo fuera, sus motivaciones podían ser insondables cuando se lo proponía, lo que era más preocupante que el querer gastarle alguna travesura irracional. Como mínimo, podía esperar no ser lanzada a una misión que necesitaba exclusivamente a una chica, pues Igor no estaba involucrado en lo que sea que haya hecho.
Podía imaginar a Elizabeth riéndose luego de enviarla a un mundo lleno de chicas mágicas, y que una de esas mascotas decidiera que era una buena candidata para la tarea. Sobre su putrefacto cadáver iba a vestir algo así. Tenía suficiente con una falda normal, no iba a cruzar la línea con una falda con volantes. Divagando.
Seguía siendo la misma persona por dentro, a pesar de su apariencia. Como gracia redentora debía destacar que no sufrió ningún tipo de choque por cualquier motivo; de hecho, se adaptó a la perfección, de forma antinatural. Debería atribuirlo a que el cuerpo que usaba lo hacía mucho más fácil que para cualquier mujer normal, eso sin contar su adaptabilidad entrenada con los años. Lo que no se explicaba eran los cambios de hábito, tal como su andar, ahora un poco más femenino.
Su vida no cambió mucho simplemente por convertirse en una mujer.
Era como si nada lo hubiera hecho, exceptuando por la situación actual. Era molesto. Al menos entendió un poco la perspectiva de Yukari y Mitsuru, ambas mujeres atractivas a las que todos terminaban coqueteándoles. En el pasado creyó que estaban exagerando. Si pudiera disculparse con ellas, lo haría.
Todo traía a colación otro asunto. Le hizo preguntarse por qué Fūka no era popular. Era un terrón de azúcar, una bola de dulzura y ternura que tomó forma humana. Tampoco le faltaba nada en el departamento de apariencia, todo lo contrario, tenía el factor lindura del que carecían Yukari y Mitsuru. Incluso Aegis atrajo más atención que ella, a pesar de su rostro casi inexpresivo. Pero no escupía sobre la pequeña misericordia que fue su impopularidad, porque no tuvo que luchar, habría terminado matando a alguien en el pasado si decidían sobrepasarse. Ah, los había desconectado por completo.
—Oye, — sonaba irritado el rubio número uno —¿no aprendiste modales sobre no ignorar a las personas cuando te hablan?
Ni siquiera dignificó eso con una respuesta. ¿Era aceptable que alguien que interrumpía el tiempo de paz de una chica solitaria en mitad de un parque pudiera hablar de modales? Lo único que hizo fue observarlo sin ningún tipo de expresión, lo que pareció irritarlo todavía más. Una lástima, no podía percibir su destino; todavía tenía unos cuantos años más, cinco, si su percepción era correcta. Al menos debería corregir su actitud en lo que le quedaba de vida.
—Qué perra engreída. — masculló el número dos.
El que estaba delante chasqueó la lengua de forma desagradable y estiró su mano. El cuerpo de Minato se tensó de anticipación combativa. Estaba preparada para atacar a la primera señal de contacto, después de todo, ¿quién iba a extrañar a este par?
—¡Yukimi-chan!
Una voz excitable y aguda interrumpió cualquier cosa que estuviera a punto de suceder. Luego le acompañaron pasos de una carrera. Solo el primero fue suficiente para hacerle saber que la persona a la cual estaba esperando había llegado, por lo que se había quedado sin tiempo para perder con el par.
Levantando las barreras que enmascaraba su presencia, la dirigió toda a sus molestos locutores. Ni bien lo hizo, ambos quedaron más pálidos que el papel y corrieron como si fueran perseguidos por la misma Muerte. No estaban tan equivocados, supuso.
Girando para encarar a quien había estado esperando mientras sellaba su aura putrefacta, se encontró con ojos dorados incapaces de esconder cualquier tipo de emoción que estuviera sintiendo las veinticuatro horas del día, y ni siquiera era como si el resto de su cuerpo lo intentase. Solo llevaba conociéndola unos pocos meses, desde las vacaciones de verano, pero era como si tuviera energía ilimitada.
—¿Quiénes eran? ¿Te estaban molestando? ¿No sabías que no deberías hablar con personas sospechosas, Yukimi-chan?
Minato levantó una ceja de forma lenta mientras la miraba con tal inexpresividad ante unas palabras tan descaradas.
—Tú eres la sospechosa.
Ni siquiera se molestó en negarlo, solo comenzó a parlotear luego de que se sentara. Tal era el grado de cuán sospechosa era, que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Ella pareció negarse a darle su nombre, pero no era, a simple vista, una situación que pudiera perjudicarla. Y como no podía seguir llamándola «tú» en cada ocasión, simplemente la apodó Nekohime. Era un espíritu libre como cualquier gato, pero podía comportarse tan caprichosa como una princesa.
—¡Yukimi-chan! — Minato parpadeó ante su llamado —¿Me estás escuchando? — preguntó con un puchero.
—Me perdí en mis pensamientos. — respondió honestamente.
Nekohime soltó un quejido, pero volvió a comenzar con el relato de cómo había ido su día. Algo sobre conocer a algunas personas interesantes a primera vista, pero que luego no lo fueron mucho. Minato hizo todo lo posible para mantenerse al día con sus palabras, pero sus habilidades sociales se habían atrofiado luego de la debacle que sufrió su vida. Al menos parecía lo suficientemente feliz y distraída hablando de lo que ocurrió en una tienda de convivencia; nunca encontraría la diversión al hablar sobre todo y a la vez nada.
Estaba gesticulando casi exageradamente con una sonrisa siempre presente. Incluso su rostro sonrojado agregaba a su apariencia de exaltada. Cualquiera que los viera a la distancia notaría el enorme contraste entre ambas. Una de ellas que no cerraba la boca y apenas respiraba; la otra escuchaba pacientemente cualquier cosa con un semblante sereno. Supuso que para las personas sería algo curioso, si no divertido.
Eran momentos tan aleatorios como estos lo que le hacía preguntarse por qué aceptó pasar el tiempo con ella luego de ese día de verano. Fue algo tan esporádico y de lo que seguía desentrañando la lógica, incluso cuando la curiosidad no respondía a la lógica. A veces pasaba noches pensando en algo así. No creyó en comprometerse con hablar, o escuchar, activamente a cualquiera. Claro, había algunos cuantos con los que interactuaba, como cierto trio molesto de segundo año de otro departamento, pero trataba de reducirlo al mínimo.
Y como muchas veces antes, la mente de Minato no pudo evitar volver al pasado, durante su primer encuentro caótico y extraño.
§
II
§
El sol se alzaba en toda su gloria veraniega mientras Minato caminaba tranquilamente por las calles de Musutafu. No pudo evitar atraer miradas, pero no por algunas de las razones que le vendría a la mente a cualquiera cuando un chico… UNA chica era el centro de atención. Esta vez, al igual que todos los días, se debía a su indumentaria.
Estaba abrigada como lo haría en invierno, lo que se traducía en que esta era su ropa diaria y lo único que vestía cuando no estaba en la escuela, independientemente de la estación. Un suéter de lana con mangas largas y cuello de tortuga, todo bajo un abrigo gris cruzado. Elizabeth vio divertido cambiar sus pantalones por una falda negra que al menos estaba por debajo de las rodillas, medias del mismo color que se perdían bajo la prenda y zapatillas cafés. Todo coronado con su bufanda azul, regalo de Ryōji, por lo que la única piel visible era la parte de su rostro que no cubría.
Tenía varias copias de su indumentaria de invierno —menos la bufanda— para su uso, pero no era lo único en su guardarropa. Oh no, su enorme guardarropa no estaba vacío y no sería su extraña amiga si no dejaba su marca.
Tenía varias copias de distintas indumentarias en una sección separada que ella tituló «Habitación de Terciopelo». Estaban, obviamente, el traje de la mujer llamada Margaret y el vestido de Elizabeth. Un set de camisa blanca sin mangas, guantes a rayas que llegaban por encima de los codos, una falda a cuadros lascivamente corta, medias a rayas en blanco y negro junto a botas de trenzado alto; había varios accesorios, como cinturón, corbata, sombrero y bolso, los dos últimos azules.
Trajes cosplay de guardias de prisión. No iba a preguntar y mucho menos quería saber por qué vino con un agregado de fusta y esposas de peluche. Al menos el último de los atuendos era más normal dentro de la rareza. Era un vestido que le recordaba al de Alice, su Persona, solo que con muchos más adornados. Guantes negros, tonalidades de azul más oscuro, medias blancas y una diadema.
No tenía planeado usar nada de esa sección, no creía que la moda de la Habitación de Terciopelo congeniase mucho con el mundo mundano. Y el que sí lo hacía era demasiado atrevido para su gusto, pero, al menos, se benefició del bolso azul; siempre lo usaba cuando debía salir, lo que incluía la escuela.
Si algo había que decir de Musutafu, era que estaba equilibrada. Podría ser una palabra extraña para describir una ciudad, o casi cualquier cosa, pero, si tenía que ser sincera, no había nada mejor para usar. Bueno, además de «excéntrica», pero ese apelativo servía para todo el mundo en general, al menos desde la perspectiva de alguien que vivió en un lugar normal. No podía evitar sentirse como un pez fuera del agua.
El lado «equilibrado» estaba más orientado a sus Héroes y Villanos. Era como si nunca terminasen sin importar cuántos muriesen a diario, y conocía el recuento de bajas; podría ocurrir el mismo fenómeno en cualquier lugar, pero no tenía pruebas con las cuales respaldarlo. Pero, ¿aquí? Las tenía de sobra gracias a su epíteto.
Minato era la Muerte sin violencia, pero un aspecto de la Muerte al final. Cada vez que cualquiera expiraba a manos de otro ser, sentía una especie de tirón en su alma, como si alguien hubiera robado lo que era legítimamente suyo. Sinceramente, podría considerarlo molesto si le importara lo suficiente. El consuelo permitido era que no lo sentía a nivel global, solo en la ciudad en la cual había residido los últimos meses; sospechaba que era, en esencia, una especie de área de influencia, o que crecería de forma indefinida con el tiempo. Esperaba que no fuera lo última.
«Creo que me volvería lo… ME VOLVERÍA LOCA si mi área de influencia continuaba creciendo».
Las muertes violentas, a diferencia de los accidentes, enfermedades, vejez y, en definitiva, cualquier cosa que carezca de confrontación, no las podía percibir en su totalidad. Nada de visiones proféticas ni la relativa paz de un «trabajo bien hecho».
Y, curiosamente, estaba sintiendo ese tirón y solo la información residual del caso en cuestión. Incluso a plena luz del día, una mujer acababa de recibir una puñalada de lo que parecía un crimen pasional, pero sería más correcto decir que se usó un Quirk. Se aferraba a la vida mientras el alma de Minato tiraba para que acabara con el transgresor, quien se acercaba para marcharse.
Supuso que el siguiente problema eran los impulsos. A pesar de oponerse a su epíteto, bien podría ser llamada una Ker, porque se le permitía masacrar a alguien al contenido de su corazón si así lo deseaba. Aquellos eran «transgresores» del orden natural; o, en pocas palabras, no aceptar la sentencia y llamada de la Muerte, en cualquiera de sus aspectos, era un crimen que se penaba con… Bueno, era fácil de adivinar.
El asesino pasó a su lado y ella solo le dedicó una mirada antes de seguir adelante. A eso se refería. La mujer era una Pro-Hero. La ciudad parecía producirlos en masa, eran inagotables, así como sus Villanos. A eso se refería con equilibrio, siempre había alguien listo para tomar el lugar de un caído en un juego enfermizo para saber quién gastaba primero sus recursos humanos.
De vez en cuando había quienes inclinaban la balanza. Los Héroes tenían a All Might o Endeavor, mientras que los Villanos podían contar con All For One, de quien solo se enteró por el último aliento de un soplón, o Stain. De hecho, Minato mostró un leve interés por este último. El primero bien podría ser el Al Capone de este submundo, pero nunca actuó en la ciudad como para reaccionar. Pero Stain fue diferente, y todo porque su epíteto se comportó de manera extraña con él cuando estuvo por los alrededores. Quería masacrarlo por ser un transgresor, pero también contemplar su trabajo. Honestamente, ni siquiera sabía cuánto de la personificación de la Muerta era la que estaba de acuerdo con aquel Villano.
Fuera de los aspectos negativos, era un buen lugar para vivir cuando sabías evitar los problemas y las áreas donde aparecían los Villanos. Las cuales eran, en su mayoría, los sitios concurridos. Después de todo, ¿qué iba a hacer un Villano en un parque, el lugar al que ella se dirigía? No había nada que pudieran ganar; ni dinero, ni atención, ni venganza contra un Héroe en específico. Y los «chicos buenos» tampoco estaban alrededor porque no había cámaras suficientes para fotografiarlos.
Atravesando el parque, hizo caso omiso a las miradas de incredulidad que estaba recibiendo. ¿No sería más simple solo asumir que era poseedora de alguna variante de Quirk de hielo? Era más fácil llegar a esa conclusión que seguirla con la mirada.
Pensando en los Quirks, eran una rareza incluso para ella, que estuvo expuesta a lo peor que el mundo, en especial la humanidad, pudiera arrojarle. El problema estaba en que su mente no podía relacionar nada con el advenimiento de los Quirks. Fue algo de la noche a la mañana en un hospital cualquiera, si los registros tenían algo de veracidad y no estaban encubriendo nada turbio. Que era lo más probable.
Cualquiera podía llamarlo… LLAMARLA loca e intentar que cuestionara el asunto de las Sombras y las Personas en el que estuvo involucrada. Ella solo diría una palabra: magia. Claro, hubo ciencia de por medio. Y divinidad. Y el hombre jugando con lo que no entendía. Pero, lo más importante, no había explicación racional que pudiera convencerla de que no había magia verdadera manipulando el asunto cuando era capaz de sentirla, cuando ella era la Muerte. Además, ver el espacio-tiempo ser desgarrado y manipulado por el Arcana —o Arcanos, como sea que los llamase— ayudaba a eliminar las dudas.
Con los Quirks, todos negaban rotundamente que era magia. De hecho, se sentían ofendidos por siquiera mencionarlo cuando no tenían la más mínima idea de por qué estaban en el mundo. Claro, no era su asunto averiguarlo, pero, incluso para ella, no podría evitar su curiosidad por mucho tiempo cuando había personas capaces de destrozar edificios y caminaban como ciudadanos normales.
Suspirando, se detuvo abruptamente cuando algo golpeó su pecho. Todos sus instintos se dispararon y se encogió un poco sobre sí misma, tensó sus músculos, para evitar, o más bien contener, cualquier repercusión negativa por entrar en contacto con una persona. Estaba comenzando a desviar capacidad cerebral para romper la ola de negatividad, al menos hasta que descubrió que estaba bien. Demasiado bien para lo que acababa de suceder.
Abandonó sus pensamientos y miró hacia abajo para encontrar una mata de pelo rubio en dos bollos a los costados de la cabeza. El peinado solo la hacía ver más desordenada incluso que el cabello de Minato, y eso era difícil. Pero eso no era lo que la distrajo, sino el hecho de que ella aspiró profundamente entre sus pechos —hacía tiempo que hizo las paces con eso—, tal vez por la sorpresa de la situación. Era casi una cabeza más baja que Minato, así que la posición no fue tan antinatural.
Antes de que Minato pudiera hablar, habiendo superado la primera sorpresa luego de haber sido traída a este mundo de Héroes y Villanos —lo que era unos cuantos meses— volvió a ocurrir algo imprevisto. La chica que le devolvía la mirada tenía el rostro tan rojo que solo podía ser un golpe de calor, con ojos dorados penetrantes y afilados como los de un felino, con colmillos visibles al hiperventilar. Era objetivamente atractiva, pero lo que importaba era que había perdido el conocimiento un segundo después de mirarse mutuamente.
—Ah… — fue lo único elocuente que salió de los labios de Minato.
Ahora, ¿qué hacer? Supuso que era una ventaja el ser mujer, porque se vería demasiado sospechoso si la escena fuera con su antiguo cuerpo masculino. Claro, podría dejarla, estaba segura de que no era su culpa y, por ende, no era su problema. Pero tenía curiosidad con respecto a esta chica de secundaría. Y por esa curiosidad la llevó hasta la banca bajo el árbol antes de ir a buscar algo de beber.
Himiko se sintió en el cielo. ¿Cuándo fue la última vez que experimentó algo así? Y ni siquiera tuvo que convertirse en una de sus personas favoritas para experimentarlo. Solo chocó con una extraña y su dulce aroma la llevó a niveles irreconocibles de emociones extrañas, tanto así que su cerebro simplemente se apagó. Esperaba que no fuera solo un sueño, lo que era probable, porque sentía que estaba en su almohada ahora mismo. ¡Sería una lástima no volver a encontrar a esa chica! De hecho, si quería verificarlo, ¡solo tendría que despertar!
Reuniendo fuerzas y alejando la soñolencia, se esforzó en abrir los ojos, solo para sentir que la sangre encontró por segunda vez su camino directamente a su cabeza y la temperatura de su cuerpo volvía a dispararse. Ni siquiera tenía un vistazo de su rostro por una bufanda, además de su flequillo de cabello azul oscuro, el cual llegaba hasta su pecho —más grande que el de ella— y estaba un poco desordenado.
En el momento en que ella se percató de que Himiko había despertado, esta última prácticamente saltó de su lugar en la banca donde había estado usando a la chica misteriosa como almohada. Todavía estaba mareada, así que no fue capaz de exhibir la habilidad gimnastica sobre la que estaba tan orgullosa y solo consiguió caer al suelo sin gracia.
Escuchando un suspiro que denotaba un cansancio impropio de una chica, la vio ponerse de pie desde su lugar en el suelo, así que subió la mirada. Se atragantó un poco cuando la observó por completo. Era más alta que Himiko, con un cuerpo más desarrollado a pesar de las capas de ropa que no mostraba nada de piel. Pero lo más sorprendente fueron dos cosas. Por un lado, su cabello era tan largo que iba por debajo de las pantorrillas, completamente lacio pero que se notaba su falta de voluntad para tomar un cepillo. Y al final estaban sus ojos. Afilados, azules y apagados. Demasiado agotados para lo que debería ser una joven un par de años mayor.
Los ropajes de la chica mayor —y claramente extranjera— no eran nada llamativos, al menos no lo sería si no estuvieran en pleno verano. Pero, tratando de rememorar la sensación de dormir sobre ella, incluso a través de la falda era capaz de sentir la frialdad de su piel extremadamente pálida. Lo único que podía contar como adorno, además de la bufanda azul, eran los auriculares que cubrían por completo sus orejas, que tenían la apariencia de una flor: cinco pétalos de un color verde turquesa con líneas de tonalidades zafiro. El cable parecía un simple cordel rosado que terminaba en un conector con apariencia de adorno para el cabello floral y dorado, unido a un reproductor que apenas notó en su cuello.
Se quedaron en esa posición durante un tiempo, Himiko tirada en el suelo, haciendo lo posible para no desmayarse al estabilizar la respiración, además calmar el ardor de su rostro ante la chica linda que estaba frente a ella… Tacha eso, «preciosa» era más acertado. ¡Era como una muñeca! Si las muñecas parecieran tener siglos a cuestas y lucieran una mirada como esos viejos veteranos de guerra de las películas extranjeras. Pero, lo que no podían quitarle o negar era un solo asunto: la chica era antinaturalmente hermosa. Era tan hermosa que no pudo evitar sentir que había algo mal en lo que estaba viendo.
—¿Necesitas ayuda?
La pregunta salió con tanta monotonía que Himiko tuvo que repetir el mensaje en su cabeza. Su voz debería ser clara y agradable, como terciopelo, pero la frialdad evitó que cualquiera que la escuchara lo percibiera. Pero ¡Himiko era diferente! ¡Le gustaba su voz! ¡También su cara! ¡Quería ser amiga de esta chica! Solo lamentaba que fuera de día, estaba segura de que podrían profundizar su relación mucho más rápido en un lugar más privado.
—¡Estoy bien! — gorjeó mientras se ponía de pie de un salto.
La chica ni siquiera parecía desconcertada ante su muestra de energía. ¡No la conocía y estaba segura de que sería un trabajo conseguir cualquier expresión de su parte! Aunque eso ni siquiera sirvió para apaciguar su emoción. ¡Siempre era divertido conocer personas nuevas e interesantes! ¿Quién diría que un paseo por el parque la llevaría a esta reunión?
—¡Dime, linda señorita, ¿cuál es tu nombre?!
La chica mayor solamente levantó una ceja ante su pregunta. Pasaron unos cuantos segundos hasta que Himiko sintió algo golpeando su cabeza con suavidad. Notó que era una botella, pero se centró más en su murmullo.
—Yuki Minato.
—Yuki Minato… —comenzó a mascullar mientras tomaba el agua con sus propias manos —Yuki… Mina… ¿Nato?... — negó con la cabeza —Yumi… Yukimi… Yukimi… ¡Yukimi! ¡¿Puedo llamarte Yukimi-chan?!
La chica —Yukimi— devolvió una mirada completamente en blanco. Al final, se encogió de hombros de forma casi imperceptible y dijo:
—Si quieres.
Himiko solo devolvió una amplia sonrisa mientras abría la botella. Bebió un poco para hidratarse y evitar un golpe de calor. Ya fue suficiente desmayarse una vez gracias al aroma. ¡No quería una segunda mala impresión! Aunque, ¿de qué deberían hablar? ¿Tal vez podría preguntarle cómo mantenía su cabello tan bien cuidado? Podría no ser bueno, era obvio que no lo cepillaba. ¿Tal vez era por su Quirk? Pero, ¿no era su Don algo relacionado con el hielo?
Mientras cavilaba sobre cómo hablar con la otra parte, vio cómo Yukimi volteó para comenzar a caminar hacia la salida del parque. Presa del pánico y sin saber qué hacer para mantenerla allí, se lanzó en su dirección y sostuvo una de sus manos enguantadas. La sintió tensar todo su cuerpo, como si se preparara para atacar. Himiko casi hizo lo mismo de forma instintiva, pero no quería asustarla. ¡No era así como se hacía amigos! Además, ¿quién se iba sin siquiera despedirse? Tal vez iba a buscar algo de beber para ella, ¿no? Himiko no había hecho nada para ofenderla.
—¿Necesitas algo? — preguntó, sin intentar liberarse.
¿Qué decir? ¡Se estaba marchando! Pero no habían hablado nada, solo le dijo su nombre. Tenía tantas preguntas que hacerle. ¡Estaba segura de que podrían hablar de muchas cosas, se veía muy inteligente! Incluso así…
—¿Podemos vernos otra vez?
¡Quería quedarse más tiempo con ella, pero ¿y si tenía algo importante que hacer?! Himiko no quería ser una molestia. Giran dijo que, si insistía mucho a las personas, terminaría por hacerlas enojar. No entendía. ¿No era normal querer estar con personas interesantes y divertidas? Yukimi se veía muy misteriosa, por lo que debería ser interesante, ¿no? ¡Apostaba que tenía muchas cosas geniales que decir! Pero iba a seguir su consejo, era viejo, así que tenía que ser inteligente.
Yukimi levantó una ceja, pero no dijo nada. Se sumergieron en un largo silencio, todavía en las mismas posiciones un tanto incómodas y Himiko apenas podía mantenerse en su sitio. ¿Por qué le tomaba tanto tiempo decidir? Tal vez no lo había escuchado. Estuvo a punto de repetir su pregunta cuando respondió:
—Mañana. Aquí. Misma hora.
Sin decir más, Yukimi se liberó de su agarre y continuó caminando. Himiko, de pie allí, sintió que una amplia sonrisa partía su rostro a la mitad. ¡Acababa de hacer una nueva amiga! Y una señorita muy linda. ¿Cómo se sentiría ser ella? ¿Cómo sería tener un aroma tan exquisito siempre? Era como la primera vez que olfateó la sangre, ¡solo que mil veces mejor!
Himiko palpó su rostro, caliente por toda la sangre que había subido a sus mejillas. Tuvo que contenerse toda la conversación para no hacer nada precipitado. Las navajas escondidas en su ropa ardían de la anticipación. Su garganta se sentía tan seca que comenzó a beber con avidez, derramando agua por la comisura de sus labios en la desesperación… y ni siquiera estuvo cerca de calmar su creciente sed.
Minato miró la mano que estuvo sosteniendo la chica unos momentos atrás, cerrándola y abriéndola unas cuantas de veces. Estuvo repitiendo la acción con dicho apéndice por un par de minutos, era como si esperaba que no fuera su propia extremidad y saliese corriendo en cualquier momento, o incluso hablara de la nada. También palpó sus muslos, tratando de encontrar cualquier sensación extraña, alguna picazón o molestia. Al final, no hubo nada, y todavía no era capaz de explicar por qué no sintió la necesidad de destrozarla allí mismo. Nada de esto tenía sentido. Si pudiera averiguarlo, no sería malo encontrarla de vez en cuando.
§
III
§
—¡Me estás ignorando otra vez!
La voz de Nekohime la sacó de su estado semi-meditativo que utilizaba el año pasado para sortear las clases de cierto profesor al que le gustaba divagar. Un asentimiento aquí, un tarareo por allá y pocos serían los que notarían que en realidad no estaba escuchando gracias a su rostro inexpresivo. Pero, al parecer, esta chica había visto a través de su hábito.
Soltando un suspiro, miró a su interlocutora. Parecía… ¿enojada? ¿Herida? ¿Irritada? Su habilidad para leer a las personas recibió un golpe luego de tanto tiempo sin interactuar profundamente. Era capaz de hacerlo todavía, pero no con tanta precisión. Lo único que podía decir era que, al final, no le gustó ni un poco que no lo estuviera prestando atención.
—Estaba pensando en el día en que nos conocimos.
No una verdad completa, pero tampoco una mentira. Incluso si su habilidad social estaba, en la actualidad, a nivel de la ineptitud, todavía no era lo suficientemente tonta como para decirle a una chica: «Estaba cuestionando la razón de nuestras reuniones». ¿Podría ser esta la "intuición" femenina de la que tanto hablaba Yukari? Estaba divagando, otra vez.
—¡Oh! También me sorprendí. ¡No pensé que caería en el regazo de una chica linda y mucho menos que me haría su amiga!
Allí estaba otra vez. Cuando era hombre, Tanaka lo había llamado guapo y quiso que modelara, pero hasta allí. Ahora… simplemente prefería no ver su rostro. ¿Era así de atractiva? El coqueteo que experimentó durante sus primeros días podría ser una evidencia, pero, si la mayoría era como la primera vez que conoció a Junpei, y si la palabra de Yukari tenía veracidad, muchos de ellos saltarían tras la primera falda. No conseguiría respuesta si no lo hablaba directamente.
—¿Soy realmente atractiva? — preguntó mientras inclinaba la cabeza.
—¡Lo eres! Pero deberías cuidar tu cabello, ¿sabes? No puedes tenerlo tan enmarañado, no es bueno.
Estaba tentada a decirle que los bollos en su cabeza necesitaban un ajuste urgente, pero mordió su lengua. Había aprendido que no se comentaba la apariencia de una chica… Por otro lado, ¿tenía el derecho de hacerlo ahora? Tal vez… Desde un punto de vista, alguien que no cuidaba su apariencia no tendría opinión sobre las apariencias de los demás. Desde otro punto de vista, era una chica. Como chica, ¿tenía derecho? Aunque, supuso que seguía sintiéndose atraída por chicas y su forma de ver las cosas podría estar sesgada, así como el hecho de que fue un chico y a veces seguía pensando como tal… Divagando.
Negando con la cabeza, miró a su compañera. Ni siquiera sabía cómo podía averiguar lo que quería para poder terminar todas estas reuniones sin sentido. Incluso con la existencia de Quirks, todavía había estándares de lo que podría o no ser aceptable para la sociedad, o lo que podría ser catalogado como una insensatez. En resumidas cuentas, estaba prohibido ir y preguntar: «¿Tuviste alguna experiencia extraña con la Muerte que pudiera llevarte a llamar su interés? Por cierto, soy la Muerte, al menos la representación física del concepto pacífico y provengo de otra dimensión». Sí, había formas más sencillas de suicidarse socialmente.
Bueno, si lo pensaba bien, tampoco había alguna razón para decirle que algo había pasado en su vida. Si todavía fuera la misma de un año antes, le habría resultado sencillo hacerlo. Además, tenía la ventaja de impulsar su repertorio de Personas, lo que era una motivación bienvenida y la única razón por la cual comenzó el asunto de «hacer» amigos y expandir su círculo social, aunque fuera solo un poco. No duró demasiado esa mentalidad, y más allá de vincularse con el S.E.E.S., Elizabeth, o Ryōji, apenas conoció gente.
No le sorprendió cuando la llamaban psicópata. ¿Jugar con los sentimientos de los demás solo por un impulso de poder? La única razón por la cual nunca continuó con aquello fue porque lo encontró más molesto de lo que valía, a pesar de toda la fuerza que fue capaz de adquirir. Y ni siquiera fue suficiente. Oh, por supuesto que no sería suficiente. Nunca era demasiado fácil. Porque, cuando tuvo algo que fue más que una herramienta, cuando algo precioso estuvo al alcance de su mano, le fue arrebatado.
La humanidad le arrebató lo que una vez llegó a apreciar, y a quien aprendió a amar. Su maldito deseo de suicidarse la llevó a ella a la perdida. ¿Fue tan difícil encontrar un maldito rincón abandonado del mundo e ir a morir sin afectarla a ella por sus estupideces? Toda su maldita vida fue así. El accidente, los hogares de acogida que solo veían un…
—¿Yukimi-chan?
Necesitó toda su fuerza de voluntad para no sacudir la mano que la sostenía. Mordió su labio hasta que el sabor cobrizo inundó sus sentidos y fue capaz de traerle algo de paz. El dolor era bueno. Había aprendido que el dolor era señal de que estaba viva, al menos así lo fue antes, una herramienta para las batallas venideras. El dolor la mantenía enfocada. Ayudaba a que su mente se mantuviera donde debería.
—¿Estás bien?
Se las arregló para no sentir repulsión ante el tono de preocupación. Era enfermizo. Hipócrita. ¿Se veía bien? Por supuesto que se vería bien, al menos del cuello hacia arriba. Este cuerpo no podía hacer otra cosa que verse bien. Consideró, por un segundo, recoger sus mangas y observar su expresión horrorizada. Tal vez eso podría ahuyentarla. Y si no, siempre habría otras partes de su cuerpo que podrían ayudar.
En lugar de arremeter, pasó por un par de ejercicios de respiración que había aprendido de Mitsuru para mantener sus emociones bajo control. Qué divertido era el hecho de haber comentado que nunca los iba a usar. Era un maestro, o fue un maestro, en mantener sus sentimientos en un cajón sellado, si todavía quedaba algo allí. Ahora, apenas podía poner un pie fuera de su casa, a pesar de que la ironía no se le escapaba. Estaba mucho más vacía que en el pasado, pero sus problemas solo aumentaron.
—Estoy… bien.
Por la mirada que recibió, era obvio que no había caído en eso. Odiaba que la miraran así. Se negaba a ser vista como una cosa frágil al lado de la acera que alguien podría vislumbrar con lástima. ¿Debería arrancarle los ojos para que dejara de…
Aplastó el sentimiento. No aquí. No ahora. Conseguiría lo que quería de esta chica y luego separarían sus caminos. Incluso, le estaría haciendo un favor al no volverla a ver. El S.E.E.S. experimentó lo que significaba formar parte de la vida de Yuki Minato. Sus padres sufrieron la desgracia de concederle la vida a Yuki Minato. Su…
—¡Ya sé!
No iba a admitir que se sobresaltó un poco debido al grito repentino. Tampoco iba a admitir que apenas fue capaz de retener un grito muy poco… Pensándolo, no importaba si ahora dejaba de hacer cosas masculinas. Supuso que sería la costumbre, ¿no? Tantos años viviendo como hombre, no importaba cuánto se acostumbrase a ser «ella», todavía quedaba algo de «él». Divagando.
—¿Qué tienes en mente?
Ni siquiera sabía si debería preguntar. Sus ojos tenían el mismo brillo hambriento que Yukari cuando notó un gran descuento de ropa. Esa mirada de depredador se quedó grabada en su mente. Admitiría que en el pasado siempre fue un hábito mantenerse a la moda; las personas eran quienes conocían y lo que proyectaban, por lo que verse bien era un requisito social. Pero ese día fue una tortura que preferiría haber olvidado.
—¡Tengo un cupón de descuento en el nuevo menú de una pastelería famosa que acaba de abrir! ¿Has escuchado hablar de Nanan? ¡Dicen que sirven pasteles deliciosos, pero no había podido ir porque no tenía dinero! ¿Quieres ir conmigo? ¡Sería un día de chicas!
Era más que obvio que quería animarla con esto. Supuso que la mayoría de chicas estarían alegres por una ocasión como esa, ¿no? Ignorando el hecho de que sus reuniones eran, técnicamente, «día de chicas», un lugar que servía dulces de alta calidad —porque incluso ella había escuchado hablar de Nanan—, con una «amiga» con la cual charlar durante todo el día parecía ser la norma. Al menos sabía que Yukari hacía eso a menudo, e incluso Mitsuru tenía debilidad por los postres tras su exterior de senpai perfecta.
La peor parte era que la invitación se estaba desperdiciando en ella. Debería decirle que invitase a otra persona, pero sabía que rechazarla podría lastimarla. Bueno, lo dudaba en realidad, pero sí la pondría de mal humor o algo parecido. Sería descortés negarse, eso también.
—¿Cuándo nos reunimos?
Sabía que se iba a arrepentir de aceptar la oferta, su instinto se lo estaba advirtiendo. Simplemente lo hizo callar cuando la vio sonreír ampliamente. Al menos fue un paso en la dirección de una relación donde podría indagar en su vida privada. Solo tenía que soportar la tortura que se avecinaba y estaría bien. Nada diferente de lo que ha sido su vida.
—¡Nos vemos en dos días!
Y así se marchó, con un salto en su paso y un tarareo un poco desafinado. No porque tuviera mala voz, simplemente era demasiado errática como para mantener el ritmo de lo que sea que estuviese en su cabeza. Solo pudo suspirar ante la vista. Nunca había tratado con alguien así, y sabía que, en el pasado, al menos, habría resultado sencillo sobrellevar el asunto. Ahora estaba… simplemente agotada. Demasiado cansada.
§
IV
§
Existían momentos que la hacían olvidar que la Academia Yūei no era como cualquier otro lugar en el que había estado. Claro, estar presenciando una clase aburrida y fácil —para ella— ayudaba a cualquiera a olvidar que estaban en un mundo donde la gran mayoría de humanos tenían superpoderes, y que una fracción de ellos eran capaces de tumbar una ciudad a capricho. Y el hecho de que muchos encontraran los exámenes de final de trimestre como una preocupación mayor solo ayudaba a que el sentido artificial de normalidad intentara envenenarla.
Había terminado de responder las preguntas, pero era política de la escuela esperar a que el tiempo acabara antes de hacer la entrega. Lo que dejaba un poco de holgura para pensar. Realmente, era fácil olvidar que, en algún edificio del enorme campus, el Departamento —o Curso— de Héroes estaba aprendiendo cómo «salvar el día». Apenas podía imaginar cuál era la evaluación de los de segundo año del Curso de Héroes. Tampoco le importaba, dicho sea de paso.
Si tenía que ser sincera, odiaba la escuela actual. La sociedad de Héroes era un matadero finamente elaborado. ¿Por qué molestarse en un sistema que lastimaba los alimentos? No. Hágales creer a los cerdos que era un honor caminar hasta el matadero, que no le estaban haciendo un favor a la sociedad; todo lo contrario, la sociedad les estaba haciendo el favor al permitirles ser sacrificados. Mentalidad de manada enfocado al autosacrifico, pero de una manera más retorcida que el ideal de Kant sobre la bondad humana.
Si la sociedad era un matadero, ¿dónde dejaba eso a Yūei? El criadero. Allí era donde se depositaban los sueños, donde se adulteraba la naturaleza del altruismo, donde se adoctrinaba a las futuras generaciones. Una institución acreditada que llenaba la cabeza de sus estudiantes solo con fantasías, y esto no parecía ser lo peor del asunto.
A pesar de que a Minato no le importaban los rumores, o mucho en general, era fácil escucharlos cuando no se hacía nada más que estar sentada y pensar. La metodología del Curso de Héroes era insana. Si había que creer algo no solo de lo que escuchó de sus compañeros de clases, sino también del trio maravilla, uno de los maestros expulsó toda una clase de primer año solo porque no cumplía con sus estándares. Y era el maestro con la mayor cantidad de alumnos expulsados.
Minato era consciente de muchas estupideces de la humanidad, y sus Personas solo ayudaban en el asunto. Y esta era una de las cosas más estúpidas que hubiera escuchado, y la mayor en esta vida mortal. ¿Acaso estaba esperando que todos los estudiantes superdotados cayeran en su regazo? Porque, de ser así, aquel idiota no sabía el significado de una escuela, un lugar de aprendizaje para mejorarse a sí mismo. ¿Algunos merecían la expulsión? Criterio institucional, verdaderos estándares y no creencias personales.
A pesar de que era el trabajo del maestro nutrirlos en lugar de abandonarlos, era gracioso el hecho de que reflejaba la sociedad. Sí, era un ambiente controlado donde ser un héroe se enaltecía hasta el punto en que muchos tirarían extremidades o la vida para alcanzarlo, lo que, de forma curiosa, generaba más Villanos. Pero, el truco estaba en que, al igual que el maestro de Yūei hizo con sus estudiantes, la sociedad abandonaba a los héroes una vez que los exprimían hasta la última gota. La humanidad en su más pura expresión. Niegan su ser, vuelven exclusivo el uso de lo que los hace personas en esta sociedad y crean estos títeres.
Restringir los Dones, a pesar de ser necesario para disminuir el caos, solo hacía que las cosas empeoraran. A nadie le gustaba que le dijeran qué hacer; sería como necesitar una licencia para caminar. Tal vez la analogía no era correcta, pero monopolizar, coaccionar y adoctrinar para poder utilizar algo con lo que nacieron no era, ni de cerca, un trato justo. Sinceramente, solo podía estar impresionada de que un sistema como este siguiera funcionando y nadie, hasta ahora, decidiera que había tenido suficiente.
Existían grupos de protestas y foros en Internet, pero nadie que diera un paso al frente para derribar el statu quo. Tantas agendas que podrían impulsarse con la milagrosamente mala gestión de todo. Grupos cuyos Quirks eran vistos como malvados o personas que buscaban usarlos libremente, el cual, para su sorpresa, todavía no había prosperado.
Su suspiro coincidió con el sonar de la campana que finalizaba la clase. Se mantuvo en su sitio mientras el maestro pasaba por los asientos y recogía las hojas. Estuvo segura de que recibió una mirada de desaprobación. La mayoría de los maestros le daban una, estaba tan habituada que se preguntaba por qué insistían en seguir haciéndolo. Al final, no era culpa de nadie más que de Elizabeth el hecho de que Minato estuviese repitiendo año, lo que desencadenaba no prestar atención a algo tan aburrido.
Mirando el paisaje a través de la ventana, apoyó la barbilla en la palma de su mano. ¿Qué hacer? Había quedado para reunirse con Nekohime mañana, por lo que no había necesidad de verla hoy. Y realmente no tenía ni las ganas, ni la energía para tratar con alguien, mucho menos una persona tan excitable. Hoy era uno de esos días en los que le gustaba quedarse en casa y solo languidecer hasta el día siguiente… Sonaba tentador.
Normalmente no se lo pensaría dos veces en no estar con una persona, pero, como no tenía una forma de contactar a Nekohime, lo más probable era que se quedase esperando allí hasta que descubriera que no iba a aparecer. Lo que de seguro tomaría unas horas. Minato todavía tenía cierta decencia como persona, por lo que no estaba en su lista de placeres dejar plantada a los demás. Pero, si iba, estaba segura de que terminaría escuchando sus locas divagaciones, lo que era contraproducente.
Una sonrisa irónica estuvo cerca de formarse en su rostro. ¿Cuándo había pasado de evitar la degradación de la humanidad, luego a la destrucción de esta para, al final, terminar así? Su mayor preocupación era si reunirse o no con el dolor de cabeza apodado Nekohime. Cuánto daría para que ese tipo de preocupaciones se trasladasen a su yo del pasado, a todo el S.E.E.S., a pesar de las consecuencias que eso traería por sí solo.
—Yuki-san. — reteniendo un suspiro, decidió que lo mejor sería ignorar y seguir pensando mientras caminaba, por lo que se puso de pie y tomó su bolso —Estábamos pensando en ir al karaoke para relajarnos un poco y…
Desconectó la conversación, además de los alrededores, e iba a seguir con su camino, no era la primera vez que recibía una invitación de ese tipo de alguno de sus compañeros de clase. Percibió las miradas de aprensión por derribar la cortesía japonesa; que todavía tuviera decencia no significaba que le gustasen los estándares japoneses. Qué ilusa de su parte creer que ya se había terminado el asunto de socializar, pero, al parecer, todavía estaba presente ese grupo de apuestas sobre quién conseguía que asistiera a algo, sin importar cuántas veces rechazara; o, pensándolo bien, esa fue la razón de su existencia. Como mínimo no era uno sobre quién se acostaba con ella, al menos según su conocimiento.
En el momento en que sintió una mano tocando su hombro, fue como si el mundo se hubiera detenido para ella. La comprensión la llenó de horror, o al menos algo equivalente dada su situación actual. De inmediato tensó todos los músculos de su cuerpo, apretó los dientes y trató de llevar su mente a un estado de calma. Todo sucedió en lo que sería un parpadeo antes del desastre.
Ö̴̬̲̖͎̙̯̣͍̤́͆́̽̿̓͑d̴̠̙̗͉̼̪̬̮͛͒͒̀i̷̪͔̬̐̈ó̶̧̫͗̿͂̊͘͝͝,̸̡̱̺̭͈̘̗̆̐̕ ̵̠̝͈̠̖̀̀̈́̔̆͗̐͘o̴̡̧̺̜̼̥̙̓̂̆d̶͕̝̖̹̜̘̲͒̐̀̽̇͜î̶̜͎̥́̈́͗̈́̓o̴̧͈̱͓̳̖̭̙̥̿̄̅͌̈́̿̕,̶̳̠͂͂̃ ̵̢̺̪̪̦̬͚̅̽͆̃́̔́͝ơ̴̼̯̜͓̠̆̿̈̏̿̓͝d̷̨̡̪͓̼͎̩̙̜̅̍į̷̠̮̥̟̥̹͓̈̒͐̊͝ö̴̡̥́̎͜,̸̟͇̉̏ ̸̬̞̬̮̫̟̺̑͛ǫ̷͉̭̯̙̻͗̈̋̍͆̌͘̚͝d̶̪̖̲̳̳̘̱̿ͅi̵̭̫̱̼͋o̵͈͎͍̓̉̋̿̽͛͜͠,̷͙̝̝͍̮̣̱͔̍̈́́̾ ̷̭͓̘͎̳̩͌́̾̍̏̃̕͝͠ó̸̡͚͚͎̩͍̹̬̮̀̀͐̐̀̒d̶̨̛̼͇̬͗̽̈̂i̸͚̎̃̒͆͌͐͝͝ȯ̵̦͇́͐̉̿́̀̍̕,̶̡̻͉̩̱͕͖̃͑ ̵̧͉͉̽̓̑̇̕̚ơ̷̝͕̎̀̀̆̇̀̂͑ď̴̗̺̠̈͘͜͜ì̴̖̖̩̱̙̯̙̻̩̍̈́͋͋̕ŏ̴͕̋,̶̧̢̢̛̺̠̜̐̓̎͆͒̕͜ ̷͎̣͠ǫ̴̡̻̮͓̹̪͋̍̈́̔̾́d̵̤̋̒̑͂̄̾̓͆͘ͅi̴͕̗̣̖͔̜̞͇̾ó̶̥̹̞͐,̷̛̹̜̜͇̗͕̯̍̈́̕͘͠͝ ̸̛̦͉̇͌́͆̒̎̽̉ǫ̵̘̣̲̥̟̭̘́̉̈̆̀̔͝ͅd̷̨̻̩̩́̽́̀̽ͅȋ̶̲͔̩̥̺͙͚̗ͅo̷͈͈̯͗͝,̷̯͉̞̺̦̋̓͜ ̴̮͎̺̰̺̙͖͗́̾́̓͗̂͋̔o̷̧̯̫̦̣̦̓͜d̷͓̥͙̺̤͇̟̻͂̑͊̉̈́͒͐͗̚i̴͙͉͚̥͈̙̟̋o̶̝̭̱̾͋̆́̏̓̌̆,̷̛̻̫͂́͐̈ ̴̡̣̲̱̖̟̭͋̅͜͝ȯ̷͕̰̝̓̑̎͆̈́̑d̷̛͚̮̹̮̼̟̐̌̄͋́͝ͅḯ̷̡̨̔͠o̴̱̤͂̇̉̽̈́̆̾̆̈,̸̬͕͈̯͕̱͆͋̀̎̍̚͠ ̵̛͉͈͇̥͆̐̐̏̾́̚̕o̵̹̙̟̫͖͙̜̻̐̇͑̎̎͒̀̕ͅd̴̛̖̺̼̍͛͂͊̆̕i̸̛͇̳̹̝̮̔͑͌̾o̸̻͇͖̭̎́,̷̥͕̳̪̌̓̊̀̚͝ ̸̳͖͓̞͕̝̞̮̎̌̓͋̔̏ȍ̴̡͎̼̊͂̈́̉d̴̢̨̢̦̱̅̀̄̈́͜į̴̛͓͕̜̽̒͐́̾͋̈̈͜͜o̴̫̞͎͕̤͉̫͐͑́̃̒́̃̈́,̶̨̭͓̉́̀͒̉̾̐ ̶͈̯͔͇̉͛͊̽̄̾͘ő̵̡̬̕̚ḑ̷͇̻͖̲̠͖̰̇̎͛͘͝ì̴̥̾͐̃͘ǫ̴̧̥̪̬̟̬̥͒̐̎̓̔̆̉͒,̶͈̑̀͠ 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Retrocediendo un paso, golpeando la mano ofensiva que se había atrevido a tocarla, hiperventilando mientras obligaba a esa parte de «ella» a dejar de invadir sus pensamientos. Todo era ruidoso en su cabeza, desordenado, demasiado rápido como para darle sentido, demasiado caótico como para intentarlo. No se detenía. Y todos estos asquerosos humanos no dejaban de verla como si fuera alguna especie de atracción turística. D̵͇̖̂ẽ̵͉͓̻̣̕b̴̥̱͑̀e̶̘̗̐́̽r̴͔̖̣̈́̇í̵̻̞́a̸̘̼͑͊̂̀ ̵̞̤͉̄͝m̵̘̱̰͊̇a̷̟̘̦̎͘t̴̫̫̀̈́a̷̢̝͇̒r̷̻̻̤̼̔͂̈͋̂l̶͇̋̈́ō̸̗̦̺̾́̔̚ŝ̷̱̼̿̓͝ ̷̥͓̤̿̂͑́͘s̴̻̦̬̊ǫ̷͌͗ļ̴̘̠͊̽̀͘o̵̻̟͛̇̍ ̷̯̓͝p̴̣̔̒͒͆̏ͅͅo̸̰͋̀̓̅͆ͅȓ̸̡̘͇͐͒̔ ̸̫̼̗̯̼̌̈́ẻ̵̜̑s̴̗͖̓̿̅̍͐á̷͓͚͜ ̸̗͎̻̀̉̒̈́t̷̹̃r̶̞͇̩̈́a̴̰̖̜̲̍̏̿̎͝ǹ̷̯͙̰̀͜s̶̞͛̽ͅg̴̟̘̯̎͆̚r̴͚̝̃̏́̂ē̵̜̞͓̱̜s̷͇̮͓̈́͑͜ͅi̷̹̝̗̇̕͝͝ớ̸̢̲̥̾͐̍͝ņ̴͈̼͍̼̅̈́…
Negando con la cabeza, tomó el bolso con fuerza y salió a trompicones de la clase mientras todos los asquerosos ojos humanos seguían cada uno de sus movimientos. Estuvo cerca de tropezar con alguien que estaba en la puerta de entrada, pero su entrenamiento la ayudó a evitarlo, a evitar contaminarse con su toque, a riesgo de casi estamparse contra el suelo.
Se apoyó en la pared del pasillo mientras andaba, intentando mantener un paso firme, haciendo todo lo posible por equilibrar la respiración errática y los temblores de todo su cuerpo. Apenas fue capaz de evitar matar a ese maldito idiota que la tocó. De no haberla mantenido bajo control, se habría desatado un baño de sangre en el curso general, obra de una Quirkless. Ya podía imaginar el primer plano de las noticias.
Por esto odiaba los malditos lugares concurridos. ¿Por qué los humanos eran incapaces de mantener las manos para sí mismos? ¿Era tan complicado solo verla desde lejos y nada más? Más de una vez se había visto obligada a pasar por esto, solo porque algún mortal idiota quería tocarla.
¿Por qué no podían dejarla sola? ¿Era una tarea imposible el mantenerse alejados de ella? ¿Era tan difícil ver que ya no quería tener nada que ver con la humanidad, nada que ver con lo que se había convertido? ¿A pesar de todo lo que les había ofrecido, todavía querían más y más de ella? ¿Hasta cuándo iban a estar exigiéndole estos codiciosos humanos? ¿Solo la dejarían sola una vez que su cadáver no pudiera entregarles más? Aquel futuro era divertido, al mismo tiempo que aterrador. Estaría obligada a seguir ofreciéndoles por toda la eternidad.
Hubo un momento en que sus piernas le fallaron, por lo que tuvo que utilizar la pared para no caer. Su respiración había empeorado. Dolía. Estaba acostumbrada al dolor, tanto físico como mental; no pasabas por el infierno literal sin aprender una o dos cosas. Pero aquí estaba. Incapaz de resistir esto. Era un tipo de sufrimiento diferente, uno nacido de negar su propia naturaleza, su propósito.
Como la representación de la Muerte Pacífica, perseguir a los transgresores era opcional, pues había distintos conceptos para la Muerte y ninguno primaba sobre el otro salvo por los caprichos de Destino. Pero aquí, con un fragmento de «ella»… siendo «ella»… negarse a matar humanos… dolía demasiado. Solo quería soltarse, masacrarlos, alimentar esa parte que crecía con la degradación humana. Podía sentirla agitándose bajo su ropa, resentida por ser reprimida, ansiosa por ser liberada… la presencia de tantos mortales alrededor, imaginar todas las formas de profanar la vida… solo la ilusión en su cabeza la extasiaba.
—¡Minato-chan!
Soltó un largo y sufrido suspiro. Justo hoy, cuando no quería tratar con nadie, ocurría todo esto. ¿Era alguna especie de karma instantáneo por considerar dejar plantada a Nekohime? Ni siquiera debería estar restringida por las retribuciones divinas. Pero, aquí estaba. No solo… contaminada, mancillada por una mano mortal, sino también tendría que espantar al trio maravilla. Malditamente perfecto.
Miró en su dirección, intentando que no se notase el desprecio hacia los humanos. Estaba segura de que había fallado, era difícil controlar sus expresiones cuando estaba a solo un paso de matarlos a todos sin contemplaciones. Solo por controlarse, solo por ser capaz de quedarse allí, en lugar de convertirse en una Ker homicida, merecía alabanzas.
A la cabeza del trio iba un estudiante rubio con la expresión más tonta que hubiera visto en este mundo —en sentido literal—, pero no porque fuera un idiota consumado. Eran los rasgos amables y desinteresados, era esa mirada que intentaba contrastar con todo lo que Minato sabía de los humanos. La enfermaba. Era alto, al menos una decena de centímetros más que Minato, y ella no era baja para una mujer, pues conservaba su estatura de cuando era hombre. No solo era alto, sino también musculoso, pero no amenazante.
El otro que más destacaba lo hacía porque no quería destacar. Caminaba encorvado, pegado a la pared, intentando ocultar su rostro con su cabello azul ligeramente purpúreo. Tampoco ayudaba que sus orejas fueran más largas y afiladas que las de una persona normal. También era más alto que Minato, pero más bajo que su compañero, además de mucho más delgado. Cuando lo vio a los ojos, el chico desvió la mirada, aterrado. Al menos uno de ellos conocía su lugar.
La última era una chica con un cuerpo por el que muchas estudiantes matarían a pesar de que era más baja que Minato. Le gustaba proyectar una expresión siempre sonriente y lo que podrías esperar de una cabeza hueca, enérgica y amigable; era como una versión más centrada, controlada, estable y, claramente, inteligente que Nekohime. Ojos de la misma tonalidad azul claro que su largo cabello hasta las rodillas, más corto que el de Minato solo por su extraño peinado, porque la longitud real era apenas superada por la de Minato, y solo por su apariencia sobrenatural; la otra chica debía dedicar horas a su cuidado.
El trio maravilla, en orden, era Tōgata Mirio, Amajiki Tamaki y Hadō Nejire. Tres de los mejores estudiantes del Curso de Héroes, atrayendo miradas a sus corbatas rojas, que contrastaban con el azul del Curso General. No eran las personas más molestas con las que se había visto atrapado, se tendía a conocer a muchas cuando alguien pasaba de un hogar de acogida a otro. De hecho, algo, no sabía qué, cómo o por qué, le recordaba al S.E.E.S. cada vez que los veía. Era posible que, gracias a su constante inestabilidad mental, solo estuviese proyectando demasiado, pero nunca lo pensó en exceso y solo fluyó con la corriente.
Lo único que odiaba del asunto era lo pegajosa que era Nejire, y todo por un maldito incidente en el que pareció que estaba jugando a la Heroína. No tuvo intenciones de hacer algo así, pero supuso que, a los ojos de los demás, ella era una Quirkless que añoraba ser una Heroína, o alguna tontería así. No importaba cuánto desmintiera el asunto, cuánto la ignorase en algunas ocasiones, nunca se detenía. Era molesta. Sus preguntas nunca paraban. Al menos Nekohime hablaba de cualquier cosa y no intentaba invadir su privacidad. Nejire no tenía ese tacto, e incluso la obligó a llamarla por su nombre de pila, que también era su nombre de Heroína, solo que con un «Chan» al final.
Cerrando los ojos, permitió que su mente viajara por el carril del recuerdo. Tal vez sería capaz de estabilizarse al concentrar sus neuronas en otro asunto. No sabía si podría tratar con ellos sin intentar matarlos.
§
V
§
Habían pasado ya una cuantas semanas desde que aceptó asistir a la escuela en la que Elizabeth lo inscribió. Decir que no estaba acostumbrado sería solo la punta de iceberg. Apenas estaba logrando hacer las paces con su nuevo cuerpo, y ni hablar del mundo que lo rodeaba, y esto se debió a que apareció el día en que ocurrió el fin de su mundo. Todos estos bufones que se hacían llamar Héroes, los inadaptados que se clasificaban como Villanos, y los malditos fanáticos de ambos que impulsaban el mercado, no ayudaban en la tarea de aclimatarse, y era lo único que odiaba con todo su ser. Como extra, despertar en un nuevo mundo en la cara de un villano cometiendo homicidio no ayudó a disminuir su confusión.
Hero Public Safety Commission, o bien podrían llamarlos titiriteros, no había mucha diferencia. La Comisión no era más que una correa que, curiosamente, funcionaba también como impulso, constructor y publicista de toda la sociedad actual. Lo peor era que nadie sabía cómo funcionaba en realidad, Minato incluido. Sus regulaciones eran un misterio bien guardado, sus políticas se mantenían bajo la manga e incluso si era capaz de imaginar los tratos turbios en los que estaban envueltos, no había nada para probarlo.
¿Cómo sabía que había tratos turbios? Siempre los había. Ninguna organización era la excepción, y menos aquellas a las que les gustaba promover el adoctrinamiento. Lo reconocería donde fuera, después de todo, fue partícipe de un grupo que utilizó adolescentes, un niño, una androide y un perro para intentar detener el inevitable suicido humano solo para que, al final, fuera aquel jefe quien quisiera la destrucción humana más que nadie, incluso que Strega.
Sintió su sangre hervir cuando pensó en aquel nombre, lo que debió representarse en su presencia, porque las personas de los alrededores cambiaron su comportamiento. Algunos se alejaron de forma inconsciente, y estos eran los que tenían una mayor fortaleza mental. Alguien se derrumbó inconsciente a su lado, otro corrió despavorido mientras gritaba, una mujer de mediana edad se quedó completamente paralizada y estaban aquellos que rompían en llanto.
Todo esto era nuevo para él, más que recordarse que ya no debía llamarse a sí mismo «ore». A medida que fue creciendo, supo que las personas tendían a sentirse incómodas en su presencia, los niños lo evitaban, los adultos se ponían tensos, e incluso si años después descubrió que se debía a Thanatos —independiente de su personalidad defectuosa—, ahora, si no mantenía la presencia de la Muerte bajo control, pasaban este tipo de cosas. A pesar de no haber Hora Oscura para manifestar su Persona —ni siquiera lo había intentado— su sola presencia podría llevar a esto.
Tomando una respiración profunda para calmar sus emociones, cortó su línea de pensamiento actual y retomó la anterior. Se preguntó que hubieran hecho estos bufones contra una verdadera amenaza como lo eran los Arcanos. Seres más allá de la imaginación, para quienes el tiempo y el espacio eran solo sugerencias, no reglas inmutables. Y ellos, un grupo diverso sin nada en común más allá de la tragedia, tuvo que hacerles frente en sus dominios.
A Minato le habría encantado verlos morir a todos ellos en un esfuerzo fútil, en un lugar donde nadie sabría lo que estaban haciendo para salvar a la humanidad de su propia estupidez, donde sus cadáveres serían olvidados y solo servirían como alimento para la parte más oscura de quienes estaban intentando proteger.
Ninguno de ellos sabía lo que era sangrar por una causa justa, pero inútil. Tampoco iba a fingir que era altruista. Era egoísta. La única razón por la cual aceptó todo aquel arreglo tan irrazonable no fue por otra cosa que la curiosidad, pues estuvo viviendo la Hora Oscura desde que tuvo uso de razón; luego estaba la necesidad de acallar los impulsos y darle una salida a una existencia tan vacía como la suya.
Incluso con sus motivaciones menos que puras, estaba seguro de que ninguno de estos bufones habría hecho o sacrificado lo mismo que el S.E.E.S. Todos eran buscadores de fama, cobardes y amantes de los reflectores. Mucho peor que cuando Junpei lo trató todo como un juego, porque él aprendió rápidamente que no lo era.
Detuvo sus pensamientos al ver algo en un callejón cercano, que tenía tablas, tuberías y mucha otra basura, además de escuchar parcialmente lo que estaba sucediendo. Su mente descubrió lo que era de un vistazo y, de hecho, casi sonrió ante aquello. Intimidación. Y racismo, si había que agregar. Se trataba de estudiantes de Yūei; uno de ellos tenía la cabeza de un toro, lo que lo sorprendió un poco tras siglos sin ver un minotauro mientras que, el otro, era normal a la vista y con una corbata azul del Curso General; se trataba de un Quirkless, si había que creer en lo que dijo el intimidador.
Ah, cierto, no importaba dónde estuviese, la humanidad encontraba la forma de degradarse entre sí. Era como un Don propio. Si no nacías con un Quirk, también llamado Don o Peculiaridad, era lo mismo que nacer lisiado. E incluso entre los portadores de Dones, había quienes nacieron con suerte, y quienes tuvieron suerte de nacer. Ella estaba en el lado receptor del desprecio, porque, incluso si su presencia intimidante podría pasar por un Quirk, era de naturaleza sobrenatural, por lo que eso debió llevar a Elizabeth a no establecerle uno; o ella no sabía los cambios de su cuerpo, lo que debería ser imposible, pero, al final, así no llamaba la atención.
Si tuviera que dar una razón de por qué estaba sucediendo todo el asunto de la discriminación, era demasiado simple: los Quirkless les recordaban que no eran más que asquerosos mortales. Era capaz de imaginarlo. En el momento en que el primer Don surgió, fue como si la humanidad hubiera ascendido a algo más, debió ser embriagador sentirse como seres superiores, cercanos a dioses, a pesar de no saber qué era una deidad real y lo aterradora que podía ser.
Los Sin Don, por otro lado, eran ese recordatorio constante e ineludible de que, sin importar lo que hicieran, sin importar lo alto que escalaran, incluso si tenían el potencial ilimitado de evolucionar, no eran más que humanos. Débiles, patéticos y mortales.
A pesar de que el matón promedio —como el minotauro— no era capaz de razonar tan a fondo, lo sentía en su subconsciente. Y lo que estaba viendo era divertido a su manera, porque el agresor era alguien que se estaba entrenando para salvar a las personas. Humanos. Tan contradictorios. ¿Por qué esforzarse en ir en oposición a su naturaleza? Este lo hacía tal vez por la fama, o el generoso cheque de pago que venía con salvar vidas.
Negó con la cabeza. ¿Fue esto por lo que murieron? Lamentable. Estaba a punto de irse, pero no fue capaz de dar un paso antes de escucharlo gritar:
—¡¿Qué estás mirando?!
La voz del minotauro salió demasiado nasal, perdiendo el factor intimidación que alguien de su estatura debería tener. Parecía que Minato no había abandonado su capacidad para meterse en problemas con solo existir. Bueno saberlo.
—Espera… — lo vio entrecerrar los ojos —¿No eres esa perra emo y Quirkless de la 2-C?
Levantó una ceja ante la forma en la cual lo nombró. Sí, dijo de inmediato que era un Quirkless solo para que lo dejasen en paz, era una forma de condenarse al ostracismo, ergo, lo dejaron solo porque nadie quisiera estar cerca de alguien que representaba la mortalidad humana. Al menos a sus ojos. Y aquí estaba, su decisión volvió para morderlo, ¿por qué no era sorprendente?
Pensándolo bien, no fue algo demasiado inteligente, ¿no? Admitir que era un Quirkless en Yūei sería como presentarse a una reunión del Ku Klux Klan sin ser blanco. También era bueno saber que, incluso ahora, había momentos en que su boca corría mucho más rápido que su cerebro. De hecho, ¿no sucedió esto en el pasado? Su boca lo metió en problemas con un grupo de matones, al menos hasta la intervención de Shinjirō. Y aquí estaba, con un matón cerca de un callejón. La vida tenía una forma de ser cíclica que resultaba interesante.
—¡¿Me estás escuchando?!
—No. — respondió automáticamente.
No escuchó nada de lo que había estado diciendo. Y el otro estudiante aprovechó la oportunidad para arrojarlo por debajo del autobús metafórico y escapar de la situación. Ni siquiera era sorprendente.
Esto iba a terminar en una pelea, lo veía venir. Era más que capaz de hacerlo escapar, o paralizarlo y solo retirarse, pero… estaba de humor para la violencia. Después de todo, ¿cuántas veces un humano se ofrecía de voluntario para saciar sus nuevas y brutales tendencias? Y había cosas que podía usar como arma y para mantener la distancia. Siempre y cuando no se dejase tocar, todo debía estar bien. La última vez que alguien siquiera lo rozó… Al menos el cuerpo quedó irreconocible, sería imposible rastrear algo hacia ella y sabía, luego de tantas heridas, cómo limpiar sangre.
El golpe se vio venir a kilómetros. Minato se agachó mientras tomaba por una tubería oxidada cercana, con la que golpeó la pantorrilla de su agresor. Se aseguró de no romper nada, después de todo, los humanos eran frágiles. Pero golpeó fuerte, y fue recompensado con un alarido. Aquel grito fue música para sus oídos. Pero quería más. Necesitaba más.
Sin esperar a que pudiera levantarse o darle la oportunidad de contraatacar, golpeó su hombro, reteniendo lo suficiente como para no romper, pero usando la fuerza para dislocar. El sollozo que soltó fue magnifico. No era suficiente.
Habría seguido, les habría dado rienda suelta a sus instintos si no hubiera escuchado pasos. Se detuvo a tiempo para ver a un grupo que llegaba, guiados por el estudiante que había escapado. Al parecer, se había arrepentido de dejarlo tirado y no esperaba que él hiciera algo por su cuenta, además de que no tenía el valor para hacer algo por sí mismo.
Los ojos de Minato se encontraron con los de la chica que iba solo un paso por detrás de su guía.
§
VI
§
Ö̴̬̲̖͎̙̯̣͍̤́͆́̽̿̓͑d̴̠̙̗͉̼̪̬̮͛͒͒̀i̷̪͔̬̐̈ó̶̧̫͗̿͂̊͘͝͝,̸̡̱̺̭͈̘̗̆̐̕ ̵̠̝͈̠̖̀̀̈́̔̆͗̐͘o̴̡̧̺̜̼̥̙̓̂̆d̶͕̝̖̹̜̘̲͒̐̀̽̇͜î̶̜͎̥́̈́͗̈́̓o̴̧͈̱͓̳̖̭̙̥̿̄̅͌̈́̿̕,̶̳̠͂͂̃ ̵̢̺̪̪̦̬͚̅̽͆̃́̔́͝ơ̴̼̯̜͓̠̆̿̈̏̿̓͝d̷̨̡̪͓̼͎̩̙̜̅̍į̷̠̮̥̟̥̹͓̈̒͐̊͝ö̴̡̥́̎͜,̸̟͇̉̏ ̸̬̞̬̮̫̟̺̑͛ǫ̷͉̭̯̙̻͗̈̋̍͆̌͘̚͝d̶̪̖̲̳̳̘̱̿ͅi̵̭̫̱̼͋o̵͈͎͍̓̉̋̿̽͛͜͠,̷͙̝̝͍̮̣̱͔̍̈́́̾ ̷̭͓̘͎̳̩͌́̾̍̏̃̕͝͠ó̸̡͚͚͎̩͍̹̬̮̀̀͐̐̀̒d̶̨̛̼͇̬͗̽̈̂i̸͚̎̃̒͆͌͐͝͝ȯ̵̦͇́͐̉̿́̀̍̕,̶̡̻͉̩̱͕͖̃͑ ̵̧͉͉̽̓̑̇̕̚ơ̷̝͕̎̀̀̆̇̀̂͑ď̴̗̺̠̈͘͜͜ì̴̖̖̩̱̙̯̙̻̩̍̈́͋͋̕ŏ̴͕̋,̶̧̢̢̛̺̠̜̐̓̎͆͒̕͜ ̷͎̣͠ǫ̴̡̻̮͓̹̪͋̍̈́̔̾́d̵̤̋̒̑͂̄̾̓͆͘ͅi̴͕̗̣̖͔̜̞͇̾ó̶̥̹̞͐,̷̛̹̜̜͇̗͕̯̍̈́̕͘͠͝ ̸̛̦͉̇͌́͆̒̎̽̉ǫ̵̘̣̲̥̟̭̘́̉̈̆̀̔͝ͅd̷̨̻̩̩́̽́̀̽ͅȋ̶̲͔̩̥̺͙͚̗ͅo̷͈͈̯͗͝,̷̯͉̞̺̦̋̓͜ ̴̮͎̺̰̺̙͖͗́̾́̓͗̂͋̔o̷̧̯̫̦̣̦̓͜d̷͓̥͙̺̤͇̟̻͂̑͊̉̈́͒͐͗̚i̴͙͉͚̥͈̙̟̋o̶̝̭̱̾͋̆́̏̓̌̆,̷̛̻̫͂́͐̈ ̴̡̣̲̱̖̟̭͋̅͜͝ȯ̷͕̰̝̓̑̎͆̈́̑d̷̛͚̮̹̮̼̟̐̌̄͋́͝ͅḯ̷̡̨̔͠o̴̱̤͂̇̉̽̈́̆̾̆̈,̸̬͕͈̯͕̱͆͋̀̎̍̚͠ ̵̛͉͈͇̥͆̐̐̏̾́̚̕o̵̹̙̟̫͖͙̜̻̐̇͑̎̎͒̀̕ͅd̴̛̖̺̼̍͛͂͊̆̕i̸̛͇̳̹̝̮̔͑͌̾o̸̻͇͖̭̎́,̷̥͕̳̪̌̓̊̀̚͝ ̸̳͖͓̞͕̝̞̮̎̌̓͋̔̏ȍ̴̡͎̼̊͂̈́̉d̴̢̨̢̦̱̅̀̄̈́͜į̴̛͓͕̜̽̒͐́̾͋̈̈͜͜o̴̫̞͎͕̤͉̫͐͑́̃̒́̃̈́,̶̨̭͓̉́̀͒̉̾̐ ̶͈̯͔͇̉͛͊̽̄̾͘ő̵̡̬̕̚ḑ̷͇̻͖̲̠͖̰̇̎͛͘͝ì̴̥̾͐̃͘ǫ̴̧̥̪̬̟̬̥͒̐̎̓̔̆̉͒,̶͈̑̀͠ 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No supo en qué momento o cómo se arrastró hasta el baño de mujeres más cercano, pero agradeció que estuviera vacío. No creía poder resistirse si veía otro humano. Si antes su respiración era errática, ahora se llevaba el premio. Primero revisó su cuerpo lo mejor que pudo entre el pánico que la estaba llenando. Sin sangre. No había matado a nadie todavía. Pero eso no significaba que su raciocinio no pendiese de un delgado y desgastado hilo en ese momento.
Se apoyó en el lavabo mientras vomitaba bilis y ácido gástrico, sintiendo como si le corroyera la garganta. Ni siquiera tenía el tiempo para preocuparse de lo asqueroso que era, no cuando apenas era capaz de sostener su cuerpo, o cuando debía desviar cada célula cerebral a mantener controlada la cosa bajo su ropa.
Lentamente, la habitación comenzaba a oscurecerse. No lo había notado al principio, estaba demasiado concentrada en no perder lo que le quedaba de cabeza. Pero hubo un momento en que fue notable, el cómo había desaparecido incluso la luz del sol, dejando el baño en la penumbra, momento en que levantó los ojos. Su visión nocturna fue perfecta, al igual que cualquiera del S.E.E.S. Deseó que no lo fuera cuando un rostro blanco como la tiza, de ojos hundidos y sonrisa eterna le devolvía la mirada.
Nejire no era estúpida. Cualquiera que la conociera —conocerla de verdad— lo sabría. Normalmente, la primera impresión que tenían sobre ella era creer que le faltaba inteligencia o perspicacia. Era el mismo efecto que generaba Mirio cuando alguien hablaba por primera vez con él, y nada estaba más lejos de la realidad para ambos. No se podía estar en el top tres de su año simplemente con tener músculos en lugar de cabeza.
En retrospectiva, todo comenzó debido a su personalidad, pero era una imagen que aprovechaba ahora. Era fácil para los villanos bajar la guardia solo con verla, la subestimarían con un solo vistazo; todo lo contrario de personas como Endeavor, que, con solo mirarlo, incluso de civil, todas las guardias se disparaban. También tenía el bono de tranquilizar a los que la rodeaban; una chica alegre salvando el día ayudaba a los corazones de todos.
Como tal, presentarse de tal forma, usar esa imagen, incluso si era solo su personalidad, tendía a crear una idea equivocada sobre ella. No le molestaba particularmente, pero hacía que los demás olvidaran su habilidad para los pequeños detalles y gestos. Por supuesto, la mirada que Minato lanzó hacia ellos cuando Nejire la llamó fue percibida por todo el trio si el estremecimiento de Tamaki servía como prueba. Luego lo ocultó un poco mejor, pero seguía allí.
Cuando se acercaron, lo que sea que le pasara era evidente. Hizo todo lo posible para aparentar entereza y, de no ser porque los tres tenían experiencia de campo y tratando heridos o cualquier dolencia, lo habrían pasado por alto. Fue una actuación perfecta, tenía que reconocerlo, como si lo hiciera demasiado a menudo. Ojos cerrados, como si simplemente estuviese demasiado absorta en sus pensamientos, como gran parte de las veces en las que hablaban; pero se notaba la rigidez de los parpados. La mandíbula tensa y el hecho de que se apoyaba en la pared más de lo que debería, incluso si era sutil.
Por un momento, Nejire quiso fingir que no estaba al tanto, jugar a la chica ignorante como muchas veces en el pasado, como en cada ocasión en que parecía no estar centrada. Si algo había aprendido de su tiempo con Minato desde que se conocieron en la primavera, era el extraño sentido de orgullo que tenía la chica. Esto venía acompañado de una feroz independencia, lo que se reforzaba porque había logrado sacarle la información de que vivía sola.
Pero decidió no hacerlo. Podría seguir con este juego del gato y el ratón, o hacer las cosas de frente. Minato iba a molestarse mucho, estaba segura, pero su seguridad tenía prioridad en este asunto. Más tarde podría escucharla quejarse —si era que lo hacía— sobre cómo era independiente y no necesitaba la ayuda de nadie.
—¿Estás bien, Minato-chan?
Las palabras perecieron sacarla del trance, pero todavía seguía sin mirarlos. No les dio una respuesta, y su respiración se hizo un poco más pesada que antes. Esto, por supuesto, disparó la preocupación de Nejire y la hizo cometer un error que, para ella, en realidad, solo fue una acción cotidiana y lógica. Se acercó a su amiga y puso una mano en su hombro para ayudarla a estabilizarse.
Nejire estaba solo a unos pasos de convertirse en una Heroína Profesional. Y si le agregabas el hecho de que ella, Mirio y Tamaki parecían atraer los problemas como miel a las abejas, significaba que todos vieron su parte justa de acción y peligro. Como tal, sus instintos se dispararon en el momento en que el aire de los alrededores se volvió mucho, mucho más pesado y dificultó la respiración. Sin contar que pareció bajar varios grados, incluso para ser invierno.
El trio se tensó como aquellas veces en las que estaban a un segundo de luchar contra Villanos. Pero había algo que ella olvidó a medida que fue perfeccionando no solo su habilidad como Heroína y su Quirk, sino también su fortaleza mental. Miedo. Al principio no lo reconocía, ya que no lo había sentido desde años atrás, pero estaba allí. Nejire, por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo.
Ellos no eran los únicos. Los pocos estudiantes del Curso General reaccionaron de una forma diferente. Era entendible, posiblemente ninguno de ellos tuvo su vida en peligro más allá de un accidente de tráfico, o el encuentro al azar con un Villano que fue diezmado con rapidez por el Héroe de turno. Los que no se desmayaron por el shock, lloraban o corrían para salvar sus vidas. Todo fue un caos de un segundo a otro, en especial porque, quienes querían escapar, no dudaban en atacar, físicamente o usando su Don, a las personas de los alrededores.
Lo que la sorprendió fue que la fuente de su temor no fue otra que Minato. Y sus miradas se cruzaron. No se sintió como la Minato que estuvo viendo por tantos meses. Sus ojos eran, en general, apagados y cansados sin importar de qué hablara Nejire. Ahora, se sentía como un depredador que hacía todo lo posible por no saltar ante una presa desprevenida. Era como si un animal salvaje supiera, en algún nivel instintivo, que no debía hacer lo que estaba pensando. Y esto fue algo que la aterró mucho más que cualquier otra cosa.
El hechizo se rompió en el momento en que Minato quitó su mano y la empujó para ganar distancia. No hubo mucha fuerza, sus brazos estaban temblando tanto como sus piernas, por lo que Nejire solo retrocedió un paso. Si antes la respiración de Minato era difícil, ahora parecía sufrir un ataque de pánico. Pero, a pesar de todo eso, encontró la fuerza para andar a trompicones hacia lo que parecía ser el baño.
Mientras tanto, el trio estaba paralizado ante todo lo que había ocurrido. Nejire, por su parte, fue la primera en salir de la mentalidad de batalla tras soltar un suspiro pesado. Y por supuesto que la culpa la golpeó. Estuvo a nada de atacar a su amiga por una reacción instintiva, por miedo, nada menos. Estaba avergonzada, y eso era tratarlo a la ligera.
Mordió su labio mientras recapitulaba. Tal vez se excedió, y no sería la primera vez que lo arruinaba. Después de todo, Nejire era curiosa. De hecho, ese era su mayor rasgo si tenía que admitir; no se conformaba con desconocer algo. Si tenía curiosidad, atacaría hasta aprender. Por lo tanto, no había nada que amara más —además de su sueño de ser una Heroína— que un buen misterio. Y eso fue lo que vio en Yuki Minato cuando sus miradas se cruzaron en aquel callejón: un enorme, extraño y atrayente misterio.
A pesar de que la chica de larga cabellera desordenada siempre se presentaba a sí misma como una estudiante retraída, desinteresada y grosera, Nejire no lo creía. Bueno, ella era una esas cosas, la parte de retraída… Pensándolo bien, nunca mostraba interés en nada… y, de hecho, era muy grosera… pero sabía que no era todo lo que había dentro de su ¿amiga? Considerándolo, incluso si pensaba en ella como tal, era más una relación en la que Minato la soportaba antes de explotar e irse. Pero, el hecho de que nunca le hubiera dicho que la dejara sola de forma definitiva la hacía tener esperanza.
Sentía… No, SABÍA que había algo más en Minato que todo lo que proyectaba al mundo. Si alguien sabía sobre imágenes proyectadas al mundo era Nejire. Por supuesto que era un esfuerzo titánico aprender algo de su amiga. Todo lo que conseguía eran pequeñas cosas, incluso después de meses, y muchas ni siquiera fueron de ella respondiendo o siendo conscientes de haberlo expresado.
Gestos y manías, algunas extrañas y otras no tanto. Como el hecho de que evitaba siempre estar cerca de personas, caminando junto a la pared como Tamaki. Tampoco la había visto comer. Por supuesto, no sabía cómo se manejaba en su casa, pero hubo momentos en los que logró atraparla a la hora del almuerzo, además de aquella vez que lo hizo por toda una semana, y en ningún momento la vio probando bocado alguno. Ni siquiera cuando intentó compartir su comida casera. Tampoco reaccionaba bien a la palabra «Héroe», odiaba el sol, no soportaba el ruido, además de que se perdía mucho en sus pensamientos. Y la más extraña de todas era que siempre estaba vestida como si fuera invierno.
—Eso fue… — murmuró Mirio, sacándola de sus pensamientos —Eso no fue un simple ataque de pánico, Nejire.
Si el siempre jovial Mirio estaba poniendo una cara un tanto amarga, significaba que no solo ella estaba preocupada por el asunto. Incluso Tamaki dejó de lado su timidez y sus ojos se afilaron. Por suerte, todos estaban por encima de instintos básicos y no atacaron, y la fortuna permitió que ninguno del Curso General lo intentara.
—¿No dijiste que Yuki-san era una Quirkless? — preguntó Tamaki.
—Lo es.
Minato le dijo que no poseía ningún Quirk cuando le preguntó, y estuvo segura de que no le mintió. Podría ser difícil decir qué pasaba por su cabeza cuando su cara estaba siempre en blanco, junto al hecho de que su tono apenas cambiaba. Pero se consideraba una buena jueza de carácter.
—Pero esa presión no fue natural. — agregó Mirio.
Ninguno de ellos lo decía con malicia o queriendo acusar a su amiga de mentirosa. Una simple declaración de hecho y Nejire, más que nadie, quería saber qué sucedió allí.
—Iré por ella. — anunció.
—Bien. — Mirio asintió, ofreciendo una sonrisa tranquilizadora —Nosotros ayudaremos aquí y mantendremos las cosas bajo control. Suerte con Minato-san.
Les sonrió a ambos antes de moverse a paso firme. Tal vez no era la mejor idea. Demonios, incluso pensaba que ella pudo haber sido la desencadenante de lo que sea que sucedió. Su presencia podría empeorar las cosas, pero, si hubo una pequeña, ínfima posibilidad de que fuera necesaria para la chica solitaria, se arrepentiría si no estaba allí para ella.
Nejire se paró frente a la puerta y golpeó un par de veces. No era obligatorio, bien podría abrir y entrar, pero sentía que era necesario hacerlo. No consiguió respuesta alguna, por lo que frunció el ceño.
—¿Minato-chan?
Nuevamente nada. Volvió a morder su labio y llevó una oreja a la puerta, ignorando las miradas que atrajo de quienes corrían para ayudar a los heridos. Creyó que era su imaginación al principio, pero, cuando identificó que, de hecho, se trataba de sollozos, su mente primero no fue capaz de registrarlo. Yuki Minato, quien podría ser llamada una reina de hielo, la chica estoica que no se inmutaba ante nada y su mayor reacción siempre era levantar una ceja… ¿estaba llorando?
Por supuesto que, cuando superó la conmoción, tiró por la ventana cualquier sutiliza y abrió la puerta de golpe. Avanzó por el pequeño pasillo antes de que se revelaran los cubículos. No se había equivocado con los sonidos, y la escena que encontró le rompió el corazón.
Uno de los espejos estaba destrozado, con el vidrio en el suelo, con manchas de sangre cubriéndolos. Junto a los trozos estaba el bolso azul que siempre veía en Minato. Pero esa era la parte sencilla de presenciar; un poco de sangre no era nada en su línea de trabajo.
Lo que apenas era capaz de ver fue a su amiga. Minato estaba acurrucada en el suelo, llorando sin vergüenza alguna. Tampoco fue lo peor, incluso ella tuvo sus malas rachas y, a veces, las lágrimas ayudaban. Pero se aseguraba de no hacerlo en público. Por supuesto que le dolía verla así, alguien que siempre se mostraba segura e independiente reducida a ese estado.
No, lo que apenas era capaz de presenciar era el resto. Murmuraba algunos nombres, de los cuales apenas pudo conseguir «Mitsuru», «Akihiko», «Aegis» y, el que más se repetía, «Fūka». Les estaba pidiendo perdón. Su voz, la que normalmente era tan apagada, en este momento estacaba cargada con tanto pesar, dolor y arrepentimiento que la propia Nejire sintió que se le formaban las lágrimas.
Pero no era momento para llorar, no cuando se estaba lesionando a sí misma. Sus uñas rasgaban sus propias muñecas con fervor. Como si el dolor fuera alguna especie de expiación por lo que sea que se estuviese lamentando.
Acercándose a ella, la sostuvo de las manos con dulzura, pero también firmeza. Se sobresaltó y miró hacia arriba. Su rostro se deformó por el terror, lo que casi hizo que Nejire retrocediera de no haberla escuchado murmurar algo. «Nyx». Su voz tembló tanto que casi fue incapaz distinguir lo que había dicho.
Las pupilas dilatadas, el temblor y el nombre o apodo mencionado le dijeron que, cualquier cosa que estuviese viendo Minato, no era a Nejire. Y la aterraba tanto como para quedarse paralizada. En lugar de la clásica respuesta de lucha o huida, su cuerpo simplemente se apagó. De hecho, fue más en sentido literal, ya que se quedó flácida en ese mismo momento y, lo que fue una respiración errática, comenzó a nivelarse.
Tenía tantas, tantas preguntas. ¿Quiénes eran los nombres a los que le pidió perdón? ¿Qué sucedió que la redujo a un lío lloroso de arrepentimiento? ¿Quién era esta «Nyx» que fue capaz de arruinarla con solo un recuerdo inestable? Por supuesto, mitológicamente sabía quién era Nyx, y solo era capaz de asumir que se trataba de un Villano.
Negando con la cabeza y enterrando en lo más profundo cualquier pregunta, jurando nunca sacar el tema, abrazó a su amiga antes de levantarla. Por ahora, la prioridad era llevarla con Recovery Girl.
Minato abrió lentamente los ojos. Si había algo bueno de su cuerpo entre todas las desgracias, era que no había nada más resistente que ella misma. Bueno, tal vez resistente no era la palabra correcta, sino duradero. Era capaz de sentir cómo se reparaba, o rebobinaba… especialmente en sus muñecas. Casi hizo una mueca cuando adivinó lo que había sucedido. No era la primera vez que tenía un ataque de pánico, pero sí en público. Solo de imaginar necesitar la ayuda de alguno de esos asquerosos humanos la puso de peor humor.
Suspirando, ya que todavía seguía un poco alterada, miró sus muñecas. La chaqueta de su uniforme no estaba, por lo que fue más fácil ver los vendajes. Hizo una mueca cuando todas las cicatrices de su brazo quedaron expuestas. Usaba camisas con mangas largas para minimizar la posibilidad de que alguien las viera, pero los botones fueron removidos cuando la trataron. Ni siquiera veía la necesidad de las vendas, era obvio que utilizaron alguna especie de Quirk curativo. Un desperdicio de tiempo, pero no podía vocalizar el pensamiento.
Por un segundo entró en pánico cuando su cerebro registró todo, pero se relajó al darse cuenta de que su camisa no fue removida. Si alguien viera lo que había debajo, lo más probable era que primero se horrorizara por una cicatriz de herida que debería haberla dejado, para todos los efectos, muerta. Luego seguiría la acusación de falsificación. Después de todo, se suponía que era una Quirkless.
—No le diré a nadie sobre las cicatrices. — dijo repentinamente una voz —Pero deberías hablarlo con alguien. Las puertas de Hound Dog siempre están abiertas, incluso si se ve intimidante.
Siguiendo el sonido, vio a una anciana baja apoyada en un bastón. Vestía una bata blanca que se arrastraba por el suelo, un vestido de rojo y blanco con líneas doradas, botas rosadas al igual que el extraño casco con lentes oscuros. Sabía sobre la enfermera de la escuela, pero nunca pensó que la vería ella misma.
Minato no respondió, por lo que la anciana solo suspiró y metió la mano en su bata antes de sacar un trozo de papel doblado. Se lo ofreció en silencio, pero, al notar que tampoco tenía intención de recibirlo, habló:
—Deberías agradecer a esa amiga tuya que te cargó todo el camino.
Esas palabras, nuevamente, casi le sacaron una mueca. Por lo tanto, controló sus emociones negativas y tomó la nota. La leyó de forma superficial. Una disculpa de Nejire, además de expresar su preocupación y el hecho de que la encontraría mañana para revisar como estaba. Agregó varios dibujos y pequeños emoticones. Esta vez suspiró.
Perfecto. De todos los que pudieron encontrarla, tenía que ser Nejire. Ya imaginaba las mil preguntas que iba a hacerle. Desearía que la hubiera dejado allí tirada, o que la hubiera encontrado cualquier otro. Al menos ellos la ignorarían al día siguientes, si era que decidían ayudar en primer lugar.
Negando con la cabeza, arrugó la nota y la guardó en el bolsillo de su camisa. Acomodó los botones, recogió su chaqueta, bufanda, auriculares y bolso antes de dirigirse a la puerta. Escuchó un suspiro de la anciana, pero decidió ignorarlo. No era su asunto.
Sabía que era de noche antes de salir de la enfermería y la escuela, por lo que debieron pasar unas cuantas horas. Soltó las vendas y permitió que se deslizaran hasta el suelo. Gotas de sangre comenzaron a surgir cuando la regresión de su cuerpo estaba en un estado avanzado. Hizo una mueca ante el dolor, pero continuó caminando mientras las mangas se manchaban. Estaba dejando un rastro, pero no era como si alguien la estuviese rastreando, por lo que no le dio importancia.
Miró hacia el cielo mientras andaba. Era curioso cómo amaba la noche ahora, a pesar de todos los recuerdos dolorosos. Bueno, no ella precisamente, solo una parte impulsiva. La misma que la empujaba a la matanza. A pesar de querer odiar la noche, era imposible. Le permitía, contra todo pronóstico, calmarse. Era un momento perfecto para un paseo y así lo hizo.
No había tantas personas caminando, no obstante, se trataba de una ciudad japonesa: había las suficientes. Minato se quedó lo más lejos posible de la multitud. Estaba agradecida de no haber salido a mitad de la hora pico, porque terminaría con un aneurisma. Ya había estado resistiendo lo suficiente durante todo el día. Un solo toque era lo que necesitaba para entrar en frenesí.
Eran este tipo de momentos los que le solidificaba la idea de que Elizabeth no tenía conocimiento o culpa de su situación. Sí, le gustaba bromear, pero ella sabía dónde trazar la línea. De haber estado informada, tal vez la habría enviado a algún pueblo remoto con una población mínima. Aunque, todavía se habría visto con el problema opuesto; muy pocas personas.
En una ciudad como Musutafu podría perderse entre la multitud, y a nadie le importaría una adolescente viviendo sola. Era normal. Pero, en un pueblo, tendría múltiples Nejires en forma de mujeres de mediana edad metiéndose en sus asuntos. Apenas podía soportar a la chica, y ni siquiera sabía por qué.
Miró hacia atrás, por donde estuvo caminando y en dirección de Yūei. No era muy difícil intuir otra razón por la cual estaba en esa escuela en específico. Por mucho que la odiaba, era, de hecho, uno de los lugares más seguros de Japón. No solo tenían Héroes Profesionales como maestros, sino todos los aspirantes a la profesión como carne de cañón entre Minato y cualquier ataque.
Por otro lado, había sido un día estresante, uno de los más estresantes hasta ahora, y se preguntaba si la protección innecesaria valía pasar por momentos así. No solo estuvo cerca de matar a sus compañeros de clase, lo que no le importaba mucho, sino que fue vista en su mayor momento de debilidad. Resurgió un pasado que deseaba enterrar, por imposible que fuera. Después de todo, nunca se sintió más viva que durante todo el año anterior. Arrastraría ese equipaje hasta el fin de este cuerpo mortal, e incluso más allá.
Una fuerte brisa la golpeó. Suspirando, pasó una mano por su rostro para arreglar su cabello. De inmediato sintió que la sangre la manchaba e hizo una mueca. Por supuesto, sus muñecas. Simplemente negó con la cabeza y lo dejó así, estaba cerca de su casa, por lo que lo limpiaría al llegar. Ya había sido suficiente por hoy, y todavía quedaba mucho por venir.
Mañana iba a ser un día horrible. No solo había dado algo parecido a su palabra para una tortura llamada «día de chicas», sino que tendría que esconderse de Nejire para evitar un interrogatorio. Iba a ser uno de esos días, y apenas era martes. Por lo tanto, necesitaba relajarse durante este corto paseo e intentar dormir para soportar lo que se avecinaba.
Como si el destino decidiera burlarse de ella, fue testigo de un homicidio cerca de su casa, cometido por nadie más que Nekohime.
Himiko estaba enojada… No, «furiosa» describía mejor su estado de ánimo actual. Se aseguró de grabarlo en el cuerpo que seguía apuñalando. Hacía un tiempo dejó de sacudirse y la sangre se escurrió por el callejón. Ni siquiera se molestó en la sangre que la salpicaba, lo que era, generalmente, su parte favorita del trabajo. Seguro, no lo consideraba un trabajo, pero Giran no dejaba de pagarle por hacer nuevos amigos. ¡Y tendía a disfrutarlo la mayoría de las veces! Esta noche era diferente, hasta el punto en que tomó a alguien al azar, mató a su acompañante y ahora brutalizaba el cuerpo de su objetivo.
Había estado esperando a Yukimi durante horas. Hoy era uno de sus días de reunión, lo habían prometido en verano. Bueno, fue más un acuerdo tácito que uno establecido, pero nunca hubo una ausencia de ninguna de ellas. A veces llegaba un poco tarde, lo que era normal, incluso Himiko no siempre fue puntual a pesar de esperar cada reunión con anticipación. Después de todo, era la primera vez desde hacía mucho tiempo que quedaba con una amiga… o, más precisamente, que tenía una amiga.
Aunque, Yukimi era diferente en ese sentido. Era divertido presenciar la habilidad especial de su amiga para meterse en todo tipo de problemas, lo que era también asombroso por derecho propio. Ni siquiera hablaba o actuaba de forma extraña y terminaba en algunas situaciones ridículas, o lograba atraer atención indeseada. Como los dos hombres del día anterior. Solo de recordarlo sus ganas de apuñalar aumentaron, y no para hacer nuevos amigos. Descargó el sentimiento con el cuerpo frente a ella.
¡El descaro de aquel par! Coqueteando con su amiga. Pero, si algo estaba agradecida con ese dúo, al cual rastreó una vez se separó de Yukimi, fue que aprendió algo más sobre su persona de interés. Yuki Minato era aterradora, y solo rememorar el sentimiento enviaba olas de emoción por todo su cuerpo, que tuvo que aplacar con el frío cadáver.
Estuvo pensando toda la noche, pero no fue capaz de saber qué ocurrió. Había descubierto por mera casualidad que Yukimi era una Quirkless. Simplemente escuchó a uno de sus compañeros de clase hablando sobre ella el día en que la siguió a su escuela. ¡Fue solo un momento de debilidad! Seguro, el uniforme de Yūei hacía obvio su lugar de estudio, pero un día la encontró por casualidad y su cuerpo se movió por sí solo. ¡No ignoró el consejo de Giran! Todavía resistía la tentación de seguirla a casa. Estaba segura de que se enojaría si la descubría, y Yukimi tenía sentidos agudos. Casi fue vista aquella vez.
Oh, estaba divagando otra vez. Tonta de ella. Al final, sin importar cuánto pensó al respecto, no supo qué sucedió. Fue… antinatural, la misma que describía la belleza y, en general, todo lo que tenía que ver con Yukimi. Así que, mientras la esperó, se convenció a sí misma de que debía resistir el deseo de hablar al respecto. Sabía que preguntar no conseguiría nada más que ella se marchara de forma apresurada, o que respondiera con un silencio opresivo en el mejor de los casos.
Sí, incluso sus silencios tenían significados distintos. No hablaba mucho, pero a Himiko le gustaba estar con Yukimi. Tal vez esa fue una de las razones por la cual estaba feliz de pasar tiempo con su amiga. Nadie nunca escuchó sus divagaciones sin mirarla como si estuviera loca, o la interrumpían, o se marchaban o… Pero Yukimi la escuchaba. Seguro, a veces se perdía en sus pensamientos y tenía que forzar su mente a la realidad. De hecho, lo hacía demasiado a menudo, y cualquiera casi pensaría que odiaba estar con Himiko.
Himiko suspiró. Incluso cuando a veces tuvo que repetir todo lo que decía, no se sintió verdaderamente ignorada, porque había notado que ella misma era, en ocasiones, el detonante de esos momentos de Yukimi. Una palabra o una frase parecía enviarla por el carril de los recuerdos, o hacerla reflexionar sobre aspectos de la vida. Cosas tan sencillas no aparentaban tener el mismo significado para su amiga, llegando a portar, a veces, un semblante desolado. Himiko solo podía considerar a Yukimi una persona triste y solitaria.
Todo aquello voló sobre la cabeza de Himiko durante su primer encuentro, y nadie podría culparla. Estaba demasiado ocupada evitando desmayarse por segunda vez, e incluso ahora, meses después, era capaz de sentir el calor invadiendo su rostro al recordar su primer encuentro. ¡Que cualquiera intentase despertarse en las piernas de una belleza sin sentir que su mente iba a explotar! Sacudió la cabeza. Culpó a las hormonas. Respiró un par de veces y trajo algo de compostura. No fue mucha, pero sí la suficiente como para continuar con su anterior hilo de pensamientos.
A partir de su segunda reunión, por supuesto, fue capaz de notar todo aquello. Los pequeños gestos, miradas y manías. Cosas como hablar sobre la amistad, o incluso mencionar la palabra, agriaba el estado de ánimo de Yukimi. Odiaba los grupos de personas, o a las personas en general, todavía tenía que notar esa parte. Había algunas otras cosas que se vislumbraban en su rostro y en lo que era, en realidad, una expresión perfectamente en blanco. Perfecta para cualquier otra persona, no para ella, quien podía vestir el rostro que quisiera.
Estaba segura de que todos lo pasaban por alto, pero Himiko era observadora. Muy observadora y perspicaz. No se podía usar un Quirk como el suyo sin ser una experta en leer a las personas. No importaba qué tan buena fuera Yukimi para esconderlo todo, porque, para Himiko, incluso si no era un libro abierto, estuvo cerca. Fue fácil, demasiado y casi familiar, notar el sufrimiento, los momentos de dolor que destellaban en los ojos fríos. Todos se esforzaban por esconder la angustia de una manera u otra, ya fuese a través de la alegría o la inexpresividad.
Debido a aquello, Himiko nunca preguntaba. Debido a lo que veía en Yukimi, Himiko siempre hablaba. Si era capaz de distraerla un poco de lo que la atormentase, de liberarla, aunque fuese solo por unas horas, de sus demonios internos, Himiko era feliz…
O, al menos, lo fue. Al principio no creyó que el método propuesto —o recordado— por Giran funcionaría. Demasiado lento, demasiado trabajoso y ya lo había intentado… No, aquella niña tonta lo había intentado y falló, descubriendo la inutilidad de... Sacudió la cabeza. Lo importante era que pensó que, esta vez, lo había logrado. Que sus esperanzas restauradas no serían rotas una segunda vez. ¡Creyó que no necesitaba convertirse en Yukimi para, verdaderamente, ser su amiga! Se reunía con ella varías veces por semana, pasaban mucho tiempo juntas, creyó que era especial…
¡Fue estúpida, idiota, tonta, CRÉDULA! Fue la única que pensó que era especial. Para Yukimi nunca fue especial. De seguro estaba riéndose de ella, ¿no? La chica tonta del parque. La que siempre estaba esperándola. ¿Tal vez era una forma de matar el tiempo? Un animal de zoológico. Tendría sentido. ¿Quién quisiera estar con ella? Todos en el pasado lo demostraron. Se repitió… Fue lo mismo que aquella vez… Incluso pasaba días sin beber sangre para no alertarla sobre nada. ¡Tenía una nariz sensible! ¡Se lo había señalado un día, preguntándole si estaba herida! Fue dulce, pero supuso que era su forma de burlarse de ella. Sí, eso debía ser. Sabía sobre ella, sobre su Don, y solo se burló.
Estaba sedienta. Muy sedienta. Intentó aplacarlo con algo de agua… ¿dos o tres litros? ¿Cuatro, tal vez? Creyó que bebió cinco litros. Y no era suficiente. Pero el cuerpo frente a ella se encontraba seco. Ni siquiera un sorbo para saciar su sed. Tal vez no fue una buena idea desangrar el cuerpo, ¿no? Tal vez solo un sorbo le habría ayudado a ordenar sus pensamientos. Su cabeza daba vueltas y no había nada coherente… Cierto, estaba pensando en Yukimi, ¿no? ¿Cómo lograba mantener su cabello de esa forma?... No, no era eso…
Cierto, Yukimi la había abandonado. ¿Qué otra razón habría para no aparecer? Himiko no hizo nada para ahuyentarla esta vez. Fingió ser como los demás, otra vez. Error. Un error. Cometió un error. Ahora la había perdido, otra vez. A quien creyó su amiga. Qué tonta. ¿Por qué no hizo lo de siempre? Debió cortarla. Apuñalarla. Beber de ella hasta saciarse. Era difícil no hundir sus colmillos en su rostro, el único lugar visible de Yukimi. A veces se quedaba atontada mirando sus mejillas, pensando cómo sería masticarlas. Un poco extraño, pero con tantas capas de ropa encima no podía vislumbrar nada más que desde las mejillas hacia arriba.
Ahora no tendría la oportunidad. Ya no habría una parte de Yukimi junto a ella. Ya no podrían ser amigas. Todo por intentar algo en lo que había fallado. La había perdido para siempre. Himiko fue, otra vez, tirada, desechada. Ni siquiera se despidió, reprochó o insultó como tantos otros en el pasado… solo… abandonada. Sin una palabra… sin un reconocimiento… como si las horas que pasaron juntas fueran… nada…
En el momento en que escuchó pasos, su cabeza se disparó en esa dirección, su cuchillo se afianzó y sus piernas estaban listas para saltar… hasta que se congeló dónde estaba… Allí estaba, quien hubo poblado sus pensamientos durante horas, quien la torturó con su ausencia… Aparecía como si nada… La reconoció primero por su cabello, ya que su mirada estuvo, al principio, cerca del suelo. Consideró preguntar por qué la dejó. Tal vez si lo hablaban, se daría cuenta de alguna especie de malentendido… Ese fue su plan original, al menos hasta que su mirada subió.
Yukimi… Yukimi… Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi Yukimi YukimiYukimiYukimiYukimiYukimiYukimiYukimiYukimiYukimiYukimiYukimi…
Se había esforzado demasiado en no hacer nada precipitado. Realmente lo hizo. No bebió sangre con un día de anticipación antes de sus reuniones. Se mantuvo hidratada, se aseguró de que nadie la siguiera, ¡e incluso solo llevaba una discreta navaja mariposa en su manga! Todo para ser normal a sus ojos…
Ahora… con sus muñecas goteando, con su rostro ensangrentado… el único hilo de cordura que sostuvo a Himiko durante tanto tiempo, la única parte de ella que la frenaba cada vez que quería saltar sobre su amiga, que evitó que se abalanzara para desangrar a la otra chica, simplemente se rompió.
Decir que necesitó una doble toma para comprender lo que estaba sucediendo fue quedarse corto. Por mucho que estuviese habituada a la decadencia humana, ¿ver a la siempre alegre, excitable e infantil Nekohime cometer un homicidio? Eso era otra cosa. Su cárdigan bañado en sangre, la cual también manchaba su pálido y siempre sonrojado rostro, lograron que el cerebro de Minato tardase en procesarlo todo.
Solo ese segundo fue suficiente para que ella saltara del cadáver desangrado y acortase la distancia, cuchillo en mano. Minato ni siquiera se movió, pestañeó o gruñó cuando la hoja atravesó su carne. De hecho, lo único que sintió fue la realización de haber desvelado un misterio. Ese momento de realización, cuando un desafío era superado.
No reaccionaba ante Stain porque era un asesino serial, tan simple como eso. Cortejó la muerte tantas veces que se sentía más familiar, más parecido a ella y diferente a cualquier humano, lo que evitaba que desease matarlo cuando hacía su trabajo. Algo lógico, mirándolo en retrospectiva. El cuerpo reflejaba el alma, Minato lo sabía mejor que nadie, y para aquellos cuyas almas estaban tan impregnadas de muerte, algo en ellos cambiaba.
Nekohime, si contaba la habilidad y la falta de duda con la cual atacó, estaba habituada a hacer esto en lugar de ser su primera vez. También consideró eso al ver que el cuerpo tendido en el suelo tenía más agujeros que un panal de abejas. Había otra mancha de sangre un poco más lejos, pero no le prestó atención. Estaba centrada en el cuerpo brutalizado, y a la chica que atacaba. Hablaba de experiencia el hecho de apuñalar tan cerca del corazón. Solo falló por la obvia inestabilidad, al menos eso decía su respiración pesada y mirada vidriosa.
Siempre pensó que a Nekohime le faltaba un tornillo. No algo tan grave como ser una asesina en serie, pero nunca se le pasó por alto algunas señales de algún trastorno. Pero, ahora, era obvio que no estaba pensando con claridad y que su cuerpo hacía todo antes de que su cerbero, embotado por cualquier razón, fuera capaz de procesarlo. Si no, no habría fallado tan descaradamente. Divagando.
A pesar de haber desvelado el misterio, no estaba satisfecha. La respuesta era demasiado fácil y obvia. La vida le había enseñado que las cosas fáciles eran una mentira, una trampa o una pantalla de humo. Matar era lo único que Stain y Nekohime tenían en común, pero no debería ser lo único necesario para que el aspecto de la Muerte Pacífica perdonase sus transgresiones. Algo estaba siento omitido, pero ¿qué era?
Minato recordó que estaba siendo apuñalada en el momento en que una lengua pasó ansiosamente a través de su mejilla, antes de cambiar a un movimiento lento y escuchar lo que pareció ser un gemido de satisfacción o placer. Fue asqueroso tener la lengua de una humana en su rostro perfecto, pero, al ser Nekohime, no hubo una reacción violenta o de rechazo por parte de su cuerpo, así que lo dejó pasar.
La sesión de lamidas duró unos cuantos segundos más antes de que la chica alejase el rostro, momento en que Minato vio sus colmillos, los que siempre estaban visibles cada vez que sonreía. Entonces, todo hizo clic. Colmillos, olor a sangre y el hecho de lamerla. ¿Un Quirk basado en sangre? Sea cualquiera que fuese su efecto, estaba segura de que no sería agradable para algún observador al azar o la víctima de quien bebía.
Minato miró el rostro de Nekohime, momento en que pareció recobrar la conciencia y ser capaz de analizar la situación. Un millón de emociones pasaron por sus ojos, y fue capaz de reconocer el horror, excitación, arrepentimiento, emoción y furia. Eh, en realidad podía tener más expresiones que una sonrisa eterna. Habría sido… ¿qué? ¿Interesante? Interesante verlas todas, era una pena que terminase todo aquí.
Nekohime retiró su mano temblorosa del arma, momento en que Minato la sostuvo. Sintió que se sobresaltaba, y luchó un poco para liberarse. No fue demasiado, estaba segura de que, si usaba toda su fuerza, Minato no podría hacer nada. Estaba perdiendo demasiada sangre. Pero, al menos, podría terminarlo aquí, porque, tal vez por la sorpresa, Nekohime fue incapaz de moverse cuando el cuchillo encontró su estómago. Solo escapó un siseó de sus labios, seguido de un suspiro tembloroso.
Las piernas de la chica rubia fallaron y, al menos, Minato se aseguró de atraparla porque, de ser otra persona, la habría dejado caer, pero supuso que debía honrar sus horas pasadas. Así que fue a dejarla lentamente en el suelo, momento en que Nekohime se aferró a ella, lo mejor que pudo con sus manos débiles.
—¿P-por qué… me abandonaste? — susurró Nekohime.
—¿Abandonar?
¿La había abandonado? ¿A qué se… Oh… ¿Estaba hablando de su ausencia? ¿Era tan emocionalmente inestable que la intentó matar solo porque creyó que la había abandonado? Eso era… revelador. ¿Apego excesivo? ¿Obsesión? ¿Trauma?
—E-esperé… horas…
Lo que significaba que, indirectamente, fue culpa de Minato su actual colapso emocional. Quiso reír por un segundo. Era tan típico, ¿no? Que fuese, de una forma u otra, culpa suya. Negó con la cabeza y miró a la chica en sus brazos. Sus manos se aferraban a su ropa, y agradecía que no se estuviese desangrando en sus auriculares o bufanda.
—Estaba en la enfermería. — cuando lo dijo, los ojos de la chica se abrieron, y un destello de comprensión cruzó por su mirada. Aun así, Minato, sin nada que ocultar, continuó: —Colapsé en el baño y desperté un par de horas antes.
Normalmente no admitiría tal debilidad frente a una humana, pero no hacía demasiado mal ahora. Nejire ya lo sabía, y un futuro cadáver no importaba mucho. Aunque, tal vez, si no se hubiera relajado demasiado en su paseo, habría evitado quedar expuesta a todo esto. Debería comenzar a considerar todas las decisiones que tomaba.
El cuerpo de Minato comenzaba a entumecerse por la pérdida de sangre, por lo que sus piernas cedieron y cayó al suelo. Hizo una mueca cuando su falda y medias se mancharon de sangre. Cierto, estaba a una pulgada de su vida. Todavía podría llegar a casa y colapsar si comenzaba a caminar.
Una pequeña risa la sacó de sus pensamientos. Había tanto alivio como arrepentimiento. Miró a Nekohime, que se acurrucaba contra ella. Ni siquiera parecía molesta de estar a poco de morir. Al contrario, parecía complacida, al menos de una manera retorcida. Porque, incluso si lo ocultaba, no había nada que le pasara por alto a la Muerte. Estaba aterrada.
—Estar así… no se siente tan mal… No se siente tan frío… — sus brazos se afianzaron —Nuestra sangre mezclándose… ¿No se ve hermoso?
Sí, definitivamente estaba loca. Estaba segura de que cualquiera la miraría con asco. Los humanos rechazaban la violencia a pesar de aplicarla; odiaban la locura a pesar de abrazarla, todos ellos sin excepción, de una forma u otra. Pero, en lugar de concentrarse en lo que su boca balbuceaba, fue más profundo. Normalmente no lo hacía con quienes morían a su alrededor, porque ¿de qué servía espiar sus últimos pensamientos, sentimientos y deseos, cuando todos tenían emociones similares y eran desconocidos sin importancia?
Con esta chica, haría una excepción. Se concentró, primero, en su epíteto, antes de extender su conciencia con la de Nekohime. A las puertas de la muerta, el momento en que estaban pronto a recibir el descanso eterno, era una de las pocas situaciones en que los humanos eran sinceros. Y allí era cuando la Muerte lo sabía todo sobre ellos. Pero se conformaría con sus sentimientos.
El terror fue el primer sentimiento en golpearla. Casi sonrió ante eso. Como cualquier otro, la repudiaban. No importaba, ¿o sí? Nadie amaría la cruel verdad, porque si algo había aprendido de los humanos, incluyéndose a sí misma cuando lo fue, era que todos amaban la dulce mentira.
El segundo sentimiento fue el que rompió la inexpresividad de Minato. Felicidad. ¿Cómo podía estar feliz y aterrada al mismo tiempo? ¿Era porque le faltaba un tornillo? ¿Todavía no pensaba correctamente y era incapaz de entender la gravedad de la situación? ¿Era el residuo de la felicidad de saber que no la había abandonado?
Todo era tan confuso, y solo empeoró cuando percibió el arrepentimiento. Minato estaba desconcertada en este punto, tratando de entender a la humana en su abrazo, a la que solo le importaba buscar la posición más cómoda para desangrarse. ¿Tres sentimientos tan contradictorios? Si estaba aterrada de morir, no debería alegrarse de ello, y mucho menos sentirse arrepentida de pronto partir. Luego de meses, por primera vez, quería algo. Y eso era entender. Así que fue un paso más allá y buscó sus pensamientos superficiales.
De inmediato, el arrepentimiento tuvo sentido, pero no todo lo demás. Culpaba a la sociedad. Se sentía rechazada por ella, odiaba y repudiada. Una paria. Teniendo en cuenta su Quirk, no le sorprendía si las personas la evitaban, pero eso no era todo. Había más, mucho más. Podría violar la santidad de su mente, averiguarlo todo y saciar su curiosidad. Era solo una humana. Una humana que le sonreía y la abrazaba mientras moría. Pensando que, incluso allí, incluso tocando la piel cadavéricamente fría de Minato, no se había sentido tan cálida en tanto tiempo…
Quiso reír. Seguía siendo blanda. O se había ablandado. Si la situación fuese justo tras acabar en este mundo, habría desvelado cada secreto de su mente hasta no tener más dudas, hasta conocer a Nekohime mucho más que ella misma. En su lugar, cerró la conexión y suspiró mientras se apoyaba en la pared, mirando el cielo estrellado, todo desde un callejón oscuro, abandonado y ensangrentado. Solo quería rendirse y dormir un poco, tal vez podría despertar antes de que alguien la descubriese.
Qué situación tan peculiar. Este era el lado de la sociedad que nunca era mostrado al público y que la plebe ignoraba. Este era el rostro que solo se desvelaba cuando la luna se alzaba, cuando la noche desplazaba el día. Todo esto —sangre, carne y vísceras— era algo que las personas no querían ver, quienes bailaban entre la vida y la muerte. Eran pocos los que se aventuraban en la noche, pocos héroes que recorrían los callejones. Ahora, ninguno para salvar sus vidas, o por lo menos para salvar a la única que lo necesitaba.
Fue sacada de sus pensamientos por otra risa, está más cansada y hueca. Miró a Nekohime. Hizo lo posible por sonreír, porque, al parecer, ya había encontrado una posición cómoda para su muerte. A lo mucho le quedaban unos cuantos minutos si no se detenía el sangrado.
—E-es… la pri-primera… vez… — tosió un poco de sangre, pero no se detuvo —que… ha-haces… tantas… ex-expresiones… Me… me gustaría… ver más… Pe-pero… Tan cansada… Tengo… frío…
Minato la miró. No hubo necesidad de leer sus sentimientos para saber que no estaba mintiendo. En su último momento, y ¿lo único que quería era ver más expresiones de ella? No quería venganza, no quería nada más que algo tan simple, pero tan difícil al mismo tiempo.
La abrazó con más fuerza en un intento vano de transmitir un calor que no tenía. Hizo acopio de fuerza antes de levantarse. Todo su cuerpo pesaba. Supuso que solo estaba consciente y capaz de moverse debido a la costumbre y un cuerpo como el suyo. Sangrar era común en el Tartarus, esta puñalada no fue más que un piquete. Tenía pensado llegar a casa y caer inconsciente por la pérdida de sangre, pero hubo un cambio de planes. A pesar del asco, selló su herida momentáneamente con la cosa bajo su ropa.
—Sé que me voy a arrepentir de esto… — murmuró con un suspiro.
Cuando iba a dar un paso, escuchó un maullido y miró en dicha dirección. Allí estaba, el gato Khao Manee al que siempre alimentaba. Estaba segura de que no era capaz de controlar la esencia de muerte que estaba liberando debido al agotamiento, y el animal permanecía imperturbable. Tenía más columna vertebral que muchos humanos, debía que reconocerlo.
—Seguro, también puedes venir. Un gato más no hará la diferencia.
§
VII
§
Himiko sintió su cuerpo entumecido, su abdomen adolorido, su cabeza palpitando como una orquesta borracha y su garganta seca. Pero lo más sorprendente fue sentir algo. Su memoria era borrosa, pero tenía la certeza de que no debería estar despertando… ¿Tal vez se trataba de un sueño extraño? Hacía tiempo que no soñaba, por lo que dudaba que fuese eso.
Recordando, se había despertado de buen humor. ¿Por qué?... ¡Oh! Cierto, había logrado que Yukimi aceptara pasar un día con ella en otro lugar que no fuese el parque. Le gustaba el parque porque era tranquilo, y el área donde se sentaban a hablar podía llamarlo su sitio especial, pero quería ir a otros lugares. Estuvo en las nubes el resto del día y durmió como un bebé. Luego… ¿no estuvo esperando a Yukimi durante varias horas? Sí… estuvo enojada. Atacó a un par de personas en un callejón, apareció Yukimi y…
Himiko prácticamente saltó de su sitio a pesar de la sacudida de dolor que recorrió su abdomen. Fue apuñalada. Yukimi la apuñaló, luego de que Himiko la hubiera apuñalado a ella. Hizo una mueca cuando los rayos del sol golpearon sus ojos y miró hacia la ventana. De inmediato notó que esta no era su habitación. Demasiado buena para ser suya, y el tapiz era irreconocible. Pensándolo bien, todo era irreconocible, diría que alienígena… ¿estaba en la habitación de una princesa?
Todo era azul terciopelo, solo variando en tonalidades. El tapizado era el más clara de todos, oscureciéndose al pasar por las cortinas, alfombra, sabanas y dosel de la cama tamaño king, culminando en los cojines o los mismos muebles. Lo que no era azul terciopelo, era porque estaba hecho de madera oscura, pero que seguía, a veces, unos adornos de tonalidad platinada. La habitación era enorme, y todo se veía asquerosamente caro, ¡incluso habiendo un piano en la esquina, con una lira plateada reposando encima, además de una lámpara de araña con adornos de cristales oscuros!
El miedo o, en su caso, cautela, de despertar en un lugar desconocido fue brutalmente asesinado por el asombro. Si esto era alguna especie de secuestro, su victimario se había tomado una gran molestia al preparar todo esto para su despertar. No sabía si sentirse alagada o preocupada.
Se sobresaltó cuando escuchó el ruido de un libro cerrado de golpe. Miró en la dirección para notar a una Yukimi que se levantaba del sillón y dejaba lo que sea que estuviese leyendo en una estantería cercana. Volvió a su asiento mientras retiraba los auriculares, mirando a Himiko con tanta intensidad que la hizo tragar de forma involuntaria. Toqueteó las sabanas como una colegiala regañada, lo que, en teoría, era.
—Ya era hora. Pensé que tendría que esposarte a la cama antes de ir a la escuela.
Un pensamiento fugaz de ella, esposada a la cama, con Yukimi gateando lentamente, la invadió. Susurrándole al oído todo tipo de castigos por ser una niña mala. Tampoco le importaba si decidía ser un poco ruda… Sacudió al cabeza con vehemencia para matar el pensamiento, lo que le valió una ceja levantada. Quería evitar que a interrogase por lo que había estado pensando, sabiendo que diría una tontería, así que preguntó lo primero que vino a su mente.
—¿Eres rica?
—Me apuñalaste, te apuñalé y, en términos legales, secuestré. Tu primera pregunta es sobre mi estado financiero.
El rostro de Himiko se calentó por una razón diferente a sus pensamientos impulsado por las hormonas y lo confusa de la situación. ¡No podían culparla! Lo último que esperaba en esta vida era despertar en la habitación estilo princesa de Yukimi, quien estuvo cuidándola luego de estar herida. Seguro, fue la misma Yukimi quien la apuñaló, pero Himiko atacó primero y, sinceramente, no podía enojarse con ella luego de un gesto tan cariñoso.
—Respondiendo tu pregunta, — volvió a la Tierra al escuchar a su amiga —no. No soy rica.
—Pe-pero…
Hizo un gesto hacia el lugar. Solo con el tamaño debió costar una fortuna, y decorarlo de esa forma debería gastar los años de ahorro de una persona normal. ¿Y decía que no era rica? Tal vez Yukimi no tenía un buen sentido del dinero, ¿no? Había leído en una revista al azar que tomó de uno de sus muchos amigos que algo así pasaba, más precisamente, a personas que crecieron en lujo. Pobre Yukimi.
—Sigue mirándome con lástima y habrá un espacio extra en tus cuencas. — Himiko estaba segura de que la amenaza debió asustarla en lugar de emocionarla —Por muy grande que sea este lugar, no se encuentra en la mejor parte de la ciudad. Y la habitación fue un regalo.
Si Yukimi lo decía, supuso que no podía hacerle nada. Por otro lado, ¿quién regalaba algo así a otra persona? ¿Sus padres? ¿Por qué hablaba del regalo de sus padres como si fuese de otra persona? Bueno, Yukimi era una chica extraña.
—Nunca pensé que la habitación de Yukimi se vería como la de una princesa.
De no ser observadora, Himiko se habría perdido el ligero tic en el parpado, lo que solo debió provenir de irritación. Habría sonreído por lograr una reacción de no ser por la forma en que sus ojos prometían una muerte dolorosa si lo hacía. E incluso si nunca nadie acusó a Himiko de tomar decisiones racionales, optó por hacerlo esta vez.
—Todavía no hemos hablado de lo sucedido anoche. — dijo Yukimi tras un suspiro, momento en que el corazón de Himiko se hundió.
Allí estaba. Lo que no quería que se mencionara. Iban a hablar de su Quirk. Iba a hablar de que Himiko no era normal. Que ya no quería tener nada que ver con ella. Que la única razón por la cual evitó que se desangrara —además de la policía— y la trajo aquí fue para cortar toda relación de forma oficial.
—Lo primero es tu Quirk. — Himiko apretó las sabanas mientras bajaba la cabeza y resistía la tentación de saltar por la ventana. Aquí venía. —¿Causa adicción a la sangre?
Himiko tuvo que repasar lo que le habían preguntado, y todavía fue incapaz de entenderlo por completo. ¿No la estaba repudiando? ¿No pensaba que era asquerosa? Decidió mirarla y no reconoció asco en sus ojos. A lo mucho, había un pequeño toque de curiosidad, pero no demasiado invasivo… ¿Por qué? ¿Por qué no estaba evitando acercarse a la "sanguijuela"?
—Si no quieres responder, no lo hagas. — dijo cuándo el silencio se extendió demasiado, metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño frasco antes de arrojárselo. —Bebe eso y lárgate. Hablaremos de lo ocurrido mañana en la pastelería. Cinco de la tarde. No me hagas esperar.
Himiko, aturdida, abrazó el frasco como un tesoro, con manos temblorosas. No estaba segura de si era real. Tal vez iba a desaparecer en el momento en que lo soltara. No podía creer lo que estaba sucediendo aquí. ¿Alguien le estaba dando su sangre de forma voluntaria? Ni siquiera se movió para evitar o limpiar las lágrimas que se derramaron. Y Yukimi iba a marcharse a la escuela, sin molestarse en señalar que estaba manchando sus sabanas.
—¡E-espera! — se detuvo a medio camino de abrir la puerta —¿E-estás bien? Tu herida…
Por todo lo ocurrido, y a pesar de haberlo recalcado en su mente varias veces, había apuñalado a Yukimi cerca del corazón. Y no se veía peor por el desgaste. Su cabello desordenado estaba en su estado normal, su tez seguía pálida como de costumbre, su rostro no reflejó molestia alguna ni sus movimientos delataban un esfuerzo mayor por fingir normalidad. Era como si nunca hubiese resultado lastimada.
—Estoy bien. — iba a volverse, pero pareció recordar algo y preguntó: —¿Cuál es tu nombre?
Himiko creyó haber escuchado mal, de hecho, le pidió que repitiera y surgió la misma pregunta.
—¿No lo sabes?
—Nunca lo dijiste.
—E-entonces… todas esas veces que me llamabas "Nekohime"…
—No sé tu nombre.
Himiko quería morir. Tal vez morir habría sido más misericordioso en este momento. Desde que despertó solo hizo el ridículo frente a Yukimi, y no podía hacer nada si comenzaba a creer que Himiko era estúpida. ¡Dios no lo quiera! Era un milagro que no pensara que era asquerosa, así que lo último que necesitaba era arruinarlo todo con sus propios errores.
—Toga Himiko… — respondió con una timidez nada habitual.
Yukimi no reconoció haberla escuchado mientras se marchaba, dejándola sola en la habitación. Lo que era extraño, ¿no le importaba que pudiera robarle? Por supuesto que no iba a hacerlo, pero no todas las personas eran tan buenas como ella. Otra vez, Yukimi era extraña. Tal vez Himiko debería hablarle sobre lo importante de no ser tan confiada.
Negando con la cabeza, miró detenidamente el frasco en sus manos. Notó un trozo de papel adherido con cinta. Lo miró por unos segundos antes de reconocer un número de celular en él. Esto volvió a dibujar una sonrisa en ella.
Minato suspiró con cansancio. Decir que fue una mañana interesante y agotadora sería quedarse corto. Y ni siquiera había llegado a la escuela y comenzado el juego de esconderse de Nejire.
Lo primero era que no esperaba llevar a alguien a su habitación. La situación lo requirió, no podía dejarla en el primer piso, donde cualquier curioso podría mirar a una chica inconsciente; también estaba fuera de discusión dejarla en la bodega o el sótano por simple decencia, descartó el living del segundo piso y la habitación extra no había sido limpiada en mucho tiempo. Al menos sabía cómo eliminar la sangre, porque de otra forma habría sido una molestia quitar las manchas del baño de invitados que usó antes de ponerla en su cama.
La reacción de la chica fue la esperada, pero no significaba que le gustase escuchar que su habitación era la de una princesa. Culpaba de Elizabeth, pero no tenía quejas al respecto. El lugar era de su agrado, el único en este mundo en el que se sentía cómoda y segura. Le recordaba a todas las veces en las que estuvo en la Habitación de Terciopelo, ya fuese para un asunto importante o solo para hablar con su extraña amiga. Y la cama era cómoda. Toda la habitación le ayudaba a recordar días más fáciles, mejores y felices.
Suspiró y abandonó el pensamiento sobre su refugio. Había cosas que considerar. Sobre todo, no esperaba que Himiko —aunque seguiría usando su apodo— llorase por un trago de su sangre. Por otra parte, fue mucho más revelador que las palabras y solidificó la creencia de Minato sobre lo podrida de la sociedad actual: eras definido por tu Quirk, no por el uso que le dabas. Esto no evitaba el hecho de que ella era una asesina en serie con problemas psicológicos, a la cual le permitió conocer la dirección de su casa. Nadie nunca la acusó de tomar decisiones seguras, porque, de hacerlo, habría abandonado el Dormitorio Iwatodai en el momento en que Yukari le apuntó con su Evoker.
Sea como fuere, le servía que aceptase la sangre. Tenía curiosidad de saber cómo reaccionaría ante ella. Este cuerpo podía ser, teóricamente, mortal, al menos en los asuntos importantes y hasta donde Minato sabía. Pero, la parte que era Thanatos, y luego la que era «ella», todavía deberían afectar a otros. Y Nekohime era el sujeto de prueba perfecto. Otra vez, nadie nunca la acusó de ser buena persona… Tal vez Fūka, pero ella era un poco ciega a lo que tenía que ver con Minato, y luego Ken, que era un niño todavía un poco ingenuo.
Solo había tres resultados posibles. El menos probable, a pesar de ser el más obvio, era que la matase. Era Thanatos, la Muerte Pacífica, por lo que se convertía en el resultado predilecto y que no debía ignorarse. Por otro lado, la razón por la cual era el menos probable fue también demasiado simple. No se había manifestado como tal desde que llegó a Musutafu. No existía la Hora Oscura, y el mundo humano hacía tiempo que fue abandonado por las divinidades. No tenía ese poder aquí, y dudaba tenerlo en el corto periodo de tiempo. Era, en resumidas cuentas, más «Yuki Minato» que «Thanatos».
El segundo resultado, y también de probabilidad baja, era que la curase. Incluso si era uno de los aspectos divinos menos queridos por la humanidad, todavía debería haber divinidad dentro de ella. Las leyendas tenían algo de veracidad, los usuarios de Personas lo sabían mejor que cualquiera, y muchas de esas leyendas involucraban sangre divina, o sobrenatural, ya fuese de nacimiento, ingerida o salpicada. Incluso podría trascender de ser humana, pero no subiría el listón demasiado alto.
El tercero y más probable era que no sucediera nada. Nuevamente, el mundo ya no tenía espacio para nada divino. El ser humanos, en su expansionismo aniquilador, dejó en claro a Gaia que no querían tener nada que ver con los aspectos sobrenaturales de la vida. Se alejaron de sus orígenes, de eras divinas, sobrenaturales y heroicas; en respuesta, Gaia los abandonó a su suerte.
Al final, siempre y cuando Himiko reaccionase de alguna de las dos primeras formas, Minato sabría que los Dones tenían algo de sobrenatural en ello. Si no, bueno, no iba a perder el sueño por un misterio que nadie ha sido capaz de responder durante tantos años. Preferiría que fuese de la segundo o última forma, no quería la muerte de Nekohime, al menos por ahora.
Sacó a la chica de su cabeza y se centró en el próximo problema. Nejire. Definitivamente la vería aparecer en el Curso General una vez terminadas las clases, así que tendría que planear su ruta de escape para evitar sus preguntas. Ahora, ¿cómo escapar de una persona capaz de volar? Esa chica era una fuerza de la naturaleza por derecho propio. Pensándolo bien, era curioso, nunca había escapado de algo volador. Seguro, en el Tartarus había cosas que volaban, pero tendía a matarlas —o Yukari las derribaba— antes de que fueran un problema. No podía hacer lo mismo aquí.
Existía la opción de decirle que la dejase en paz, pero, ahora que había reconocido que se había ablandado con el tiempo, dudaba en seguir esa línea de acción. Nejire también era un caso curioso, pero por una razón completamente diferente de Nekohime. Sentía curiosidad por Himiko como persona, estaba trastornada, su alma estaba impregnada con muerte y como víctima de la sociedad, podría entender el mundo mejor a través de ella. Una persona rota para una descocida, decía el refrán.
Nejire, por otro lado, era parte de ese porcentaje en adoctrinamiento que quería ser una Heroína, y tenía curiosidad sobre esas personas, incluso si no era por Nejire misma.
El paso de Minato flaqueó y la realización la golpeó. ¿Ella estaba… sintiendo curiosidad? Se permitió la primera sonrisa tras mucho tiempo, incluso si no duró mucho. Era la primera vez, desde que llegó a Musutafu, en que sentía algo. Seguro, odiaba a los Héroes, a la sociedad actual y le irritaban algunas cosas, pero todos eran consecuencias de lo que le ocurrió en el pasado. Sin embargo, esta vez, su curiosidad por Nekohime fue genuina, nacida de un solo encuentro que la impulsó a averiguar las cosas solo porque era parte de su área de influencia.
¿Quién lo diría? Tal vez no estaba tan rota como pensaba.
Nejire esperó frente a la puerta del Curso General, recibiendo las miradas normales. No era frecuente que un estudiante del Curso de Héroes estuviese por aquí; había alguna especie de regla tácita sobre ignorarse mutuamente, al menos hasta que ella comenzó a romper el statu quo. Algunas personas llegaron a reconocerlas y ella les envió un saludo con la mano por cortesía, recibiendo algunas respuestas o siendo ignorada.
Estaba realizando una emboscada, había salido volando —literalmente— a través de la ventana de la clase 2-A. Podría parecer exagerado, pero, si conocía lo suficiente a Minato, iba a intentar escapar de ella. Nejire solo quería saber cómo se encontraba, por supuesto que no iba a preguntar qué desencadenó un ataque de pánico como ese. Trataría de parecer lo más tranquila, amigable y accesible que pudiera, hasta el punto en que les dijo a Mirio y Tamaki que no la siguieran.
No iba a negar su curiosidad por lo sucedido, la cual estaba impulsada por su preocupación. Pero una persona decente no iba preguntando con respecto a los traumas de otra. Ahora, eso tampoco significaba que no iba a tomar el asunto con sus propias manos. Nada más lejos de la realidad. Para plasmarlo sin rodeos, fue de las pocas veces en la cual Nejire admitió estar completamente lívida. Los amigos eran algo precioso para ella, lo que incluía a la taciturna que de seguro la veía como una molestia tolerable en el mejor de los casos. Nadie tocaba a sus amigos.
Como tal, decidió pedirle un favor a su mentora, Ryūkyū. Que buscara a un Villano o Villana de apodo «Nyx». Ni siquiera preguntó la razón, cosa por la cual estaba agradecida, no quería exponer los problemas de otras personas. Tampoco sabía mucho, pero solo hacía falta sumar dos y dos. Lo que sea que hubiera hecho esta Nyx debió ser lo suficientemente malo como para quebrar a una persona tan estoica o, visto desde otra perspectiva, convertirla en lo que era ahora. Nejire no era una para la venganza, pero siempre hubo excepciones.
Cortó su hilo de pensamiento cuando vio una mata de cabello desordenado. Definitivamente tenía un poco de envidia, porque Minato confesó no cuidarlo bajo ninguna circunstancia, ni aunque su vida dependiera de ello. Nejire dedicaba horas a su cabello. La vida no era justa.
La chica en cuestión caminaba, ajena al mundo y con los auriculares en sus orejas. Minato estaba ignorando deliberadamente la llamada de lo que Nejire pensaba eran compañeras de clase. Otra razón por la cual creía que eran amigas: a Nejire no la ignoraba… tanto. Esto le sacó una sonrisa, viendo que era la misma persona de todos los días, casi tentándola a dejarla en paz.
Decidiendo que podría probar suerte, caminó hasta que Minato reconoció su presencia con lo más cercano que había visto en una mueca. No fue nada especial, y lo habría pasado por alto de no ser porque estaba acostumbrada a un rostro inmutable. Casi tropezó de la sorpresa, pero se recompuso, afianzó su sonrisa y la saludó con un poco menos de emoción para no asustarla. Casi parecía que estaba tratando con un gato callejero.
—Si vas a preguntar por lo sucedido ayer, no lo hagas. — dijo sin menguar su paso y solo destapando una oreja, dejando a Nejire a punto de hablar.
—Solo quería saber cómo estabas.
Era obvio que la otra chica estaba buscando cualquier signo de mentira en sus palabras. ¿Tan poco acostumbrada a que alguien pregunte por su bienestar? ¡Nejire corregiría eso pronto! Ser su amiga venía con un pase de preocupación gratuito.
—Viva. Debería bastar.
—¡Es bueno escucharlo! — gorjeó, asegurándose de mantener la distancia de ella cuando los estudiantes aumentaron —Pero ¿no deberías ir donde Recovery Girl para que te revise?
Obviamente no iba a quedar nada gracias al Quirk de la enfermera, pero Nejire quería que hablara con cualquiera al respecto. Era obvio que la perspectiva de un psicólogo no la atraía, no se llevaba bien con sus padres, o por lo menos no a un nivel en el que pudiera confiarle cualquiera que fuera su problema y ni siquiera sabía si Hound Dog sería útil aquí. Además, ahora colgaba la duda de si tenía padres en primer lugar, porque, con lo ocurrido ayer, ya no sería capaz de dar las cosas por sentado.
—No es necesario. Y deja de seguirme.
—¡Estoy preocupada por ti!
De inmediato supo que fueron las palabras incorrectas. Tal vez no cambió su postura, pero algo en la mirada de Minato le hizo saber que se había cerrado, o estaba a punto de hacerlo. Tenía que pensar rápido antes de arruinarlo.
—No necesi…
—¡Además! — interrumpió —Nunca nos hemos reunidos fuera de la academia. Podríamos aprovechar este momento.
Allí, debería pensar que su razón era más la segunda que la primera. Normalmente debería ser ofensivo no preocuparse demasiado por el bienestar de otro, pero, como acababa de demostrar, ese tipo de atención parecía alejarla. Qué chica extraña.
—No tengo tiempo. Tengo que cuidar dos gatos callejeros.
—¿Tienes gatos?
Lucía como una persona de gatos, pero no como una persona que tuviese mascotas… ¿Era del tipo que prefería a las mascotas sobre las personas? Tendría sentido y explicaría muchas cosas.
—En realidad, uno. El otro volverá a donde sea que vive.
—Oh, una pena.
—No lo diría. Es una molestia. Casi tanto como tú.
Nejire se rio con nerviosismo. Definitivamente la había ofendido si estaba siendo directa con su desprecio. Bueno, si creía que con eso iba a espantarla, entonces estaba equivocada. Había escuchado cosas peores de Villanos.
—¿Cómo se ven? — preguntó para romper un poco el hielo.
—La molestia es rubia. Blanco el otro. ¿Es todo?
Nejire evitó hacer una mueca. Sí, tal vez no debió dejar ver su preocupación. Bueno, ese barco zarpó, por lo que solo quedaba retirarse con gracia. Y, como decía un refrán, si ya tenías planeado bajar, solo salta.
—Minato-san. — pareció quedarse congelada cuando la llamó con un honorífico respetuoso —Sé que no te gusta que muestre preocupación, pero lo hago. Tal vez solo nos conozcamos por menos de un año y no signifique nada para ti, pero te veo como una amiga. Si quieres hablar, sabes dónde encontrarme.
En lugar de marcharse e ignorarla como creyó que haría desde un principio, le envió una mirada analítica. Estaban fuera de la afluencia de estudiantes, por lo que no estaban estorbando a nadie. Y ninguno de ellos les dio una mirada. Pasaron así unos cuantos segundos hasta que Nejire la escuchó suspirar.
Bien, decir que estaba nerviosa era quedarse corto. Si algo sabía Minato era mirar a las personas como si estuviese buscando arrancarles el alma. Y si solo recordaba lo sucedido el día anterior, tal vez no era una forma exagerada de hablar. Ser un poco más baja tampoco ayudaba. Pero allí estaba, sin apartar los ojos de un concurso de miradas.
—Solo… olvida lo que viste en el baño.
No era lo que esperaba. ¿Un insulto? Tal vez, no estaría de más. Ser ignorada era lo que más creía que pasaría. No pensó que ofrecería lo más parecido a una capitulación. Si esto no demostraba que, al menos, valoraba un poco su compañía, no sabía qué lo haría.
Seguro, Minato no iba a venir a hablar con Nejire para pedir ayuda en el corto periodo de tiempo, si era que lo hacía algún día. No le gustaba, preferiría que dependiera un poco de ella. Pero, de alguien que preferiría morir que recibir la lástima de otra persona, era lo más que podría esperar sin forzarla. Y no estaba segura de poder obligarla, ya fuese incluso por la fuerza. Llámalo instinto.
—Por supuesto.
Por supuesto que era una mentira. Haría todo lo posible para encontrar a Nyx y enviarla al Tártaro, donde se pudriría en una celda el resto de su vida y no tendrá otra oportunidad de lastimar a su amiga. Era un juramento que tenía pensado cumplir, incluso si debía decir una pequeña mentira para eso. Incluso si tenía que mover cielo y tierra para lograrlo.
Se aseguró de sonreír como siempre lo hacía, además de hablar sobre todo y nada antes de separarse en la estación, donde se reunió con Mirio y Tamaki.
§
VIII
§
«Nekohime: ¡Detrás de ti!».
Minato, sin despegar los ojos del celular, dio un paso hacia la izquierda para evitar ser abordada por un abrazo sorpresa, notando la forma en la cual Nekohime se recuperó de lo que habría sido una caída horrible para alguien menos ágil. Reconocimiento a quien lo merecía, esta chica era atlética.
—¿Por qué me esquivaste? — preguntó con un puchero.
Ni siquiera se dignó a responder aquello, solo empujó la puerta del establecimiento y entró. Que la aceptase como su conejillo de indias glorificado no significaba que Minato se sintiera cómoda con el toque. Seguía siendo humana, sin importar cuánto la imaginase como un gato para hacerlo todo más tolerable.
La vista de Minato fue asaltada por el color rosa claro, acompañado de blanco y algunas secciones de madera, que parecía de bubinga. Sí, sabía qué era la bubinga gracias a Mitsuru. Una amiga millonaria hacia maravillas sobre el conocimiento de bienes de calidad, o caros. La luz era natural, un tinte rojo del atardecer entrando a través de ventanales, junto a los cuales había varias mesas ocupadas, en su mayoría por población femenina.
La principal forma decoración consistía en flores blancas y rojas, situadas sobre mesas circulares. Los postres se exhibían tras cristales pulcramente pulidos, desde pequeños bocadillos hasta pasteles completos de un par de pisos. Las camareras iban en lo que parecían vestidos confeccionados por profesionales, e incluso si seguían la temática del café, con faldas hasta las rodillas y volantes, cada uno contaba con su propio distintivo, lo que evitaba que hubiera dos iguales.
Este era, definitivamente, un lugar que nunca habría pisado en su vida anterior, al menos en solitario. Completamente desconectado del mundo exterior de no ser porque era capaz de verlo desde un asiento. Los peatones del centro de Musutafu le señalaban la cotidianidad mundana que dejó fuera, y le ayudaba a recordar que no fue transportada a un cuento de hadas cliché.
Se aseguraron un asiento en la esquina, y como iba a ser una conversación un tanto privada, Minato se aseguró de liberar un poco de su presión. No lo suficiente como para dejar inconsciente a la camarera con orejas de conejo y cabello castaño —que escapó cuando entregó las cartas—, o matar de un paro cardiaco a un comensal inocente, pero sí lo suficiente para que las personas dudasen en sentarse en la mesa adyacente, como la pareja que se levantó casi de inmediato. Vio cómo se estremeció Nekohime, lo que era curioso, no pensó que la asustaría con tan poco.
Los precios levantaron una ceja. Sabía que este tipo de lugares eran caros, y difícilmente un asalariado promedio podría pagar algo. De hecho, percibió que todos los que estaban aquí iban vestidos con ropa de calidad. Minato y Himiko sobresalían como un pulgar, ambas vestidas con uniformes escolares —debería preguntar algún día si en realidad iba a la escuela. Al menos creía que el de Yūei debería dar algo de estatus y que los mirasen menos.
Al final, ambas decidieron probar lo mismo y la especialidad del lugar: éclair. Minato estuvo cerca de pedir un red velvet solo por la ironía, pero, si todo iba a terminar como un desastre independientemente de lo que comiese, al menos se tomaría la molestia de descubrir por qué las personas se desgarraban las togas para venir aquí. Y debía reconocer que el servicio era de calidad, porque ni bien entregaron su orden a la camarera —que ahora era una diferente, otra castaña con más columna vertebral—, esta volvió con el postre.
Encogiéndose de hombros cuando vio a la segunda camarera fingir que no estaba escapando y casi dejando caer sus gafas de sol, probó el que tenía glaseado de chocolate en la parte superior. Eh, al menos el precio lo valía, y la sonrisa más amplia de Nekohime era un indicativo de que estaba de acuerdo con ella.
—¿Vienes a este tipo de lugares seguido? — preguntó Minato.
—Hmmm… No, en realidad no. Antes lo hacía. — supuso que una asesina a sueldo no tenía tiempo que gastar. —¿Qué hay de ti?
—No. — no la atraparían muerte en estos lugares, al menos no sola —Demasiado para mí.
—Porque eres toda sombría y malvada. — agregó Nekohime con una risita.
—¿Estás segura sobre pagar? — preguntó, antes de decir algo que no debería.
Por mucho que Minato no fuese millonaria, no había gastado del dinero de Elizabeth más que en impuestos, artículos de tocador y cualquier cosa estrictamente necesaria. A este paso, no sabía cuándo se acabaría todo, y no le agradaba la perspectiva de ser tratada.
—¡Estoy bien! — gorjeó —Puedes verlo como un agradecimiento. Recibí mi pago hace unos días, y he estado ahorrando.
—¿Pago?
La escaneó de arriba abajo y, sinceramente, Minato no la contrataría para nada. Algo de eso debió reflejarse de alguna manera, porque ella le hizo un puchero.
—¿Estabas pensando algo grosero?
—No.
No era grosero si era la verdad, pero no dijo eso… No, espera, su ceño se profundizo. Sí, lo dijo en voz alta. Eh, tal vez debería hacer algo con su boca, incluso si ya no podía matarla.
—Para tu información, Giran me paga por hacer nuevos amigos. — dijo con altivez, pero no parecía realmente ofendida.
Ignoró quién era este «Giran» y se concentró en la otra parte de la sentencia. ¿De qué estaba hablando esta chica? ¿Hacer amigos? No recordaba que hubiese un trabajo así. ¿Tal vez el área de publicidad? O... No, no podría… Miró a Nekohime con más intensidad… Sí, esta chica podría. Hacer amigos se traducía en apuñalar, ¿no? No solo una asesina en serie, sino también por contrato. Tanaka, el Arcano del Diablo y un estafador consumado, era un santo comparado con esta chica. Y Minato era alguien para hablar, el Arcano de la Muerte.
—¿Estás… sonriendo?
De hecho, lo estaba, más por la ironía del asunto que por cualquier alegría, por lo que debería lucir vacía. ¿Cómo era el refrán? «La olla llamando negra a la tetera».
—Recordando el pasado. ¿Matas personas para ganarte la vida, y lo llamas "hacer amigos"?
Decidió ser directa con el asunto, hablando en voz baja. Seguro, no era una charla que deberían tener dos chicas, una de ellas, tal vez, todavía en primer año. Pero, en lugar de lucir perturbada, respondió con un alegre y enérgico:
—¡Sí!
Pero pronto pareció conectar los puntos y bajó la cabeza, robando miradas al lugar donde había apuñalado a Minato. No le importaba particularmente, lo había pasado peor, pero prefería sacar a relucir el tema y saber si debería esperar ser atacada por sorpresa con algo más que abrazos. No sabía qué era peor, el acero frío o el calor de la piel humana… Tal vez esta última.
—No volveré a hacerlo, lo juro… ¡No es que no quiera ser tu amiga! — el grito atrajo atención, por lo que continuó en voz más baja —Quiero decir, no estoy pensando en herirte. No volveré a beber tu sangre. Esta deliciosa, no digo lo contrario. Me gustó mucho. — Minato levantó una ceja ante su declaración, que intentaría tomar como el cumplido más extraño jamás recibido —Pe-pero no parece que deba beber tu sangre para que seas mi amiga. ¡Puedo hacerlo si quieres! No es que realmente debas querer.
Dioses, noche y luna, ¿siempre fue tan socialmente torpe? Pensándolo bien, era un tema delicado… No, más precisamente, no sabía qué hacer. Mentalmente trastornada, incapaz de formar un vínculo normal y su única forma de hacerlo —de culminar el vínculo— era matar a su objeto de afecto, a lo que debería sumarse un Quirk que bien podría estar causándole una adicción a la sangre con síndrome de abstinencia incluido. Ahora, luego de quién sabía cuánto tiempo, esta chica creyó encontrar un vínculo en el que no era necesario desangrar a la otra parte, a quien tampoco parecía importarle lo que era, por lo que no debería saber cómo proceder a partir de allí.
Tal vez debería estar agradecida de que fuera Minato quien la encontró y decidiera que no era demasiado molesta para mantener como conejillo de indias. No iba a fingir que era una santa, porque no lo sería ni aunque volviera a nacer. Seguro, era una mala persona para muchos, una psicópata para unos pocos, era difícil de olvidar lo último cuando se lo gritaban a la cara, o cuando Tanaka simplemente lo comentó de pasada. Pero, a pesar de sus defectos, de si era o no lo que la acusaban, conocía los límites de la sociedad.
¿Qué hubiera pasado si alguien con menos escrúpulos decidía acogerla? Una habilidad que podía convertirla en cualquiera sería capaz de desbaratar el orden actual con el suficiente tiempo, esfuerzo y preparación. Pensar que le hizo un favor a la sociedad que tanto odiaba, porque esta chica no habría dudado en matar por su "persona especial" hasta quedar rota y ser desechada. ¿Cómo lo llamaban en la cultura popular? ¿Yandere?
Tampoco iba a mantenerla por siempre y dudaba poder hacerlo. En algún momento, por cualquier motivo, iban a chocar. Por ahora, se aseguraría de que no cometiera una estupidez capaz de arrastrar a Minato, mantendría la correa apretada y disminuiría su necesidad de matar. Sangre y dinero debería bastar. Tampoco iba a pagar todo de ella, porque estaba segura de que necesitaría apuñalar de vez en cuando para sentirse bien. Solo el hecho de hacerla disminuir la frecuencia de asesinatos contaría como una victoria. Lo último que quería era que arrestaran a su conejillo de indias.
Tal vez no se apropiaría de Nekohime como hizo con el S.E.E.S. o Elizabeth. No la consideraba lo suficientemente valiosa como para hacerla de su propiedad. Pero la haría su responsabilidad, por el momento. Ahora… ¿cuáles serían las palabras correctas? Hacía tiempo que no jugaba con los vínculos, y esperaba no haber perdido el toque.
Himiko era un desastre. Sabía que era una chica que recibía un flechazo rápido y con demasiada frecuencia. Pero creía que esto era diferente. No sabía cómo llamarlo. Seguro, le gustaba Yukimi, pero no de la misma forma en la cual el gustaron las otras personas, tal vez ni siquiera en el sentido romántico. ¿Cómo debería llamar a esto? Aunque no importaba, porque solo quería causar una buena impresión y estaba haciendo todo lo contrario. Culpaba al dolor de su abdomen.
—No me importa si bebes mi sangre. — comentó luego de lo que parecieron horas.
La cabeza de Himiko se levantó de golpe, demasiado impactada por la situación como para importarle que casi manchó su falda con un éclair demasiado caro. ¿Escuchó correctamente? Pensó que la primera vez podría ser una excepción al descubrir el pequeño contrapeso de su Quirk, un minúsculo acto de amabilidad, no… algo así.
—Siempre y cuando no apuñales. — agregó luego de otro mordisco —Es molesto.
Himiko sintió su rostro enrojecer todavía más. En su defensa, no estaba pensando claramente en ese momento. ¿Habría apuñalado a Yukimi incluso si hubiera pensado claramente? Por supuesto, pero habría sido diferente. Más especial.
—E-está bien.
Su respuesta vino en voz baja, porque no estaba segura de ser capaz de regular el volumen al hablar. Lo último que quería era arruinar su día de chicas con una llamada a la policía por la conversación extraña que estaban teniendo. Además, podrían reconocerla de su boletín de búsqueda.
—Quiero saber, ¿por qué me atacaste?
Himiko hizo una mueca. No le estaba reprochando, al menos el tono de su voz era tan casual que no parecía hablar de ser atacada no mucho antes. Comenzó a preguntarse si había algo que lograse perturbar a Yukimi, porque parecía tomarse una puñalada como algo del día a día. Y estaba segura de que no muchos irían a una pastelería con sus atacantes. Al menos, sus antiguos amigos no lo habrían hecho.
—Te esperé por horas… estaba un poco enojada, aunque quise hablar al principio… — hizo una pausa y miró a Yukimi, quien la instó a continuar con la parte más vergonzosa —Y te veías apetitosa…
Ni siquiera disminuyó la velocidad en la cual estaba comiendo cuando recibió la respuesta. Definitivamente estaba hecha de otro material.
—Adicción y abstinencia. — Himiko fingió que el comentario no fue como una puñalada —Un Quirk es más un inconveniente de lo que los medios lo hacen parecer. — bajó la cabeza ante eso. No le gustó ser vista como un problema, pero era la verdad. Por algo era una sanguijuela. —Pero he visto peores cosas de la humanidad.
—¿E-en realidad?
¿Algo peor que una persona que, incluso si no lo necesitaba para vivir, no podía evitar desangrar a otros hasta la muerte? Sonaba difícil de creer viniendo de una adolescente, pero explicaba, entonces, cómo no podía perturbarla con una sola puñalada.
—Soy huérfana.
—¿Eh?
—He vivido de un lugar de acogida a otro. Al menos, hasta Musutafu. ¿Puedes adivinar por qué? — no la dejó responder, pues la presión que la mantenía arraigada en su asiento se incrementó solo un poco, antes de bajar —Esa es la razón. Y no, no es un Quirk.
»He visto cosas que le helarían la sangre a cualquier humano. Curiosamente, hecho por humanos. Fui utilizada, engañada y desechada. Un arma en contra de una fuerza imparable.
»¿Tú caso? O, más precisamente, ¿tú? Eres una víctima.
Esta vez, Himiko no se molestó en evitar que el éclair cayera, que manchara su barbilla y falda. Fue llamada todo tipo de cosas por sus padres, además de las personas que descubrieron de lo que era capaz. «Sanguijuela» siempre fue el más común y menos halagador, seguido de «mosquito» y «murciélago». Estaban los que se burlaban al referirse a ella como «vampira». Pero nunca, nadie en su sano juicio, la llamó víctima. Estaba mintiendo.
Himiko buscó la burla, pero fue imposible en ese rostro perfectamente en blanco. Ojos azules como el hielo mirándola sin juicio, sin apartarse de ella como cualquier mentiroso, sin la diversión de los que la engañaban. Solo la habitual sinceridad indiferente, la de alguien a quien no le importaba nada, por lo que no se molestaba en mentir.
Esta vez se prometió no llorar. Y así lo hizo.
—Algunos Quirks parecen afectar la mente tanto como el cuerpo. No es tan extraño. — Yukimi se inclinó hacia adelante, limpiando la mancha de su barbilla con una servilleta —Hiperactividad, arrogancia, temperamento explosivo, indiferencia. ¿Qué tan rara sería la adicción? — se puso de pie, hacía unos minutos que había terminado sus éclairs —Estaré en el baño.
Himiko solo asintió como reconocimiento a sus palabras. No confiaba en su voz. No confiaba en no sollozar en ese mismo lugar. En realidad la estaban entendiendo. No fueron palabras vacías, era como si realmente comprendiese lo peligroso de un impulso. ¿Habría tratado con alguien así en el pasado? Al ser una Quirkless, no sabía cuánto cambiaba un Quirk a una persona. Y no solo era algo físico, como dijo. Pero todos parecían olvidar la pequeña parte de la mente.
Más que el sentimiento confuso que le generaba alguien que estaba tratando de entenderla, se sintió enloquecedoramente feliz.
Minato escupió lo último del éclair en el retrete antes de hacer una mueca ante la desastrosa visión de los trozos masticados. Tal como llegó a su estómago, así volvió a subir. Asqueroso. Accionó la palanca y salió del cubículo, posicionándose frente al lavabo.
Tuvo que resistir el impulso de desollar su propio rostro. Cualquiera pensaría que, luego de meses, e intentos de hacerlo, habría superado algo como eso. Pero era imposible. No sabía por qué, pero estaba segura de que este era el rostro de «ella», o como mínimo lo más cerca posible, al menos cuando no era un monstruo deseoso de destrucción. Y eso hacía que lo odiara con cada fibra de su ser.
Las facciones eran, hasta cierto punto, parecidas a las originales. Nunca fue demasiado masculino en el pasado, si debía admitir. Pero cualquier rastro de su herencia japonesa fue borrado.
Pero era imposible hacer algo al respecto. La maldición —que muchos llamarían bendición— se lo impedía. De la misma forma en la cual comer era una tortura. Negando con la cabeza, sacó hilo dental y enjuague de su bolso, poniéndose a trabajar.
Un cuerpo atrapado en el tiempo, esa sería la mejor forma de describir su situación. Sonaba confuso, y para algunos como algo bueno. Pero nada más lejos de la realidad. Tendría que admitir que la primera parte sí era algo positivo, o lo sería si todavía se dedicase a cazar monstruosidades: cualquier herida se curaría hasta un estado anterior a sufrirla. Incluso si era decapitada, dale unas horas y volvería ser la «perfecta» Yuki Minato, sin un solo cabello fuera de lugar.
Inmortalidad en el sentido más extenso de la palabra. Había sufrido varios tipos de muertes para demostrarlo. Quemada, apuñalada, asfixiada, electrocutada, desangrada, ahogada o disparada. Nada servía. Nada la sacaba de esta tortura.
Más allá de lo anterior, estaba el contrapeso. Todo en la vida tenía uno, sin importa qué tan bueno parecía a primera vista. Cualquier efecto beneficioso, ya fuese sobrenatural, natural o de un Quirk, desaparecería con el paso del tiempo, no sin dejar un efecto negativo temporal. Y ni hablar de cerrar una herida, porque volvería a sufrir el dolor, solo que multiplicado. Tal vez alguna especie de castigo.
Aquella fue la razón por la cual el Don de Recovery Girl se desperdició en ella. Sus muñecas comenzaron a sangrar poco después. Al menos no cosieron la herida, eso habría sido una tortura si no lograba sacar las costuras a tiempo. Bueno, más cerca de una molestia que otra cosa, pero el punto seguía allí.
Ocurría con situaciones mucho más mundanas. Comer era imposible cuando no podía, bajo ninguna circunstancia, digerir lo que cayese a su estómago. Todo terminaba regurgitado, así que ya ni siquiera era capaz de disfrutar una comida. Su cabello volvería a la misma longitud. Sin ciclo menstrual. Ni siquiera estaba segura de poder envejecer y morir de forma natural.
Y gracias a este cuerpo atrapado en el tiempo, no fue capaz de deshacerse del rostro que le devolvía una mirada indiferente. Tampoco podría eliminar todas sus cicatrices con cirugía, lo había intentado el mismo día en que probó cambiar de rostro. No solo sufrió el dolor de una cirugía sin anestesia dos veces, sino que mató a un cirujano ilegal por nada.
Esto era, sin duda alguna, culpa de la parte de ella que era Thanatos. No sabía cómo funcionaba, de hecho, ni siquiera debería hacerlo, pero tenía sentido, que era lo peor. Sangró demasiado en el Tartarus, más que cualquier otro miembro del S.E.E.S., y nunca se vio afectada a largo plazo. Sangró más que cerdo en matadero, pero su cuerpo siempre lo repuso.
El hecho de que ahora fuese mucho más potente… lo único que había cambiado fue esa noche de luna llena. Esa fatídica noche. Su pecho dolía al recordarlo. La punta de la espada, la sangre, los gritos. Su rostro eternamente sonriente. Burlándose. Mofándose de sus esfuerzos. El disparo. La pestilencia a pólvora. La risa.
Minato sacudió la cabeza cuando escuchó un grito. Correcto, lugar público. Perder el control de sus emociones no era bueno. Suspirando, guardó los objetos y miró hacia la puerta. Tenía un asunto mucho más inmediato.
Había hecho las cosas bien si las reacciones ayudaban. Mostrar consideración, simpatía sin evocar lástima, ponerse a su nivel al contar parte de su historia y admitir que entendía su situación. Y, de hecho, lo hacía. Los impulsos podían volverla loca algunas veces, por lo que no fue una mentira decir que comprendía la molestia por la cual estaba pasando. Que pudiera controlarse mucho mejor era otro asunto.
Tampoco mintió cuando la llamó víctima, pero no fue toda la verdad. Sí, Toga Himiko era una víctima de sí misma y del sistema actual. Pero nada habría cambiado lo sucedido si la sociedad tomaba la acción de ayudarla, en lugar de desecharla. Si hubiera decido postularse a una escuela de Héroes, habría sido usada como herramienta, y luego terminado como una víctima. Su Quirk, más que poderoso, era peligroso.
All Might era poderoso, pero apostaría por Nekohime cualquier día de la semana. Perdería una pelea directa, seguro, pero podría matarlo. Simplemente porque el Héroe número uno era solo poderoso, no peligroso. Había mil y un formas para tratar con luchadores directos, el Tartarus le enseñó que eran más peligroso los que jugaban con trucos.
Así que, señalar que era una víctima la ayudaría a ver a Minato con buenos ojos. Nadie nunca llamaría a una asesina trastornada de esa forma. Esa chica estaba casi tan rota como Minato. Pero, si sus reacciones eran algo, todavía tenía salvación. Solo necesitaría un mentor adecuado, alguien que se preocupase genuinamente por ella, que supiera guiarla con paciencia, que soportase los peores contrapesos de su Quirk y, lo más importante, con conexiones suficientes para protegerla. Lástima por Nekohime, solo consiguió a Minato.
Con respecto a confesar su capacidad de aterrar a los que la rodeaban, no era un problema. La chica ya lo sabía, y si podía usarlo como una parte extra de su «historia trágica», mejor.
Saliendo del baño, evitó levantar una ceja cuando lo sintió en los alrededores. No una o dos personas, sino un grupo completo estaba planeando cometer un asesinato. Como no era su dominio, solo captaba la intención más que la visión. Siempre y cuando no interrumpiesen sus asuntos, estaba bien. Solo un empujón más, un toque era lo que necesitaba para tener a Nekohime comiendo de la palma de su mano.
Por supuesto, tendría que saber que nada era así de fácil para ella. Tantos años en los que el Destino estuvo fastidiándola, deberían haberla preparado para saber que cada asunto extraño que ocurriese a su alrededor, la iba a involucrar. En su propia defensa, era un hermoso atardecer que no llamaba a los problemas.
En el momento en que la primera motocicleta se detuvo frente al ventanal del establecimiento, mostrando a individuos cubiertos de la cabeza a los pies de cuero negro y un casco con cristal polarizado, todos los instintos de Minato, Thanatos y «ella» enloquecieron.
Minato fue capaz de reconocer que estaba a segundos de un ataque, porque horas en el Tartarus, donde cada, bueno, «Sombra», podía saltar para atacar, donde incluso sus propios aliados podían volverse contra ella debido a la magia del enemigo, enseñaba a estar preparada para todo.
Thanatos, o la parte de Minato que lo era —todavía estaba acostumbrándose—, sintió que el recuento de muertes se disparaba, en especial cuando apareció el segundo de ellos. También la instó a saltar a través de la ventana y terminar de inmediato con los futuros transgresores.
La parte que era «ella» comenzaba a deleitarse con la masacre venidera, se volvió eufórica cuando se vislumbraron los subfusiles Uzi que prometían violencia. Esta fue la parte más difícil de acallar, porque Thanatos y «ella» estaban de acuerdo por una vez, casi haciéndola tropezar en su carrera. Al menos todavía era rápida de pies y reacciones, y que esta paz, acompañada de su inmortalidad, no la habían arruinado.
Nekohime gritó cuando Minato la abrazó, cubriéndola con su cuerpo justo en el momento en que los disparos resonaron en lo que había sido una pequeña escena de paz.
Sintió los aguijones clavándose en su espalda antes de reconocer el ruido de los cristales rompiéndose y chocando contra el suelo. Treinta balas se incrustaron en su espalda, un número decente si tenía en cuenta la mala puntería y que hicieron un barrido. Iba a ser una molestia esperar a que salieran.
Ignoró la cacofonía de pánico y gritos, de súplicas y lamentos, de su deseo de matarlos a todos. Sus sentidos enloquecieron ante la necesidad de sangre. Apretó a Nekohime para matar el deseo de unirse a la masacre. Pero estaba perdiendo la cabeza. Todo su cuerpo tembló de anticipación. Y solo un momento atrás estaba dando una conferencia sobre impulsos.
Decidió concentrarse, entonces, en la situación. Tenía que admitir que estaba sorprendida. Aquí había un grupo de asaltantes que reconocía la superioridad de las armas de fuego para los atentados. Tantos Quirks, y ya nadie parecía recordar que había un instrumento mucho mejor para matar.
Pasó a pensar en las personas. Tal vez lograría distraerla. Las madres acunaban a sus hijas, o hijos, tratando de llamar a los que se desangraban. Algunas se interpusieron entre las balas y sus crías, quienes solo podían llorar bajo el cuerpo de sus progenitoras. Algunas amigas se utilizaron como escudo entre ellas, se abandonaron mutuamente o, en un acto curioso, protegieron, tal como hizo Minato con su conejillo de indias.
No le importaba en lo más mínimo. Una escena como esta estaría destrozando al S.E.E.S., y los más deseosos de justicia se embarcarían en una cruzada. Pero ella, lo único que sentía era decepción. Nekohime y Nejire eran casos aislados, una de ellas una víctima y la otra al menos creía su propia mentira de querer ayudar a los demás. Pero esto era la humanidad. Agradecía que le ayudasen a recordar, porque ella les recordaría la mortalidad. Parecían haber olvidado que nadie estaba por encima de la Muerte.
Notó que su presencia de muerte no estaba bajo su control cuando escuchó el chirrido de los neumática, cuando las personas intentaron arrastrarse —a pesar de agravar su estado— solo para escapar de ella. Nekohime también estaba temblando bajo ella, por lo que se aseguró de disminuirla. Necesitaba que alguien la llevase a casa.
—¡¿Yukimi-chan?!
—Estoy bien… Solo… — Escupió sangre. Respirar era un poco difícil. Perforaron un pulmón. —Solo llévame a casa.
La sintió asentir, pero era obvio que estaba dudosa. También notó el esfuerzo que hizo para no mirar la sangre que había escupido cuando ayudó a Minato a ponerse de pie. El dolor en la parte inferior de su cuerpo la hizo señalar que dañaron su muslo izquierdo. Iba a ser una caminata a casa demasiado larga. Al menos estaba segura de que lograría espantar a los curiosos.
—Po-podríamos llevarte a un hospital.
El nerviosismo era obvio. Y podía reconocer todas las razones. Primero, no sabía qué hacer con una persona herida. Lo más probable era que tratase solo las suyas, si recibía alguna en primer lugar. Luego estaba la sangre que goteaba de Minato y la cubría a ella. Estaba luchando contra sus instintos, y estaba perdiendo miserablemente. A este paso, no le extrañaría a Minato si terminase sacando un cuchillo para terminar el trabajo de los asaltantes. Necesitaba calmarla y recordarle que, bueno, era una «amiga».
—Alguien… podría reconocerte…
Era una gran mentira. Ni siquiera sabía si estaba siendo buscada, y dudaba que fuese una búsqueda activa en caso de existir. Caminaba a plena luz del día, después de todo, y visitaba pastelerías. Pero, sea como fuere, mostrar que se preocupaba más por Himiko que por estar muriendo la ayudaría a recordar que Minato era «importante». Esperaba. No quería terminar en un hospital, porque no iba a poder explicar cómo desarrolló un «Quirk» regenerativo tan potente de la noche a la mañana. Y si terminaba en la morgue, sería muy incómodo si despertaba en mitad del examen post mortem.
—Pe-pero…
Su respiración se equilibró un poco y el agarre, en lugar de ser el posesivo y deseoso que había estado usando, fue más relajado. Funcionó.
—Solo llévame a casa… luego regresa a la tuya…
—¡Sé tratar heridas!
Agradeció que la acera estuviese libre, porque esa declaración habría sonado sospechosa. Se estaba cansando de explicar las cosas. No era fácil hablar con un pulmón perforado. O no debería hablar en primer lugar.
—Llamaré a alguien… Iban por ti.
Las armas se apuntaron a Nekohime, de eso no había duda. Si tenía que adivinar, un encargo pasado que volvió para morderla. Justo en el momento en que Minato decidió hacerla su responsabilidad. A veces se preguntaba si este tipo de cosas eran por buena o mala suerte. Por ahora, se apoyaría en su conejillo de indias y dejaría de pensar. Su cabeza daba vueltas.
Cuando llegó a la escena, Nejire tuvo que esforzarse en no perder su sonrisa tranquilizadora. Su mentora, que estaba hablando con las autoridades, le dijo que hiciera su parte con los heridos. Decir que no fue fácil sería quedarse corto. Esta era la parte del trabajo de la que nadie hablaba: acusaciones.
Los Héroes eran falibles. Demasiado falibles. No podían estar en todos los lugares en cada momento. El mundo necesitaba más Héroes, porque, por cada uno de ellos, había dos Villanos. Y aquí estaba la prueba. Que ambas tuvieran que dirigirse a la escena en lugar de Endeavor, quien prefería la resolución de casos, demostraba que estaba con las manos ocupadas.
Como tal, recibió los insultos con una sonrisa practicada. Se aseguró de que no fuera demasiado entusiasta, o tendría el efecto opuesto al que quería llegar. Esto ocurría demasiado a menudo, y casi se le escapó una mueca cuando recordó la primera vez que se enfrentó a esta parte de la actividad de ser Heroína. Apenas era una primer año, y decir que se sintió pateada sería quedarse corto.
Cuando una de las víctimas, y la que estaba diciendo incluso de qué iba a morir, fue alejada por los paramédicos, aprovechó la oportunidad para acercarse a Ryūkyū, que también había terminado de hablar con los oficiales. Ambas se alejaron un poco de la escena.
—No tienen nada, salvo que fue obra de asaltantes motorizados. — dijo su mentora con un suspiro.
—Y como no usaron ningún Quirk…
Rastrear a los Villanos al reducir los posibles asaltantes mediante el uso del Don era una práctica común. A pesar de que, con las Peculiaridades, existía el factor de ser parecidas, no había dos iguales; incluso de haberlo, ayudaba a disminuir la lista de sospechosos.
Con armas de fuego era un asunto diferente. A pesar de que no eran muchos los que las usaban, no era sencillo rastrear a los compradores. Como tal, balística solo podía reconocer las armas y poco más podrían hacer con la información, salvo archivarse hasta el olvido. No le gustaba.
—Aun así, debemos revisar las cámaras de seguridad. No creo que podamos encontrar algo significativo…
—Pero es mejor que nada. — terminó Nejire, a lo que su maestra asintió.
Entraron al local destrozado, con mesas volcadas, cristal desperdigado y sangre cubriendo el suelo. Esto último la hizo desviar la mirada. No importaba cuánto lo presenciase desde que comenzó con esto del heroísmo, nunca quería acostumbrarse a una vista como esa.
Estaba segura de que fue un sitio hermoso antes de todo lo sucedido. Solo escuchaba cosas buenas de la sucursal japonesa recién abierta y, de hecho, era un lugar que tenía pensado visitar en algún momento, cosa que ya no sería posible. Tenía serias dudas de que el negocio volviera a abrir, al menos no lo haría en poco tiempo.
Un oficial de policía las saludo cortésmente antes de llevarlas a la parte de atrás, las habitaciones del personal. Solo quedaban un par de chicas, una de ellas con orejas de conejo que le recordaría a Mirko si no estuviese encogida de miedo y siendo consolada por su amiga. Fueron testigos, ya que eran las únicas camareras que estaban fuera en ese momento, todo por pura casualidad.
Las dejó con el oficial que las estaba interrogando y pasó hasta la habitación de seguridad, donde fue dejada junto con Ryūkyū. Simplemente compartieron una mirada antes de rebobinar el metraje y reproducirlo a alta velocidad. Pasaron por al menos una hora antes del atentado, mirando quién entraba y salía del local. Mayoría femenina, lo que era normal.
No habría reaccionado de forma exagerada de no ser porque su vista entrenada reconoció una cabellera indomable. Pausó rápidamente, rebobinó y reprodujo a velocidad normal hasta el momento en que se vio a la chica empujar la puerta de entrada. Minato entró con paso indiferente mientras ignoraba a una chica rubia que le protestaba por algo. En una situación normal, habría estado feliz de que tuviera una amiga con la que pasar el tiempo, en especial tras la conversación de ayer.
En su lugar, solo pudo sentirse palidecer ante la inminente premonición. Aunque, por otro lado, su mente estaba trabajando. Minato no había aparecido en la lista de defunciones, y mucho menos la vio fuera con los heridos. Eso le dio algo de esperanza. Significaba que salió ilesa. O tal vez solo lo suficiente como para caminar a casa. Podía imaginarla negándose a recibir atención médica.
—¿Nejire Chan?
Ah, estaba con Ryūkyū. Y la estaba mirando con preocupación ante su abrupto silencio, junto al hecho de que el video seguía en pausa. Respiró hondo, suspiró y miró a su mentora antes de decir:
—Es Minato-chan. — hizo una señal hacia el monitor.
—Oh, la amiga de la que me hablaste. — lo dijo con rigidez, también conectando los puntos —Nadie mencionó a una chica con esa descripción, debería estar bien.
Estaba intentando ser positiva, pero algo se retorcía en su interior y le susurraba que no tuviera tantas esperanzas. Aplastó el sentimiento y reprodujo el resto del metraje. Nejire de inmediato notó la reacción de la pareja que se levantó justo cuando ambas tomaron asiento, de la misma forma en la cual escapó la primera camarera. Fue lo mismo que ocurrió en el pasillo del Curso General, y Ryūkyū también lo notó.
—¿No dijiste que era una Quirkless?
Nejire asintió y se concentró en el resto. Era obvio que estaban teniendo una conversación importante, la otra chica parecía un poco nerviosa y, luego, abatida. Al menos antes de volver a un estado de ánimo positivo. Lo que sea que estuviese diciendo Minato la impactó lo suficiente como para dejar caer uno de sus éclairs. Y lo siguiente hizo que Nejire quedase con la boca abierta.
Minato odiaba tocar a las personas, o por lo menos no estaba cómoda con el contacto. Imagina la sorpresa de Nejire al verla inclinada y limpiando la barbilla de la otra chica. Luego la sorpresa dio paso a la felicidad, hasta el punto en que dibujó una amplia sonrisa. Sí, tenía una amiga en quien confiaba lo suficiente si mostraba tal nivel de contacto físico. Eso traía paz al corazón de Nejire, porque al menos no estaba sufriendo sola.
Con la positividad renovada, continuó con la reproducción del metraje. Minato duró un par minutos en el baño antes de salir, fijando su mirada en algo más allá de la ventana. Al principio no supo qué estaba viendo su amiga, pero, de un segundo a otro, pareció convertirse en una persona diferente. La normalmente taciturna, callada y tranquila dio paso a una chica de acción.
Minato saltó hacia su amiga, atrayéndola a un abrazo protector y guardándola de lo que sea que estuviese fuera. Momento en que el infierno se desató. Las balas atravesaron el vidrio e impactaron la espalda de Minato. Nejire dejó escapar un grito ahogado al presenciar los pequeños proyectiles perforando la espalda de su amiga.
La balacera no duró demasiado, pero Nejire notó algo, al igual que Ryūkyū. Las personas que estaban heridas utilizaban sus últimos esfuerzos para intentar alejarse del punto en el que estaba Minato. Debía admitir que era una vista horrible. En lugar de preocuparse por sus heridas y una muerte inminente, desperdiciaban la poca vida que les quedaba para intentar escapar de… algo.
No sabía qué era lo que proyectaba Minato que activaba los instintos más básicos de cualquier ser vivo, ya fuese de lucha o huida. Y ya no podía negar que se trataba de ella cuando la prueba estaba en video. Una vez fue coincidencia, dos veces casualidad y a la tercera se convertía en un patrón.
No sería extraño que nadie notara que era su culpa. Actuaba tan indiferente ante el asunto y las personas, para racionalizar todo, creerían que era su imaginación.
Tenía que ser un Don, lo que generaba varías preguntas. Minato era una Quirkless, no había duda de eso. No quería pensar que su amiga le mintió… ¿Podría no saberlo? Existían casos en los que una Peculiaridad se manifestaba a una edad tardía. Ella podría ser un caso atípico, donde se manifestó años después y sin su conocimiento. Algo cambiaba dentro de alguien cuando su Quirk despertaba, pero ¿era posible que no lo sintiese?...
Nejire contuvo una mueca. Estaba sosteniendo pajitas, seguro, pero prefería pensar eso a la alternativa.
Suspirando, continuó con el video de seguridad con el corazón en la garganta. Lo siguiente que se mostró fue que los disparos se detuvieron, momento en que Minato se levantó y la sangre comenzó a caer por su espalda. Nejire se sentía impotente. Logró mantener la compostura gracias a la mano amable que se posó en su hombro. Miró a su mentora para dedicarle una sonrisa antes de seguir dando toda su atención al metraje.
Minato se estaba apoyando en la otra chica, caminando en dirección de la puerta. No sabía si estar feliz, exasperada o enojada. Probó con lo segundo. Allí estaba su amiga, ni siquiera quería ser revisada por el personal capacitado. Iba a darle una parte de su mente cuando se volvieran a encontrar mañana.
—Debo admitir… — comenzó Ryūkyū —No sé si llamar a tu amiga valiente o imprudente. — Nejire soltó una risa nerviosa —Saltar hacia una lluvia de balas… — estaba frunciendo el ceño, pero esto dio paso a una sonrisa —Al menos su corazón está en el lugar correcto.
—¡Lo sé! — dijo con alegría —Sin importar cuánto le gusta actuar como que no le importa nada, sé que es una gran blanda en el fondo. Dijo que incluso acogió dos gatitos.
—Seguro. — comentó con una sonrisa, poniendo los ojos en blanco —Creo que no hay nada más que podamos hacer al respecto. Deberíamos retirarnos y dejar el trabajo a los expertos. Sé — agregó cuando vio que Nejire iba a decir algo —que quieres hacer algo por tu amiga, pero no es nuestra área. Solo estorbaremos si nos quedamos.
Suspiró cuando su mentora habló con razón. Como tal, asintió y procedió a retirarse. Se despidieron de los oficiales en la escena y prometieron un informe. Ahora venía la otra parte de la que nadie hablaba: papeleo.
—¿Has averiguado algo?
—¿Sobre un Villano apodado "Nyx"? No, ninguno de mis contactos sabe algo.
Nejire le agradeció mientras hervía por dentro. No solo vio cómo le disparaban a su amiga, sino que no había información sobre la causante de sus pesadillas. Hoy definitivamente no fue un buen día.
Sentada en uno de los sillones dentro de su habitación, los ojos de Minato estaban pegados al reloj que colgaba de la pared. Hacía horas que se marchó Nekohime, no sin una persuasión tan molesta que estuvo tentada a atacarla. Pero se fue. Y, como tal, se permitió caer «inconsciente» y esperar a que su cuerpo simplemente sanara.
Alejó su mente de lo sucedido tras la balacera y la trajo a una de sus rutinas diarias. Una que fue, más o menos, impuesta sobre ella. Otra carga del fracaso que era imposible dejar caer.
Esta vez su corazón no iba corriendo de forma tan salvaje como en el pasado. Todavía latía desbocado, como si quisiera explotar allí en su pecho, pero al menos lo controlaba un poco mejor. Solo esa parte de su cuerpo, al menos. La masa bajo su ropa estaba inquieta, respondiendo ante sus emociones.
23:58
Cada día, sin falta, durante los dos primeros meses, se preguntaba si el día anterior solo fue un periodo de gracia sádica para permitirle prepararse. Darle el tiempo de montar una débil defensa contra el aluvión de lo inevitable. ¿Y si solo quería beber cada gota de desesperación nacida de un escudo débil? ¿Qué tan difícil sería volver a aplastarla, esta vez sola, sin el S.E.E.S. de su lado para cuidarle la espalda? Su risa salió ronca.
Miró en dirección de la caja ornamentada sobre su cama. Una parte de ella quería levantarse y tomar su contenido. La otra, que crecía con cada segundo en que el pensamiento traidor permanecía, le susurraba que era indigna. Que no tenía el derecho de empuñarlo nunca más. En los primeros meses el miedo la hizo ceder y abandonar su pensamiento, por lo que ahora volvía con furia.
23:59
La mano que acariciaba a su nueva mascota se detuvo, y el gato solo la miró de forma interrogante. Casi parecía estar levantando una ceja y exigiendo más atención. Habría sido divertido en otro momento.
Sus primeras noches fueron de paranoia. Se preguntó, durante horas, cómo reaccionarían todos los demás una vez se desatase la demencia. ¿Serían suspendidos en ataúdes mientras ella se aventuraba en su peor pesadilla para repetir los mismos errores que en el pasado y perecer de forma aún más miserable? ¿O vivirían de primera mano el terror que podía traer la parte más oscura de la humanidad? ¿Intentarían hacer frente solo para fallar, para morir, o buscarían refugio de la oscuridad nacida de sus congéneres?
E incluso si no le importaba mucho, su mente traidora no vio mejor manera de molestarla que haciéndole creer que pudo haber traído la destrucción a este mundo por preservar su existencia profana. ¿Su fracaso en Tatsumi Port Island la perseguiría hasta Musutafu solo para extender la angustia?
00:00
La mano sobre el lomo del gato se apretó. Para su crédito, ni siquiera reaccionó. En todo caso, la duda solo creció en los ojos del animal.
El corazón se Minato se detuvo, más en un sentido literal. No era un problema cuando no podía morir. Contuvo su respiración. La masa bajo su ropa estalló, destrozando la parte trasera de su pijama. Su mano se dirigió a una pistolera inexistente, tratando de empuñar un Evoker que no estaba allí.
El tic tac del reloj la estaba volviendo loca. Ni un solo ruido se filtraba a su habitación. A pesar de que sabía que no era necesario, su mente le suplicaba al segundero que continuara con su camino. Lo miró con tal intensidad que le sorprendió no haber derretido el reloj.
00:01
Soltó todo el aliento que estuvo sosteniendo. Miró a través de la ventana. Ignoró la vista de las casas y obras humanas. Sus ojos subieron hasta el cielo contaminado. La luna se encontraba en cuarto creciente. Impoluta. No el verde enfermizo, sino el blanco prístino.
—Otro día, otra noche, otra Hora Oscura que nunca llega.
Continuó acariciando al gato mientras se recostaba en su asiento, no sin antes haber domesticado la cosa bajo su ropa. Había olvidado no poner la parte superior de su ropa. Luego de una balacera, era normal no recordar una o dos cosas.
Hora Oscura. El solo nombre todavía la aterraba, varios meses después de haber visto la última. Todos los días a la media noche, una hora fuera del tiempo, la cual actuaba de forma errática. Solo había muerte y sufrimiento, nacido del lado más perverso de la humanidad. Minato pudo haber dejado atrás la Hora Oscura, pero esta no la había dejado a ella.
Le era imposible dormir a antes de la medianoche. Sin importar cuánto tiempo lo intentó, solo daría vueltas en la cama sin importar lo agotada que estuviese. Y siempre se despertaba antes del amanecer, sin falta.
Durante la luna llena solo empeoraba. Pasaba toda la noche despierta, inquieta, saltando ante cualquier ruido, acurrucada bajo sus sabanas. Agradecía que fuese una experiencia de una vez al mes, porque no sabría cómo reaccionar si se repetía en varias ocasiones.
La nieva que caía fuera de la ventana la sacó del trance. Una sonrisa triste se formó en sus labios mientras murmuraba:
—Veintidós de diciembre, ¿eh?
§
IX
§
Himiko caminaba con un salto en su paso. Giran, al final, sabía quiénes la habían atacado ayer. Sintió vergüenza al descubrir que, de hecho, todo era su culpa al final. Uno de los que atacó durante su estado de ira tenía un Quirk regenerativo, lo que le permitió sobrevivir. Fue ella quien, por un descuido, arruinó su día de chicas. Esa era información que nadie más que Giran necesitaba saber. Podía imaginar la mirada plana que transmitía decepción ante su descuido.
Lo peor era que formaba parte de una banda que estaba empezando a surgir; reclutamientos y delitos menores, Villanos de poca monta sobre los que no debía preocuparse mucho. Lo sucedido en la pastelería podía considerarse como su debut, y su último crimen si la forma en la cual Yukimi le pidió que investigara indicaba su destino. Su mirada fría prometía sufrimiento.
Decir que estaba emocionada era quedarse corto. Estaba segura de que su amiga iba a matarlos. No tenía pruebas, era solo un pequeño sentimiento que fue creciendo con el pasar de las horas. Muchos lo considerarían solo la ira subyacente de ser disparada, pero, si se tenía en cuenta que Himiko la apuñaló y seguían siendo amigas, no les quedaba mucho tiempo de vida. Yukimi era una asesina.
La forma indiferente en la cual se abrió paso a través de sangre y cadáveres solidificó la idea. Había matado tanto que la sola vista de la muerte le era tan indiferente como un insecto en verano. El hecho de que también parecía tener contactos con médicos para tratar sus heridas decía que debió hacerlo con mucha frecuencia.
Y lo que dijo. Usada como arma y desechada. Había matado para un grupo u organización antes de abandonar. O antes de que decidieran que ya no valía la pena mantenerla cerca.
De inmediato supo por qué lo que sintió por Yuki Minato fue diferente. No era un flechazo, un enamoramiento o algo parecido. Tampoco lo llamaría una amistad, incluso si ese era el término correcto para describir su situación. Lo que ella creía, y estaba segura de que era vista como una amiga. No todos recibían una bala por alguien más.
Su conexión estaba por encima de algo tan mundano. La veía como un alma gemela. Era la otra mitad que estuvo buscando desde hacía tanto tiempo. Alguien que no le importaba su Quirk, que estaba dispuesta a llevar la peor parte con ella, alguien que tenía las manos tan o más manchadas de sangre que Himiko.
Con un salto final, se detuvo frente a la gran casa de Yukimi. El primer piso funcionaba como una especie de cafetería, y una enorme. Solo que no había sido puesta en uso. Las mesas estaban cargando las sillas, todo cubierto con algo de polvo y sin un orden real. Algunas paredes o columnas ornamentadas contenían sofás cubiertos por plástico. Había una barra de madera oscura, la cual estaba vacía, exceptuando por el gato blanco que reposaba lánguidamente sobre ella.
Tenía que admitir que, si el lugar se limpiaba lo suficiente, sería hermoso y una fuente de ingresos. Las paredes adornadas, el aire clásico que desprendía el sitio, y el hecho de que se veía como si fuera de la clase más alta. Y al parecer Yukimi tenía razón, porque preguntó a Giran el valor de las propiedades en el área y no era tan caro debido a que estaba alejado del centro.
Empujó la puerta, pero estaba cerrada, lo que la hizo fruncir el ceño. Extraño, le había dicho a Yukimi que vendría a verla cuando consiguiera la información. Debería estar esperándola, a menos que creyera que se demoraría demasiado. Tonta Yukimi, al parecer no sabía que Giran lo sabía todo. Y era veintidós de diciembre, faltaban dos días para Navidad; ¡no iba pasarla buscando información cuando por fin tenía una amiga!
Negando con la cabeza, trabajó con la cerradura hasta abrirla. No fue tan difícil, lo que la preocupó. ¿Qué pasaría si una extraña y mala persona decidía irrumpir? Por mucho que la dueña del lugar pudiera defenderse, no dejaba de ser peligroso. Tendría que hablarle al respecto. Por ahora, volvió a colocar el seguro y caminó hasta las escaleras, recibiendo una mirada del gato antes de ser ignorada.
El lugar tenía un sótano grande tras una puerta sellada y una bodega tras otra puerta en el piso actual. Lo había recorrido cuando fue dejada sola, más por curiosidad. La bodega, donde deberían guardarse los bienes para el café, estaba vacía. Para el sótano se necesitaba una llave un poco más vieja, por lo que no sabía cómo forzar la cerradura.
El segundo piso tenía su propio living que seguía una línea parecida a la habitación de Yukimi, con una amplia pantalla adherida a una de las paredes. Varios sofás mullidos con cojines, una mesa baja y su cantidad justa de decoraciones. Todo incluía una cocina pequeña, separada por una encimera con tres asientos. Y luego decía que no era millonaria. Que el edifico costara poco no significaba que amueblarlo saliera gratis. Había una habitación para invitados, pero no estaba en uso por el momento.
Por otro lado, ¿cómo pudo pagar todo siendo huérfana? ¿Contratos de asesinato?... ¿Un regalo de despedida de la presunta organización?
Ignorando todo, se paró frente a la habitación de Yukimi y golpeó una vez. Se abstuvo de llamar porque la puerta estaba abierta y se movió con su toque. Extraño, más aún ver el interior y ni rastro de su amiga. Como tal, entró para ver que una luz se filtraba desde el baño, la única iluminación artificial dentro del cuarto oscuro.
—¿Yukimi-chan? — llamó, solo para conseguir silencio.
Frunciendo el ceño, se paró frente al baño y golpeó el marco para evitar volver a abrir la puerta. Esperó y volvió a llamar. Nada. Suspirando fue que lo notó. Estaba tan bien enmascarado bajo el perfume, pero no se le escapó. Sangre. Olía a sangre. Esto disparó todo tipo de alarmas e irrumpió; se disculparía después. Ignoró la decoración y se centró en la bañera, haciendo que su corazón se detuviera cuando vio y asimiló todo.
Minato se permitió sonreír. La suave brisa hacía revolotear la tela de su toga, refrescándola tanto como la ligera lluvia que caía sobre ella mientras se levantaba del ataúd. Todo esto le hacía llegar el aroma de las flores, cuyos pétalos humedecidos brillaban gracias al sol eternamente presente. A pesar de preferir la luna, no iba a negar que la llenaba de una calidez difícil de explicar.
Sus pies descalzos rozaron las flores y el pasto, acariciándola con suavidad, momento en que otra brisa alborotó su cabellera. Bebió de la vista, a pesar de que no era la primera vez que venía, que recibía una probada de lo que nunca tendría. Algunos árboles se vislumbraban a la distancia, cargados con frutas desconocidas pero deliciosas. Caminó en su dirección y, en lo que tomó un parpadeo, ya estaba allí, a pesar de ser consciente del número de pasos que necesitó para llegar.
Como si respondieran a su voluntad, las frutas cayeron al suelo. Las recogió y fue dejándolas en su ataúd siempre presente. Cuando hubo terminado, a pesar de que el número no disminuyó realmente, mordió la que tenía en su mano y siguió caminando sin rumbo dijo.
Hasta donde alcanzaba su visión era toda una gama de colores que avergonzarían a un arcoíris, que dejaría en ridículo a la más bella de las pinturas, que jamás podría ser cubierto en su totalidad por una mera fotografía. Cada flor era distinta, y sin importar el parecido a otra, jamás encontraría una segunda igual. Todas con su tipo diferente de belleza.
El viento no era invasivo, ni la lluvia molesta. La refrescaban sin hacerla padecer frío. Todo lo contrario, siempre había un calor que la mantenía abrigada, sin importar las gotas que se escurrían por su piel cicatrizada.
Era un lugar tan tranquilo, acogedor, que solo la palabra «paraíso» servía para describirlo en su totalidad. No había dolor, no existía la soledad a pesar de ser la única presente. Si dependiera solo de ella, se quedaría aquí eternamente. No quería que la perspectiva de volver, de abandonar este lugar, arruinara el poco buen humor que había conseguido este día. Pero falló.
Terminó con la última de las frutas en su larga caminata, deteniéndose frente a un río. Se sentó en el suelo y metió la mano en el ataúd, sacando una lira plateada. Se permitió ser arrullada por el murmullo del agua mientras tocaba las cuerdas. Cualquier cosa para matar la melancolía que le producía este día.
Su primer lugar, mucho antes del Dormitorio Iwatodia, apenas sucedido el incidente y tras que los médicos descubrieron que no, no estaba clínicamente muerta, podía catalogarse como el peor a pesar de no ser nada especial. Nunca estuvo apegada a ninguna casa de acogida, sabía que todo era un negocio, y que solo sería, hasta cierto punto, una molestia. Pero, para muchos, valdría la pena lidiar con una chica molesta con tal de cierta excepción en impuestos.
Aquel «hermanastro» solo podía describirse como una molestia. Para todos, Minato siempre fue una niña demasiado rara… o niño, en aquel tiempo, ya ni siquiera era capaz de verse como un hombre. No pedía nada. No se quejaba de nada. Estaba, para todos los efectos, en un estado de simple existencia perpetua. ¿Quién no lo estaría? Una niña que perdió a sus padres, a su hermana gemela, obligada a seguir viviendo solo porque el suicidio sería despreciar la vida que querrían para ella.
Como tal, fue una especie de broma para el hijo de la pareja. A veces un saco para descargar el estrés. Pero no le dio importancia. En comparación con el golpe del auto, con el calor de las llamas, con el llanto de su hermana. Incluso lo tomó como una prueba de que seguía viva.
No todo fue así de malo. Hubo memorables, hubo olvidables, hasta que llegó al Dormitorio Iwatodia. Suspiró ante el pensamiento. Todo terminaba allí, ¿no? Lo bueno, lo malo, las desgracias, bendiciones. Tal como hoy.
Veintidós de diciembre. Hoy fue su día de nacimiento. Debería ser algo para disfrutar y festejar. Lo fue el año pasado. Todo el S.E.E.S. hizo una pequeña fiesta a pesar de que estaban abrumados, a pesar de que el peso del mundo, literalmente, los aplastaba. Incluso cuando sustituyeron a Atlas, todavía tuvieron tiempo para uno de los suyos. Era obvio que lo apreció infinitamente. Sonrió de tal forma que Minato se había quedado atontada solo mirándola, y sus amigos tuvieron que despertarla del ensueño.
Pensar en aquello le traía diversión. No conocía la empatía, pero allí estaba, desviviéndose como una idiota por una chica que amaba. Por una chica que, al final, era suya para amar. Quien le enseñó a hacerlo. Quien agregó algo más a su repertorio de emociones. Algo que no era utilizado en juegos de poder. Algo genuino.
Se devanó las neuronas para pensar en su regalo. Era la primera vez que iba a ofrecer algo con cariño, sin motivos ocultos más allá de querer ver una sonrisa en su rostro. Fue toda una travesía, pero no negaría que se divirtió, al menos ahora, cuando podía ver al pasado y señalar los momentos que ya no la estresaban. No era frecuente verla correr como gallina sin cabeza alrededor de la ciudad, y algunos de sus conocidos señalaron eso más adelante.
Luego venía el problema de lo que un regalo podía significar. Los adornos para el cabello y muchas cosas tan impersonales estaban descartados. Era su novia, no una amiga. Algo así carecía de sentimiento, mensaje. Además, tenía suficientes adornos y tampoco usaba su cabello largo, por lo podría tomarse como que no pensó lo suficiente.
Amaba cocinar, incluso si era veneno al principio. Utensilios costosos —tenía para pagarlos— le pareció una idea excelente. Era algo que amaría y podría utilizar a diario. Luego venía el tema de que no estaban casados, comprometidos o algo parecido. Regalar algo como eso podría interpretarse como que estaba dando un paso demasiado rápido en su relación, y no sabía qué pensaría ella, tan tímida como podía ser.
Estuvo tan desesperada que pidió consejo a Tanaka, el único adulto responsable que conocía y con quien era lo suficientemente cercana como para hablar de eso. Consideró, en ese momento, reevaluar su círculo social, pero estaba en contrarreloj. Fue durante la conversación que recordó un dato importante que le salvó la vida: amaba la electrónica mucho más que la cocina. Tendía a olvidarlo, porque casi nunca hablaba al respecto; parecía avergonzada de revelar que prefería quedarse en su computador que hacer actividades al aire libre.
Minato no la culpaba, ella sería una especie de encerrada si no hubiera tenido que valerse por sí misma desde una edad temprana. Prefería la comodidad de una cama, la seguridad de su habitación, antes que el exterior.
Al final, fue el contacto de Tanaka lo que le permitió conseguir una buena laptop a un precio accesible. En ese tiempo tenía dinero, pero no era millonaria. Incluso con el descuento, era algo que normalmente estaba por encima del presupuesto estudiantil, pero, sin dicho descuento, jamás podría haberlo adquirido.
Decir que se calentó su muerto corazón cuando la vio abrir su regalo sería quedarse corto. Sonrió como niña en navidad. Claro, quiso interrogarla por el precio de algo así, pero sus labios permanecieron sellados. Decir que fue el mejor regalo de todo el S.E.E.S. hizo que Minato se sintiera orgullosa, recordando que Junpei bromeaba sobre esperar el mismo trato en su cumpleaños.
Navidad fue mucho más simple, ya que ella se negó a recibir algo más que un mero colgante. Le molestó un poco que no la dejase malcriarla tal como lo merecía, pero era entrañable que se preocupase por su estado financiero. No pudo pedir una mejor compañera.
Fūka… Sus ojos, normalmente secos, se llenaron de lágrimas. Realmente la amó. Realmente la amaba. Seguro, cuidaba su propiedad, protegería lo suyo con su vida, con mentiras y artimañas si era necesario, pero con ella… No lo sabía… Se desconocía a sí misma en su presencia… Era vulnerable… Habría entregado el mundo mismo solo por un segundo más con ella. Se habría arrastrado ante Nyx por su misericordia, habría hecho su trabajo si con ello lograba salvar una excepción para su amada.
Suspiró cuando sintió su presencia. Detuvo la lira y miró hacia arriba. Un casco, parecido a la calavera de un depredador, cubrió su visión. Una enorme figura embutida en cuero oscuro, que tomaba la forma de un largo abrigo cruzado, guantes blancos al igual que las botas y sin un rostro que lo mirase de vuelta. Pero sabía que tenía toda su atención.
Su más antiguo amigo, a pesar de no saber que estaba allí hasta aquella noche en el tejado. Que era una parte de ella. Que ahora era ella. Hizo una mueca ante lo último. No le gustaba. No se acostumbraba y no quería hacerlo, a pesar de que también cambió con la influencia de «ella». Sería gracioso en una situación normal, que la muerte fuera una niña. Pero tenía que rechazarlo. Lo negaba, porque, de aceptar que era Thanatos, a pesar de aceptar que era la Muerte y los obvios cambios de su personificación, sería un pecado. Admitir que se había convertido en Thanatos no sería otra cosa que negar la existencia misma de Ryōji, que Pharos ya no la acompañaba en su nueva tortura.
—Siempre estás allí, burlándote de mí. — reprendió sin verdadero calor en su voz. No consiguió nada. Retuvo las lágrimas. —Me permites la entrada, me muestras lo que nunca estará a mi alcance. Con lo que bendecimos a cada mortal, pero que es inalcanzable para mí.
»La quiero ver… Sé que está aquí… O creo que está aquí… Ya ni siquiera lo sé… Busco con cada segundo, toco para que ella me escuche… — incluso cuando se permitió llorar, retuvo los sollozos —Este paraíso… Este infierno disfrazado… Deseo sentirla… Lo intento al menos una vez al mes, a pesar de que, con cada intento, una parte de mi esperanza muere conmigo… Puñaladas… Desangramiento… Asfixia… He probado cada muerte con la esperanza de abrazarla…
»Los extraño a todos… Pero, supongo que es karma. Jugué con tantos sentimientos… y ahora que quiero solo un poco, juegan conmigo… Miro, pero no puedo tocar... Toco, pero no puedo probar… Pruebo, pero no puedo tragar… Lo concedo a los demás, se me niega ingresar…
»Eres cruel… Realmente eres cruel, a pesar de que esa no es tu intención… — abrazó su cuerpo que tiritaba —No quiero estar sola… Siempre tengo frío… Desearía que estuviera conmigo… Fūka… Ella… ella podría curarme, ¿no? — Thanatos no respondió —Ya lo hizo una vez… Recogió los pedazos rotos y los juntó en algo parecido a un ser humano… Quisiera que volviera a hacerlo… No sé qué hacer sin ella… — el mundo a su alrededor comenzó a desdibujarse, se acabó el tiempo —Dime… ¿qué puedo hacer sin ella, cuando la respuesta más fácil es morir? Y, oh, la ironía. Morir es imposible.
Cuando Himiko tocó el hombro de Minato, sus ojos se abrieron. Retrocedió de un salto, casi gritando de la sorpresa. Su amiga observó los alrededores con una mirada perezosa, todavía con la línea de lágrimas mancillando su rostro. Uno pensaría que solo se durmió en la bañera, Himiko lo ha hecho más de una vez. Pero solo había un pequeño inconveniente. El agua estaba ensangrentada.
Nada tenía sentido. ¿Era su sangre? ¿La sangre de otro? Si era suya, ¿cómo seguía viva? ¿En realidad tenía un Quirk regenerativo? Todo era tan confuso que intentar darle sentido estaba siendo imposible.
Revisando sus manos, Yukimi las pasó por sus muñecas, como si buscase algo que ya no estaba. Solo suspiró y, por fin, se dignó a mirarla. Himiko se estremeció. La ira, el odio, la tristeza y el dolor en sus ojos la hizo dar un paso hacia atrás. Esta no era la Yukimi indiferente, y la asustaba. En especial cuando la presión sin adulterar la golpeó como un camión.
—¿Qué quieres? — preguntó mientras peinaba su flequillo con una mano ensangrentada.
—Y-yo… — tragó audiblemente mientras sentía que su garganta se secaba —Vine a decirte que Giran los encontró.
—¿Es todo? Si es así, lárgate. Ven a verme otro día… Solo… no hoy… No me molestes.
La forma en la que hablaba… Normalmente sonaba cansada, pero, ahora, era como si la vida misma le pesara. No quería irse, pero ese terror que se aferraba a ella la estaba obligando a tomar la decisión más racional. Como un animal que enfrentaba la muerte, solo quedaba luchar o huir, y la primera no era una opción.
Plantó los pies donde estaba, negándose a moverse. Lo que sea que le hubiera pasado, la necesitaban. ¿Qué clase de amiga sería si solo hacía lo que le habían dicho y se marchaba? No sería mejor que las personas que la abandonaron.
—Yu…
—¡Largo!
Una cadena, que surgió de la nada, atravesó su pecho. Escupió sangre, mirando cómo se entremezclaba con la de su amiga en el suelo de baldosas oscuras. Hizo el esfuerzo inútil de arrancarlas. No se movió ni un poco.
En el momento en que la visión muy realista de su propia muerte se desvaneció, la luz del baño se apagó y fue como si las sombras se extendieran para devorarla. Escuchó el azote violento y abrupto de una cadena. Los instintos de Himiko se apoderaron de ella y corrió.
Minato terminó de limpiar la sangre y vestirse, soltando un suspiro. Exageró. Pero cualquiera actuaría irritada si la despertaban de un buen sueño o, en su caso, un refugio. Todavía estaba de un humor lo suficientemente malo como para matar a alguien, y el hecho de que el teléfono de su casa estuviese sonando no ayudaba a calmarla. Al menos la melodía de piano era tranquila. Tenía curiosidad, nadie debería estar llamándola, así que quería saber qué estaban intentando venderle. Desearía que su presencia de muerte funcionase a través de medios tecnológicos.
Regresando a su habitación luego de desaguar la bañera, tomó el teléfono de la mesita de noche y lo acercó a su oreja. Ni siquiera fue capaz de preguntar qué quería la otra parte cuando escuchó un grito.
—¡Minato-chan!
—¿Cómo conseguiste este número?
Estaba tan sorprendida de estar escuchando a Nejire que desplazó un poco su ira. Solo un poco. No esperaba ser llamada por una compañera de escuela, porque ni siquiera compartían una clase.
—Eso no importa ahora.
—Sí importa cuando me estás molestando. — gruñó.
La línea se quedó en silencio durante varios segundos. La luz disminuyó en su habitación, por lo que respiró hondo un par de veces para calmarse. Demasiado emocional.
—Pregunté a la facultad. Me preocupé por ti luego del incidente en la pastelería.
—¿Cómo sabes eso?
—Mi mentora y yo estuvimos en la escena. Revisamos las cámaras de seguridad. Te… te dispararon… y cuando no apareciste hoy, pensé lo peor.
Imaginaba algo así, pero ni siquiera tuvo ganas de salir de la cama hoy. Durmió hasta tarde, y luego se dirigió al baño para cortar sus muñecas y desangrarse en busca de algo de paz. Los Campos Elysium tendían a calmarla, pero hoy era un día demasiado malo. Y todos seguían molestándola. Pero se esforzó en no hacer algo drástico. E incluso allí donde estaba, se encontraba tranquila. Himiko seguía en una pieza.
—No me siento bien. No asistiré mañana tampoco. No vuelvas a llamar.
Colgó sin molestarse en escuchar lo que sea que tuviera que decir. No estaba como para tratar con la lástima mal disimulada. Podía estar rota, pero los pedazos que quedaban de ella no eran frágiles.
Suspirando, agarró su celular y escribió un mensaje a Himiko. Independientemente de su estado mental, no podía tirar a la basura su trabajo. Su conejillo de indias no podía alejarse por ahora.
«Lo siento. Vuelve en dos días, debería estar bien. Tendré una sorpresa».
Con todo hecho, tenía un baño que limpiar y un gato que alimentar.
§
X
§
Nejire hizo todo lo posible por atravesar a la creciente multitud. Tal vez debió salir un poco más temprano, no en pleno atardecer de Navidad. No muy brillante de su parte, porque ahora estaba luchando para abrirse paso hacia la estación. Alguien la golpeó con el codo y estaba segura de que la mano atrevida no fue accidental.
Cuando estaba cerca de ser libre, vio a otra persona en su situación. Haciendo una mueca, decidió ayudarla. Entendía lo complicado que era moverse entre tantas personas cuando nadie la notaba. Envidiaba a las personas altas, no tenían que pasar por ese tipo de cosas. Se quejaría con Mirio cuando lo viera.
Haciendo acopio de fuerza, logró tomar la mano de la chica y jalarla fuera de la multitud. Se arrastraron fuera de la masa de individuos, permitiéndose un descanso mientras regulaban la respiración. Fue luego de eso que la chica habló.
—Gra… ¿Yukimi-chan? — sonaba confundida, pero, cuando su visión subió, sonrió nerviosamente —¡Lo siento! Me recordaste a mi amiga. ¡Su cabello también es así de largo!... Tal vez un poco más.
—¿En serio? — Preguntó, verdaderamente interesada —Espero que no sufra lo mismo que yo para cuidarlo.
—No creo que lo haga. — se rio un poco, pero no sonaba alegre —Te todas formas… Gracias por sacarme.
Nejire miró a la chica más pequeña. Cabello rubio y un tanto desordenado, atado en dos bollos descuidados con adornos. Se veía un poco adorable con su disfraz de santa negro, aunque tendría que admitir que la longitud de la falda era un poco atrevida. Al menos llevaba medias largas para protegerse del frío. Ahora que lo pensaba, le parecía un poco familiar.
—Fue un gusto, también tenía problema con la multitud.
Moverse era un infierno, y el hecho de que a nadie le importara que su prójimo también tuviese prisa solo lo empeoraba. Estaba segura de que todos podrían llegar a tiempo si simplemente decidían jugar bien.
—¡Es una tortura! — ambas compartieron una risa ante su inconveniente compartido. —Y… estoy haciendo esperar a Yukimi-chan…
Quien quiera que fuese esta amiga, no parecía demasiado entusiasmada de ir a verla. Por otro lado, ella también tenía su propio compromiso, y se estaba haciendo un poco tarde. Pero no podía simplemente dejarla así, porque era obvio que, lo que sea que estuviese pasando por su mente, le pesaba. Sería su primera navidad como amigos, pero estaba segura de que Mirio y Tamaki perdonarían un pequeño retraso por una buena razón.
Tomando la mano de la otra chica, la guio hasta encontrar una banca desocupada. Limpiaron un poco la nieve antes de que Nejire le dijera que se sentara y la esperara. Volvió luego de encontrar un puesto callejero que vendiera algo de chocolate caliente, ofreciéndole a la chica desanimada.
—Te ves un poco decaída. — comentó con una sonrisa suave.
—Y-yo… no es que no quiera ir a verla, pero… Creo que está enojada conmigo.
—¿Enojada? ¿Por qué lo estaría?
La chica frente a Nejire se veía, en el mejor de los casos, como un animalito adorable. ¿Cómo podría hacer enojar a otra persona? ¡Quien estuviera enojado con esta chica debería ser alguna especie de monstruo sin corazón!
—No sé si debería…
Tenía sentido, Nejire también dudaría de contarle sus problemas a un desconocido. Pero, por otro lado, hubo algo que Mirio dijo hace algún tiempo que, si tenía que admitir, cargaba algo de razón. Era algo parecido con los Héroes, después de todo.
—¿No crees que puedas contarme? Soy, en esencia, una desconocida. No creo que puedas avergonzarte conmigo.
Sí, hablar con desconocidos tendía a funcionar. ¿Cuántas probabilidades había de volver a encontrar a esta chica? No estaban en Tokio, pero Musutafu era una ciudad un tanto concurrida. Solo paseando al azar sería imposible, y no tenía tiempo para hacerlo gracias a la escuela, además de su trabajo de Heroína con Ryūkyū.
—¡Creo que tienes razón! — dijo con realización, pero volvió a verse un poco decaída —Bueno, sucede que… Yukimi es mi primera amiga luego de… no sé cuánto tiempo. No soy buena haciendo amigos. — ¡¿cómo era posible?! Nejire solo quería llevársela a casa —No me ve como una molestia o, bueno, se aleja. Pero la molesté. Estaba llorando y creo que no quería ver a nadie ese día, pero estaba un poco preocupada y…
Podía intuir el resto. De hecho, pasó por algo similar solo dos días atrás. Su preocupación fue un tiro que salió por la culata. ¿Qué sabes? Parecía que sí sería capaz de dar un consejo decente.
—Me pasó algo parecido. Una amiga no se presentó a la escuela y llamé para saber cómo estaba. ¡Y solo me colgó!
—Parece que lo tienes difícil, ¿no?
—Y que lo digas. Estoy segura de que me ve solo como una molestia tolerable la mayor parte del tiempo. A veces incluso me ignora.
—¿Entonces por qué…?
—¿Por qué soy su amiga?
Preguntó con una sonrisa, bebió un trago y miró el cielo. Las luces artificiales impedían ver las estrellas, pero la luna seguía brillando. No estaba completamente llena, pero estaba en proceso. Era, de hecho, una buena pregunta.
¿Por qué era amiga de Minato? No ganaba nada. Era recibida con silencio, miradas hoscas e incluso desprecio. A veces, cuando era obvio que llegó a tocar fondo, arremetía sin dudar. Una lengua afilada un tanto especial la que tenía.
Ni hablar de todo el trabajo que hubo que dedicarla. Meses para que pasara del «Watakushi» y «Hadō-san» al «Watashi» y «Nejire». Casi pensó que había perdido la batalla, hasta que escuchó su suspiro de derrota. Ese día celebró.
Era, en resumidas cuentas, alguien a quien nadie querría a su lado. Eso era lo que se veía en la superficie.
En el fondo, Nejire reconoció a una buena persona. El incidente en el que se conocieron, cuando ayudó a un estudiante abusado. El tiroteo en la pastelería, cuando arriesgó su vida por otra persona. Había una chispa, pequeña, incluso minúscula, de pasión heroica que se negaba a morir. Podía despreciar la profesión, incluso odiar a quienes la practicaban, pero ella, en esencia, era una Heroína.
—Porque hay más en ella de lo que muchos, e incluso yo misma, puedo ver. Debajo de toda esa actitud arisca y combativa, sé que hay una chica dulce que se preocupa genuinamente por los demás. Tal vez no me lo muestre ahora, o incluso nunca, pero cuando reconozco a alguien como un amigo, estoy dispuesta a esperar el tiempo que sea necesario.
»Puede intentar alejarme todo lo que quiera, pero he lidiado con cosas peores que una chica malhumorada. — declaró con jactancia.
La otra chica la miró con cierta admiración, lo que la hizo sentir verdaderamente avergonzada. Tal vez fue demasiado apasionada allí, pero todo lo que dijo era cierto. Bebió un sorbo para esconder el rubor. Sí, nada de discursos para ella durante un tiempo, iba dejárselos a Ryūkyū.
—Mi consejo es que, tal vez, deberías intentar ver un poco más allá de las cosas. ¿Sabes por qué se enojó?
—Creo que… no le gusta parecer débil.
—Entiendo. — realmente lo hacía —¿Crees saber la razón? — la chica negó con la cabeza —Muchas veces es orgullo.
—No me parece orgullo… — musitó con el ceño fruncido.
—Entonces deberías intentar entenderla en ese aspecto. Y no hay mejor forma de hacerlo que reunirte con ella.
—También lo creo… y se disculpó mediante mensaje, pero… Pienso que podría odiarme.
—No digas eso. — Nejire la rodeó con un brazo —A mi modo de ver, se siente mal por lo que pasó. Y tal vez esta sea la manera de corregir su error, ¿no?
—¿Crees eso?
—¡Por supuesto! Navidad es una festividad que solo pasas con tu familia, pareja o amigos más cercanos. Que hiciera el tiempo para ti significa que debe lamentar la forma en la que te trató. Que eres importante para ella y quiere hacer lo correcto.
Con cada palabra, su rostro se iluminó. ¡Misión cumplida! Ojalá pudiera conocer a esta «Yukimi» para tener una conversación seria. Hacer preocupar a una chica tan adorable. No tenía perdón.
—Creo que tienes razón. — su sonrisa brilló, pero, pronto, pasó a la preocupación otra vez, seguido del horror —¡Y estoy llegando tarde!
El grito también le recordó a Nejire que, de hecho, estaba retrasada en su reunión. Ambas bebieron de un trago y desecharon el vaso de papel en una caneca cercana.
—Entonces no deberías hacerla esperar. Siento retenerte. — dijo Nejire.
—¡No hay problema! Estoy agradecida con tu consejo, eh…
—Nejire.
—¡Gracias por todo Nejire! ¡Nos vemos!
Sonriendo y despidiéndose con un gesto de la mano, negó con la cabeza, divertida. Qué chica tan interesante. Casi desprendía cierta inocencia gracias a lo enérgica que se estaba comportando. Ver ese tipo de felicidad era lo que impulsaba su deseo de seguir siendo una Heroína. Hacer sonreír a las personas era tanto su misión como su recompensa.
Iba a continuar con su camino, pero una mariposa roja que revoloteó en su visión atrajo los ojos de Nejire. Era preciosa. Sus alas, ligeramente translucidas, brillaban carmesís bajo la luz artificial. Miró mientras se adentraba en un callejón y sus piernas la siguieron antes de que su cerebro terminase de procesar sus acciones.
Minato observó atentamente los objetos frente a ella, los cuales reposaban en la barra. Su corazón latía salvajemente, todas sus heridas ardían. Se preocupó al sentir que volvían a sangrar, pero todo era su imaginación. Estaba únicamente en su cabeza. E, incluso al saberlo, respiraba con un poco más de dificultad. No ayudaba que estuviese vistiendo su viejo uniforme del S.E.E.S., el cual le quedaba un poco apretado en el pecho por obvias razones. Tuvo que desencajar la camisa y liberar un par de botones para no morir asfixiada.
Frente a ella estaba su viejo equipo. Su Evoker personalizado. Una pistola extraña a la vista de cualquiera: la corredera estilizada, azul terciopelo, tenía grabada las letras «S.E.E.S.», además de un cañón un poco más delgado que se extendía un par de centímetros y careciendo de martillo; la empuñadura era negra, con una línea plateada en el medio y ningún compartimiento para el cargador. Pero, por muy rara que se viera, no lucía falsa en lo más mínimo y su peso tampoco ayudaba en ese aspecto.
Lo otro era su katana, Usumidori. Un arma de todo menos simple, forjada con materiales del Tartarus y el sacrificio de Yoshitsune. Empuñadura negra, hoja plateada que debería ser hermosa. Pero fue en antaño. En lugar de un filo confiable, estaba quebradizo, con secciones faltantes y una punta destrozada. La guarda estaba rota, ausente en un tercio y el tsuka-ito deshilachado apenas se mantenía. Pero, con todo y su mal estado, resultado de una batalla imposible, no debería existir mejor sable en el mundo mortal. Solo algo del calibre de un Arcano debería poder romperla, y la Hora Oscura no existía.
No sentía la capacidad de extender la mano para tomarlas. Solo arrastrarlas en su caja fue un trabajo pesado. Todo estaba en la mente, porque, al igual que el cuerpo reflejaba el alma, la mente forjaba el cuerpo. Un idiota dijo una vez, sabio en su consejo, estúpido en sus palabras, que la mejor manera de alcanzar un objetivo, de derrotar a un enemigo, era imaginar una forma de hacerlo.
Se sentía incapaz de tal esfuerzo ahora. No de luchar per se, había mutilado y matado en Musutafu. Luego de tantas Sombras, ¿de qué otra forma podía ver a la humanidad, si no monstruos encubiertos? Pero era diferente. El Evoker y Usumidori, ambos símbolos del fracaso, fueron originalmente una forma de protección, un escudo para los que odiaba. No solo sentía que estaría volviendo a esa noche de luna llena, sino que estaría deshonrando la forja de Elizabeth y las esperanzas del S.E.E.S. al mancharlo de sangre humana.
Se sobresaltó un poco cuando su gato, Koro, saltó sobre la barra. No diría que fue original en el nombre, pero quería algo para recordar a un querido amigo sin faltarle el respeto a su memoria. «Koro», escrito con los kanjis para «tigre» y «lobo». Un tanto exagerado para un pequeño gato, pero Koro era mucho más valiente que la mayoría de humanos. Después de todo, vivía con la Muerte.
El gato jugó con el Evoker con desinterés, como si quisiera decirle que debería prestar más atención al arma que a sus pensamientos. Y tenía razón. No sería la primera vez que su mente traidora la mantenía atada e incapaz de actuar.
Respirando hondo, extendió la mano hasta el arma. Su palma ardió cuando la tocó, pero mató el pensamiento. Todo estaba en la mente, se repitió incansablemente. Tenía que convencerse a sí misma antes de que el dolor de sus heridas, antes de que la sangre que la bañaba, la volvieran loca.
Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente. Todo estaba en la mente.
La risa estaba en la mente. El rayo que impactó, que detuvo el animado corazón de Junpei para siempre, estaba en su mente. La irónica flecha que atravesó el cuello de Yukari estaba en su mente. La mano que aplastó la cabeza de Akihiko estaba en su mente. El fuego que derritió la vida de Mitsuru estaba en su mente. El hielo que mutiló a Koromaru por defender a Ken estaba en su mente. Los gritos del niño antes de su suicidio, por el terror infundido por las pesadillas, estaba en su mente. La oscuridad que devoró el brillo y baluarte que era Aegis estaba en su mente. La hoja rota que atravesaba su pecho, que la empaló contra la pared, la sangre de una herida incurable... todo estaba en la mente. El grito de Fūka, la súplica de su nombre por la última del S.E.E.S. que quedaba viva, estaba en su mente. El disparo estaba en su mente. La nueva risa masculina que se unió estaba en su mente. El rostro del monstruo a centímetros del suyo estaba en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Todo en su mente. Por favor, que todo estuviera en su mente.
Un suave golpe en la puerta la sacó de la espiral de decadencia que su cerebro vio oportuno traer a ella. Llevó la mano hasta su corazón. Latía salvajemente, lo que sería extraño en una situación normal. Respiró hondo. Guardó el Evoker en la pistolera bajo la chaqueta y limpió sus lágrimas. Desgraciadamente, no estaba en su mente.
—Está abierto. — dijo en voz un poco alta, apenas evitando que se quebrara. Solo había alguien a quien esperaba hoy.
En lugar de presentarse con su exuberancia, Nekohime entró a un paso casi tímido. Correcto, el arrebato de dos días atrás. Detuvo su disculpa cuando la vio vestida con lo que casi parecía un atuendo fetiche de Santa Claus. El traje era negro, con afelpado blanco alrededor del cuello, las muñecas de las mangas y los guantes, adornado con una cinta roja en su abdomen. Su cabello tenía, esta vez, adornos de muérdago artificial. Al menos las botas largas y las medias que se perdían en su falda corta deberían protegerla del frío. Suspirando, ignoró la ropa y miró a la chica a los ojos, quien no era capaz de hacer lo mismo.
—Lamento lo anterior. — muchos encontraban difícil disculparse. Para Minato, solo otra mentira más. —Simplemente no… vuelvas a visitarme un veintidós de diciembre… o treinta y uno de enero. — agregó al final.
No había pasado por el aniversario de la muerte del S.E.E.S., pero se aseguraría de buscar un lugar en el que pasar el día. Podría apostar que destruiría los alrededores en un arrebato, porque, de solo pensarlo, quería matar a la chica frente a ella, y era inocente en toda regla.
—¿Está bien? — dijo, realmente dudosa —¿No estás enojada conmigo?
Lo estaba. Irrumpió en su casa, en su habitación, en un día en el que no quería tener nada que ver con la humanidad. Pero, parte de la ira estaba mal dirigida, y saberlo, junto al hecho de que era su conejillo de indias ahora, le impedía manifestar alguna queja. Debió dejarle en claro que estaba prohibido forzar la cerradura de su casa, porque, para una acosadora, eso no era obvio. También debió decirle que su santuario estaba prohibido. Necesitaban tener una charla sobre los límites, porque lo último que quería era verla frente a la puerta de la academia; preferiría mil veces tenerla esperando en su casa.
—No, no lo estoy. Solo estabas en el lugar equivocado en el momento equivocado. — suspirando, revisó su celular y el único chat que existía, el de Nekohime, para mirar la dirección del almacén —Solo sígueme, tengo un regalo para ti.
Minato salió de la barra y agarró a Usumidori. Mordió su labio hasta sangrar para evitar los pensamientos insanos. Esta noche iba a cruzar una línea. No necesitaba ser atormentada por sí misma.
En algún punto, fue imposible encontrar personas. Pasaron por las peores áreas de la ciudad hasta un puñado de almacenes destartalados y que la ciudad debería apresurarse en demoler. La única gracia redentora era su tamaño, y si se tenía en cuenta para qué se utilizaba, tenía sentido.
—Este es tu regalo. — dijo sin mirar a Nekohime, quien de seguro lucía confundida —Podrás masacrarlos al contenido de tu corazón.
Dándose la vuelta, no se sorprendió a encontrar lo más parecido a una sonrisa viciosa. Esta se mezclaba con felicidad, una alegría enfermiza que haría correr a una persona cuerda. También estaba un poco conmovida, si Minato tenía que identificar el resto de las emociones. Supuso que ninguna de las personas que llamó amigos en el pasado se ofrecieron a matar junto a ella. Estaría derribando tres pájaros de un tiro: su venganza personal, una noche con Nekohime para reforzar el «vínculo» y evitando que su Battōjutsu se oxidase.
Su técnica de desenvaine sería, hasta cierto punto, de su diseño. Bebió de Yoshitsune y algunas otras Personas que manejaban katanas, no lo iba a negar. Pero los detalles fueron pulidos por ella. Como el cambio de dirección del corte al mover la muñeca y la vaina, permitiendo un ataque desde tres lados diferentes. Y había pasado varios meses sin utilizarlo. Cada vez que se manchó las manos de sangre en esta ciudad, fue con cualquier objeto a su alcance o la cosa bajo su ropa. Necesitaba saber que podría defenderse, en especial con su nueva responsabilidad.
Cualquiera pensaría que ir con el sable desenvainado en el Tartarus era lo más inteligente, y tendrían algo de razón. Pero, en la práctica, las armas envainadas eran la norma. ¿Y si alguien era corrompido sin que otros lo notaran? Todos serían capaces de escuchar la hoja siendo desenvainada y actuar en consecuencia. Como tal, Minato aprendió a luchar en un estilo de desenvaina en caso de una emboscada.
—¿P-puedo…? — la pregunta la trajo a la realidad, y Nekohime estaba prácticamente hiperventilando.
La duda era evidente. Una persona normal y decente habría filtrado la información a la policía para que se encargasen del asunto. Ella, en su lugar, planeó una matanza en Navidad… Cualquiera comenzaría a preguntarse cuál de las dos estaba más loca, si la rubia hiperactiva o la peliazul taciturna. En defensa de Nekohime, ella tenía salvación.
Minato hizo acopio de todo lo que tenía y dibujó una sonrisa lo más comprensiva posible. No recordaba que costase tanto fingir emociones. Nuevamente, fue cuando estaba intentando ser humana. Ahora, que quería ser lo más alejado posible de un ser humano, costaba demasiado. Contrapesos, todo en la vida lo tenía.
—Sé que lo necesitas. Son tuyos para matar.
Había esperado el abrazo, por lo que retuvo el asco y se lo permitió. Se recordó que era su conejillo de indias. Su prueba de lo podrida que estaba la sociedad actual.
—¡Gracias, gracias, gracias! ¡Es el mejor regalo que me han dado!
Continuó con la gratitud un poco más, saltando. La masa bajo su ropa, incluso si no reaccionaba como tal ante Himiko, estaba comenzando a hacer exigencias, pidiendo algo que Minato no iba a entregarle, por lo que eligió apartarla antes de que pasara algo malo. Realmente, esta chica iba a terminar suicidándose en algún momento… Bueno, si tenía que racionalizar las cosas, no todas las adolescentes tenían el fragmento de una monstruosidad incrustada en sus almas, esperando liberarse para desatar una carnicería.
—¿Comenzamos? — preguntó, intentando hacer avanzar la conversación.
—¡Sí!
Con un gesto para que la siguieran, tomó la delantera. El sitio era realmente anodino, y de no ser porque Nekohime le dijo que su informante era lo que Junpei llamaría un «Shadow Broker», habría dudado; algo sobre un videojuego, no tenía idea. El punto era que, si no confirmara la confiabilidad y reputación del tal Giran, no estaría aquí.
El lugar carecía de guardias en la puerta, lo que la habría tentado a volver si no fuera capaz de sentirlos gracias a su compañera. La chica iba con intenciones de matar lo que estuviera detrás de la puerta, lo que se traducía en un presentimiento para Minato. Y no estaba el extraño tirón que debería obligarla a apuñalar a Nekohime como transgresora. Curioso. ¿Tenía que ver con el hecho de su alma fue deformada, o era porque Minato le había dado su aprobación? Tendría que investigarlo.
Frente a la puerta, dio un último vistazo a la chica que la seguía. Ella asintió, confirmando que estaba lista para lo que sea y más que emocionada de matar. Había sacado un cuchillo de alguna parte… ¿No era ese uno de los cuchillos de cocina de Minato? Nunca los usaba, y no la vio tomarlo en ningún momento. Eh, bueno, si lo quería, era todo suyo. Incluso si sabía cocinar, no podía ahora.
Apretando la vaina, respiró hondo. Se repitió que, sin importar que iba a cruzar una línea, ya no era humana como para que debiera importarle. Que todas las personas dispuestas a reclamarle estaban muertas. No hacía que el sentimiento de traición disminuyera, pero debió intentarlo.
Sintió una mano en su hombro. Nekohime la miraba con algo de duda y varias preguntas escritas en la cara. Resistió la tentación de apartar la mano de un golpe y solo la retiró con suavidad.
—Si no te sientes cómoda…
Volvió a sonreír. Dioses, noche y luna, necesitaba practicar sus emociones frente al espejo… O tal vez no, no creía que esto fuera a repetirse muy a menudo.
—Estoy bien. Recordando cosas. Andando, quiero verte en acción… Y recuerda cuidarte, no te esfuerces demasiado. Estás herida.
Tomando algo de impulso, pateó la puerta antes de escuchar cualquier otra pregunta o confirmación. Se quedó paralizada durante un momento cuando vio el interior, y se habría divertido en el pasado ante aquello. Aquí estaban, culpables de varios homicidios, incluyendo niños, celebrando una pequeña y privada fiesta de navidad con árbol incluido. También tenían un pastel. Y eran más de los que pensaba, catorce en total, junto al hecho de que el lugar era muy espacioso.
La decoración era mínima, lo que apenas podían permitirse criminales en su guarida. Muchas cosas eran solo chatarra reciclada con mucha habilidad. Había al menos tres mesas desiguales, y la mayoría de los asientos eran cajas de madera.
Si tenía que admitir, era demasiado fácil. Había luchado en situaciones con mayor desventaja. Había luchado ciega y mutilada, no creía que nada pudiera superar eso aquí. Aunque, admitiendo, tenía la desventaja de no haber enfrentado las probabilidades en su contra durante varios meses. Eso se corregiría esta noche y, con suerte, no volvería a Elysium.
Sin perder el enfoque, aceleró hacia el más cercano de todos. Era la descripción exacta de un hombre oso, que llevaba una bandeja de bebidas, o, para ser más precisa, una placa de metal que estaba usando como bandeja. Fue el primero en salir de la sorpresa al ver que fue marcado como objetivo. Interpuso la placa como defensa cuando la mano de Minato se aferró a la empuñadura. Qué esfuerzo tan fútil.
Como si tajase papel mojado, Usumidori cortó el metal y rasgó el costado del hombre oso. Gritó de dolor y eso sacó del ensueño a todos los presentes. La mesa más cercana al herido fue la primera en reaccionar, pero ninguno fue más rápido que la asesina. La hoja silbó mientras regresaba a la vaina, seccionando la rodilla izquierda, haciéndole perder el equilibrio antes de que incluso registrase el dolor o la pérdida. Pero, justo cuando se escuchó el clic de la guarda golpear la funda, la katana salió disparada nuevamente para separar la cabeza del cuerpo.
Todo ocurrió en el transcurso en que una silla volaba en dirección de Minato, que solo dio un paso lateral para esquivar y encarar a su oponente. Iba a dar un paso hacia adelante, pero, viendo que abrió la boca, tuvo un cierto presentimiento y saltó para evadir. Tal como pensaba, escupió algo; no supo qué y no quería averiguarlo con su cuerpo.
Se giró hacia el ruido de un grito. Estaba lista para saltar, al menos hasta que le apuntaron con… ¿dedos? Su corazón se detuvo.
—¿Aegis?
Ojos azules le devolvieron la mirada, fríos, inclementes y con una intención: matar. Eliminar bajo cualquier circunstancia. A cualquier costo. El vicio en su mirada, no fue algo que hubiera experimentado de ella. No dirigido a ella. Minato quiso gritarle. ¡¿Por qué?! ¡Era ella! ¿No la reconocía? No… No… ¿P-por qué?
—¡Minato!
Una voz que no perteneció a la escena, que era ajena al recuerdo, resonó en su mente. ¿Fūka? ¿Cómo era…? El ruido de disparos interrumpió su pensamiento. Era un arma automática, y le recordó dónde estaba. Un almacén deteriorado, Navidad, masacre. No aquel puente. No el dos de diciembre, sino el veinticuatro.
El dolor la ayudó a, de hecho, taladrar que estaba a punto de visitar Elysium si decidía seguir distraída. Algunos proyectiles ya se habían incrustado en su pecho y hombros, pero eran solo una molestia. Nada grave, y podía seguir así si hacía algo rápido. Como tal, desenvainó una cuarta parte de la hoja y la interpuso entre ella y la lluvia de balas. No fue capaz de retenerlas todas, su cuerpo actual, sin el impulso de su Persona, tenía limitaciones humanas. Pero se defendió de la mayoría y más graves. ¿Qué eran balas, cuando fue capaz de atrapar rayos?
Cuando la lluvia de proyectiles terminó, vio al enmascarado de cabello rojo con la boca completamente abierta. Iba a moverse, pero un impacto en su costado la hizo gruñir de irritación, poniendo sus ojos sobre el infractor. Se aterró ante la mirada, y el hecho de que no estuviese reteniendo la presencia de la muerte. En lugar de huir, todos se quedaron a luchar.
Esquivó otro objeto, una caja de acero. ¿Telequinesis?... No, no tan fuerte. Los objetos que fueron arrojados tenían la huella de su mano de forma luminiscente en algún lugar, y solo se lanzaron en línea recta. ¿Disparar los objetos que tocaba? Podía usarlo a su favor, y era el momento justo. Un hombre con cuatro brazos y piel azulada se acercaba desde atrás.
Centrando toda su atención en la usuaria de pseudo-telequinesis, se aseguró de bañarla con toda la presión que pudo. Tocó varios objetos en estado de pánico y los disparó sin importarle su posible compañero. Minato esquivó y disfrutó el sonido de quejas del hombre que los recibió.
Centrando su atención en quien escupía, fue en su dirección primero. Su carrera evitó que la acribillaran. Chispas volaron cuando los proyectiles se estrellaron en el suelo y paredes sin siquiera acercarse a tocarla.
—¡Fíjate por donde disparas esas cosas! — se escuchó a Nekohime gritar, indignada —¡Mataste a mi nuevo amigo!
La que escupía fue resguardada por dos. Minato cortó el cuello del más cercano antes de siquiera saber qué podía hacer su Quirk, y a punto de apuñalar al segundo, notó que algo salía de su espalda. En cuestión de un tiempo inferior a un segundo, analizó la situación, una habilidad cultivada en el infierno.
El de las armas en sus dedos le estaba apuntando. Si saltaba hacia un lado para evitar el ataque del que tenía en frente, podría dispararle. Esa distracción le valdría para que la resguardada le escupiese algo, si no era enviada a Elysium de inmediato. En consecuencia, apretó los dientes y envainó la katana. La fuerza del golpe la hizo retroceder, salvándola de las balas, pero agrietando una costilla.
Ni siquiera tuvo tiempo de descansar al caer, su brazo casi fue roto por la pseudo-telequinética. Aun así, se puso de pie en el momento justo para recibir al de los cuatro brazos. Usumidori cortó el primero que le fue enviado en un puñetazo, haciéndole gritar antes de que la hoja se enterrase en su boca, enviando a volar dientes y un trozo de su lengua.
Como el hombre fue alto, utilizó el cadáver como cobertura para las balas que llovieron. Pero no fue capaz de quedarse en su lugar, ya que el suelo cedió ante una estaca que apareció de repente. Liberó la hoja y saltó, viéndose interceptada por un —estaba siendo seria— ninja.
Usumidori iba a cortarlo en dos, hasta que desapareció y dejó, de todas las cosas, un tronco que fue tajado con facilidad. Habría levantado una ceja ante lo ridícula de la situación de no ser porque volvió a escuchar la voz en su cabeza.
—¡Cuidado!
En lugar de reaccionar de inmediato debido a la advertencia, está la paralizó. ¿Por qué la estaba escuchando? Las balas en su espalda que sabía que venían fueron, nuevamente, el recordatorio de que perderse en su mente no era lo más inteligente. Gruñó con fastidio y pasó a la ofensiva. Iba a deshacerse de esa molestia.
Desviando los disparos con la hoja de Usumidori, disfrutó del terror que se filtraba en esos ojos casi cubiertos por una máscara de acero. Su Quirk, en lo que podía confiar, le estaba fallando frente a alguien que lo superaba solo con habilidad. El pánico fue evidente cuando los proyectiles se volvieron erráticos y sus propios compañeros se vieron obligados a buscar refugio. Minato solo ignoró las punzadas no letales.
Cuando estuvo a distancia de corte, se aseguró de sonreír. Fue una mueca viciosa y sedienta de sangre. Que fuera lo último que viera. Era personal. No estaba por encima del rencor. Su mera presencia le hizo revivir una experiencia que ni siquiera fue suya. Mancilló, por unos segundos, la imagen de una querida amiga. Se aseguró de grabarlo en su cuerpo cuando rebanó los dedos y apuñaló su vientre. No moriría de inmediato. Sufriría hasta el último segundo.
Se distrajo tanto que casi fue apuñalada por el ninja y empalada por la estaca. Del primero se encargó al atacar, volviendo a impactar solo con un tronco. Esquivó el segundo al rodar, y luego evadió otro escupitajo. Molesta por eso, corrió hacia quien había estado intentando atraparla con lo que presumiblemente era ácido.
Saltó sobre una estaca que intentó matarla en su camino, se deslizó debajo de una caja de madera que voló hacia su cabeza y lanzó la estocada. Ni siquiera miró el cadáver, solo lo pateó y apenas evitó el kunai de todas las cosas. Lo que no vio venir fue un shuriken que se incrustó en su costado fracturado.
Se estaba volviendo lenta. Incluso cuando las balas que recibió no fueron dignas de mención, su cuerpo, por mucho que odiara admitirlo, era mortal. Sangra lo suficiente y se sentirá pesado… lo que era curioso. ¿No debería sentirse ligera al liberar peso? Seguro, la sangre era importante, pero solo debería cansarse, no sentir que su peso se había multiplicado. Divagando.
Como tal, el ninja —noche, se escuchaba ridículo— estaba aprovechando eso. Saltó desde un lugar, chocó su arma con la de ella, asegurándose de siempre impactar en el área plana. Había estado observando lo afilada que era Usumidori. Y cuando Minato creía conseguir un golpe, solo impactaba contra la madera. Y se repitió, porque parecía cambiar de lugar con el tronco. Saltaba, luchaban, recibía un ataque, dejaba un sustituto y volvía al lugar desde donde atacó.
Su choque se interrumpió cuando Minato desvió, primero, una especie de bola metálica que estaba atada por lo que parecía un látigo a la espalda de un matón. Seguido de la estaca, momento en que apenas cortó la mesa que voló en su dirección.
Buscó por toda la habitación, apenas reconociendo que Nekohime bailaba entre dos agresores con pericia gimnástica. Para alguien limitada por una herida, lo estaba haciendo bien.
Lo que estaba buscando pronto lo localizó. Fue difícil, estaba escondida bajo un montón de decoración ahora arruinada. Pero sus ojos se encontraron y tembló de miedo, lo que trajo alegría al corazón muerto de Minato. Corrió hacia ella, momento en que el suelo explotó en cientos de estacas intentando frenarla. Algunas cortaron, pero fue capaz de evadir.
Incapaz de ponerse de pie a la suficiente velocidad, la katana travesó desde la parte baja de su espalda y se enterró en la piedra del suelo. Sonrió con ironía. Empala al empalador. Vlad estaría orgulloso de ella.
El shuriken en su pantorrilla la hizo tropezar, pero logró evitar el tantō que casi la apuñaló. Regresó el favor, pero, oh sorpresa, un tronco. La bola metálica fue en su dirección, por lo que cortó el látigo que la movía. Escuchó al criminal gritar, pero lo ignoró. Fue hacia la espina clavada en su costado en forma de ninja.
—Estás enfrentando un enemigo especializado en el escape. — la voz de Fūka, a pesar de saber que no podía estar allí, se filtró en su cabeza. Sus dientes se apretaron, sus ojos se humedecieron. —Si no controlas el combate en la dirección que deseas, perderás la ventaja que puedes llegar a tener. Debes golpear primero, pero sé cuidadosa.
En lugar de ser cuidadosa, el dolor, la furia y la desesperación convirtieron sus movimientos en zarandeos descuidados. ¿Por qué? ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué su maldita mente no dejaba de torturarla?!
—¡Cállate! — su grito dejó, incluso a los criminales, sorprendidos —¡No estás aquí, no estás aquí, no estás aquí!
Minato comenzó a hiperventilar. En cualquier situación, habría encontrado reconfortante escuchar la voz de la persona en la que siempre confió cuando estaba contra las cuerdas. Quien podía encontrar la debilidad de cada enemiga, una prodigio cuya capacidad para encontrar puntos débiles era muy superior a la de Minato.
Sentía un zumbido en sus orejas y ni pudo evitar llevarse la mano libre hasta la sien. El sonido era demasiado ensordecedor, pero apretó la mano en la empuñadura. Soportarlo. Debía soportarlo.
—¡Cuidado!
Parpadeando ante la orden de su cabeza, fue demasiado tarde cuando la wakizashi —el tantō fue destrozado en un intercambio— atravesó su estómago. Iba a atacar, pero una silla la derribó. No se quedó allí, logró lanzarse para evitar al que le había cortado el látigo y a quien pateó en la entrepierna.
Volvió a pasar a la defensiva, pero apenas era capaz de mantener su cabeza pegada a su cuerpo. El ninja se movió con rapidez, era obvio que lo estaba dando todo. Ella, con una hoja en su estómago y con tanta sangre perdida que era un milagro que pudiera seguir, apenas resistía. El hecho de aparecer y desaparecer a voluntad, avanzar y retroceder, cambiar de lugares con un tronco, no ayudaba en nada…
—¡Encontré su debilidad! — su cabeza reprodujo aquella misma voz de logro que tanto había escuchado —¡Su cambio no es perfecto!
—¡Silencio!
La fuerza con la cual movió su katana rompió la nueva arma que había logrado sacar, pero la hizo tropezar, lo que fue un golpe de suerte, porque evitó que la pseudo-telequinética la golpeara con un kunai.
—Para poder intercambiar…
—¡No eres real!
—… es necesario dejar una marca en algún sitio a la cual…
Rugió mientras avanzaba, viendo un área del suelo que se notaba demasiado diferente. No era mucho, pero, si se tenía en cuenta que no debería crecer un pequeño tallo con hoja, sobresalía como pulgar adolorido. No pudo ver la expresión del ninja, pero supo que estaba en pánico, pues corrió hacia ella.
Minato, arrancando la wakizashi de sus entrañas y manchando el suelo con sangre, la arrojó hacia el desprevenido criminal. Activó su Quirk de inmediato, momento en que vio su silueta aparecer frente a ella. No pudo evitar mostrar una sonrisa sangrienta.
—Te tengo… — susurró.
Usumidori se movió hacia su pecho, buscando separarlo por completo. En su lugar, desplegó una habilidad que merecía elogio. De laguna manera, logró retorcerse lo suficiente y saltar en esa posición incómoda. No salió ileso, perdió su pierna derecha. Pero, cuando iba a terminar, algo impactó contra la espalda de Minato con la suficiente fuerza como para enviarla contra la pared. Amortiguó un poco, pero su brazo derecho roto la hizo suspirar.
Haciendo lo posible para sentarse, miró en dirección de donde vino. Las puertas fueron voladas y, allí, había un hombre alto y musculoso. Vestía con abrigo, el cual centellaba gracias a la electricidad que recorría sus extremidades. Eh, al parecer eran quince.
Realmente. No solo se había ablando emocionalmente. Derribada por nueve payasos, y apenas fue capaz de matar a seis, incapacitar el Quirk de uno y mutilar a otro. Qué estado tan lamentable. El Tartarus la devoraría viva. Aunque, si había algo que jugase a su favor, no estaba potenciada por nada. Carne y sangre mortal.
—¡No! — el grito de Fūka reverberó en los rincones de su mente —¡Por favor, levántate!
Cosa curiosa, ya no se sentía enojada. Perder sangre y sufrir algo parecido a una contusión cerebral hacía maravillas por el temperamento. Y le sirvió para saber por qué reaccionó como lo hizo. Porque todo era falso. De haberla encontrado en Elysium, y sin importar la obviedad de la ilusión, se habría mentido a sí misma. Habría utilizado cada neurona para convencerse de que ese era el final del camino, su recompensa.
Aquí, entre suciedad, sangre y vísceras, no podía ni siquiera comenzar a mentirse. El velo de sus ojos no habría resistido el primer parpadeo. Todos preferían la hermosa mentira, y la Muerte no era diferente.
Exhalando, miró lo que estaba ocurriendo. Himiko, ahora enfrentando al del Don de electricidad, la estaba pasando un poco difícil. Estaba segura de que, si no tuviera la herida causada por Minato, no habría tardado tanto en encargarse de su pequeño grupo, y mucho menos se le estaría dificultando la situación actual.
Estaba cansada. Quería ir a Elysium. Borrar lo que le había hecho escuchar su voz. Tranquilizarse en el abrazo del paraíso. Tal vez intercambiar palabras con Thanatos. Solo bastaría dejarse desangrar. Pero su conejillo de indias no podría salir de esto. Por lo tanto, suspiró. Llevó la mano izquierda hasta su Evoker. No había garantía. ¿Cómo era la analogía? ¿Saltar al abismo? Sea como fuere, era mejor que quedarse sin nada.
Sus dedos acariciaron la superficie rugosa y desgastada. Apenas tuvo fuerza para sacarlo de su funda, y ni hablar del trabajo que requirió llevarla hasta su sien. Pero, en el momento en que sintió el familiar cañón descansando junto a su cabeza, solo fue capaz de sonreír. Ampliamente, un vicio apenas disimulado. Si pudiera verse al espejo, habría notado que, salvando las diferencias, su expresión reflejaba la de aquella primera luna llena.
—Tha…na…tos…
El ruido de un disparo presidió la cacofonía de cristales rotos retumbando a través del almacén, cual orquesta vanguardista de un silencio sepulcral.
Todo movimiento se detuvo cuando el ruido de los cristales rotos resonó por todo el lugar. Himiko fue la primera en sentirlo, evaporando cualquiera furia que crecía en ella. Fue como aquella vez en el baño. Pero mucho, mucho peor. Esta vez, sin saber siquiera cómo, fue capaz de quedarse plasmada en su sitio en lugar de huir. Y tampoco valdría mucho, porque, algo se lo decía, ya no existía salida. Lo que sea que estuviera por pasar, estaba segura de que no era un Quirk.
Lo primero fue la temperatura de la habitación descendiendo a niveles abismales. Incluso con ropa abrigada, se sentía desnuda en medio de una tormenta. Se abrazó para adquirir algo de calor, lo que fue en vano. Sus manos entumecidas fueron incapaces de sostener los cuchillos, así que los dejó caer mientras se encogía. Quiso conservar algo de temperatura, a pesar de saber que era inútil.
Lo segundo fueron las luces. Cualquier forma de iluminación simplemente murió allí. Todo el lugar pasó a la penumbra. No podía ver más allá de su nariz. Pero no le importaba particularmente cuando se estaba congelando.
Esta vez fueron las cadenas, y Himiko sintió que se le ponían los pelos de punta. Tuvo que recordarse que era Yukimi, que no había nada que temer. La excitación y emoción superaban el terror, pero allí estaba de todas formas. Los tres sentimientos crecían con el repicar tranquilo y melódico de los eslabones.
Por último, y la parte que, juraría y admitiría a cualquiera, casi la hizo saltar, fue el tarareo. Sonaba como una canción de cuna, un coro de voces infantiles. La cereza del pastel fue cuando comenzaron a CANTAR de todas las cosas. Era un idioma desconocido para ella. Estaba segura de que esta noche la perseguiría en sus pesadillas —y tal vez sueños húmedos— por el resto de su vida.
C̵͖̠͎̘̟̠̠̼͕̉̅̈́̎̉̿l̷̨̞̫̭̓͋̈́̈́̾͗ĩ̸̡̧̛̝̗̪̠͓̔̃͊́̄͒͘n̵̛̲̠͚͂̂̈̄̆g̵͚̰͎̥͎̰̈̂͛̓̔̿̈ ̷̫̹̭̤̬̠̉̓ͅc̵̫̹͚̰͔̑̏́́͠l̸̼͎͈͍̉͋ǎ̶̙̯̮̹͈̥̝̟͈͂n̶͖̕͘g̴̗͇͔͙̯̈̀̽̏̇̚,̴͔͓̭̟̩̣́͂̆͊͌̿̉͒̔ͅ ̵̢̡̛̮̜̪̮̲̾̍̆̃͆ǵ̸̡̩̦̖̬̳̺͎͒̍̉̆͜ͅo̷̩̭̥̅̽͒͐̌̀̅ ̵̧̖̳̜̬̞̾̿̇͗̔̿̅̃t̶͈̮̽̈́͆͌͑͗͛͛͒h̸̤̏̐̅̒e̴̥͎̹̙͉̰̊̐̋̐͌̑ͅ ̶̛̼̬̥̬͓͓̹͒̐̀ͅc̴̨̛̐h̴͙͊̆̄̐̽͊ȃ̸̡̖͔̟̩̦̻į̴̼͚̞̣̖͎̉͐̆͛̓̌̈́̓͝n̴̞̼̟̠̠̋͂͆̒s̸̯̝̪͓͎̗̻̍̿̂́̈́̃͘ͅ,̵͖̀
̶̦̻̞̦̙̤̌̐̀̉̑̊̍̕T̸͚̗̲̭̞̭̝̠͗̽h̵̡̙̟̑̾̈́̇̾͘͠ȩ̴̺̯̟̥̽̒̏͆ ̶̛̬̥͔͔̅́̓͌͌͐̓͌̕D̴̛̤͙̮̏e̴̢͖̳͔͕̊̅̓͆́̾̌̍á̶̫͕̱͍̖͔͓͖̭̖̉̈t̵̨̝̹̫͕̠̗̳̰̘̕h̷͔̲͍͛͜'̴̨̟̮̖̬̭̤̠̹͑͝s̷͈͇͕͉̥͓̄̅̂̈́̀͒̿̑ ̶͈͉̠̀͒̄̂̓̎r̷̟͙̜̅͌̽͠͝͠i̶̖̝͉̖̞͖͗̈́͊̀̚͠g̸̠̹̳̫͆̈́̒h̸̪̫͛t̶̥̻͔͈̟̖̖̟̙͊̋́̀̂̅̈́ ̸̡͓͎̥̖̹̯̭͖̐b̷̡̡̼͇̲̮̝̠͎̍̿̓e̵͙̙̙̤͙͖̤̺̤̓̈̊̔̍̋̌̔̄h̷̛̲̋͛̈́͛͑͒i̶͖̹͙̝̮͋͑͑͌̓͗̍̊n̸͔̝̼͖̹̲̯͉͑̈̊d̴͍̀̾̈́̀͂͝͝ ̴̻̑͂̀̈̏̈́͒̑̚͝ÿ̶̡̖̞̍̊̀̕͝o̸̧̹̟̺͐̾̂͛̄̐ű̴̖͍͖͇̩̭̻́͂̂̿̒͜͝͝…̵̭̳͗̊́̿̓̾͑̔̒
Himiko escuchó un grito de miedo. Sí, no era la única que estaba aquí, expuesta a lo que sea que estuviese haciendo Yukimi. Y no todos tenían la suerte de poder recordarse a sí mismos que no serían objetivos. La única parte de la canción que entendió, y ni siquiera sabía por qué, fue «Muerte».
Q̶̧̬͓̰̭̤̈́̂̑ų̶͚̳̮̙͈̅͑̀͝͠ͅͅḯ̸̢̭͉͙͍̞̍̕͘c̵̡̩͚͈͉̭̭̘͍̊̏͑͒̏̎̀̕k̵̪̮̥̃͐̅̿͗̿̓̀̀͝ ̴̧̘͒̎̄̇̑̔̋̈́͂n̸̢͙͓͓̰̠̰̑̓̂͗̋̃̽o̸͕̝͊̓͊̆͗ẅ̴̜̥̪̝́͗͋,̸̛̫̩̮͉̳̀̍̀̽͘̚ͅ ̶̡̘̩͍̦͉̙̹̗̔h̸͉̣͛̏̍̍ͅȅ̴͉͓̖̈́̀ṛ̷̣̭͇̘͎̭̥̰̳͗͂̏͑̊̔̄͐̚ ̵̡̘̰̮̦̯̲̍̍ṡ̸̛̬̪̰͖̟̀̓̑e̶̢̥̯̱̿͆̋͝e̴̞̅̈́̑͝͠ǩ̷̲̞̮̫͚̣͔̣̝̦̄͂̽͝͠͠ḯ̶͕̯̺͇͉̥͇̩̋́̂͂͛͒͠n̵̛̗̰̝͂͋̒̀́͊͗͘͠ģ̵̢̫̣̗̬̈̈́̈́̐͌̉ ̴̛̱̲̔͠c̸̛̟̈́́̐̆͂͑̀̋͜h̷̼̞̞̻̭̪̉ȁ̸̝̫͎̲̫̟̦̫͆͐͛̍̍͌̀̓ͅi̸̡̨̛͕͈͖͇̺̲̾̉̀̒̅͌̕̚͜ͅn̵̢̛̳̘͇̳̟̮̩̬̂̈́͒͋͌͒͌̄́s̸̘̺͐͂̈́̀̿̽̿͠ͅ,̸̧͎̯̼̌͑͆̌̐̀̚
̷̝̗̋A̶̡̯̭̍͌̔p̵͚̭̮̠̗͈̈̿͗ͅp̷̤͕̺̟̗͙̃̒͒r̵̠̪̥̪̎̎̿͛͊̊͘ȫ̴̰̜̓̑̊̅̾a̸̡̻͉̮̟͍͉̘̽̀́c̷̟̀͐̊̌͐͐̀h̴̢̦̪̩͍̫̩̆̇̊̋́̀̔ ̶͉͍̪̖̾̀͋̈́͠w̶̫͍̖̼̻̞͓͙̅̊̊̈́̅̇̓̽͘i̸͎̣͙͈͊̎̉t̵̛̼̤͈̘͖͛̄̐͜͜͝ĥ̸̛͕̗̟̳̮͍̤̘͗͛͐̕͝͠ ̷̯͎̤̦͍͕͕̩̙̀̄̀͌̃̀̕͝ͅt̶̫̩̯̠͐͘ͅḩ̵̧͍͉̺̲͉̮͐̆̅́͗̈́͘ê̵̢̮̺͔̤̜̈́̇̐i̵̻͙̣̓͂̈́̊r̷͍̝̩̦͖̰̜̖̬̅̀̽̌̃̕͝͝ ̷͈̝̙͇̬͕̃̀ş̴̡̣̠͉͓̪̎̑̚h̸̨͙̖̙͖͎̖̫͊̋̑̕̚ṟ̶̦͍̣̀͆͌̇͒̎̑ì̵̛̲̀̈̇̾͠l̸̨̡̟̥̹̳̠̞̾̌ļ̷̙͚̘̯̟̽̾̆̓̅́̕͝ ̷̢̛͈̼̤̼͖̏ͅs̵̢̢̛͚͈̈́̑̚͜͝c̷̡̛͍̙̹̲̼̲̾̈́̇́͊͊̑̕r̷̡̧̗̖͔̜̠̻̆̐̍̀͊̓a̷̳͑p̴͙̯̫̽̐̇͑̐̊̆̚͘e̴̡̘̘͐̂̆͒.̸̮͍͚͎͐͐̓̂̋̉̾̀̅
̵̦̞̟̺͔̙̞̖͆̏̕D̴̻̏̂o̴̥̺͈̜̐̅͗̐̋͗̅̑̅n̶̫͙͔̤͖͍͕̳̍͌̆̑͘͜͠'̷̢̡̯̰̈́̐͑t̵̥̊̋̆͒̕̚͝ ̶̭̬̬̠̠͋̄͠s̵̤̉͐͊́̉͘ͅt̴̠̀͌̎̓̈́̈́͘ò̶̧̹͔̠̦̜̳̰͆̏͐̓̽͠p̶̝̑̅̿́̚̕,̴͉̭̥̹̇́̀̓̇̓̾̚͠ͅ ̵̯̜͓̻͖̪̥̮͌̐̈́̾̄̀͑̔f̷̞̝̥̼͔̀͋̏̑̂̏̀͝l̷̡̡̗͇̟̱̗̈́͑͌͜͜e̴̤̅͘͜e̵̳̜̣̯͎͊̕ ̸͙̮̗̽̒͊̎͌̽͠t̴̠̬͓̞͎̀̐͑h̴̨̻̖̐̉̑̋̅͌̚͝ͅẻ̸̛̗͇̙̺̀͑ ̸̪͙̮̤͇̬̥́́̐̃͌c̷̨̢̢̖͚̳͍̞̮̜̽̒́̽̒̔̅͝͝h̴͎͚̲̤̘̒̌̍́̈́͘͠͠͝a̷͍̣͖̒̃̔̾̒̅̓͜͝͝į̶̻̩͔̲̬̩̟͈̽͒́ň̸̡̖͎̯̘̪̹͇̥͚͆̀́̌ṡ̷͇̻̮̤̤̰͉͖́̅̔̇͒,̷̻̟̟̙͓̜͖͓̣̩̾̆̏̽̈̆̌͋
Alguien pareció cansarse del recital, porque pasos se escucharon en dirección de lo que Himiko sabía que estaba la supuesta salida. Solo escuchó un gruñido de dolor y el golpe de cadenas. Pero la persona seguía viva, porque reconoció la voz de uno de sus contrincantes mientras gritaba:
—¡La salida está sellada!
Ni siquiera tenía que preguntar con qué fue sellada la salida. El Quirk de su presa le concedía un aumento de fuerza y revestimiento metálico en sus manos. Estaba golpeando para intentar hacer una apertura cuando la canción de cuna más perturbadora de la historia continuó. El coro seguía siendo infantil, pero las voces que hacían la melodía a capela —que también eran, supuestamente, niños— se volvieron demasiado… profundas y aterradoras.
Ď̴̹̰̭̋͋͆̄̐͂̎͗r̷̛̭̜̙̦̠̘̲̬̰̈́̊̊̉́̍̂͋̚à̶̤̤̙͈̪g̸̭͔͚̦͚͑̆̈́͒̀̐̒̌̓͜ ̷̧̰͕̲̞̥̀̊̔̌t̵͍͕͈͕́̑̿ȟ̶͈͔̤̙̺͊̀̍ę̸͍͔͖͉̀̔́̍̊̍̽̎ ̷̨͚̞̗̗͐̓͌̊͛̕͝ͅċ̶̛͈̻̪͉̘̺̆̀̾̆͂͒̋͘h̴̹̣̖̭̺̹̰̏̔̈́̒̍̉̑̉̈́a̸̤̗̰̤̣͔̋̓̋̋͘͜i̷̲̪̙̜͉̖̩̘̣͒̏̉̒͝n̸͚̠̳͎̻͉̑s̶̭̪̰̑,̵̟͓̙̣̉̓͂͊̅͘ ̴̮̲̼͌͛͘͜ḍ̵̖̬̞̳͊̑̈́͐̋͛͌͝͝r̶̺̝̺̮̺̲̬̦̳̲̒̽̈́̑͐a̸̙̩͍͈͐ĝ̴̢̢̛̜͖̤͈̱̮̌͑̓̀͛̂̕ ̷̧̝̻̦̐͒̌͋t̷̮̳͖̞͖̝̆̒͊̄͗͝h̸̨̥̫͕͔͍̮͖̎̏͊̉̏͂̓̐͆͝ē̵̡̲̇̚ ̴̢̠̭̘̹̮̫̣̘̐̊͌͊͌̆̍c̵̫̓̐̉̽̃̀͘̚͝ĥ̵̡̼͚̱̙̺̗̳̩̣̾̂̏̅̈͌à̴̡̘̫̤̺̳̹̪͙̌̑ͅi̴̧̳̦̜̲͕̞̖̣͕͆͌̀ņ̸̜͓̟̟̮̰͐͛͝s̸̟͈͑̇̀͊̈́,̴̧̢̳́̎̈́̕͜
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Los golpes se volvieron más desesperados, y Himiko hizo una mueca. Su cabeza dolía con cada segundo que escuchaba, pero al menos era capaz de mantenerse entera. No podía decir lo mismo de los demás. Incluso si pudiera verlos, el miedo que los invadía no podría ser más evidente. Escuchó descargas eléctricas del que había llegado de último. Todo, obviamente, estaba siendo en vano. Los podía escuchar gritar cualquier cosa que les llegara a la mente.
C̷̫̭̤̩͍̮͉̿̎̆͛̋l̵̻͛͐͆̏̕ì̶̛̮̹͇̬͕̥̟̘̦͊̍͌̇n̸̻̳͗̈́́̇̿͘͝ͅg̴̩̭̳̮͗̅͑̿̀͂̿̔̌̽ ̸̨̤̣͓̏͐̒̑̇͋̆̇̈́ͅc̶͚̮̦͇̠͔͕͖̣̎́̓̑͌l̷̡̫̞̪̪͕̄̑̌̽̑͘ä̷̢̤͍͉̠̙̠̔̈́̋͆͜͜͠͝ń̷͙̫͇̠͔͖̱̓̄̍ǧ̷̢̙̹́,̷̛̮̤̽́͋͝ ̸̛͕̼̰̳̹͇͔̥͂̔̏̌̊g̷̡̤̬̝͙̟̠̞̳̕ȯ̷̳͓͙̝͚̹̲̻̓̈́͊ ̸̧̳̩̥̯̎̕͜͝ṯ̴̭͐͒̓̚h̴̳͈̫̞̥̹̠̘̣͚͐ȅ̴̼̀͐̆̀͑̀̒ ̶̯̖̯̗͉̻̗̲̀̀c̶͕̤̳̭̑͋̆̕h̷̰̤̹̕ą̷̨̱̬̼͍̦̌͛̂̒̋̍́i̶̛̞̪͙̬̻̒̐̒n̶̡̛͖͚̭͍̘͖̽̌͊̈̀̿̽̈͜s̶͉͇͕̫̜̗̏̄͘̕̕͜!̵̢̨͇̯̟̖̭̙͔̒̿͜
̴̨̱̟̑͊̍̒̋̑Ṫ̶̛̛̖̔͊̂̽̔̉̿h̸̢̫̻͕̞̘͖̣͓́̎̇ȩ̸̡͍͈̤̮̟͕̙́r̵̢̻̣̳͈̅̃͌́̀̄͂̒͘͠ẽ̶̥̺̻̞͙̓͋͜'̶͔̊̍̾͒͆̀s̵̢̢̫̣̻̱̮̬̺̈́ ̵͍̫̟̯̱̘̑̿n̵̡̺̾̍͌̚ͅͅǒ̶̡̡̮̲̭̱͎̜͇̯͝ ̷̢̙̲̪̼͓̣̜̂̏m̵̭̻̞̎̔̋̎̚͜ȏ̵̢̨̩̙͔̮͈̗̠̎͐̍̈́̒͠r̷͚̪̯͚̼̉̀͆e̸̤͍͔̖̼͊͌̈̑͋́̕͝͝ ̵̨̨͈̦͕͖̣̘͕͖̃́̌̐̈́̕t̷̥̪̳̥͖͛̀͊̃͜ĭ̸̧̝̬̱͖͔͆́̇̓̃̆̚m̷͓͕̿̑̉̍ͅẽ̶͈̱̳͆̅́̎͗͛̕ ̶̡̮͈͙́̊̔̀̈́̎̅͗̋̉f̸͚̯̥̲͂o̶̰͌͋̀͋̐̚͝r̸̗̥̦̟̬͕̦͖̔̊̂̕ ̴͚̼̫͕̮͕̬̫́͐̓̎̒́͂̋f̶͇̯̘͖̝͋̈́͋̉͊̍̕͠ḙ̸̡̥͈͎͉̱̲̆̈̃͋̊͛̅͂̈͘a̶̧͂̓̎́̀̐͋͝r̶̢͇͓̭̪̹̠̤̜͉̀̀͂̈́̿̆!̷̬̲͋̏̌͐̏̚͠
Con esa última parte de la canción ininteligible, el ruido de las cadenas que acompañaba al coro espectral se silenció… antes de repicar con salvajismo. Se arrastró por el suelo si el ruido era un indicativo, pasó junto a Himiko, tan cerca que saltó de la sorpresa. Pero no se movió más, en especial cuando un grito agudo —de un hombre— casi reventó sus tímpanos. Luego, el sonido de un cuerpo siendo jalado sin piedad.
—¡Ayuda! ¡Cualquiera! ¡Alguien!... No… Por favor… esto no es… No… ¡Por fa…
Las suplicas se detuvieron, pero el sonido de la carne desgarrada en tiras fue lo único que se escuchó en el almacén. Todos se quedaron tan en silencio que ni siquiera las respiraciones fueron percibidas. La brutalidad de la que solo se enteraban por el ruido prosiguió por varios segundos, hasta que solo quedó, nuevamente, el repicar de los eslabones. Y el coro se reinició, las voces infantiles sonaban más jubilosas, pero más bajas.
C̷͈̘͔̬͜͝ḻ̴̯̦̙̦̊̀̎̑̂͐̕̚͝i̴̝͖̗̾̄̉͝n̶̢̢̛͕͖̻͎͕̥̺̏̈́g̵̣̘͍̙̰̫͌͒̇͗͗̂͜͝ ̸̢̞̻̜͚̏̒̂̃͋̐̕c̷̣̼̜̫̲͔͂̓̅͆̈́͌͒̍͒̚ͅl̴̢̡͔͈͈̩̬̪̟͊̅a̷͎͎̺̣̙̠͉͕̬̅̿͑̌̀͆̈́̉͝͝n̵̲̑͝ḡ̴̛̛͎̻̜̺̼̂̊̅͋̚͝͝,̶̡͉̆͂̍͌̄̓̍͝ ̸̛̱̩͐̾̔n̶̻̭͓̮̞͖̟͍̚̕̚o̸̙̙͍͓̬̣͈͆̐ ̸̥̦̞͓̤̰̼̙̲̀̀̇̚͜ṫ̸͕̙̱͕̫̩̈́h̴̡͙̖͎̘͖̙̣̆̾̉̈̓͌̍́̚͘ȩ̸͚̺̊̌̍̎͘͝ ̶̼̟̟͚̞̪̺̓́̏̂̐c̵̡̢̙̺͎̤̫̗̖͊̆̊̈͛̔͆̚͘ͅh̶̥͇̥̬̿͘͝͝a̵̩̲͊̓̀̈ḯ̶̧̨͔͖̗̖̝͙̣͒̃͜n̴̡͈͓̰͖͓̻̹͒͐͛͑̈̈́̃̓͠ͅͅs̴̹̩̜̮͑̓̄͆͛̍!̴̡̨̟̬̘͚̮̪̘̬̈́̾͒͐̎͂̓̔̓
̵̩̝̙̼̝͖̩͑̆̏̄͒͒̂ͅT̷̞͚̰͈͙̯̈́̈́͆͂̒͑̾̒̀͘͜ḩ̶̡͉͈̗̭̮͉̘̋̋͑͒͐̽͌́̒͝ȩ̷̧̡͕͖̣̜̋ ̸̟̥͎̟͙̜̗̘͑̍̂l̴̥͔͉̯̱̈̿a̵̢͕͖̪̰̫̳͊̓̔̕ͅs̸̡̨̢̡̡͉͇̏̄͗̍͊̏̔́t̸̢͈̞̖̠̤̜̿́͗͠ ̸̘͍̦͓̥̝͙̭̼̃̌̓̽͌̆̌͝ṣ̷̽̃́̏͜ȏ̶̠̠̠̺̣̥̰̼̙͐̀̌̆̐͌̚͝ũ̷̥̎̾̇̽͌͘͠͝ǹ̵̺͛̎̈͋̏̈́d̶̡̦͙̗͍̤̯̺̳́̏͋̓͂͌̑̾ ̴̻̖̬̯̭͐̑̑̽̈́̀͆̔͘͜͠ẗ̸̢͓̘̻͉͎̮̱̒̈́̒͝͝h̷̡̧͍͇̣̗̞̭͓̑͋̇͒͑ã̷͇t̵̛̛̺̳̳͔̂̓͒͝ ̷̡̧̬̥̭̘͎͎̯͉̓̃͌͒͐͝͝y̴̢͚͇̙̰̬̺̍̅̒͛̽͆o̵̢̡͔̅̓ứ̶̡̢̱̲̣̫͙̖͔͋̽̍̈́͆͝͝ͅ'̷̨̰̪͓͍̺̤̮̎́̋̐͜͝l̶͚̫̳̱̙͎̑̾̏͐͂͑̀͠͝l̸̼͍̬̩̤̞͈̣̖͓͂́͝͝ ̸̢̡̛̬͍̥̱̓̑͂͒̽̀̍͜͝h̶̞͈̠̮̦̪̥͔͍͚͂̀̅e̵̢͖͎͈̻̭͛͆͝a̵̧̨̨͙̻̘̺̗̩̿̋̽̄͗͒͐r̴̡̢͎͙̤͠!̴͈̘͚̟͇̀͌͠
La última frase fue dicha como un susurro que le heló los huesos, instante en que las luces volvieron a la normalidad. Y si Himiko no había pasado el umbral de excitación, una Yukimi bañada en sangre, con trozos de carne a su alrededor, contrastando con su bella cabellera azul, ayudó.
Se paraba erguida, con la katana en su mano. No podía distinguir signo de desgaste, o si algo de la sangre era de ella. A Himiko no le importaba. La lamería de todas formas si sus piernas algún día decidían funcionar otra vez.
Cuando decidió que sus hormonas habían corrido con demasiada libertad y acalló los impulsos de su Don, fue que notó el cambio. La piel era mucho más pálida, si era que aquello era posible. Los ojos de Yukimi ya no eran los de color azul que la miraban como hielo. Ahora eran plateados, de una tonalidad apagada. Y el ruido de las cadenas solo se había amortiguado, no detenido, porque, detrás de ella, surgiendo de su sombra y bailando a su alrededor, había dos, las cuales terminaban en una punta afilada. Y… Oh, dios, las alas.
Alas de plumaje de cuervo de un lado, mientras que, el otro, del lado interior, distintas tonalidades de azul oscuro que, en algunas secciones, parecían ser de color negro. Dos pares en la parte baja de su espalda, lo suficientemente grandes como para extenderse el doble de sus brazos completamente abiertos. Se veían hermosas.
Nadie hizo un movimiento por el momento. Todos estaban atrapados, como animales en presencia de un depredador. Miró a su alrededor con pereza, y Himiko la imitó. Solo quedaban tres personas de pie. El que manejaba una Peculiaridad de electricidad —lo que obviamente lo ayudó a mantenerse caliente—, otro hombre un tanto musculoso que tenía ¿un latico?, o algo así, colgando de su espalda; por último, una mujer que estaba temblando en su sitio.
Esto ya no sería una pelea. Había estado atenta a la lucha de Yukimi mientras se encargaba de sus propias víctimas. Se movía con seguridad, un estilo de lucha demasiado minimalista. Todo se reducía a matar con la mayor eficacia y menos consumo de recursos. No había pasión, nada de diversión o amor por lo que hacía, muy diferente de Himiko.
Y pareció perturbada. Distracciones lo suficientemente grandes como para resultar herida. Pero, a pesar de sangrar, continuó. Luchó como una loba arrinconada. Fue hermoso… hasta que cayó. Se sintió abatida y lívida cuando la vio. Arremetió con furia ciega, al menos hasta el despliegue… de lo que sea que hizo.
Ahora, aunque no sabía por qué, SÍ sabía que algo cambió en ella. Que los próximos segundos serían una masacre unilateral. Así que se permitió relajarse. Buscó una posición un poco más cómoda para presenciar la matanza. La cual no tardó en llegar.
Minato sonrió y peinó su flequillo, permitiendo que todo su rostro fuese visto en su hermosa gloria. Olvida lo que mantener bajo control las hormonas. Fue la sonrisa más sedienta de sangre que Himiko jamás hubiera visto, y todos los días se miraba en el espejo.
El primero en hacer un movimiento fue el que tenía una especie de látigo. Dio media vuelta y comenzó a correr. O, bueno, se quedó solo en la media vuelta. Una cadena atravesó su pecho y la punta se acercó a la nariz de la víctima que tocía sangre, como si se burlara de su intento. Y podía imaginar a su amiga haciéndolo.
Como si desechase basura, el futuro cadáver fue arrojado hacia el árbol que, sorprendentemente, se mantuvo intacto durante toda la escaramuza. Cayó con un golpe húmedo, y eso congeló a los dos restantes. Los ojos plateados se posaron en quien portaba el Quirk de electricidad.
—¿Qué harás ahora? ¿Qué es más noble? ¿Sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos ante la Caída inevitable, e intentar darle fin con atrevida resistencia?
Todo salió con el tono más burlón que le hubiera escuchado, lo que, en realidad, no era mucho. Todo era extraño. Si tuviera que decirlo, Yukimi parecía intoxicada… casi drogada por lo que sea que estuviese haciendo. Era obvio que no estaba pensando con claridad, casi como si fuera una persona completamente diferente.
— Morir es dormir. ¿No más? — aunque no pareció muy alegre con esta frase, no perdió su buen humor.
Avanzó con paso saltarín, deteniéndose frente a Himiko, que tragó un nudo en la garganta. Ver a su amiga siempre estoica enseñando una gama tan variada de emociones la estaba mareando. Y aterrando. Y excitando. Y era ajena al efecto que estaba causando en la más joven, porque la levantó con facilidad y la sostuvo como pareja de baile, dejando la katana a un lado. Himiko se quedó anonadada al tener su cuerpo tan pegado al de ella, hasta el punto en que sentía su aliento ensangrentado.
—¿Y por un sueño, dirán, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de la débil naturaleza mortal? — aunque las piernas de Himiko apenas funcionaban, apoyarse en Yukimi la ayudó a seguir su extraño vals —¿No es este es un término que deberían solicitar con ansia?
»Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y veo aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando se haya abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenerse.
Yukimi la hizo girar, y de no ser porque estaba siendo sostenida, habría caído sin gracia. Ya ni siquiera era capaz de pensar gracias a lo absurdo de la situación. Pero fue capaz de ver que no era la única perdida ante todo lo que estaba pasando.
—Esta es la consideración que hace la infelicidad tan larga, perpetua ante lo que un parpadeo podría culminar. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito de los hombres más indignos, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios?, cuando el que esto sufre, pudiera procurar su quietud con solo un puñal.
»Y aquí es donde pregunto: ¿la tortura, la opresión, la vida, tolerarla, en comparación con cualquier cosa que exista más allá de la Muerte, no es lo que los hace a todos humanos? Antes que ir a buscar otros males de los que no tienen conocimiento, eligen sufrir aquellos que los cercan… Los hace a todos cobardes, y así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia, las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos. Y, ¡oh, vislumbrar sus temores ante mi designio es mi pecado! Pero... —dejó a Himiko, separando sus manos con suavidad luego de besar su palma tras una reverencia. Su diversión se apagó ante las siguientes palabras murmuradas: —Al final, morir es dormir, y tal vez soñar... Pero la pesadilla... la pesadilla siempre será despertar.
Por alguna razón, que tal vez acreditaba al ridículo del asunto, ninguno aprovechó el descuido de tal recital para atacar o escapar. Lo admitía, ella misma estaba atontada, pero ellos no fueron puestos en una pista de baile imaginaria.
Pero, ahora que el silencio regresó, el hechizo se rompió. El hombre del Quirk de electricidad rugió y disparó. Himiko saltó hacia un lado ahora que sus piernas funcionaban, pero fue capaz de ver a Yukimi actuar. No avanzó, en lugar de evadir se quedó dónde estaba. Sus alas se cerraron frente a ella, absorbiendo el ataque como si nada hubiera pasado. La tranquilidad que adquirió repentinamente pasó a una mirada maniaca y de deleite, como si hubiera esperado esa reacción.
El hombre continuó atacando mientras que, la receptora, saltó con salvajismo y abandono. No importaba cuánta electricidad disparaba, nada afectaba las alas que servían como un escudo impenetrable. Todo se decidió en el momento en que la primera cadena salió disparada, atravesando la mano extendida que usaba para disparar.
Yukimi, que estaba ahora frente al Villano, sostuvo un puño que voló en su dirección, atravesando el antebrazo con la segunda de las cadenas. Incluso a esa distancia, Himiko la escuchó murmurar:
—Debiste elegir dormir.
Con una combinación de su fuerza y la de las cadenas, los brazos del hombre fueron arrancados de un tirón. Gritó y cayó, pataleando como un animal. No sabía si estaba intentando ponerse de pie o solo era una reacción violenta ante el dolor. Ni a Himiko o Yukimi les importaba, porque de inmediato centraron su atención en la última que quedaba allí.
La mujer, aterrada, cayó de rodillas mientras Minato se movía hacia ella a saltitos. Estaba incluso aleteando de la emoción.
—Y-yo… por favor… no…
—Sabes, me dispararon. — comentó Yukimi, todavía sonriendo —Nekohime y yo estábamos teniendo una agradable charla. Y, ¡sorpresa!, — el aumento del tono de su voz sobresaltó a la Villana, que gritó de miedo —una masacre. Algunas balas se incrustaron en mi espalda.
»No me lo tomo personal… Bueno, tal vez un poco. — se rio tontamente. Himiko no estaba acostumbrada a nada de esto. —Quiero decir, arruinaron mi atuendo. Una cosa es la sangre, otra los agujeros. Fue un regalo de Elizabeth. ¡Pero! En mi misericordia, les ofrezco una opción. ¿Cómo preferirías que procediera? Puedes dormir o…
Lo último no se dijo, pero Yukimi señaló con un ala en dirección del hombre sin brazos y, con la otra, los trozos de carne que quedaban del anterior. Fue un mensaje claro.
—Y-yo… No… Por favor…
—Tic tac señorita… En lo personal, por favor, por favor, quiero que luches. Resiste. Enfréntate a la Caída.
La desesperación en su petición debió tomar por sorpresa a la Villana, que miraba atónita entre los cadáveres destrozados y Minato. El silencio se prolongó durante varios segundos. Bueno, silencio no era la palabra correcta, porque la mujer estaba llorando. La voz le fallaba para suplicar, por lo que solo le quedaban los sollozos ininteligibles. Al final, murmuró una palabra que, si no fuera por la ausencia de ruido, Himiko se la hubiera perdido.
—Dormir… Elijo… dormir…
Allí, el aire que rodeaba a su amiga volvió a cambiar. En lugar de la locura sin frenos, se volvió solmene. Las cadenas se lanzaron hacia adelante, pasando por encima de la mujer que gritó de sorpresa y enterrándose detrás de ella. En un esfuerzo que se vio descomunal, se abrieron para separar la tierra.
Si no hubiera estado viendo cosas que desafiaban la lógica, habría quedado boquiabierta al ver un ataúd siendo levantado desde un agujero negro y entregado por manos cadavéricas. Puesto junto al coro infernal de niños fantasmales, era bastante dócil.
El ataúd era una cosa simple, de madera oscura con acolchado azul. La tapa fue tallada con una calavera y un número romano, «XIII». Se veía un poco cómodo, pero todo de ella le estaba diciendo que no debería acostarse allí. Era obvio que la mujer sentía lo mismo, al menos hasta que entró a una especie de trance. Sus ojos quedaron un poco vacíos y miraba a la nada. No dijo nada, solo entró y cerró la tapa. Sin ceremonias.
De la misma forma en la cual vino, así se fue. Las manos lo envolvieron, arrastrándolo de regreso al agujero. Las cadenas cerraron la cosa, dejando como evidencia una gran grieta en el suelo, pero poco más.
Y así, reinó el silencio. Como si nada hubiera pasado en primer lugar. Incluso las cadenas que cubrían la puerta de habían disipado. Las pruebas estaban en forma de sangre y vísceras, además de la fiesta arruinada. Parecía que un tornado hubiera pasado por aquí.
Yukimi se volvió hacia ella. Esperaba estar bajo el mismo escrutinio de plata, pero, ahora, volvió a ser azul. Ya no había sonrisa bestial, no había aire solemne. Solo la frialdad que presidía a Yuki Minato en todo. La vio y escuchó suspirar, luego, para sorpresa y consternación de Himiko, desabotonar su camisa. La sorpresa siguió cuando comenzó a esconder sus alas. Comenzaron a doblarse, cerrándose sobre su pecho cubierto de sangre. Pasó, de un momento a otro, de sólido a una especie de líquido. La sustancia burbujeó al contacto con su piel, como cera que primero se derretía antes de endurecerse en manchas oscuras con tonalidades azules. Era como tener una «X» deforme, y así de simple estaban ocultas luego de que cerró su camisa.
—¿Puedes caminar? — preguntó, de vuelta a su voz monótona. Himiko asintió. —Necesitaré ayuda. Debemos dejar un mensaje.
—¿Mensaje?
Yukimi no respondió, solo mostró el fantasma de una sonrisa.
Minato se dejó caer en el borde de la azotea, mirando las luces de la ciudad y las sirenas que centelleaban en su dirección. Quitó los ojos del espectáculo artificial. La frase grabada con sangre, tanto en el suelo como en las paredes, atraía sus ojos. La nieve seguía cayendo sobre ellos, y al igual que su nombre, la pureza fue manchada con la sangre y carne.
Se veía obligada a admitir y admirar la belleza de la escena, pero estaba demasiado agotada por usar su poder por primera vez como para preguntarse si eran sus pensamientos o los de «ella», la influencia que ejercía en su mente. Y qué influencia era. Casi se perdió. Fue capaz de verlo todo, pero como si estuviese detrás de un velo brumoso. Manejaba su cuerpo, pero casi como si lo hiciera con un títere mientras alguien le susurraba al oído.
Recordaba la masacre, el baile, el recital deforme de Hamlet de todas las cosas, la elección de la criminal. Eso la ayudó a regresar. La influencia de Thanatos se superpuso a la sádica y destructiva del monstruo que ahora albergaba, porque, en el momento en que eligió una muerte pacífica... Cumplir su misión como el aspecto pacífico de la Muerte, en lugar de una Ker descerebrada, le ayudó a recordar quién era. Habría vuelto tarde o temprano, seguro, pero no sin haber hecho alguna estupidez.
Pensando en la monstruosidad, sus alas dolían un poco. Luego de haberlas liberado, se sentía extraño volver a comprimirlas. Era como doblar un brazo y mantenerlo de esa manera, algo completamente incómodo y el hecho de querer —de todas las cosas— liberarlas casi lo hizo vomitar.
Toda esta noche fue la más… excitante que hubiera tenido en mucho tiempo. Supo que, en el momento en que desenvainase Usumidori, todo cambiaría. Las barreras que había estado erigiendo para mantener la influencia corrupta simplemente se derrumbaron. Había matado, pero llevada por la ira, la tristeza, un frenesí, el dolor o cualquier cosa que nublase su mente. ¿Ahora? Fue todo fríamente calculado.
Yuki Minato había perdido. «Ella» ganó. Agradecía estar tan agotada que la importancia de esa sentencia no se grababa en ella. Que sería la Minato de mañana quien tendría que lidiar con las consecuencias. Quien tendría que luchar o sucumbir ante la nueva adicción. ¿Cuánto tardaría en cazar a su próxima víctima? ¿Horas, días o semanas? Buscaría criminales, la policía debería ser un poco más indulgente si no lastimaba a los inocentes… Pero, una vez que los acabase a todos, ¿qué? ¿Qué haría? Volvería sus ojos hacia el peatón común. Estaba tan cansada que no fingiría lo contrario.
El pensamiento no la molestaba, pero, la parte de ella que seguía atada al S.E.E.S. lo reprochaba. Lucharía. Se opondría a la nueva corrupción que estaba por echar raíces en su mente. A pesar de que era una batalla que no conocía la victoria, destinada a la derrota.
Himiko, a quien no le importaba nada y ajena a su malestar, se sentó a su lado balanceando las piernas alegremente, haciendo revoletear su corta falda de Santa. Tenía un saco en su hombro, porque resultó que tenían una buena cantidad de dinero en efectivo. También masticaba un trozo de pastel que, por alguna extraña razón, sobrevivió. Estaba entonando una canción navideña, tarareo que Minato, gracias a que su agotamiento parecía atontarla, se encontró disfrutando mientras cerraba los ojos.
Se había debilitado tanto. Lo que empuñaba no podía considerarse ni siquiera una fracción de todo el poder que blandió en el pasado. Era un remanente roto de aquel Yuki Minato que se paró en la cima del Tartarus, que se opuso a la Caída. Incluso cuando su cuerpo actual estaba en la cima de lo que una chica de su edad era capaz, apenas se sintió mejor tras dispararse con su Evoker. Cualquier Quirk decente de fuerza o velocidad la superaría en ese sentido.
Tampoco podía hacer mucho. Este debería ser, en cualquier caso, un mundo sin magia. Si tal cosa existía en primer lugar, lo que se demostró que no. No solo Thanatos se había debilitado hasta el punto de lo irreconocible, ella misma no podía extraer más que un fragmento del impulso físico que todas las Personas daban a sus portadores.
No importaba. Incluso si pudiera manifestar todo el impulso, o a Thanatos misma, ¿qué haría con tanto poder? Sería, literalmente, una diosa. Los Arcanos eran representaciones deformes de ideales deíficos humanos. Y no había ninguno presente para luchar. ¿Diezmar la sociedad? Sin interés en gobernar. ¿Matar a todos los humanos? Ese era «su» deseo, no el de Minato, por mucho que pronto no habría demasiada diferencia entre ambas.
Duró al menos unos minutos así, escuchando el tarareo y esperando, antes de abrir los ojos y mirar a su actual acompañante. Ella lo notó, devolviéndole la mirada con una sonrisa amplia y enseñando los dientes.
No sabía qué hacer con Nekohime una vez que perdiera el interés. Posiblemente nunca lo sabría. Ella la veía como alguien importante. Demasiado ilusa. Desconocía su propio valor, tanto lo importante que debería ser para sí misma como el hecho de que, para Minato, era desechable. Pero, si ella deseaba irrumpir a la fuerza y tan desesperadamente en la destrozada vida que era Yuki Minato e intentar arreglarla pedazo a pedazo… Le permitiría desperdiciar sus esfuerzos, después de todo, no era Fūka.
Suspiró y dirigió sus ojos al mensaje en el suelo. Himiko hizo lo mismo mientras se apoyaba en Minato. No se molestó en moverla. Estaba demasiado cansada. La escuchó leer en voz baja lo que se esforzó en hacerle rememorar a la humanidad. Lo habían olvidado en su arrogancia. Nadie mejor que ella para traer la cruel realidad al mundo.
Memento mori
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Información Importante
Feliz navidad y todo ese Jazz. Para los que estén aquí por la otra historia, bueno, estuve enfermo y el capítulo va con retraso. Esto ya estaba escrito, por lo que no hay problema. Listo, es todo.
