A principios de la tercera edad del sol, los Valar hicieron llegar a la población de la Tierra Media tres profecías.
La primera, llegada a esas tierras el 23 de febrero del 12 T.E., dictaba que una descendiente lejana de un Valar no conocido y un ser de la oscuridad tendrían un sucesor.
La segunda, del 26 de marzo del 12 T.E., les hizo saber que, al tiempo, Yavanna les enviaría cuatro hijas suyas.
Y la tercera, del 4 de diciembre del 12 T.E., los dos sucesores de la oscuridad y la luz recién nacidos deberían enfrentarse cuando la Tierra Media se enfrentara a su padre antes de que él fuese destruido. Quien ganase viviría aunque su progenitor no lo hiciese, y si no combatían, ambos morirían junto a él.
El 3 de diciembre del 12 T.E., los cinco bebés nacieron en Ilmeral. Cumpliendo la primera profecía, dos de ellos tenían la forma élfica de su madre pero con el cabello, los ojos y las venas tan negras como su padre. Mientras, las otras tres, hijas de Yavanna y creadas con el fin de engatusar al mundo respecto a sus dos hermanas, tenían los rasgos esperados de las guardianas de la Tierra, el Aire y el Fuego.
Su madre, Ameley, tuvo que contarle la verdad a su marido y padre de tres de ellas, Erold, quien la terminó perdonando y ayudando, pues ella no había tenido la culpa.
Dicha verdad era que, en el noviembre del 11 T.E., cuando fue secuestrada por las escasas tropas que quedaban en Mordor mientras viajaba por las lindes de Gondor y Rohan, no solo la torturaron sino que los restos de Sauron consiguieron embarazarla a la fuerza, creando a esas dos peli negras de mal agrado a la vista, pues sus venas negras como el Morgul hacían que pareciesen enfermas de gravedad.
La solución buscada para aquel problema fue meter a las dos hijas de la primera profecía en un canasto a cada una y enviarlas por el Anduin hasta allá donde las acogiesen. Pero los Valar no tenían pensado tal cosa, por lo que uno de los cestos siguió el curso del río hasta llegar sano y salvo a Mordor, mientras el otro volvió a contra corriente a Ilmeral.
Al llegar, pasó de mano en mano hasta llegar a la reina y, al ser posada en sus brazos, todo aquello carbonizado en su cuerpo pasó a ser de diferentes tonos azulados; sus uñas pastel, sus labios brillantes, sus venas de un hermoso índigo, su cabello de un tono capri... El rey la acogió de inmediato, sabía de la existencia de la segunda profecía y, en sus hijas, faltaba un elemento, Agua.
Las cuatro princesas crecieron en una familia unida. El miedo de la tercera profecía siempre estaba ahí para los reyes y la implicada pero, tras la desaparición a sus siete años élficos de aquel calor sofocante que había invadido a la pequeña Agua desde que tenía tres y el secuestro de Celebrían, creyeron que todo lo relacionado con su hermana gemela, a quien ellos nombraron, con el tiempo, Noche, había terminado.
Lástima que fueron demasiado confiados, pues nunca se debe subestimar a los villanos.
