• Agua •
Puedo divisar Rivendel a lo lejos, espero que Sam y Frodo hayan llegado sanos y salvos.
—Vamos Alier, solo un tramo más y podrás beber todos los manantiales que quieras —le susurro en élfico al oído a mi yegua.
Con un relinchido en afirmación da una última carrera hasta cruzar los arcos de la entrada de Imladris.
—Oid, multitud de orejas picudas —llamo a la guardia del frente de la ciudad—. Vaya, no veía tantos elfos juntos desde mi grata visita a los calabozos de Thranduil.
Las caras de susto de los presentes son realmente gratificantes, pero la mejor es la de Lindir.
—¿Ocurre algo fuera de lugar, mi querido paliducho? —me burlo mientras bajo de Alier—. Estás más blanco que de costumbre.
—Déjate de- —lo interrumpo con un fuerte abrazo.
—No pierdas las formas por mi regreso, reserva las malas palabras para tu tiempo a solas con mi primo.
—¿Qué? —me mira sonrojado e intenta defenderse, pero mi expresión lo corta—. ¿Cómo...?
—Te volvieron los colores, ¿acaso desayunaste batido de fresa y tomate? —llevo a mi yegua hasta uno de los elfos aquí presentes—. ¿Podrías llevar a Alier a las caballerizas, por favor?
Una vez agarra las correas y emprende la marcha me giro hacia mi amigo.
—Debo ver a Elrond, es urgente, y a Viejo Gris si ya llegó.
—Por supuesto, pero Mithrandir no está aquí.
—A saber dónde se ha metido el dichoso mago. Mejor ni saberlo, es capaz de armar unos líos tremendos. Peor que un hobbit es, tenlo por sabido —le cuento a Lindir en el camino al despacho de mi único tío, bueno, en realidad tuve otro, pero no llegué a conocerlo—. Por cierto, ¿has visto alguno por aquí?
—Hace unos sesenta años. Viajaba con Gandalf y trece enanos. Volvió hace poco, ahora ya está mayor, se quedará aquí hasta que le llegue el final.
—Bilbo Bolsón...
—Lo conoces, pues.
—Sí, yo también formé parte de la compañía de Thorin Escudo de Roble, pero me uní después de su partida de Imladris. Por cierto, su sobrino, Frodo Bolsón, vendrá en poco.
—A esa familia parece atraerle esta ciudad —ríe suave y yo le acompaño.
—Supongo —susurro, aun sabiendo el por qué de la llegada de Frodo. Veo la puerta del despacho a unos metros y decido que es mejor despedirse—. Lindir, quiero tomar a mi tío por sorpresa, no me anuncies.
—Está bien, aquí te dejo entonces. Nos veremos más tarde —me hace una pequeña reverencia, recibiendo como respuesta un codazo y se marcha por el pasillo por el que vinimos. Me acerco a la gran puerta de madera de ébano con tallados el elfico y la abro, me voy asomando poco a poco hasta ver la espalda de Elrond, está hablando con... ¿Arwen? Valar, ha crecido.
—¿Interrumpo? —pregunto con solo la cabeza dentro de la habitación—. No pretendo importunar pero he de hablar urgentemente contigo —señalo a Elrond.
—Agua, por todos los Valar ¿eres tú? —mi prima corre hacia mí, termina de abrir la puerta y se me abalanza—. Te he echado muchísimo de menos.
—Y yo a ti —me separo pero mantengo mis manos en sus hombros—. Por las puntiagudas orejas de Yavanna, ¡estás hermosa!
—Palabrerías, tú sí que lo estás. La guerra te sienta bien —bromea dándome un golpe suave en el hombro con su mano cerrada.
Me acerco a Elrond y tomo asiento en su silla del despacho con las piernas por encima de uno de los reposa brazos y el cuello descansando en el otro.
—Sí, sin duda eres tú —dice el viejales que tengo por tío—. Arwen, déjanos a solas —mi prima emprende la marcha en el acto, no sin antes despedirse y hacer una reverencia, ahora que lo pienso, yo nunca le hice una a mis padres, da igual—. Habla —toma asiento donde debería estar yo.
—Que borde.
—Agua —me nombra con su tono de reprimenda—. Dijiste que era urgente.
—Así es. Se trata de El Único, Elrond.
Se pone más pálido que de costumbre, un poco más y se vuelve invisible. Se levanta y comienza a dar vueltas por el lugar hasta salir a una de sus terrazas. Espero un poco para que se calme, sé que es un mal recuerdo, por lo de Isildur y el Monte del Destino. Tras unos minutos de puro aburrimiento decido seguirlo.
—Elrond —lo llamo al pasar por los arcos que dan al lugar, en este lugar son todo arcos, en Ilmeral somos más originales—. Elrond, sé que no es tu tema favorito pero Él ha salido a la luz de nuevo.
—¿Estás segura?
—Completamente.
—¿Dónde está? —se gira hacia mí al fin.
—Camino a Rivendel —apoyo ambos codos por detrás mío en una de las barandillas.
—No permitiré que esa... maldición —escupe la palabra con asco— entre en estas tierras.
—Llegará en poco, de hecho, creía que para cuando yo llegase el portador ya estaría aquí —le cuento, ignorando sus palabras. Me mira con una advertencia de que no continúe en sus ojos pero vuelvo a ignorarlo—. Frodo Bolsón, su tío llegó aquí hace unas semanas si no me equivoco. Él, junto a su compañero, Samsagaz Gamyi, y Gandalf lo traerán.
—Ya te he dicho que no aceptaré tal cosa. No pondré en peligro estas tierras.
—Convoca un concilio —su cara cambia, le ha llamado la atención—. Guárdalo unos días, el tiempo que tarden en llegar y decidir qué hacer con Él. ¡Por favor!
—Avisaré a los otros pueblos —da media vuelta y yo susurro un "sí " de victoria.
Me incorporo y lo sigo. Cruzo el despacho mientras él se sienta en su mesa y, al llegar a la puerta, le recuerdo algo.
—No te olvides de los enanos —río por su expresión.
—Desgraciadamente no lo haré.
Salgo del lugar y camino hacia la zona de entrenamiento, con un poco de suerte, los gemelos estarán allí.
Los pasillos de Imladris son hermosos, en pocas palabras. Algo sosos si los comparamos con los de Ilmeral pero igualmente bonitos. Tienen pinturas de toda clase: bodas, coronaciones, batallas... Los arcos de las terrazas están muy elaborados.
He de decir que en mi pueblo no le tomamos mucha importancia a la decoración a la hora de construir; nosotros las hacemos seguras para vivir y luego ya se decoran con óleos y grabados en piedra. Es por ello que tardamos mucho menos en construir viviendas que en cualquier otro reino élfico.
—¿Abstraída por la belleza de las vistas? —oigo a uno de los que estaba buscando y siento su mano apoyarse en mi hombro—. Cualquiera diría que estás poseída.
En vez de responder con palabras, me giro para abrazarle, siendo correspondida.
—Favoritismo.
—Blah, blah —suelto a Elrohir para enjaular en mis brazos a mi otro primo—. Habló el que prefiere a Tierra por encima del resto.
—Es la menos rebelde —se excusa, sujetandome por la cintura mientras yo mantengo mis manos descansando en su nuca.
—No la has visto con los canutos —susurro más para mí misma que para él. Me mira sin comprender—. Olvídalo, desvaríos de una vieja —reímos por el chiste aun sabiendo que, por mucho que para ser elfa sea joven, soy 118 años mayor que ellos.
