• Agua •
—¡Corréis como enanos! —les grita Fierel al grupo E de entrenamiento—. ¡Vamos! ¡Así no duraréis en la batalla!
Hace ya una hora desde que los gemelos me trajeron a los campos de adiestramiemto para la batalla. Los grupos A, B, E y G llevan entrenando desde bastante antes de que llegáramos y en unos minutos vendrán los C, D, F y H.
—¿Y? ¿Qué te parece? —me pregunta Elrohir.
Bien sabemos todos los presentes que mis primos controlan los entrenamientos y que están por encima de cualquiera de los entrenadores. En su tiempo, Glorfindel, un buen amigo mío, también pertenecía a ese grupo, pero ahora se dedica a viajar por la Tierra Media al estilo montaráz.
Pues bien, volviendo a los campos, todos han dejado de realizar su labor, pues si por algo son conocidos los gemelos además de por ser grandes guerreros es por no pedir ayuda o aceptar consejo de nadie, ni siquiera de sus superiores. Por ello el haberme preguntado ha sorprendido a todo aquel aquí presente.
—Creo... que has descolocado a tu guardia—digo riendo y provocando varios intentos fallidos de contención de carcajadas, probablemente de aquellos que tienen relación directa con Ilmeral—. Bueno, hablando enserio —rectifico por la cara que puso Elladan—, creo que estáis haciendo el idiota.
Se escuchan exclamaciones de sorpresa por mi opinión hacia el gran entrenamiento de su magnífico líder, nótese el sarcasmo.
Aún tumbada en el borde del muro comienzo mi explicación.
—Sinceramente, he visto que lleváis una hora practicando lo mismo y no lo entiendo. Hay que ir combinando. Sé que sois elfos y tenéis más aguante que los mortales, bueno, los mortales que no son de Ilmeral —murmuro eso último—, pero ese no es el caso. A lo que voy es que no llegaréis a la victoria con el arco. Tampoco con la espada ni las dagas. Si no con todas ellas juntas y más. En una hora siendo el entrenamiento diario de estos grupos de tres y habiendo visto el plan de vuestros jefes —señalo a mis primos—, he visto que solo practicáis esas tres armas.
Me miran con desconcierto, no entienden porqué no me gusta su tipo de práctica.
—¿De verdad no os dais cuenta? —suspiro frustrada—. ¡No siempre tendréis esas armas! ¡Y no siempre tendréis tiempo o materiales para fabricarlas! —me adelanto a algún comentario—. Si hay un hacha porque, por ejemplo, vuestro enemigo tenía una y se le cayó o se la conseguisteis quitar, tenéis que saber usarla. No me miréis así, me da igual que sea un "arma de enanos" —digo al ver sus caras de espanto, marcando las comillas con los dedos—. También están las dagas, espadas y arcos de otras razas, en especial porque casi nunca os enfrentaréis entre elfos y, si lo hacéis, os doy el ejemplo de los arcos de Imladris y los de Lothlórien, son bastante diferentes, ya ni os digo los de los hombres.
Me incorporo, todavía sentada de lado encima del borde del muro.
—Escuchad, os podéis quedar sin dagas, espadas, arcos o lo que se os ocurra pero nunca os quedaréis sin vuestro cuerpo, a menos que ocurra la fatalidad de que os lo corten —me miran algo escandalizados—, pero supongamos que no. Si-
—Escucha niñita, no sé quien te crees o de donde vienes pero ellos son nuestros capitanes y si ellos no nos enseñan todo eso que dices por algo será.
Genial, ya encontré a la noviecita de Elrohir.
—Ahora entiendo porqué han derrotado tanto a Imladris —susurro no tan bajo.
Todos los presentes, sin excepción alguna (y sí, incluyo a mis primos), me miraron entre cabreados y horrorizados, claro, en el nivel de los elfos, que no saben expresarse corporalmente.
—Escuchad, si comparamos los resultados en guerras y batallas de los cuatro grandes reinos en los que habita una gran cantidad de elfos, Rivendel queda en último lugar, y lo sabéis.
—¿Y tú que sabes? Si puede saberse —dice lo último con burla.
—Ainara —la nombra Elrohir con un tono de advertencia.
—¿Vas a defenderla? —salta una chica situada al lado de ella—. ¿Acaso engañas a mi hermana con esa pordiosera?
—Cuidado con lo que dices Alaya —le avisa Elladan.
—¿Tú también? Mi hermana es tu cuñada, deberías protegerla.
La tal Alaya da unos pasos por delante del resto, coloca una mano en su cadera y con la otra me señala.
—No se quien te crees —comienza a caminar hacia mí—, pero te aclaro que no eres nadie, y si vuelves a decir algo así o a meterte donde nadie te llama, estás muer-
Un movimiento. Solo eso, un pequeño zarandeo de mis dedos ante todos, y la susodicha deja de hablar llevándose las manos a la boca, asustada.
Me levanto despacio, causando un escalofrío en algunos, según algunos esa es la reacción de todos al verme a nada de soltar algo que supuestamente no debo, pero eso no me importa en estos momentos.
—Mira, niña —le quito el hielo de su cavidad bucal—, no me gusta usar mi título pero viendo que lo único que hará que te calles y me escuches es que sea superior a ti, supongo que no me queda otra.
Me suelto el pelo que tenía atado en un moño hecho rápido y lo agito metiendo los dedos entre las raíces. Luego me remango hasta los codos, espero que ver venas azules les sirva, creí que con el cabello sería suficiente.
—Me llamo Agua, princesa de Ilmeral, hija de Erold y Ameley. Y, a la que le va el incesto es a mi hermana Fuego, no a mí —giro la cabeza hacia mis primos, regalándoles un guiño visible para todos. Ellos me corresponden con unas sonrisas divertidas y traviesas—. Ahora, te pido por favor que me respetes, lo cual deberías hacer aun no sabiendo quien soy.
Varios me miraban anonadados, otros me hacían reverencias élficas y las dos hermanas me miraban con temor. Parece ser que una tenía miedo de que Elrohir la dejase, ojalá, y la otra... creo que le gusta Elladan, pues está ocupado imbécil. Uf, inspiro, espiro, me calmo.
—Bueno, aclarado esto, ¡Fierel! —el aludido se acerca cuando uno de mis primos lo nombra—. Junto a Jinel, encargaos de estos.
Elladan viene hacia mí y me carga cual princesa. Le miro con cara de que narices haces, pero el sigue caminando hacia el palacio así que echo la cabeza hacia atrás y observo a las dos hermanas con un cara de burla.
—Te echabábamos de menos, primita —susurra Elrohir mientras pasa a nuestro lado para ir por la botellas, no seríamos nosotros si no hiciésemos una fiesta de reencuentro.
