Lan abrió sus ojos y se topó con los ojos azules oscuros de Chaud que lo miraban desde arriba. El bicolor le dio una sonrisa cálida antes de retirarse del cuerpo del castaño.
-Ya era hora de que despertaras.-le dijo suavemente, enredándose con las sábanas y frazadas de la cama.
-¿Qué hora es?-inquirió Lan, curvándose para mirar al vampiro.
-Las once y cuarto.
-Hum... ¿Saito?
-Blues me dijo que sigue durmiendo.
-¿¡Qué!
-¿Ocurre algo?
-Saito no es de dormir hasta tan tarde... Yo soy el holgazán de los dos.-miró a Chaud y le dijo.-¿Hace cuánto que estabas despierto?
-Hum... Creo que desde la noche. Aún no puedo conciliar el sueño... Algo, me lo perturba...
-¿Ah si?-Lan se acercó al vampiro, para estar casi cara a cara con él.-¿Qué... perturba tu sueño?
-No es que lo perturbe. Simplemente, no me deja dormir. Paso tanto tiempo pensando en él...
-¿Él? ¿Quién es él?-había un tono de celos en el castaño que hizo reír al bicolor.
-Él, es un secreto.
Lan hizo un puchero y se dio media vuelta, acurrucándose con las sábanas y frazadas. Estaba celoso. El castaño se detuvo a pensar. ¿Por qué estaba celoso? ¿De quién? ¿De él? ¡Si ni siquiera sabía quién era él!
Gruñó y se escondió debajo de las sábanas. Chaud se acercó al chico y se tiró sobre él, atrapándolo en sus brazos. Sorprendió al otro que comenzó a moverse con frenesí sacando su cabeza de entras las telas.
-¿¡Para qué fue eso!-el bicolor movió sus alas suavemente.
-¿Jugar?-inquirió dubitativamente.
-Lo dudo... Casi me matas.
Chaud rió y volvió a atrapar al chico entre sus brazos dando una especie de maullido haciendo reír a Lan.
-¿Ahora eres un gato?-el bicolor lo miró con cara de gatito.
Este asintió con su cabeza y comenzó a frotarla contra la del castaño, todavía sin soltarlo. Se oyó un gruñido y Chaud miró a Lan, que estaba sonrojado en vergüenza.
-Creo que tengo un, poco, de hambre.-declaró.
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El morocho se movió ligeramente sobre su cama antes de abrir sus ojos. Se sentía enormemente cansado y le dolía un poco la cabeza. Intentó reincorporarse pero todo a su alrededor giró rápidamente y volvió a caer sobre las almohadas.
-Ouuu... ¿Qué me pasó?
Sintió a alguien subirse a la cama y recostarse a su lado. Sintió unos dedos acariciar su mejilla derecha y correr algunos mechones que obstruían la visión del recién llegado.
-Dormiste mucho.-esa voz la conocía.
-¿Bl...Blues?
-Ahá... ¿Necesitas algo?
Saito abrió sus ojos de repente y, sin importarle sus mareos, se sentó violentamente sobre la cama. El albino lo tomó entre sus brazos antes de que volviera a caer sobre la cama. El morocho respiraba con dificultad y tenía fiebre.
-¿Qué te pasó?-inquirió el vampiro y el morocho se encogió de hombros levemente abriendo sus ojos de nuevo.
-Blu...Blues... Tuve... un sueño…
-¿En serio?-dijo suavemente, recostándose sobre la cama con el morocho sobre su pecho.
-Si... Sobre, un yo, pasado. Desperté en el sueño... en el año... mil setecientos ochenta y siete... Me pareció raro...
-¿Por qué?-Blues mantenía su tono suave mientras recorría los cabellos negros del chico con sus garras haciéndole suaves caricias.
-Porque... en él también estaban mi hermano... Maylu, mi mamá... Laika, Pride... Y un pintor...
-¿Un pintor?
-Si... Se... llamaba Juan Pablo Castel... Había una exposición y Lan, Maylu y yo fuimos... Y había tres cuadros... Muy lindos.
-¿Tan lindos?-dijo con picardía el vampiro mientras besaba la frente caliente de Saito que sonrió y se sonrojó.
-Si. Y luego, Castel nos habló sobre los vampiros.
-Hum...
-Dijo que los chicos de los cuadros eran hermanos, y los había conocido en una isla que no recuerdo. Y habló que había hecho una promesa con ellos, de no vender ni dar las pinturas a quienes no se la merecían pero...
-¿Pero...?-Saito apretó las ropas del vampiro con sus manos y bajó un poco su rostro.
-Él me dijo en un susurro que una de ellas me era merecida... –el morocho apenas susurró pero el oído agudo del albino logró captar cada palabra.
-¿Y sabías por qué?
-No... –el menor se acurrucó en el pecho de Blues y los brazos de éste rodearon su espalda haciendo sonrojar con fuerza al morocho.
-¿No...? ¿No habrás sentido algo?-el menor se estremeció al recordar.
-Algo... Si... Una fuerza, una energía que invadía mi cuerpo. Pero no era, hum, mala... Era cálida. Y me hacía sentir bien, muy bien.-Blues sonrió con ternura.
-¿Tan bien cómo así?-preguntó divertidamente acercando el cuerpo del chico aún más y cubriéndolo con sus enormes alas. Colocó su frente sobre la de Saito que sonrió y rió.
-Si. Tan bien como así me sentía en el sueño frente a la pintura. ¿No te parece extraño, Blues?
-No sabría decirte. Hasta ahora, nunca me ha pasado.
-¿Puedo... peinarte?-preguntó con timidez Saito mirándolo a los ojos y con un leve sonrojo en sus mejillas.
-¿No deberías ir a ver a tus padres y decirles que te sientes mal?-el morocho negó con la cabeza.
-Yo sé que dentro de dos horas me sentiré mejor.
-¡Que confiado!-exclamó con suavidad el vampiro dándole un pequeño beso en la frente nuevamente.
-¿Puedo peinarte?-volvió a preguntar Saito y el albino asintió con lentitud.
-Sólo si me prometes que no te levantarás de la cama durante dos horas.
-Por supuesto.
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Otenko veía dormir a Django sobre la cama. Estaba todo despatarrado sobre ella y medio destapado. El girasol sudó gotitas y suspiró. Era increíble que ése chico tuviera quince o dieciséis años... ¡Parecía un niño! El mensajero se acercó a la cama y corrió las piernas del rubio para que quedaran sobre el colchón y no fuera. Luego lo arropó con cuidado y volvió a su lugar en la ventana. Otenko miró la luna en cuarto creciente que brillaba con una intensidad asombrosa. Volvió a suspirar.
-Belleza lunar... Espero que estés protegiendo a esos chicos hasta que lleguemos.-susurró, antes de quedarse dormido.
A eso de las cuatro de la mañana, los vidrios de la ventana se llenaron de escarcha. Otenko se despertó por el frío que hacía y vio al rubio con ojos somnolientos temblar en la cama, acurrucado y dejando escapar el vaho de su boca.
-¡Django! ¡Django, Django!-exclamó el girasol al ver a su aprendiz temblar.
-Sa... ¡Sabata!-dijo en sueños, antes de sonrojarse.
La ventana se rompió y de ella entró un viento helado que hizo que el rubio despertara repentinamente. Otenko fue a parar al otro lado de la habitación contra la pared, recibiendo un fuerte golpe, quedando inconsciente.
Django miraba como un remolino giraba velozmente frente a la cama. Pronto comenzó a disminuir su velocidad hasta que se transformó en una neblina de color oscura. El frío desapareció y fue reemplazado por una rica calidez contrarrestando la helada de hace unos momentos.
-Djaaangoo... –canturreó provocativamente la figura que se estaba formando de la neblina.
El rubio permaneció en su lugar sin moverse. Oyó una risita provenir del mismo lugar y la nube ya había adquirido una forma sólida.
-Tanto tiempo.-dijo suavemente y los ojos de Django se agrandaron antes de sonreír ampliamente.
-Sabata... –murmuró con suavidad.
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-Realmente tu cabello es muy largo... –dijo Saito, peinando al albino con un cepillo.
-Uh-hu... Debe de tener el mismo largo desde hace unos quinientos años... Nunca lo he dejado creer más ni tampoco lo he cortado.
-¿Tanto tiempo?-dijo asombrado el morocho, mientras continuaba con sus movimientos suaves y masajistas sobre el vampiro, que poco a poco iban adormeciéndolo.
-Si. No es raro que una criatura como yo se de un lujo como este. Los humanos tienden a tener problemas con un pelo tan largo como el mío.
-Es cierto. Nunca he visto a alguien con el pelo que pasase la cintura. El tuyo llega hasta las rodillas.
-Chaud me ha dicho que debo de cortarlo.
-Pues, está loco.-Blues rió.-¡En serio! Si tanto te gusta tenerlo así, no deberías hacerle ningún cambio.
-Pero sería bueno de vez en cuando hacerlo. ¿No te parece?
-Tienes razón.
Hubo un silencio entre ambos en donde sólo se oía el cepillar de Saito sobre el cabello del albino que suspiró contento.
-¿Te gusta?
-Amo que me peinen. Me encanta que los demás toquen mi cabello. Es una sensación tan deliciosa... Siento que estuviera comiendo lo que más me gusta cuando alguien juega o acaricia mis cabellos. Una... inmensa felicidad... –sus ojos se entrecerraron y un aire de tristeza los invadió pero no fueron percibidos por el morocho.
-¿Deliciosa?
-Si. ¿Te parece raro el término que usé?
-Un poco.
-¿Por qué?
-¿Tienes que estar preguntando todo?
-No respondiste mi pregunta.-Saito rió.
-Porque, no solemos utilizar esos términos en esta época. Las palabras y frases que a veces dices son, literarios, con mucho sentimiento...
-Siempre suelo preguntar todo, porque así soy yo. Soy curioso.
-¿Sabía que la curiosidad mató al gato?
-¿Y liberó los ratones?
-Esa no la sabía.
-Todos los días se aprende algo nuevo.
-Eso si lo sé.
-¿Te importaría... peinarme con tus manos?
-No, pero tendría que volver a pasarte el cepillo para sacarte los nudos.
-No me importa. Simplemente quiero sentir tus manos en mi cabello... Y sentir cómo se siente...
-No dirías, ¿Ver cómo se siente?-corrigió Saito, dejando el cepillo sobre la cómoda.
-¿Acaso podrías ver algo que se expresa a través del tacto?
-Tienes tu punto en ello.
-No puedes ver las cosquillas. Sólo puedes ver a la persona que te hace las cosquillas. Tu las sientes, en tu cuerpo, en la parte que tengas más sensaciones de cosquillas.
-También el dolor. No ves el dolor... Ves las expresiones, el daño, la consecuencia... El dolor lo sientes.
-Yo siento dolor.-confesó el albino dando un gemido placentero al rato de sentir las manos y dedos pasar por toda su cabeza, paseándose entre sus finos y plateados cabellos.-Que deliiiciaaaa... –gimió.
-¿Por qué sientes dolor?
-Por lo que una vez perdí.
-¿Qué perdiste?
-A una persona.
-¿Ah si?
-Si.
-¿Muy importante?
-Muy importante.
Saito siguió jugando con el cabello del vampiro. Sentía una sensación en su estómago y pecho cada vez que lo oía gemir. Sonreía y comenzó a masajear el cuero cabelludo de Blues que se entregó sin chistar.
Dejó caer su cabeza apoyando su cuello sobre el respaldo alto de la silla. Cerró sus ojos y un fuerte rubor apareció en sus mejillas. Esa era la primera vez que el morocho veía al vampiro sonrojar tan fuerte. Y sólo porque jugaba con sus cabellos.
-Saiiiito... –murmuró provocativamente el albino, mostrándole sus colmillos y uno de sus ojos, que brillaba en un intenso color rojo, mientras que el otro permanecía cubierto por su flequillo.
-¿Siii?
-Mrrrr...
El morocho rió ante el extraño gemido que hizo. Parecía una especie de ronroneo. Se sorprendió al sentir las manos de éste sobre las suyas, que las guiaban por su cabeza. Se deslizaron por su rostro hasta llegar a su cuello. Blues volvió a gemir y se arqueó un poco.
Saito empezó a masajearle el cuello con suavidad viendo al vampiro arquearse de vez en cuando, oírlo gemir y sentirlo estremecer.
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-Uh-uh... –gimió en dolor Otenko, despertándose.-¡¡DJANGO!-gritó.
Sabata, un chico un poco más alto que el rubio, con iguales vestimentas a esta salvo que eran violetas y negras y sus botas tenía tres espinas del lado de afuera. Una bufanda tan larga como la de Django y de color violeta estaba alrededor de su cuello, su cabello corto y violeta caía suavemente y sus ojos rojos miraban con ternura y amor al rubio que estaba entre sus brazos con una amplia sonrisa, descalzo y con sus ojos opacos.
-Sabata... Viniste.-el chico oscuro asintió. Ambos hicieron caso omiso al grito del girasol.-Por mi... –Sabara sonrió y volvió a asentir.
-Vos sabés bien, que no rompo mis promesas.-Django lo abrazó con fuerza hundiendo su cabeza en su pecho.
-Sabata, lleváme contigo.
-¡¡¡NO, DJANGO! ¡¡¡DESPERTÁ DE SU ENCANTAMIENTO!
Una suave neblina comenzó a rodear a ambos. Otenko irguió sus pétalos. No quería hacerlo, no tenía nada en contra de Sabata pero éste estaba jugando sucio, por lo cual, el mensajero haría lo mismo.
-¡¡¡¡TAAAAAAAAIIIIIIIYYYYYYOOOOOOHHHHH!-gritó con todas sus fuerzas.
Y las pupilas de Sabata se dilataron.
Un fuerte rayo de energía solar salió por la ventana. El chico oscuro cayó al suelo despidiendo humo. Se reincorporó con lentitud y adolorido. Ese ataque fue tremendo.
-¡¡SABATA!
El susodicho miró hacia arriba y vio a Django muy preocupado. Le sonrió y desapareció en una neblina oscura. El rubio se volvió a la habitación y vio a su mentor jadeante y cansado flotando en el centro de la habitación.
-Lo siento, Django... –le susurró realmente dolido.-Pero él se está pasando de los límites que Belleza Lunar le dio. Sabata sabe hasta qué punto puede jugar, pero él te quiere llevara toda costa.
-¿Entonces por qué habríamos de encontrarlo?-dijo fría y secamente el rubio, sin mirar a su mentor.
-Para que nos entregue el talismán. Pero parece que no quiere dármelo sin que te dé a cambio. Django, es por eso que no puedes irte con él todavía.
El rubio miró la luna y le pidió a Belleza Lunar que cuidara de Sabata.
