Saito apretó sus ojos y se acurrucó un poco en su cama. Blues estaba recostado a su lado, con sus sentidos alerta. Había corrido de la habitación a todos los que había entrado y estaba seguro de que mordió a uno de ellos.
Comenzó a gruñir fuertemente cuando oyó la puerta abrirse con un chirrido. Se irguió y abrió sus alas, pareciendo más grande de lo que era. Maylu entró con su forma felina y cerró la puerta con una de sus patas traseras.
Blues dejó de gruñir y volvió a acurrucarse al lado del cuerpo del morocho que buscó refugio en sus brazos. El albino sonrió ante eso y con gusto se lo ofreció.
-¿Blues?-inquirió la felina.-Están llegando a sus límites. No sería bueno seguir con lo mismo.
-Ya sé.-respondió secamente, besando la frente del menor.
-Sería mejor si los llevamos de paseo por la casa.-los ojos del albino se ablandaron.
-Tenés razón pero...
-Deben saberlo, es injusto para ellos.-la felina se subió a la cama y cabeceó al albino.-Tranquilo, hermanito, todo saldrá bien.
Blues miró a la felina y posó sus ojos en Saito, que dio una ligera sonrisa en sus sueños.
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-Hum... ¿Eres uno de los hermanos de Maylu?-preguntó el morocho al chico que lo había invitado a bailar.
-Si, soy el mayor.
El albino se puso frente a él, deteniéndose una vez llegado a la pista. Se inclinó ligeramente, saludando. Saito sonrió perversamente y se inclinó también, pero moviendo su brazo libre como si estuviera llevando un largo vestido.
Algunos de los adultos sonrieron ante el gesto de los jóvenes.
Una vez terminado el saludo, ambos se acercaron. El albino colocó una mano sobre el omóplato del joven y tomó su otra mano, colocándola sobre la suya. Saito colocó su mano libre sobre el hombro del chico y ambos comenzaron a moverse en un vaivén suave al sonido de la música.
-¿Cuántos años tenés?-inquirió el morocho, a poco de haber empezado a bailar.
-Diecisiete. ¿Y vos?
-Dieciséis.
-Oh, interesante. Aquel castaño, ¿es tu hermano?
-Sí, se llama Lan.
-Maylu me ha hablado mucho de ustedes.
-¿Ah si?
-Si. A la noche, antes de acostarnos, me cuenta toooodo lo que hicieron en el día.
-Imagino que debe de tardar horas haciéndolo.
-Es cierto, pero nos sentimos felices si ella está feliz. Aunque no lo parezca, es una mujer delicada.-paseó su mano por la cintura de Saito que se sonrojó.-Tienes mucha cintura para ser un hombre. No conozco a muchos que tengan tanta.
-Bu-Bueno... E-Es sólo por mi madre, creo. Y también mi padre. Él también tiene una cintura marcada.-volvió a ponerse nervioso y a sonrojarse fuertemente cuando el albino lo atrajo a su cuerpo.
-Que interesante.-escaneó los ojos verdes intensos de él a través de su antifaz.-Eres un chico frágil... Tan delicado. Te veía y pensaba, si lo toco, se quiebra.
-No soy tan frágil como aparento.-parecía ofendido, en especial cuando desvió su rostro rojo a otro lado.-Simplemente no suelo ejercitarme mucho. Lan es el más activo de los dos. Yo prefiero quedarme en casa, estudiar y leer libros.
-Sos más, hogareño.
-Si.
-Como yo.
-May me dijo que no solías venir a este tipo de eventos.
-Es cierto.
-¿Por qué no te gusta venir?
-Porque, no suelo ser una persona, sociable. Tiendo a esconderme. No es que sea tímido, soy más bien reservado.
-Oh, ya veo...
Haruka y Amanda, la esposa de Regal, comentaban lo lindo que se veían bailando juntos los chicos. Animadamente, conversaban de todo un poco pero la visión de los jóvenes era simplemente encantadora.
-¡Awwww! ¡Son de tiernos!-exclamó Haruka con las manos en su mejilla.
-Nunca creí que serían tan adorables.-dijo Amanda.-¡Mirá! Parece que mi otro hijo también irá a bailar.
-¿Ah si? ¡AAAAAWWWWWWW! ¡CON LAN! ¡¿No son liiiiindos!
-Querida, tranquilizate.-dijo Yuichiro. Haruka lo abrazó.
-¡Me hace acordar a cuando nosotros salíamos juntos!-el hombre se sonrojó.
Saito había estado tan concentrado en la charla con el albino que no se dio cuenta de que este lo había estado llevando, en el paso del vaivén, cerca de la entrada al jardín. Sólo se dio cuenta cuando una suave ráfaga fría lo golpeó.
-¿Cómo llegamos hasta acá?-inquirió.
-Creo que nos dejamos llevar.
-Parece que si. ¿Por qué no te has quitado los guantes?
-Me gustan, pero si te molesta para bailar puedo sacármelos.
-¡No, no es que me molesten! Es que... No sé.
El albino rió.
-¿Me harías el favor?-dijo, moviendo la mano que tenía la del morocho sobre ella.
Saito sonrió y comenzó a quitarle el guante al chico, sintiendo en el proceso la suavidad de la piel de este. Volvió a sonrojarse y comenzó a sentir su corazón latir rápidamente.
-Gracias.-respondió el albino, guardándose el guante en un bolsillo.
Guió su brazo por debajo del de Saito para tomar su otra mano y quitarse el otro guante. En este proceso el morocho quedó más pegado al cuerpo de su compañero de baile, y volvió a sonrojarse con fuerza.
-Ya está.-dijo al fin el alto, acomodando los guantes en su lugar.-¿Quieres ir al jardín un rato? Te noto algo cansado.
-Sería grandioso.
Ambos se separaron y comenzaron a caminar fuera de la casa de los condes. La brisa era refrescante. El jardín se veía muy tenebroso, por todos los laberintos que hacía con sus grandes paredes de árboles.
-Que bien se siente... –murmuró Saito, sintiendo otra brisa mecer sus cabellos.-¿No lo crees así?
-Si. Siempre me gustó sentir el viento. Es como un tranquilizante.-el morocho rió suavemente.
-¡Explícate!
-Tu sabes. Te recuestas sobre el césped, y sientes el viento soplar suavemente en ti. Tan sólo me da escalofríos al pensar en ello... Es una sensación muy agradable.
-Sos extraño.
-¿De veras lo soy?-Saito volvió a reír.-Te has reído mucho conmigo esta noche.
-Es que, nunca habían podido hacerlo. Yo también suelo ser algo reservado para los demás.-el albino rió suavemente.-¡Te hice reír!
Ambos comenzaron a reírse fuertemente, disfrutando de la presencia del otro.
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-¿Cómo van?-inquirió Regal a Laika, que estaba en uno de los balcones vigilando al albino y al morocho mientras bebía un jugo de naranja.
-Sólo están conversando.-respondió y tomó un sorbo.-Pero parece que se llevan muy bien.
-No parece, se llevan bien.-corrigió Regal haciendo gruñir al ex coronel.
-Como sea.
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-¿Qué te gusta hacer en tus tiempos libres?-preguntó Saito.
-Pintar. Dibujar. Soy muy artístico, según mi hermana.-el morocho sonrió.
-En ese caso... –una timidez se apoderó de él.
-¿Qué querés que te dibuje?-el morocho lo miró sorprendido.
-¿Cómo adivinaste?
-Era lógico.
-Pues... En realidad, me gustaría ver tus pinturas... –Saito se sorprendió al ver al albino sonrojarse un poco.
-¡N-No! ¡No te gustarán!
-¿Cómo lo sabés si ni siquiera me las has mostrado?
-Es que... –el albino no podía creer que se estaba sonrojando por el morocho.-Mi arte es... hum... muy, sensual...
-¿En serio?-afirmó Saito, más interesado que nunca.-Es difícil ver a un artista haciendo ése tipo de arte en especial. ¿De qué tratan?-ahora si, el albino se sonrojó furiosamente.
-¡Wah! ¡N-No te van a gustar, te lo aseguro!-era increíble lo nervioso que se ponía con él. Normalmente sólo hablaba de sus pinturas como si estuviera hablando de cualquier otra cosa y se extasiaba en ver, en la mayoría de los casos, las expresiones horrorizadas de sus oyentes al saber qué clase de arte él hacía.
-¡Dime!
-¡N-No!
-Awwwww... Por esta, vos ganás.-el albino suspiró aliviado.-¡Pero las quiero ver!
-Las verás si yo te doy permiso. Pero te prometo que las verás.
El morocho le sonrió abiertamente y se abrazó a sí mismo.
-Está haciendo frío. Y me duele un poco la cabeza...
-¿Quieres ir a dentro?
-En, realidad... me gustaría volver a casa. Estoy cansado.-el albino le sonrió.
-Bien, en ése caso, nos vamos.
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-Ohhh... ¿Tan pronto? ¡Y yo que quería bailar una pieza contigo!-dijo con tristeza Maddy, al saber que Saito se iba.
-Lo siento, pero, no me estoy sintiendo bien y no quiero arruinar su fiesta.
-¡Tonterías, lindura! Pero si eso es lo qué quieres, pues, vete, pero siempre serás bienvenido en nuestra casa. ¿Tu también?-preguntó asombrada al ver al albino con su tapado puesto.
-Los padres del chico me pidieron que lo acompañara. No quieren que vaya solo a estas horas.-Maddy sonrió.
-Está bien. Pero tengan cuidado.
-Lo tendremos. No se preocupe.
Maddy volvió a sonreír y le dio un beso en la mejilla a cada uno antes de abrirles la puerta y saludarlos una vez más.
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Otenko se despertó y vio la típica neblina rodear el cuerpo dormido de Django. Gruñendo, se acercó y chocó contra una barrera. Abrió sus ojos en sorpresa y se sacudió.
-¡Arrrrg! ¡Sabata!-exclamó, al ver al chico arrodillado al lado de la cama del rubio.
-Ah, hola Otenko.-dijo este de la manera más tranquila posible.-¿Cómo has estado?
-¿¡Ahora qué quieres!
-¡Pero que rudo de tu parte tratarme así! Lo has cuidado muy bien.-comentó refiriéndose a Django. Enredó sus dedos en el cabello rubio del chico que se estremeció.-Mira cómo ha crecido... Es un joven muy apuesto...
-¡Déjalo en paz! ¡Ya te dije que cuando terminemos esta misión él podrá ir contigo!
-Lo sé. Pero, simplemente no puedo resistirme... –le respondió, deslizando su mano por el cabello del chico y hacerlo en todo su cuerpo. Django se movió nerviosamente y se acurrucó un poco.
-¡Saaaabaataaaaa!-chilló Otenko, a modo de advertencia.
El talismán que colgaba del cuello de Django brilló y mandó a volar al girasol fuera del alcance de ellos. El mensajero se reincorporó y vio a Sabata lamer el cuello del rubio mientras que le recorría el cuerpo con sus manos.
-¡Suéltalo!-gritó, acercándose de vuelta y chocar con la barrena nuevamente.-¡¡Belleza Lunar te dio límites! ¿¡Por qué los cruzas?
El chico simplemente lo miró. Deslizó sus manos debajo de la remera del rubio, comenzando a jugar con sus pezones. Django se sonrojó fuertemente y se arqueó. Entre abrió sus ojos al tiempo de sentir una mano depositarse entre sus piernas y la otra seguir jugando con sus pezones.
-¡Ah!-exclamó.
-Shhhh... –dijo Sabata a su oído.-No queremos que los otros se enteren.
-¿Sa-Sabata?
Se relajó en sus brazos y volvió a gemir. El chico oscuro acercó su rostro al del rubio y lo besó con intensidad. Django movió sus piernas nerviosamente. Sintió la lengua del chico oscuro sobre sus labios y abrió su boca. Se estremeció al sentirla dentro y comenzar a investigar. Sabata lo persuadió para que hiciera lo mismo y Django comenzó a tocar la lengua del chico oscuro con suavidad.
El rubio dio un sobresalto al sentir la mano de su compañero trabajar con mayor rapidez entre sus piernas.
-¡Sabata!-exclamó. No podía creer lo que sentía.
-¡¡Detente!-gritó Otenko, golpeando la barrera con sus hojas.
Django dejó expuesto su cuello, sintiéndose llegar. Apretaba las sabanas con fuerza y jadeaba rápidamente. Los ojos del chico oscuro brillaron en un intenso rojo y mordió su cuello, dejando una marca roja sobre él.
-¡¡SABATA!-gritó fuertemente, liberándose en la mano del demonio sin alas.
Se relajó y sintió al chico oscuro acomodar sus ropas. Lamió el excedente de su mano con deleite, sin quitarle los ojos de encima al rubio que lo miraba con ojos llorosos y su rostro completamente rojo.
Una vez que terminó con el excedente, se inclinó y besó profundamente a Django antes de separarse de él. El rubio se sentó en la cama y lo abrazó con fuerza.
-No te vayas. Quédate conmigo.-Sabata negó con la cabeza y besó nuevamente al chico.
-No puedo quedarme. Belleza Lunar se enojaría. Además, tu mentor no me quitaría los ojos de encima y sería fastidiosos tenerlo husmeando en nuestros asuntos íntimos.-explicó con picardía. Su rostro se ablandó y continuó.-Ya cuando termines la misión, podrás venir conmigo.
Django alzó su rostro y, con una amplia sonrisa, miró a Sabata.
-¿De verdad?-el chico oscuro asintió.
El rubio soltó a su compañero que se desvaneció en una neblina oscura. La barrera desapareció y el girasol pudo acercarse a su aprendiz. Django se abrazó a si mismo, y un escalofrío recorrió su espalda.
-Django... –llamó suavemente Otenko. El rubio lo miró con una sonrisa.-No puedo permitir que Sabata se acerque de esa manera a ti otra vez.
-¿Por qué no? Fue... lindo.-confesó tímidamente con un suave sonrojo. Otenko suspiró.
-Porque fue una de las reglas que Belleza Lunar le dio a Sabata.-el rubio lo miró de mala manera a su mentor.
-¡Siempre con las reglas! ¡¿Por qué simplemente no nos dejan estar!
Otenko sudó gotitas.
-Pues... Por los planes que tiene Belleza Lunar.
-¿Planes? ¿Qué planes?
-Es un secreto.
-¡Neeee! ¡Maestro! ¡Dímelo!
-¡No, no lo haré! ¡Ahora, vuelve a dormir!-ordenó, señalándolo con una de sus hojas.
Django gruñó y se tapó con las sábanas, acurrucándose. El girasol se colocó a su lado y también se acurrucó contra su cuerpo. Ambos quedaron dormidos al instante, con un par de ojos vigilándolos todo el tiempo.
