DÍA 2 - AROMA

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Una vez más fue capturado, encadenado contra su voluntad y encerrado en una celda. Se sentía frustrado y enojado. Apenas logró escapar hace unos pocos meses de su encierro en el laboratorio de Moscú, vivía como podía, a veces robando comida o ropa y pasando frío durante las noches.

Justo ahora no tenía idea de cómo escapar. Estaba demasiado cansado por las noches en vela, y la cabeza le dolía, lo cual empeoraba por culpa de las campanadas que escuchaba a lo lejos, pero él sentía que resonaban dentro de su cráneo.

— "Tanto ruido" —se quejó, odiando no poder moverse para cubrirse los oídos.

Vagamente escuchó voces, aunque no podía entender lo que decían. No importaba, solo quería que su cabeza dejara de doler. Entonces un suave olor a durazno llegó a su nariz, dulce y provocativo. Alzó el rostro, encontrándose con el rostro serio de una joven de ojos avellana y cabello castaño. Sus fosas nasales se ampliaron intentando captar más de ese dulce aroma.

—"¿Despierto?" —preguntó la persona en un suave inglés, no solo sus rasgos sino su acento al decir las palabras indicaban su origen oriental.

Portaba un uniforme samurái sin la armadura, y en sus manos llevaba una bandeja con comida. Lo dejó a un lado, observando al prisionero.

—"¿Puedes sentarte? He traído algo para que comas." —Al verlo inmóvil, inclinó la cabeza—. "¿Puedes entender lo que digo?"

El prisionero intentó mover la cabeza, pero eso pareció ser una mala idea.

—"Entiendo" —murmuró. Una de sus manos intentó moverse para alcanzar a la persona frente a él. Con los amarres en sus muñecas se le hacía complicado—. "Tengo... frío..."

Esta persona se levantó, se fue unos minutos y luego volvió con una manta. Se acercó demasiado, pasó la manta tras la espalda del prisionero y lo alzó sobre sus hombros.

—"Solo puedo hacer esto" —comentó, alejándose para tomar la comida—. "Voy a ayudarte a comer. No se me permite liberarte. Es un poco de miso, algo de arroz y salmón. Si hay algo que no te gusta, solo dilo."

Al tener tan cerca a la otra persona, el olor a durazno era más fuerte, invadiendo sus sentidos, nublando su juicio. En un movimiento inesperado, el prisionero tomó la camisa de la otra persona, con sus muñecas atadas juntas, y con fuerza, lo haló hacia abajo, la comida cayó al suelo en un estruendo de platos rotos.

El samurái se quedó helado al sentir la nariz fría del otro hombre en su cuello inhalando su aroma y lamiendo su cuello.

El samurái ahogó un grito, apenas lo contuvo en su garganta debido a la impresión. Su corazón latía fuerte, no solamente por ser atacado tan inesperado, sino por la confusión. Él era un beta, era inusual que un Alfa reaccionara así con él, y mucho más un prisionero que se veía demasiado debilitado para ser un problema mayor.

—"¿Qué estás haciendo? ¡Aléjate ahora o traerás problemas graves para ti!"

—"Hueles tan bien..." —murmuró contra su cuello. La nariz, ya no tan fría, iba subiendo por su cuello, rozando sutilmente la suave piel, tersa como un durazno—. "Tan dulce" —gruñó suavemente.

—Tú...

—¡Yuki! —Uno de sus compañeros lo vio, y se acercó para ayudarlo pero el hombre bajo el prisionero, Yuki, lo detuvo con un gesto.

—¡No! Alto. Échate para atrás. Déjame a mí esto...

—¿Qué? Pero él...

—¡Vete! —ordenó el joven, y no le miró más, solo a este sujeto que nada más lo había derrumbado por su aroma. Mientras no le hiciera daño, no había porque alterarse—. "Escucha... No puedes hacer esto. Tienes que quitarte de encima, ¿me entiendes?"

¿Por qué debería?

Todo se sentía mejor con ese dulce aroma envolviéndolo. Ya no recordaba el dolor de cabeza o el frío, tan solo quería permanecer cerca de esta persona. Sin darse cuenta, un suave sonido escapó de su garganta, como un ronroneo que reverberaba desde su pecho.

—" Quédate, por favor"

—"Está bien, voy a quedarme pero..." —Yuki miró la comida, apenado de que todo se haya desperdiciado—. "Déjame estar más cómodo, ¿sí? No voy a irme a ningún lado".

Temeroso, el prisionero soltó lentamente al hombre, sus ojos amarillos brillando en la oscuridad. Cuando el castaño se acurrucó a su lado, sus músculos se relajaron, el dragón acomodó su cabeza en el hombro del otro de modo que su nariz podía percibir el dulce aroma del durazno.

Yuki suspiró, arropó mejor el cuerpo del prisionero, pues la manta se le había escapado de los hombros.

—"¿Cuál es tu nombre?"

— "Klaus... Me llamo Klaus" —Dado que estaban tan juntos, no hacía falta hablar muy alto en la oscuridad de la celda, con sólo sus respiraciones—. "Me encanta como hueles. A durazno, dulce".

—"Klaus..." —nombró Yuki, respirando con calma. Era extraño tener al alfa de esa manera, pero si con eso lograba mantenerlo tranquilo y cooperativo, accedería—. "No te preocupes. Voy a cuidarte mientras estés aquí" —prometió en voz baja.