DÍA 3 - INSTINTO
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Trabajar en un bar era una putada, hacerlo en un burdel lo era aún más. Que el –maldito mil veces– dueño del bar fuera amo de toda tu existencia, era más de lo que podía manejar, a pesar de eso trataba de no dejarse vencer.
Siendo una omega, la más baja de las castas, también jugaba en su contra.
En este punto lo único que le quedaba era su terquedad y la poca libertad que tenía cumpliendo misiones del mercado negro que manejaba District. Era preferible jugarse la vida en las calles cumpliendo misiones, que cumpliendo sus deberes como prostituta.
Siempre pensó que "llorar sobre la leche derramada" era un completo desperdicio de esfuerzo, pero a veces se le pasaba por la mente que si por lo menos hubiera nacido Beta, al menos la mitad de sus problemas se resolverían.
En el bar Moonlight, cuando un Omega entraba en su calor, se volvía una atracción principal. Dado que durante el calor los Omegas perdían por completo la razón, los Alfas, e incluso algunos Betas, hacían fila para follar sin descanso.
Ese era el momento en que District ganaba más dinero, organizando fiestas de Gangbang y Angie, por lo general, era de las más cotizadas, porque a pesar de estar ardiendo luchaba contra el placer, y esa pequeña lucha y el forcejeo animaba más a los hombres que el simplemente tenderse de piernas abiertas esperando que una polla tras otra la rellenara como pavo de navidad.
Honestamente, hasta las fiestas de orgías eran preferibles a tener la atención del demonio centrada en ella. Aborrecía con todo su corazón tener que complacer a District, el maldito sabía los botones que debía tocar en su cuerpo para hacerla gritar de placer, perder la cabeza, seguramente sabía lo humillante que era para Angie ceder a sus instintos en sus manos, moldearla como mantequilla, dejando su cuerpo tembloroso sintiendo los espasmos restantes del orgasmo.
Se consolaba pensando que al menos seguía sin tener una marca en su cuello…
