DÍA 4 - CUELLO

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Ruslán, como único hijo mayor, y Alfa además, se esperaba de él que tomara las riendas del patrimonio Ottori. Desde joven, tomó lecciones de dirección, política, economía, oratoria, analítica, entre otros básicos incluido idiomas diversos. Jamás se quejó, no tuvo por qué: siempre tuvo un techo sobre su cabeza y un plato que comer, era amado por sus dos padres, y tenía una familia que lo amaba. En su adultez, creía tenerlo todo controlado. Sabía que sería prometido a un omega de buena familia como siempre insistía su papi, y Ruslán no tuvo problemas en aceptarlo.

Hasta que viajaron a Italia, y lo conoció. Gerardo Mazzeo era algunos años mayor que Ruslán, un Omega soltero cuyo rostro amable y hermosa sonrisa lo encandiló. De inmediato todos los sentidos de Ruslán fueron atraídos a rotar alrededor de Gerardo, instándolo a iniciar un cortejo tenaz e implacable. El primer roce trastornó su racionalidad, la primera caricia lo dejó sediento y el primer beso lo dejó anhelante.

Todo cambió la noche en que por fin pudieron estar juntos, la noche en que los dientes de Ruslán se hundieron con suavidad en la tersa piel del cuello de Gerardo y pudo marcarlo.

Por fin.

Su Omega.

Su pareja.

Su Gerardo.

La vista de su marca en aquella zona lo excitó tanto, que hubo falta de una tercera sesión de sexo para sentirse saciado Y desde entonces, cada vez que veía el cuello de su pareja, un deseo imparable volcaba a Ruslán a acercarse, a dejar tiernos besos que se transformaban en sensuales lamidas hasta terminar en tiernas mordidas, toda una sucesión de eventos que a la final los dejaba en la cama, gozando un placer que parecía ser interminable.

Ese día, por ejemplo, paseaba por las calles de la ciudad en solitario, hasta toparse con una tienda de juguetes sexuales. Ruslán era bastante seguro de sí mismo para confiar en sus propias habilidades, pero también era curioso sobre aquellos accesorios. Jugar con los puntos placenteros de su pareja, tentarlo y ver qué nuevas reacciones podía extraer, lo llevó a entrar y echar un vistazo.

De entre todos los juguetes, en la sección de vestuario, algo llamó de inmediato la atención de Ruslán. Era un collar complementario de algún juego de disfraz de servidumbre, el listón era aserruchado y tenía tul por los bordes, un tierno lazo y, como broche final, un cascabel. Todo en color negro. La imagen de ese collar contrastando con la piel del cuello de Gerardo, causó que una pequeña erección se levantara en Ruslán. Estaba agradecido de contar con un abrigo largo que le ahorraba el bochorno.

Minutos después, Ruslán salió de la tienda con una bolsa en su mano. Ya quería llegar pronto a casa, ansioso de colocarle el nuevo accesorio en el cuello de su atractivo amante.