DÍA 5 - AUTOCONTROL
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Muy pocas cosas en la vida se le fueron negadas a Katsumi desde el primer minuto en que nació. En parte, fue acostumbrada a poder obtener las cosas que deseaba si aprendía a ganárselo de manera correcta. Su papi siempre fue insistente en la forma en que una dama debía actuar para cumplir sus propósitos y ella fue una excelente alumna. Al menos, la mayoría del tiempo. En su infancia, no era muy paciente.
Pero no había nada que no quería más que tener en su futuro a aquel cabo que fue asistente en una de las reuniones de su padre. De niña siempre supo que, como Omega, su lugar era estar al lado de un Alfa de alcurnia. Su papi Kenshi todo el tiempo le decía que debía encontrar un Alfa fuerte, de buena familia y que supiera cumplir sus roles de forma adecuada. Sin olvidar que debía tratarla como era debido. Y en su mente infantil, Raik Heidrich, un militar de bajo rango, entraba en todas esas características que indicó su papi. Fue desde el primer momento en que lo vio y cuyo aroma a pino llenó sus fosas nasales. Cuando su casa fue atacada y el hombre fue ordenado a protegerlos, el encanto de Katsumi por ese hombre aumentó. Era su héroe, no importaba si después llegara su padre y tomara las riendas, Raik, a sus ojos, los había mantenido a salvo hasta que su padre se presentó.
Desde entonces, cada vez que Raik asistía a las reuniones que se efectuaban en casa, Katsumi iba tras él.
Le quería mostrar su vestido nuevo. Le quería enseñar el bonito peinado que le hizo Irina. Que viera los dibujos que pintó durante la tarde anterior. Que apreciara sus avances en su caligrafía y demás estudios. Quería hacer de todo para que el cabo le diera un poco de atención y se diera cuenta que iba a ser una perfecta esposa para él cuando fuera adulta.
Siendo un soldado, además de un Alfa, Raik tenía un férreo autocontrol sobre su carácter. Desde muy joven no se permitía ningún tipo de debilidad, se esforzaba por ser el mejor en la milicia, en cada aspecto de su vida.
Siendo un Alfa era normal para él ser asediado por cazamaridos, o madres casamenteras, exponiendo a sus hijas e hijos omegas como si fuera una exhibición de ponys. Nunca había sido un gran problema ignorarles, todos era unos cabeza huecas, listos para humillar a la competencia a la menor oportunidad. Una vez que Raik se adentró más en sus deberes militares, eso disminuyó bastante por lo que la atención Omega era mínima, al menos hasta que conoció a Katsumi Volsk.
La hija menor de un científico ruso, respetado por sus superiores. Aparentemente el hombre era un enlace con Japón por su matrimonio con un Omega, aunque no se trataba de cualquier Omega, era el Señor Feudal de Hiroshima.
Y aunque trataba de manejar a la niña con respeto y amabilidad, a veces era complicado ignorarla por completo. Tenaz, como su padre, sus esfuerzos por llamar la atención eran admirables.
Katsumi, desde el primer día, demostró ser persistente. Las visitas de Raik, debido al trabajo de su padre, fueron constantes a través de los meses, y sin falta, la niña estaba ahí. Muy pocas ocasiones aceptaba tomar vacaciones a Japón cuando su papi tenía que marcharse un tiempo, eligiendo quedarse en Rusia debido a que era ahí donde Raik estaba. Era quien deseaba llevarle el té al cabo, era quien guiaba al soldado cuando había que escoltarlo a donde esperaba su padre, e incluso apenas lo visualizaba en la entrada, Katsumi corría para abrirle la puerta y ser la primera en saludarlo.
Fue así, durante meses, durante años, conforme crecía y estaba ahí, con un enorme cartel sobre su cabeza en dirección de Raik. Incluso en una ocasión, cuando tenía catorce años y se estaba efectuando la fiesta de cumpleaños de su padre en Rusia, Katsumi, envuelta en un hermoso vestido rojo que hacía destacar la palidez de su piel y en contraste con su liso cabello negro, se acercó al soldado, el sonrojo tiñendo sus mejillas.
—Cabo Heidrich, ¿no cree que es una bonita canción? —Una sutil pieza de música resonaba en el salón principal, habían un par de parejas disfrutando del salón de baile, y su papi le había insistido hace un momento en buscar una pareja para unirse. Ella, claramente, ya había escogido a uno desde hace tiempo, armándose de valor ese día.— Es perfecta para ir a bailar un poco, ¿no lo cree? —preguntó con nerviosa ansiedad, observando de reojo la reacción del hombre. Su imaginación flotó de inmediato, creando una escena donde él la invitaría a bailar y por fin estaría entre los brazos del sujeto. Su corazón latía fuerte.
—Lo siento. No soy un buen bailarín —dijo el joven hombre, tratando de ser cortés al rechazar la insinuación de la hija del anfitrión.
—¡No importa! —Katsumi insistió, no dispuesta a rendirse. Es más, se volteó por completo hacia el soldado, en vez de quedarse lado a lado junto a él—. Yo tampoco soy muy buena. Así que, ¿qué tal si...?
—Eh, ¡Heidrich! —Un sargento llamó la atención del cabo, haciéndole señas—. Ven a saludar a unos amigos. Conocieron a tu padre. Ven aquí. —El hombre se veía contento, charlando con unos caballeros mientras esperaba.
La decepción cambió la expresión de Katsumi, que observaba desde los hombres a Raik.
—Discúlpeme, señorita Katsumi, mi atención es requerida en otra parte. —Con un asentimiento corto, se giró para ir con el grupo de hombres que lo esperaba para hablar. De reojo pudo notar la expresión decepcionada de Katsumi, pensaba que era mejor de esa manera. Debía concentrarse en su carrera.
Decepción, tristeza, enfado. Katsumi sentía cada una de esas emociones con fuerza, parte de ella quería tomar la mano de Raik, arrastrarlo a la pista y mandar a la mierda, como a veces escuchaba a su papi decir, a aquellos hombres. Una segunda quería llorar, frustrada de ser rechazada una nueva vez. Pero optó aferrarse a una tercera, la única que la instaba a no rendirse aún. Raik la iba a mirar, estaba segura.
Todavía sujeta a esa idea, comenzó a prepararse de forma adecuada. Mes tras mes su cuerpo comenzaba a mostrar los cambios de su madurez. Por primera vez, se permitió irse un tiempo a Japón. Consideró que quizá un aspecto más maduro podría causar un impacto en Raik, por lo que se alejó lo suficiente; una flor que abre sus pétalos en primavera.
Regresó después de su décimo octavo cumpleaños, la imagen de una joven delicada y esbelta. A pesar de sus esfuerzos, no contaba con muchas curvas, no obstante sacó provecho a todo lo que tenía, estando a la expectativa de la próxima reunión en la que Raik tuviera que visitar su casa. Siguiendo cada consejo que le dio Irina, cuando llegó el día, fue ella quien recibió a los militantes, su corazón palpitó de emoción al ver a Raik después de dos largos años.
—Un placer verlo de nuevo, cabo Heidrich. Ha pasado un tiempo —saludó ella al final—. Oh, debería decir... ¿escuché que fue ascendido?
—Cabo Mayor —corrigió el joven tranquilamente, sus ojos recorrieron la figura de la pequeña Omega. Trago grueso obligándose a preservar el decoro, en los meses que no la había visto creció y se desarrolló como una encantadora chica y su olor, Dios, su olor a albaricoque lo atraía. Era tan dulce y maduro, como una fruta en su punto esperando a ser mordida. Aun así, respiró hondo y se recordó no ceder ante la tentación—. Es un honor volver a verla.
—Cabo Mayor. Le doy mis felicitaciones tardías. —Cerró la puerta tras del hombre cuando pasó, y le acompañó a donde se efectuaba la reunión—. ¿Cómo le ha ido en estos dos años? —Juntando las manos tras su espalda, Katsumi se inclinó un poco hacia él—. ¿Ha pensado en mí, cabo Mayor Heidrich? —preguntó con inocencia.
—He estado concentrado en mi carrera militar —contestó simplemente—. No tengo tiempo para... —Dio un breve vistazo a Katsumi, pero en seguida volvió su vista al frente— distracciones.
Raik caminó más rápido pidiéndole a Katsumi responder.
—... ¿Distracciones?
Katsumi se quedó en medio del pasillo, congelada con sus palabras. Un dolor agudo vino desde su pecho, pensó que alguien le había disparado, pero al bajar la cabeza, se vio ilesa. Fue entonces que comprendió ese dolor vino desde el interior de su cuerpo, acompañada de una profunda tristeza.
Era inútil. Durante diez años había estado siguiendo a Raik, buscando su atención, buscando ganarse su cariño, su amor, envuelta por una profunda admiración, un enamoramiento instantáneo y sí, debía admitirlo, infantil. Obstinada como era, solo quería a Raik, se empecinó con él, creyendo que podía ganárselo. Pero solo acababa así, sin nada, sin una sola migaja y... únicamente con breves vistazos.
¿Por qué debía continuar humillándose de esa forma?
La mujer se marchó de aquel pasillo, tomando una dirección diferente.
A partir de ese momento, Katsumi evitó toparse con Raik. Siempre que podía, se escondía en su habitación o se refugiaba en otros lugares de la casa donde sabía el hombre no se aparecería. Era difícil mantener el autocontrol en sí misma, contenerse de ir a verlo. Para enfocar su mente en otra cosa, comenzó a salir con otras personas. Esa rutina se estableció por unos meses.
Un día, el sonido del timbre de la casa anunció la llegada de una visita. Katsumi salió corriendo, alistada para salir con un casual atuendo y maquillaje. La joven respiró hondo y abrió la puerta con una sonrisa... solo que esta flaqueó al ver quien estaba tras la puerta. Jamás esperó ver a Raik ahí. Katsumi hizo memoria, pero estaba segura de que no había una reunión programada en su casa por su padre. Al darse cuenta de un sobre en manos del soldado, comprendió. No era muy extraño que algunas veces enviaran a Cabos para hacer mandados, aunque pensaba que siendo Raik un rango por encima de los otros, quedaría exento de esos recados. Supuso que se equivocó. Rápidamente adoptó compostura y lo dejó pasar, agradecida de que unas sirvientas de la casa apareciera.
—Por favor, escolta al caballero con mi padre —indicó, con un gesto hacia el soldado. Revisó el reloj de su muñeca—. Mi cita debe llegar en un momento.
Una vez que el hombre alemán entró a la casa, se quedó un momento estático en la entrada. El dúctil aroma de Katsumi llegando a su nariz. Discretamente inhaló, probando el dulce albaricoque, habían pasado semanas desde que vio a Katsumi por última vez.
Se dijo a sí mismo que eso estaba bien. No necesitaba a una chiquilla pululando a su alrededor.
—Así que una cita —comentó, entregando su abrigo a la criada—. Nunca he entendido esa costumbre Omega de pasar el día entero en un centro comercial, dando vueltas sin realmente hacer nada.
Katsumi respiró hondo, ignorando cómo desde su postura podía percibir ese aroma a pino que desde el primer momento la había enloquecido y una de las razones por las que constantemente fue tras Raik.
—Lo siento, Cabo Mayor, no saldré de compras. Saldré en una cita con un Alfa. —Justamente, en ese instante, Katsumi había asomado por la ventana, soltando un pequeño chillido—, Ahí viene Aleksandr. Tanya, ¿me veo bien?
—¿Qué? —Dejó escapar estúpidamente, su cabeza giró tan rápido que era un milagro que su cuello no hubiera sonado. Ahí en el camino hacia la puerta principal venía un hombre, castaño, de ojos claros y buen porte. Lo que más resaltaba en su rostro era un gran bigote que le cubría la parte superior del labio. Se veía mucho mayor que Katsumi—. No vas a salir con ese tipo. ¿O sí? —increpó el militar, rodeó a la joven y tomó el pomo de la puerta para impedir que fuera abierto.
—Por supuesto que sí —dijo Katsumi, extrañada—. Lleva un tiempo pidiendo salir conmigo y finalmente le dije que sí. Soy una Omega soltera, quiero salir con citas, conocer el amor. Enamorarme. —Ella le dio un manotazo al hombre para que soltara el pomo—. En casa, plantando claveles, nunca lograré hacerlo. Así que, Cabo Heidrich, vaya a cumplir sus obligaciones. Gracias. —Indicó con un gesto al pasillo.
En vez de quitarse Raik se mantuvo firme frente a la puerta a pesar de que al otro lado se escuchaban los toques del otro alfa.
—No puedes salir con él.
—¿Y por qué no? —reclamó la Omega, harta de que fuera tan entrometido—. Voy a salir con él, con cualquier otro. ¿Qué te importa a ti? Malgasté diez años de mi vida siguiendo a alguien que no le intereso. Finalmente alguien se interesa por mí... —Hizo un gesto al Alfa que esperaba fuera—. ¿y te entrometes?
—Él no es un alfa adecuado para ti. —¿Qué diantres estaba haciendo? Ciertamente ella estaba en lo correcto. ¿Qué demonios tenía él que ver ahí?
Bueno, mucho en realidad, como aliado de la armada rusa, estaba en su mayor interés en mantener segura a la familia de su enlace con Japón. ¡Claro!
—... ¿No es adecuado para mí? Entonces ¿qué es adecuado? No me conoces, no te has dignado a hacerlo. —Katsumi señaló la puerta—. El hombre ahí fuera sí está dispuesto. —Sacudiendo un poco su cabello y alisando cualquier inexistente arruga de su vestido y abrigo, ella se paró firme—. Cabo Mayor, apártese. Es una orden.
Tal impertinencia. Estaba claro que Katsumi era demasiado mimada por su familia.
—Te recuerdo que tú eres la Omega y por lo tanto debes obedecerme. No saldrás con ese Alfa. —Tomó su brazo, alejándola de la puerta.
Katsumi zafó su brazo, aunque ya había sido separada por una buena distancia. Su cita estaba esperando, Raik seguía ahí y no parecía ceder. En vez de insistir, la joven avanzó unos pasos pero esta vez quedando peligrosamente cerca de Raik, solo un palmo separaba sus rostros.
—Nunca antes usó su dominación para alejarme cuando era una Omega molesta tras de usted y ahora lo hace para alejarme de otros Alfas. ¿Cabo Mayor, le molesta que desvíe mi atención a otros? —Tentó en voz baja, sus ojos oscuros fijos en los claros—. ¿Está... celoso?
Los colores subieron al apuesto rostro sin que pudiera evitarlo. ¿Celoso? ¿Él?
—C-claro que no. ¿Qué disparates está diciendo? Estoy pensando en el bienestar de su familia. Una Omega de su clase no debería salir con cualquiera.
La expresión de Katsumi poco a poco fue volviéndose incrédula y después emocionada.
—Tú... ¡estás celoso! —Finalmente, haber conseguido tal reacción. ¿Le interesaba a Raik lo suficiente para poder obtener unos celos?
Ella, sin dudarlo ni pensarlo, lanzó sus brazos al Alfa, feliz como no lo había estado en los últimos meses, y unió sus bocas en un beso impulsivo. El imperioso gesto provocó que Raik retrocediera y su espalda chocara contra un muro, sus manos fueron a la cintura de la joven. Ya no podía negarlo por más tiempo, todos esos años reprimiendo sus instintos, sus verdaderos sentimientos, su atracción por ese dulce aroma a albaricoque.
Finalmente, Raik Heidrich dejó su autocontrol de lado y se entregó al beso.
