DÍA 6 - Ofrenda

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Como un beta, Adrien tenía la libertad de poder escoger a su pareja. Él se sentía bien con eso. Su hermana mayor era una Omega que se había casado recientemente con un Alfa de gran prestigio en el mundo científico, y Adrien, como menor de edad, fue llevado a vivir con ellos.

En aquella casa de campo también vivían un par de gemelos, eran los nietos del nuevo esposo de su hermana, nacidos de un hijo adoptivo que tomó años antes de conocer a Ariadna. Entre ambos gemelos, Adrien poco a poco comenzó a hacer amistad con el gemelo mayor, Alphonse. El niño le gustaba seguirlo y acompañarlo en diversas aventuras, buscando gnomos y duendes. A pesar de su edad, Alphonse tenía una inmensa imaginación y creía ferviente en la existencia de esos seres fantásticos. Adrien tampoco lo dudaba, Alphonse siempre le daba pruebas tangentes que solo un bobo no los creería. Era aún más razón para que el niño estuviera encantado, con el paso de los años, estando al lado del gemelo.

A pesar de la gran diferencia de edad, ellos se llevaban de maravilla; tenían una gran química, como si hubieran nacido el uno para el otro.

Siendo ambos hombres betas, ese tipo de conexión era extremadamente rara, almas gemelas solían decir los mayores.

Dado que su familia era tan variada, Alphonse aprendió varias costumbres, entre ellas la de los Alfas buscando ofrendas para cortejar a su pareja. Una costumbre de tiempos antiguos en que los humanos se guiaban por el instinto. Hoy en día era una costumbre casi obsoleta, pero Alphonse pensaba que era algo adorable.

Adrien solía pasar tiempo con Thompson, era uno de los empleados de la casa familiar en donde vivían. Cuando Alphonse estaba ocupado, Adrien buscaba al hombre para charlar y escuchar a veces cuando tocaba su violín. Su hermana solía preguntar en broma si tenía algún interés en el empleado, siendo negado con fervor por el joven. Adrien no había demostrado interés en alguien, y pensaba que iba a demorar un tiempo en hacerlo. La curiosidad de su hermana sembró una pequeña semilla de duda en su cabeza.

—Al. ¿Hay alguien que te gusta? —preguntó en una ocasión, mientras era ayudado por el gemelo en sus tareas.

Mirando de reojo a Adrien, el hombre dejó que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios.

—Sí. Hay alguien. Estoy pensando en declararme, aunque quizás sea muy pronto.

—¿En serio? —Adrien, a pesar de su pregunta, había pensado que el gemelo le daría una respuesta negativa. Enterarse de que Alphonse tenía alguien en su corazón le causó un sentimiento un poco amargo, y prácticamente se obligó a alegrarse por él—. ¿Quién es? ¿La conozco? ¿Es una chica? —La tarea fue olvidada, la curiosidad dominó la mente del joven.

—Sí, es alguien que conoces y no es una chica —reveló Al—. Un joven beta, muy inteligente y curioso —dijo, pensando en dejar pequeñas pistas para que Adrien se diera cuenta de que se refería a él.

¿Alguien que él conocía? Beta, joven, curioso e inteligente... En un primer pensamiento, Adrien no supo de quién se trataba. No conocía muchos amigos de Alphonse, y los que conocía no encajaban en una u otra característica. No obstante, un fugaz pensamiento que cruzó la mente del menor... fue él mismo.

El corazón de Adrien se detuvo, y después volvió a latir fuerte.

¿Alphonse podría estarle jugando una broma? ¿Era alguien más y no quería decirle? No tuvo el valor de preguntar más. En cambio, tan solo fingió volver a la tarea y pedirle ayuda en una ecuación.

No hubo cambios a partir de ahí, excepto por el hecho de que Adrien comenzó a ser más consciente del gemelo. Sin pretenderlo, su cuerpo reaccionaba cuando estaba cerca, se veía buscando su presencia y su voz.

Un día, en el catorceavo cumpleaños del joven adolescente, Alphonse apartó a Adrien en un momento de la fiesta. Se refugiaron en la biblioteca de la casa de Moscú, apartados de la música y el escándalo de los invitados.

—Hay algo que quiero darte. Lo he estado preparando por un tiempo.

—¿En serio? —Adrien estaba emocionado. En ese día recibió muchos regalos de parte de su familia y amigos, pero el que más anhelaba era el de Alphonse—. ¿Qué es?

—Quizás sea un poco apresurado —comenzó Alphonse, llevando a Adrien a una mesilla preparada con flores variadas y cojines rosados en forma de corazón. Obra de su melliza Léa, sin duda. Alphonse nunca habría hecho tal cursilería—. No quiero que te sientas obligado a nada. ¿Si?

Al ver la preparación, todo que daba una sensación de intimidad, los latidos de Adrien aumentaron. Las sospechas que tenía desde hace unos pocos años se iban confirmando, y por un segundo no sabía cómo reaccionar.

—Esto... —los ojos del adolescente buscaron los de Alphonse—. Esto es... ¿es como una cita?

—Es algo más serio. —Estirando su mano, tomó la más pequeña de Adrien—. Esto es una costumbre que me enseñó mi padre, Klaus. Es una tradición antigua dar un obsequio a tu pareja de vínculo. —Sacando una caja de terciopelo rojo de su bolsillo, Alphonse dijo—: Adrien, quiero que seas mi pareja vinculada.

—¿Y-yo? —Adrien abrió mucho los ojos, sus cejas alzadas siendo cubiertas por el flequillo de su cabello—. Pero, pero todavía no soy adulto y... y aún no hago muchas cosas bien. ¿Y si llega alguien más grande, adecuado? Ya me habrás dado este regalo.

Alphonse sonrió.

—Te quiero a ti. —Puso la caja en las manos del joven—. Me haces sentir querido, que encajo. Papá dice que el color de nuestras auras es el mismo. No necesito ninguna otra prueba de que eres el indicado para mí.

Adrien titubeó, mordió su labio inferior, aún inseguro. Con cuidado abrió aquella caja, encontrando un lindo relicario de oro blanco, de labrado antiguo. Adrien recordó, que en un momento tiempo atrás, le había comentado lo mucho que le gustaba los relicarios de aspecto retro, dado que su madre solía llevar uno alrededor de su cuello. Los dedos de Adrien acariciaron el labrado, un cálido sentimiento envolviendo su ser. A su olfato llegó un sutil aroma de té negro y manzano, una combinación de olores similares a la de ambos.

El niño, conteniendo sus emociones, sacó el relicario de la caja, y con un par de lágrimas brillando en sus ojos, se lo cedió al gemelo.

—Al... ¿me lo pones, por favor?

—Me encantaría. —Moviéndose junto a Adrien, acomodó la fina cadena alrededor de su cuello. Estando tan cerca, cedió a su instinto dejando un beso en su cuello, asimilando su aroma, todavía un poco inmaduro—. Precioso —susurró Alphonse.

El pequeño rostro del joven Beta se escondió en el pecho de Alphonse, abrazando con todo lo que podía el cuerpo más grande. Estaba feliz, muy feliz. Haber sido escogido, sin importar su condición, por la persona que más quería y que más le importaba.

—Al. Te quiero mucho. Voy a crecer muy rápido, lo prometo.