DÍA 9 - Mordida
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No tenía idea de cómo pasó. Una noche fue capturado y al momento siguiente fue reclutado con soldado por un viejo entre sus filas de soldados para proteger una mansión...
Nadie estaba contento con la decisión, pero como fue una orden directa del Señor Feudal, todos se aguantaban. El único con el que trataba era con esa joven, descubrió que en realidad era un hombre joven, de cabello castaño claro y olor a durazno. Yuki, dijo que se llamaba, era quien se encargaba de cuidarle y entrenarlo, sólo porque nadie más quería tratar con él. En realidad eso estaba bien, Klaus tampoco quería interactuar con los demás.
Acostumbrarse a su nueva situación le costó un poco, sobre todo por la barrera del idioma y su aspecto monstruoso, además de su alta estatura en comparación a los demás betas. Había muchos puntos en contra... Lo único bueno de todo eso era Yuki, y su olor a durazno que lo calmaba y relajaba, no importando su humor.
Yuki, como beta, tenía mucha mejor libertad contrario a otros Alfas. Los omegas no eran comunes a excepción de algunas concubinas que servían directamente al Señor de la casa. Él no se relacionaba seguido con otras clases, conocía su lugar en la pirámide y la respetaba. Por ello comenzó a salir con algunas personas. En esa región, los jóvenes se casaban pronto, y Yuki ya estaba en una edad adecuada para el matrimonio.
Fue algo que le comentó durante el almuerzo a Klaus, el entusiasmo iba creciendo en él.
—Ayer durante mi día libre, paseé por el bar y tuve una cita con una chica. —Yuki comió un poco de arroz antes de continuar—. Me gusta. Es de buena familia y su cabello es muy bonito. —Asintió—. Las chicas con cabello bonito son atractivas.
Algo dentro del extranjero se removió. No quería escuchar sobre las citas que tenía el samurái. Un malestar le subía por la garganta queriendo arrancarle la cabeza a la tonta que se atravesó en su camino.
Frunció el ceño ante ese pensamiento tan insólito.
—Ella no es buena para ti. —Fue lo que dijo Klaus, su expresión cerrada y sus pupilas cerradas como dos rendijas—, Sus olores no son compatibles.
—Klaus, no digas eso. Tú también deberías comenzar a buscar una linda Omega. —Yuki se veía desconcertado. Todo Alfa en el grupo está ansioso por meter sus narices entre el pequeño harem del Señor de la casa, le era extraño que Klaus no presentará entusiasmo como los demás—. Sé que estás en un territorio extraño para ti, pero estoy seguro de que habrá alguna chica que pueda ver lo increíble que eres.
—No estoy interesado. —¿Cuál era el punto de todo eso? Esa desesperación de todos por conseguir pareja—. Las chicas... El olor de las omegas... no sé, es tan empalagoso.
—Prueba con un chico Omega. —Yuki juntó un poco de mentaiko en su arroz—. Debe ser difícil ser un Alfa, también por su celo. Ustedes y los omegas se atraen entre sí, y forman tal vínculo tan fuerte. Es algo tierno. —Yuki asintió para sí mismo, y se llevó la porción a la boca. Masticó un par de veces antes de hablar—. ¿Qué te gusta? —Masticó y tragó para hablar adecuadamente—. En un Omega. O una pareja.
Klaus se inclinó sobre la mesa, apoyando su codo sobre la madera para poder acercarse a Yuki. Con su otra mano tomó un largo mechón de cabello castaño que se escapaba de la coleta alta de Yuki, lo acercó a su nariz.
—Me gusta tu olor, es dulce sin ser empalagoso, como una fruta madura. Ese día... en la celda, tu olor se quedó impregnado en mi ropa.
Yuki bajó los palillos, apenado.
—Klaus... ¿Un alfa y un beta? No puedo darte bebés, y no sé si sea capaz... Un Omega es más perfecto para ti. Estoy seguro de que por ahí está el indicado.
—¡Yo te quiero a ti! —enfatizó el pelinegro, tomando la muñeca de Yuki entre sus dedos. Yuki se tensó por un momento—. No me importa si eres Beta, Alfa, Omega o Delta, te quiero a ti...
—Ah, Klaus... —Yuki se zafó, y se levantó, los sentimientos en él se dividían entre la molestia y la pena—. Escucha. Somos amigos. No quiero involucrarme con un Alfa, entiendes, es... Lo siento. Por favor, haz un esfuerzo. —Yuki se giró para alejarse. Se sentía mal rechazar a Klaus, pero era mejor poner límites o no lo pasarían bien los dos.
Yuki se fue, pero Klaus no pudo seguirle. En su mente había una voz susurrando, incitándole a tomar al castaño bajo su cuerpo, enseñarle a que su lugar estaba bajo su cuerpo, entre sus brazos y con su marca sobre su cuello.
Sacudiendo la cabeza, el pelinegro trató de quitarse esas ideas de la cabeza.
Yuki regresó a su habitación esa noche después de cumplir su guardia y tomar un baño profundo. No había vuelto a hablar con Klaus desde el almuerzo, lo que le hizo sentir un poco mal. No podía aceptar los sentimientos de Klaus, Yuki quería formar una relación con un beta, alguien menos complicado. Le dolía porque le llegó a tomar aprecio al joven extranjero.
—Es por su bien —dijo, apagando la vela y acostándose en su futón. Mañana hablaría con él y le explicaría mejor las cosas.
Era noche de luna nueva, prácticamente no había nada luz. Los soldados de la casa feudal se alumbraban con farolas de aceite que daban abasto para un par de metros alrededor de cada uno. A pesar de eso, había demasiados puntos ciegos en la oscuridad.
El dragón, siendo de escamas negras y sigiloso, pasó desapercibido, también tenía la ventaja de que su aroma era bastante imperceptible, incluso para otros Alfas; rocío de lluvia. El dragón se coló en la habitación de Yuki, al verlo recostado en el futón, totalmente indefenso y con el cuello expuesto, se relamió los labios.
Yuki frunció el ceño en medio del sueño, el sentido de alerta activado y sacándolo del estado semi inconsciente en el que estaba. Había alguien en su habitación. Yuki se enfocó en su oído para captar algún movimiento. Y justo cuando sintió al intruso cerca de él, Yuki se lanzó a atraparlo, el ruido de los cuerpos cayendo, rodando en el futón, cobijas en medio de los cuerpos. A Yuki le tomó un tiempo reconocer a su atacante.
—¿Klaus? ¿Qué estás haciendo?
—Eres mío. No dejaré que compartas tu olor con nadie más. —Aprovechando su fuerza y altura, el dragón sometió a Yuki contra el futón. A pesar de que el castaño intentaba pelear, en realidad no era rival para el Alfa, es por eso que en un parpadeo se vio de cara contra el futón y el pelinegro a horcajadas sobre su espalda. Una de sus manos sujetaba sus brazos detrás de su espalda mientras que con el otro descubría su cuello.
—¡Klaus, no! —Las piernas de Yuki buscaron la manera de golpearlo y zafarse de Klaus—. No te perdonaré, nunca te lo voy a perdonar si lo haces.
Pero cualquier otra cosa que Yuki pudiera decirle se cortó al sentir los colmillos clavándose en su carne, la marca de Klaus causando un dolor intenso en el beta, que jamás experimentó una agonía como aquella. La mordida le sacó lágrimas, tensando su cuerpo. Yuki se escuchó a sí mismo decir algo, no pudo procesar qué era, y solo atinaba a darle golpes poco potentes a Klaus con una mano para que se detuviera, se apartara.
Siendo un beta, la mordida de un Alfa en realidad no tendría ninguna importancia, pero Klaus no era un Alfa común, él fue genéticamente modificado para ser superior; más fuerte, perpetrador de la nueva especie. La sangre de Yuki ardió cuando la saliva del dragón se mezcló con su torrente sanguíneo.
Podía sentir la lengua bifurcada del dragón, lamiendo el lugar donde le mordió, gotas de sangre escurriendo por su cuello mientras escuchaba al dragón murmurar: —Mío...
Y más allá del dolor, Yuki estaba padeciendo una agonía insoportable que se extendía lentamente por su cuerpo. No estaba comprendiendo que ocurría, como si solo fuego circulara por sus venas, enloqueciendo sus nervios, sus sentidos, su sistema interno. Yuki no pudo soportar gritar hasta que su propia voz se cortó, incapaz de emitir cualquier sonido y solo pudo hacer gestos desesperados de querer rasgarse las venas desde su hombro.
El grito rápidamente atrajo a los demás guardias que estaban haciendo sus rondas en el perímetro cercano y además despertó al reto que dormía en las habitaciones aledañas.
Los nipones al ver a uno de los suyos siendo atacado por el extranjero no dudaron en lanzarle sobre él para someterlo, el dragón batalló para que no le alejaran de su recién marcado compañero, tuvo que ser sometido entre al menos cinco Alfas y golpeado en la cabeza para poder sacarlo de la habitación mientras otros dos compañeros Betas se inclinaban sobre Yuki para poder ayudarlo.
—¡Yuki! —Uno de sus compañeros lo llamaban, el japonés están desesperado arañando su piel, incapaz de hablar, mucho peor, respirar, estaba pálido. Ahogándose.
Sus compañeros no pudieron hacer mucho por evitar que el veneno detuviera los latidos de su corazón. Horrorizados estaban de encontrar una horrible mordida de marca cerca de su nuca, evidenciando la razón del deceso de uno de sus mejores soldados.
Klaus, de nuevo encarcelado, fue enfrentado por el comandante de la guardia, quien lo observaba con desprecio, con una frialdad que helaba la sangre.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, en un inglés no mucho mejor que el de Yuki pero bastante entendible—. Te dimos nuestra confianza. Yuki te brindó su mano. ¡Tienes idea de qué has hecho, bestia!
Klaus se mantuvo obstinadamente en silencio, cadenas en sus muñecas y tobillos reteniendo sus movimientos. Sentía un nudo en la garganta, él no quería que algo como esto pasara, si lo hubiera sabido nunca lo habría hecho.
Pensó que al morderlo en el mismo lugar que se muerde a un Omega podrían crear un vínculo, nunca esperó tener veneno. ¿Cómo era siquiera posible?
—Quería que fuera mi pareja —murmuró, más para sí mismo que para el Comandante que exigía explicaciones.
—Jeh. —El comandante sonrió, sin nada de gracia, recorriendo con la mirada al ser subnormal que tenía delante—. ¿Una pareja? ¿Tú? No eres ni siquiera digno de ello. —Se volteó—. Esperemos que encuentres una pareja una vez bajes al infierno. ¡Deshágase de él! —ordenó a los guardias en voz alta—. Es un peligro para todos.
Esa noche, el destino de Klaus fue sellado: fue decapitado y su cuerpo dejado en el bosque para que sirviera de carroña para los animales, mientras que a Yuki se le hizo un funeral adecuado, cada uno de sus compañeros presentó su respeto al joven samurái.
No se dieron muchas explicaciones de su muerte, sólo los más allegados y los que presenciaron el ataque eran conscientes de la verdadera razón.
