Capítulo 2 – La maga blanca

El inmenso edificio de cristal se alzaba en las afueras de la ciudad. Enclavado en un paraje casi idílico era la sede del centro de investigación bioorgánica y de la fauna y la vegetación de una prestigiosa agencia que se dedicaba a controlar y proteger el medio ambiente natural.

En su interior, físicos, biólogos de todas las ramas de la flora y fauna que puedan existir, climatólogos, químicos y casi todo tipo de investigadores trabajaban en un arduo esfuerzo común de conseguir un mejor medio ambiente y proteger, estudiar y cuidar a todos los seres vivos que existían en el planeta.

Sandra Donel, bióloga de 23 años recién incorporada a dicho centro, había cogido su chaqueta y su bolso y se dispuso a salir al exterior.

Era una joven considerada alta, casi llegaba al 1,75 de estatura. Tenía el cabello castaño claro muy largo y liso, que casi le llegaba a la cintura y unos ojos verdes intensos que siempre causaban sensación entre sus compañeros del sexo masculino. Su cuerpo, a pesar de que apenas hacía ejercicio físico, estaba en plena forma. Sus compañeras siempre decían que era una de las pocas afortunadas que podía comer todo lo que quería y no subía nunca ni un solo gramo.

Su rostro reflejaba alegría y una gran energía y felicidad. Alegría porque había podido acceder a un centro de investigación tan renombrado y apenas era una bióloga recién licenciada. Energía y felicidad porque había quedado para poder pasar el resto del día en compañía de su única amiga, una mujer algo mayor que ella y que vivía en una zona aislada en plena montaña.

Al salir al exterior miró hacia todos los lados de la ancha avenida en donde estaba el edificio y sonrió abiertamente cuando vio aparecer al fondo de la calle la imponente silueta de un vehículo todo terreno de color negro de gran tamaño que se iba acercando poco a poco respetando, en todo momento, las normas de circulación en cuento a velocidad y respeto hacia los otros conductores.

Desde su posición pudo ver como la conductora de semejante monstruo mecánico sonreía al verla y la saludaba con la mano al mismo tiempo que estacionaba el vehículo al lado de la acera.

Riendo alegremente abrió la puerta del acompañante y su risa aumentó al ver a las dos mascotas de su amiga. Dos imponentes dogos alemanes, un macho y una hembra, de un pelaje tan negro como la noche que salieron del coche y contentos buscaron las caricias de la joven.

-¡Hola Sultán! ¡Hola Sombra! –saludó la joven mientras que acariciaba con gran cariño las enormes cabezas de los gigantescos perros.

-Perdona el retraso –dijo la joven que conducía el todo terreno- ¿Llevas mucho tiempo esperando?

-No te preocupes, Julia. Acabo de salir ahora mismo –contestó la joven bióloga al mismo tiempo que abría la puerta trasera del vehículo y hacía que los perros entraran dentro y ella tomaba asiento en el cómodo asiento del coopiloto.

-¿Qué tal te ha ido el día?

-Bien –contestó Sandra sonriendo-, es un trabajo muy entretenido. Estar rodeada de animales no es un trabajo, es una distracción. ¿Qué tal te ha ido a ti?

-Normal –respondió Julia al mismo tiempo que vigilaba el tráfico de la calle y cuando tenía la vía libre se incorporó de nuevo al tránsito rodado- He estado conectada a internet un rato para ponerme al día de cómo va la economía y he estado entrenando.

-Podrías intentar buscar algún trabajo que se ajustara a tus dotes.

-Sabes perfectamente lo que opino de los ninja que se dedican a eso –sonrió Julia a su amiga.

Julia Nares era una mujer de 28 años. Le faltaba poco para llegar al 1,70 de estatura. Tenía el cabello liso, muy corto y sumamente negro, tan negro que incluso parecía que tuviera reflejos azulados cuando el sol le hacía brillar.

Era una joven totalmente fuera de lo normal para los componentes de la comunidad que formaban aquella ciudad. Gracias a unos trabajos realizados cuando era más joven y a unas buenas inversiones, no necesitaba trabajar para vivir. No aspiraba a grandes lujos ni al ritmo de vida que muchas personas ansían cuando la fortuna les sonreía.

Era cinturón negro de kárate y, lo más sorprendente, gran maestra en el manejo de la catana, la espada japonesa de lucha. Su habilidad en ese campo de las artes marciales y el manejo de ese tipo de espada, como su gran don para moverse sin ser detectada por nadie y sin hacer el menor ruido, le habían conferido por parte de sus maestros el título de maestra guerrera ninja. Su cuerpo, gracias a la dureza e intensidad del ejercicio físico que realizaba era todo músculo y pura fibra. Eran muy pocos los que se atrevían a desafiarla y salían sanos y salvos del encontronazo.

Fiel a sus principios, nunca puso sus habilidades al servicio de terceras personas. Le servían para sentirse bien consigo misma y su amistad y lealtad no se la daba a nadie que no se lo ganara.

Ambas jóvenes se conocieron cuando iban paseando por una zona boscosa de las afueras de la ciudad y Sandra fue objeto de un atraco por parte de cuatro individuos que nunca más han vuelto a tener semejante idea en la cabeza.

Desde entonces, las dos solitarias jóvenes se habían convertido en grandes e íntimas amigas. Ninguna de ellas pedía nada a la otra y ambas disfrutaban de la mutua compañía.

El todo terreno salió de la zona del campus de investigación y enfiló directamente hacia la zona de recreo boscosa en donde tenían previsto disfrutar de un tranquilo día de comida campestre.

OooooooOooooooO

El todo terreno estaba aparcado en un tranquilo claro y de la parte de atrás del vehículo sacaron una cesta y una enorme manta que tendieron en uno de los lados, a la sombra de un centenario árbol.

-Hace un día magnífico –Sandra sonreía al mismo tiempo que contemplaba el despejado cielo. Ni una sola nube podía verse y el sol empezaba a mostrar su acostumbrada fuerza con el calor propio de un precioso día de primavera.

Las dos mujeres estaban tumbadas mientras gozaban de la tranquilidad que el lugar les ofrecía. A ambas jóvenes, estar rodeadas de aquella vegetación les relajaba el alma y parecía que podían escuchar todo lo que la naturaleza les regalaba.

Después de una abundante comida a base de alimentos que a las dos les encantaba, pasaban el tiempo mientras hablaban de cualquier tema en el que las dos coincidían plenamente.

Sandra disfrutaba explicando a su amiga lo que habían hecho dentro del centro de investigación y la tranquila y apacible Julia veía feliz como su amiga lograba alcanzar lo que tanto deseaba.

Pero ese día la situación no era la que solían compartir. Algo turbaba la mirada de la bióloga y la observadora mirada de la joven morena no podía dejar de percibir ese detalle.

-Sandra, dime ¿Qué te ocurre? –los ojos marrones oscuros de Julia mostraban su preocupación por su querida amiga.

-¿Por qué lo dices? –los verdes ojos de Sandra mostraron su sorpresa al ver que su amiga se había dado cuenta de que algo le estaba minando todo su ser.

-Algo te ocurre –insistió su amiga-. Desde que somos amigas nunca nos hemos ocultado nada y ahora veo que hay algo dentro de ti que no es tu forma de ser normal. Algo te preocupa. Dime que es. Sabes que, sea lo que sea, siempre contarás con mi ayuda.

Rindiéndose a la observación de su mejor amiga, Sandra bajó su mirada hasta fijarla en un grupo de flores que estaba a su lado.

-No lo sé, Julia. Te lo digo de verdad –su rostro se ensombreció-. Noto como si algo me estuviera llamando hacia otro lugar, como si mi presencia fuera necesaria en otro sitio. Algo que me llama.

-¿Desde cuando tienes esa sensación?

-Desde hace tres días

Julia miró a su amiga con cara de comprensión, ella ya había notado qué era lo que la ocurría, no en vano era una de las máximas expertas en las artes marciales y en la observación del alma de las personas.

-Lo sé.

Sandra no pudo hacer otra cosa que mirar fijamente a su amiga.

-¿Lo sabes?

La joven morena asintió con la cabeza.

-Desde hace tiempo que he venido observando un cambio en tu interior. Un cambio que te afecta desde lo más profundo de tu alma. Estoy más que convencida de que eres poseedora de unos grandes dones y poderes y que ahora se están empezando a despertar. Sé que marcharás de aquí hacia un lugar, un lugar al que realmente perteneces.

-¿Tan libro abierto soy?

-Sí para mí.

-No lo entiendo –terminó por abrirse del todo a la comprensión y afecto de Julia- A veces siento como si pudiera hacer cosas que salen de la comprensión de todo el mundo.

-¿Cómo por ejemplo?

-¿Un ejemplo? Pues que a veces tengo la sensación de que extendiendo una mano si pronuncio la palabra fuego, realmente sale fuego de mí.

-Inténtalo –Julia la animó con una cálida sonrisa.

-Por favor –Sandra se puso a reír- no te rías de mí.

-No me río. Lo sabes perfectamente. Inténtalo

Como para dar el gusto a su amiga, Sandra levantó su mano derecha mostrando su palma en dirección hacia el cielo

-¡Fuego!

La sorpresa de la joven bióloga fue mastodóntica ya que de la palma de su mano surgió una gran llama y allí se estuvo durante un buen rato hasta que la Sandra bajó su mano y la llama desapareció.

La sorpresa hizo que se levantara de un salto y mirara su mano fijamente. Volvió a extenderla y exclamó otra palabra

-¡Agua!

Esta vez y gran surtidor surgió de la mano, dándole de lleno a Julia en plena cara.

-¡Eh! ¡Que yo ya me he duchado esta mañana!

-¡Lo siento! –Sandra bajó su mano y se apresuró a secar a su amiga con una toalla que estaba en el coche.

-Tranquila, que no pasa nada –Julia reía.

Cuando Sandra volvió a dejar la toalla en el coche, sus ojos se quedaron clavados en dos árboles. Sus enormes copas se unían formando una sola. El efecto que creaban era como si una puerta existiera en ese lugar, una puerta que llevara a otro lado del bosque.

Su amiga no tardó en darse cuenta de su mirada y se acercó a ella poniendo una de sus manos en su hombro en un gesto que transmitía apoyo, cariño y una amistad que traspasaría cualquier barrera que pudiera existir.

Julia también miró hacia los árboles. Tenía una idea bastante acertada de lo que estaba pasado por la mente de su amiga.

-Debo marchar –susurró Sandra en una forma apenas audible.

-Lo sé –La sonrisa de Julia se agrandó.

Ambas mujeres se acercaron a los dos árboles y Sandra acercó su mano a donde llegaban sus troncos. Unas luces de los colores que componían el arco iris comenzaron a aparecer.

-Debo hacerlo

Su amiga asintió con la cabeza y sacó un pequeño artefacto de uno de sus bolsillos.

-Sandra, tu sitio está al otro lado de esta especie de puerta natural. Toma esto –dijo dándola el artefacto- Si alguna vez regresas, úsalo. Me avisará y no tardaré ni dos minutos es estar aquí para buscarte.

La joven castaña abrazó fuertemente a su amiga. Julia era una mujer muy importante para ella. Se había convertido en su amiga, su hermana, su apoyo continuo e incondicional y lo seguía siendo en esos precisos instantes.

Cogió el pequeño artefacto que le era ofrecido y empezó a adentrarse entre las luces que, a cada instante, brillaban con más fuerza a cada minuto que pasa.

Siguió caminando y al salir de al otro lado de aquel baile de luces de colores se encontró frente a un grupo de seres encabezados por un hombre anciano, era muy alto y con un pelo muy largo de color blanco y una larga barba del mismo color y que vestía una especie de bata de color blanco. Detrás de él, un gran número de personas, también con el pelo largo y un detalle que le sorprendió mucho. Tenían las orejas alargadas y acabadas en punta en vez de ser redondeadas como las de cualquier ser humano.

Todos, sin excepción, inclinaron su cabeza saludándola como si de una reina se tratara. No pudo más que soltar una exclamación.

-¡Arrea la madre!