DÍA 10 - Parche
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Uriel Díaz-Acosta solo había tenido dos hijos mellizos, uno Omega y el otro Beta, y su alfa había muerto hace unos años, no había conseguido pareja desde entonces. Tampoco quería. Había escuchado que existía la posibilidad de que algunos alfas y omegas pudieran conseguir una nueva pareja si su primera fallecía, era posible que un alfa marcase a un Omega de nuevo, y la conexión era igual de fuerte que con su anterior pareja.
Pero Uriel no quería.
Siempre fue obstinado, y leal, y su Omega interior gruñía de odio y tristeza a la idea de ser marcado por alguien que no fuera su alfa, su querido esposo, su compañero. Se cerró como una ostra, se envolvió en la tristeza, en una profunda depresión el día de su muerte, y hasta para sus propios hijos tomó mucho esfuerzo sacarlo adelante.
Uriel había querido morirse para acompañar a su compañero. Sus votos de matrimonio habían sido "en la vida y en la muerte", y él estaba dispuesto a cumplirlo. Por ello le había parecido egoísta el último deseo de su pareja, seguir viviendo hasta el último momento de su vida.
Uriel no quería vivir solo en esa casa. Dormir solo en esa habitación. Acostarse solo en esa fría cama.
El instinto materno de cuidar de sus crías, que aún eran jóvenes para cuando su alfa murió, luchaba con el deseo de su Omega interior por ir tras su pareja. A la final, permaneció con vida, cuidando a sus hijos, pero algo cambió en él, y lo visible de ese cambio era un parche puesto sobre la marca de su alfa.
Se decía que, cuando un alfa moría, o el vínculo forjado se rompía de alguna u otra forma, la marca hecha comenzaba a disolverse. Quedaba una cicatriz muy leve, apenas perceptible, un recuerdo de la unión que fue formada en el pasado. Y cuando su pareja murió, unas semanas después, Uriel había vuelto a usar el parche.
Su marca había sanado hace muchos años, no tenía una real necesidad de usarlo de nuevo, pero Uriel se sentía roto, herido, y el dolor fantasma de la mordida volvió a atacar su mente, instándolo a volver a cubrirse la mordida como si la hubiera acabado de recibir la noche anterior.
Uriel jamás quería quitárselo, únicamente para cambiar las vendas. Tampoco miraba, con el pasar del tiempo, lo que cubría el parche.
Porque hacerlo le rompería el corazón.
Porque hacerlo lo quebraría de nuevo.
Porque debajo del parche, ya no había nada. Hace mucho, que la mordida que tanto quería proteger y mantener, se había desvanecido.
