DÍA 11 - Construcción de Nido

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Las rutinas de la servidumbre en la mansión Díaz-Acosta eran simples: había días específicos a la semana para cumplir ciertas tareas. El día de lavar la ropa se repetía al menos dos veces a la semana, los martes y jueves, y en clasificaciones, los martes se lava toda ropa de cama, toallas, paños y manteles, y los jueves toda la ropa usada por el dueño de la casa y su familia.

Recientemente se habían mudado el hijo mayor del dueño con su pareja. Se supo que el hijo, que era Omega, había anunciado su embarazo y durante esos meses había querido estar en compañía de su papá. Dado que además estaba, junto a su pareja, remodelando su departamento para volverlo apto para la llegada de una cría, tenía más razones para mudarse durante ese tiempo a la mansión familiar. La servidumbre se había adaptado rápido al regreso del hijo de su patrón, y también a la incorporación de su pareja. El problema vino unos meses después, cuando a la hora de lavar la ropa, notaron la falta de prendas cuyo dueño era obvio.

Siempre veían al único alfa que habitaba la casa con ropa nueva cada día, ¡pero nunca pasaba por la lavandería la ropa usada! Comenzaron a considerar que el alfa tenía sus costumbres y llevaba su propia ropa a lavar a algún sitio de su confianza, sin embargo jamás le vieron salir con ella. Y se volvían cada vez más preocupados cuando, al momento de colocar la ropa limpia en el armario que compartía el sujeto con el hijo del patrón, había una notable escasez de prendas en lo que era el área del alfa...

Absolutamente toda la servidumbre empezó a entrar en pánico. Si el alfa preguntaba... ¿qué podrían responderles ellos?

Christopher Hayes era un hombre de costumbres peculiares, entre ellas: caminar desnudo por la casa, reducción del consumo de comida chatarra, el desorden en general –eso último le costaba cumplirlo. Lo único que no había cambiado era el acostarse a altas horas de la noche y la adicción al café, rasgos que compartía con el cabeza de familia, dada su tendencia a trabajar hasta bien entrada la noche solía dormir durante la mañana casi hasta el mediodía.

Durante las últimas semanas se le había hecho costumbre a los demás ver al alfa ir de un lado a otro buscando sus cosas para ir a la oficina, lo último que siempre buscaba era la ropa. Un día hizo todo el camino hasta el área de lavandería, asustando a una de las chicas que estaba encargada del área: el alfa estaba vestido únicamente con una camisa de botones, sin pantalones y con medias blancas.

—¿Has visto mi ropa interior? —preguntó a la joven después de revolver las cestas de ropa sucias y mirar entre la ropa limpia que ella estaba planchando.

—¿Disculpe? —Parpadeó confundida.

—No encuentro ninguno de mis calzoncillos. Busqué en todos los cajones, en la ropa sucia también. —La mirada de la joven beta bajó inmediatamente hacia la pelvis del Alfa, los colores se le subieron al rostro al darse cuenta de que el hombre no estaba usando nada bajo la camisa.

—Eh... Yo podría... podría...

—No importa —interrumpió el pelinegro—. Compraré más en la tarde. —Con eso resuelto, salió de la lavandería, seguramente a terminar de vestirse.

—Oh, Dios Santo —murmuró la joven, se abanicó el rostro para bajar el calor que se instaló en sus mejillas.

Uriel se enteró de esa vergonzosa escena e hizo su reclamo a su yerno, haciendo énfasis en mantener el respeto y la pulcritud dado que estaban viviendo en su casa. Claro que sabía bien solo entraría en oídos sordos, ya que jamás en ninguno de esos pocos años que llevaba Christopher siendo pareja de su hijo había cambiado, no importaba cuánto Uriel se quejara.

Vitaly, el hijo mayor y el esposo de Chris, estaba apenado. Como su papá, nunca pudo cambiar la costumbre de Chris. Y en realidad, en esos momentos tampoco estaba concentrado en prestar atención a lo que su alfa hacía. Su cría estaba a pocas semanas de nacer y tenía que preparar todo para su nacimiento.

Dicho a su palabra, Christopher Hayes acabó comprando ropa nueva, por unos días la servidumbre estaba atenta a la ropa, aliviados de que en los días de lavado no desapareciera ni antes ni después... Y entonces comenzó a suceder de nuevo. No sólo eso, algunas cobijas también se desvanecieron. Ninguna comprendía qué estaba ocurriendo, y comenzaron a sospechar de que había un ladrón en la propiedad.

La dama de llaves, harta de la situación, se dirigió una tarde al estudio de Uriel, donde también encontró a Christopher, ambos hombres trabajaban en un proyecto de seguridad tecnológica que les estaba causando cierto dolor de cabeza.

La mujer dejó una bandeja con té y aperitivos, pero en vez de irse, carraspeó y habló.

—Patrón, me temo que tenemos una situación importante en la mansión.

Uriel bebió un sorbo de su taza, el té que especialmente le prepararon ayudaba mucho al estrés acumulado de los últimos días.

—¿Qué tipo de situación?

—Robo, patrón. —Dio una mirada a Christopher—. Alguien se ha estado robando las prendas de vestir del señor Hayes y, recientemente, varias prendas de cama de la habitación que comparte con su hijo.

—Mmh... Eso explica porque se la pasa desnudo —dijo en dirección de Christopher.

—Podría estar cómodamente desnudo —se defendió Chris—. Pero eso afectaría la sensibilidad de ciertas personas —comentó con una sonrisita sabiendo que eso afectaría a Uriel. Giró rápidamente su atención a la mujer—. No creo que se trate de un ladrón.

—Pero señor, ¿de qué otra manera puede explicar la desaparición de sus prendas? —insistió el ama de llaves—. No existen los fantasmas.

—Patricia, descuida. —Uriel levantó la mano, y prestó atención a Christopher por sobretodo—. A ver tú, genio, si no se trata de un ladrón, ¿a dónde va toda tu ropa? —Dejó la taza en su plato, cruzando los dedos, reposó la espalda en su silla—. Esto ya lleva un tiempo, ¿no?

Con una sonrisa sabedora cruzando su rostro, el Alfa se recostó más cómodamente en el sofá, la laptop balanceándose precariamente sobre sus piernas cruzadas. Miraba entre uno y otro.

— Vitaly —respondió al final, dejando que cada uno sacara sus propias conclusiones.

—¿El señorito Vitaly? —Patricia no comprendía por qué Vitaly estaría robando las prendas de su propio esposo.

Pero Uriel sí, y conforme más lo pensaba, sonreía hasta soltar una risa corta.

—Claro. Vitaly está en sus últimas semanas, ¿no? —Ante la confirmación de Christopher, Uriel asintió—. Los omegas hacen nidos ante la aproximación del nacimiento de sus crías, tomando prendas de sus alfas o familiares porque los olores en ellas le hacen sentir seguro... —Una sonrisa nostálgica se dibujó en su rostro—. Yo hice lo mismo cuando ellos estaban por nacer... Ah, fue hace tanto, no recordaba nada. —Miró al ama de llaves—. Patricia, tranquila. Es algo normal.

—Entonces, ¿todas las prendas las tiene el señorito Vitaly?

—Sí. Una vez está etapa culmine, las prendas regresarán... Por mientras, habrá que mantener ocultas algunas, ¿no te parece? —preguntó a Christopher—. ¿Desde cuándo estabas consciente de eso? ¿Dónde lo está armando?

—Desde que desaparecieron todos mis suéteres —respondió el americano, mientras tecleaba en su computadora—. Al principio no le di mucha importancia, pero también desapareció mi ropa interior y los cubrecamas. —Levantándose del sofá, se acercó al escritorio dejando la laptop para que tanto Uriel como Patricia pudieran ver la pantalla. En ella podían ver a Vitaly arrodillado sobre un montón de ropa, acomodándola cuidadosamente a su alrededor, también había otro montón de cosas que la ama de llaves no había notado que faltaban; como algunos cojines y almohadas de cuartos desocupados—. Esa es la cámara del ático.

Los tres vieron al Omega, llevando un avanzado estado de embarazo, tomar otra prenda y colocarla en el nido establecido en la esquina del ático. Luego se recostó, cubriéndose con lo que parecía ser un abrigo de Chris y un libro en la mano. Uriel suspiró.

—Ya veo. Supongo que el lugar era demasiado obvio, le gusta el ático desde que era niño. —Dirigió su atención al ama de llaves—, Lo mejor será no molestarlo. Tampoco deshacer lo que hizo, le hará daño. Déjalo estar, trata de calmar y dar aviso al resto del asunto.

El ama de llaves asintió, todavía sorprendida. Todos eran beta, no estaban muy al tanto de las costumbres Omega y esto era... algo nuevo. Se despidió de ambos antes de salir de la estancia.

Uriel observó el nido un poco más, luego apartó la atención.

—Jamás le pregunté a él, pero dado que eres un alfa... ¿No es molesto estar siempre comprando ropa?

—Hay tiendas especiales para eso. ¿Sabes? Es ropa barata o de segunda mano para Alfas, eventualmente volveremos a tener nuestra ropa así que no vale la pena en gastar en un guardarropa nuevo —explicó el pelinegro, tomando la laptop entre sus manos. Sus ojos siguiendo los movimientos de su pareja—. Nunca hablas de tu alfa —observó de pronto Chris.

Vitaly se acurrucó en una esquina del nido, llevándose el abrigo de Christopher y además sumó una camiseta del hombre que había desaparecido el día anterior, entretenido con la lectura que llevaba en manos.

Uriel, por otro lado, siguió bebiendo el té.

—Deberías estar con Vitaly. A un Omega le sienta bien tener a su alfa cerca en estos momentos.

Era una clara despedida del castaño para que Chris lo dejara en paz. Eso no iba a pasar.

—En un momento. —Cerró la pantalla de su laptop para poder poner total atención a su jefe—. Vitaly me contó hace tiempo, sobre su padre. Un hombre ruso, Alfa, dueño de una cadena de farmacéuticas muy lucrativa.

—¿Qué estás buscando con esto? —preguntó Uriel, una fría irritación palpable en su voz. Era bastante tranquilo en cualquier tema, excepto ese, porque ya no se trataba del racional Uriel Díaz-Acosta, sino del Omega que aún con los años resentía la pérdida de su pareja—. Si Vitaly te contó, lo hizo, ya sabes y no hay más que debas saber. Hayes, júntate con el resto de tu ropa y desaparece de mi vista.

— Lo extrañas —dijo Hayes suavemente, sabiendo que Uriel era el tipo de hombre que atacaba con palabras para no demostrar su dolor.

Uriel observó enojado a Christopher, frustrado de que siguiera insistiendo en el tema. Toda persona que conocía de inmediato captaba cuán poco agradable, e incluso insolente, era mantenerlo. Hasta sus propios hijos, quienes únicamente hacían comentarios pasajeros o visitaban la tumba juntos en las fechas importantes, pero más allá de eso, Uriel estaba bien sin abrir esa caja de Pandora.

Lo peor es que tampoco tenía el más mínimo interés en irse primero.

—... Solo lo diré una vez. No es tu asunto, así que cállate y vete.

—Estoy consciente de que no es mi asunto. También soy muy consciente de lo huraño y poco comunicativo que eres. —Pasando su pierna sobre el escritorio de Uriel, Chris se mantuvo en equilibrio semi-sentado sobre el escritorio de caoba—. A Vitaly le gustaría escuchar más historias de su padre. No lo dice porque sabe que te encierras dentro de ti mismo. —Palmeó el hombro de su jefe sabiendo que esa no era una conversación que llegaría a algún lado—. Me tomaré una hora de descanso —anunció dejando la laptop sobre la mesita de centro y saliendo de la oficina, dejando a Uriel solo con sus pensamientos.

En el ático, Vitaly había vuelto a reacomodar un poco más su nido. Lo amplió un poco, de manera que podía acostarse y estirar sus piernas, en vez de tener que estar un tanto acurrucado. Su entretenimiento se limitaba en ese instante a un libro de maternidad que halló en la biblioteca, feliz de vez en cuando al sentir los movimientos de la cría en su vientre.

Se tensó cuando escuchó la puerta del ático abrirse, los nervios alterando su ritmo cardíaco por quien fuera el intruso. No le gustaba que cualquiera viniera ahí, mucho menos si era alguien de la servidumbre, ya que él mismo se encargaba de mantener el lugar limpio para evitarlo.

—¿Quién sube?

—Tranquilo. Soy yo —dijo Chris, asomándose por el borde de la escalera—. Pedí un poco de chocolate caliente en la cocina. —Subiendo con la bandeja, se arrodilló en el borde del nido para que Vitaly pudiera tomar una de las tazas—. Este nido se ve muy bien —alabó el Alfa, como si realmente inspeccionara el trabajo.

Debido a que en esa etapa estaba gobernando el instinto Omega, Vitaly se mostraba bastante sensible y susceptible a la creación del nido. Era el lugar donde nacería su cría y lo cuidaría en sus primeros días. Que su alfa lo alabara, más aún, aprobara, daba un inmenso alivio así como una sensación de orgullo a sí mismo.

—Gracias. —Con una mueca feliz, tomó la taza de chocolate ofrecida, bebió un sorbo y dio un nuevo vistazo a su obra—. La he armado muchas veces pero creo que esta vez está bien... —Se mordió el labio, notando que en su regazo estaba una prenda nueva que Christopher había comprado –y usado, hace poco. La escondió tras su espalda, apenado a pesar de todo—. Yo... ¿no te molesta que...? Te lo devolveré.

Sonriendo consolador, Chris se las arregló para meterse dentro del nido de prendas, con mucho cuidado de no mover o arruinar nada. Se recostó junto a su pareja de modo que Vit pudiera usar su pecho como almohada.

—No tienes que preocuparte por eso —dijo, comenzando un camino de besos, desde la frente y bajando por su nariz, hasta sus labios y después hacia su cuello—. ¿Sabes que haría que este nido fuera perfecto? —Guió una de sus manos grandes hacia la espalda baja de Vitaly, jugando con el elástico de su pantalón—. Nuestros olores mezclados...

Eso encantó al Omega, quien se movió para colocar la taza de chocolate en un área segura. Al volverse a recostar, lo hizo de costado. En otras circunstancias estaría a horcajadas sobre el regazo de Chris, pero esos últimos días su abultado estómago lo incomodaba para tomar esa posición.

Sus brazos rodearon el cuello del alfa.

—Me gusta. Me gusta la idea de nuestra cría naciendo en nuestro nido, arrullado por el aroma de los dos, sus padres. —Vitaly buscó un beso de sus labios, luego otro, y comenzó a dejar besos por todo su rostro—. ¿Puedo tomar esto que llevas puesto hoy? —bromeó en parte, tomando los bordes de la camisa que llevaba el alfa ese día.

—Claro que sí. —Una sonrisa predadora se extendió por su rostro, sus ojos brillando encantados por el hambre insaciable de su pareja—. La llenaré de tantas feromonas que hasta los betas de la mansión podrán olerlo.