Capítulo 8 – Peticiones

Dentro de una torre de una inmensa altura, un hombre ya anciano, con pelo y barba blanca muy largos, cejas negras y muy pobladas y una cara de muy pocos amigos, miraba con una rabia total las imágenes que le eran mostradas a través de una bola de cristal de color rojo.

Su enojo había ido aumentando minuto a minuto a medida que veía el destino de su patrulla de orcos y uruk-hais. Los cuerpos sin vida de sus criaturas se podían ver por todo el campo en donde se había desarrollado la pelea.

Su furia alcanzó tal magnitud que una poderosa tormenta de desató sobre la torre de Insengard, en donde tenía su morada y podía crear las criaturas que le servían.

Lo que ante sus ojos se presentaba, nunca había sido visto en la Tierra Media. Una mujer ataviada con unas muy extrañas vestimentas luchaba ferozmente usando dos espadas al mismo tiempo. Aquello era inaudito.

La forma con que la otra mujer había engañado a sus soldados le había sorprendido de igual manera, así como el inmenso poder que había demostrado al lanzar aquella lengua de fuego sin apenas esfuerzo.

-¿Cuáles son tus órdenes, amo? –un gigantesco uruk-hais esperaba las órdenes de su señor.

Saruman levantó su mirada de la roja esfera y miró a su secuaz con una diabólica sonrisa adornando su rostro.

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El día había amanecido radiante. El ambiente reflejaba una relajante sensación de paz que hacía que todos sintieran una gran armonía en el lugar.

Una armonía que cualquiera que pasara cerca del ala este del palacio veía rota a causa de una fuerte discusión que dos personas estaban manteniendo.

-Se lo pediré –la voz de una joven resonaba por toda zona.

-¡No lo harás!- esta vez fue una potente voz masculina

-¿Por qué no? –nuevamente la voz de mujer se oyó- ¡Quiero aprender a luchar y lo haré!

-Una dama no debería tener esas cosas en la cabeza –seguía la voz del hombre

Lord Elrond caminaba por los pasillos del ala este cuando escuchó las voces. Preocupado, marchó directamente hacia donde provenían. Sabía que eran contadas las veces en que padre e hija tenían sus diferencias, pero cuando aquello sucedía, la tierra podía temblar ante la tozudez y perseverancia de Aragorn y de Therese.

Cuando entró al pequeño salón, la situación se podía definir de cualquier cosa menos de tranquila.

-Así que como soy una dama debo permanecer siempre rodeada de algodones y sin poder dar ni un solo paso sin pasar el visto bueno de todos –los ojos de la hija de Aragorn reflejaban su furia sin igual.

-¡Eres mi primogénita! –Aragorn estaba igual de furioso que su hija. No es que el Rey de Gondor no estuviera de acuerdo en que aprendiera el manejo de la espada, es que el hombre sufría terriblemente por si algo la llegara a pasar.

-¿¡Y por eso no debo hacer absolutamente nada? –el enfado de Therese iba en aumento

-Puedes hacer muchas otras cosas –Aragorn no sabía como convencer a su hija.

-¡Ya basta! –Lord Elrond no estaba dispuesto a que esa discusión fuera a más.

Tanto Therese como Aragorn giraron en redondo y se quedaron mirando al elfo que permanecía de pie justo en el marco de la puerta.

-Esto ya ha ido demasiado lejos –el elfo miraba a su familia. No podía ir a favor de uno u otra porque a los dos les daba la razón. Optó por una solución alternativa- Consultaremos con la Dama de las Espadas, que sea ella la que opine sobre este tema.

Aragorn palideció. Lord Elrond no había visto la forma de luchar de esa mujer y dudaba muchísimo que apoyara su postura de que su hija no aprendiera a defenderse con las armas.

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El inmenso comedor comenzaba a llenarse con todos los que residían en el palacio. La campanilla había sonado y las mesas estaban repletas de alimentos que formaban el desayuno, la primera comida del día.

Lord Elrond estaba en la mesa principal junto con su familia. Todos estaban pendientes de la llegada del resto de personas que les acompañarían en esa mañana.

Légolas no tardó en hacer su aparición acompañando a Nelia y a Netherion, que se unieron a ellos.

Aragorn guiñó un ojo a su amigo Légolas. Se daba perfecta cuenta de los sentimientos del príncipe hacia la hija del consejero y le animaba continuamente a ir un poco más lejos y que de una vez por todas hablara con ella, a lo que siempre, el elfo respondía bajando su mirada y con su guerrero valor marchando de vacaciones.

Por la puerta de acceso al salón, Haldir y Liguerión hicieron su entrada. Con una leve inclinación de cabeza en señal de saludo, se separaron y cada uno se dirigió a su mesa correspondiente.

Cuando el enorme elfo se sentó en su correspondiente silla y se dispuso a esperar la llegada de las dos mujeres, una muy azorada y alterada Sandra entreó en el salón y fue directamente a la mesa principal.

-¿Ocurre alguna cosa? –el señor de Rivendell mostró su preocupación ante el estado de la maga.

-Julia –dijo jadeando, haciendo que Haldir se levantara presuroso de la mesa, lo mismo que Légolas y Lord Elrond

-¿Qué le ha ocurrido? –el generalmente rostro tranquilo del enorme elfo mostraba en esos momentos una gran preocupación.

-Está furiosa, fuera de sí –contestó Sandra haciendo que Haldir saliera corriendo del salón para dirigirse a toda prisa a la habitación de la joven guerrera.

-¿Qué le ocurrió? –Arwen mostraba su preocupación.

-Alguien ha hecho desaparecer su ropa y la ha sustituido por ropa élfica –su mirada comenzó a mostrar su enojo- ¿Quién lo hizo?

-No hay vestidos en la ropa que se puso –dijo una elfa que se levantó en otra mesa sin entender la reacción que había provocado eso.

-¡Nigüenwe! –Gandalf la miraba sorprendido- ¿Cómo se te ocurrió hacer eso sin consultarla?

-Cuando puse el vestuario en la habitación de la gran maga blanca no le pareció mal –explicó la elfa

-Acepté el vestuario élfico por ser tradicional aquí –explicó Sandra- Pero las ropas de Julia están diseñadas especialmente para sus actividades. No hay ropa élfica que resista sus movimientos. Te aconsejo, por el bien de todos nosotros, que recuperes esas ropas lo antes posible, o de lo contrario me temo que lo que hizo con los orcos y uruk-hais será un juego de niños comparado a como se pondrá ahora.

Impactada y temerosa ante la seriedad en el rostro de la maga, lNigüenwe, lo mismo que varios elfos más, salieron corriendo del salón. Tenían que recuperar aquella ropa antes de que fuera destruida.

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No caminaba, corría. Tardó muy poco en llegar a la puerta de la habitación de la joven guerrera, e intentó calmarse antes de llamar a la puerta. Al no obtener respuesta, y con la máxima precaución posible entró al interior de la habitación.

Julia estaba envuelta en toallas al mismo tiempo que miraba atentamente todo el contenido de ropa que había en el armario. Cuando la mujer levantó sus cabeza el elfo se preocupó al ver la expresión de sus ojos. A pesar de que aparentemente estaba tan tranquila como siempre, estaba claro que la joven estaba furiosa. Veía que su agitación iba a más.

Dándose prisa, se acercó a ella y sin darla tiempo a reaccionar la abrazó con fuerza.

-Tranquila –su voz era un leve murmullo- Tranquilízate.

A su voz, Haldir añadió un movimiento suave de su mano sobre el negro cabello de la mujer, logrando que, poco a poco, la tranquilidad volviera a ella.

Unos minutos más tarde Légolas y Sandra aparecieron en la habitación. La maga todavía con expresión preocupada.

-Han ido a buscar la ropa.

-¿Ropa? –el tono de Haldir mostraba su extrañeza

-Sí –contestó Légolas- hicieron desaparecer toda su ropa y la sustituyeron por ropa élfica.

-¿Cuándo le preguntaron, qué contestó?

-Ahí está el problema –dijo Légolas-, no le consultaron ni le pidieron permiso.

El enorme elfo levantó su mirada directamente al techo. Ahora entendía lo que le ocurría a Julia, él habría actuado mucho más violentamente, habría aparecido en el salón y amenazado directamente a quien hubiera osado hacer tal cosa.

Sandra se acercó un poco a su amiga, que todavía permanecía fuertemente asida por los brazos del elfo.

Arwen apareció en esos momentos llevando uno de los juegos de ropa que habían sido retirados de la habitación. Su expresión reflejaba el temor que sentía.

-¿El resto? –preguntó la maga

-Lo siento, Sandra –la hija de Lord Elrond no sabía cómo decirlo- Ha sido destruida

-¿¡QUE? –fue el grito de Sandra que provocó que Haldir estrechara mucho más su abrazo para intentar que la ninja calmara su interior..

-Tranquila –decía el elfo- Haremos prendas nuevas que te vayan bien y sean como tu quieras.

Justo en esos momentos, Nelia apareció acompañada por varios elfos más. La joven mostraba una profunda preocupación por cómo sería la reacción de la Dama de las Espadas por lo ocurrido. Pensaba que el pueblo elfo debia reconsiderar todas sus costumbres, empezando por ella misma, ya que había sido suya la idea de renovar todo aquel vestuario.

-Lo siento –dijo mirando a Julia que todavía estaba fuertemente abrazada por Haldir- Fue un gran error por nuestra parte dar por sentado que te gustarían las ropas élficas.

Julia se separó de Haldir y miró fijamente a la elfa.

-Nadie debe dar nada por sentado sin preguntar antes –la mirada de la mujer, a pesar de ser tranquila era fría y dura.

-Lo lamento muchísimo –volvió a decir Nelia-. He traído conmigo a los mejores tejedores de Rivendell. Ellos se encargarán de preparar toda la ropa que necesites. Seguirán tus instrucciones y todo se hará tal y como desees.

-Bien –asintió la joven guerrera-, ya que os habéis propuesto ponerme un vestuario completo quiero cinco conjuntos completos como el que queda de los míos. Deben tener la misma resistencia y elasticidad, la misma dureza y comodidad. Tomad estas ropas y estudiarlas, pero no hagáis nada raro con ellas. No deben sufrir ningún daño. Siendo lo único que me queda la necesitaré por si tenemos que salir a luchar de nuevo.

Julia entregó su ropa a los elfos que acompañaban a Nelia, quienes nada más tocarla se miraron unos a otros. Aquel tejido era completamente desconocido para ellos. Mientras tanto la mujer volvió a su armario e intentó buscar unos pantalones y una camisa para poder vestirse. Eligió uno de los conjuntos y se volvió hacia los que allí estaban.

-Disculpad –dijo mirándolos fijamente- Me gustaría vestirme ¿Podríais salir de mi habitación? Sandra, tú quédate.

-¿Estarás bien? –preguntó Haldir. Como respuesta la joven asintió con la cabeza al mismo tiempo que el elfo estudiaba su mirada -Te esperaré en el pasillo- terminó diciendo al mismo tiempo que salía de la habitación haciendo que todos los demás salieran antes que él.

Sonriendo al ver la expresión del enorme elfo, Sandra cerró la puerta y se volvió en dirección a su amiga.

-¿Estás muy enfadada? –había sincera preocupación en su voz.

-No –sonrió la ninja- No lo han hecho con mala intención, aunque creo que continuar con una postura ligeramente ofendida no será muy contraproducente que digamos.

-Desde luego que no –sonrió la maga- Ahora tendrás a todos pendientes de si algo te gusta o no te gusta, aunque si mal no me equivoco, Haldir será quien más pendiente esté. Está muy atento a todo lo que se refiere a ti.

-¿Estás segura? –preguntó al mismo tiempo que comenzaba a quitarse las toallas que la envolvían y a ponerse la ropa que había elegido.

-Completamente.

-Bien –dijo una vez tenía la ropa completamente puesta- Será mejor que salgamos y vayamos a desayunar. Toma –dijo entregando a su amiga una enorme cantidad de la ropa que había en el armario.

-¿Para qué me das toda esta ropa? –el rostro de sandra reflejaba su sorpresa.

-No son nada resistentes. Necesitaré recambios a medida que se vayan rompiendo con el entrenamiento de hoy.

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Estaba mirando la puerta de entrada al salón, aunque no era el único en hacerlo. Todos los que en esos momentos se encontraban en el comedor estaban pendientes de la puerta de entrada.

Arwen había llegado hacía varios minutos y no tardó en explicar a los presentes cómo se habían encontrado a la Dama de las Espadas. Un profundo temor comenzó a salir en el rostro de todos los presentes.

Lord Elrond rogaba a los dioses que la Dama de las Espadas no estuviera lo suficientemente enfadada con ellos como para abandonar la Tierra Media. La Dama Galadriel ya había manifestado la enorme importancia que tenía para ellos y no podían permitir que se sintiera ofendida. Pero su temor no sólo terminaba allí, su verdadero miedo, lo mismo que el de Gandalf, era que Sandra se sintiera tan enojada con ellos como para abandonarlos junto con Julia. Aunque abiertamente no lo había dicho, había dejado bien claro que no le había gustado que le pusieran el vestuario lleno de ropas élficas sin pedirle permiso.

Apareció en el comedor caminando entre Haldir y Sandra. Su rostro era mucho más serio de lo que normalmente era. Su mirada fría hacía estremecer a todos, sobre todo a los que habían estado en el último encuentro en donde la guerrera ninja se había enfrentado a los orcos y a los temidos uruk-hais.

Vestía una malla azul oscuro y una larga blusa azul cielo que la llegaba casi a la altura de las rodillas. Colgadas de su espalda, dos de sus katanas de colores. Todos miraron con asombro como la Gran Maga Blanca traía mucha más ropa colgada de su brazo.

En silencio se encaminaron hacia la mesa principal y se sentaron en sus respectivas sillas. La expresión de Julia no variaba en absoluto.

-¿Os encontráis bien? –Lord Elrond intentaba eliminar la tensión que se había generado.

-Se lo voy a decir sólo una vez –la voz de Julia era gélida- No admitiré que alguien vuelva a entrar a mi habitación y tome decisiones sobre mis pertenencias sin previamente consultarme.

-No volverá a ocurrir. Me ocuparé personalmente de ello –aseguró el señor de Rivendell.

-Será mejor que lo cumpla. De repetirse no respondo de mis actos. Suerte han tenido de que Sandra y Haldir llegaran y consiguieran calmarme un poco.

Todos los presentes tragaron saliva de forma audible. Tenían que evitar a toda costa no interferir en los deseos y en la intimidad de aquella mujer que tan peligrosa para sus enemigos se había revelado.

Comenzaron a desayunar en un tenso silencio que fue roto gracias a las intervenciones de Arwen que intentaba dar conversación a todos. A sus intento se unió su hija Therese y poco a poco todos comenzaron a sumarse a la charla. Todos salvo una persona que permanecía en su asiento observando todo y a todos.

Sandra observaba detenidamente a su amiga. Sabía interpretar a la perfección todas sus expresiones y ahora se daba perfecta cuenta de que Julia, a pesar de no haber dicho nada en absoluto y no haberse integrado en la conversación, ya estaba completamente normal. Sabía que lo que ahora hacía con su forma de estar era asegurarse que los demás respetaran sus deseos.

Aquel silencio por parte de la Dama de las Espadas fue roto gracias a la hija del Rey de Gondor.

-Julia –dijo la joven princesa- he estado hablando con mi padre sobre algo en lo que él y yo discrepamos y había pensado en consultar vuestra opinión.

-Si puedo orientaros, lo haré –contestó la joven guerrera

-Había pensado pediros que me enseñarais a defenderme con las armas. Llegar a usar la espada y el arco, pero mi padre no apoya mi decisión.

-¿Por qué razón? –quiso saber Julia

-No estoy de acuerdo en que las damas manejen armas –aclaró Aragorn un poco más tranquilo al ver el rostro relajado de Julia-, para defenderlas estamos los hombres.

Dos pares de cubiertos golpearon sus platos al mismo tiempo, rompiéndolos. Sandra y Julia se habían enfurecido de tal forma que, como si fuera una sola, habían reaccionado de la misma manera y de igual forma.

Lord Elrond viendo los rostros de las dos jóvenes no pudo hacer otra cosa que inclinar su cabeza y taparse el rostro con las manos intentando controlar la congoja que empezaba a sentir. Sabía que sería un milagro que ambas mujeres no reaccionaran violentamente a lo dicho por su yerno.

-¿Esa es la única y miserable razón por la que estáis en contra de que vuestra hija aprenda a defenderse? –el tono de Julia era terriblemente glaciar y sumamente peligroso. Haldir no dudó ni un solo momento en apoyar una mano en su hombro en un intento de tranquilizarla.

-¿No es razón suficiente? –Aragorn, demasiado tarde, había comprendido que con su respuesta había metido la pata hasta lo más hondo.

-¡Eso es puro machismo! –Sandra estaba más furiosa que su amiga- Será mejor que busque otras razones más convincentes que esa.

Sandra se había puesto de pie mirando fijamente al Rey de Gondor. Todo el comedor había vuelto a un silencio atronador.

-Toda persona, ya sea mujer o hombre, tiene derecho a decidir si quiere saber defenderse sin que nadie se oponga a sus deseos –dijo Julia con gran seriedad- Entiendo que el Rey de Gondor sea reacio a que su hija maneje un arma, pero no estoy dispuesta a consentir que sea un razonamiento machista el que motive esa razón e impida a Therese cumplir su objetivo. Después de desayunar iremos al campo de entrenamiento. Allí haremos varias pruebas y veremos para qué estás capacitada.

-Y quien se oponga tendrá que vérselas conmigo –añadió Sandra con voz más dura que la de su amiga. Ella había luchado mucho para lograr sus objetivos y no permitiría que otra mujer sufriera el machismo de los hombres.

-Debéis entender... –intentó intervenir Gandalf pero fue cortado por Sandra.

-O empezáis a cambiar o la presencia de Julia y la mía aquí no sirven para nada, con lo que nos marcharíamos para no volver nunca más.

-¿Alguien se atreve a retarlas? –preguntó Lord Elrond. Entendía la postura de su yerno, pero sabía que Therese tenía todo el derecho a aprender a defenderse y más con los oscuros tiempos que se avecinaban.

Nadie dijo nada por lo que todos terminaron su desayuno y marcharon hacia el campo de entrenamiento.

Sandra iba con Arwen y con Therese y Julia caminaba al lado de Haldir. Liguerión no tardó en ponerse a su lado.

-Julia ¿Podría hacerte una petición? –la voz del elfo sonaba tímida y temerosa.

-Por supuesto.

-Verás, realmente no sé como decirlo. Nunca he sido persona que sepa suplicar y menos todavía mostrar debilidad. Tú me has enseñado a que nadie debe considerarse mejor que los demás. Todo mi cuerpo ha aprendido esa lección –el elfo miraba hacia el suelo en un claro gesto de que no estaba nada seguro con lo que hacía en esos momentos.

-Eres un gran luchador, Liguerión –dijo Julia al mismo tiempo que una levísima sonrisa aparecía en su rostro-, pero por muy gran luchador que se sea, siempre se puede encontrar a alguien mejor que uno mismo. Me alegra que hayas reconocido ese punto.

-Gracias –el elfo inclinó su cabeza en señal de agradecimiento por sus palabras

-Ahora dime ¿Qué petición querías hacerme?

-Me gustaría... la verdad es que quería pedirte ¿Podrías enseñarme a manejar la espada? –terminó por decir el instructor elfo- Sé que no soy merecedor de ello pero...

-Ve a buscar una espada vieja y que si se rompe no te causará dolor. Te enseñaré a manejar mejor la espada.

-¿En serio? ¿No te enfadas por habértelo pedido? –Liguerión estaba totalmente sorprendido.

-Claro que no –la mirada de Julia reflejaba su sinceridad-, pero primero quiero arreglar el tema de Therese.

-Desde luego.

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El campo de entrenamiento de tiro con arco estaba vacío de guardias entrenándose. Sus únicos ocupantes en la zona de uso del arco estaban pendientes de las reacciones de la joven.

Liguerión había terminado de explicar a Therese toda la técnica para que empezara a practicar con ese arma. A su lado, Julia estaba pendiente de todas y cada una de las reacciones de la joven.

-Así –decía el elfo- relájate, tensa como estás no lograras nada. Apunta la punta de la flecha como te he explicado y tensa el arco. Sin miedo. Todo saldrá bien.

Therese obedeció al instructor elfo y levantó su arco, tensándolo al mismo tiempo que intentaba relajarse y apuntar hacia la diana que le habían asignado. Aplicaba a la cuerda toda la fuerza que disponía, que en su caso era mucha.

Therese había apuntado su flecha y había estado moviendo sus manos sin parar. Cuando liberó la flecha, ésta salió disparada haciendo unos giros sumamente extraños.

-¡Todos al suelo! –gritó Julia haciendo que todos se lanzaran al suelo lo más rápido que pudieron.

La flecha comenzó a ir en una mezcla de espiral y zig-zag rebasando la diana a la que había sido dirigida y continuando su veloz trayectoria hacia una de las paredes cercanas, en donde había instalada una amplia media luna metálica y muy pulida.

La flecha llegó hasta la pared rozando lateralmente la media luna y siguiendo su curso hasta salir nuevamente de donde estaba ese metal y volver hacia el grupo de personas que estaba mirando la extraña trayectoria que había mantenido. Pasó sobre las cabezas de todos los que se habían lanzado al suelo, clavándose finalmente en el tronco de un árbol situado tras la última persona que allí había.

-Therese –dijo Julia levantándose del suelo- Lamento decirte que el arco queda descartado.

-Absolutamente –dijeron tanto Liguerión como Haldir

Poco a poco se fueron levantando todos del suelo y continuaron caminando hasta la zona de práctica de lucha con espadas.

Lord Elrond entregó a su nieta una espada con la que sabía que no correría ningún peligro.

Therese la cogió por la empuñadura como si tal cosa sin saber que lo había hecho correctamente de forma natural y automática. Se acercó a Julia y esperó sus instrucciones.

-Muy bien –dijo la mujer sonriendo al ver cómo la joven princesa estaba reaccionando con ese arma- Ahora voy a dar unas cuantas estocadas, lo haré de forma lenta, quiero ver cómo las paras.

-Cuando quieras –respondió Therese.

La ninja sacó una de sus katanas de color y se acercó a la joven y no tardó en lanzar la primera estocada que fue bloqueada a la perfección por la espada de Therese haciendo que Lord Elrond, Liguerión y Haldir sonrieran y que Aragorn se quedara con la boca abierta y sabiendo que a partir de ahora ya no podría parar a su hija.

Durante diez minutos las estocadas se siguieron a un ritmo lento y siempre siendo bloqueadas.

-La espada será tu arma –dijo Julia momentos después- Pero no te confíes, a partir de ahora no será tan fácil como ahora. Esto sólo ha sido una prueba para ver cómo manejas el arma. El entrenamiento comenzará cuando consigas ropas como las mías. Las que llevas no sirven y no pienso admitir que las uses en las clases.

-Las conseguiré –aseguró Therese.

-Ahora será mejor que descanses. Me gustaría practicar un poco en serio –dijo volviéndose a dos elfos que estaban a su lado- ¿Me ayudaríais?

-Por supuesto, solo dinos que debemos hacer –asintió Haldir

-Sólo dinos que debemos hacer –añadió Légolas.

-Debéis atacarme los dos con la espada, los dos al mismo tiempo –dijo viendo como la expresión de los elfos se tornaba seria- Liguerión, me gustaría que observaras.

-Lo haré detenidamente –afirmó el instructor.

Tanto Haldir como Légolas cogieron sus espadas y Julia sacó sus dos katanas y se puso en guardia. No tuvo que esperar mucho ya que los dos, decididos, atacaron al mismo tiempo siendo bloqueados por unos decididos movimientos con cada una de las katanas.

Dos minutos después de un vertiginoso baile de espadas un ruido se escuchó. Un ruido que hizo que todos se pararan y que los dos elfos bajaran sus espadas.

La ropa élfica que Julia llevaba no había podido resistir sus movimientos y toda un lado se había roto, dejando a la vista la pierna de la joven.

-Sería mejor dejarlo hasta que te hayan confeccionado nueva ropa –aventuró Lord Elrond al mismo tiempo que Sandra se acercaba con un nuevo pantalón y hacía que los dos elfos se pusieran de espaldas a su amiga con sus túnicas tapándola para facilitarle el cambio de ropa.

-Creo que será mejor –accedió Julia- Si ya me he cargado unos pantalones en apenas dos minutos, en una hora habría destruido toda la ropa que tengáis en la ciudad.

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Caminaba tranquilamente, con pasos lentos, disfrutando de la calidez del sol que a esas horas de la tarde ya no era muy fuerte.

Sus pasos la llevaron hasta la zona en donde la guardia de Rivendell se dedicaba a practicar con el arco. Allí pudo ver a varios elfos que ya, desde temprana hora, estaban aumentando poco a poco su ya magistral manejo de ese arma.

Un elfo de cabellos rubios y de una estatura superior a la de los demás llamó su atención.

Flecha tras flecha, con una rapidez espeluznante, Haldir, el capitán de la guardia de Lórien, acertaba en pleno centro de la diana que se había hecho poner a una larga distancia.

Sin hacer el menor ruido, se fue acercando hasta una corta distancia del elfo, mirando detenidamente todos sus movimientos. Parecía como si solo con desear que la flecha diera en un lugar concreto, ésta obedeciera todos sus deseos.

El enorme elfo no tardo en lanzar el grupo de flechas que tenia preparadas para la práctica de esa mañana.

-Una puntería magistral –comentó con voz suave, mostrando una gran admiración y respeto por Haldir al mismo tiempo que se recostaba en el tronco de un gran árbol.

-Hola Sandra –saludó el elfo- ¿Os puedo ayudar en algo?

-Solo paseaba. Te he visto y he querido darte las gracias por ayudar esta mañana a Julia. La ayudaste a recuperar el control.

-No debieron hacer lo que hicieron –contestó él con la gran seriedad que le caracterizaba- No debes darme las gracias. Para mí fue un inmenso placer y alegría poder ayudarla y lo haré siempre.

-Lo sé –su rostro mostraba una gran simpatía por Haldir- Siento que eres feliz estando cerca de ella.

-Sientes bien –asintió el elfo.

-Estoy segura de que ocurre lo mismo con Julia –dijo Sandra al mismo tiempo que sonreía y se giraba para volver a palacio.

No tuvo tiempo de sentirlo, fue muy rápido. Haldir se lanzó sobre ella y la tiró al suelo.

Extrañada y sorprendida se giró para mirar a Haldir y si hacía falta lanzarle un buen hechizo de fuego pero se quedó estupefacta cuando apreció que los ojos del elfo no la miraban a ella sino que permanecían fijos en un punto concreto.

Siguió la dirección que apuntaban los ojos de Haldir y vio con gran horror una flecha negra clavada en el tronco del árbol en donde había estado recostada, justo a la altura de su corazón.

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Hasta aquí este capítulo. Espero que os haya gustado.

Os ruego de todo corazón me perdonéis por haber tardado un poco en actualizar. Llevo una temporada muy liada y no puedo ponerte en el ordenador todo lo que deseo, además de las típicas gripes y catarros del invierno.

Millones de gracias a HADA, PauMalfoy, Ginebra, Leahnor Naril Potter, Demona, Sonia11, Eladreaw y firts-ayanami por sus maravillos comentarios que tanto me animan y tan feliz me hacen.

Responderé todos los comentarios de forma personal por la opción reply de la web y a los que me dejéis dirección de correo electrónico.

Cuidaros muchísimo.

Os adoro.