Capítulo 9 – Lucha y un padre sobre-protector
Todos estaban en las puertas del palacio con sus miradas fijas hacia la entrada de la ciudad. Lord Elrond había ordenado que los habitantes de Rivendell que se refugiaran dentro de la seguridad de los muros del palacio y gran cantidad de elfos habían obedecido la llamada al mismo tiempo que la guardia de la ciudad se prestaba para la próxima batalla.
Varios exploradores habían vuelto e informado que un gran contingente de orcos y de uruk-hais estaba rodeando la ciudad. Habían calculado su número en unos miles de ellos y el señor de Rivendell no había dudado en enviar mensaje a la ciudad del Bosque Oscuro, ciudad en donde habitaba el rey Thranduil para alertarle del peligro de seres de la oscuridad por los alrededores.
La noche era completamente cerrada, ni tan solo la luna brillaba en el firmamento.
El grupo de personas que estaban apostadas, todas con sus armas a punto, permanecían concentradas en los sonidos que el aire les hacía llegar.
Gritos de guerra, gruñidos, voces fantasmagóricas en un idioma oscuro y aterrador inundaban toda la ciudad.
-Son muchos –la voz del señor de Rivendell rompió el silencio reinante entre los que allí estaban.
-Muchos son –Gandalf asintió a las palabras de su amigo.
Liguerión y Légolas se acercaron a Sandra y a Nelia intentando que ambas mujeres se pusieran a cubierto, dentro del resguardo de los muros del palacio a lo que la joven maga se negó rotundamente. Antes de que Nelia se uniera a la negación de Sandra, el joven príncipe elfo la cogió por una mano y literalmente la arrastró dentro de la seguridad de la fuerte edificación.
Lord Elrond no tardó en dar la orden de estar todos preparados para salir al encuentro de aquellos seres. No debían, costara lo que costase, dejar que entraran en la ciudad.
-¿Puedo pedirte que tengas cuidado? –Haldir se acercó a Julia con la esperanza de que la joven no se arriesgara, aunque sabía perfectamente que todo intento fracasaría con la joven guerrera.
Por toda respuesta, la guerrera ninja sonrió al enorme elfo para luego volver su mirada hacia la entrada de la ciudad.
Dentro de su cabeza muchos sentimientos estaban en danza. El primero de ellos su total furia por el ataque sufrido por su amiga, un ataque que si no fuera por la rápida acción de Haldir había supuesto su muerte segura. También su mente estaba llena de un gran respeto y amistad que sentía por todos los que la rodeaban, todos eran unos seres excepcionales y valoraba muchísimo la amistad que de forma desinteresada le habían ofrecido ya que, al contrario que ocurría en otros lugares en donde la amistad venía por el temor que infundía, allí nadie le había pedido nada, nadie había querido aprovecharse de sus habilidades. Por último, el sentimiento que llenaba su alma, un inmenso sentimiento protector hacia todos ellos. No permitiría que ninguno saliera herido.
Recordaba con gran cariño la ternura y el amor que los niños de la ciudad habían mostrado por ella y como se sentaban a su lado contándole historias de la ciudad y ella misma les explicaba cuentos sobre lejanos lugares. Moriría antes de que uno de esos niños sufriera mal.
Por último sentía la urgente necesidad de proteger a Haldir. Creía saber qué estaba pasando dentro de su ser y ese sentimiento hacía que su furia guerrera aumentara como nunca en sus años de ninja lo había hecho.
Sandra mantenía una mirada sumamente fría. Todavía se sentía afectada por saber que habían intentado quitarla de en medio y que si no fuera por Haldir ahora estaría en no muy buenas condiciones.
Como su amiga hacía, observaba la entrada de la ciudad al mismo tiempo que una fiera determinación inundaba todo su cuerpo.
Sabía que Liguerión no dudaría un solo momento en protegerla, lo mismo que el resto de los elfos y sabía perfectamente que su amada amiga estaría furiosa como nunca lo había estado antes de ahora y buscando una venganza contra los que la habían atacado. Una venganza que sabía que haría que la ninja desarrollara su más alto nivel de lucha con katana. Ver como sus manos estaban enfundadas en unos finos guantes antideslizantes, del mismo color negro que sus ropas y que permitían sujetar las katanas con mucha más fuerza, así se lo indicaba. Su amiga necesitaría su ayuda y ella se la brindaría con todo el poder que pudiera hacer salir de su interior.
Lord Elrond mantenía su pose erguida pero no podía ocultar una inmensa preocupación, no solo por su pueblo, sino por su familia. Su amada hija y sus más amados nietos estaban en la ciudad y lucharía con todas sus fuerzas para repeler el ataque que estaban por entablar y librar a su familia de las garras de la oscuridad.
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Una imponente columna de soldados elfos marchaba camino de la ciudad de Rivendell. Al frente del enorme ejército estaba un elfo de impresionante estatura que sobresalía entre los demás. El gigantesco elfo no era otro que Thranduil, rey de Mirkwood, la ciudad del Bosque Oscuro y padre de Légolas.
El semblante del rey elfo era tremendamente serio y todo aquel que lo veía sentía un verdadero temor ante la fiereza de su mirada.
Llevaban cuatro días de camino y nadie dudaba en forzar la marcha para llegar a su destino lo antes posible.
Su precipitada partida se motivó a causa del informe que uno de sus exploradores le dio. Había observado un enorme ejército de orcos y de uruk-hais que marchaban directamente hacia la ciudad de Rivendell y un solo pensamiento vino a su mente: ¡LEGOLAS!
Su único hijo había acudido a visitar a Lord Elrond, señor de Rivendell, transmitiéndole saludos personales del rey en una amistad que duraba desde milenios y que continuaría eternamente.
El rey Thranduil era un gran soberano y amaba a su pueblo por encima de todo, pero cuando el peligro rondaba a su único hijo, perdía completamente toda la tranquilidad y racionalidad. Légolas era su tesoro más preciado, lo amaba con locura y a causa de ese amor y de su gigantesco instinto paternal, era tremendamente super sobre-protector. No eran pocas las veces que padre e hijo discutían porque el príncipe participaba en cacerías o pequeñas escaramuzas y el rey se obsesionaba en que se quedara en palacio completamente a salvo.
Con su guardia perfectamente entrenada, no tardó en formarse el gran ejército que, con él a la cabeza, marcharían directamente en ayuda de los habitantes de Rivendell, y como objetivo principal del rey, poner a salvo a su amado hijo.
Un sonido hizo que el soberano saliera de sus pensamientos y fijara su vista hacia el cielo. Una imponente águila volaba a su encuentro.
Sin dudarlo ni un solo momento levantó su brazo y la inteligente ave no dudó un solo instante en posarse cuidadosamente sobre él.
Con gran habilidad desenrolló el mensaje que traía atado a su pata y lo leyó atentamente, palideciendo intensamente a medida que avanzaba en su lectura.
Era un mensaje corto, como es natural en el Señor de Rivendell que no le gustaba extenderse en palabrería y siempre ponía lo justo, pero asimismo lo más importante, para el rey elfo la última frase: estamos rodeados y nos superan en gran número pero lucharemos con todas nuestras fuerzas.
Los ojos de Thranduil se llenaron de lágrimas y con una mueca en su rostro que haría temblar incluso al más temido uruk-hais ordenó avivar el paso de los caballos.
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Continuaban en silencio esperando que llegara el momento para lanzarse a luchar contra aquellos seres y proteger la ciudad con todas sus fuerzas.
-Es una noche muy oscura –comentó Netherión
-Crearé la luz de una super-nova –aseguró Sandra
-No –interrumpió Julia- Si la creas, al principio nos ayudará, pero cuando estemos luchando, su intensidad nos deslumbrará a todos cegándonos por completo.
-Entonces una luz de sol pero más potente.
-Eso estaría mucho mejor –sonrió la guerrera ninja sin dejar de mirar hacia la entrada de la ciudad.
Nadie pudo observar el brillo que había aparecido en los ojos de la Dama de las Espadas, un brillo que mostraba una determinación que ninguno de los presentes conocía hasta ahora.
Liguerión se había acercado a Sandra y se había asegurado de poder estar a su lado, de esa forma podía luchar contra los servidores de Saruman y al mismo tiempo proteger a la joven maga. No estaba dispuesto a que ningún mal pudiera alcanzarla, ya tuvo un susto de muerte cuando se había separado de él unos días atrás al encontrarse con aquel grupo de orcos y uruk-hais y no estaba dispuesto a que aquello sucediera de nuevo.
-Preparen los arcos –ordenó Lord Elrond al mismo tiempo que él mismo asía con gran firmeza su enorme espada élfica.
Fue el momento que esperaba. Cuando todos los que la rodeaban se dispusieron a coger sus arcos y tensarlos con las flechas listas para ser disparadas, con un rápido movimiento comenzó a correr y alejarse del grupo que allí estaba al mismo tiempo que se llevaba las manos a la espalda y sacaba de su funda las dos negras katanas. A su lado Sultán y Sombra corrían mostrando sus amenazadores colmillos.
-¡JULIA! –el grito de Sandra hizo que todos se dieran cuenta de que la joven guerrera ya no estaba entre ellos y que se alejaba a una gran velocidad.
La vieron como sacaba sus katanas y que comenzaba a hacer vertiginosos giros con ellas, como si estuviera luchando contra algo, algo que se había adentrado en la ciudad.
Sin pérdida de tiempo, la Gran Maga Blanca alzó sus manos y una potente luz se elevó para alumbrar todo lo que les rodeaba. Así pudieron ver como, con rapidísimos movimientos que no habían visto en su anterior lucha, las potentes y afiladísimas katanas comenzaban a eliminar a servidores del mago oscuro al mismo tiempo que los imponentes dogos alemanes se lanzaban contra todo aquél que osara adentrarse en aquella ciudad.
Haldir no esperó ninguna orden por parte de Lord Elrond. Con fiera determinación comenzó a lanzar flecha tras flecha que acertaba de lleno en las cabezas de los seres que les estaban atacando.
Gandalf no dudó un instante en coger su espada y lanzarse tras la guerrera ninja y unirse a ella en la lucha.
Durante largas horas los sonidos de las espadas al chocar entre sí, los alaridos de muerte que lanzaban los orcos y los uruk-hais, los silbidos de las flechas al atravesar el aire y los gritos de ánimo que Lord Elrond daba a su ejército era lo que se pudo escuchar.
Sandra seguía en su empeño por continuar creando la poderosa luz que hacía que los valientes guerreros pudieran luchar con gran precisión y que sabía que los orcos no podían soportarla y que molestaba a los uruk-hais. El paso de las horas había debilitado a la joven maga que comenzaba a dar muestras de cansancio, pero que no abandonaba su lucha interior. Agradecida sintió como dos pares de brazos la ayudaban a sostenerse. Nelia y Arwen habían apreciado el cansancio en el rostro de la maga y no dudaron un momento en ir a ayudarla.
Los arqueros seguían en su incansable labor de lanzar flecha tras flecha en un valiente y decidido esfuerzo en ganar aquella batalla.
En vista de que por las puertas de la ciudad les era casi imposible penetrar en ella, los siervos de Saruman comenzaron a escalar los muros, siendo recibidos por la fiera defensa del ejército de la ciudad.
Cuando los elfos que no tenían a mano más flechas, cogieron sus espadas y marcharon directamente a unirse a los que estaban luchando con ese arma.
La lucha se estaba haciendo eterna y en el cielo los lejanos rayos del sol delataban el inicio del nuevo día. Llevaban toda la noche luchando sin descanso y no sabían cuando podrían terminar.
Légolas había terminado sus flechas y no dudó un solo instante en coger su espada y adentrarse en la lucha. Sin dar muestras de cansancio había pasado entre Haldir, Julia y Lord Elrond y seguía dando estocada tras estocada con gran precisión logrando acabar con cuantos orcos se cruzaban por su camino.
Seguía su lucha incansable y moviéndose con la gran agilidad y flexibilidad que le eran propias hasta que se encontró rodeado por dos orcos y un uruk-hais. Sus estocadas aumentaron de velocidad pero parecía que la fuerza de sus atacantes no disminuía y estar pendiente de tres espadas a la vez no era nada fácil. En esos momentos habría deseado poseer la habilidad de la Dama de las Espadas y tener en sus manos un par de las katanas que tan poderosas se habían demostrado.
Cuando había logrado abatir a uno de los orcos, el joven príncipe elfo se encogió de dolor al notar como la espada del uruk-hais se clavaba en su hombro.
Julia pudo ver cómo Légolas caía herido a manos de aquel uruk-hais y comenzó a correr con todas sus fuerzas para llegar en su auxilio, pero se sorprendió al ser rebasada por una enorme montaña de pelo rubio que corría hacía el elfo.
Légolas sentía que su momento acababa de llegar y se sorprendió cuando el uruk-hais que lo había herido cayó muerto frente a él. Levantó su mirada y se llevó la mayor sorpresa de su vida al encontrarse frente a su padre, que era portador de una mirada terrorífica.
Fue entonces cuando los luchadores de la ciudad de Rivendell se percataron del sonido que emitía un cuerno, el sonido que llamaba a la lucha. Era un sonido que provenía del fondo del bosque que rodeaba la ciudad y pertenecía, sin duda alguna, a un cuerno élfico.
La euforia se instaló en todos los presentes cuando vieron un enorme grupo de elfos rubios que luchaban desde la retaguardia del ejército atacante y que de entre este enorme grupo de rubios elfos se destacaba una figura. La figura de un elfo de una altura realmente impresionante, mucho más alto que el mismísimo Haldir. Un elfo que luchaba a espada con una fiereza sin igual y que era bien conocido por todos los habitantes de Rivendell, el rey Thranduil.
Thranduil no perdió el tiempo e hizo que dos miembros de su escolta personal alejaran a su hijo de allí y lo pusieran a salvo y siguió luchando sin descanso, buscando la destrucción de aquellos que habían osado dañar a su tesoro más preciado, su único y amado hijo, pero se sorprendió cuando, junto a él, apareció una mujer joven totalmente vestida de negro que le llegaba bastante más bajo de su pecho y que mantenía en sus manos dos delgadas espadas con una forma que nunca había visto, pero que demostraban ser muy poderosas.
El rey la miró fijamente pero sin perder de vista todo lo que sucedía a su alrededor y se maravilló de la forma de luchar que tenía aquella mujer y se dijo para sí mismo "pequeña pero peligrosa".
-Yo que usted no miraría tanto –fue lo que la joven dijo y que le ocasionó un sobresalto- Le puedo asegurar que siendo bastante más baja que usted, estos bichos me temen mucho más y puedo matar a mucho más todavía.
-Soy el mejor luchador con espada de Mirkwood –dijo el rey sin delatar su identidad- No hay quien me gane
-¿Se apuesta alguna cosa a que le gano a matar estas cosas tan feas y apestosas?
-Apuesto uno de mis mejores caballos contra una de sus espadas–sonrió confiado el monarca dando una certera estocada contra un uruk-hais.
-Mis katanas de guerra no entran en ninguna apuesta, pero sí una katana de adiestramiento.
-Cuando guste joven dama
Fue entonces cuando se enlazaron en una fiera lucha para ver quien mataba más orcos. El rey Thranduil daba unas estocadas muy precisas y que no fallaban en ningún momento pero empezó a comprender que había cometido un error al subestimar a aquella mujer ya que veía como con sus dos espadas, que se movían a una velocidad que ningún ser podía seguir, elfos incluidos, iban eliminando a muchos más orcos que él y eliminaban con gran facilidad a los uruk-hais.
Una hora más tarde el último de los servidores de Saruman caía abatido por Lord Elrond y por fin se pudo hacer balance de la situación.
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En una enorme sala los heridos estaban siendo atendidos por los sanadores que prestos y eficientes atendían con gran precisión todas las heridas que los guerreros sufrían.
Sandra permanecía sentada en uno de los rincones sin que Nelia ni Arwen la permitieran levantarse hasta que el té de hiervas aromáticas revitalizadoras hiciera su efecto y aliviara su agotamiento. La joven maga sonrió al ver a su amiga acercarse a ella.
Con un sonoro suspiró comprobó que la guerrera ninja no tenía ninguna herida, cosa que había extrañado a todos los que les rodeaban, ya que no había nadie que se librara de cortes, rasguños y contusiones. Lo que sí parecía tener es el claro cansancio que todos padecían. Había sido una noche entera de luchar sin descansar y no había ser vivo que aguantara semejante ritmo.
Arwen tendió a Julia una enorme taza con el mismo té revitalizante que había tomado Sandra e insistió en que se lo tomara en ese mismo instante y sin dejar ni una sola gota.
Sandra se quedó mirado un punto determinado sin que un solo músculo de su cuerpo se moviera. El motivo de su sorpresa era la aparición del elfo más alto que había visto en el tiempo que había estado allí y que seguramente no habría otro tan enorme como ese. Dicho elfo lucía una larga cabellera rubia y marchaba directamente hacia donde el príncipe Légolas estaba siendo atendido.
-¡Arrea la madre! –exclamó la joven maga- ¡Qué tipo más largo! ¿Qué le habrán dado de comer a ese para crecer tanto?
-He luchado a su lado –dijo Julia- Hicimos una pequeña apuesta.
-¿Has apostado algo con él? –los ojos de Nelia casi se salían de sus órbitas
-¿Ocurre algo?
-¿No sabes quien es? –insistió Nelia
-La verdad es que en plena batalla nadie tuvo la delicadeza de hacer presentaciones oficiales, lo único que sé es que lucha bien con la espada
-Claro que lucha bien con la espada –intervino Arwen- Es el mejor elfo manejando la espada de toda la Tierra Media. Es el padre de Légolas, el rey Thranduil del Bosque Oscuro.
-Julia ¿Has apostado contra un rey? –Sandra miraba a su amiga con la sorpresa reflejada en su rostro.
-Sí –su respuesta fue corta y sencilla
-¿Qué apostaste?
-Apostamos uno de sus mejores caballos contra una de mis katanas de entrenamiento al que matara más orcos y uruk-hais
-Y... ¿Quién ganó? –Arwen casi temía hacer esa pregunta.
-Espero que el caballo sea bello –una leve sonrisa se dibujaba en el rostro de la guerrera ninja al contemplar los rostros de su amiga y de las dos elfas. Tenía la impresión de que si en esos momentos alguien quisiera poner una amarga medicina en sus bocas no tendría ningún problema.
Por su parte, el monarca del Bosque Oscuro había pasado cerca de las cuatro mujeres y con una disimulada mirada apreció con gran admiración a la joven mujer que, con gran destreza y poder, le había ganado sin ninguna dificultad. Por más que la observaba no podía determinar de dónde podría provenir una guerrera como ella. Las elfas, todas ellas, eran adiestradas en el manejo del arco, algunas eran muy buenas con la espada pero ninguna podría tener ninguna esperanza contra aquella extraña mujer vestida de negro.
Con paso rápido llegó al lado del lecho que ocupaba su hijo y cuando éste intentaba incorporarse, con sus manos le obligó a tenderse de nuevo.
-Ada –sonrió Légolas
-Descansa, tus heridas necesitan reposo.
-Estoy bien y este lecho puede ser aprovechado por alguien más herido que yo
-Estás herido y los sanadores saben lo que debes hacer, que es continuar reposando.
El príncipe terminó claudicando y rindiéndose a la testarudez de su padre volvió a tenderse en el lecho.
El monarca ya había explicado a su hijo el porqué de su pronta aparición en la ciudad, aunque se guardó muy bien el hecho de que casi no había dejado descansar a sus hombres de tanto que les hizo forzar la marcha.
-Has luchado muy bien, Légolas. Estoy muy orgulloso de ti.
-Gracias, mi señor.
-En la lucha estaba junto con una mujer joven que tenía dos espadas muy extrañas, katanas creo recordar que las llamó. Demostró ser una gran guerrera.
-Lo es, ada. Ha derrotado a Liguerión en todos los campos de lucha y sin ningún esfuerzo.
-¿Derrotó al maestro instructor del ejército de Rivendell?
-Sí –contestó Légolas sonriendo al recordar lo sucedido- y con una de sus katanas partió una espada élfica por la mitad.
-¿Qué hizo qué?
-Es la Dama de las Espadas
-¿¡QUÉ? ¿La Dama de las Espadas? –los ojos del monarca demostraban su estupor- ¿Y se me ocurrió hacer una apuesta contra ella?
-¿Apostaste contra la Dama de las Espadas? ¿El qué?
-El mejor de mis caballos contra una de sus katanas al que matara más orcos –susurró el monarca.
-Espero poder despedirme de Argog –se lamentó el príncipe recordando al magnífico semental gris del rey, sabiendo ya quien había ganado la apuesta sin que nadie le dijera el resultado, pero sonrió al ver quienes se estaban acercando a ellos.
-Hola Légolas –saludó Julia-. Espero que tu herida no te esté molestando mucho.
-Ya estoy bien, aunque mi padre no permite que me levante. Mi señor –dijo girándose a su padre- os presento a Julia, la Dama de las Espadas y a Sandra –señalando a la otra joven que estaba a su lado- la Gran Maga Blanca. Julia, Sandra –dijo señalando después a monarca- mi padre, el rey Thranduil de Mirkwood.
El Rey, más sorprendido que antes, inclinó su cabeza en señal de saludo y tremendo respeto hacia las dos mujeres. Sabía de su existencia gracias a los mensajes que Lord Elrond le enviaba para ponerle al tanto de todo lo que ocurría. No esperaba que esos dos personajes tan importantes fueran las dos jóvenes mujeres que tenía frente a él.
Sandra también inclinó su cabeza con una gran reverencia, tal y como le habían ido explicando en el protocolo élfico mientras que Julia lo hizo pero mucho más levemente, aunque dadas las costumbres de la guerrera, aquella pequeña inclinación era una gran muestra de respeto.
-¡Thranduil! ¡amigo mío! –Lord Elrond no tardó en acercarse al grupo y saludar a su viejo amigo.
-Elrond –el rey elfo sonrió amigablemente al señor de Rivendell- No sabes cuánto me alegro de poder comprobar que estáis todos bien.
-Gracias a tu providencial llegada
-Varios de mis exploradores me anunciaron que habían visto un gran ejército de orcos venir hacia aquí y no me lo pensé dos veces –contestó Thranduil al mismo tiempo que ponía su mano sobre el hombro sano de su hijo.
-Y también te alegrarás que tu hijo esté bien.
-Más que nada en este mundo –reconoció el monarca
-Veo que ya conoces a la Dama de las Espadas y a la Gran Maga Blanca
-Así es –el rey volvió a inclinar la cabeza hacia las dos mujeres- He tenido el gran honor de luchar al lado de la Dama de las Espadas, a la que el título le hace poca justicia –todos le miraron sorprendidos- Su título bien podía ser la Gran Dama de las Espadas.
-El rey me halaga –contestó Julia sonriendo levemente- pero creo que exagera un poco.
-No lo hace –contestaron Lord Elrond y Légolas al mismo tiempo.
-Julia, te ves cansada –comentó Légolas
-Un poco sí que lo estoy, pero no tardaré en ponerme bien
-Ha sido una noche de lucha sin descanso ni tregua, que estés cansada es lo más normal del mundo –dijo Lord Elrond-. Todos estamos cansados. ¡Haldir! –llamó al elfo.
-¿Lord Elrond? –contestó el enorme elfo acercándose al grupo e inclinando la cabeza ante el Señor de Rivendell y el Rey de Mirkwood
-Por favor, acompaña a Julia a sus habitaciones y cerciórate de que toma alimento y descansa y también es hora para ti de reponer fuerzas. Nelia, por favor acompaña a Sandra y asegúrate que también toma alimento y reposa. A todos nos hace falta recuperar las fuerzas perdidas.
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Paseaban por las calles de la ciudad gozando del canto de los pájaros y del aroma de las innumerables flores que adornaban los jardines.
Lord Elrond explicaba a Thranduil, que caminaba a su derecha, todos los eventos desde que las dos jóvenes habían llegado a la ciudad e intentaba describir cada detalle con la mayor exactitud posible.
Sandra y Julia estaban tras ellos, un poco alejadas, acompañadas por Légolas, Nelia y Arwen, ya que tanto Aragorn como Haldir se habían sumado a las patrullas que revisaban los alrededores para asegurarse de que la tranquilidad reinaba en la ciudad.
Sultán y Sombra no perdían de vista a los dos grupos de paseantes como si quisieran cerciorarse que ningún mal les alcanzara. Después de su actuación la noche pasada contra los orcos, todos los habitantes de la ciudad les miraban con mayor respeto todavía.
Cuando llegaban a uno de los jardines Thranduil se giró para mirar a la guerrera ninja.
-Debemos ponernos de acuerdo para entregaros el premio de la apuesta.
-Así es –contestó Julia- pero no hay prisa, yo ya tengo tres caballos.
-¿Tres caballos?
Asintiendo con la cabeza, la joven guerrera lanzó un agudo silbido que se pudo escuchar desde todos los rincones de Rivendell. Instantes después el ruido de unos cascos golpeando el suelo llegó a todos los presentes y los que lo causaban no tardaron en aparecer.
El rey elfo se quedó total y absolutamente estupefacto al ver ante sí a tres magníficos sementales. Uno de ellos tan negro como la noche sin luna y de pelaje brillante que resplandecía con los rayos del sol. Otro era de un blanco inmaculado y ninguna mancha se encontraba en su pelaje que parecía reflejar el brillo del sol. El tercero causó más sensación que los otros ya que nunca había visto nada igual. El noble animal era de piel torda pero con las crines y los pelos de la cola de un rubio amarillento.
Los tres poseían crines tan largas que les sobrepasaban sus cuellos y casi les llegaban a la altura de las patas, y el pelo de sus colas casi arrastraba por el suelo. Se les veía una gran fuerza y sus ojos reflejaban un amor sin límites hacia su dueña.
Thranduil no se recuperaba de su sorpresa y su boca estaba tan abierta que casi podía caber de una sola vez una manzana entera.
Los tres sementales los rebasaron y siguieron su alegre galope hasta llegar al lado de la guerrera ninja buscando sus ansiadas caricias.
Lord Elrond miraba divertido a su viejo amigo y decidió que ya era hora de que reaccionara por lo que puso su mano en la barbilla del rey y le cerró la boca ya que el cuadro que ofrecía no era muy digno de la nobleza.
-Son magníficos –susurró el rey- los caballos más fuertes y bellos que haya podido ver en toda mi larga vida.
-Son de pura raza española
-¿Qué raza es esa? –su extrañeza se reflejaba en el rostro.
-Una raza de caballos del mundo de donde Sandra y yo provenimos.
-Debe haber unos magníficos animales allí
-La verdad es que no muchos –reconoció la ninja-, los aviones y los coches los suplen.
-¿Qué son esas cosas?
-Medios de transporte. Légolas ya subió a uno de ellos –contestó la joven al mismo tiempo que Légolas al recordar su aventura en aquel monstruo palidecía intensamente y mostraba un puro terror en el rostro.
-No me lo recuerdes –rogó el príncipe elfo.
-Julia –dijo el rey en un tono más animado- Tenemos que planear un viaje hacia la ciudad de Mirkwood. Así descansaríais las dos y podrías empezar a visitar diferentes lugares de la Tierra Media. Llevad también a vuestros magníficos caballos. La verdad es que tengo unas cuantas yeguas a quienes les encantaría un encuentro con vuestros sementales. Os prometo que los cuidaremos con el mayor mimo y delicadeza.
-Majestad –intervino Arwen- primero íbamos nosotros con nuestras yeguas.
-Yo también tenía pensado pediros el favor –añadió Lord Elrond
Las dos amigas estaban que ya no podían contener las risas al ver cómo los elfos que los rodeaban estaban casi peleándose para poder conseguir que sus yeguas se aparearan con los tres sementales y así obtener unos caballos mucho más fuertes y hermosos de los que ahora tenían.
-Traigan a sus yeguas –terminó diciendo Julia-, pero que sean bastantes. Mis caballos deben tener las suficientes como para no pelearse entre ellos.
Nada más terminar de decir eso, Julia no pudo reprimir una sonora carcajada, ya que tanto Arwen, como Lord Elrond y el rey Thranduil corrían a hacer que prepararan a sus yeguas mientras que el príncipe elfo se quedaba haciéndoles compañía y riendo alegremente por la situación creada.
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El salón estaba decorado con sus mejores galas para la fiesta que se había preparado para dar la bienvenida al rey Thranduil.
Todos vestían con sus mejores galas. A pesar de que la amistad que unía al Señor de Rivendell y al Rey de Mirkwood databa de milenios eran pocas las veces en las que los dos grandes señores coincidían y la ocasión lo meritaba.
No quedaba ya ninguna señal o indicio de la lucha que habían mantenido y cualquiera que mirara la ciudad y a sus habitantes diría que aquel duro encuentro nunca había sucedido.
Para una ocasión tan especial Arwen se había ocupado personalmente de aconsejar a su hija mayor sobre el atuendo perfecto para una celebración como aquella. Una vez quedó satisfecha, junto con Therese fueron a buscar a Nelia para elegir un lindo vestido para Sandra e intentar aconsejar a Julia.
Después de lo ocurrido con la ropa de la guerrera ninja nadie se atrevía a hacerle cualquier comentario sobre lo que se tendría que poner y, por descontado, todos se abstenían de intentar inculcarle la moda élfica.
-¿Han conseguido los tejedores lograr un tejido apropiado para la ropa de la Dama de las Espadas? –quiso saber Arwen.
-Llevan horas de trabajo y no han conseguido dar con la fibra que Julia desea –negó Nelia con la cabeza-, e intentar lograr el mismo tipo de ropa que el que fue destruido lo consideran imposible.
Cuando llegaron al pasillo en donde se encontraban las habitaciones de las dos amigas, las elfas se quedaron paradas por la sorpresa. No esperaban ver lo que sus ojos les moraban.
Sandra y Julia ya habían salido de sus habitaciones y estaban hablando tranquilamente en medio del pasillo.
La Gran Maga Blanca había escogido un precioso vestido azul cielo mezclado con plata y oro con mangas largas confeccionadas con gasa de los mismos colores. Una fina diadema de oro adornaba su largo cabello.
La Dama de las Espadas había escogido un atuendo de pantalones negros y una magnífica túnica en plata, ajustada con un cinturón de cuero, que le llegaba hasta los pies y abierta por los lados hasta llegar a la cintura para así asegurar una mayor libertad de movimientos. Como adorno lo único que llevaba era una fina cadena de pequeñas perlas alrededor de su cuello. Una katana negra y otra de color plata permanecían colgadas en su espalda haciendo juego con la ropa que llevaba. En su mano derecha, mantenía firmemente sujetas otras dos katanas también de color plata.
Cuando las elfas se unieron a ellas la risa era la tónica general de la conversación. Todas recordaban como después de salir corriendo, junto con Lord Elrond y el rey Thranduil en busca de sus yeguas, ninguno de los tres había encontrado alguna que estuviera en el momento idóneo para un encuentro con los sementales de la guerrera.
Al llegar al salón ya casi todos estaban en sus respectivos asientos y marcharon directamente hacia la mesa principal en donde un grupo de hombres las miraban sorprendidos.
De las otras mesas leves rumores se levantaron ante la aparición de la joven guerrera con el atuendo que había elegido. No eran rumores de desagrado o crítica, eran rumores y frases llenas de admiración.
-Buenas noches mis queridas y hermosas damas –saludó Lord Elrond con una gran sonrisa.
-Buenas noches a todos –saludaron las recién llegadas.
-Mi buen amigo Elrond es realmente afortunado al contar entre los comensales de esta mesa con damas tan hermosas y elegantes como todas vosotras, aunque reconozco que eso me hace gran honor, así puedo disfrutar de vuestra compañía.
-El rey nos honra con sus halagos –dijo Arwen sonriendo al monarca.
-No hay duda de que es todo un caballero –afirmó Sandra
-En fórmulas de etiqueta no me pronunciaré –comentó Julia mientras sonreía amigablemente-, pero sí que lo haré como a los dos grandes señores que son.
Todos en la mesa se quedaron asombrados y a la expectativa de ver qué era lo que la Dama de las Espadas tenía que decir.
-Es para mí un honor hacer entrega a Lord Elron y al Rey Thranduil de estas dos katanas –dijo al mismo tiempo que mostraba a los dos grandes señores las katanas que llevaba en su mano- No han sido usadas por nadie y necesitan a un gran guerrero que las valore como lo que son, las más absoluta perfección en el arte de construir una gran espada.
Dicho eso tendió una katana a cada uno de los dos elfos y estos se quedaron ensimismados mirando el tranquilo rostro de la guerrera y el preciado e invaluable obsequio que les era entregado.
-No lo entiendo –dijo Thranduil-, pero si perdí la apuesta.
-Perdió una apuesta por una katana de entrenamiento, este es un obsequio de amistad.
-Se pueden contar con los dedos de una mano los que han sido agraciados por un obsequio de Julia –intervino Sandra, haciendo ver a los dos elfos la importancia que tenía ese regalo-. Es una muestra de admiración y respeto. Una admiración y respeto que deben ser fielmente atesorados.
-Estoy profundamente emocionado por recibir algo tan preciado –dijo Lord Elrond tomando la plateada katana e inclinado su cabeza en respuesta al inapreciable honor del que había sido objeto.
-Será mi tesoro más preciado y ocupará un lugar de honor en el gran salón del trono. Juro por lo más sagrado que la honraré y me haré merecedor de poseer tan invaluable presente.
-Solo una aclaración –dijo Julia haciendo que todos se la quedara mirando fijamente-. Son katanas de guerra, no de entrenamiento. Solo pueden ser sacadas de su funda para la lucha y para matar, no para entrenarse. Ahora pueden sacarlas para ser admiradas, pero una vez dentro de su funda, su único uso ha de ser el de la lucha. Sería una deshonra utilizarlas para practicar.
Asintiendo, los dos elfos sacaron las katanas de sus respectivas fundas y quedaron fascinados por el enorme brillo del metal y su afiladísimo acero. Volviéndolas a guardar, se las colgaron en la espalda y volvieron a sentarse en la mesa. No pensaban dejar a un lado el magnífico regalo que habían recibido.
El silencio que había reinado en el salón se había roto con un gran aplauso por parte de todos los asistentes y la cena continuó de forma animada y distendida.
-He de confesaros –decía Thranduil- que me quedé totalmente impresionado por vuestra destreza en la lucha.
-Julia es la mejor –afirmó Sandra- No tiene rival ni en la lucha cuerpo a cuerpo ni en la lucha con espadas.
-Me haríais feliz si me permitierais realizar con vos un entrenamiento completo.
-¿Completo? –preguntó la guerrera con mirada sorprendida.
-Total y absolutamente completo –insistió el monarca
-¿Completo completo? –insistió la guerrera con una mirada que mostraba su incomodidad
-Es lo que os estoy pidiendo ¿Ocurre algo extraño? –Thranduil no entendía el cambio de actitud de la guerrera.
-Lo que ocurre –intervino Sandra- es que un entrenamiento total y absolutamente completo como deseáis, casi siempre acaba con la muerte de uno de los contrincantes.
-Entonces que sea semi-completo –se apresuró a intervenir Légolas, que sabía a la perfección quien acabaría con mal fin si aquel entrenamiento se llevara a cabo.
-Eso es más comprensible –asintió la guerrera sonriendo al fin- Mañana por la mañana, después del desayuno.
-Estoy impaciente por empezar.
-Ya veremos si sigue igual cuando termine –susurró Légolas a Aragorn.
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Hasta aquí este capítulo. Espero que os haya gustado.
No he podido actualizar tan pronto como me habría gustado pero sigo con mis propósitos de hacerlo lo más pronto posible.
Millones de gracias a PauMalfoy, Sonia11, Ginebra, HADA, Amazona Verde, Lucía, Demona, Eladreaw por sus maravilloscomentarios que tanto me animan y tan feliz me hacen.
Responderé todos los comentarios de forma personal por la opción reply de la web y a los que me dejéis dirección de correo electrónico.
HADA: Has deducido bien, Sandra ha tenido que luchar muchísimo para lograr sus propósitos y al menos ella no está dispuesta a que otras mujeres sufran lo mismo. Qué razón tienes, todo iría mucho mejor con las mujeres al frente de todo. La verdad es que Tierra Media no sabe bien lo que les ha caído en cima con la llegada de las dos amigas. Espero que este capítulo también te haya gustado. Un abrazo inmenso.
Amazona Verde: Desde luego que a Julia no le gustó un pelo lo que le hicieron a su ropa y sin su permiso, eso les costará más de una preocupación a los elfos. Tanto Sandra como Julia no soportan en machismo. Me temo que o empiezan a cambiar de forma de pensar o los habitantes de Tierra Media tendrás bastantes problemas. Me alegra muchísimo que te haya gustado el capítulo, espero que este también te guste. Un abrazo inmenso.
Cuidaros muchísimo.
Besos y abrazos para todos.
