Mientras las ideas que planeaba para el entrenamiento del chico se escribían en el pergamino en su mano, la magia recorriendo sus venas burbujeaba lentamente con el recuerdo de la humillación del muchacho.
Como introducción a la magia sexual, había llevado al chico al cuarto de baño en sus habitaciones y le había enseñado, lentamente y con absoluto lujo de detalle, cómo debía preparar su cuerpo cada vez que así se lo ordenara. Habiéndole ordenado no eyacular hasta recibir la orden de liberación, con sus dedos enterrados hasta los nudillos en el chico, el joven mago había resbalado, caído de cara al piso y volcado la tina de cobre cuando intentó incorporarse.
Oh, el gruñido de orgullo mancillado que esa garganta había lanzado entonces… Había sido un verdadero afrodisíaco. Aún lo era.
Con el recuerdo de ese rojo cubriendo hasta el cuello del chico que movía las manos en un intento de cubrir la vergüenza en su gesto, se acomodó en el sofá y llevó la mano libre distraídamente hasta su entrepierna. Se acarició lentamente mientras se preguntaba si debía incluir humillaciones en el futuro del chico; bien sabía que el Señor Tenebroso también se servía de ellas. Pero también sabía que las palabras de Lucius contenían una verdad innegable. La precaución, que el mago había mostrado a su forma, la causaba un par de experiencias compartidas hacía años.
Lucius había visto en primera fila el nivel de humillación que podía causarle a un participante dispuesto. Una parte Legeremancia y otra parte desquitarse con otros por aquello en lo que su vida se había convertido, humillar a otros era lo que hacía efervecer la magia en sus venas. Era tal la sensación, que parecía adictiva.
El recuerdo de aquella vez, y su mano atendiendo su entrepierna, lo hicieron soltar un gemido de placer. Así lo encontró el muchacho ese día a las seis de la tarde. Consciente de la mirada clavada en lo que hacía su mano menos casta, sintió el interés del muchacho exhudando desde su mente.
Sin prestar atención a la llegada del chico, se preguntó si el siguiente paso en esa metafórica poción era enseñarle al joven algunas posiciones de la esclavitud. Teniendo la ventaja añadida de permitir al chico expresar ciertas cosas sin palabras, podría ayudarlo a enfocar su mente y su actitud a ser más obediente.
—Estoy planeando la siguiente etapa de su entrenamiento, señor Potter —dijo sin detener la mano moviéndose en su entrepierna.
Sonrió de lado al ver agitado al chico quien, claramente, ponía más interés en la media erección que veía que en las palabras que se le dirigían.
—Ven aquí, Harry —ordenó suavemente—. Usa tu boca.
El chico llegó haciendo gala del entrenamiento aprendido hasta el momento y se arrodilló entre sus piernas en un solo movimiento. Se acercó lentamente y usó ambas manos para desabrochar el pantalón.
Lo abofeteó de inmediato.
—Repita la orden que le di —ordenó secamente.
—Que use mi boca, señor —dijo el muchacho sin girar la cara hacia el frente.
Los ojos abiertos del chico, incluso tras las gafas chuecas por el golpe, delataban el horror que le invadía.
—Entonces, ¿por qué usa las manos? —espetó—. Un error más de éstos y le cortaré ambas —amenazó.
El chico tragó con fuerza y asintió una vez. Incapaz de pronunciar más palabras, llevó su boca al cierre de los pantalones negros.
Tras jalones y la clara torpeza de la falta de experiencia, logró liberar el miembro ahora completamente erecto. Dejando al chico hacer sobre la piel sensible, se concentró de nuevo en el pergamino. Tras darle la indicación de usar la lengua para la tarea, el chico se engalanó con la ejecución.
Con la atención puesta en la sensación que el chico le causaba, dejó de leer la impropiedad de las frases que ahora se escribían y la confusión en las ideas plasmadas en tinta mágica. Con la mano casta arrugó el pergamino y la indecente la llevó al cabello negro eternamente despeinado. Guiando suavemente la cabeza del chico, se llevó cada vez más profundo en su boca.
El chico obedeció primero hasta lograr un ritmo fácil. Cuando se sintió confiado en la labor que realizaba, el chico lo llevó más profundo y hasta la garganta. El arco reflejo fue inmediato. Y, entre tosiendo y evitando las arcadas, el chico se apartó.
La excitación que sentía en su cuerpo la transformó en magia y liberó aquella fuerza incendiando el pergamino que sostenía en la diestra. El fuego de la chimenea se expandió en una llamarada que duró lo mismo que el papiro en quemarse.
El chico miró el despliegue de magia intentando mostrarse ecuánime. Lo logró en mayor medida. Cuando se forzó a componer el gesto, bajó también la mirada al suelo. Sabiendo que ese gesto no era parte de sus enseñanzas, sino del temor del chico, le acarició la quijada para que lo mirara al fin.
—Lo hiciste bien, Harry.
… para ser la primera vez. Pero eso no se lo dijo.
La sonrisa del chico le dijo más del alivio que sintió que cualquier pensamiento que hubiera escapado de su mente. Como premio, lo besó ligeramente sobre los labios y sólo después de premiarlo se vistió de nuevo.
—Uhm... —dudó el chico—. ¿El pergamino en el que trabajaba, señor?
Soltó una risa ligera ante la preocupación del chico.
—No dejaría algo como eso sin quemar —explicó apaciblemente—. Escribo las cosas para ordenar mis pensamientos; quemo los pergaminos para guardar mis secretos. Venga aquí, Harry —lo invitó al sofá.
El chico se levantó del piso y tomó asiento en el lugar indicado, dejando entre ellos la distancia justa entre estar separados y estar al alcance de la mano.
—Con las fiestas por llegar tendremos que modificar nuestro entrenamiento. Dependiendo del lugar donde vaya a pasar las fechas podríamos adaptar algún… ejercicio u otro, pero lo verdaderamente importante es que mantenga el secreto de qué, por qué y para qué hacemos esto —esperó a que el chico asintiera antes de continuar—. Dicho esto, creo fervientemente que Dumbledore convocará una reunión de la Orden, el cuándo y el para qué lo desconozco aún, pero temo que pronto se convocará a una. No puedo confiar en que el viejo tonto mantenga esta nueva estrategia en secreto aunque me inclino a pensar que si la revela, Black causará una escena. Tome mis precauciones como paranoia si gusta, señor Potter; pero, en caso de que suceda, deberá comportarse como un buen espía.
—No lo pensaría, señor. No pensaría que es paranoia —explicó—. Entiendo que al decir "buen espía" se refiere a que guarde el secreto del entrenamiento, a no mostrar mis pensamientos y a observar, ¿me equivoco?
—Principalmente, Harry; compórtate de la manera en que ellos esperan que te comportes y no reveles tus verdaderas intenciones. Para esto, vamos a fijar un objetivo. En caso de que pases las fiestas con los Weasley, descubra por sí mismo los secretos del joven Percy Weasley; si pasa las fiestas con su padrino, tráigame la bitácora de Regulus Black.
—¿Quién es Regulus Black, señor?
Suspiró ante los recuerdos de sus años de estudiante en el Colegio, la ceremonia para recibir la marca tenebrosa y cuando se enteró de su muerte. A pesar de ir un año más bajo que él, había sido uno de los pocos a los que había llamado "compañeros" en esos años. Contrastando en mucho la personalidad del hermano mayor, Regulus había sido uno de los pocos con los que había compartido palabras amenas y un par de bromas de vez en cuando. El muy bastardo siendo una de las primeras razones para aprender oclumancia.
—Es el hermano menor de su padrino, señor Potter. También esto —dijo mientras, con un movimiento de varita, hacía aparecer una bolsa de terciopelo negro con el frasco que contenía el recuerdo plateado—, deje esto junto a usted mismo. Tiene tajantemente prohibido abrir la bolsa antes que se reencuentre a usted mismo. ¿Debo agregar que es una orden? —preguntó con un toque de sarcasmo.
—No, señor —dijo con una sonrisa comprendiendo la broma inherente en el tono.
—¿Tiene deberes asignados?
—Un ensayo de veinte pulgadas de largo para el profesor Flitwick y uno de tres pies para el profesor de pociones.
—Ese profesor debe ser todo un cretino —dijo sencillamente.
—Sólo a veces —dijo ligeramente—. Esta no es una de ellas.
—Y debe sentirse muy afortunado de enseñarle —dijo con sarcasmo escurriendo de cada sílaba.
El chico rió a gusto.
—Tendría que preguntarle eso a él, señor.
Se levantó del sofá para que el chico no viera su sonrisa. En verdad, el muchacho comenzaba a leerlo suficientemente bien como para permitir las bromas entre ellos.
—Tiene tres horas para terminar sus deberes. Esta noche le enseñaré a caminar con las sombras.
Emocionado, el chico comenzó a sacar cosas de su mochila.
—¿Puedo usar los libros que tiene aquí, señor?
—Puede intentarlo.
Sería toda una hazaña para el joven poder anular, desmantelar o traspasar los hechizos que tenía en sus libreros. Si podía, sería bienvenido a cualquier información que estos contuvieran.
El chico terminó su tarea más tarde de lo esperado, pero se había empecinado en usar un libro específico y el hechizo que lo resguardaba no era de los más sencillos. Con la tarea terminada, salieron a recorrer el castillo para mimetizarse con la sombras.
Las noches pasaron mientras afinaban la habilidad del muchacho para deslizarse en la oscuridad sin ser visto y, como había sospechado, mientras la sociedad mágica se preparaba para las fiestas, fue llamado a una reunión de la Orden del Fénix.
Hacía años, muchos años, que no pensaba en la vida y desaparición de Regulus Black. Sabía que algo había pasado con el hombre, muchacho realmente, para que hubiera dejado de presentarse a las reuniones de mortífagos poco tiempo después de recibir la marca tenebrosa. Sabía, con seguridad, que ese algo había sido especialmente malo sobre todo por el entusiasmo que había demostrado ante el Señor Tenebroso en las reuniones. Y sabía, sin duda alguna, que el muchacho había muerto porque sólo muerto, o en Azkaban, alguien con la marca tenebrosa osaría desoír el llamado. Y, estando en Azkaban, sólo era cuestión de tiempo el regresar a su lado.
De vuelta en esa casa sombría y vieja sus pensamientos volvieron a extraviarse ante ese compañero de escuela. La cara del Black que había sobrevivido lo recibió como siempre: con desprecio. Algunas cosas tenían una retorcida forma de nunca cambiar. Torció una sonrisa ante el pensamiento y el anfitrión. Si alguien le hubiera preguntado, sin dudarlo habría dicho que el sobreviviente de la primera guerra había sido el Black equivocado.
Para cuando tomó asiento en la mesa de la cocina, los Weasley, Shacklebolt y Nymphadora Tonks ya se veían cómodos entre humeantes tazas de té, bocadillos y conversaciones sin sentido. Al entrar hizo un gesto que podía ser considerado un parco saludo que pasó desapercibido.
Cuando su antigua estudiante hizo un gesto por reconocerlo, Dumbledore apareció a la cabeza de la mesa. A su lado iba Potter, aún viéndose descontrolado por la aparición. La presencia del chico enmudeció las conversaciones y hasta los saludos.
—¿Harry? —soltó Black, sorprendido, tras segundos de silencio y ya yendo al chico.
Dumbledore lo hizo callar con un gesto de mano y una sonrisa condescendiente.
—Antes de comenzar la reunión, quiero desearles a todos felices fiestas —comenzó el anciano—. Espero que estos días puedan pasarlos con paz y felicidad rodeados de sus seres queridos.
Habiendo dicho eso, Dumbledore puso la diestra sobre el hombro del chico y, sin soltarlo, dio un paso para acercarse a su espalda y la otra mano la usó para rodearlo. Al final, pareciendo que abrazaba al chico, el viejo manipulador nunca se había visto más posesivo… hasta que le dirigió una mirada directamente a él.
Paranoia o no, sintió que el gesto —no sólo la mirada— y las palabras, tenían un significado diferente dirigido a él. Bien servían para el resto, pero sólo en él se había clavado la mirada de esos ojos azules. Endureciendo sus escudos mentales, y no siendo tan suicida como para intentar leer la mente del anciano, apostaría que el mensaje oculto de Dumbledore era decir "El chico es mío".
Más que la codicia que en su infancia había aprendido a reconocer en la mirada de Tobías, aún podía reconocer una amenaza implícita.
En la periferia notó al muchacho viéndolo con un gesto diferente al que se hubiera esperado de "El niño-que-vivió-para-ser-el-favorito-de-Dumbledore".
Bufó con sorna y "discretamente" volteó la cara con desprecio mientras el resto devolvía los "buenos deseos" del anciano. Black se acercó al muchacho para comenzar a decir cualquier cosa mientras la señora Weasley comenzaba un pleito por la potestad del chico.
—Molly, Sirius —llamó el anciano con una sonrisa paciente—, después podrán discutir quién alojará a Harry en estas fechas, antes de eso me gustaría tocar un punto importante para la Orden.
Tras su orden velada, los adultos volvieron a comportarse como tales.
—Aunque no es seguro dar demasiada información por el momento, quiero asegurarles que Harry mismo está de acuerdo conmigo en esto. Tengo que pedirles, una vez más, que confíen en mí y que confíen en Harry; quien, en condiciones poco óptimas, está haciendo su mayor esfuerzo para prepararse en una nueva estrategia que estamos siguiendo. Pronto Harry participará de manera más activa en nuestra lucha. Por esto les pido que apoyen y confíen en Harry aún cuando quieran dudar de él. Cuando duden de él, recuerden las adversidades que ha pasado y los lazos de amor y amistad que los unen entre ustedes.
Cuando todos los reunidos alrededor de la mesa se miraron los unos a los otros con confusión, él esperó el siguiente movimiento del chico. Lo que hiciera —y cómo lo hiciera— diría más del muchacho que lo que sucedía en sus habitaciones privadas.
—Albus, ¿a qué te refieres con que participará de manera más activa? —soltó Black en una queja tensa pero sosegada.
—Sirius, me refiero a que con esta estrategia Harry estará mejor protegido.
—Director —interrumpió el chico sonando tanto demandante como ansioso—. Ron y Hermione… —insistió.
Y el chico parecía a punto de jalar la manga de la túnica del anciano como si estuviera haciendo un berrinche… tal vez estaba exagerando con su imagen mental; pero el chico estaba logrando una buena representación de una demanda hacia alguien que lo tenía bajo su poder.
Torció un gesto con desprecio mientras se burlaba del muchacho.
—Qué sucede, señor Potter, ¿es incapaz de hacer algo sin su séquito?
—No lo entenderías, Quejicus —ladró Black—; ya que nunca has tenido amigos.
—Así como tú no entenderías lo que es ser útil, Black. ¿Ya aprendiste a sacudir las alfombras? —se burló del encierro del mago.
—Creo que ese es problema mío… profesor —respondió el chico con la voz tensa y la indignación apenas controlada, la arrogancia justa y hasta el mismo toque de burla que en sus pasados enfrentamientos.
La respuesta del chico, también, sirvió para detener a Black de levantarse del asiento y encararlo.
—Está bien que se preocupe por sus amigos, Severus —reprendió el anciano queriendo sonar paciente pero sólo logrando sonar condescendiente—. Con respecto al joven Weasley y a la señorita Granger. Kingsley, ¿podemos hacer algo al respecto?
No se perdió el gesto de Shacklebolt. Ligeramente desconcertado, ligeramente confundido, tomó casi un segundo antes de afirmar con deferencia.
—Por supuesto. Pondremos a algún Auror a protegerlos. La pregunta que resta hacer es, ¿de qué los van a proteger, Dumbledore?
—Severus —llamó el mago y, en su tono, quedaba clara la demanda.
El momento del llamado, sin embargo, lo hacía parecer como si les advirtiera al resto que el peligro era él y no el Señor Tenebroso... o Dumbledore mismo.
Sin permitirse cerrar los ojos con fastidio, rezongar o defenderse de la posición en que lo dejaba el anciano; asintió al llamado y forzó su gesto a permanecer impertérrito. Sabiendo que no podía decir toda la verdad y forzado a explicar lo que se demandaba de él, ganó tiempo al recorrer la vista sobre los presentes.
Enterar a la Orden que el Señor Tenebroso quería a Potter de su lado sería caer directamente en las manos de Dumbledore, quien había estado manejando las cosas para llegar a este punto. Sus gestos hacia el muchacho, las palabras perfectamente pensadas... tenía que pensar en esta reunión como algo más que sólo una informativa, y no sólo se trataba de ponerlo a él en su lugar o dejar de facto el lugar que tenía al tener a Potter. Aunque no supiera —aún— de qué se trataba esta reunión, cada vez más parecía ser una prueba hacia él. Como si Dumbledore quisiera asegurarse de que aún le obedecía.
Enterar a la Orden que él estaba entrenando al chico como espía haría que Black se enfureciera, que se indignara… lo haría humillarse él mismo; probablemente terminara atacándolo. Si esa fuera la reacción, podría hacerle mucho daño al animago, alegar que había sido defensa propia y salir casi impune de atacar a Black… pero el chico aún no estaba preparado para ello. Sabía, o temía, que al decir esto, el chico se relajara y detuviera a un Black en pleno ataque dejándose de comportar como le había ordenado comportarse. Si hablaba con esa verdad, el chico lo tomaría como libertad para hablar también, lo que causaría que desobedeciera el secreto impuesto, lo que se convertiría en él terminando el entrenamiento y, eso, causaría que él incumpliera la orden del mago oscuro… lo que causaría su muerte. Una agónica tortura y una muerte lenta.
Y no se iba a dejar matar tan fácilmente.
—Lo mismo de siempre —arrastró las palabras—: de los magos oscuros, de la cruel realidad y de su propia estupidez.
—¡Ellos no son estúpidos! —rugió el muchacho con los puños apretados y temblando a los lados del cuerpo.
—Oh —dijo divertido y sonriendo cruelmente—, pero no niega que usted lo sea, Potter.
Ante el rugido enfurecido de Black y las críticas del resto hacia su comentario y sus acciones, sólo se centró en la reacción del chico y del anciano.
El uno se había puesto colorado de furia; el otro suspiraba condescendientemente.
—Basta, Severus —aleccionó Dumbledore—. Eso no era necesario.
Tronó la boca, volteó la mirada y cruzó los brazos sobre su pecho. Que Albus Dumbledore no lo creyera necesario no quería decir que no lo fuera; pero el anciano no tenía porqué saber cuán necesario había sido el comentario. Y no se refería al sentir su magia despertando por las humillaciones causadas.
Dándole al anciano por su lado, el resto de la reunión permaneció callado y hosco. Ni siquiera cuando a la señorita Tonks le dieron la responsabilidad de cuidar al par de adolescentes volvió a hacer comentario alguno.
Al terminar esa farsa, fue el primero en retirarse.
—Profesor Snape, ¿puedo robarle un momento?
—Señorita Tonks —aceptó deteniendo su marcha.
—Este… es que yo…
—Dígalo, señorita Tonks —ordenó cortante.
—¿Qué pasa? Se ve tenso —comenzó la chica, obviamente dando un rodeo.
—Siempre estoy tenso —ladró su respuesta. Estaba claro que la chica Auror no lo había detenido para preguntar por su estado mental.
—¿Qué le serviría para relajarse? —preguntó con una sonrisa inocente.
—Que acabe la guerra. No detuvo mi marcha para intercambiar cortesías —la apresuró—. ¿Qué requiere de mí? —preguntó suavizando el tono, aunque muy ligeramente.
—Tanaceto —dijo en un susurro mientras sus manos iban, inconscientemente, hacia su vientre.
—Infiero que no lo quiere para aplicación tópica —respondió lentamente. Cuando la mujer negó en silencio apenas alzó una ceja incómoda para guardar sus pensamientos con respecto al abortivo—. Mande una lechuza a Hogwarts tras las vacaciones y le mandaré la poción correspondiente. Y, señorita Tonks...
—¿Profesor? —dijo tras un largo silencio.
—Si su petición es por la misión que le dieron… —se interrumpió él mismo antes de dar vanas esperanzas, ya fuera a él o a ella, de terminar la guerra antes de nueve meses—. De cualquier forma, mande su lechuza o no, es su decisión.
Dicho aquello no se quedó a escuchar las siguientes palabras de la mujer. Se dio cuenta que lo seguía sólo por el ruido de algo cayendo, del aspaviento de la mujer y de pasos apresurados. Entre llamas verdes, se marchó antes que la mujer lo detuviera de nuevo.
De vuelta a sus habitaciones privadas se dejó caer sobre el sofá frente a la chimenea y se permitió un vaso de whisky de fuego para relajar el borde acerado de sus pensamientos. Si otras reuniones parecidas le decían algo, era que Dumbledore sería más fastidioso que regularmente.
Y no se había equivocado. Durante los días de vacaciones, mientras vigilaban a los alumnos que no se retiraban a sus casas, el mago no perdió oportunidad de hablar de Potter, de la Orden y del preocupante estado en el que el Ministerio de Magia se encontraba; nada que preguntar por los Horrocruxes del mago oscuro no evitara, en todo caso.
Días antes que comenzaran las clases, pero cuando el Colegio ya recibía a los estudiantes de regreso, el muchacho se presentó en punto de las seis. Apenas se incorporó en el sofá para verlo entrar, caminar hasta el lugar que siempre tomaba en la habitación y notarlo… restaurado, en cierto aspecto.
Viéndose más lozano, más nutrido y sin el cansancio que se había adueñado del chico al comienzo del ciclo, también notaba que el señor Tenebroso no había estado jugando dentro de la mente del muchacho. Lo cual, como siempre, favorecía que Potter se encontrara cada vez más a gusto con las artes oscuras.
—¿Sucedió algo bueno? —le preguntó al ver el gesto relajado y el brillo en los ojos que las gafas no podían ocultar.
—A veces pienso que me lee la mente, señor —dijo cohibido.
Sí, a veces. Pero no se lo iba a decir, ¿verdad?
En seguida el chico extendió una bitácora con pastas de cuero verde. Cuando abrió el cuaderno, leyó el nombre de Regulus con la elegante caligrafía que el chico había desarrollado con los años.
—El secreto que Percy Weasley guarda incluso de su familia es con respecto a su afiliación. No oculta que está en desacuerdo con su padre, pero está abocado al ministerio y sigue al ministro en todas sus decisiones. Y está buscando rentar un piso en Londres para alejarse de su familia. El resto aún no sabe esto, señor.
Esta vez se sorprendió con el chico. No había esperado que se comportara remotamente bien en la reunión de la Orden, pero lo había hecho y, esta vez, no sólo había cumplido con una, sino con las dos misiones que le había dado. Lo cual, también, implicaba que había pasado suficiente tiempo en ambas casas como para poder realizarlo. O que había revelado el secreto y únicamente pedido que se le entregaran ambos.
—Cuénteme cómo los consiguió, señor Potter —pidió mientras lo veía a los ojos y sondeaba en su mente.
Y el muchacho comenzó.
La bitácora de Regulus la había encontrado en el ático de Grimmauld Place, escondida entre polvo y sombras. El viejo elfo doméstico había perdido un poco más la cordura al no encontrar la bitácora en el lugar y, con eso como excusa, el chico había convencido a Black para celebrar las fiestas en La Madriguera; no había vuelto a la vieja casona. Con vino y algarabía, el una vez prefecto de la casa Gryffindor había revelado secretos en confesión. No contento con lo que había escuchado, montó una excursión al Ministerio de Magia para seguir al mago.
—Lo hiciste bien, Harry —dijo apaciguado—. Te premiaré esta vez con…
Se detuvo sólo al ver el gesto compungido.
—¿No desea ser premiado? —retó con una burla ligera.
—Señor —comenzó nervioso, escondiendo un pie tras el otro—, si pudiera… yo… Castígueme, por favor.
Apenas alzó una ceja inquisitiva. En verdad no había esperado que el chico quisiera un castigo como premio… Pero ya, en varias ocasiones, el chico había demostrado los pensamientos tan escabrosos que tenía en la mente.
—Oh —alargó la vocal e imprimió un tono de sarcasmo en su respuesta—. Si hubiera sabido que mis castigos los toma como un premio…
—¡No! —respondió el chico de inmediato—. No, señor. No es eso. Es que… Sirius y Dumbledore... las cosas que dije de usted… Merecen un castigo. Estoy consciente de ello —terminó valientemente.
—¿Lo dijo desde su posición de espía?
—Sí, señor.
En la mente del chico también era verdad.
—Aquello que les dijo a otros, ¿lo cree en verdad?
—Lo hubiera creído antes. No ahora, señor.
Eso también era verdad en la mente del muchacho.
—Usando esa máscara, ¿qué fue lo que aprendió?
—Que Sirius… no. Que al mostrarme de acuerdo con otros, tienden a hablar más. Que, al estar… alterados, hablan sin cautela.
Entonces el muchacho dudó en seguir.
—¿Entiende que esto también le puede suceder a usted?
El chico se quedó callado un par de segundos, frunciendo el entrecejo y desviando la mirada.
—Sí, señor. Lo entiendo —dijo tras pensarlo bien.
—Hoy no le pediré que traicione la confianza que aquellos le dieron con sus palabras, señor Potter; pero debe asumir que alguna vez será necesario hacerlo. Ven aquí, Harry —lo invitó al espacio entre sus piernas abiertas—. Hiciste un buen trabajo y excediste mis expectativas. ¿Quieres la recompensa de siempre o será mi turno de exceder tus expectativas? —preguntó con el tono cargado de promesas.
El cuerpo del muchacho reaccionó primero. El sonrojo le llegó hasta el cuello, su respiración se hizo profunda en una exhalación, sus piernas temblaron ligeramente y, de no ser por las gafas, juraría que las pupilas del chico se habían dilatado también ante la insinuación.
Alzó una mano en dirección del muchacho para apresurarlo, y lo tomó de las caderas para colocarlo de pie dentro del ángulo que formaban sus piernas abiertas. Antes de dejar que el chico lo besara, alzó la playera azul y besó primero.
Comenzó con un casto roce de labios sobre la piel bajo el ombligo. Sintió en los labios la tensión de los músculos ajenos y lamió, con la punta de la lengua, unas pulgadas hacia arriba. El chico se revolvió en su lugar, buscando más contacto. No lo hizo esperar esta vez.
Acariciando el largo de sus piernas desde los muslos, pasó por las nalgas cubiertas por tela y llevó la caricia hasta la espalda por debajo de la ropa. Sujetó al chico por la cintura, cada mano usando fuerza pero sin lastimarlo. Deslizando las manos por el cuerpo del chico, le subió la playera. El muchacho se retorció y arqueó la espalda para ayudar en la labor de desnudarse y pronto quedó en espera de nuevo.
Recorriendo el torso desnudo con las manos, se acercó con labios y lengua de nuevo a la piel. Sus manos fueron hasta la hebilla del cinturón y se detuvieron sólo hasta abrir el botón del pantalón. Sin haber tocado la cremallera, deslizó las uñas por la piel y acarició en su paso hasta alcanzar las lumbares.
Cuando el chico gimió, sonrió aún con los labios pegados a la piel.
—¿Puedo tocarlo, señor? —suplicó el chico, necesitado.
—Puedes hacerlo, Harry —permitió alzando la cara para encontrar la mirada del muchacho.
En un segundo, los labios del chico se estrellaron con los suyos en un beso tan demandante como necesitado. Sólo se despegó de los labios ajenos para recargarse en el respaldo del sofá. Los labios del chico siguieron los suyos y, jalando de nuevo al chico por la cadera, lo llevó sobre sus piernas. Lo jaló por las nalgas para unir sus erecciones aún cubiertas y la fricción entre ellas lo obligó a deslizarse un poco sobre el sofá. El chico gimió en el beso.
Con las rodillas del muchacho sobre el mueble y sus caderas en movimiento, abandonó los labios del chico para favorecer el cuello. Las manos del joven buscaron los botones de su ropa. Con una mordida en el cuello y un sonido de aprobación, lo alentó a que siguiera.
Un hormigueo nada placentero le recorrió por la columna justo antes que dejara al chico de espaldas sobre el sofá. Gruñó y se tensó por completo: había problemas con sus serpientes. Detuvo al chico con una mordida ligera en la quijada.
—Un estudiante está en algún tipo de peligro, Harry —dijo al tiempo que separaba el cuerpo ajeno. Se puso de pie y se reacomodó la ropa—. No hay tiempo para supervisar un hechizo…
Sin saber qué tipo de peligro tenía el estudiante que había puesto en marcha sus alarmas, tenía que apresurarse… pero no podía abandonar al chico —sobre todo cuando estaba entregando un premio por un excelente desempeño—.
—Puedo esperarlo a que vuelva, señor; o terminar sólo, o no hacerlo —ofreció con dolor permeando en la voz—. Lo que usted ordene.
—Termine solo, tome una ducha si lo desea. Si no he vuelto quince minutos antes de las diez, regrese a la torre de Gryffindor y nos veremos mañana —terminó antes de apresurarse fuera de la habitación. Se detuvo en la puerta sólo para voltear al muchacho una vez más—. Esta noche no ha dejado de sorprenderme, señor Potter —sonrió de lado pero sin sarcasmo y emprendió la marcha.
No era de extrañar que el estudiante que había puesto en marcha su hechizo no fuera otro que Draco Malfoy. El joven Malfoy, después de todo un adolescente, se había visto forzado a compartir su espacio no sólo con el Señor Tenebroso sino con todos los mortífagos que entraban y salían de la mansión como si la poseyeran más que él.
Esta vez, el joven estaba haciendo lo que le era hecho: desplazar a otros para apropiarse del espacio.
Si Draco Malfoy hubiera puesto en peligro a estudiantes pertenecientes a cualquier otra casa, habría reaccionado diferente. En ese caso, el castigo sería impuesto por cualquier otro profesor y él podría defender a su serpiente de los tratos injustos y parciales del resto hacia Slytherin; siendo que el joven Malfoy estaba poniendo en peligro a otros Slytherin… el castigo que recibiría sería doble: uno por sus acciones, el otro por atacar al grupo al que pertenecía.
