La Maldición del Lobo

Por Fox McCloude

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Capítulo 2: El joven que fue maldecido.


Bosques alrededor de Ordon…

Apenas podía creerlo. Tuvo a la bestia que buscaba delante de ella todo este tiempo. El lobo bípedo se alzaba sobre la princesa, y sus ojos rasgados ahora la miraban fijamente. Era un depredador hambriento, y ella era su presa.

El cuerpo finalmente volvió a reaccionarle cuando la criatura le saltó encima lista para aplastarla con sus enormes garras, e instintivamente ella invocó sus energías mágicas para crear una esfera de energía sagrada que le lanzó sin tardanza. El impacto provocó que la bestia aullase de dolor antes de salir despedida a una buena distancia, lo que le dio tiempo de calmarse y procesar la situación.

– Uff… eso estuvo cerca. Pero entonces… ¿él era la bestia? ¿Qué fue lo que le sucedió?

Dos cosas eran muy claras: primero, que él sabía perfectamente lo que iba a suceder, y segundo, que su actitud grosera y de decirle que se fuera había sido simplemente su manera de que ella se alejara para que estuviese a salvo.

Siendo así, lo menos que podía hacer era buscar la manera de incapacitarlo sin tener que matarlo. Además, todavía necesitaba respuestas, saber lo que le sucedió y tal vez encontrar una forma de ayudarlo.

La criatura se puso de pie nuevamente, alzando sus orejas y olfateando mientras escudriñaba los alrededores buscándola. Zelda aguantó la respiración mientras espiaba detrás de un árbol para seguir sus movimientos. Sus gruñidos hacían eco por todo el lugar, y la hierba crujía con cada paso que daba.

Al asomarse con cautela, podía ver que olfateaba en el aire y alzaba sus orejas lobunas. No era un secreto para ella que los lobos tenían sentidos mucho más agudos que los de los humanos, y muy probablemente ahora se estaba valiendo de ellos para intentar localizarla. Siendo así, lo primero que debería hacer era encontrar algún punto donde pudiera ponerse fuera de su alcance.

Había muchos árboles a su alrededor. Podría intentar trepar a alguno de ellos…

– ¡ARRROOOOOOOUUUU!

El rugido de la bestia interrumpió sus pensamientos, ya que de repente oyó un crujido a sus espaldas, como algo que se quebraba violentamente. Apenas tuvo tiempo de girarse para ver cómo un árbol se desplomaba al haber sido partido a la mitad. Y no era de tronco delgado: ¡era más ancho que ella!

El pensamiento de que pudiera partirla a ella en dos de un zarpazo tan fácilmente hizo que el pánico la invadiera momentáneamente. Sin embargo, el impulso de supervivencia y deseo de no lastimar al muchacho lo suprimieron, y en lugar de quedarse paralizada volvió a tomar acción. De nuevo disparó otro hechizo aturdidor para alejarlo de ella, antes de mirar a su alrededor.

Sin perder ni un instante, comenzó a buscar el árbol con el tronco más robusto, grande y alto que hubiera en las cercanías. No tardó en verlo, pero se encontraba a una distancia más que considerable, y tratar de llegar hasta él corriendo sería inútil.

Afortunadamente ella no necesitaba correr. Sólo necesitaba desplazarse hasta la cima de ese árbol manera instantánea, y tenía los medios para conseguirlo. Una vez que calculó que estaba a distancia suficiente de la bestia que seguía buscándola, comenzó a recitar un hechizo en voz baja, esperando que no la oyese hasta que terminara.

– Farore, Diosa del Valor y de la Vida, ¡que tu viento guíe mis pasos y me lleve a mi destino!

La bestia alcanzó a oír la última parte del hechizo, y girándose sobre sus patas empezó a correr hacia ella. Pero ya cuando estaba encima, terminó de canalizar su poder mágico y agitó sus brazos haciendo que una energía en espiral de color verde la rodease. Cuando la zarpa de la bestia ya estaba encima de ella, Zelda ya no se encontraba allí. Desapareció, y reapareció de nuevo esta vez en la copa del árbol.

Ahora que estaba lejos del suelo, en una posición relativamente segura, Zelda tuvo tiempo de descansar. Fue un movimiento arriesgado: el hechizo de teletransportación que acababa de utilizar, llamado Viento de Farore, le permitía desplazarse de manera instantánea de un lugar a otro, pero sólo podía utilizarlo en distancias muy cortas, o para ir a lugares donde ya había estado tras dejar una marca de destino. Le había resultado muy útil para volver a su habitación cuando se escapaba sin ser descubierta… al menos hasta que sus padres supieron lo que hacía y la castigaron severamente, prohibiéndole usar ese hechizo de nuevo a menos que fuese para cosas importantes.

Bueno, esto definitivamente era importante, una situación de vida o muerte.

– "¿Qué puedo hacer? ¿Cómo puedo incapacitarlo sin hacerle daño permanente?" – se preguntó.

No tuvo mucho tiempo para pensar, pues en ese instante vio que se giraba y empezaba a correr en la dirección donde ella estaba. Lo vio saltar, y por un momento creyó que tal vez intentaría trepar el árbol, pero afortunadamente no fue así. Sin embargo, el alivio duró poco ya que el árbol se sacudió debajo de ella, como si algo lo estuviera golpeando.

Y fue entonces que entendió: estaba tratando de tumbar el árbol a pura fuerza bruta para hacerla caer.

Zelda comenzaba a desesperarse: claramente la bestia estaba determinada a atrapar a su presa como fuera. Mientras el árbol se sacudía con cada golpe, empezó a mirar a su alrededor, buscando algún punto seguro para teletransportarse. Vio un claro amplio y de inmediato se concentró para dirigirse hacia allá.

Y lo logró justo a tiempo, ya que después de siete golpes más, el árbol donde estaba se vino abajo con un gran estruendo. A pesar de la distancia pudo oír los gruñidos y aullidos de la bestia, de rabia y frustración, seguramente al haber desaparecido de su vista.

– Creo que no tengo más opción. – se dijo mirando a su alrededor. El lugar donde se encontraba era perfecto para colocar una trampa, y sabía exactamente cómo hacerlo.

Tras asegurarse que todavía no se había dado cuenta de dónde estaba, agarró una piedra cercana, y colocando su mano en ella, canalizó algo de poder mágico hasta imbuirla con una marca sagrada. Intentó hacerlo lo más discretamente posible para evitar llamar su atención, pero afortunadamente no se dio cuenta de lo que hacía, y pudo terminarlo.

Su intención era delimitar un área triangular en el claro, lo suficientemente amplia para que pudiera entrar en ella, y mantenerlo encerrado allí una vez que activase la trampa. Pero primero tenía que colocar los vértices en una posición determinada, para asegurar que estuviese adentro una vez que los activara. Si no medía bien el tiempo, no serviría de nada.

– ¡ARRRRROOOOOOOOOOOOOOOOO! – oyó que la bestia volvía a gemir. El aullido le envió un escalofrío por toda la espina, pero no podía distraerse. Esto tenía que funcionar sí o sí.

– Listo, ahora sólo uno más. – murmuró, colocando la segunda piedra.

Miró alrededor, pero no había piedras cercanas que pudiera utilizar. Algo nerviosa, comenzó a buscar, pero la bestia pareció percatarse de su movimiento y comenzó a acercarse peligrosamente, olfateando en el aire y parando las orejas. Zelda logró saltar detrás de un árbol antes de que la vieran, y poniéndose de espaldas aguantó la respiración.

Necesitaba una distracción momentánea. Afortunadamente, la magia se podía aplicar de muchas formas, y una de las más simples pero prácticas era la creación de espejismos o ilusiones. De nuevo, concentró su energía, creando una silueta luminosa que poco a poco adoptó forma humana, y características más definidas.

En unos segundos, se había convertido en una réplica exacta suya, imitando hasta el más mínimo de sus detalles, incluida su ropa. Por supuesto, sólo era una ilusión, y se desvanecería al recibir daño o chocar contra algo, pero serviría a su propósito.

Con un movimiento de la mano, envió a su réplica fuera de su escondite, y como esperaba la bestia la vio y empezó a correr detrás de ella, alejándose sin saberlo de su verdadera presa. No pasaron más de unos segundos antes que finalmente la alcanzara y tras darle un zarpazo, la ilusión se desvaneció en una lluvia de estrellas multicolores.

– Los instintos de un animal son tan predecibles. – murmuró mientras cogía una última piedra cercana. – Ahora, el toque final.

Igual que con los otros dos vértices, repitió el proceso de grabar en ella el sello mágico, y lo colocó en su lugar, completando el triángulo. Ahora lo que quedaba era atraerlo hacia la trampa. Sólo tendría una oportunidad y tenía que asegurarse de medir bien el momento de activarla, o de lo contrario terminaría despedazada y devorada.

– Perdóname por lo que estoy a punto de hacer. – murmuró, antes de aspirar y gritar a todo pulmón. – ¡Oye, bestia rabiosa! ¡¿Querías un pedazo de mí?!

La criatura se giró al oír el grito, y de inmediato empezó a correr hacia ella. Sin perder un instante, Zelda comenzó a recitar el conjuro, lo más rápido que podía y cuidando de que no se le trabara la lengua en el proceso. Si eso pasaba, el hechizo se interrumpiría y todo habría sido por nada.

– Nayru, Diosa de la Sabiduría y el Amor, ¡que tus poderes confinen a esta bestia en una prisión de la que no sea capaz de escapar!

Justo cuando la bestia se acercó al punto que casi podría sentir su aliento, Zelda colocó ambas manos en el suelo frente a ella. Una línea de runas luminosas se proyectó entre los dos puntos que había marcado, alzando un muro de energía azul transparente que parecía hielo o cristal. La bestia chocó contra él y salió despedida hacia atrás, sólo para encontrarse con otro muro tras de sí, y también a sus lados.

Había creado usando su magia una prisión en forma piramidal, a través de la cual se podía ver, pero no pasar. La bestia rugió y comenzó a tratar de golpear los muros, sólo para darse cuenta que éstos le devolvían los golpes con el doble de fuerza, aturdiéndolo momentáneamente sólo para enfurecerse más y volver a la carga, recibiendo el mismo resultado.

– Lamento mucho tener que hacerte esto. – se disculpó la princesa. – Pero es la única forma de detenerte sin matarte.

La bestia no pareció entender lo que decía, ya que simplemente continuó golpeando su prisión una y otra, y otra vez. Le dolía mucho verlo de esa manera, pensando que no sabía lo que estaba haciendo, pero era todo lo que podía hacer.

Finalmente, los aullidos y gruñidos rabiosos cesaron cuando la bestia recibió demasiados de sus propios golpes, cayendo desplomada dentro de su pequeña prisión. Zelda tuvo que acercársele momentáneamente, sólo para verificar que no estaba muerto. Para su alivio, todavía estaba respirando, así que sólo estaba inconsciente.

Ahora, no le quedaba más que quedarse vigilando allí. En algún momento, no sabía cuándo, tendría que volver a la normalidad. Y entonces, podría darle las respuestas que necesitaba.


Al amanecer…

Haber permanecido toda la noche en vela no le había hecho ningún bien. Sin embargo, sabía que no podía perderlo de vista, por lo que se forzó a sí misma a mantenerse despierta y atenta.

El lado positivo fue que, a medida que se acercaba el amanecer, notó como poco a poco, el pelo de lobo se caía del cuerpo del chico, que gradualmente también regresaba a su estado normal. Significaba que una vez que despertase, estaría en condiciones de responder a sus interrogantes. Una vez que lo hizo, Zelda desactivó la prisión mágica donde lo tenía encerrado, y decidió llevarlo mientras aun seguía inconsciente de regreso a su refugio.

A medida que la luz del sol se filtraba por el refugio, Zelda se tomó un tiempo para apreciar al joven que yacía tendido frente a ella. Por compasión, luego de traerlo aquí (lo cual no fue tarea sencilla, ya que pesaba mucho más que ella) se tomó la molestia de cubrirlo con las mantas. No había traído consigo la ropa que dejó tirada, así que al menos eso le ayudaría a proteger su modestia.

Resultaba casi sorprendente verlo allí, durmiendo tranquilamente, luego de tener aquel encuentro tan difícil, y luego de enfrentarse a él por su vida cuando se transformó en bestia. Había tantas cosas que quería preguntarle, aunque la espera le había dado suficiente tiempo de pensar en lo más importante, y ya estaba preparada para cuando despertase.

Y hablando de eso…

– Hmm… qué… dónde… urgh… – Se incorporó lentamente, estirando los brazos y tronándose el cuello. – Estoy en… ¿mi refugio? ¿Cómo…?

Miró a su alrededor, y tras unos segundos volteó en la dirección de ella. Soltó un grito ahogado y se puso en alerta, respirando agitadamente. Ella por su parte no hizo ningún movimiento, pues no quería alterarlo más de lo que ya estaba.

– Tú… ¿fuiste tú quien me trajo aquí? – preguntó. – ¿Cómo es que…?

– No fue sencillo. – dijo Zelda, levantándose para encararlo. – Qué bueno que ya despertaste. Tengo muchas cosas que quiero preguntarte.

– ¿Preguntarme? Antes de eso, ¿quieres explicarme cómo es que sigues con vida? ¿Y totalmente ilesa?

– Me vi forzada a utilizar mi magia para detenerte. – explicó ella, alzando su mano y cargando un orbe de energía de luz para ilustrar su punto. – No mentía cuando te dije que era capaz de cuidar de mí misma, aunque debo admitir que no me lo pusiste nada fácil.

El chico observó sorprendido, tal vez hasta maravillado. Probablemente nunca había visto a alguien usar magia. Ella le permitió que observara todo lo que quería por un buen rato, tal vez para aliviar la tensión antes de tratar el asunto más serio.

– Creo que tú y yo empezamos con el pie izquierdo. – comentó finalmente después de hacer desaparecer el orbe. – Podríamos empezar por presentarnos como es debido, ¿no te parece?

– ¿Presentarnos?

– Sí. Después de lo sucedido, creo que mereces saber quién soy, además del verdadero motivo por el que estoy aquí. – Se alejó ligeramente, y quitándose su peluca castaña para revelar su cabellera rubia real, se inclinó haciendo una cortés reverencia. – Mi nombre es Zelda. Zelda Bosphoramus Hyrule, princesa heredera de este reino. Es un placer conocerte.

– Prin… ¿princesa? ¿T-tú eres la… la princesa de…? ¡Por las Diosas, yo no pensé que…! – Sin perder más tiempo, el joven se puso de rodillas y bajó la cabeza. – Princesa, le ruego que me disculpe por mi comportamiento. Yo jamás imaginé que…

– No hay necesidad de disculparte. – dijo ella severamente. – De pie, y mírame a los ojos, por favor.

El muchacho obedeció de inmediato, aunque ella podía ver que estaba todavía algo agitado. Tenía sentido; no era la primera vez que en una de sus escapadas se veía forzada a revelar su identidad, y que la gente reaccionaba de esa manera luego de tratarla de manera casual, o incluso grosera. Hasta le resultaba divertido hasta cierto punto.

Pero ahora no había tiempo para pensar en eso. Otras cosas urgían.

– Aún no me has dicho tu nombre. – dijo, tratando de no sonar mandona o exigente. El joven estaba claramente muy apenado y ella no quería empeorarlo.

– S-sí, por supuesto. Mi nombre… es Link, Su Alteza.

– Link… – En la mente de Zelda apareció la imagen de la fotografía que vio en la casa de la familia del herrero. El niño que estaba allí era difícil de comparar con el joven de cabello desordenado y largo que tenía frente a ella, excepto por un detalle: los ojos azules. De hecho, incluso su cabello rubio, ahora largo, desordenado y quizás algo sucio, también guardaba similitud con la fotografía. Las piezas se fueron juntando poco a poco, y con ello salieron las palabras que hicieron que todo encajara. – ¿Eres el nieto del herrero de la aldea?

– Usted… ¿habló con mi familia?

– Ellos piensan que estás muerto. Que la bestia te había devorado… – En ese momento Zelda se llevó la mano al mentón, y se acordó de algo más. – Ahora lo entiendo. Por eso no había manchas de sangre en la habitación… escapaste para evitar lastimar a nadie, ¿no es así?

No era realmente una pregunta. El silencio del joven Link fue más que suficiente para darle la respuesta que necesitaba. Por fin todo caía en su lugar, y alentada por esto, la princesa decidió seguir presionando por más detalles.

– Link… ¿puedes contarme lo que te sucedió? ¿Por qué te transformaste en esa bestia?

– ¿Para qué quiere saberlo? – preguntó él.

– El primer paso para resolver un problema, es encontrar su causa. – dijo ella. – Si me cuentas cómo y por qué te sucede eso, podré encontrar una forma de ayudarte.

– ¿Ayudarme? ¿Por qué iba usted a…?

Instintivamente, Zelda alzó una mano para que se detuviera. Al parecer, había otro problema por resolver antes de poder hacerlo cooperar. No quería que se sintiera obligado, y de ninguna manera ella querría forzarlo a decirle nada. Así que tenía primero que convencerlo de que ella realmente quería ayudarlo.

– Link, antes que nada, no me trates de usted. Ser la Princesa de Hyrule no me pone por encima de ti. Quiero que me hables como a tu igual.

– Pero… ¿eso no sería una falta de respeto? – preguntó él. Ella negó con la cabeza.

– Quiero que confíes en mí. Si no me dices lo que te sucede, no podré ayudarte. Y las personas en el pueblo seguirán viviendo aterradas de la bestia que acecha en estos bosques. ¿Es eso lo que quieres?

El chico parecía querer seguir protestando, pero se detuvo al mirarla de nuevo a los ojos. Suspiró resignado y finalmente comenzó a hablar.

– Hace unos dos años, cuando debido a la sequía estábamos teniendo una pésima cosecha, salí de la aldea para ver si encontraba trabajo en alguna parte fuera de la provincia. Viajé de pueblo en pueblo haciendo trabajos eventuales, y enviando el dinero que lograba ganar a mi familia.

Zelda asintió. Estaba al tanto de la ola de sequía que afectó a la región de Latoan dos años antes, y apenas ahora habían logrado reponerse relativamente. Sin embargo, no interrumpió y dejó que Link continuara con su relato. Esto era muy importante.

– El asunto es que llegué a un lugar llamado el Valle de los Videntes. Era la ruta más corta para regresar a mi aldea, pero me advirtieron que no debería entrar en ese lugar. Decían que muchas personas que entraron allí no regresaban, o si lo hacían nunca volvían a ser las mismas. Pero tenía prisa por regresar a mi aldea, así que no atendí a las advertencias. Y ese fue mi primer error.

Sonaba a que se sentía muy avergonzado de admitir eso. Zelda pudo entender el énfasis de la palabra "primer", lo que significaba que seguramente no habría sido el último. Pero ella no estaba allí para juzgarlo, sino para ayudarlo.

– El valle era bastante tétrico, pero eso no me detuvo, así que seguí adelante. Creí que podría salir de allí, hasta que me topé con varias bestias que rondaban en el lugar.

– ¿Qué clase de bestias? – preguntó Zelda con curiosidad.

– Animales que normalmente no se verían juntos. Había lobos, jabalíes, incluso algunos felinos que parecían panteras o leopardos. La mayoría mucho más grandes y fuertes de lo normal. Logré matar a algunas de ellas, pero en mi escapada perdí a mi montura y me vi forzado a huir a pie. Terminaron por acorralarme, y pensé que sería mi fin.

Hizo una pausa antes de continuar. La mirada que cruzó por sus ojos no le pasó desapercibida a la princesa, y tuvo el presentimiento de que estaba a punto de entrar en la peor parte de la historia.

– Y entonces… apareció ella. Una mujer muy extraña, creo que era una especie de bruja o hechicera, pero controlaba a todas las bestias que rondaban por ese lugar. En el momento en que se apareció, se detuvieron, y se me acercó.

El muchacho se abrazó a sí mismo, como si le diera un escalofrío recordar. Zelda no estaba segura si querría obligarlo a revivir lo que fuera que había sucedido entonces, pero aún necesitaba saberlo. Aunque eso le creaba otra interrogante.

– Al parecer, se apiadó de mí porque le parecía… atractivo, y me invitó a su lugar. Tenía un mal presentimiento, y traté de negarme, pero ella insistió en que quería demostrar algo de "hospitalidad" debido a los problemas que me causaron sus "mascotas". Así que acepté.

»Me llevó a una especie de templo o santuario que estaba oculto detrás de un espejismo, y me invitó a que cenara con ella. A decir verdad, estaba tan hambriento en ese momento que acepté sin rechistar, e incluso me ofreció una habitación para dormir. Le dije que sólo quería volver a mi hogar con mi familia, y ella dijo que me lo permitiría si sólo pasaba una noche allí. No parecía que tenía opciones, así que accedí… y ese fue mi siguiente error.

Otra pausa prolongada. A medida que avanzaba el relato, se tornaba más y más oscuro, y la princesa luchaba por mantener la compostura. Lamentaba mucho estar forzando a este pobre chico a revivir lo que debía ser un episodio horrible de su vida. Pero llegados a este punto, ya no había marcha atrás.

– Por la noche, ella se metió a mi habitación. Naturalmente me asusté de verla allí, totalmente desnuda y queriendo seducirme, así que salí huyendo.

– Ella… ¿trató de seducirte? – preguntó Zelda, espantada al entender las implicaciones.

– Apuesto a que algunos me llamarían estúpido, ya que era una mujer muy hermosa, pero… no lo sé, era como si pudiese sentir que había algo maligno en ella. Nunca me inspiró confianza, y mi abuelo siempre decía que si algo parece demasiado bueno para ser verdad, normalmente lo es, y tenía razón. Pero bueno, el caso es que ella… naturalmente no se tomó bien mi rechazo.

»No sé cómo fue que logré escapar de su santuario, pero ella envió a sus mascotas a perseguirme. Podía escucharla gritando "Si no aceptas ser mío, pagarás las consecuencias" y cosas similares, y finalmente uno de ellos me alcanzó. Uno de sus lobos gigantes, y aunque logré matarlo y escabullirme… no fue sin que antes lograra clavarme los dientes.

Señaló una de sus cicatrices más prominentes, concretamente una marca de mordida que le abarcaba gran parte del hombro derecho. Zelda pensaba que Link fue muy afortunado de que esa mordida, a juzgar por su tamaño, no le hubiese arrancado el brazo completo, y el pensamiento le hizo temblar.

– Logré regresar con mi familia. No quise contarles nada de lo que pasó para no preocuparlos, y parecía que todo iba a estar bien, hasta que llegó la luna llena. Esa fue la primera vez que me transformé. En ese momento, aún conservaba mi conciencia humana, así que en cuanto me di cuenta que me convertí en un monstruo, escapé para evitar lastimar a inocentes. Desde ese entonces, me sucede cada vez que hay luna llena. He estado viviendo aquí desde entonces.

Después que el joven terminó con su relato, ambos se quedaron en silencio. Zelda se tomó su tiempo para procesar todo lo que había oído. Admitiéndolo, jamás habría podido prever este curso de acontecimientos, pero desde su perspectiva, el objetivo que se había propuesto no había cambiado, y aún tenía intenciones de cumplirlo.

– Por fin lo entiendo. – dijo Zelda rompiendo el silencio. – Ahora todo cobra sentido. Por eso intentabas ahuyentarme, ¿verdad? Estabas tratando de protegerme.

– Tuviste mucha suerte. No imaginaba que alguien pudiera defenderse contra mí usando magia. Pero de nuevo, no sé por qué me impresiono tanto. Esa hechicera hizo lo mismo conmigo, me imagino.

Aunque intentaba sonar tajante y grosero, esta vez Zelda captó que había sinceridad en su voz, y por eso recibió el halago de buen grado.

– Sé que no tengo derecho de pedirte nada, pero… te agradecería que no se lo cuentes a nadie, especialmente a mi familia. Ellos no necesitan saber en lo que me he convertido.

– No, no lo haré. – dijo Zelda. – No hasta que al menos encontremos la manera de ayudarte.

Esto tomó por sorpresa al chico, que la miró fijamente.

– ¿Ayudarme? ¿De qué estás hablando? Nadie puede ayudarme, no soy más que un monstruo, un peligro para todos…

– ¡No hables de esa manera! – gritó ella. – Tú no eres ningún monstruo. Puedo ver que eres una persona bondadosa y noble. Lo sé porque intentaste protegerme, ¿verdad? Todos esos intentos de que me fuera del bosque, eran porque no querías lastimarme, ¿o acaso lo niegas?

El chico no le respondió, pero ella tomó su silencio como una respuesta afirmativa.

– Eso no cambia que casi te mato cuando me convertí en lobo. – le dijo Link. – Estuve así de cerca de tomar una vida humana. Puedo sentirlo. Cada luna llena, cada vez que me vuelvo a transformar, los instintos me dominan, y se me hace casi imposible reprimirlos. ¿Tienes idea de cómo es, tener una bestia que crece dentro de ti, y que se hace cada vez más, y más fuerte? ¿Y que llegará un momento en que no serás capaz de controlarla?

Se metió la cabeza entre las manos, apretándola con fuerza. Por un momento Zelda casi creyó que trataba de clavarse las uñas, y eso la movió a posar sus propias manos sobre la de él. Lentamente, el chico alzó la mirada, y sus ojos se cruzaron con los de ella.

– Es verdad, no tengo idea de lo que se siente. Pero no puedo quedarme sin hacer nada cuando hay alguien que claramente necesita ayuda.

– ¿Aún después de cómo me porté contigo?

– Cuando vine aquí, esperaba encontrarme a un monstruo, una bestia demoníaca, malvada o irracional a la que había que exterminar. Pero lo único que veo, es a una víctima inocente que sufre por culpa de la maldad de alguien más. Y no puedo quedarme de brazos cruzados.

Link parecía querer protestar de nuevo, pero esta vez al parecer se había quedado sin argumentos. Zelda aprovechó esto para procesar todo lo que había sucedido, y entonces su mirada se fijó en la cicatriz que tenía en el hombro. Sin pedirle permiso, la palpó con sus dedos por un momento.

– ¿Qué haces? – preguntó él, retirando el hombro con algo de brusquedad.

– Dijiste que ese lobo te mordió, ¿verdad? Y terminaste transformándote en uno tú también… ¿podría haber sido la mordida la fuente de tu condición?

El joven se miró la cicatriz de la mordida. No respondió, pero su expresión pareció dar a entender que nunca se había detenido a pensarlo en primer lugar. Para Zelda, sin embargo, esto podría la primera pieza para resolver el acertijo y encontrar la forma de ayudarlo.

– Tendré que investigarlo más a fondo. También me preocupa esa mujer, esa hechicera que mencionaste, pero por ahora, mi prioridad será encontrar la forma de curarte. – declaró terminante Zelda.

– Suenas muy segura de ti misma. – dijo él. – ¿De verdad crees que puedes curarme?

– Estoy segura que debe haber algo en la biblioteca real que pueda utilizar. Lo difícil será explicarles esto a mis padres, pero no me queda otra opción.

La joven se puso de pie, y empezó a recoger sus cosas. Quería ponerse a trabajar de inmediato, pero al mirar de nuevo a Link, sintió algo oprimiendo su pecho. Si se iba, él tendría que quedarse aquí… solo, y sin nadie que le hiciera compañía.

– ¿Qué sucede? – preguntó él, notando cómo lo miraba.

– Nada, sólo que estaba pensando… seguro debe ser muy solitario vivir en este bosque, ¿verdad? Nadie con quien hablar, o desahogar tus penas.

– Bueno… debo admitir que no estuvo mal poder hablar con alguien de esto. Es como si me hubiera quitado un peso de encima.

Zelda se quedó pensando. Por mucho que quisiera volver para empezar a buscar una solución, una parte de ella se sentía mal por dejarlo solo. Si ella era su primer contacto humano en todo ese tiempo, ¿cómo podría alivianarle la espera?

– ¿Hay algún lugar cerca de aquí que sea seguro? – le preguntó. – Donde los animales y la gente no se acerquen. Y que sea espacioso, de preferencia.

– ¿Para qué quieres saberlo? – replicó él. Ella no respondió, pero pareció convencerlo con la mirada. Resignado, el chico suspiró y le indicó que la acompañara. No tenía sentido decirle lo que iba a hacer, lo mejor era demostrárselo de primera mano.

El lugar donde Link la llevó resultó ser un claro bastante despejado. No estaba muy lejos de su refugio, y difícilmente un alma transitaba por allí. Ella le pidió que se alejara, pues el ritual que estaba a punto de llevar a cabo requería mucha concentración y cautela.

Empezó por trazar un círculo mágico en el suelo. Este enmarcaba el símbolo de la familia real con la Trifuerza en todo el centro. Acto seguido, se paró encima de la susodicha Trifuerza, y cerrando los ojos, comenzó a concentrar su poder mágico a la vez que recitaba un hechizo.

– Diosa del Valor y de la Vida, Farore. Tu fiel sirviente invoca tu nombre, por la sangre que corre por sus venas. ¡Yo, Zelda Bosphoramus Hyrule, imploro que me prestes tu poder para regresar a este lugar para cumplir la misión que me he propuesto! ¡AHORA!

Una energía verde comenzó a generarse en el círculo mágico y alrededor de Zelda, haciendo agitar las ropas y el cabello de Zelda con el viento que generaba. El suelo en donde se encontraba parada comenzó a transmutarse: donde antes había tierra y hierba, ahora se estaba formando lo que parecía ser una enorme baldosa de piedra, alzándose debajo de los pies de Zelda y ante los asombrados ojos de Link, que no podía dar crédito a lo que estaba viendo.

– ¿Qué estás haciendo? ¡¿Qué está pasando aquí?!

Zelda luchó por no responderle, ya que no podía perder la concentración. Afortunadamente, el muchacho fue lo bastante listo para no acercarse a interrumpirla hasta que terminó. Tardó poco más de un par de minutos, pero finalmente lo consiguió. Se echó para atrás algunos pasos y admiró el fruto de sus esfuerzos.

– Está completado. – dijo Zelda con satisfacción.

– Y… ¿qué se supone que es? – Zelda miró por encima del hombro, viendo la mirada curiosa del chico.

– Esto es un punto de retorno para usar mi hechizo de teletransportación. – explicó ella. – Gracias a él, podré volver aquí cuando quiera con sólo desearlo, desde cualquier otro punto que haya creado previamente.

– ¿Y he de suponer que ya tienes uno preparado? – preguntó él. A Zelda no se le escapó que había un deje de humor sarcástico en su voz, pero no iba a dejar que eso la afectase.

– Más de uno, de hecho. – dijo ella. – Son muy útiles para ahorrar tiempo en los viajes de regreso, y para volver a lugares donde ya he estado y pienso regresar.

A pesar de que la castigaron forzándola a sellar el punto de retorno que tenía en su habitación (que convenientemente ocultó bajo su cama), eso no le impidió crear más y utilizarlos a placer. Había hecho uno en la aldea de Kakariko, y otro en el centro del Lago Hylia, entre otras locaciones, y pese a que sus padres no aprobaron al inicio esa pequeña red de teletransporte, pronto comenzaron a ver su utilidad.

Ahora, los bosques al oeste de Ordon se sumaban a dichas locaciones. Ya había considerado la posibilidad de dejar una marca de destino para volver aquí si era necesario y estaba más que preparada para ello.

– Entonces… ¿realmente piensas volver aquí? – preguntó Link.

– Hasta que encuentre una cura para tu aflicción. – dijo ella con determinación. – Ten por seguro que regresaré, pase lo que pase.

Acto seguido, se metió las manos en la nuca de su vestido, y agarró la cadena que sostenía el colgante real que llevaba consigo. Inicialmente, lo tenía como una prueba de su linaje en caso de que fuese necesario por si había algún problema o necesitaba mover palancas, pero ahora le había encontrado otro uso. Lo sujetó en su mano, y se lo extendió a Link, que la miró confundido.

– Hasta que encuentre la solución a tu problema, quiero que guardes esto por mí.

– ¿Guardarlo? ¿Para qué?

– Ese colgante será un símbolo de mi promesa hacia ti, y cuando haya podido eliminar la maldición que te aqueja, podrás devolvérmelo.

Link se quedó viendo el colgante, claramente dudando. Zelda no iba a obligarlo a tomarlo, esperaba que él lo hiciera por su propia cuenta. No podía forzar a alguien a aceptar su ayuda, incluso aunque pudiera ver que claramente la necesitaba.

Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Link aceptó el colgante. Hecho esto, la princesa volvió a pararse sobre la recién creada baldosa de piedra.

Comenzó a canalizar su energía mágica para activar el portal. Visualizó el que se encontraba en el Templo del Tiempo al este de la Ciudadela del Castillo, el lugar más discreto donde podría reaparecer y el más cercano a su hogar. Antes que la teletransportación se la llevara, abrió sus ojos, y pudo ver al chico haciéndole adiós con la mano.

Ella le prometió que trataría de volver pronto, cuando encontrase algo para ayudarle, y aunque las últimas palabras que le dijo antes de desaparecer ("Cuento contigo") no parecían cargar muchas esperanzas, la princesa estaba determinada a lograr su objetivo.

Por este chico, por su familia, y por el resto de las personas en el pueblo.

Esta historia continuará…


Notas del autor:

¿Qué tal, gente? Bueno, fin de mes y aquí estoy de vuelta como lo prometí. Afortunadamente ya tenía este cap adelantado, pero decidí hacerle algunas modificaciones de último minuto con algunas ideas que me habían llegado antes de publicar. En fin, espero que lo hayan disfrutado, y ahora que Link ya contó su historia, creo que es muy obvio quién es la bruja malvada que le echó encima esa maldición. Ojalá y ella hubiera existido en la época que concebí esta idea, habría quedado como la antagonista perfecta, pero bueno, como dice el dicho, mejor tarde que nunca.

En vista de que nadie adivinó cual era el cuento de hadas en el que me estoy basando, les daré otra oportunidad, y a ver si en el siguiente capítulo lo consiguen. Aquí otra pista: es uno que fue adaptado en la serie de anime de los Cuentos de los Hermanos Grimm, que tal vez muchos recordarán haber visto, así que por allí probablemente puedan reducir las opciones. Sin embargo, y como me gusta hacerlo, seguirá su propia línea incorporando los elementos de la saga de Zelda. Aquí por ejemplo, Zelda pudo utilizar algunos de los hechizos canónicos, si bien que les estoy dando un poco más de versatilidad y poder para hacerlo más interesante. De hecho, si me van a decir algo sobre el clon ilusorio que utilizó Zelda como distracción, para ese me basé en la habilidad de la Espada Cuádruple de Minish Cap. Es cierto, eso lo hace es Link, pero no hay razones para creer que Zelda no podría hacer un truco similar con magia, ¿verdad?

Con este capítulo y el anterior creo que el contexto y el escenario general de la historia ya están establecidos. En el próximo, Zelda comenzará a investigar para encontrar una forma de curar la maldición de Link. Obvio que no lo logrará a la primera y tendrá algunos tropiezos, pero eventualmente lo conseguirá. No les diré cómo, así que por mí pueden ponerse a especular mientras tanto, veamos si son capaces de acertar.

En fin, con esto concluye este cap. Gracias por los reviews a laurenlmprincess, Ultimate blazer, Amo del vacio y Goddess Artemiss. Y de antemano espero que pasen unas felices fiestas ahora que está por empezar el mes de diciembre (uff, qué frío). ¡Hasta la próxima!