II
Niña Ojos Color Rojos
—Lo lamento —la niña se disculpó avergonzada inclinando de lado la cabeza. Un tono rojizo se dibujó en sus pálidas mejillas—. No escuché cuando te acercaste. Creo que estaba distraída.
Aún en el suelo, un avergonzado Lincoln por la metedura de pata que cometió se apresuró a buscar enmendar el error que cometió al abrir la boca.
—¡No! ¡No digas eso! No me di cuenta que eras… eras…
Sintió que la palabra se atoró en su garganta asfixiándolo. No supo cómo expresarla sin sonar grosero. La niña fue recobrando su color natural. Sus párpados permanecieron cerrados. Ladeó un poco la cabeza de un modo que a Lincoln le recordó a Lily cuando parecía tratar de comprender algo que escuchó.
—¿…Ciega?
Fue ella quien completó su oración. A pesar de comprender que ella no podía verlo, aun así, Lincoln sintió deseos que la tierra lo tragase.
—He… ah… sí, eso… No fue tu culpa. Yo me atravesé en tu camino.
Se puso de pie, pero ella siguió agachada. Lincoln le ofreció la mano, sin embargo, la niña no la tomó. Por un instante pensó que debía estar realmente muy disgustada y por eso lo ignoró, antes de caer en cuenta que ella no podía ver su gesto.
—Deja… quiero… te ayudo a ponerte de pie.
Se inclinó para colocar su mano sobre la jovencita. La holgada prenda finalmente se corrió un poco en ese momento y terminó tocando su hombro desnudo. Lincoln temió que malinterpretara su acción, más por el contrario, al sentirlo la niña con una mano tomó la suya y se levantó.
—Por favor, perdóname —le pidió a Lincoln—. No tienes que decirle a ella lo que sucedió.
—¿He? ¿A quién?
No comprendió a qué se refería, cuando de pronto se sintió observado. Al levantar la vista vio a uno de los niños que pareció divertirle su desventura señalándolo hacia a una mujer de lentes de fondo de botella y severo semblante. Caminando a pasos largos y pesados, ésta se dirigió hacia ambos. El primer impulso que tuvo Lincoln ante esto fue dar un paso hacia atrás.
—¿Qué ocurrió aquí?
La niña albina se sobresaltó y en otro impulso igualmente inconsciente, Lincoln se puso frente a ella como solía hacerlo cuando sus hermanas parecían meterse en problemas con alguien más, no importando que se tratara de las menores o las mayores.
—¿Quién es usted? —Lincoln le preguntó.
La mujer miró a su alrededor, quizás buscando a los padres del chico o algún adulto con quien tratar en su lugar, al no ver a nadie más se dirigió con resignación a él.
—Los niños me dijeron que se estaban peleando, ¿es eso cierto?
La pequeña parecía avergonzada.
—No, señorita Hepburn… fue un ac…
—¡Me caí! —La interrumpió Lincoln—. Iba a tomar agua y me tropecé. Ella escuchó lo que me pasó y por mi culpa se estaba cayendo del neumático cuando intentó ver… ¡digo!… saber lo que me ocurrió. Supongo que desde esa distancia pensaron que me pegó, pero no fue eso.
Puso una sonrisa nerviosa que la niña imitó sin darse cuenta que lo estaba haciendo. La señorita Hepburn enarcó una ceja.
—¿Eso fue lo que pasó, Lesly?
—¡Sí! Me confundí y pensé que era Adam o Heidi quien se lastimó, por eso me asusté y me le acerqué.
La mujer no parecía estar del todo segura. En todo caso a diferencia del agitado chico, Lesly parecía estar bien, si acaso con suciedad en sus rodillas.
—Si quieres puedes descansar en el camión, o puedo pedirle al señor Rooney…
—¡Estoy bien! —exclamó molesta—. De verdad. Puedo arreglármelas por mi cuenta. Confíe en mí.
La señorita Hepburn no parecía verse muy confiada al respecto. Parecía a punto de decir algo más, cuando un alarido la sobresaltó al igual que a Lincoln y a la joven. Todos dirigieron la mirada hacia el origen de aquello: Un niño pequeño estaba berreando debido a que una niña estaba prendida de su brazo dándole un buen mordisco.
—¡Santo cielo, Margue!
Olvidándose de los chicos, la que debía ser la encargada de aquél grupo se alejó de ellos para atender lo que parecía ser una emergencia real.
Una vez que se quedaron solos, la niña aliviada dejó escapar el aire que estuvo reteniendo.
—Lo lamento por Carl, pero creo que le debo una a Margue por morderlo.
Lincoln asintió.
—¿Tan malo hubiera sido que…? Un minuto. ¿Los viste? Creí que eras… ah… eso de…
—¿Ciega? no es una grosería como para que te contengas de decir la palabra. No entiendo por qué simplemente no la dices y ya.
—Es que… no lo sé. Supongo que debe haber un mejor término.
—Sí, invidente o débil visual. Es como preferir decir alcohólico en lugar de borracho. Se escucha más elegante, pero es lo mismo. Y sí, lo estoy.
Lincoln se rascó incómodo la cabeza.
—¿Entonces cómo supiste lo que ocurrió con esos chicos?
—Sé que el niño que lloraba era Carl porque reconocí su grito. La señorita Hepburn nombró a una niña llamada Margue; normalmente lo de Margue es morder cuando la molestan.
Estaba gratamente sorprendido.
—¡Vaya! Eres rápida para deducir esas cosas. Eres como una detective.
—Y tú eres como un salvavidas. Gracias por no decirle a la señorita Hepburn que te pegué.
—Entiendo que fue un accidente y no lo hiciste a propósito. Además, por el modo en que reaccionaste cuando escuchaste a esa mujer y cuando te preguntó si estábamos peleándonos, intuí que accidente o no, podrías meterte en problemas por lo que pasó.
Ella asintió con cierta molestia.
—Tú también eres bueno deduciendo cosas, además de muy listo por lo que le dijiste para ayudarme.
A pasos cortos, la niña regresó hacia el neumático colgante tentando frente a ella el aire hasta sentirlo entre sus manos, después se dio la vuelta y con cuidado se sentó en él balanceándose ligeramente. Lincoln con curiosidad se sentó en el que estaba a su derecha haciendo el suficiente ruido para que la niña lo escuchara. Ella giró su rostro sorprendida hacia él.
—¿Sigues aquí?
—Pues, sí. Creí que ibas a explicarme por qué esa señora te habría regañado.
El que la llamara por su nombre había hecho deducir a Lincoln que no se trataba de su madre, pensando que quizás era su niñera, o una maestra que junto al resto de sus alumnos los llevó de día de campo. La niña se mordió un poco el labio antes de animarse a contarle.
—No es que me regañara, sólo que… bueno… al no poder ver y… eso... entre otras cosas, está demasiado pendiente de lo que haga, más que con los demás.
—Eso no es malo. Sólo significa que se preocupa por ti.
—Lo sé, pero exagera. Lo aprecio, pero más apreciaría que confiara en que puedo divertirme o hacer cosas como una niña normal sin que me vigile como si fuese una bebé a la que no quiere sacar de su corral para que no se lastime, prefiriendo que me quede en el autobús mientras todos los demás salen afuera a divertirse.
Lincoln suspiró.
—Sí, creo que puedo entender eso. Sé que no es lo mismo, pero cuando en la escuela o en mi casa me meto en problemas, mis hermanas se vuelven un poco problemáticas al girar a mi alrededor. Una vez incluso creyeron buena idea entablillarme todo para que no me moviera, envolverme en vendas como una momia y alimentarme como a un bebé dándome cucharadas haciéndome el avioncito con sopa caliente.
—¿Por qué? ¿Te caíste con la bicicleta por un precipicio?
—No. Me machuqué un dedo.
La niña se llevó una mano a la cara para cubrirse la boca. Realmente pensaba que sería una grosería muy grande si soltaba la carcajada que alcanzó a contener. Lincoln apenas y se avergonzó por ello, ni siquiera estaba seguro cómo es que le había tenido la suficiente confianza para contarle algo tan vergonzoso.
Dejó pasar unos minutos para que ella terminara por asimilar el incidente sin que le diera risa. Cuando lo hizo, tomó algunas bocanadas de aire tratando de desdibujar la sonrisa burlona que se le formaba al imaginarse en su lugar.
—Entonces… ¿Cuántas hermanas tienes?
Esta vez Lincoln sonrió curioso por su reacción al saberlo.
—Diez.
Y fue una total decepción. Ella asintió tomándolo con la misma calma a si le hubiera dicho que le gustan los perros o su hobby era ver televisión. Esto le extrañó. No es que le importara mucho, pero se acostumbró a que por lo general las personas que recién conocía, al saber esto por primera vez lucieran sorprendidas.
—¿Y tienes hermanos varones?
—Ah… no. Soy el único.
—¿En serio? —eso sí pareció sorprenderla genuinamente— ¡Increíble! ¿Qué edad tienes?
—Trece, ¿y tú?
Ella alzó el rostro en un falso gesto de indignación.
—A una señorita no se le pregunta su edad. Eso sí es grosero.
—Ah… ¿lo siento?
Ella abandonó muy pronto esa expresión y sonrió.
—Y supongo que cuando sea adulta me ofenderé. Por el momento me da lo mismo decirte que tengo doce.
Lincoln se impresionó de forma parecida a como lo esperó de ella instantes atrás, pues por su estatura y apariencia, no imaginó que compartiera con él casi la misma edad. Había supuesto que tendría diez años como Lucy.
—Vaya. Eres como mi hermana Lynn.
Esto la sorprendió bastante.
—¿En serio? ¿Ella también…?
—Luce más joven de lo que es. Tiene quince años, pero creerías que tiene doce al conocerla, por lo que parece más mi hermana menor que una de las mayores.
—¡Ah! Era eso.
Pareció un poco desanimada, aunque Lincoln no comprendió por qué.
—¿Qué es lo que pensaste?
Avergonzada por la reacción que debió mostrarle, de pronto se le ocurrió algo sobre la marcha.
—Pues… que me sorprende que con la edad que tienes se hayan animado a llevarte con tantas niñas. ¿Es que no les da miedo que las enamores por accidente o a propósito?
El rostro de Lincoln se puso más rojo que una remolacha, pues además de avergonzado estaba escandalizado.
—¡De qué rayos hablas! ¡Son mis hermanas!
—¿Y eso qué? Esas cosas pasan. En la casa de acogida donde vivo ya sucedió un par de veces, en una ocasión fue con dos niños que tenían solo siete y ocho. Vaya que la señorita Hepburn se puso histérica cuando se enteró. Lo malo fue que devolvieron a Elisa por eso.
—¿Casa de acogida? ¿Devolverla? ¿Devolverla a dónde?
Lincoln estaba cada vez más confundido.
—Tú sabes, al orfanato. Supongo que tú no vienes del de Michiggan diecisiete como los demás, ¿o sí?
Lincoln volteó a ver el camión que continuaba estacionado con su perezoso chofer a un lado revisando su teléfono. La primera vez que lo vio no le había prestado la atención que ahora le daba. En él se leía "Transporte exclusivo del orfanato de Michiggan No. 17". Ahora lo entendía.
—¿Vives en un orfanato?
—Ya no. Vivo con la señorita Hepburn junto con otros siete niños y niñas, pero de vez en cuando nos dan paseos como éste, cortesía del orfanato donde estaba inicialmente. ¿Qué hay de ti? Antes de terminar con tus hermanas, ¿en qué orfanato estabas?
—Nunca he estado en ningún orfanato.
—¿Directamente terminaste en una casa de acogida? ¿Pues cuantos años llevas viviendo ahí?
—Toda mi vida. No soy adoptado. Vivo con mi familia legal y biológica.
Ahora quien no parecía tenerlo del todo claro era ella.
—Pero dijiste que vives con diez hermanas.
—Sí, y eso son. Mis hermanas, "hermanas".
Para Lincoln la expresión de sorpresa que ella finalmente puso valía oro.
—¡Son tus hermanas de verdad! ¡Las diez!
—Pues… sí.
—¡Vaya! Yo… ¡lo siento! —de pronto entendió lo inapropiado de las insinuaciones que había hecho—. No sabía… pensé que eras alguno de los nuevos que venían por primera vez de paseo, de los que todavía no se animaban a hablar conmigo.
Hizo ese gesto de cubrirse la cara, pero esta vez no para ocultar su risa, sino su vergüenza.
—Está bien. Tranquila. No lo sabías como yo tampoco que vivías en una casa de acogida. ¿Pero cómo es eso? ¿Se está bien ahí?
Miró a su alrededor tras preguntárselo. También notaba ahora que había demasiados niños en el lugar en relación a la cantidad de padres presentes.
—Bueno… —descubrió intranquila su rostro aún enrojecido— supongo es mejor que el orfanato. La cama que tengo es más cómoda y sólo tengo que compartir la habitación con otras dos niñas en lugar de con seis, pero… creo que tengo más restricciones que antes.
Ambos se quedaron callados, cuando de pronto el chico se dio cuenta que tras llevar tiempo hablando, había olvidado hacer algo que la etiqueta hubiese demandando desde el inicio.
—Ah... por cierto, me llamo Lincoln.
Ella sonrió comprendiendo también que hasta ese momento no se les había ocurrido presentarse debidamente.
—Mucho gusto conocerlo, señor presidente.
La burla no era maliciosa y el chico la apreció. La niña levantó su mano y Lincoln todo caballeroso la estrechó suavemente. Era cálida y suave, su tacto le agradó.
—El gusto es mío, Lesly.
Ahora el turno de sorprenderse fue para ella.
—¿Cómo supiste mi nombre?
—La señorita Hepburn te llamó así cuando vino.
Lesly se mordió el labio. Debió de darse cuenta.
—¿Y estás haciendo día de campo con tus hermanas también?
—No, ellas están en casa ocupadas con sus cosas —hizo brevemente una mueca de disgusto—, o quizás gastándose el dinero de mis padres.
Aunque no pudiese ver su expresión, Lesly lo escuchó murmurar aquello último por lo bajo detectando en su tono una clara molestia.
—¿Te peleaste con tu familia?
—¿He? ¡Ah! No, nada. Cosas sin importancia. En una familia tan grande como la mía, es muy común que tengamos diferencias de opiniones.
Aun cuando parecía pretender que no era nada importante, Lesly lo sentía molesto al respecto.
—Espero que tenga solución lo que les ocurrió.
Lincoln suspiró.
—A no ser que consiga trecientos dólares, no veo manera.
Lesly se rascó la mejilla con un dedo. Con todo y la estorbosa manga, metió su mano derecha en uno de los bolsillos del vestido y sacó dos monedas de diez centavos que extendió hacia el albino.
—Mira, ya sólo te faltan doscientos noventa y nueve dólares. Por algo se empieza.
Le sonrió juguetonamente mostrándole los dientes. A Lincoln le enterneció su expresión.
—Gracias, pero descuida. Es para un curso que quiero tomar de dibujo, pero creo que tendré que esperar hasta el próximo año.
—¿Quieres aprender a dibujar?
—Sé hacer ya algo, pero quería perfeccionarlo. Algún día me convertiré en un dibujante de cómics tan grande como Bill Buck, el creador de Ace Savvy.
—¡Ace Savvy tiene un cómic! Hay un chico llamado Brian que no se pierde el programa de televisión los sábados por la mañana.
—¿Y te gusta? —Lincoln se entusiasmó—. ¿Lo has visto? ¡Digo! —se llevó una mano a la boca reprendiéndose por su torpeza.
Sin dejar de sonreír, Lesly negó con la cabeza.
—No tienes que estar de puntillas todo el tiempo conmigo. Tengo oídos y sí, he oído un par de episodios. Aunque me pierdo la acción, he escuchado las tramas y no están tan mal, aunque no termino de entender todo lo que ocurre. Brian es muy callado, por lo que no me describe mucho de lo que sucede.
—Si quieres te pongo al corriente. Aunque no le hace justicia al cómic, sigue siendo un buen programa de caricaturas.
A Lesly se le iluminó el rostro. Lincoln ya completamente animado y dejando sus problemas de lado, comenzó a narrarle parte de los orígenes de su superhéroe favorito, así como su aspecto físico para que ella terminara por hacerse una idea del personaje, maravillado y agradecido porque hubiese una niña que apreciara aquel tema. Lesly aunque al inicio tenía poco interés en Ace Savvy (por ello había dejado de acompañar a Brian a ver el programa junto con el hecho que solía ignorarla), se sentía feliz por conocer y hablar con alguien.
Mientras que Lincoln llegaba a la parte en que describía el motivo por el que One-Eyed Black terminó tuerto, de pronto su estómago rugió con fuerza. Aunque algo abochornado por eso, decidió ignorarlo para continuar con el relato, siendo Lesly la que hizo una pausa.
—Espera, ¿no tienes hambre?
—Sólo un poco, pero… —escarbó en sus bolillos consiguiendo completar un dólar en cambio. Alzó la vista y encontró un puesto de helados y paletas siendo atendido por una mujer regordeta y aspecto bonachón. Una buena porción de vainilla helada le caería bien—. Supongo que puedo ir por un helado. Hay un puesto aquí cerca.
—¡Genial! Yo también quiero uno —sacó una vez más los veinte centavos que jugando le había ofrecido a Lincoln—. Suerte que me sobró lo suficiente del lazo que compré en la mañana.
—A… Lesly, creo que los helados valen un dólar.
La niña asintió.
—Lo sé. Pagué yo misma cuatro dólares por el lazo de mi cabello en una tienda antes que viniéramos al parque y me regresaron esto, dos monedas de cincuenta centavos. –Las alzó sonriendo con orgullo
Lincoln apretó los puños con ira contenida. Alguien se había aprovechado de la ceguera de Lesly para darle mal el cambio cobrándole de más. Estaba pasándosela tan bien con ella que no quería hacerla sentir mal.
—Por supuesto, es que creí que me ibas a invitar uno. Ya sabes, por eso de la liberación femenina.
—Muy gracioso, señor presidente. Pues lo siento, pero es todo lo que tengo.
Hizo un mohín fingido entendiendo que sólo le estaba tomando el pelo y Lincoln se rio.
—Sabes, hay muchos niños con la heladera y parecen algo inquietos por la manera en que se están empujando. ¡Vaya que el helado los enloquece! Déjame ir a comprarlos, que por ser más alto, podré abrirme paso entre ellos. ¿De qué lo quieres?
—¿Crees que tenga de chocolate?
—Ya veré.
Aunque dudó un poco, Lesly le entregó sus monedas. El chico suspiró y fue hacia el puesto que en esos momentos sólo atendía a una persona, la cual no tardó en marcharse con su compra.
—¿Tiene algo por veinte centavos? —Le preguntó Lincoln a la heladera tomando su turno.
—Lo siento, cariño —la mujer era amable, pero inflexible—. Lo más baratos son los helados y las paletas de un dólar.
Lincoln suspiró. Guardó los veinte centavos de Lesly y sacó el dólar en cambio que llevaba.
Mientras tanto, Lesly se preocupó un poco. Recordó las palabras de la señorita Hepburn acerca de que no debería de ser tan confiada de la gente, pues muchos podrían aprovecharse de ella dada su condición. ¡Cómo le costaba demostrarle que podía confiar en que ella siendo hasta cierto punto independiente! No es que no le diese oportunidades, como en la mañana cuando Lesly la convenció de entrar a aquella tienda y comprar el lazo por ella misma. ¿Lincoln realmente habrá ido por su helado, o se quedaría esperándolo hasta que fueran a recogerla para llevarla de regreso a la casa de acogida con un dólar menos en el bolsillo?
—Helado de chocolate para la señorita del neumático número dos. —Exclamó Lincoln de regreso imitando la formalidad de un mesero.
Tan animada como aliviada, Lesly alzó la mano y Lincoln le acercó el helado con cuidado para que lo tomara.
—Muchas gracias, presidente Lincoln —le dio una probada y su rostro hizo una expresión ensoñadora que a Lincoln le recordó a sus hermanas cuando se atiborraban de chocolate—. ¡Está delicioso! ¿De qué pediste el tuyo?
—De va… —de pronto se le ocurrió que Lesly podría pedirle una probada de "su helado de vainilla", el cual por supuesto no podría convidarle—. El mío es de chocolate, como el tuyo.
—¡Genial! ¿Y cómo decías que el amigo de Ace perdió su ojo?
Entusiasmado una vez más, Lincoln continuó relatándole la historia, mientras que sentada en el neumático Lesly disfrutaba su helado. De pronto y mientras seguía hablando entretenido, Lincoln comenzó a columpiarse. A Lesly le llamó la atención que pudiera hacer eso mientras comía helado, cuando cayó en la cuenta que Lincoln no hacía ninguna pausa al hablar para probarlo. No quiso interrumpirlo, aunque la duda por eso persistió, no sería la primera que le surgía desde que salió en la mañana.
El tiempo continuó transcurriendo, cuando una joven quizás de dieciocho o diecinueve años apareció mirando con desconfianza a Lincoln, pero dirigiéndose hacia la niña.
—Oye, ya es hora de regresar a casa, Lesly.
—¿Tan pronto?
—Son las seis y eres la única que falta en el autobús.
Lincoln miró sorprendido el reloj de su celular. Al igual que Lesly, había perdido la noción de la hora, con todo y que ella tenía rato de haberse terminado el helado.
—Está bien —la niña suspiró decepcionada—. Fue un placer conocerte, Lincoln.
—Lo mismo digo, Lesly. ¿Y les dan estos paseos muy seguido?
—Los sábados como hoy por lo general.
Apurándola, aquella chica tomó de la mano a la niña para guiarla de regreso hacia el autobús
—Que nos estás retrasando, Lesly —miró de mal modo a Lincoln una última vez antes de caminar con prisa de regreso sin soltar a la jovencita.
Lincoln suspiró abatido una vez más. Ya era tarde por lo que tendría quizás problemas al llegar a casa. De pronto recordó lo que sucedió con sus padres y se preocupó aún más. No se le había ocurrido nada para llegando mitigar las aguas por retrasarse con Lesly. Sin embargo, no lo lamentaba.
Más que sentir el haber perdido ochenta centavos, se sintió agradecido por haber pasado una tarde tan agradable que compensara lo mal que comenzó el día.
—¿Qué tanto hacía ese chico contigo?
—Nada, sólo hablábamos de cómics y sus hermanas. ¿Puedes creer que tiene diez?
—Pues sí, tengo una prima que como muchos chicos es coleccionista de cómics y diez tomos no son nada a la cantidad que por lo general tienen.
—Me refiero a que tiene diez hermanas y dijo que una es como yo.
Esto la sorprendió tanto como el saber la cantidad.
—¿También es invidente?
Lamentó de pronto juzgar tan mal a aquél muchacho al entrar en modo sobreprotector con la niña. Lesly sonrió, lo mismo ella había pensado inicialmente cuando Lincoln lo mencionó de esa manera.
—No es eso. Me refiero a que tampoco creció mucho y parece más joven de lo que es.
La chica suspiró divertida. A veces hasta ella olvidaba que la "niña" a su lado ya era en realidad una señorita de doce años.
—Cuando menos lo esperes pegarás un estirón. Ya lo verás. No tienes por qué preocuparte de eso.
Aunque de vez en cuando a Lesly le preocupaba, en realidad era algo más apremiante por lo que solía hacerlo, aunque de momento prefirió ignorarlo. Se rascó el pecho con una mano intranquila.
Ya en el autobús y tras que la señorita Hepburn pasara lista, la joven sentada al lado de Lesly le preguntó.
—¿Y ese chico te trató bien? Temí que te estuviera molestando o algo así. Escuché que se habían peleado poco después que llegamos.
—¡No! Eso fue sólo un malentendido. Ya te lo dije. Todo lo que hicimos fue hablar mientras nos comíamos un helado.
La chica sonrió y bajó la voz en complicidad para que la señorita Hepburn no alcanzara a escucharlas.
—¿En serio te invitó un helado y se lo estaban comiendo juntos? —en tono de broma agregó— Quien diría que otro chico cae ante tus encantos.
Lesly se sonrojó.
—¡No es eso, Amanda! No me invitó nada. Cada uno se compró y se comió su propio helado.
El niño que iba adelante se dio la vuelta y canturreó.
—¡No es cierto! ¡Yo lo vi! Él no se estaba comiendo nada. Sólo tú eras la que tenía uno.
Y ahí estaba de nuevo la duda de Lesly, esta vez había llegado con más fuerza. Cuando Amanda despachó a aquél niño para que se metiera en sus propios asuntos y dejara de meter la nariz donde no lo llamaban, la niña le preguntó.
—Amanda. ¿No tienes sesenta centavos de casualidad?
—¿Sólo eso?
—Sí. Preferentemente una moneda de diez y otra de cincuenta. Te las regreso enseguida, sólo quiero comprobar algo.
La joven sacó su monedero y tras dar con un par de monedas de la denominación que le pidió, se las entregó.
Lesly sostuvo una moneda en cada mano. Las tentó con sus dedos, con sus palmas también, pasó varias veces sus yemas tanto por los bordes como por los grabados apreciando las diferencias. Una era apenas sólo un poco más pequeña que la otra, además de sentirse mucho más familiar.
—¿Esta pequeña es la de cincuenta centavos?
—No, es la de diez. La otra es la de cincuenta.
De pronto se la niña se ruborizó. La señorita Hepburn tenía razón y se aprovecharon de ella en la tienda, pero… también Amanda tenía razón en algo y sí, un chico le había invitado un helado.
—¿Te sucede algo? —Amanda le preguntó.
—No. Nada. Sólo pensaba.
—¿En el chico albino?
—¿Albino? ¿De qué hablas?
—De ese chico con el que hablabas.
Esto llamó la atención de Lesly. Lincoln nunca se describió a sí mismo ni ella le pidió que lo hiciera para no parecer más rara de lo que se sentía, a pesar que sintió muchas ganas de hacerlo.
—¿Es albino como yo?
—Pues… en realidad no estoy muy segura. Su piel no era tan clara como la tuya, pero por el cabello se parecen bastante.
—¿Qué tiene su cabello?
—Que es blanco como el tuyo. Nunca creí ver a otro niño además de ti con el cabello así.
Lesly quedó boquiabierta. No supo qué decir. Lamentó no haber podido hablar más con ese chico, especialmente tras comprender que quizá esa habría sido la única vez que lo haría al no volver a encontrárselo.
Cuando regresó a casa, Lincoln se impresionó ante la severa expresión de su padre. Había olvidado lo estricto que podía llegar a ser, siendo la última vez que lo recordaba actuar así cuando lo llamaron de la escuela primaria un par de años atrás para reportarle el cómo Lola había pateado en la entrepierna a un niño que se le había adelantado para ganarle el último postre.
Las chicas sabían que estaba en problemas cuando no apareció a cenar. Leni preocupada por su hermano se había ofrecido a salir a buscarlo, algo que para sorpresa de ella y sus hermanas, sus padres se negaron a qué lo hiciera. Cuando les preguntaron por qué, Rita les respondió cortante.
—Su hermano salió a tomar aire. Es mejor que se despeje por su cuenta allá afuera antes que hablemos con él cuando regrese.
En pocas palabras: "estaba en problemas por haber hecho algo malo que a ninguna le incumbía enterarse". Aunque muy permisivos por lo general, había momentos como aquél en que las chicas preferirían no arriesgarse a molestarlos para no extender su disgusto hacia ellas, especialmente cuando habían obtenido algo de ellos corriendo el riesgo a que ese algo luego se los quitaran.
La deportista entusiasta de la familia fue quien le abrió la puerta cuando esté llegó y tocó preparado para lo que enfrentaría. Lynn movió de lado a lado la cabeza mirándolo con pena en la entrada.
—No sé lo que hiciste, pero creo que estás en serios problemas.
Su falta de reacción le dieron a entender que era consciente de esto.
—Sí, supongo que yo me lo busqué.
Su hermana parecía iba a agregar algo más para reconfortarlo, cuando fue en ese momento que el padre de familia se asomó detrás de ella congelando a ambos.
—Tu plato está en el microondas. Antes de que lo calientes sube conmigo a tu habitación. Tu madre ya nos espera allá.
El chico tragó saliva, aunque sin lucir tan nervioso como su hermana imaginó iba a estarlo. Sin mediar palabra, a pasos rápidos Lincoln se dirigió a las escaleras acompañando a su padre, pensando en que entre más pronto fuese a recibir la sentencia, más pronto terminarían sus problemas inmediatos.
Ya encerrado con ambos, mientras estos severamente le reprendían por cómo les había contestado y discutían su castigo, Lincoln un tanto distraído, pensó una vez más en Lesly y su condición. Por la misma, en comparación se le ocurrió que lo que le estaba sucediendo ahora era apenas un contratiempo insignificante, mientras que lo de su amiga se trataba de un auténtico problema.
Lynn había estado fisgando un poco hacia el cuarto del fondo del pasillo superior preocupada por su hermano, hasta que sus padres salieron y tuvo que huir para evitar ser vista. Minutos después y tras escuchar a su padre regresar a la habitación de Lincoln y salir de la misma, se marchó directo a la cocina para tomar una hogaza de pan extra que sobró y después regresar consiguiendo entrar con Lincoln para saber cómo se encontraba.
Su hermano estaba comiendo meditativo su plato de Gulash sin ninguna ceremonia, cuando alzó la mirada hacia ella.
—¿Qué hay, Lynn?
—¿Qué hay contigo, apestoso? ¿Por qué papá y mamá estaban tan enfadados? —Le pasó el pan y Lincoln lo tomó partiéndolo a la mitad haciéndole un gesto de agradecimiento.
—Les pedí que me inscribieran a un curso de dibujo y me dijeron que no con todo y que busqué el modo de convencerlos para que lo hicieran y… al final digamos que perdí un poco los estribos cuando me enteré que ya no tenían dinero por… otras cosas. No me lo tomé bien y fui muy grosero con ambos.
Lynn se sintió incómoda, no sólo porque sabía lo que era perder los estribos ante una situación que no le pareciera correcta, sino al pensar que su hermano se quedó sin tomar aquel curso debido a que sus padres le pagaron los boletos y el viaje a un partido al que deseaba asistir, ignorando que ella apenas era una parte varios contratiempos.
—Oye… ¿quieres que te traiga un dedo de espuma gigante cuando vaya a Detroit.
Por respuesta Lincoln se encogió de hombros dispuesto a permitir que su hermana se sintiera un poco culpable a causa suya, sería bueno que lo hiciera para variar. Permanecieron en silencio un momento más. Lynn parecía buscar en la expresión de Lincoln algo que a su criterio le hacía falta.
—¿Y te castigaron?
—Sin salir de casa de aquí hasta el próximo fin de semana.
—No pareces tan molesto por eso.
—¿Pues qué puedo hacer? Me porté mal y me castigaron. No es la gran cosa. Podría tener peores problemas.
—¿Cómo cuáles?
Una vez más el recuerdo de Lesly asaltó a Lincoln.
—Podría no tener… Bueno… todavía tengo mi salud y eso es algo por lo que debo de sentirme agradecido.
Lynn asintió sin saber qué decir al respecto. Su hermano enfrentaba de una forma madura su castigo y eso la hacía sentir que se quedaba un tanto atrás en cuanto a madurez se refería. Odiaba que el aspecto de Lincoln pareciera un poco mayor al de ella, así como que también encima actuara como tal.
—Lo que digas, Linc. Si necesitas algo, sólo pídemelo.
Con eso sintió reforzaba su lugar como la hermana mayor. Estaba por salir de la habitación cuando Lincoln la detuvo.
—¡Espera!
—¿Qué ocurre?
De pronto al chico se le ocurrió algo.
—De hecho, creo que sí necesitaré ayuda con algo, pero… no estoy seguro si podrías echarme una mano.
Lynn sonrió. Además de sentir que le fastidió el curso, su hermano le había ayudado mucho últimamente con sus entrenamientos en casa ofreciéndose él mismo a hacerlo en la mitad de los mismos. Esta podría ser una forma en que buscaría quedar a mano con él.
—Seguro. Dime, ¿qué necesitas?
El chico hizo a un lado su plato con el gulash para ponerse de pie e ir a cerrar la puerta, no sin antes dirigir una mirada inquisitiva hacia el pasillo esperando que nadie lo escuchara. Lynn se preocupó al imaginar que le pediría algo muy importante.
—Ya te dije que estaré castigado hasta el próximo fin de semana, pero necesitaré salir de casa el sábado. ¿Crees poder cubrirme para hacerlo sin que papá o mamá se enteren?
—No lo sé. ¿Cuánto tiempo necesitas?
—Tal vez todo el día después de desayunar hasta la hora de la comida, incluso quizás también después hasta la cena.
—¿Pues qué vas a hacer?
Por mucho que Lynn se sintiese en deuda con él, Lincoln definitivamente no iba a hablarle de la niña que conoció en el parque, a riesgo de entrar en malentendidos tanto con ella como con el resto de las chicas cuando seguramente ella les contara.
—Creo que puedo conseguir un trabajo en la granja de Liam para intentar juntar el dinero del curso.
Aunque entendía sus motivos, Lynn no estaba segura del todo.
—No lo sé, Linc. Suena muy complicado eso de cubrirte todo el día. Digo, tal vez mamá y papá no te noten, pero ¿qué hay del resto de las chicas?
Aunque ellas no le interesaban tanto como sus padres, a Lincoln de pronto se le ocurrió que seguro sus padres las habrían puesto sobre aviso del castigo, en especial a Leni y a Luna quienes eran las hermanas mayores presentes. Ya era ganancia el que Lori estuviese en la universidad pues con ella hubiese sido más complicado evadirla.
Notando que esto realmente parecía muy importante para su hermano, Lynn suspiró.
—Sabes qué, ya me las arreglaré. Puedes contar conmigo para salir con Liam.
—¿Hablas en serio?
—Por supuesto. Algo se me ocurrirá.
O al menos eso ella esperaba. Lincoln asintió satisfecho, pensando que con un poco de suerte podría ir y quedarse en el parque el sábado durante el tiempo suficiente bajo la esperanza de volver a ver a Lesly. El riesgo era grande, pero más grande había sido la manera en que esa niña lo había cautivado.
