III

Una conveniente casualidad

Si bien la primera mitad de la semana ambos padres se habían mostrado decepcionados con la conducta de Lincoln, pasando los días pronto volvieron a dirigirse a él con el mismo cariño que solían mostrarle siempre, disculpándose por no poder costearle el curso, pero manteniéndose firmes en el castigo que le impusieron y del que el resto de sus hijas estaban ya avisadas, para hacerles saber que tenía prohibido salir de casa a cualquier parte que no fuese la escuela hasta la próxima semana.

El viernes, al salir de clases los amigos del peliblanco lo acompañaron a su casa, lamentando que no consiguiera los medios para asistir al curso de dibujo, como tampoco con ellos al cine y al centro comercial el sábado.

—Mala suerte, amigo —Rusty le decía—. Papá nos había conseguido cupones para un par de combos tamaño monstruo en el cine. Venían incluidas las nuevas palomitas sabor nachos con mayonesa.

—Está bien. Será para otra ocasión.

Stella suspiró.

—Pero se trata de la película spin-off de la saga del señor de las guerras infinitas del hechicero. Con las ganas que tenías de ver esa película.

—Supongo que la veré por internet.

—No es lo mismo que la veas en la computadora a hacerlo en una gran pantalla.

—No es el fin el mundo, Stella —pareció molestarse un poco su insistencia—. A fin de cuentas, después de una forma u otra sí podré mirarla.

La manera en que Lincoln le respondió desconcertó a todos. Clyde ya había notado antes que el resto algo extraño en el comportamiento de su amigo durante la semana. Al darse cuenta que de nuevo estaba siendo grosero, Lincoln se apresuró a disculparse.

—Lo siento, Stella. Es sólo… estoy de verdad frustrado porque no podré salir con ustedes. No me hagan caso.

Zach chasqueó la lengua.

—Mejor ya no hablemos de eso, es obvio que te duele perderte la película.

Todos parecían suponer lo mismo y se mostraron de acuerdo en cerrar el tema. Lincoln se sintió agradecido con ellos, pensando que aún si no lo hubiesen castigado, de cualquier manera, no los habría acompañado al cine, esto debido al plan que tenía en mente poner en marcha.

Se sentía nervioso. Mañana sería ya sábado y esperaba que Lynn consiguiera cubrirlo para escaparse de casa.


La familia Loud desayunó amena y ruidosamente como de costumbre durante la mañana. Una vez que terminaron, la madre de familia se levantó de la mesa alegremente.

—Bien, chicos. Si me disculpan, voy a intentar concentrarme en escribir mi novela. Por favor sólo háblenme si es estrictamente necesario.

El señor Loud revisó la hora.

—Iré a revisar cómo marchan las cosas en el restaurante con el nuevo cocinero. Tienen mi teléfono, familia. Igual regresaré a la hora de la comida —se dirige hacia Leni y Luna—. Chicas, se quedan a cargo.

Al levantarse, Leni miró a sus hermanos.

—¿Necesitan algo antes de que vaya a arreglar el vestido de Becky para su fiesta?

Al recibir sus negativas, se puso de pie para marcharse. Luna estaba por seguirla, cuando se dirigió a quienes quedaban.

—Estaré en la sala mirando un concierto por streaming. Más vale que se comporten —puso su atención en Lincoln—. ¿Quieres acompañarme a verlo, hermano?

Buscaba ser amable con él a sabiendas que por su castigo no podía salir de casa.

—No, gracias. Clyde me prestó algunos cómics y quiero terminar de leerlos para ya regresárselos el lunes. Así que con permiso.

Al levantarse, su mirada brevemente se cruzó con la de Lynn quien le asintió con discreción. Ella fue la siguiente en ponerse de pie.

—Iré a mis prácticas. Tengo fútbol en unos momentos, béisbol después y espero regresar antes que anochezca cuando termine la de básquetbol.

Quizá a cualquier otra persona ajena a la familia podría sorprenderle tremenda carga de actividades, pero a los Loud por el contrario si acaso les sorprendería que por la noche llegase cansada después de todo eso.

Luan se marchó llevándose a las gemelas a la casa de una compañera de la escuela de estas, donde además haría una presentación como payaso. Lisa se encerraría en su habitación para estudiar y realizar algunas pruebas, mientras que Lily con sus muñecas y legos jugaría en la sala bajo la supervisión de Luna. No notaron cuando Lucy se marchó.


Más tarde, cargando su mochila deportiva, Lynn salió de la casa no sin antes gritarle a quienes quedaban adentro.

—¡Los veo después!

Una vez afuera, saludó con la mano al señor Grouse que en el pórtico terminaba de regar sus flores. El anciano le regresó el saludo y siguió en sus asuntos, si acaso mirando curioso a la adolescente que rodeó su propia casa con cierta discreción hasta quedar bajo la ventanilla de la habitación del único hijo varón de la familia.

Arriba, Lincoln se asomó y tras comprobar que solo su hermana estuviese a la vista ignorando a su vecino, arrojó lo que parecía ser una gruesa cuerda tan larga que llegó hasta ella abajo; esta tenía diversos nudos un tanto prominentes, en los que Lynn se apoyó con manos y pies conforme comenzó velozmente a trepar por ella.

El señor Grouse terminó los cuidados de sus flores. Pensó que una cerveza en el pórtico le sentaría bien junto con lo que le quedaba del delicioso submarino de salami que la niña Lynn le había obsequiado la noche pasada.


Lincoln le dio la mano a su hermana en el último tramo para que se impulsara y terminara por entrar a su habitación. Ya adentro, todavía ansioso el chico comprobó una vez más que la puerta de su habitación estuviese cerrada con el seguro puesto.

—Que paranoico.

—Soy precavido. Por favor, baja la voz. Recuerda que se supone que no estás en casa.

Lynn tiró la mochila en el suelo y tras sentarse en la silla del escritorio con el respaldo de frente, observó con curiosidad el cambio de ropa que su hermano acababa de hacerse. Pese a que solía molestarlo metiéndose con él y tomándole el pelo, sabía reconocer que era apuesto, más todavía con lo que ahora estaba llevando.

—¿Realmente vas a trabajar en la granja de Liam usando los pantalones de vestir? —bajó un poco la mirada y su sorpresa fue mayor—. ¿Te lustraste los zapatos?

Aunque hasta ese momento Lincoln se había sentido orgulloso por el aspecto formal que presentaba, de pronto se sintió nervioso al notar parte del fallo en su plan al no pensar en la impresión que le provocaría a Lynn.

—Pues… quiero darles una buena impresión a los padres de Liam para que me contraten. De verdad necesito el dinero. Debes de saber que estar presentable es importante cuando vas a pedir empleo.

Lynn parecía estar procesando sus palabras, había supuesto que el trabajo ya lo tenía garantizado. Lincoln mientras tanto rezaba internamente para le creyera. De pronto una sonrisa traviesa iluminó el rostro de su hermana.

—¿Qué edad tiene la hermanita de Liam?

—Diez, ¿por…? —entendió su insinuación— ¡Oye! ¡Por ahí no va la cosa! ¡Ya te dije que esto lo hago para impresionar a sus padres!

Ella asintió descartando al instante su teoría.

—Sí, supongo que dices la verdad. Si esa niña no fuera tan pequeña, entonces no te creería.

Lincoln se ruborizó recordando lo joven que Lesly aparentaba ser pese a su edad. Trató de apartar tal pensamiento que, en todo caso, tampoco iba por algo que no fuese conocer mejor a su nueva amiga de llegar a encontrársela. A Lynn de pronto se le ocurrió algo.

—Igual deberías tener cuidado. Así como vas, seguro provocarás sin querer que si está, esa niña te eche los ojos.

A Lincoln el comentario le pareció de lo más irónico. De todas maneras, sabía que Lynn sólo estaba burlándose de él.

—Muy graciosa.

—Lo digo en serio. Te vez muy guapo y es fácil de notar. Seguro muchas chicas voltearán a verte si pasas frente a ellas así.

El chico tuvo el impulso de reírse al imaginarse que si pasara delante de Lesly, ella ni siquiera así lo vería. De inmediato se sintió muy mal por pensar así y más por encontrarlo gracioso, siendo por el contrario muy irrespetuoso. Internamente tuvo que reprenderse a sí mismo.

Lynn estaba equivocada. Fuera de juegos, Lesly no podría verlo de ningún modo que no fuera como el chico con el que habló la semana pasada y… no podría "verlo", al pensar en ello entonces se preguntó por qué se esforzó en "verse" presentable en primer lugar.

—Tienes razón.

—¿En qué?

—No tiene sentido que vaya así, si… voy a ensuciarme todo el día.

—Yo te lo dije. ¿Vas a cambiarte?

Ciertamente se sentiría más cómodo si llevara la misma ropa casual de siempre y se relajaba un poco.

—Sí, será lo mejor. No tardaré.

Se desabrochó los pantalones, cuando de pronto dirigió la vista a su hermana, quien lo observaba con su cabeza apoyada en sus brazos cruzados sobre el respaldo de la silla.

—Disculpa, Lynn. ¿Te importaría?

—No, adelante.

La miró de mala manera.

—¿Qué? ¿Quieres que salga por la ventana sólo para que te cambies?

—Podrías darte la vuelta.

Ella bufó con aburrimiento antes de levantarse y desviar su atención hacia una pared musitando por lo bajo.

—Como si fuera la gran cosa verte en ropa interior. ¿Desde cuando eres tan pudoroso, hermanito? Si antes no te importaba incluso que nos cambiáramos juntos de ropa en el mismo cuarto, a veces hasta en la calle, como esa vez que te cubrí la espalda como ahora, cuando engañaste a mamá y papá diciéndoles que habías entrado a un equipo de fútbol y yo iba a jugar en tu lugar.

—En ese entonces las cosas eran muy distintas. Yo era un… tú sabes.

—¿Un mocoso exhibicionista orgulloso de serlo?

Su hermano gruñó ruborizado ante el jocoso comentario.

—…un poco más inocente. De esa vez aún no tenía trece años como ahora.

—Yo si los tenía y no me importaba.

—Y esa es la diferencia entre tú y yo. El pudor y el recato femenino.

—¿Y lo que te dio a ti fue lo primero o lo segundo?

Decidió ignorarla. La conversación lo estaba poniendo incómodo. Tal vez en efecto hasta hace un par de años seguía sin darle importancia al pudor, pero desde hace algunos meses atrás, mostrarse en poca ropa frente a sus hermanas había comenzado a avergonzarlo a como si ellas se trataran de cualquier otra chica, al punto que leer sus cómics en ropa interior se convirtió en una actividad exclusiva de hacer en su habitación, claro, después de ponerle el seguro a la puerta como lo hizo ahora.

—Estoy listo.

Lynn se dio la vuelta. Con cierta decepción comprobó que su hermano estaba vestido una vez más como siempre acostumbraba hacerlo, aunque el cambio apenas y le restaba encanto.

—Ya no te vez tan divertido.

—Gracias por eso.

Lincoln entreabrió la puerta para asomarse. Las chicas que quedaban en casa visibles hacían lo de siempre, las más cercanas al área como Leni y Luna seguían distraídas en lo suyo.

Tras volver a cerrar, se dirigió con cierto nerviosismo a su hermana, pero mirando hacia la ventana y la soga todavía atada de un extremo en uno de los soportes de su cama.

—Bien. Estoy listo.

—Quita esa cara. Ya viste que tenía razón y la cuerda para rapel que te presté anoche es muy resistente con todo y los nudos que le hice para reforzar la seguridad.

—Lo sé. Pues aquí vamos.

—Sé rápido —le advirtió conforme le ayudaba a pasar por la ventana—. Procura que no te vea nadie cuando salgas.

—Muchas gracias, Lynn. Cualquier contratiempo me llamas al celular. Te voy a deber una muy grande.

En respuesta ella le revolvió el cabello cuando estaba por impulsarse hacia abajo. Con cierta dificultad, Lincoln logró descender poco a poco sujetándose con fuerza y mirando a su alrededor para cerciorarse que nadie lo descubriese.

No confiándose de la resistencia de la cama, Lynn como había hecho Lincoln durante su turno, sujetó la improvisada soga para evitar que se soltara y su hermano se hiciera daño.


El señor Grouse miraba esto despreocupado disfrutando de lo que quedaba de su emparedado. El chico Loud llegó al suelo y antes de desaparecer corriendo, volteó hacia arriba y se despidió de su hermana rápidamente con un gesto de mano, ella se lo regresó para después mirar con una sonrisa a su vecino mostrándole un pulgar arriba.

El anciano negó con fastidio y regresó a su hogar tras terminar su merienda, dejando agradecida a la chica porque fuese discreto como se lo pidió y él accedió no tanto por el refrigerio sino por ser ella. Lynn se aseguraría una vez en Detroit de tomar muchas fotos para su vecino y llevarle una pelota o alguna playera autografiada, además del dedo de espuma gigante.

Ya de regreso en la habitación de su hermano, Lynn volvió a meter la soga, luego de su mochila sacó una pelota de béisbol junto con algunas revistas sobre deportes, entonces con todo eso se tiró sobre la cama de Lincoln recordando lo cómoda que era.

Mientras con una mano sujetaba una de las revistas que leía, con la otra se puso a rebotar la pelota contra la pared. Distrayéndose al pensar en lo que acababa de suceder, sonrió divertida sin darse cuenta que su cara estaba sonrojándose.

—Vaya que ha crecido mucho... mi dulce hermanito.


Lincoln se apresuró a alejarse de su casa, no fuera a ser que alguna otra de sus hermanas se asomara por la ventana y lo descubriese como creyó su vecino había hecho, de quién de cualquier forma confiaba en su discreción por su amistad con Lynn.

En breve tiempo se encontraba una vez más en el parque un par de horas más temprano del tiempo en el que llegó la semana pasada tras la discusión con sus padres.

Se sintió de pronto algo nervioso e inseguro, al punto que se preguntó por qué estaba haciendo esto. La explicación era obvia: quería ver de nuevo a aquella chica. ¿Por qué? Eso era algo más complicado de entender y en lo que no se había detenido a pensar mucho hasta ese momento. Sencillamente quería verla. De alguna forma Lesly le había intrigado. Quizás se trataba del interés que ella demostró por Ace Savvy o… era bonita, no iba a negarlo, además de ser muy agradable y encantadora… además de ciega. Esto último sólo le generó más dudas para las que no tenía una respuesta, o al menos ninguna que pudiese ser sencilla.


El sábado había llegado. Lesly estaba intranquila en su habitación compartida mientras sobre la cama jugaba con su celular, el cual no funcionaba para hacer llamadas por la falta de un chip, por lo que solía usarlo como una radio, además para reproducir la música que Amanda regularmente solía pasarle, entre otras cosas.

—Margue, ¿todavía no llega el señor Rooney? —le preguntó ansiosa—. ¡Ya quiero ir cine!

—La señorita Hepburn todavía no nos ha avisado que ya lo haya hecho —una niña pelirroja de siete años le respondió—. ¿Pero por qué tienes tantas ganas de ir? Digo… no puedes ver la película.

—Puedo escucharla. Estoy segura que será muy emocionante. Además, me gusta mucho la voz del actor que hace de Aisas.

Una niña pelinegra de nueve años que terminaba de tender su cama, agregó.

—También es guapo. Como sea, yo habría preferido ir al museo.

Margue bufó.

—Qué aburrida eres, Heidi.

Tuvieron que detener su plática cuando la señorita Hepburn tocó la puerta antes de entrar.

—Niñas, espero que estén listas. El señor Rooney y Amanda están por llegar.

Poniéndose de pie al instante, Lesly fue la primera en hacer caso emocionada. Se guardó el celular en el bolsillo y salió de la habitación tomando el ya familiarizado camino sin esperar a sus hermanas.

Una vez en el pasillo, tanteando la pared se dirigió hacia la sala, alcanzando a escuchar la puerta principal abrirse, así como la voz de la señorita Hepburn.

—Buenos días, Amanda. Pasa, tengo café en la cocina si gustas.

—Gracias, señorita Hepburn. Buenos días, Lesly.

—Buenos días Amanda. ¿Cómo estuvo tu semana?

—Muy bien, gracias. ¿Lista para ir al parque?

La jovencita se sintió confundida.

—¿Al parque? Creo que te equivocaste. Eso fue la semana pasada. ¡Hoy vamos a ver la última película de la saga del señor de las guerras infinitas del hechicero!

Su emoción era evidente, lo que provocó que la señorita Hepburn torciera el gesto con evidente incomodidad. La universitaria miró a la encargada de forma acusatoria a lo que esta se encogió.

—Apenas iba a decírselo.

El tono de voz que auguraba malas noticias alertó a Lesly.

—¿He? ¿Qué pasa? ¿Van a cancelar lo del cine?

La mujer de mediana edad se le acercó y colocó una mano sobre su hombro.

—Lesly… el clima hoy está especialmente agradable. ¿No te gustaría mejor pasar el día en el parque otra vez? Sé que disfrutaste mucho ir el anterior sábado. El aire fresco es algo que sin duda te sentaría mejor y Amanda estará encantada de acompañarte para jugar contigo.

Es verdad que a Lesly le gustaba sentir los climas agradables del exterior, aunque eso no fue lo que diría disfrutó más de la vez pasada. En todo caso para ese día estaba ya en realidad más entusiasmada por ir al cine y comer palomitas de maíz, aunque fueran sin mantequilla. Algo extraño estaba ocurriendo.

—¿Por qué no me quieren llevar al cine? ¿Es por el dinero? ¿No les dieron las entradas necesarias para todos?

Las dos mujeres intercambiaron una mirada preocupada. Amanda suspiró y se le acercó.

—No se trata de las entradas o el dinero, Lesly. Es sólo que tú…

Se sintió incapaz de decirlo. Lesly parecía haber perdido todo el entusiasmo que había desbordado desde la mañana.

—¿Es porque el orfanato cree que necesito un trato diferente al resto por… mi condición?

Amanda sin poder soportarlo más y al prever una posible rabieta que a su ver estaba justificada, tomó las manos de la niña.

—Por favor, no te exaltes que eso es malo. Mira, sé que es una tontería, pero hagamos esto. Tal vez… pueda conseguir la película y la próxima semana pasártela a tu celular. ¿Qué dices? Podrás escucharla en la comodidad de tu cama sin problemas, incluso podemos escucharla juntas si quieres.

La niña suspiró comprendiendo que nada conseguiría discutiendo con ambas. Se dio la vuelta molesta y resignada dándoles la espalda.

—Está bien. Esperaré en el autobús.

En su camino Lesly se topó con dos chicos que hablaban excitados por lo grandiosa que sería la película, algo que no ayudó a mejorar el mal humor que ya tenía.

—¡Lesly! ¿Lista para ver la película más grandiosa del verano?

—Lo siento, pero no podré.

—¡Oh! —el chico pelinegro de diez años se tapó la boca apenado—. Olvidé que no puedes ver nada.

—Me refiero a que no los acompañaré, Brian. Iré al parque.

El otro niño, más pequeño y de tez oscura, chistó.

—¿De nuevo? ¿Es que no te aburre ir casi siempre al parque?

Por supuesto que en ocasiones eso sucedía. Teniendo que aceptar los hechos y tanteando dónde y a qué altura estaría el chico a juzgar por su voz, Lesly consiguió llevar su mano a la cabeza de él para revolverle el cabello.

—No, para nada Simon. El aire fresco me hace bien. ¿No me ayudan a ir al autobús?

Brian tomó la mano derecha de Lesly y la colocó sobre su hombro derecho. De esa forma el chico comenzó a encaminarla hacia afuera donde el conductor del orfanato los esperaba con otros niños ya dentro del autobús, estos asomaron sus cabezas para ver a los chicos de la casa hogar subir, centrando en especial su atención en Lesly.

—¿Ella también va a ir al cine? —uno de los pequeños de ellos la señaló con descaro—. ¿Pero cómo va a ver la película si es ciega?

Malhumorada, Margue que ya estaba arriba con ellos pasó a su lado y lo golpeó en el hombro.

—Tiene oídos, tonto.

El niño se sobó el hombro. La pregunta de "¿Qué tiene que ver eso con ver una película?" cruzó por su mente, pero lo último que quería era hacer enojar a Margue. Esa niña tendría siete años, pero seguía siendo mayor que él… además en ese momento Carl les mostraba a unos chicos cómo supuestamente todavía tenía la marca de la mordida que le propinó la semana pasada.

Del hogar de acogida, la encargada salía siendo seguida por Amanda.

—Gracias por venir a ayudarme con Lesly. Sé que tienes exámenes, pero…

—Esto no es justo y no estoy hablando de mí.

La señorita Hepburn se detuvo en la puerta. Se levantó los anteojos y se frotó los ojos con fastidio.

—Lo sé, pero ya sabes que son instrucciones del orfanato y puedo entenderlo. Procura que la pase bien. Tienes mi número, así que no dudes en llamarme en caso de alguna emergencia.


El autobús se detuvo a medio camino frente al parque. La puerta se abrió y Lesly bajó tomada de la mano de Amanda, siendo seguidas por la encargada de la casa hogar.

—Muchas gracias de nuevo por esto, Amanda. Tal vez… puedan alcanzarnos en un par de horas en el centro comercial —se inclina para ver a Lesly—. Podrían acompañarnos a comer una hamburguesa con los demás. ¿Qué dices?

Aunque aún desilusionada por perderse la película, la propuesta provocó una breve sonrisa en la niña.

—Sí, eso sería genial.

La señorita Hepburn subió de nuevo y el autobús se marchó finalmente.

—Vamos, Lesly. ¿Te gustaría que camináramos hasta los columpios otra vez?

—Sí, claro.

Durante los siguientes minutos caminar fue todo lo que hicieron. Buscando hacerle plática a la niña, Amanda le preguntó suponiendo qué era lo que en realidad la tenía de tan mal humor.

—¿Cómo te sientes? Espero que ya te hayas recuperado.

—Lo hice. Ya estoy bien.

Después de todo no iba tan mal desencaminada, aunque creía acertar ahora que el tema era algo que Lesly no quería tocar. Recordando lo sucedido el sábado pasado, preguntó esperando distraerla de eso.

—¿No fue por aquí donde conociste a ese chico que te invitó un helado la semana pasada?

—Sí. —Aún parecía estar de malas.

—No recuerdo que me dijeses su nombre, ¿cuál era?

La niña de pronto sonrió al recordarlo.

—Lincoln.

—Sí, pero cuál es su nombre de pila.

—Ese es su nombre, Lincoln.

La universitaria lo entendió y sonrió divertida.

—Estoy segura que eso es un apellido.

—¿Verdad que sí? —Por un momento pareció olvidar su malestar al ocurrírsele algo— Tal vez… podríamos encontrárnoslo.

Su cuidadora negó con un gesto.

—No te hagas muchas ilusiones, Lesly. Sólo porque estaba aquí la semana pasada, no significa que volverá a estar aquí ahora.

La niña bufó.

—Sí. Tienes razón.


Lincoln miró su reloj. Entre pensamientos y cavilaciones ya había pasado casi una hora. Del autobús del orfanato nada, como tampoco de aquellos niños, de la señorita Hepburn o esa chica que recogió a Lesly. Se le ocurrió ya tarde que en realidad no había ninguna garantía que regresaran ese día. Más que retrasarse, estaba pensando que tal vez sus salidas semanales no siempre eran en ese día precisamente, peor, quizá tampoco eran continuas y esta semana no habían salido a ningún lado, o si las hacían, no siempre las realizaban al parque. Podrían haber ido hoy al museo, de excursión al bosque, incluso…

Dos personas de pronto aparecieron en su rango de visión deteniendo su tren de pensamientos. Una de ellas una chica quizás un par de años mayor que su hermana Lori, quien al notarlo se detuvo abruptamente sorprendida llevando a una niña de la mano.

—¿Qué ocurre?

Fue lo que le preguntó la niña peliblanca y de vestido rosa a su cuidadora, extrañada por la forma en que dejó de caminar sin aviso. Lincoln tragó saliva un tanto nervioso antes de darse ánimos para acercárseles.

—Ho… hola, chicas.

La sorpresa esta vez fue para Lesly, incluso mucho mayor que en Amanda. De inmediato reconoció la voz y sin saber por qué, sintió un extraño calor en sus mejillas y cierta vergüenza.

—¿Lincoln?

—¡Sí, soy yo! —No pudo evitar alzar la voz, por lo que fingiendo toser trató de ocultar su entusiasmo y también su sorpresa con reencontrarse con ella—. Ha… no esperaba encontrarlas por aquí de nuevo. ¿Entonces es cierto que vienen todos los sábados al parque?

Lincoln miró a su alrededor esperando ver el autobús del orfanato, suponiendo que lo había pasado de largo al distraer su atención. Amanda lo miró con sospecha, lo que lo aumentó su nerviosismo un poco.

—Bueno… por lo general cada sábado vamos a un sitio distinto —le explicaba la albina—. De hecho, esta semana mandaron a los chicos al cine con excepción de mí porque yo no puedo… ah…

Detuvo su respuesta abruptamente. Se sintió incómoda de tener de que explicarle. Amanda miró ahora a la niña y buscando reconfortarla la tomó ahora ella por el hombro comprendiendo lo que le ocurría. Lincoln un tanto avergonzado también pareció entenderlo.

—Pudiste ir de cualquier manera. Estoy seguro que escuchar la película puede ser igual de emocionante.

—¡Verdad que sí! —exclamó entusiasta porque finalmente alguien entendiera su posición al respecto—. Además, es la última película hasta el momento del señor de las guerras infinitas del hechicero.

—Bueno, no es que tampoco te pierdas de mucho, en realidad sólo se trata de un spin-off del aprendiz de la bruja.

—Con más motivos quería ir. ¡Me encanta ese personaje! ¡De no ser por él la orden del azulejo nunca hubiera reunido los siete anillos para invocar al guantelete del señor del tiempo! ¿Verdad que sí, Amanda?

Se volvió hacia ella. Para ese momento, la universitaria de preguntarse si realmente ese niño estaba precisamente en ese sitio por una mera coincidencia, pasó a intentar entender de qué rayos era de lo que esos dos estaban hablando.

—Ah… no he visto ninguna de esas películas.

—¡No te creo! Si son bastante geniales.

Lincoln asintió.

—Cierto, aunque deberías de leer los libros. Esos son mucho mejores porque…

El chico se mordió la lengua al creer que acaba de cometer un grave error. Lesly no tenía la opción de leer los libros aún si los tuviera, por el hecho que ella no podía…

—Eso es verdad —de pronto le dio la razón—. Sobre todo el segundo libro. La adaptación se dejó muchas cosas importantes al aire.

—Tu… ¿realmente lo leíste? —de pronto recordó haber visto en algún lado, quizás en internet, acerca de que la gente invidente tiene su propia escritura basada en puntos impresos a modo de relieves en hojas especiales, incluso creía recordar su nombre—. ¿Los tienes en… "braile"?

—No. Imagino que en el caso de que existan en ese formato, seguro son muy costosos. Lo escuché como audiolibro en mi celular.

—¿Tienes un celular?

—Sí. La señorita Hepburn me lo regaló con los primeros tres libros de la saga junto con otros cuando llegué a la casa hogar. Mira.

Sacó un celular sin bloqueo, que tras encenderlo y sin prestar atención a la pantalla, con su dedo trazó un camino oprimiendo opciones de forma mecánica ya memorizada. Al terminar, le mostró a Lincoln la pantalla, donde este vio el texto escrito de lo que supuso se trataba de una versión digital del libro. De pronto una voz automatizada comenzó a leer en voz alta el texto.

—Eso… es muy genial. Así no te pierdes de nada.

—¿Verdad que sí?

Amanda sonrió al ver qué Lesly también lo hacía. Dejó de recelar tanto y miró con simpatía al chico sintiéndose de más en la escena. Aún no lo conocía, pero se estaba ganando varios puntos en agradarle, en especial por la manera tan natural con que le hablaba a la niña y la hacía sentir bien con eso.

—Lesly… sabes, de verdad que no puedo seguirles el paso sobre lo que están hablando, además que todavía tengo que estudiar para un examen que me tocará el lunes.

La niña abochornada comprendió al instante lo que Amanda estaba insinuando en hacer y se sintió nerviosa. No es que la idea le molestara, por el contrario, pero no estaba segura si no interrumpiría a Lincoln, pues si él estaba en el parque, era por algo y no por ella.

—¡Yo podría acompañar a Lesly! —soltó él repentinamente sorprendiendo a ambas, incluso a sí mismo por su arrebato—. ¡Digo! Así tú puedes estudiar y Lesly puede distraerse sin que se quede sola.

Sonrojado, el chico sintió que Amanda trataba de leer su mente por la manera en que de nuevo lo estaba mirando con suspicacia.

—¿Tú qué dices, Lesly?

—Yo… podría quedarme con Lincoln. Bueno… si no lo molesto de lo que estuviera haciendo.

—Descuida, no estaba haciendo nada.

Amanda recelosa lo miró todavía con mayor atención.

—¿Entonces a que viniste a hacer al parque?

Dándose cuenta de lo sospechoso que debió de escucharse, carraspeó.

—Bueno… solo me dio por venir a respirar aire fresco. Me sienta bien hacerlo de vez en cuando.

Lesly pareció hundirse en donde estaba. Eso sonaba a lo que Amanda o la señorita Hepburn solían decirle cuando le explicaban el por qué era preferible que fuese a campo abierto, en lugar de con los demás chicos y chicas al cine o al centro comercial.

Amanda le dedicó una última mirada de advertencia a Lincoln antes de retirarse no muy lejos del área.

—Estaré en ese kiosco —se lo señaló—. No voy a quitarles los ojos de encima totalmente, así que mejor no intenten apartarse mucho de aquí.

Riéndose por las caras abochornadas de ambos, se marchó para darles su espacio, pero haciendo válidas sus palabras de no dejar de prestarles atención, en especial a Lesly quien sentía comprensiva que se merecía ese momento como la señorita que ya era.

Una vez que se quedaron solos, Lincoln se rascó la mejilla un tanto apenado.

—Entonces, ¿qué te gustaría hacer?

—Pues… no lo sé en realidad. Por qué no vamos a sentarnos en algún sitio.

Lincoln asintió y se dirigió hacia los columpios de neumáticos. Al ver brevemente sobre su hombro, se dio cuenta que atrás Lesly parecía trata de seguirlo al escucharlo moverse, por lo que con sus manos estaba tanteando al frente suyo dando algunos cortos pasos inseguros. Con reproche golpeándose ligeramente la frente por el error que cometió, Lincoln retrocedió para tomar de la mano a la niña.

La niña se mordió el labio al sentir la mano de Lincoln con la suya, al muchacho el acto se le hizo muy natural, pues no veía otro modo de guiarla hacia donde caminaba, no muy lejos del rango de visión de Amanda, por supuesto.


—¿Y Canadá es bonito?

—Lo es, pese a la obsesión con el Maple. Tal vez a futuro cuando me levanten la orden de restricción regrese para vacacionar.

—¡Genial! Aunque sea un lugar frío, me gustaría conocerlo.

Durante las siguientes dos horas aunque Lincoln tuvo muchas ganas de preguntarle a Lesly sobre su entorno y lo que se suponía era ser invidente, por educación permitió que Lesly llevara la conversación, pero así como el estaba curioso de su vida, ella lo estaba de la suya por lo que en lugar de contarle cosas, pasó buena parte del tiempo haciéndole preguntas para conocerlo mejor. Eso estaba bien, pensó Lincoln, de esa manera Lesly se sentiría cada vez más en mayor confianza con él.

—¿Y conseguiste el dinero para ir al curso?

—La verdad es que ni siquiera he pensado ya en eso.

—Eso está mal. No deberías de tirar la toalla tan pronto. ¿Es tan difícil reunir el dinero que necesitas?

—Más de lo que te imaginas. Soy demasiado joven para conseguir un trabajo que me pague lo suficiente.

Lo cierto es que en otras circunstancias quizá se habría puesto a pensar en otras alternativas para resolver el problema, pero el tener la cabeza en Lesly durante la semana le había distraído del tema, tal vez si se daba el tiempo podría enfocarse en encontrar una manera de conseguir el dinero antes que el curso empezara.

—Supongo que puedo intentar pensar en algo todavía.

—Podrías pedirle ayuda a tus hermanas también. Dices que algunas ya trabajan y tú les has ayudado mucho cuando necesitan una mano.

—Sí, pero tienen sus gastos a tope, por lo que no creo que les sobre lo que necesito.

Ella asintió entendiendo en parte.

—Parece que el dinero es un problema en todas partes.

—¿Tienes problemas por eso en la casa hogar?

—Todos lo tenemos. Aunque no nos lo dice directamente, pero he escuchado cuando la señorita Hepburn habla con el señor Rooney sobre que el subsidio que les dan no siempre es el suficiente para solventar los gastos de todos, en especial porque… algunos chicos necesitan más atenciones que otros.

Parecía afectada al haber mencionado eso último. Lincoln recordó su comentario acerca que los libros de la saga fantástica que ambos le gustaban en braile seguramente eran más costosos. Aunque tenía curiosidad sobre qué gastos adicionales podría generar ella como para afectar tanto el presupuesto de la casa hogar, tuvo a buen criterio de abstenerse en preguntar.

Amanda en el kiosco, levantó la mirada de su celular donde tenía digitalizados sus apuntes y libros de texto para su estudio. Miró a Lesly y a Lincoln todavía en el mismo sitio. Sólo hablaban, a veces riendo, a veces muy serios. Un mensaje entrante de la señorita Hepburn le avisaba que ya podía llevar a Amanda para comer. Hizo un gesto, pues le hubiese gustado darle más tiempo a la niña.

Lincoln volteó hacia la encargada de la albina cuando esta se acercó, temiendo que en efecto les avisara que el tiempo terminó.

—Ya es hora de ir a reunirnos con los otros, Lesly.

—¿Tengo qué? —Preguntó compungida provocando una sonrisa en la joven.

—Tenemos qué. Despídete de tu amigo.

Lesly suspiró y se levantó del columpio alisándose el vestido.

—Me hubiera gustado que siguiéramos platicando.

—A mí también —aunque titubeó un poco, el chico se avalentó—. Tal vez podríamos hacerlo otro día. ¿Qué dices?

Ambas lo observaron con sorpresa. Lesly ladeó un poco la cabeza.

—¿Cómo?

—No lo sé. ¿Vendrás el próximo sábado aquí también?

Gracias a que sentía la mano de Amanda en su antebrazo, sabiendo donde estaba volteó hacia ella con ilusión. Amanda pensó en lo decepcionada que Lesly estaba al medio día de tener que ir al parque, a diferencia de ahora que por el contrario parecía suplicarle el repetirlo la próxima vez.

—No tengo idea si de nuevo vendremos aquí, Lesly. Todo depende de lo que le digan a la señorita Hepburn, o lo que ella diga.

Lincoln lo resolvió.

—¿Y si intercambiamos números? De esa forma podría hablarte.

Amanda se cubrió la boca maravillada. Ese chico a momentos parecía olvidarse de su vergüenza.

—No tengo número —Lesly le contestó con naturalidad—. Mi celular no sirve para eso. Sólo lo uso para escuchar libros y música.

—¡Rayos! —temiendo que quizá estaba sobrepasándose, todavía con mayor pena volteó hacia la cuidadora—. ¿Y… si te doy mi número a ti?

Aunque sorprendida por su descaro, la joven encontró simpática su osadía.

—¿Para qué? ¿Quieres invitarme a salir?

Para ella más adorable que su bochorno, fue el modo en que Lesly pareció contenerse de exclamar algo a juzgar por la expresión que brevemente puso antes de recomponerse esperando que no la notaran.

—¡No! Bueno… si Lesly viene… ah… sólo para saber sí…

—Si puedes invitarla a ella a salir —fingió de forma dramática estar dolida—. Ya entendí, sólo me estas usando para ver a otra chica.

Aunque entendía que estaba jugando, eso no lo hacía menos vergonzoso para Lincoln, así como a Lesly, quien aunque se reía al percibir la escena, estaba sonrojada de nuevo.

—Lesly, dame un minuto mientras voy con Lincoln al kiosko por mi bolso para buscar mi libreta de apuntes y una pluma. No tardamos.

Hubiese preferido acompañarlos, esperaba que en efecto no demoraran. Lincoln se sintió nervioso, sabiendo que se trataba de algo más que eso, pues en realidad Amanda tenía su bolso al hombro.

—Oye… —el chico le preguntó en voz baja tras notar que estaban a una distancia considerable de Lesly— ¿Qué es lo que pretendes?

—Que me respondas exactamente la misma pregunta, jovencito. ¿Qué interés tienes en Lesly?

—Bueno… es agradable, le gustan las mismas cosas que a mí y es muy interesante, además de…

—¿Bonita?

—Pues… sí, lo es, pero no es sólo eso. De verdad me agrada mucho y sólo quiero ser su amigo.

—¿Sólo eso?

—¿He? Oye, no. Sólo… sólo me parece interesante. No soy una mala persona. ¿Es que tiene algo de malo que quiera conocerla más y que seamos amigos?

La verdad es que hasta el momento a Amanda aquél chico no le había dado una mala impresión, o que le diese motivos para creer que sus intenciones fuesen deshonestas, pero no por ello dejaría que se tomara toda la confianza y libertad del mundo con Lesly, pues más que tratarse de la niña que cuidaba por ser su obligación al cumplir su labor social por parte de la universidad, también por el gran afecto que le guardaba, la veía como la hermanita que nunca tuvo, por tal motivo buscaba protegerla, pero no por ello privarla de lo que una jovencita de su edad por lo general hace, como interactuar con chicos.

Esperando no cometer un error, sacó de su bolso una pequeña agenda y una pluma que le pasó mostrándole una hoja en blanco.

—El viernes seré yo quien te llame para decirte a dónde iremos y si quieres acompañarnos, si no te llamo es porque no es posible hacerlo, ¿está bien?

—Sí, entiendo.

Lincoln con nerviosismo apuntó su nombre y número, comprendiendo que Amanda no le daría el suyo, por lo que sólo lo averiguaría hasta que ella le hablara. Ella temía que de hacerlo, a cada momento le estuviera luego llamando para preguntar por Lesly.

Cuando terminó, la universitaria le dio un breve vistazo a lo escrito antes de guardar una vez más su agenda.

—Bien. Ve a despedirte de ella —Lincoln estaba por marcharse, cuando lo detuvo poniéndole una mano sobre el hombro—. Creo que está de más decírtelo, pero por si acaso, te advierto que podrías meterte en serios problemas si la lastimas de alguna manera.

Su expresión buscaba ser amenazante. Lincoln más que asustarse, encontró reconfortante el que le dijera eso al comprender lo mucho que quería y cuidaba a Lesly.

—Lo sé y descuida. No me atrevería a hacerle nada malo.

Una vez de regreso, Lincoln le habló a Lesly.

—Ya le di mi número a Amanda. Tal vez podremos vernos pronto.

—Genial —con nerviosismo, Lesly le preguntó—. Lincoln, ¿puedo preguntarte de qué color es tu cabello?

La pregunta confundió un poco al chico.

—Es blanco, como el tuyo.

—¿En serio? Amanda me lo dijo el sábado pasado y no pude creerlo. ¿También eres albino como yo?

—No. Tengo leucismo, me viene por mi abuelo. Aunque una de mis hermanas sí es albina.

Lesly no sabía que era el leucismo, sería algo que trataría de investigar después. Su interés pasó a esa otra hermana.

—¿Una hermana albina? ¿También tiene el cabello blanco y sus ojos son… diferentes?

—No. Su cabello es negro.

Eso la impactó, ¿cómo era posible?

—¿Y cómo son sus ojos?

Lincoln pareció pensativo al respecto.

—Ya se me olvidó.

Cuando Amanda se acercó al considerar que les había dado el suficiente tiempo para despedirse, le dio gracia la extraña y exagerada expresión de desconcierto de Lesly.

—Bien, es hora de irnos.

—Por favor ¿no puedes darme cinco minutos más? —le rogó la niña al sentir una avalancha de nuevas preguntas que sintió tenía que hacerle al chico.

—Ya les di lo suficiente. Vamos, que se nos hará tarde y no queremos que la señorita Hepburn se enoje.

Suspirando, Lesly se rindió.

—Entonces… espero que nos veamos otro día… señor presidente.

—Lo mismo digo… hmm… ¿señorita Lesly?

—Piensa en un buen apodo, amigo. No puede ser tan difícil.

Lesly extendió su mano y Lincoln la tomó para darle un cálido apretón.

Ambas chicas se marcharon, una más emocionada que la otra, dejando en el mismo estado a Lincoln, quien esperaba Amanda cumpliera su palabra y se comunicara con él para volver a ver a Lesly.

—Amigo —se decía recordando su despedida—. Me considera ya su amigo.

La sonrisa que iluminó su rostro la mantuvo hasta regresar a su hogar.


La señorita Hepburn se sintió complacida cuando notó a Lesly de mucho mejor humor, atribuyéndolo a que el aire fresco le sentó bien.

Previo a su regreso, Lesly en el taxi un tanto nerviosa le preguntó a Amanda.

—¿Crees que la señorita Hepburn deba de saber de Lincoln?

Dado que no quería mal aconsejarla, la joven decidió desentenderse por su cuenta.

—No lo sé. ¿Tú quieres contarle?

Pensó en las preguntas incómodas que la encargada le haría, por no mencionar las de los chicos si se enteraran.

—No. No creo que sea algo que les interese.

Amanda pensó con diversión que por el contrario, todo mundo estaría bastante interesado.

—Bien. No diré nada hasta que tú quieras hacerlo.

—Gracias. Aún no puedo creer que por casualidad me encontrara de nuevo con Lincoln en el parque.

—Es verdad.

Amanda giró los ojos negando con la cabeza. Si había algo que le inquietaba un poco del chico, fue precisamente ese hecho tan conveniente.