¡Muy buenas! Vengo con una nueva entrega. Más tarde de lo que habría querido, pero la verdad es que he estado desilusionada. Esperaba más apoyo en la historia, dada la insistencia que tuve para hacer una segunda parte, y resulta que solo obtuve un review (gracias Eliza, cielo :) ). Al final ha habido algunos silenciosos que han dado a seguir la historia o incluso a favoritos, así que he tratado de animarme. Aunque adelanto que si queréis que me motive de verdad necesitaré saber vuestra opinión sincera.
En este nuevo capítulo vuelve a avisar de que si no habéis leído Cartas Enlazadas y queréis hacerlo antes, aquí hay spoilers como para parar un tren. De igual forma, si no queréis hacerlo las explicaciones resumidas de lo que ocurrió aparecen y seguirán apareciendo en los demás capítulos. AVISO hoy también: En este capítulo hay escenas de tortura gráficas. Si eres de estómago débil te aconsejo que leas por encima la primera y la última escena.
Vuelvo a pasaros la dirección de mi canal de youtuve, donde he colgado los trailers de esta historia y su precuela. Mi nick en youtuve es Evasis Fanfics ( : /www . you tube cha nne l/ UC CJ 39 eAv v12 _d dd igc 4m XO g). Por cierto, dada mi fatalidad para escribir buenos títulos para los capítulos tiraré a lo sencillo, y en la medida de lo posible utilizaré los nombres de las canciones de mis cantantes preferidos. Esta vez le toca a David Bustamante, 'Al filo de la irrealidad' es una preciosa balada que todo el mundo debería escuchar una vez en su vida.
Eso es todo, gracias a Eliza de nuevo por darme ánimos e inspiración. Y, si de verdad os gusta la historia, por favor escribid algo. Es imposible leeros la mente y saber si estoy cumpliendo con vuestras expectativas, lo que lleva a la frustración, y esta a la pérdida de inspiración. Fijaos si es importante esta, que llevo desde hace un mes con las primeras cinco páginas escritas, pero hasta que no he recibido buenas noticias de otro lado no me sentía con ánimo a escribir una historia que parece que va a pasar sin pena ni gloria. Y el resto de las 18 páginas las he escrito durante la última semana, los ratos que el trabajo y los estudios me lo permiten.
Capítulo 2: Al filo de la irrealidad
Cuando la puerta de la celda se abrió, el auror gimió interiormente, preguntándose quién iría a torturarle ahora. No se esperaba a la persona que entró por ella. Era apenas un crío. Era alto y delgado, fibroso, pero en la cara se podía apreciar su juventud. Sería mayor de edad solo por casualidad, pero si le hubieran dado a jurar habría pensado que todavía podía ser alumno de Hogwarts.
Su porte, su pelo moreno, sus ojos oscuros… No le conocía en absoluto, pero no dudaba de que pertenecía a una familia en concreto. Ellos destacaban entre la aristocracia mágica, y también entre los afines a Voldemort. Era imposible saber cuál de ellos era, pero estaba convencido: Un Black.
Ni conocía el árbol genealógico de esa familia ni le interesaba si ese chico era demasiado joven para estar entre las filas de Voldemort. Lo único que le importaba era la oscuridad y la vileza en esos ojos tan inexpertos, pero que parecían haber visto demasiado. El joven sacó su varita lentamente, mientras se aproximaba a él. Realmente era suficientemente versado como para saber intimidarle.
- Vamos a jugar a un juego –dijo el chico jugando con su varita mientras comenzaba a caminar a su alrededor.
El auror luchó contra el dolor que sentía por todo el cuerpo, producto de las anteriores torturas, para mantenerse sereno y plantarle cara. No permitiría que un niño le hiciese suplicar.
- Yo te hago una pregunta, y tú respondes sí o no. Y si me mientes…
Alzó la varita, pero no pronunció ningún hechizo. No se esperaba que alguien tan joven dominara los hechizos no verbales, así que no se esperó el cruciatus que le atravesó el cuerpo y le hizo gritar de dolor, contra su voluntad. Sus músculos se contrajeron y se tensaron, sus huesos chirriaron y la piel se le iba partiendo. Era demasiado, llevaban días torturándolo y su entereza comenzaba a decaer.
- Creo que lo has entendido –dijo el chico con un tono divertido en su voz.
Pasó por encima de él, y le dio una patada para obligarlo a ponerse boca arriba. Desde su posición solo veía su pelo negro caído sobre sus ojos, que parecían dos dagas.
- Llevas en el cuerpo de aurores unos tres años, ¿verdad? –él asintió con la cabeza torpemente, tratando de mantener su mirada firme. El chico sonrió-. Por lo tanto, estuviste en la batalla de Hogsmeade del año pasado. ¿Cierto?
Dudó un segundo, preguntándose por qué querría saber eso en concreto. Lo suficiente para que volviera a lanzarle otra maldición tortura. Pudo aguantar sus gritos esta vez, aunque un gemido escapó de sus labios cerrados herméticamente cuando le apartó la varita y el dolor se fue tan rápido como llegó.
- Sí… -murmuró sin fuerza, sintiendo el sabor metálico de la sangre en su boca-.
- Perfecto. Entonces seguro que vas a poder responderme a algo muy sencillo. Y trata de complacerme, ya sabes cómo me las gasto. Si colaboras, incluso puedo ayudar a que tu estancia entre nosotros no sea tan horrible como lo que han preparado para ti. Créeme, no soy lo peor que te puede pasar aquí.
Se apartó un poco de él y metió la mano en su túnica, sacando una fotografía. Se la puso frente a la cara y él se obligó a sí mismo a estudiar el rostro de la chica que estaba impreso en ella. Le costó enfocar la vista, pero se bebió sus rasgos por si su conocimiento podía ayudarle a pasar más tranquilamente a mejor vida. Sabía de sobra que era imposible que saliera vivo de allí.
Era una chica morena con una piel muy blanca, y los ojos grandes y oscuros. No era especialmente atractiva, aunque sí tenía un halo de misterio. Muy joven, incluso vestía el uniforme de Hogwarts. Parecía la típica fotografía que les sacaban siempre al inicio de cada curso. La corbata dorada y roja que adornaba el traje le llamó la atención. Una Gryffindor. No era precisamente la casa que solía estar relacionada con los seguidores de Voldemort.
Todo le pareció muy confuso hasta que una idea le vino a la cabeza. Quizá le estaban usando para tratar de entrar en Hogwarts y atentar contra esa chica. Por algún motivo era un objetivo de ellos. Quizá su familia era importante. Pero no podía permitirlo. El año anterior ya se habían infiltrado en Hogsmeade y también en Hogwarts. Ya habían causado mucho dolor y demasiadas muertes por culpa de la negligencia del Ministerio. Desde entonces el departamento de aurores colaboraba estrechamente con la dirección del colegio, y no permitirían que algo así ocurriera de nuevo. Y él había hecho una promesa al jurar su cargo. Ningún civil moriría si él podía evitarlo, mucho menos por su culpa.
Por eso apartó la mirada de la fotografía, y se enfrentó al joven mortífago. Este parecía impasible, pero notó una urgencia en su mirada que no estaba ahí antes de sacar el retrato.
- ¿Sabes quién es? –preguntó guardándosela de nuevo dentro de la túnica.
Él calló, apretando los dientes para soportar el cruciatus que le lanzaría. No lo malinterpretó; cuando comprendió que no iba a decir una palabra lo volvió a torturar, esta vez con más saña.
- ¡¿Sabes quién es?! –le gritó, perdiendo la compostura-. ¡Mírala otra vez!
Volvió a sacar la fotografía y pensó que trataría de hacérsela tragar por la fuerza con la que se la estampó en la cara. Sin embargo, pareció arrepentirse en el último momento y la apartó, tratando de alisar sus arrugas contra su pecho. Parecía un desquiciado.
- Se llamaba Sadie Williams. Sadie Duncker –se corrigió meneando su cabeza con frustración-. ¿Te sigue sin decir nada ese nombre?
Por supuesto que el apellido Duncker significaba mucho para él. Había sido un investigador alemán al que habían inculpado de la muerte del magistrado Johnson, un hombre con mucho poder en el Wizengamot, y su familia un par de años atrás. Duncker había sido enviado a prisión, y después había huido con la ayuda de su hermano, auror. La polémica se reactivó en Reino Unido cuando se descubrió que los dos hijos de Duncker habían sido matriculados en Hogwarts bajo otra identidad unos meses antes de la fuga.
Hubo unos días de histeria colectiva, pero el propio Dumbledore salió en defensa de los chicos, de quienes aseguró que no tenían la culpa de los crímenes de su padre. Sin embargo los meses posteriores todo se precipitó. Su hija fue asesinada durante el ataque a Hogsmeade, y después se detuvo al verdadero autor de los hechos, que acabó confesando con veritaserum. Duncker recobró la libertad y su buen nombre, y había desaparecido con el resto de su familia para vivir su dolor en privado. Una tragedia absoluta llena de malentendidos.
Su comprensión debió reflejarse en su cara porque el mortífago sonrió de un modo nada alegre.
- Ya te va sonando, ¿no? Así que dime: ¿Quién la mató?
- ¿Cómo? –consiguió decir en medio de su estupefacción.
- A Sadie Duncker. ¿Quién la asesinó? Tratasteis de fingir que había sido una víctima más del ataque, pero no fue así. En aquel entonces pensabais que su padre era uno de los nuestros. ¿Quién fue el lumbreras, entre tus compañeros, que decidió hacérselo pagar a ella?
- ¡Nosotros no nos dedicamos a matar a nadie! –espetó, escupiendo saliva y sangre en el proceso.
Aun así no le importó, e incluso logró incorporarse a cuatro patas. El joven se lo permitió, más concentrado en sus palabras que en lo que hacía.
- Vaya que sí. No sois tan diferentes a nosotros como queréis hacer creer a los demás. Os he visto torturar y asesinar a los nuestros cientos de veces. Otra compañera fue asesinada ese día, ella iba con nuestro uniforme.
- Dulcy Yexter –confirmó él, conociendo el caso.
- Bien, parece que nos entendemos mejor. A Dulcy la matasteis porque era de nuestro bando, y con Sadie hicisteis lo mismo, solo que lo camuflasteis como un ataque aleatorio.
- A Yexter, hasta donde yo sé, le alcanzó una maldición perdida. Probablemente de uno de los vuestros, ya que no nos está permitido usar las maldiciones imperdonables –una risa sarcástica le interrumpió, y eso le hizo enfurecerse-. ¡No te negaré que si hubiera podido usar esas maldiciones lo hubiera hecho sin dudar, pero no fue así!
- Vale, vale –concedió el joven condescendiente-. Supongamos que tú hayas sido un chico obediente. No puedes afirmar que todos tus compañeros lo hayan sido. Había al menos uno entre vosotros que quería hacerle pagar a Duncker su participación en la muerte de Johnson. Por aquel entonces no se sabía que esas acusaciones eran falsas. Así pues, dime nombres. Quiero saber quién estaba tan desesperado por castigar a Duncker que hubiera podido llegar a asesinar a su hija.
- Nadie –le respondió desafiante, alzando la barbilla con orgullo.
- Respuesta equivocada.
Ni siquiera vio alzarse la varita antes de volver a sentir ese dolor tan profundo al que ya empezaba a acostumbrarse. Cayó de espaldas contra la dura piedra y sintió cómo su cabeza golpeaba contra ella y comenzaba a sangrar. Un segundo después, sintió que el fémur no aguantaba la presión de la maldición y se partía, haciéndole soltar un alarido de dolor.
La tortura cesó un segundo después. Con la respiración entrecortada y los ojos nublados pudo distinguir la figura del mortífago agachada sobre él.
- ¿Por qué no te lo piensas un poco, y después volvemos a hablar? Seguro que juntos podremos encontrar sin problemas al asesino de Sadie. Tú solo dale vueltas. Es inútil seguir sufriendo de esta manera cuando me acabaré enterando tarde o temprano.
Cerró los ojos con cansancio y le escuchó caminar fuera de la mazmorra y abrir la puerta, para después cerrar de un portazo. Solo entonces se permitió dejar caer las lágrimas que el inmenso dolor había acumulado en sus ojos. No podía más. Tenía que acabar con eso, quería que le mataran rápido. Y ese loco solo buscaba una respuesta que fuera la contraria a toda lógica. Era evidente que Sadie Duncker había sido asesinada por los mortífagos. Pero ese chico no entraría a razones, y solo se conformaría con el nombre de un auror. Alguien a quien culpar, un cabeza de turco. ¿Qué podía hacer?
Era muy temprano cuando Rachel entró en su apartamento. El sol apenas estaba saliendo, y el frío entraba por las grietas de las paredes. Cosa extraña, pues ellos siempre ponían un hechizo para mantener el calor. Eso le hizo pensar que quizá Remus no habría llegado a casa esa noche, pero le extrañó. Benjy y ella se habían reunido con Fabian y Marlene al acabar la misión, y este le dijo que se había marchado directo a casa.
Dejó las cosas con cuidado de no hacer ruido, y le buscó en la cocina y en su habitación sin resultados. El piso parecía vacío. Su humor, que había mejorado considerablemente tras sentirse un poco útil, volvió a agriarse al notar la ausencia de su novio. ¿Dónde se habría metido?
Todo estaba tan en silencio que se pegó un susto de muerte cuando le encontró en la pequeña salita, sentado en el desvencijado sofá y bebiendo una taza de té mientras leía un libro. Parecía aburrido, aunque no enfadado. Le miró con cuidado, preguntándose si él la había oído llegar.
- Bonita hora –comentó Remus con indiferencia.
Ella dio un respingo, pero mantuvo la compostura. Decidió hacer caso a los consejos de Benjy y se sentó a su lado, tratando de mantener una conversación pacífica.
- Perdona. Benjy me vino a buscar para una misión, y se nos ha hecho tarde. Acabamos de entregarle a Marlene los resultados.
Remus bebió otro sorbo de té mientras apartaba el libro, marcaba la página y se centraba en ella. Todo eso con una parsimonia que la irritaba sin pretenderlo.
- No pasa nada. Sabía de la misión. Estaba en la reunión cuando Dumbledore se lo pidió a Benjy.
Rachel frunció un poco el ceño ante la indirecta de que precisamente ella no había ido a la reunión. Pero lo dejó pasar, no quería discutir.
- Por cierto, ¿Cómo te encontró Benjy? –preguntó Remus-. Yo te estuve buscando toda la tarde después de… después de que te fueras.
Por cómo había cambiado el final de la frase a ella le quedó claro que tampoco él quería discutir. Aun así, el ambiente seguía estando tenso.
- Bueno, supongo que fue casualidad –le respondió escuetamente encogiéndose de hombros.
Le diría que Benjy sabía perfectamente que ella siempre huía a la casa de sus padres cuando discutía con él, pero no quería que Remus averiguara su escondite. Dejaría de serlo, y eso le agobiaba. Remus no pareció creerse la excusa pero al menos dejó el tema.
- Entonces… ¿qué habéis estado investigando? –preguntó, cambiando de tema.
Rachel se relajó ante un tema seguro. Se apoyó contra el sofá, se permitió estirarse e incluso puso los pies sobre la mesilla, relajadamente.
- Ha desaparecido otro auror. Realmente es el pan de cada día, pero Dumbledore nos pidió que nos pasáramos por su barrio y averiguáramos discretamente sus últimos movimientos. Solo hemos conseguido alguna declaración, pero Benjy ha recogido un par de pruebas cuando nos hemos colado en su casa, y Marlene se encargará de analizar si hay alguna huella que podamos seguir. A Frank le han dado su caso en el departamento de aurores, así que podríamos ayudarle si averiguamos algo.
Remus la escuchó atentamente mientras terminaba su taza, y asentía de acuerdo con ella.
- Lo principal es que él, Alice y Anthony se cuiden mucho. Está claro que ahora van a por los aurores.
- Sí –suspiró Rachel-. Y eso se extiende a James y Sirius. A pesar de estar aún en la Academia, seguro que ya les tienen fichados. Asegúrate de que van con cuidado.
- Ellos se cuidan, no son tan irresponsables como parece. Además, ellos dos ya estaban fichados antes de entrar a la Academia –le recordó, dado el pasado familiar de Sirius y los antecedentes de James.
Rachel se quedó callada, concentrada en algo que él no conseguía entender.
- Sí… Parece que cada vez somos más los que estamos en su lista negra –habló al cabo de un rato con tono sombrío.
Remus la observó con cuidado. Habían entrado en terreno pantanoso sin pretenderlo. Claro que ella también estaba señalada. Era la última de la familia Johnson que quedaba con vida, y los mortífagos se habían propuesto diezmarlos a todos. Además, ambos eran unos licántropos traidores a su raza, razón de más para estar deseando cazarlos.
Quería distraerla, pero no se le ocurría ningún tema que sacara la preocupación de su cabeza. Por un momento pensó a contarle que Gisele había salido del hospital, y que el pequeño David ya estaba en casa. Pero ya habían discutido por ello el día anterior, y no tenía ganas de retomarlo.
Por eso suspiró, dejó la taza sobre la mesita y se puso de pie. Rachel le miró con desconfianza cuando le ofreció la mano.
- No has dormido en toda la noche, y yo tampoco. ¿Por qué no nos acostamos un poco? No entro a trabajar hasta la una.
Le dedicó una pequeña sonrisa, y ella dudó antes de devolvérsela. Benjy tenía razón. Tenía que dejar de pensar que Remus lo hacía todo por fastidiarla y relajarse un poco en su presencia. Cuando le veía sonreír casi era como volver a ver al Remus del que se había enamorado en Hogwarts. Y eso estaba bien. Le dio la mano y dejó que la arrastrara a la habitación, dejando que esa momentánea paz la inundara.
Lunes por la noche, y James volvía a invadir el piso de Lily. Se había convertido en una costumbre de ambos el cenar juntos todas las noches. A veces, él incluso se quedaba a dormir.
Todo por celebrar que habían superado otro día, que habían sobrevivido a un día más en la peligrosa sociedad que se estaba gestando. Los atentados y las muertes ya eran noticia de cada día y las desapariciones se amontonaban en piras de documentos en el Departamento de Aurores.
James estaba en su primer año en la Academia de Aurores. En dos más sería oficialmente uno de ellos, aunque con los tiempos que corrían no era raro que promocionaran antes a los alumnos aventajados. Sirius y él claramente estaban entre ellos.
Por eso Lily quería atesorar esos momentos juntos como diera lugar. Aunque ambos estaban en la Orden del Fénix, y sus vidas peligraran igualmente, ella, en la Academia de Sanadores, no estaba tan expuesta como su novio. Él sería introducido en primera línea muy pronto, pues los aurores oficiales no daban abasto. Y no sería igual que en la Orden, no podría cubrir su espalda.
Tan ocupados estaban en ese momento atesorando un buen recuerdo, que habían olvidado cenar. Ambos estaban tumbados en el sofá, la pelirroja sentada a horcajadas encima de su novio mientras le besaba con calma, pasando la lengua por sus finos labios. Las gafas de James descansaban en su frente y su pelo estaba tan desordenado como de costumbre.
Él llevó una mano al cuello de su novia, mientras que la otra descansaba en una zona muy al sur de su cintura, y tiró levemente de un mechón de su nuca para apartarla. Ella se separó unos centímetros, y le miró extrañada.
- ¿Pasa algo? –preguntó confusa. No era James quien solía interrumpir sus momentos de pasión.
La miró unos segundos con atención, paseando su borrosa mirada por sus rasgos. Incluso de cerca le costaba enfocarla, pero pese a su miopía jamás olvidaría el tono esmeralda de sus ojos, ni el número exacto de pecas que adornaban su nariz.
- ¿Te he dicho hoy que te quiero? –comentó con la voz ronca, medio intencionada y también producto de la sensación que le producían las caderas de Lily encajadas contra su pelvis.
Lily se echó a reír enternecida y se inclinó para volver a besarle. Pero, para frustración de James, se apartó enseguida y le lanzó una mirada desconfiada, muy propia de la prefecta que había sido en sus años en Hogwarts.
- ¿Qué has hecho esta vez? –le interrogó inquisitiva.
James trató de fingir indiferencia, y le colocó ambas manos cubriendo sus nalgas. Realizó un movimiento circular con las caderas, sabiendo que eso le volvía loca a su novia. Efectivamente, se la escapó un suspiro antes de que pudiera recomponer su expresión severa.
- No he hecho nada. Solo me apetecía decírtelo. Y quiero que lo recuerdes siempre. Puede que tenga muchos defectos, pero nadie te va a querer tanto como yo.
El ceño de Lily se acentuó más al no entender el motivo de sus palabras. James no era poco demostrativo, de hecho ese siempre había sido uno de sus problemas. Pero no solía replicar lo mucho que la quería de forma gratuita. No necesitaba camelársela, ambos estaban a un paso de retirarse a su habitación sin cenar. De repente el entendimiento cruzó su rostro y se echó a reír, divertida.
- Por favor, dime que no estás otra vez con lo de Gideon.
James frunció el ceño al haber sido pillado, y resopló como un niño. Eso le hizo más gracia a su novia, que se sentó a su lado cuando él se incorporó.
- Te juro que me tiene harto con sus insinuaciones, Lily. Y estoy lo suficiente seguro de mí mismo para ser realista. Es un tío mucho más guapo que yo, y sabe lo que se hace.
- Y tanto que lo sabe –le dio la razón su novia ignorando su expresión enfadada-. Fíjate, siempre me le encuentro con una chica distinta. Es un ligón natural, y le encanta provocar. No está interesado en mí, solo le gusta incomodarte. Te aseguro que no soy su tipo en absoluto.
- Eso es imposible. Tú eres el tipo de todo el mundo –le dijo su novio más relajado, pasándole un brazo por los hombros.
Como recompensa, Lily le dio un pequeño beso en los labios.
- Hazme caso. Le gustan las mujeres maduras, exuberantes, misteriosas… Una comelibros, enana y pelirroja no entra dentro de su prototipo de mujer. Aunque, sinceramente, no creo que tenga prisa por comprometerse. Le va muy bien soltero.
- Estupendo, pues que siga fijándose en otras. ¿Por dónde íbamos?
Ágilmente le dio la vuelta a la pelirroja y la arrojó de espaldas contra el sofá. No estaba falto de fuerzas pese a su complexión delgada, pero alzar a Lily nunca había sido un gran mérito. Difícilmente podía pesar 45 kilos estando mojada, lo que en ocasiones le acomplejaba por su falta de curvas. Sin embargo, para su chico ella era perfecta.
Se besaron durante un rato, se rozaban, se tentaban. La camiseta de James había salido volando por detrás del sofá, y el jersey de Lily le había seguido al poco tiempo. Su camiseta interior iba camino de ello cuando la puerta se abrió de golpe.
Ambos reaccionaron el instante, como en la Orden les habían enseñado. Cinco segundos después habían atrapado sus varitas de la mesita y apuntaban hacia el umbral. Una joven rubia con una capa violeta les miraba algo cohibida.
- Si queréis vuelvo luego –propuso algo cortada.
- ¡Grace! ¡No te esperábamos hasta más tarde! –exclamó Lily, soltando su varita y corriendo a abrazar a su mejor amiga.
Esta la recibió entre sus brazos, feliz de verla. Habían pasado más de tres meses desde que abandonó Londres precipitadamente, y apenas habían hablado media docena de veces en todo ese tiempo. Sin embargo, la pelirroja no parecía guardarle rencor por su abandono.
Lo que sí notó fue la mirada de censura de James, que había bajado la varita pero se mantenía en su lugar, sin dar muestras de ir a saludarla. No es como si esperara un cálido recibimiento por su parte, a pesar de que siempre habían sido buenos amigos. Cuando huyó tras lo ocurrido con Sirius no afrontó las cosas con la madurez que debía, y seguramente su ex novio no lo había pasado del todo bien, dado lo gran propenso al drama que era. Y James siempre se mantenía fiel a Sirius.
Tratando de distraerse de su dura mirada bajó sus ojos y descubrió el torso desnudo del moreno. Enarcó una ceja con una sonrisa queriendo escaparse de sus labios, y apartó a Lily.
- Está claro que he interrumpido algo. ¿Seguro que no quieres que vuelva luego?
- ¿Estás loca? –preguntó Lily ofendida, mientras arrastraba su baúl dentro del apartamento sin usar la magia-. ¡Si esta es tu casa!
- Nuestra –le recordó Grace con una sonrisa, pese a que era su padre el que costeaba el lujoso apartamento donde ambas se habían ido a vivir para terminar sus estudios superiores.
- Yo sí que debería irme –interrumpió James, que ya se había vuelto a vestir.
- No es eso lo que…
Pero James interrumpió a Lily con un beso.
- Es lo mejor. Seguro que tenéis mucho de qué hablar, y tú y yo nos veremos mañana. Además, ya no me da miedo dejarte sola aquí.
A regañadientes la pelirroja aceptó su propuesta. Es cierto que ella y Grace se merecían una buena e íntima charla, pero odiaba dejar inacabado el juego que ella y James habían comenzado. Le echó las manos al cuello y le dio un beso que duró más de lo apropiado, sobre todo teniendo en cuenta que tenían público. Pese a eso, Grace trató de no hacer ruido para no molestarles.
Cuando la cosa parecía a punto de volver a temperatura de fusión ambos se separaron, con la respiración algo entrecortada. James se recolocó las gafas e inspiró hondo.
- Me tengo que ir –dijo en voz alta, como si tuviera que convencerse a sí mismo.
Esta vez Lily no lo detuvo, sino que le ayudó a ponerse su abrigo y le hizo un cariño más inocente. James estaba a punto de cerrar la puerta cuando pareció sufrir un debate interno, y volvió a abrirla. Miró a Grace, que le observaba con cautela, y a regañadientes le dijo:
- Me alegro de tenerte de vuelta.
Antes de cerrar la puerta le dio tiempo a ver la sonrisa de la rubia, que pareció quitarse un peso de encima con su pequeño acercamiento. Aun así, él no pensaba dar su brazo a torcer tan fácilmente. Tendría que hablar con Sirius sobre qué pensaba hacer ahora que la tenía de vuelta.
El hombre en cuestión merodeaba por un barrio residencial a las afueras de Londres. En la oscuridad sus rasgos duros y morenos se confundían con la penumbra, y el que llevara su habitual capa oscura no ayudaba nada.
Con un rápido y ágil movimiento avanzó por el jardín de una de las casas y se coló por uno de los laterales. Antes de que pasara un suspiro, entraba silenciosamente por la puerta trasera, la que daba a la cocina.
Esta estaba en penumbra, pero había luz que llegaba desde el pasillo, junto a un sonido de platos y vasos, y de una conversación en voz baja. Sin tener un momento de duda avanzó hasta allí para encontrarse en medio de lo que parecía una cenita romántica. Un atractivo hombre rubio de hombros anchos le tendía su tenedor, lleno de carne en salsa, a la mujer que estaba frente a él. Ella, pequeña y algo gordita aunque de rostro agradable, se reía antes de atrapar entre sus dientes el pequeño guiso. Su marido alzó en ese momento su otra mano y le puso tras la oreja un mechón corto de su pelo moreno.
- De verdad que estáis monísimos –dijo al ver tan enternecedora escena.
Frank y Alice se sobresaltaron, hasta el punto de que a él se le cayó el tenedor al suelo.
- ¡Sirius! –exclamó Alice levantándose con alegría, mientras su marido se sonrojaba furiosamente-.
- ¿Otra vez aquí, Black? Te voy a cobrar un alquiler como sigas viniendo a gorronear a mi casa.
Sirius se quitó el abrigo con familiaridad, ignorando el habitual comentario de Frank. Éste ya comenzaba a estar harto de que siempre interrumpiera sus momentos de intimidad con Alice.
- Frank, deberías agradecer mi presencia –dijo con chulería mientras le robaba una patata de su plato-. Estoy aquí para demostrarte que la seguridad de tu casa es muy débil. Eres el niño bonito de los aurores, tienes que cuidar mejor esa carita. O, si no, al menos garantizar la seguridad de tu mujer.
Alice, que estaba más que acostumbrada a que Sirius interrumpiera sus cenas, había convocado un plato más para él y había apagado las románticas velas que les habían servido para dar ambiente. Frank las miraba con algo de nostalgia, pensando en que era otra oportunidad perdida para poder estar a solas con ella.
- Yo no necesito que nadie garantice nada por mí, Sirius –le recordó ella sirviéndole una ración de carne.
Éste no esperó a otro convencionalismo para atacar su cena sin compasión. Adoraba la comida de Alice aún por encima de la de Lily, o de la de la madre de James. Con la boca llena y pareciendo un niño pequeño le dijo:
- Eso es cierto, Alice. Además, ¿para qué estoy yo si no es para cubrir tus espaldas?
Ella se echó a reír, ignorando deliberadamente el ceño fruncido de su marido.
- Ya me siento más tranquila.
- Deberías estarlo, Longbottom. Nada malo te pasará mientras yo sea tu compañero.
Frank bufó en voz alta, harto de que la camaradería de Sirius y Alice siempre le relegara a un segundo plano.
- Me voy a poner a llorar de emoción –comentó dándole a su voz el tono más sarcástico posible.
Consciente de que estaba deseando matarle, Sirius le sonrió con chulería.
- Deberías, Frank. Tú no tienes tanta suerte. James te aprecia, pero no daría la vida por ti. Elegiste mal cuando lo escogiste como compañero.
- Yo no lo escogí –exclamó Frank dejando su copa en la mesa con tanta fuerza que el vino se derramó sobre el mantel-. Me lo impusieron. Igual que a mi mujer le impusieron cargar contigo.
Sirius se carcajeó por su pataleta mientras Alice escondía la sonrisa divertida tras su copa.
- La diferencia es que ella me adora y da gracias cada día por tenerme. ¿Verdad, Alice?
- Por supuesto –concedió ella irónicamente, aunque después se inclinó para darle un beso cariñoso en la mejilla.
Si Frank no hubiera tenido tan claro que ellos dos se querían como los hermanos que no eran, hasta habría empezado a sospechar. Y es que ese molesto joven llevaba varios meses apareciendo en su casa de improviso todas las semanas para comerse su comida y robarle tiempo con su mujer.
Además, la propia Alice no le ponía freno. No solo le tenía medio adoptado, sino que sentía muchísima pena por lo que le había ocurrido con Grace, así que era más transigente con él. Alice tenía esa capacidad para darlo todo de sí misma a la gente que le importaba. Ya lo había hecho con Andrea antes, cuando ésta había sido su madrina en la Orden.
Colocarla a ella como madrina de Sirius había sido idea de Dumbledore, quien pensó que encajarían a la perfección. Y razón no le faltaba, aunque Frank odiara admitirlo. En la lucha ambos se compenetraban perfectamente, guardándose magníficamente las espaldas mutuamente. Y personalmente se tenían un gran cariño, bastante superior al que sentían entre sí la mayoría de los "aparejados" por el comandante de la Orden del Fénix.
En otra ocasión le habría preguntado a Sirius si no tenía amigos a los que gorronear, pero en ese momento hasta él sentía empatía con él. Esa noche, menos que ninguna, no habría podido pasar a ver a James y Lily, pues Grace estaría de vuelta en cualquier momento. Y todos tenían una idea lo que eso podría suponer para Sirius, aunque fuera tan hermético que ni siquiera a James se había atrevido a hablarle de sus sentimientos.
Así que le dejó comerse su comida y robarle la conversación con su mujer, solo para que se distrajera. Y todo fue bien durante unos minutos, hasta que el propio Sirius, con la boca llena de pan, sacó un tema que parecía inofensivo.
- ¿Hay alguna novedad sobre lo que descubrimos en el laboratorio?
Alice negó con la cabeza mientras bebía un sorbo de vino.
- Le pasé las pruebas a Marlene, pero aún no ha entregado los resultados. Supongo que habrá estado liada con…
Se calló de repente, pero a Sirius ya le había cruzado la cara una mueca molesta. Todos sabían que Marlene había estado pendiente de la vuelta de Grace. Aunque no eran tan íntimas como ellos, ambas tenían una buena relación desde que Dumbledore las había unido en un equipo.
Carraspeando, Frank decidió llevar la conversación a otro lugar:
- Ya he entregado los datos de los dos que encontrasteis en el laboratorio. En cuanto sea posible, y sin levantar sospechas, los detendremos.
Aliviados por dejar atrás ese momento de tensión, Alice y Sirius se pusieron enseguida a conjeturar sobre cuál de sus compañeros aurores, o incluso ellos mismos, se apuntaría el tanto en esa ocasión.
Eran alrededor de las tres de la mañana cuando el bebé comenzó a llorar. Otra vez. Gisele se levantó de la cama gruñendo, dándole una intencional patada a Anthony en el proceso. Éste despertó de golpe, sobresaltado, y miró a su mujer sin entender qué pasaba.
Ella se puso la bata torpemente, fallando hasta cuatro veces en conseguir meter el brazo en la manga correcta. De fondo, David seguía berreando a pleno pulmón. Con su pelo rizado completamente revuelto y unas ojeras que le caían hasta el suelo, Gisele atravesó la puerta abierta que separaba su habitación de la de su hijo y suspiró con cansancio cuando vio al bebé con el rostro enrojecido y contraído por el llanto, y las gruesas lágrimas que surcaban sus pequeñas mejillas.
Siguiendo el procedimiento habitual, le cogió en brazos, revisó que su pañal estaba limpio y comprobó que no tenía hambre. Lo usual. Y era lo usual porque desde que habían vuelto de San Mungo David no había dejado de llorar casi en ningún momento. "Un niño difícil", lo había calificado su abuela, la madre de Anthony. Gisele empezaba a pensar en su propio hijo como en el anticristo.
Lo meció y lo acurró contra su pecho, pero el niño seguía sin calmarse. Hizo, además, las pruebas corrientes que sabía que saldrían negativas. No le pesaba nada, nada le dolía, simplemente era un llorón. De reojo vio que Anthony atravesaba también la puerta, bostezando y rascándose la cabeza. No se dio la vuelta y fingió que no le había visto, porque le gritaría. Estaba demasiado agotada, mental y físicamente, y quería tirarle la lámpara de la mesita a alguien en la cabeza. Preferiblemente a su marido, aquel que la convenció de tener un hijo cuando ella siempre había sido contraria a fundar una familia, o incluso al matrimonio.
- No parece que se calme al cabo de los días, ¿eh? –comentó Anthony con la voz rasposa del sueño.
Ella frunció el ceño de espaldas a él, y se dio la vuelta para enfrentarlo. David seguía berreando con fuerza. Le lanzó a su marido una mirada dura.
- Ya ves. Aún estoy esperando encontrar esos momentos tan dulces que me prometiste antes de quedarme embarazada.
Él se quedó algo cohibido con esa acusación, pero decidió no responder. Gis podía llegar a tener un carácter muy fuerte, y sin duda no les vendría bien discutir en ese momento. Nunca con el niño en medio de ambos.
Titubeó inseguro un par de veces y boqueó, sin atreverse a meter baza.
- ¿Quieres… quieres que me encargue yo de él? Vuélvete a la cama, mañana tienes un día duro.
- ¿Para qué? –gruñó ella-. No podré dormir de ninguna manera. Ni un hechizo silenciador podría acabar con esta escandalera. Por cierto, ¿le pusiste para que no lo escuchen los niños?
Su respuesta fueron las voces de tres niños, que se escucharon por el pasillo casi simultáneamente.
- ¡Tony!
- ¡Tony!
- ¿Por qué llora el sobrino?
Los hermanitos y la hermanita de Anthony, a los que él había invitado a quedarse a dormir esa noche, se habían despertado por el llanto de su sobrino. Tony suspiró, recriminándose el no haber colocado un hechizo silenciador en la puerta del dormitorio para que no escucharan el previsible escándalo nocturno.
Su mujer le envió una mujer envenenada. No había estado de acuerdo en que los niños se quedaran con ellos desde el primer momento. No es que fuese la mujer más niñera del mundo, aunque no había tenido problemas en que los visitaran antes del nacimiento de David. Ahora, quizá, eran demasiados niños para ella.
Buscando huir de una bronca que acabaría teniendo, salió corriendo de la habitación y fue a calmar a sus hermanos. Cuando salía por la puerta colocó un hechizo en el umbral, que detuvo el ruido por toda la casa, y después desapareció por el pasillo. Gisele, agotada, se sentó en su propia cama aún sosteniendo a su berreante bebé y arrepintiéndose de todas las cosas de las que había permitido que le convencieran a lo largo de su corto matrimonio.
¡Cuán diferente parecía su vida solo un año antes!
Las guardias nocturnas eran duras en la Orden del Fénix. Las horas se hacían eternas, todo era muy monótono y, a no ser que hubiera acción, (que todos rezaban porque no ocurriera), el ambiente en general era realmente soporífero. Para empeorarlo, si te tocaba hacerlas con Alastor Moody no podías ni siquiera relajarte para tratar de pasar la noche en paz. El auror exigía a sus compañeros un estado de alerta permanente.
Emmeline Vance sabía que aquella sería una larga noche. Eran las cuatro de la mañana y le parecía haber estado tres días allí. Sin embargo, ya estaba acostumbrada. No era su primera guardia, y ya conocía demasiado bien el carácter de Moody.
No es que Dumbledore tuviera en mente al jefe de aurores como el mejor padrino para ella en la Orden, pero tampoco había tenido mucha elección después de que ella su unió inesperadamente a ellos las Navidades anteriores.
Emmeline debería seguir en Hogwarts, terminando su último año. Pero ya había tentado demasiado a su suerte, y se había enfrentado a sus compañeros de Slytherin demasiadas veces. Ya no estaba segura en aquel lugar rodeada de enemigos, y tampoco tenía un hogar al que volver. Sus padres y su hermana habían renegado de ella por sus ideas contrarias a sus "valores".
Por lo tanto, Dumbledore la tomó en custodia y la introdujo en la Orden antes de tiempo. Y Moody era el único disponible para hacerse cargo de ella en aquel momento. No era raro, ya que no era alguien a quien el anciano soliera usar para introducir a los más jóvenes. Era el mejor auror, y un gran combatiente, pero no tenía paciencia con los nuevos ni con los jóvenes. Menos aún con los jóvenes nuevos. Aun así, Emmeline había conseguido calarle, y sabía exactamente cómo tenía que comportarse frente al auror para que no la apartara de un bufido.
Además, por suerte o por desgracia –en los últimos tiempos no sabría qué decir-, muchas veces Moody relegaba su tutoría a manos de Alice Longbottom. Esta era una gran aurora, pero sobre todo una mujer moderna y paciente que no la despachaba con un simple "tú quédate ahí y no molestes". Le dejaba ayudar y ser útil, aunque últimamente la propia Emmeline había tratado de eludir volver a estar con ella en una misión.
La noche pasaba lenta y monótona hasta que Marlene McKinnon hizo su aparición, cargada de papeles y caminando algo más inestable de lo normal. Emmeline sabía que Moody se había dado cuenta de que no estaba del todo sobria, ya que éste siempre estaba al pendiente de todos los detalles, pero el jefe de aurores no comentó nada sobre eso.
- McKinnon tenías que haber traído esos documentos hace horas –bufó molesto mientras le arrancaba los papeles de las manos-.
Con una admirable contención, Marlene se repuso y le ayudó a colocarlos en la gran mesa del salón, y sacó un gran estuche donde guardaba las muestras de pociones.
- Te explico por encima, Moody –dijo con una voz que no evidenciaba ningún exceso, cosa que la chispa de sus ojos sí rebelaba-. Las pociones que trajo Alice son bastante variadas. Lily tenía razón en que todo seguía un orden, y estaban clasificadas por su peligrosidad. La que he clasificado como la 24B –dijo sacando un documento concreto, y juntándola a un frasco-, es una poción que aún está en fase de experimentación. Creo que quieren conseguir algo suficientemente potente como para hechizar la voluntad de los gigantes.
- Pero el organismo de los gigantes no tolera las pociones mágicas normales –intervino Emmeline, sin poder evitar acercarse.
Moody la miró con el ceño fruncido, como siempre que intervenía sin su permiso. Pero ella le ignoró, demasiado curiosa por lo que había descubierto Marlene. Ésta se centró en ella, sonriendo ante su interés.
- Precisamente. Por eso aún están en fase de experimentación. No es fácil mutar una poción lo suficiente como para que haga efecto en los gigantes. Pero no están tan lejos de conseguirlo. Voldemort parece tener un buen equipo en este ámbito.
- Entonces tendremos que averiguar quiénes son, y detenerlos –concluyó Moody.
- Esa parece ser la mejor solución para cortarle las alas –acordó Marlene volviendo a meter el frasco en el estuche, y dejando este encima de la mesa.
- Oí a Frank comentar que ya han pasado los datos de los dos que descubrieron en el laboratorio –dijo la morena-. Seguro que pronto les tendrán.
- Seguro que tú estarías dispuesta, Vance, dada tu insistencia a actuar y hablar cuando nadie te lo pide.
Marlene hizo una mueca divertida al ver la bronca que Moody le tenía preparada a su compañera. Sentía lástima por ella, pero era un proceso que había que superar cuando tenías como instructor al cascarrabias de Alastor Moody.
- Bueno, yo ya hice mi trabajo –dijo, rompiendo ese ambiente tan tenso y dando pie a Emmeline a que se recuperara-. Y perdonad por llegar tarde. Grace ya ha vuelto, así que me pasé por su casa para darle la bienvenida y… bueno, ella, Lily y yo nos liamos más de la cuenta.
Notó que Emmeline se ponía tensa ante la mención de su compañera, pero hizo como si no hubiera notado nada. Llevaba tres meses fingiendo que no notaba nada en un tema que desconocía, pero que dejaba pistas por todas partes con la reacción de cada uno de los implicados.
Con un gesto de despedida dejó el cuartel de la Orden, y bajó lentamente unas escaleras que parecían moverse más que las de Hogwarts. Tenía que haber rechazado el wiskhy de fuego que Lily ofreció para celebrar el regreso de Grace. Ella no estaba en absoluto acostumbrada a beber. Pero al menos no se equivocó al desaparecerse, y enseguida se encontró en la seguridad de su casa.
Cuando Regulus Black volvió a entrar en la celda del auror, un olor pestilente atravesó sus fosas nasales. Aguantó la respiración y continuó avanzando por la mazmorra, que estaba en penumbras. No se oía más que el sonido de una respiración metálica, sin duda producto de un pulmón desgarrado.
Sacó la varita y perezosamente iluminó la estancia. Lo que quedaba del valiente y rudo auror que habían capturado la semana anterior no eran más que despojos humanos. Casi sintió lástima al tratar de localizar lo que antes debió ser su rostro, ahora convertido en una masa deforme y ensangrentada. Estaba acurrucado en una esquina, sin suficiente fuerza como para moverse y con la tráquea, seguramente fisurada, silbando con cada bocanada de aire.
Sus ropas estaban rotas y sucias. Todo él estaba cubierto de sangre, orines y heces. Le habían llevado al límite, y aun así seguía vivo. Sin duda tenía aguante, había sido entrenado para soportar las peores torturas. Aunque desde la Academia de Aurores nunca llegaban a discernir cuan imaginativos podían llegar a ser en sus "sesiones". Nunca les preparaban lo suficiente. Si aún seguía vivo era sin duda porque tenían algo más pensado para él. Quizá se lo regalaran a los licántropos para que se dieran un festín con sus tripas mientras aún estaba vivo. No sería el primero…
Consiguió mantener su rostro neutro, pese a la repulsa que sentía por sus pensamientos. Con cuidado de no mancharse la capa estiró la pierna y le dio una leve patada, para que el auror se girara hacia él.
Entre esa masa deforme brillaron unos ojos ensangrentados. Aún parecía conservar la cordura como para reconocer a su interlocutor. Abrió la boca, desdentada y ensangrentada, y desde su lugar Regulus percibió que le habían cortado la lengua.
- Gphtr fggjr –murmuró el hombre, sin conseguir vocalizar.
Con frustración, alargó la mano con sus últimas fuerzas y agarró el tobillo de Regulus, que se sobresaltó. Sin embargo, no dejó que el asco le invadiera. Era evidente que tenía ganas de hablar, y eso era lo único que le importaba.
Comprobó una vez más que nadie se acercaba a la celda, y se giró hacia el rehén. Con un movimiento fluido le apuntó con la varita a la cara, y una lengua plateada se unió a la prolongación arrancada del auror. Este gimió como un animal, sin duda del dolor, mientras escondía la cara contra su pecho. Pero al menos podría hablar.
- No tienes por qué seguir sufriendo de esta manera –susurró con voz calma-. Podemos acabarlo todo, aquí y ahora. Y será indoloro. Solo dame el nombre que necesito.
Sus hombros se agitaban en fuertes sacudidas, y Regulus percibió que estaba llorando. A pesar de que en ese momento sintió una lástima real no permitió que éste lo notara. Solo si era fuerte y desalmado podría obtener las respuestas que buscaba.
- ¿Y bien? –preguntó al cabo de unos minutos-. ¿Hay trato?
El auror aún se tomó más tiempo para contestar, pero de pronto una valentía olvidada pareció invadirle de nuevo. Antes de que le abandonara, se giró hacia Regulus y le miró con los ojos acuosos pero decididos.
- No puedo darte un nombre al azar –dijo con una voz que no era la suya, pero que al menos le permitía hacerse entender-. No sé quién mató a Sadie Duncker. Pero sí tengo claro algo, y me da igual que esto me cueste más torturas. Estaría mintiendo y traicionándome a mí mismo si dijera otra cosa: No fue un auror.
Regulus se envaró, indignado. Alzó de nuevo la varita pero el hombre volvió a agarrarle del tobillo.
- Yo participé en la investigación –dijo desesperado, con voz jadeante debido a su dificultad para respirar-. A Sadie Duncker la mataron con magia oscura, una maldición imperdonable. Fuera quien fuera, no era de los míos. Si yo fuera tú buscaría en tu propio bando.
Dando una patada al aire Regulus se deshizo de su agarre. Se agachó con rabia y le miró duramente a los ojos.
- ¿Esa es tu última palabra? ¡Porque si no colaboras yo no puedo ayudarte!
El auror se echó a reír, posiblemente al borde de la locura. La sangre caía por sus labios mezclada con su saliva incontrolada.
- Ya me da igual. No voy a salir vivo de aquí y no podría mandar a un compañero inocente a la muerte solo para librarme de un par de días más de tortura. Pero tú estás buscando en el sitio equivocado. Está claro que a esa chica la descubrieron antes de que los demás supiéramos de la inocencia de su padre, o alguien estaba interesado en su muerte por algún otro motivo. Pero ese "alguien" pertenecía a tu bando, Black. Solo te queda averiguar quién es…
Regulus debería haberse alarmado porque le reconociera, pero no era así. Ese hombre quizá no sabía su nombre de pila, pero sus rasgos físicos le delataban sin necesidad de conjeturar más. Incluso puede que fuera compañero de su hermano Sirius, que ahora estudiaba en la Academia de Aurores. Y el parecido entre Sirius y él era notable, para su desgracia.
Sin embargo, no pudo evitar que sus palabras le hicieran pensar. Seguía casi seguro de que los asesinos de Sadie eran aurores, pero ya habían plantado la semilla de la duda en su cerebro. Y ahora nada podría sacárselo de la cabeza. Lo que estaba claro era que ese hombre era sincero, no sabía más del tema y creía en lo que decía. Y él no podía más que apreciar su valentía. Por ello le ayudó a sentarse contra la pared, y se sentó frente a él, mirándole cara a cara, en signo de igualdad.
- De acuerdo. Seré benevolente contigo. Esto será rápido e indoloro. ¿Tienes algún mensaje que quieras hacerle llegar a algún ser querido?
El auror le miró con rabia, sin duda creyendo que estaba tratando de burlarse de él. No lo hacía, pero no insistiría en convencerle. Se inclinó a un costado y escupió sangre en el suelo con desprecio.
- Dile a tu jefe que podrá matarnos uno a uno, pero que la victoria jamás será suya. Cada vez más gente se levantará contra vosotros, no os permitiremos que os adueñéis de nuestras vidas.
Regulus se echó a reír. Ignoraba cómo acabaría esa guerra, y lo cierto era que cada vez le importaba menos. Él no sufriría las consecuencias de ningún modo, su familia era demasiado influyente. Pero estaba llegando a admirar a ese saco de carne que, pese a las apariencias, seguía siendo un valeroso auror. Tenía agallas.
Alzó la varita frente a sus ojos, y miró con un renovado respeto.
- No están mal como últimas palabras. Las haré llegar a los interesados.
Y con un rápido movimiento pronunció la maldición imperdonable que arrancó la vida a ese desmadejado hombre. Este cayó como si fuera una marioneta a la que le habrían cortado las cuerdas. Regulus procedió entonces a borrar cualquier rastro de su presencia en la celda, lo primero esa lengua postiza que le había permitido obtener unas declaraciones que le harían pensar seriamente en las siguientes semanas.
Cuando salió de la mazmorra, esperando escabullirse sin ser visto, se encontró cara a cara con Severus Snape. Sin dejarse tomar por sorpresa, fingió aburrimiento y hastío.
- ¿Vienes por el prisionero, Severus? Me temo que llegas tarde. He venido a interrogarle, y le he encontrado muerto. Probablemente Mulciber ha llegado antes que yo.
Si Snape encontró algún fallo en su declaración, desde luego no dio muestras de ello. Aunque Snape nunca daba muestras de nada. Hizo una mueca, mirando hacia la mazmorra, pero luego se centró en él.
- Te buscaba a ti, Black. Tu prima quiere hablar contigo urgentemente.
Regulus rodó los ojos exasperado.
- ¿Se puede saber qué quiere Bellatrix ahora?
- No. Bellatrix no. Es la mujer de Malfoy.
Narcisa. Eso lo cambiaba todo. Su cara delató un gesto de preocupación, pues su prima jamás se pondría en contacto con él por una nimiedad. No es que el ser su preferida hiciera que fueran íntimos, pero su relación se basaba en dejar vivir al otro y acudir a él cuando realmente era algo importante. Y esto debía serlo. ¿Qué habría pasado esta vez?
Y hasta aquí hemos llegado. Por favor, contadme vuestras impresiones. ¿Alguna conjetura? ¿Os gustan los personajes tal y como están escritos? ¿Qué os parece cómo se está desarrollando la historia de cada cuál? Cualquier opinión me bastará para mejorar y motivarme.
Nos vemos en la siguiente actualización.
Eva.
