¡Hola a todos! Lamento haberme retrasado tanto. Sé que dije que a partir de mayo estaría más libre, pero no contaba con que me cargarían con tanto trabajo en verano. Y claro, salía del trabajo y todo lo que quería era dejar el ordenador y ver calle, a gente, sentir el calor, tomar un poco el sol... Así que he escrito cada poco, además que es un capítulo muy difícil para mí. Estaba planeado desde la primer parte, pero es complicado destruir tanto a un personaje propio...
Porque sí, ADVERTENCIA: En este capítulo va a haber escenas durísimas, una situación absolutamente desagradable que ocurre en todas las guerras y que quería denunciar, pero que comprendo que no se incluya en historias con menor rating. Este es para mayores de 18, y aunque no he sido explícita (porque lo considero innecesario), solo con la sugerencia de lo que ocurre, el tema ya es muy desagradable. Quedáis advertidos.
Espero que os guste, es bastante largo, para compensar. El título es de una canción de Celine Dion que aclara tal cuál lo que ocurre en este capítulo: "Because you loved me: Porque tú me amaste" ¡Disfrutad!
Capítulo 7: Because you loved me
Domingo de madrugada, y Londres volvía a enfrentarse a una furiosa tormenta que amenazaba con desbordar el Támesis. Hacía meses que no llovía de esa manera, como si el agua cayera en tromba sobre la ciudad, como si el cielo fuera a resquebrajarse y a desplomarse sobre la capital británica.
Las calles estaban abnegadas, las alcantarillas desbordaban y al ruido de los potentes truenos se le unían las sirenas de las ambulancias muggles y sus coches de bomberos que recorrían toda la ciudad tratando, sin demasiado éxito, de soliviantar todos los incidentes.
Junto al Támesis, a la otra orilla del Parlamento, se encontraba The Globe. Ese teatro reconstruido, que homenajeaba a aquel que vio la luz en 1599 y que fue testigo de las mejores obras que salieron de la pluma de William Shakespeare. Apenas a unos metros de este nuevo teatro se encontraba una pequeña casa, sencilla y discreta. Tanto que casi nadie veía en ella más que una escombrera donde antaño se almacenaban restos de obras y que ahora tenía colgado un cartel que rezaba: 'Peligro, no pasar'.
A ojos mágicos autorizados esa casita era el último refugio de la Orden del Fénix. Una organización secreta que cada vez cambiaba más rápidamente de lugar dado el peligro que corría y lo perseguidos que estaban todos sus miembros.
Esa noche, bajo los truenos y los rayos, tres personas estaban de guardia. A decir verdad, solo dos de ellos lo estaban, y la tercera figura permanecía allí, resistiéndose a marcharse y obedecer las órdenes de su superior. El hombre gruñó por enésima vez y arrastró la silla que estaba al fondo de la sala, junto a la puerta, y dejó su pesado cuerpo caer en ella.
- Te lo advierto por última vez, Alice –refunfuñó Alastor Moody con voz severa-. Mañana tienes que estar a primera orden en el Departamento, y no voy a tolerar esto como excusa. No te necesitamos aquí.
La joven mujer de Frank Longbottom miró a su jefe con una sonrisa condescendiente, y se recostó en el sillón donde estaba acomodada.
- Vamos Moody, sabes que jamás pongo excusas. Además, no podría estar en casa en una noche como esta y estando Frank de guardia. Me volvería loca.
- Frank estará bien –le susurró Emmeline Vance a su lado, tratando de tranquilizarla.
Alice le dedicó una pequeña sonrisa. En el fondo sabía que Frank se las apañaba sin problemas. Ambos, junto a Moody, tenían la desventaja de que debían hacer dobles guardias, con la Orden y con los aurores. Y no por nada Frank era el mejor considerado entre los suyos. Pero eso no haría que ella se preocupara menos por el bienestar de su marido.
Moody volvió a gruñir de nuevo al darse cuenta de que la joven no iba a dar su brazo a torcer, y se recostó en la pared, con los brazos cruzados y la varita en la mano. Parecía relajado y a punto de dormirse, pero siempre estaba en alerta permanente.
Alice le miró de reojo y midió la distancia entre él y Emmeline y ella. Estaba lo suficientemente lejos como para no oír la conversación si ellas hablaban en voz baja. Así que alargó la pierna y le dio una ligera patada a su compañera, que parecía abstraída observando los rayos caer sobre las afueras de la ciudad. El agua cayendo con fuerza por los cristales de la ventana parecía darle más dramatismo a la situación.
Emmeline dio un respingo y la miró en silencio, preguntándole sin palabras por su proceder. Alice se inclinó un poco hacia ella.
- ¿Cómo estás? –preguntó-. Y antes de que me niegues nada, ya me he enterado de la discusión que has tenido esta tarde con Grace.
Emmeline rodó los ojos con disgusto. En el fondo, estar en la Orden del Fénix no era tan distinto como sus tiempos en Hogwarts. Todo el mundo se enteraba de los secretos y todo el mundo acababa cotilleando sobre la vida de los demás. Incluso cuando pareciera que todos habían dejado de interesarse por el drama que se había desarrollado hacía tres meses entre Grace, Sirius y ella, en el fondo sabía que estaban pendientes de cada movimiento.
- No pasa nada. No es como si no esperara que se acabara produciendo este enfrentamiento –le confesó. De todas formas, de todos los cotillas, Alice era de las pocas que tenía derecho a sacar el tema.
La aurora hizo una mueca, percibiendo la verdad en sus palabras.
- Sea lo que sea lo que te haya dicho… no la tomes en serio. Solo está dolida. En algún momento conseguirá ver la situación con objetividad y comprenderá que ni Sirius ni tú tuvisteis la culpa de lo que ocurrió. Todos lo sabemos.
- Sí, y me sentiría más cómoda si la situación hubiera quedado entre unos pocos –respondió Emmeline con voz dura, mirando otra vez hacia la ventana.
Alice sintió el golpe de la culpa en su estómago. No podía dejar de sentirse responsable de lo ocurrido, y de que todo se hubiera convertido en un drama del que todos fueron testigos, aunque muchos no supieran los detalles. Ella estaba al mando, fue ella quien los mandó a ese lugar… y ella debería haber tomado medidas para que todo quedara en discreción.
Emmeline vio de reojo la expresión de Alice y suspiró. No había hecho grandes amigos desde que había llegado a la Orden. Solo hacía cuatro meses que Dumbledore había tenido que sacarla prematuramente de Hogwarts para evitar que sus compañeros o su propia familia acabaran matándola, y en la Orden no había sido especialmente amigable. Era la más joven de todos, y encima Moody había quedado como su mentor, lo cual no le había ayudado a socializar mucho. Probablemente Alice había sido la que más había hecho por acercarse a ella en todo ese tiempo, aunque no se lo había puesto fácil.
- No te culpes, Alice. No eres responsable de lo que ocurrió. Nadie podía preverlo.
La aurora le miró con una ligera sonrisa que no llegó a sus ojos, y con una expresión que indicaba claramente que no podía evitarlo. Por primera vez en meses, Emmeline tuvo la tentación de tocar a otra persona y consolarla, aunque sonara estúpido. Decirle, al menos, que ninguno había resultado herido y que todo lo ocurrido era casi lo menos malo que podía suceder en una misión así. Quitarle hierro de alguna manera a la situación, aunque estuviera engañándose a sí misma.
Pero en ese momento un intenso pitido atravesó la sala y los tres se levantaron de golpe. El sonido provenía de encima de la chimenea, donde había colocados en fila una serie de cachivaches que había diseñado Marlene, y que representaban al que todos tenían en su casa.
Eran pequeñas bolas negras, aparentemente decorativas, que al pulsarlas se activaban, enviando una alarma sonora y visual al Cuartel de la Orden del Fénix. Era una señal de socorro, un método más rápido y discreto que un patronus, para casos extremadamente delicados en los que hubieran perdido su varita.
Moody llegó a la repisa antes que ellas, abalanzándose sobre la bola que pitaba insistentemente mientras giraba a gran velocidad y cambiaba de color. Solo acercándose podía saber a quién pertenecía, quien estaba dando la voz de alarma.
Tardó solo medio segundo en verlo y en girarse hacia las dos mujeres que llegaron hasta él preocupadas.
- Es la casa de Anthony Bones. Avisad a todos. ¡Ya!
Dos horas antes…
La vuelta a casa había sido extrañamente silenciosa. Por una noche, David Bones, el pequeño hijo de Anthony y Gisele, parecía haber caído exhausto. En un niño tan activo y que tanto trabajo daba para dormirle era un hecho insólito, por lo que sus padres aprovecharon la oportunidad.
Le subieron a su habitación con cuidado, le depositaron en su cuna, y apagaron la luz, dejando medio abierta la puerta que separaba su dormitorio del suyo. Anthony se encontraba tumbado en la cama, disfrutando del silencio de su hogar, mientras mantenía los ojos cerrados.
- ¿Oyes eso? –le preguntó a su mujer.
- ¿El qué? –preguntó Gisele en voz baja desde el baño.
- Nada –expresó encantando-. Había olvidado cómo era esta casa en silencio. No se oían las cañerías desde antes de que naciera David.
- Te recuerdo que fuiste tú quien quiso tenerlo –le recordó Gisele algo ofendida por la referencia a su hijo, sin aceptar que ella estaba tan encantada como él.
Él hizo una mueca, aprovechando que ella no estaba en la estancia y no podía verle. Ciertamente Gis no era la persona más maternal del mundo, aunque sí lo daba todo por su hijo. Había sido todo un reto convencerla de que fueran padres, y solo cuando lo tuvo en brazos había comenzado a florecer ese instinto que tan fácilmente le embargaba a él. El de la paternidad. Quizá era porque ella era hija única mientras él tenía varios hermanos pequeños.
- Ya que David iba a estar tan cansado hoy, podíamos habernos traído a mis hermanos a dormir. Querían venir con nosotros –protestó.
Esperó el estallido con paciencia. Para él, el tiempo que pasaba con sus hermanos nunca era suficiente. Gisele quería a los niños, pero no soportaba ser su niñera por más de dos horas. No tenía paciencia con los niños. Esperaba que eso se le fuera pasando según fuera creciendo su propio hijo. Pero el estallido no tuvo lugar, sino que Gisele apagó la luz del baño y dijo en voz baja:
- Ni lo sueñes, Tony –dijo, sin salir de él-. No pienso estropear la única noche en la que fijo que el niño iba a estar agotado en hacer de niñera.
- Entonces, ¿en qué piensas utilizar la noche? –preguntó él con una sonrisa formándose en su cara.
La respuesta que esperaba se materializó cuando su mujer salió del baño luciendo un sexy camisón de lencería de color azul oscuro. Su piel de ébano lucía suave y tentadora junto a la tela de seda. A Tony se le secó la garganta mientras recorrió con la mirada las curvas del cuerpo de su mujer. Curvas que rellenaban el camisón, con la turgencia de los pechos y la anchura de las caderas.
Con el pelo suelto y rizado como solo ella tenía, Gis le miró con una sonrisa y le hizo un gesto que le irguió obediente sobre el colchón. Ella se acercó poco a poco, tentándole con la mirada y mordiéndose el labio. Y cuando estuvo lo bastante cerca su marido la agarró de la cintura y la tiró sobre la cama, posicionándose sobre ella. Gis ahogó un grito y controló la risa que estaba escapándose de su garganta.
- No hagas ruido o se despertará –le advirtió a su marido.
- Pues entonces será mejor que silenciemos la habitación, porque no pienso hacer esto en silencio –respondió Tony comenzando a besar su cuello y a bajar uno de los tirantes del camisón.
Ella le hizo quitarse la camiseta con rapidez, y juntó sus labios con los suyos. Hacía tanto tiempo que no tenían esa intimidad… Desde bastante antes del nacimiento de David. Y lo echaba de menos. Tony comenzó a subir la falda del camisón y Gis se echó a reír por las cosquillas cuando se escuchó un ruido en la planta baja. La risa se le atoró en la garganta y Tony se incorporó de golpe.
- ¿Lo has oído? –preguntó ella en voz baja.
Tony no respondió, sino que se incorporó con cuidado mirando hacia la puerta de la habitación.
- ¿Se habrá vuelto a colar el gato del vecino? –volvió a preguntar Gisele en el mismo tono, incorporándose detrás de él.
Tony alargó la mano, con la vista fija en la puerta, y agarró la varita de su mesita de noche.
- Voy a comprobarlo –dijo con toda la calma que pudo reunir, pues el ruido le había parecido demasiado grande para tratarse de un gato-. Vigila a David.
No necesitó decirlo dos veces para que Gis agarrara su varita y se dirigiera presurosa a la habitación de su hijo. Anthony giró con cuidado el pomo de la puerta y la abrió, inspeccionando el pasillo. Parecía vacío a priori.
- Lumus –susurró, haciendo que de su varita saliese un haz de luz.
Dejando la habitación a su espalda, avanzó por el oscuro pasillo, inspeccionando cada sombra y cada ruido. No se oía nada, pero por alguna razón sentía que no estaba solo.
- ¿Hola? –susurró a la oscuridad que descendía por el hueco de las escaleras.
- Me preocupa, ¿sabes?
James dejó la agradable tarea de masajear los pies y las piernas de su novia en cuanto la escuchó hablar. Durante los últimos minutos, Lily se había limitado a recibir sus caricias entre gemidos. Era más de medianoche y ambos estaban demasiado cansados por todo el día que habían tenido. Demasiado agotados para irse a la cama siquiera, a pesar de que ambos debían madrugar al día siguiente.
- ¿Quién? –le preguntó.
Lily estaba tumbada en el sofá, con las piernas encima de él y jugando con un mechón de su pelirrojo cabello. Rodó sus magníficos ojos verdes y compuso una débil sonrisa.
- Grace –dijo como si fuese obvio-. No debí dejar que se marchara a casa de Marco y Elena. Estaba un poco borracha.
James suspiró, ya empezando a cansarse de que últimamente su vida se centrara en las discusiones de Grace y Sirius.
- Lo que tenemos que hacer es dejarles a su aire. Ya lo arreglarán solos si quieren, no son unos críos. Tú y yo tenemos una vida aparte, ¿recuerdas?
- Si quieres te hablo de que mañana tengo que acompañar a mi madre y a mi hermana a mirar vestidos de novia –le respondió riéndose de su desgracia-. Va a ser fascinante…
James bufó.
- En serio, Lily, tenemos que apartarnos de todos o nos acabarán amargando la vida –declaró con dramatismo. De pronto su cara se iluminó, como si hubiese tenido una gran idea-. Espera, ¡eso es! ¡Soy un genio!
- ¿Qué? –preguntó su novia mirándole divertida. Llevaba mucho tiempo sin ver esa travesura en los ojos de su chico.
- Tenemos que irnos a algún lado. Tú y yo solos. Unos días. Desconectar un poco. ¿Qué me dices?
James parecía tan ilusionado como el día de Navidad. Lily se dejó contagiar por esa emoción durante dos segundos, antes de negar con la cabeza y convertirse en la voz de la razón.
- No podemos. Tenemos clases, estamos justo al final del curso. Y mi hermana se casa en tres meses. Vale que soy una dama de honor impuesta, pero como tenga que retrasar los preparativos por mí, me mata. Y luego está la Orden, sería una irresponsabilidad marcharnos y dejarles a merced de lo que pueda ocurrir.
Pero ninguna excusa le valía a James. El chico estaba visualizando un viaje en el que Lily y él estuvieran completamente solos, sin más interrupciones. Se incorporó de rodillas en el sofá e hizo que Lily pasara una de sus piernas por encima de su cabeza, para poder colocarse entre ellas.
- Ya hemos pasado los exámenes finales, tu hermana no va a morirse por unos días y ya nos jugamos nuestra vida por la Orden demasiado a menudo, como para no tener derecho a unos días libres.
- No… no puedo dejar a Grace así –protestó Lily débilmente mientras James comenzaba a besarla.
- Tiene quien la vigile. Seguro que el italiano y su novia se prestan a ello.
- Sirius tampoco está muy centrado… Y Remus está muy raro últimamente… -siguió intentando ella cada vez menos convencida, mientras James seguía besándole el cuello.
- No soy el niñero de mis amigos –protestó él.
- Y Gis. Seguro que necesita ayuda con el niño. Acaba de convertirme en su madrina, no puedo irme justo ahora.
- Tú tampoco eres la niñera de nadie.
Lily abrió la boca para protestar, pero de ella solo salió un gemido cuando su novio succionó el lóbulo de su oreja.
- Solo piénsalo –le susurró su novio al oído-. Podemos escaparnos a París. Sé que te quedaste con ganas de ir cuando Grace estuvo allí.
Lily asintió, sintiendo la garganta seca.
- Nunca he ido. Y está tan cerca…
- Pues vámonos –insistió James quitándose las gafas y apoyando todo su peso sobre ella-. Alquilaremos una habitación en el hotel más cercano a la Torre Eiffel y haremos el amor durante toda la noche, iluminados solo por su luz.
La pelirroja soltó una risita y se dejó llevar por la imaginación. Si solo se permitiera ser un poco irresponsable por una vez… Justo en el momento en que James comenzaba a besarla más profundamente y a meter las manos bajo su pijama, unos fuertes golpes en la puerta les asustaron.
- ¿Cornamenta? –preguntó lo que se asemejaba a la voz de Sirius al otro lado-. Jimmy, ¿estás ahí?
- No contestes –le dijo éste a su novia enterrando la cara en su cuello.
- ¡Cornamenta, responde! ¡Es urgente! –gritó esta vez su mejor amigo.
James se levantó del sofá enfadado, sabiendo que si hubiese sido por algún tema de la Orden se hubiesen puesto en contacto con ellos mediante otros métodos.
- Se supone que estamos en París, ¿qué hace aquí Sirius? –preguntó frustrado mientras se dirigía a la puerta.
Lily se rió divertida, incorporándose y arreglándose la ropa. Simplemente era imposible. Le gustara o no a James, ambos eran los niñeros de sus amigos y nunca podrían huir de eso.
James abrió la puerta dispuesto a echarle la bronca a su amigo por interrumpir sus vacaciones imaginarias, pero cuando vio su aspecto se le pasó el enfado de golpe. Sirius llevaba la misma ropa que había vestido en el bautizo esa tarde, junto a la chaqueta de cuero que estaba sucia y rota. Estaba pálido, tenía los ojos rojos, unas orejas inmensas y el pelo sucio. Dado su olor, parecía haberse vertido encima tres litros de ginebra.
- Canuto… ¿estás bien?
A una velocidad de vértigo Lily apareció a su lado, mirando a su amigo con semblante preocupado.
- Sirius, tienes un aspecto horrible.
- ¿Podemos hablar? –preguntó éste a su mejor amigo, ignorando esta apreciación.
Por el modo en que arrastraba las palabras, a ambos les quedó claro que estaba borracho.
- Claro –contestó James algo inseguro-. Pasa.
- No –dijo Sirius negando con la cabeza, visiblemente alterado.
- Grace no está, si eso es lo que te preocupa –le dijo Lily.
A Sirius le dio un tic en la mejilla al escuchar su nombre. Se le atoró un poco la respiración y miró a su amigo suplicante.
- Por favor. Necesito hablar contigo a solas.
Miró a Lily disculpándose, pero la pelirroja tenía la suficiente sensibilidad como para darse cuenta de que aquella era una situación extrema. Se giró hacia el perchero, cogió la chaqueta de James y se la tendió.
- Si necesitas ayuda, avísame –le dijo en voz baja cuando se inclinó a darle un pequeño beso en los labios.
James asintió lentamente, analizando a su mejor amigo con la mirada. Hacía mucho tiempo que no veía a Sirius así: dejando a la vista sus sentimientos, a punto de derrumbarse. No podía negar que estaba seriamente preocupado por él.
- Vamos, hermano –le dijo palmeando su espalda y dirigiéndole a la salida del edificio.
Anthony miraba el hueco de las escaleras con la varita lista para usarla a la mínima posibilidad. Puede que la compañía de Alastor Moody le estuviera volviendo loco, pero estaba casi seguro de que había alguien en su casa.
Sin dejar de estar permanentemente alerta de todo cuanto abarcaba su vista, hizo un movimiento discreto con la varita y susurró:
- Homenum Revelio.
El encantamiento que servía para revisar humanos podía tener fallos, al estar Gisele y David en la casa. Pero Anthony había adecuado la presencia de su familia para que fuese habitual, y en ese caso el hechizo revelaría si había alguien ajeno a ellos en su casa.
No le dio tiempo a reaccionar. En el mismo instante en que el hechizo dio un resultado positivo, un rayo de luz salió de una esquina del pasillo, y el joven auror tuvo que agacharse para no ser golpeado por la maldición.
Convocó un hechizo que le protegió de su atacante y le devolvió otra maldición. Por el gemido que escuchó, había acertado de lleno, pero en ese momento sintió como varias figuras se abalanzaban sobre él desde distintos ángulos, y le aplastaban contra el suelo.
Pateó los cuerpos e intentó hechizarlos, pero mientras dos hombres fuertes le sujetaron, una tercera persona le arrancó la varita de las manos. Había por lo menos cinco figuras a su alrededor, aunque no pudo precisar más porque los asaltantes le patearon el torso, los brazos y la cabeza, y la oscuridad no le ayudaba.
Entre todos le arrastraron de vuelta a su habitación y él, aturdido, solo pudo escuchar a Gisele gritar. Estaba adolorido y reducido en número y fuerza, pero aun así se revolvió al oír que su pequeño hijo se despertaba por el grito de su madre y estallaba en llantos. Su mayor pesadilla se hizo realidad cuando ingresaron en el cuarto y vio a Bellatrix Lestrange, sin máscara, arrastrando a su mujer desde la habitación del bebé mientras la sujetaba del pelo.
Gis había perdido también la varita y se defendía como podía, pero además de Bellatrix otros dos enmascarados esperaban en la habitación. En total, nueve mortífagos estaban allí, cercándolos y encerrándoles en su dormitorio.
- Señor Bones –saludó fríamente uno de ellos, quitándose la máscara.
Anthony no se sorprendió en reconocer a Evan Rosier, con su cara cubierta de cicatrices, su barba de pocos días descuidada y sus dientes raídos. Estaba cada vez más viejo, aunque Tony ya le había conocido con avanzada edad. Según le había dicho su padre, él había sido de los primeros mortífagos que habían seguido a Voldemort.
Que él y Bellatrix estuviesen en su casa era una muy mala señal. Eran dos de los mortífagos más sádicos.
- Sabemos que has sido el responsable de nuestras últimas bajas –le dijo el hombre lentamente-. Diez años en Azkaban para Amanda Tyler. Vas a tener que pagar por cada día que pase ahí dentro.
Gisele ahogó una exclamación, y Bellatrix le tiró más del pelo, haciéndola arrodillarse del dolor. Anthony trató de mantener la calma por ella. Miró a Rosier, quien sabía que era el que dirigía el grupo, y habló con toda la calma que pudo.
- Matadme si queréis, pero dejad a mi familia en paz.
- ¡No! –gritó entonces Gisele aterrada, con las lágrimas rodándole por las mejillas.
Rosier sonrió, jugando con su varita.
- ¿Y qué será de tu señora? –preguntó, acercándose a Gisele-. ¿Pretendes que la deje escapar sin más?
Anthony se esforzó en mantener estable su respiración, mientras veía como Gis seguía llorando asustada.
- Vuestro problema es conmigo. Ella no supo nada hasta que les detuvimos. Dejadla ir con mi hijo. Ellos no tienen nada que ver. Me iré con vosotros sin poner resistencia.
Gis no volvió a protestar, pero siguió llorando cada vez más fuerte. Eso no podía estar pasando, pensaba, tenían que pedir ayuda antes de que le hicieran daño a su marido. Rosier se echó a reír.
- Tienes cojones, tengo que reconocerlo- dijo entre risas y, poniéndole la varita contra el cuello, añadió-. ¿Y si te mato delante de ella? ¿Qué crees que hará?
- ¡No, por favor! –gritó Gisele intentando levantarse.
Bellatrix la apuntó con su varita y Gis se sentó de golpe, pegando un grito al sentir una descarga eléctrica atravesándole el cuerpo. Anthony lo vio con impotencia, pero trató de mantener la calma. Miró a Rosier a los ojos y le habló suavemente.
- ¿Les dejarías marchar? –preguntó, intentando hacer un trato.
- ¡Tony no les des ideas! –insistió su mujer con los ojos abnegados en lágrimas.
Todos los mortífagos se echaron a reír ante la escena que estaba montando Gisele. Ella, que normalmente era orgullosa y fácilmente propensa a responder a las provocaciones, no prestaba más atención que a la varita de Rosier. No podía consentir que mataran a Anthony, prefería morir ella antes de permitirlo.
- Hazle caso a tu señora –le dijo este a Tony, mirándole a los ojos-. Es una mujer muy sabia.
- Mucho más que eso. Eres un tío con suerte, Bones –insistió otro enmascarado, adelantándose y colocándose frente a Gisele y mirándola de arriba abajo. Hasta ese momento, ninguno recordaba el camisón que ella llevaba y todo lo que dejaba a la vista. Gis se abrazó a sí misma tratando de taparse lo máximo posible-. Te ha tocado el completo. En las batallas la señora Bones nunca nos ofrece unas vistas tan increíbles. Y mira con qué nos recibe ahora -se agachó para susurrarle-. ¿Sabes qué les hacemos a las mujeres de los aurores?
Alargó la mano y rozó con los dedos la suave tela que le atravesaba el pecho. Gisele se echó hacia atrás asqueada, y Tony se envaró.
- ¡No la toques! –gritó.
Rosier se echó a reír, claramente divertido por su reacción.
- Tranquilo, chaval. No te enfades. Esto va a ocurrir sí o sí. Pero prometo que te dejaré mirar.
Dejándole a merced del enmascarado que se había dirigido a Gisele, el veterano mortífago pasó de él y se dirigió hacia su mujer, que le miraba con temor por sus últimas declaraciones. No podía moverse porque Bellatrix la tenía inmovilizada. De lo contrario, habría salido corriendo por el pánico que le estaba entrando.
Rosier le hizo un gesto a Bellatrix, que la soltó, y él la obligó a levantarse, apretándole los brazos y tirándola sobre la cama. Al ver sus intenciones, Gis gritó al mismo tiempo que su marido y trató de incorporarse. Anthony tuvo que ser inmovilizado por otros dos mortífagos para que no se abalanzase sobre Rosier.
- ¡Déjala en paz!
Pero éste le ignoró y se aseguró de que Gisele no pudiera moverse mientras él se subía encima de ella.
- Acercad al señor Bones a la cama –dijo con voz burlona-. No quiero que se pierda esto.
- ¡Suéltame! –le espetó Gis, tan asustada que había dejado de llorar y le miraba con fiereza.
El mortífago sacó una fotografía arrugada de su túnica y se la puso delante de la cara. Gisele se vio a sí misma riéndose en el jardín de la casa de sus padres. No tendría más de quince o dieciséis años. Reconoció la fotografía al instante. Sus padres la tenían colocada en la repisa de la chimenea. Nunca comprobó si seguía allí cuando ellos aparecieron muertos.
El hecho de que Rosier la tuviera le alarmó. Siempre supo que hubo muchos implicados en la muerte de sus padres, y que uno de ellos fuera uno de los colaboradores más fieles de Voldemort no era de extrañar. Pero era perturbador pensar que había robado esa fotografía esa noche y la había guardado durante más de un año. Miró a Rosier a los ojos y vio una mirada lujuriosa que la recorría todo el cuerpo.
- ¿Sabes, nena? –le susurró solo para ella-. Llevo imaginándome este momento desde la noche que asesinamos a tus padres.
Al oírle mencionar esa noche que destrozó su vida, Gisele perdió el miedo en un segundo. Se alteró, se revolvió y trató de golpearle a lo muggle. Puede que Bellatrix la hubiese desarmado, pero aún podía hacer daño con sus manos. Sin embargo, Rosier la esquivó y la golpeó con fuerza en la cara, dejándola aturdida.
- ¡Maldito hijo de puta! –gritó Tony tratando de librarse del agarre de los mortífagos.
Uno de ellos le apuntó con la varita, a punto de maldecirle, cuando Rosier le detuvo.
- No. Atadle y aseguraos de que no se mueve. Pero no le hechicéis. Quiero que se entere bien de lo que va a pasar –añadió con una sonrisa maléfica-. Tú, muchacho. Ya que fuiste tú quien me dio su nombre, te dejo los honores de ser el primero.
Desde el fondo de la habitación, Regulus Black se encontraba más nervioso de lo que recordaba haber estado desde que ingresó al servicio del Señor Oscuro. Avanzó con paso firme, asegurándose de que la inseguridad no se le notara, y se posicionó junto a la cama donde Rosier retenía a la chica.
No quería mirarla mucho. Sabía quera era amiga de su hermano, amiga de Grace. Solo de pensarlo se le revolvía el estómago, pero tenía que hacerlo si quería seguir manteniendo un respeto entre los suyos. Perder todas las estimas en su mundo, significaba lo mismo que la muerte.
Metió la mano en el bolsillo y sacó su varita. Aún no la había utilizado esa noche, pero sabía que no podía librarse de ello. Tenía el pulso firme cuando apuntó a la joven, dispuesto a torturarla. Al menos no le tocaría a él matarla.
- No, hombre. Eso no –le detuvo Rosier entre risas-. Utiliza tu otra varita más bien. La que tienes entre las piernas –precisó, provocando un coro de risas.
Bones se revolvió maldiciendo a todos a gritos, y la chica abrió los ojos aterrada y trató de escapar del control de Rosier sin conseguirlo. Regulus se quedó un segundo un blanco, escuchando los gritos del cabeza de familia que se escuchaban por encima del llanto del bebé, que continuaba en la otra habitación.
- ¿Qué? –preguntó desconcertado, creyendo entenderlo mal. No podía ser lo que estaba imaginando.
Para dejarle claro la postura, Rosier agarró el camisón de la chica y tiró de él hacia abajo. Los salvajes movimientos de ella al tratar de librarse no impidieron que éste se resquebrajara y la dejara medio desnuda.
- Vamos a pasarlo bien con la señora Bones –le aclaró como si le estuviese hablando a un niño retrasado.
Los demás presentes festejaron esa afirmación, y Bellatrix se echó a reír como una demente. Regulus estaba sencillamente horrorizado.
- ¿Qué? ¡No! –gritó sin darse cuenta de que estaba apuntando a Rosier con la varita.
Éste se levantó de la cama amenazante. Gisele trató de incorporarse y salir corriendo, pero Bellatrix se sentó a su lado y la inmovilizó.
- ¿Cómo que no? –le espetó Rosier con una calma furiosa que no presagiaba nada bueno-. Te lo estoy poniendo en bandeja, chico. ¿O es que acaso te van los tíos? Porque seguro que Bones también quiere colaborar en ello –añadió echándose a reír, burlándose de ambos.
Regulus le miró horrorizado mientras Tony se seguía revolviendo, con la atención únicamente centrada en Gisele. A ella le habían vuelto las lágrimas al comprender que no tenía modo de escapar.
El joven mortífago no podía creer que estuviese ocurriendo aquello. Al lado de esa crueldad, incluso el asesinato y la tortura le parecía algo menor. Sentía el corazón latiéndole en los oídos, pero se esforzó en parecer tranquilo cuando se dirigió a su compañero, aún sin bajar la varita.
- Ni se te ocurra tratar de obligarme a hacerlo –le amenazó a su vez, firmemente.
Rosier le miró durante unos segundos, analizándole. Finalmente se encogió de hombros mirándole con burla.
- Tú te lo pierdes. Entonces yo haré los honores.
Y, dándole la espalda, volvió a subirse a la cama, inclinándose sobre la pobre chica que empezó a gritar al notar su peso sobre ella, pero que no podía rechazar porque Bellatrix la tenía demasiado bien sujeta.
En aquel momento, James y Sirius caminaban por Piccadilly Circus buscando un lugar tranquilo para charlar. James miraba de reojo a su amigo, consciente de que aún seguía borracho. En ese momento, Sirius se tambaleó y él le sujetó para que no cayese al suelo.
- Canuto, vas a preocuparme de verdad –le dijo al tiempo que le ayudaba a sentarse en las escaleras de entrada de un edificio.
Era un teatro, pero a esas horas de la madrugada estaba cerrado y no había ningún guardia que les echara, por lo que él también se sentó a su lado. Al menos no había cerca ningún bar ni discoteca, y no era probable que les interrumpieran.
Sirius se llevó la mano a la cabeza con gesto molesto.
- Tengo que dejar de beber así. La cabeza me está matando…
- ¿Es por lo de esta tarde? ¿De verdad te has cogido esta cogorza por haber discutido con Grace?
Sirius hizo una mueca al escuchar su nombre, pero al menos no parecía tan alterado como lo estaba minutos antes, en el apartamento de Lily.
- Lo peor ha venido después. La he cagado…
- ¿Dónde has estado? –le preguntó James, aunque su aspecto y su olor daban bastantes pistas de ello.
- Por ahí –respondió él lacónicamente-. Fui a un bar… y conocí a una chica.
James le miró con atención. Era la primera vez en tres meses que Sirius mencionaba a otra chica.
- Me he acostado con ella –anunció su amigo funestamente, como quien admite un crimen.
James le dio una palmada en la espada, animándolo.
- Bueno, está bien. Una canita al aire de vez en cuando, teniendo en cuenta tu situación, no me parece que… -de repente se detuvo y se quedó mirando a su amigo, cayendo en cuenta de algo-. Es la primera con la que te acuestas desde que te dejó, ¿verdad?
Su respuesta fue el silencio, mientras Sirius desviaba su mirada vidriosa y sus ojos rojos miraban hacia otro lado. James suspiró.
- Captado.
Sirius se frotó los ojos con cansancio y después apoyó la cabeza contra las palmas de sus manos.
- Seguro que todos se piensan que llevo tres meses pasándomelas a todas por la piedra. No es que no lo intentara, pero no había podido hasta ahora. He tenido que quedarme ciego a alcohol…
- No te juzgo, Canuto –le dijo su amigo-. Si Lily me dejara, yo no podría irme con otra tía tan fácilmente.
- Estaba tan enfadado –le confesó-. Sé que no es excusa, pero es la verdad… Creo que el problema es que en el fondo sé que la sigo queriendo. Y no soporto que me odie por algo que ya no puedo solucionar.
James se quedó algo cohibido. Era la primera vez que Sirius le confesaba la verdad. Estaba claro que era una noche de descubrimientos. Su amigo debía haber llegado al límite de su paciencia. Ni siquiera el alcohol le aflojaba tanto la lengua.
- Estoy seguro de que Grace no te odia, Canuto. Pero está muy dolida.
- Lo sé –reconoció éste pesaroso.
- Pero no fue tu culpa.
Sirius bufó, cerrando los ojos.
- ¿Qué importa ya?
A James le habría gustado poder animarle de alguna manera, pero no se le ocurría qué decirle. La verdad es que la situación de su amigo no pintaba bien. Como no sabía qué decirle para levantarle el ánimo, decidió compartir algo con él que le haría ver que su vida tampoco era tan maravillosa como parecía.
- Yo también tengo mi dosis. ¿Sabes que la hermana de Lily se va a casar?
Sirius bufó, y un segundo después se echó a reír.
- Está claro que siempre hay alguien para cada persona. Incluso para la jirafa esa.
- Tendrías que verle a él, qué pinta de morsa. Menudo zoológico tendrán en casa.
Ambos empezaron a reírse a carcajadas con esas comparaciones, y así estuvieron un rato hasta que Sirius cayó en una cosa.
- Oye, aparte de tener que ir a la boda de esos dos, ¿dónde está el drama?
- El drama está en que yo había pensado pedirle a Lily que se casara conmigo. Llevaba toda la semana dándole vueltas, incluso le pedí a mi madre su anillo –le confesó James-. Y ahora, si lo hago parecerá que me copio de su hermana.
Sirius estaba anonadado.
- No es cierto que pensabas pedírselo, ¿verdad?
- ¿Qué tiene de malo? –preguntó James ligeramente ofendido.
- ¿Qué va a ser, Cornamenta? Aún no sabes controlar tu pelo, ¿y ya piensas en casarte?
Entonces James vio el brillo de diversión en los ojos de Sirius y se lanzó sobre él para darle un golpe, pero Sirius le esquivó a tiempo. Se levantó, fue a lanzarse sobre él para hacerle una llave pero la borrachera le hizo trastabillar y cayó al suelo de culo. Ambos volvieron a reírse a carcajadas.
Estuvieron así varios minutos, más relajados y menos tensos. De repente, como si se hubiera dado cuenta de lo que había presenciado hacía algunas horas, Sirius se volvió hacia su amigo con una sonrisa malvada.
- ¿Sabes a quién he interrumpido a medio polvo con April?
- ¿A miedo polvo? Pobre tipo, ¿no? –preguntó James haciendo una mueca de dolor y recordando cuando Lily le dejaba a medias, y después sonrió-. Un momento, ¿no será cierto amigo nuestro, verdad?
La sonrisa perruna de Sirius lo dijo todo, y James se incorporó de golpe de la sorpresa.
- ¿Hablas en serio? ¿Colagusano?
- A medio vestir y con la respiración agitada –confirmó Sirius rememorando la imagen que no había procesado en su momento.
James silbó con incredulidad, y después se echó a reír.
- ¡Oh, cómo voy a disfrutar tomándole el pelo!
- ¿Vamos a interrumpirles? –propuso Sirius, animándose con esa perspectiva.
- No seas cruel –le pidió su amigo con una sonrisa igual de malvada-. Deja a Peter desvirgarse a gusto, y mañana le torturamos un poco. Tu querida vecina no sabe dónde se ha metido.
Sirius no era el único que había recurrido al alcohol para calmar sus penas. Grace ya había salido del bautizo del hijo de Gisele algo afectada, pero cuando renunció a volver a su casa y fue a visitar a su amigo Marco la cosa se había descontrolado del todo.
Ya allí, y pese a que era domingo y al día siguiente todos debían madrugar, la novia de Marco, Elena, y Grace empezaron a montar una fiesta privada con una buena botella de vino que la española había traído de su país.
Pasadas un par de horas, Marco era el único que estaba en condiciones de ver cuántos dedos tenía enfrente, y debía cuidar de que esas dos no siguieran bebiendo. Ambas estaban tiradas en el sofá del pequeño apartamento, hablando a gritos y riéndose tan fuerte que si Marco no hubiese hechizado las paredes los vecinos ya habrían llamado al Ministerio.
- Tienes que dejar de amargarte por él –le aconsejó la española-. ¡Pasa página! ¡Adiós, Sirius! –gritó, saludando con la mano a un ser invisible antes de volver a reírse.
Marco la hizo incorporarse y se sentó tras ella, haciendo que apoyara su espalda en su pecho.
- Lo que tienes que hacer es hablar con él –insistió, siendo la voz de la razón-. ¿No crees que ya ha sufrido bastante?
- ¡No! –gritaron a la vez Elena y Grace.
- ¿Tengo que recordarte otra vez lo que hizo? –preguntó la aludida, con los enfrentamientos con Sirius y Emmeline aún muy frescos en su mente.
- ¿Y yo tengo que recordarte las circunstancias eximentes? –preguntó él con una sonrisa.
Grace frunció el ceño y después compuso una sonrisa algo atolondrada por el alcohol. Estiró un brazo hasta él y negó con el dedo índice a pocos centímetros de su cara.
- Aquí la abogada soy, no utilices mis propias armas contra mí.
- ¿Por qué no te acuestas tú con otro? –propuso de repente Elena.
Grace y Marco la miraron extrañados, y ella se encogió de hombros.
- Hablamos del ojo por ojo. Acuéstate con otro y así estaréis igualados. Lo habláis, y solucionado.
- Sí, seguro que eso lo soluciona todo –respondió irónicamente su novio rodando los ojos.
Pero Grace se quedó pensativa, mientras bebía un poco de la última copa de vino.
- ¿Y si no es mala idea? –preguntó.
- Es pésima –dijo el italiano-. Estoy seguro de que Sirius se siente mal, pero si haces eso solo conseguirás alejaros más. ¿Tanto te cuesta perdonarle? No es como si hubiese querido hacerlo.
- ¿Sabes lo que creo? –preguntó Elena, sin haber escuchado la conversación-. Creo que deberías haberte acostado con Jean.
Marco miró a su novia, que estaba acomodada contra su pecho, y después a Grace que había hecho una mueca de desagrado ante la mención de Elena. Iba a preguntar quién era Jean, pero su novia volvió a hablar.
- Sí, sé que es un estúpido. Pero está bueno y estaba muy interesado en ti. Para una venganza creo que te sirve.
- ¿Se puede saber quién demonios es Jean? –preguntó Marco nada satisfecho con esa descripción.
- Un tipo que trabajaba en el mismo buffete que yo en París –explicó Grace, bufando al recordarle.
- Estaba loco por Grace –se rió Elena.
- De eso nada. Es un baboso, y siempre está detrás de todas las tías. Y encima con una actitud tan machista... Es verdad que era insistente conmigo y que no es feo, pero no se me habría ocurrido hacerle caso. He dado ya con demasiados gilipollas hasta ahora, gracias.
- Tampoco decía que te casaras con él –insistió Elena, arrastrando cada vez más la voz-. Solo sería para vengarte de Sirius.
Grace sonrió divertida, sin tomarse aquella conversación en serio.
- Quizá sí debería liarme con él para pagarle a Sirius con la misma moneda –bromeó-. A este paso, es el único modo para poder intentar perdonarle.
Marco observaba, sin hablar, este intercambio y el ceño se le fruncía más, a medida que más escuchaba. Esperaba otra respuesta de su novia, pero de repente un ronquido llegó a sus oídos. Al bajar la cabeza vio que Elena se había quedado profundamente dormida contra su pecho. Al darse cuenta, Grace se echó a reír sobre el sofá.
- Mañana querrá matarme cuando tenga que ir al Ministerio con resaca –dijo francamente divertida.
Marco suspiró.
- Quédate aquí, que ahora te acompaño a casa –le dijo, poniéndose en pie y alzando a su novia en brazos.
La dejó descansando en la cama, la arropó y volvió al salón, donde Grace trataba de hacer esfuerzos para levantarse del sofá. Él sonrió, pensando que no solamente Elena se levantaría con resaca al día siguiente, y le tendió la mano para ayudarla.
Tal y como esperaba, en cuanto se desaparecieron cerca del apartamento de Grace, ella vomitó. Él esperó pacientemente, apartando la mirada, y después la sujetó por la cintura y le hizo pasar un brazo por su cuello para ayudarla a caminar.
No hubo demasiados problemas para superar el control de la entrada, pues los aurores comprobaron la identidad de Grace y se aseguraron que estaba borracha y no envenenada o hechizada.
Cuando llegaron a la puerta de su apartamento, Marco le hizo girarse en la penumbra del pasillo, que solo estaba iluminada por la luz de su varita.
- Grace, necesito que me escuches un momento –le pidió con seriedad.
Ella advirtió su tono y parpadeó para despejarse.
- ¿Sabes que yo estaba interesado en ti cuando estudiábamos en Hogwarts, verdad? –le recordó él mirándola a sus ojos castaños.
Ella sonrió perezosamente.
- Creo que la visita que hicimos al armario aquella vez me dejó las cosas claras –le confesó divertida.
- Hablo en serio –insistió él-. Estaba de verdad interesado. Probablemente eras la única de las chicas de Hogwarts con la que me hubiera comprometido de verdad, de no ser por lo tuyo con Sirius.
Grace no sabía a qué venía eso, pero se conmovió realmente. Con esfuerzo alzó una mano y le acarició la mejilla.
- Lo sé –le aseguró-. ¿Por qué me lo dices ahora?
- Porque quiero que recuerdes que hay tíos que te valoramos de verdad. Sirius el primero, pero también yo en menor medida. Pero no todos somos así, y no me gustaría que cayeras en las garras de un imbécil que solo te usaría como a un pañuelo y después te desecharía.
Grace no necesitó estar muy lúcida para darse cuenta de que volvían al tema de ese baboso francés. Se rió un poco de la preocupación de Marco, pero él seguía mirándola seriamente.
- Prométemelo –la pidió.
Y ella solo atinó a sonreír, inclinarse y darle un casto beso en la boca.
- Gracias por preocuparte siempre por mí –le dijo.
Y Marco se resignó, viéndola entrar tropezando en su silencioso apartamento. Por la oscuridad y el silencio, James y Lily debían llevar horas durmiendo.
Regulus estaba horrorizado. Había leído alguna vez relatos de ese estilo. Ataques a casas de aurores donde les torturaban mientras abusaban de sus mujeres, y les obligaban a presenciar la muerte de sus hijos.
Pero, por algún motivo, nunca se había creído realmente todo ello. Pensó que, de nuevo, El Profeta lo magnificaba todo. Entre los mortífagos no era un tema usual de conversación, aunque Evan Rosier y Rabastan Lestrange, dos auténticos perturbados, sí que habían mencionado alguna vez sus batallitas. Él, simplemente, creía que exageraban las cosas dentro de su cínica mente.
Pero ahora lo tenía delante, y era peor que cualquier pesadilla que podría haber tenido. La veía a ella sobre la cama, llorando histéricamente, pataleando y sufriendo mientras los demás se reían, jaleaban al que le tocaba el turno en cada ocasión, y decían maldades en voz alta.
Desvió la mirada para no verlo, pero mirar a su marido era igual tortura. Ese pobre desgraciado estaba desquiciado, destruido más que si le hubieran sometido a una larga sesión de cruciatus. Y el llanto del bebé del fondo, que no había dejado de llorar ni un momento, completaba ese siniestro ambiente.
Tenía ganas de explotar algo, de golpear a alguno de sus compañeros. Le picaba la punta de los dedos, le escocían los ojos… Tenía ganas de llorar. Esto no era lo que a él le habían vendido. Esta no era la guerra justa en la que los magos recuperaban el lugar que jamás debieron abandonar. Esto no era lo que sus padres le habían prometido.
Y su prima Bellatrix… Siempre había sabido que estaba loca, pero aquello superaba cualquier cosa. ¿Cómo podría estar participando en eso? ¿Cómo podía sujetar a otra mujer, susurrarle promesas de dolor y colaborar para que hicieran eso? Cada vez tenía más claro que no conocía a su familia, pero aún quería creer que Narcisa no consentiría aquello. Al menos, no participaría en ello, seguro. Era su prima favorita, no podía estar tan engañado respecto a ella.
Se sentía frustrado, pero ya había desobedecido suficiente esa noche, ya se había enfrentado demasiado a los suyos. Marcharse no era una opción. Tendría que soportarlo.
Miró alrededor, tratando de apartar su mente de lo que estaba viendo y escuchando, y centró su atención en unas fotografías que había encima de una cómoda. No fue una buena idea.
En ellas, Gisele Bones, que ya sabía de antemano que era amiga de su hermano, salía en distintas situaciones con sus amigos. Sirius estaba en alguna de ellas, y también Grace. Verles sonriendo y haciendo gestos de burla le revolvió el estómago, pero nada le preparó para el golpe final.
En una de esas fotografías, sacada en lo que parecía ser una fiesta de cumpleaños, también aparecía Sadie. Estaba con su habitual gesto resignado, como si todo trato con los demás seres humanos le diera pereza, pero más relajada que la mayoría de las veces que la había visto.
Hasta ese momento no había caído en que Gisele Bones también había sido amiga suya. Ambas habían compartido clase y habitación, y aunque Sadie fuese tan cerrada y especial en sus amistades, de repente tenía claro que había apreciado sinceramente a esa chica, y a las otras cuatro que aparecían en la fotografía.
Ahí estaban las seis: la propia Grace, Lily Evans, la sangre sucia que luchaba junto a ella en la Orden del Fénix, Rachel Perkins, la licántropa, la propia Gisele Bones, que parecía ser la protagonista de la fiesta, Kate Hagman, la novia muerta de Sirius… y ella.
Pese a que el gesto de Sadie no tenía nada que ver con la situación que él estaba viviendo, sentía su mirada juzgándole y odiándolo por lo que estaba ocurriendo. Por no impedirlo. Ella no se lo habría perdonado.
Empezó a hiperventilar tras la máscara, y sintió que las primeras lágrimas caían por su mejilla. Ni siquiera cuando escuchó a los que habían comenzado a torturar a Anthony Bones, apartó la mirada del rostro de Sadie. La había traicionado otra vez…
Remus Lupin casi nunca fumaba. Era un vicio horrendo y nada saludable, se lo repetía a Sirius como tres veces al día. Pero alguna vez, cuando la vida se le hacía muy cuesta arriba, no podía evitar sacar la cajetilla de tabaco que escondía tras el lavabo y disfrutar del humo relajando su garganta.
Hacía horas que había vuelto del bautizo. Ni siquiera se había despedido de los demás; cuando vio que Sirius y Peter abandonaban la fiesta con poca diferencia de tiempo, se sintió legitimado. Debería haberse despedido al menos de Gisele, pero se consolaba con que nada superaba la mala educación de Rachel. A pesar de ser la mejor amiga de la madre, ni siquiera se había presentado. A él no le echarían de menos…
No había comido nada en todo el día, solo había tomado un par de copas, aunque no estaba borracho en absoluto. Se sentía catatónico, sin capacidad de reacción. Llevaba así algunas semanas, desde que Rachel le había confesado sus sentimientos por otro tío…
Al principio quiso preguntarle quién era, pero luego prefirió dejarlo pasar. Ella no parecía querer hablar, pero tampoco se iba de casa. Y él tenía miedo de que si sacaba el tema le dejaría definitivamente. Quizá en ese momento estaba con él; quizá había estado con él todo el día, haciendo Merlín sabe qué. Prefería no torturarse con esa idea…
Siguió fumando a oscuras, sentado en su raído sofá, y pensando en ella, cuando el objeto de sus pensamientos apareció. La vio entrar silenciosamente por la puerta, con el mismo precioso vestido con el que había salido de casa, pero más desarreglada y despeinada. Sintió que le dolía el pecho con solo mirar sus rizos revueltos, a saber por quién.
Rachel le vio nada más atravesó el pasillo, y de repente se detuvo de golpe, con la culpabilidad reflejada en su rostro. Así que sus sospechas eran ciertas.
- Hola –susurró ella en voz baja.
- ¿Dónde has estado? –preguntó Remus mirándola a los ojos con dolor.
Rachel vio sufrimiento en su mirada y tragó en seco, cohibida. No podía hacerlo…
- Por ahí… Sé que… sé que no tiene perdón que haya faltado hoy. Y mi comportamiento durante todo este tiempo… no intento excusarme, al contrario.
- El bautizo se retrasó media hora porque Gisele esperaba que aparecieras –la informó su novio.
Eso hizo que Rachel se sintiera peor aún.
- Lo siento… Mañana iré sin falta a casa de Gis y por fin conoceré a su hijo. No voy a retrasarlo más. Puede que ya no sea mi ahijado, pero sigue siendo el hijo de mi mejor amiga…
Remus se quedó un rato callado, asimilando sus palabras. Parecía que estaba vez hablaba en serio, que estaba convencida. ¿La habría convencido alguien? Ella continuó de pie, con los brazos caídos y su mirada de culpabilidad. Mirarle le hacía daño, pero también le dolía que su imaginación trabajara con tanta libertad.
- ¿Con quién has pasado todo el día? –le preguntó finalmente. Rachel no respondió, pero él insistió-. ¿Has estado con él, el hombre del que me hablaste?
Rachel levantó la mirada ante una pregunta tan directa, y Remus pudo observar que estaba realmente alarmada. No había esperado que él enfrentase la situación directamente. Y, dado que pasaron un par de minutos y no contestaba, dio por hecho que no lo haría.
Suspirando, resignado a conformarse con seguir imaginando lo peor, se incorporó y se dirigió a su habitación fingiendo la indiferencia y tranquilidad de siempre. Cuando le dio la espalda, Rachel frunció el ceño.
- ¿Te vas? –preguntó, haciendo que su novio se girara a mirarla.
- ¿Qué quieres que haga? Son las tres de la mañana, y estoy cansado. Me voy a dormir.
Se giró de nuevo, y ya había dado un paso dentro de la habitación cuando Rachel le llamó.
- Haz algo –le suplicó, aunque Remus no sabía a qué se refería.
- ¿Sobre qué? –preguntó.
- No… no lo sé –admitió-. Pero no sé… inténtalo. Intenta retenerme al menos.
- ¿Retenerte? –preguntó Remus notando las lágrimas mojar sus ojos, y luchando con fuerza para que no se derramasen-. ¿Aún hay tiempo de eso?
Rachel se quedó un segundo en blanco, sin saber qué creer. Había sido un día tan confuso. Llevaba tanto tiempo confundida… Sabía lo que sentía por Remus, pero también sentía algo muy profundo por Benjy. Algo que tenía miedo de analizar, y más desde que él la besó esa tarde. Al menos parecía que Remus no había notado que él también había faltado ese día al bautizo.
Más confundida que nunca, más desesperada por aclararse de lo que había estado en meses, Rachel avanzó hacia Remus en dos zancadas. Le miró de frente, a poca distancia, y vio en sus ojos el daño que le estaba haciendo.
- Bésame –susurró.
Remus la miró sorprendido, sin comprender nada. Y como le vio tan indeciso, fue ella misma quien se puso de puntillas, pasó sus brazos por su cuello y le besó con un ímpetu que no había sentido en meses.
Remus se quedó unos segundos en blanco, sintiendo un aroma extraño entrar por su nariz. Enseguida descubrió que lo que olía era colonia masculina. Una que no era la suya, pero que le resultaba levemente familiar. El olor del otro tío, con el que sin duda había estado, con el que seguro que se había besado y no quería saber qué más cosas había hecho. Le dio asco, y por un segundo pensó en apartarse. Pero finalmente cedió a sus instintos y abrazó a Rachel con fuerza, mientras le correspondía al beso y la levantaba en el aire, llevándola al dormitorio.
¿Cuánto tiempo había pasado? Regulus nunca había sentido que los minutos pasaran tan lentamente. Aquello era horrible, parecía una pesadilla.
Había estado tanto tiempo mirando la fotografía de Sadie, tratando de apartar la mente del presente, que le escocían los ojos. Pero tenía muy buen oído, y no podía escapar de aquello. No podía obviar los gritos, los lamentos, las maldiciones, las risas de sus compañeros, el llanto constante del bebé y las sádicas promesas de Bellatrix de que le mataría delante de su madre cuando todos acabaran con ella…
Llevaba ya unos minutos sin escuchar a Anthony Bones. ¿Quién sabe? Puede que tantos cruciatus hubieran acabado definitivamente con él. Casi habría sido una bendición para el pobre diablo, que parecía sufrir más con lo ocurrido a su mujer que con las propias torturas.
Pero ella seguía consciente, sufriendo terriblemente por lo que sus gritos y lamentos podían transmitir. Y él ya no podía más. Ya no reconocía el rostro de Sadie a esas alturas, ya solo era un conjunto de formas sin sentido.
Miró detrás de esa fotografía y su atención recayó en un objeto negro, pequeño. No parecía parte del mueble y estaba hecho para no llamar la atención a primera vista, por lo que no podía ser decorativo a pesar de que era ornamental. ¿Podría ser…? No podía asegurarlo, pero no sería descabellado que la Orden del Fénix contara con métodos para dar la voz de alerta por si estaban en peligro.
Nunca se le había pasado por la cabeza colaborar con el enemigo, pero jamás había sentido tanta empatía con este como en ese momento. Si para terminar con esa situación debía cambiarse momentáneamente de bando lo haría.
Miró alrededor, asegurando que ninguno le prestaba atención, pero todos estaban demasiado absortos en sus 'diversiones'. En un movimiento rápido adelantó su mano izquierda, la que podía tapar con su cuerpo, y pulsó el objeto esperando no equivocarse.
Antes de que apartara la mano notó que el objeto vibró en su palma durante dos segundos, iluminándose brevemente, y después volvió a la posición inicial. Tras el sobresalto, Regulus miró alrededor pero nadie se había percatado de ello.
Entonces supo que no se había equivocado. Y rezaba porque alguien apareciera lo antes posible, o terminaría volviéndose loco.
Presente…
Alastor Moody acababa de apagar la alarma y ya estaba a dos pasos de la puerta mientras daba instrucciones a gritos sobre su hombro.
- Llamad a los Prewett para que vengan YA, y quiero a Fenwick listo por si están heridos cuando lleguemos. Ya he avisado a Dumbledore. Estate atenta, Alice, por si debes avisar a Frank y que él envíe a los aurores. No lo haremos a no ser que sea absolutamente necesario. Tú, niña, te quedas a esperar a los demás aquí.
- ¿Qué? –preguntó Emmeline, quien ya se encontraba junto a Alice lista para intervenir-. ¡No! ¡Yo también voy!
Moody había abierto la puerta y ya estaba bajando las escaleras cuando la escuchó. Se volvió hacia ella con mirada feroz y la apuntó con la varita.
- Te quedas, Vance. No me obligues a hechizarte. Ya está la cosa lo suficientemente grave como para tener que estar pendientes de protegerte.
- ¡Puedo defenderme sola! –bufó ofendida, pero Moody ya la había dejado de escuchar y sus pasos renqueantes se oían escaleras abajo.
Alice solo se demoró un segundo con Emmeline.
- No desobedezcas, son órdenes de jerarquía. Avisa a Sirius y a James –y, ya bajando las escaleras de dos en dos, gritó para que se la oyera-. Y también a Marlene, a Evans y a Sandler, que estarán juntas. Yo ya he avisado a los demás. ¡Y quédate en el cuartel!
Esa última frase voló por el hueco de las escaleras mientras la joven aurora ya abandonaba el edificio, lista para desaparecerse. Frustrada, Emmeline cerró la puerta de un portazo y mandó los patronus correspondientes a sus compañeros antes de reforzar la seguridad del cuartel.
Moody ya se había aparecido en casa de los jóvenes Bones, y se le heló la sangre al ver la calavera en el cielo, suspendida encima del tejado. Cuando Alice se apareció a su lado, tres segundos después, se le bloqueó la respiración.
- ¿Hemos llegado tarde? –preguntó temerosa.
Justo en ese momento dos figuras llegaron corriendo desde el otro lado de la calle. Moody y Alice les apuntaron alerta, pero en cuanto se acercaron reconocieron a los gemelos Prewett. Ambos tenían las caras desencajadas y miraban la calavera con temor.
- Vamos –ordenó Moody en cuanto estuvieron lo suficientemente cerca.
No había tiempo que perder, el resto llegaría después. Sin buscar ser cuidadosos ni discretos, los cuatro entraron en la vivienda rápidamente, volando la puerta principal. Pese a lo escalofriante que era, les resultó un alivio escuchar los gritos de Gisele Bones desde el piso de arriba, mezclados con el llanto de su hijo. Si gritaban, es que aún estaban con vida.
Moody lideró al grupo en su avance por el salón, camino a las oscuras escaleras. Los cuatro iban a tientas, pero escuchaban perfectamente que arriba había movimiento y alguien había dado orden de inspeccionar la planta baja ante el ruido ocasionado. Dos figuras de enmascarados surgieron por las escaleras.
Sin necesidad de ensayarlo, fruto de tantas batallas juntos, no hubo necesidad de coordinarse. Fabian y Alice apuntaron al de la derecha y Gideon y Moody al de la izquierda. En dos segundos, ambos mortífagos estaban fuera de juego.
El cuarteto se precipitó a las escaleras pero una explosión les sobresaltó. Fabian y Moody, que iban adelantados, vigilaron que no bajaran más mortífagos, y Gideon y Alice apuntaban al posible causante de ese estallido. Sin embargo, un segundo después llegó Benjy Fenwick seguido de Lily Evans y Grace Sandler, que respiraban buscando aire tras la carrera.
Mientras, los gritos y los llantos seguían llenando el ambiente. Moody les hizo un gesto a todos y subieron a la segunda planta a zancadas, atravesando en dos segundos el pasillo e irrumpiendo en la habitación.
La escena era absolutamente horrible, pero ninguno tuvo tiempo de observarla detenidamente. Tomados por sorpresa, los mortífagos se pusieron en guardia y la lucha comenzó.
- ¡Everte Statum! –gritó Gideon apartando al mortífago que estaba encima de Gisele y golpeándolo contra el techo.
- ¡Desmaius! –exclamó Alice, apuntando al mortífago más cercano, pero falló, porque este, que parecía el menos sorprendido por su presencia, convocó a tiempo un escudo.
Lily y Grace pasaron detrás de ella, cuidando cada una la espalda de la otra y ambas se irguieron a la vez.
- ¡Expelliarmus!
- ¡Depulso!
- ¡Avada Kedavra! –gritó de repente uno de los enmascarados desde el otro lado de la habitación, pasando por encima de un cuerpo inerte.
La maldición iba dirigida a Lily, y la hubiera golpeado de lleno si Fabian no hubiera saltado sobre ella para tirarla al suelo. Grace abrió mucho los ojos al ver el boquete que se había abierto en la pared donde un segundo antes había estado su mejor amiga. El susto le sirvió para distraerse y casi no le dio tiempo a convocar un escudo ante el maleficio que se dirigía hacia ella. Notó un ardor en el brazo pero solo la habían rozado superficialmente.
- ¡Impedimenta! –gritó Alice bloqueando un crucio que su buena amiga Bellatrix acababa de mandarle-. ¡Incarcerus!
Unas cuerdas salieron de su varita, pero Bellatrix se libró de ellas con facilidad, yendo a caer sobre el cuerpo desmadejado de Gisele, que yacía inmóvil sobre la cama.
- ¿Sigues insistiendo con hechizos infantiles, Longbottom? –se burló la mortífaga acercándose a ella y esquivando sin problemas todas las maldiciones cruzadas en la habitación.
- Con uno de estos hechizos infantiles acabaré contigo algún día, Lestrange. Te lo prometo –la espetó Alice despeinada, llena de sudor y de lágrimas, y con una frustración y una rabia que lo superaban todo tras encontrarse con semejante escena.
La respuesta de Bellatrix fue una risa histérica y un hechizo que hizo explotar la pared de la habitación que daba al cuarto del bebé. Los llantos del pequeño David se volvieron más histéricos aún.
Junto a la pared, Gideon y un mortífago habían caído por la onda expansiva y peleaban a lo muggle entre patadas y puñetazos, tratando de reducir al contrario. Moody fue el que acabó resolviendo la situación empotrando contra el techo a tres mortífagos. Pronto los demás comprendieron que tenían la lucha perdida y comenzaron a desaparecerse.
Cuando el último de ellos lo hizo y el jefe de aurores se lamentó a gritos por no haber avisado a Frank para que ejecutara las detenciones. Benjy Fenwick no perdió el tiempo y se precipitó sobre el cuerpo inerte, que era el de Anthony. Lily, a su vez, corrió hacia Gisele entre lágrimas.
- Gis, ¿puedes oírme? –preguntó entre hipidos histéricos, viendo que su amiga tenía los ojos en blanco y no contestaba-. ¡Por favor, respóndeme!
Con las manos temblándole palpó su cuello hasta encontrar su pulso y al hallarlo, débil pero constante, se puso a llorar histéricamente, abrazándola. Grace, que estaba de pie al lado de la cama, malinterpretó sus lágrimas y se puso tan nerviosa que acabó vomitando todo el alcohol que había bebido esa noche. Aturdido por la imagen que tenía delante, Fabian la ayudó a sentarse en el suelo con cuidado.
- Está vivo –informó Benjy seriamente, tras comprobar el estado de Anthony, que estaba lleno de heridas abiertas y bañado en sangre-. Pero necesita un sanador urgentemente.
- Gis también -dijo Lily acariciando compulsivamente el pelo de su amiga-. Tenemos que darnos prisa.
- ¿Está viva? –preguntó Grace sujetándose a la cama para incorporarse, mientras sentía que su estómago volvía a contraerse, esta vez de alivio.
En cuestión de un par de minutos Moody se hizo cargo de la situación. Era suficientemente grave como para necesitar crear una coartada sobre su presencia en la casa. Un auror había sido atacado salvajemente en su vivienda junto a su familia, el Ministerio querría averiguar el motivo y nada debía relacionarse con la Orden del Fénix.
Alice salió de la habitación del niño, con el pequeño David en brazos. El bebé estaba muy alterado y buscaba a sus padres con sus llorosos ojos, desconociendo a los presentes, pero estaba sano y salvo. La explosión no le había hecho daño.
En ese momento James y Sirius entraron en la habitación, tropezando el uno con el otro y sin aliento.
- ¿Qué ha ocurrido?
- ¿Están bien?
- Hemos venido lo más rápido que hemos podido.
- ¿Habéis explotado vosotros el salón?
Ambos se interrumpían el uno al otro y observaban con preocupación la escena.
- Potter, Black, id a buscar a Dumbledore –les ordenó Moody con voz autoritaria, poniendo orden en la situación-. Ya debería haber llegado. Alice, encárgate de localizar a Edgar y entrégale a su nieto. Evans, Sandler y Fenwick, os necesito para la coartada, pero lo principal es trasladarles a San Mungo. Y vosotros dos, avisad a Frank de todo cuanto ha sucedido y decidle que venga solo antes de mandar a los demás.
Con esta última orden a los Prewett, Moody los despachó a todos, que fueron saliendo de la casa según les nombraba. Él se quedó allí, rodeado de sangre, de una casa destrozada y de una imagen que daría lo que fuera para desmemoriarse y quitarla de su mente.
San Mungo esa noche no tenía mucha actividad. No había habido ataques, ni atentados, ni secuestros… Solo estaban ellos, ese grupo reducido que se encontraba esparcido por la sala de espera de la cuarta planta, la dedicada a los Daños Provocados por Hechizos.
Poco después de su llegada, una conmocionada recepcionista que había presenciado el estado del matrimonio Bones les acompañó a esa sala apartada para que no tuvieran que presenciar, a través de las puertas de cristal, a los pacientes que debían pasar largas temporadas en el hospital.
Fabian y Gideon estaban sentados uno junto al otro en silencio, incapaces de hablar. Ahora que estaban quietos y juntos se podían apreciar claramente las diferencias que habían ido creándose entre ambos. Fabian se había cortado algo el pelo, y su hermano seguía tan desgreñado como siempre, con su despeinada coleta atada en la nuca. Gideon lucía una barba corta y descuidada, pero su gemelo tenía un afeitado muy preciso.
Incluso en la ropa variaban. Gideon seguía con su estilismo habitual entre deportista y gamberro. Fabian ahora se cuidaba más, se vestía mejor, de una forma más adulta.
Grace suspiró mientras seguía analizándoles. Era mejor mirar a los gemelos y a Benjy Fenwick, que estaban sentados juntos a unos metros de ellos, que observar alrededor. A su derecha, Lily no dejaba de sollozar en silencio, abrazada por un James que parecía en shock. Al lado de él, Sirius se veía desaliñado y absolutamente desmejorado.
No era posible que hacía solo unas horas ellos dos hubieran discutido casi hasta llegar a los gritos en casa de los padres de Tony. No podía haber pasado tan poco tiempo… En ese momento todo parecía una chiquillada. No recordaba el motivo de su enfado, no podía pensar más que en Gis y en Tony. En que estuvieran vivos.
Moody se había quedado con Frank y los demás aurores en su casa, organizando las coartadas y buscando pistas. Por desgracia, no habían conseguido atrapar a ninguno de los asaltantes. Alice aún no había vuelto con Edgar y su mujer. ¿Cómo iban a explicárselo?
Como si les hubiera invocado con el pensamiento, en ese momento las puertas se abrieron y Alice y Emmeline entraron acompañando a un Edgar muy pálido, que sostenía a su mujer que estaba a punto de caerse al suelo. James y Sirius se levantaron a ayudarle.
- ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo están? –preguntó Edgar cuando le obligaron a sentarse.
Hubo un silencio demasiado largo. Ninguno se atrevía a decirlo en voz alta. Inconscientemente todas las miradas se centraron en Lily, que era la que estudiaba para dedicarse a la medimagia.
- Nos han dicho que no se teme por sus vidas –dijo con voz tomada y los ojos rojos de tanto llorar-. Pero aun así no saben si… si les quedarán secuelas. A Tony le… le han torturado. Estaba muy herido y entró en San Mungo inconsciente, pero nos han dicho que ha recuperado la conciencia un poco mientras le atendían. Y Gis… ella…
Hizo un ruido extraño con la garganta, como si tuviera un obstáculo, y no pudo seguir. Afortunadamente, Marco apareció en ese momento, pues había sido avisado de la llegada de los Bones. Grace nunca le agradecería lo suficiente que hubiera acudido al hospital a su llamada, pese a las horas intempestivas y a que no tenía guardia.
- ¿Los señores Bones? –preguntó con confianza.
Les apartó un poco del grupo y se puso a explicarles mejor el estado de los dos jóvenes. Alice les miraba de reojo, pendiente por si tenía que ayudar. Emmeline suspiró derrotada y se dejó caer en la silla más cercana, la que estaba al lado de Sirius que murmuraba en voz baja con James. Grace sintió una punzada de celos y se sintió muy miserable por estar pendiente de algo tan banal en un momento como aquel.
- ¿Cómo voy a dedicarme a esto? –lloró Lily enterrando la cara en el hombro de James-. Ni siquiera soy capaz de pronunciar lo que le han hecho a Gis. ¿Cómo voy a ser sanadora?
Su novio la abrazó con fuerza, incapaz de encontrar las palabras que le animaran. Se sentía fuera de su cuerpo. Alejada unos metros, la señora Bones ahogó un grito y se desplomó finalmente contra el suelo. Hubo un pequeño altercado antes de que se la llevaran a una sala de recuperación vacía, acompañada de su marido.
- ¿Y el niño? –preguntó Benjy cuando se formó otro gran silencio.
- Está con los demás hijos de los Bones. Ha venido una representante del Ministerio a cuidarlos -le explicó Alice.
Cuando la puerta volvió a abrirse de golpe, todos se exaltaron pensando que era algún sanador, o bien los señores de Bones que volvían de nuevo. Pero, sin embargo, Remus, Rachel y Peter entraron por ella atropelladamente, entorpeciéndose los unos a los otros.
Los tres se habían encontrado en la puerta, y la pareja de novios lucían despeinados y con la ropa, aún vestían los trajes de gala, revuelta. Nerviosos, empezaron a interrumpirse unos a otros preguntando qué había pasado.
La mirada de Rachel se desvió un segundo en dirección a Benjy, pero la apartó al notar que él la observaba. Centró su mirada en sus amigos. En ese momento solo podía pensar en Gis. Esta vez Lily se envalentonó lo suficiente como para poder decir todas las palabras, aunque seguía con voz sollozante y acongojada.
La reacción de Rachel fue la peor. Entre Remus y Peter tuvieron que sujetarla cuando se le aflojaron las rodillas, y comenzó a llorar con la respiración muy entrecortada. Remus la abrazó y ella le aceptó, desesperada.
- Es culpa mía –decía-. Si hubiera ido hoy al bautizo…
- Esto no tiene nada que ver, Rach. Habría pasado de cualquier forma –insistía Remus.
- Pero si no me hubiera portado tan mal con ella este tiempo… ¿Y si ahora se muere?
Todos quisieron negar esos funestos pensamientos, pero lo cierto era que ninguno tenía la certeza de que no fuera a darse ese horrible final, sobre todo los que habían presenciado la escena y habían visto el estado en que había quedado el matrimonio.
Desconsolada y sintiéndose tremendamente culpable, Rachel escondió la cara en el cuello de Remus, que la abrazó con fuerza. Entre la cortina de pelo que se había desplazado a su cara pudo percibir que Benjy seguía observándola atentamente, como si esperara algo, o como si intentase averiguar qué había ocurrido con Remus para que ambos llegasen juntos, tan despeinados y con la ropa arrugada. Y, a pesar de tener todos sus pensamientos con su amiga, no pudo evitar que se le revolviera el estómago ante la situación en la que se había metido.
La mansión Black nunca había sido una casa alegre. La señora Black odiaba el ruido y la pérdida de modales, y desde que su marido había muerto se pasaba las horas en su dormitorio, con la única compañía de Kreacher.
Regulus no pasaba mucho tiempo allí últimamente, aunque no se había mudado a otro lugar. A veces pasaba días enteros en la guarida de los mortífagos antes de volver, aunque siempre mantenía informada a su madre de sus movimientos.
Tampoco era raro que apareciera en mitad de la noche, para descansar después de una misión. Por ese motivo ni a la señora Black ni a Kreacher les extrañó que pasadas las tres de la mañana el joven llegara, subiera hasta su cuarto y se encerrara de un portazo. Lo extraño vino después.
De repente, del cuarto del más tranquilo de los hijos de Walburga Black, empezaron a escucharse golpes y ruidos. Kreacher, preocupado por su amo, subió hasta la habitación en un segundo, y cuando se apareció dentro tuvo que esquivar el cajón de una cómoda que Regulus había lanzado por los aires. Estaba desquiciado, destrozando su cuarto con una expresión desencajada de dolor.
- ¡Amo Regulus! –gritó el elfo, asustado de verlo tan fuera de sí-. ¿Qué le ocurre, amo Regulus?
El joven se detuvo al escuchar su voz, pero su respiración seguía siendo agitada. De repente, comenzó a hiperventilar y segundos después tuvo que sentarse en su revuelta cama para poder llorar.
- ¿En qué me he metido, Kreacher? ¿En qué me he metido? –sollozó.
El pequeño elfo le miraba impotente. Ojalá pudiese ayudar a su amo, ojalá recurriera a él y él tuviera la opción de hacer desaparecer todos sus problemas. Pero su lugar en la casa era demasiado inferior, y solo le quedó ponerse a recoger el desastre ahora que la furia de su amo había pasado.
Regulus le dejó hacer, con una expresión pensativa. Le miraba, pero no le veía a él. Estaba más allá del presente. En una celda oscura, al lado de un maloliente y torturado auror. Habían pasado un par de meses, pero de repente sus palabras le llegaron como si se las estuviera susurrando al oído.
"Yo participé en la investigación. A Sadie Duncker la mataron con magia oscura, una maldición imperdonable. Fuera quien fuera, no era de los míos. Si yo fuera tú buscaría en tu propio bando".
No le había creído en aquel momento, aunque las palabras se habían quedado registradas en su mente. Creía conocer bien a sus aliados, y sus debilidades. Hasta que se supo de su inocencia, todos creían que Bernard Duncker era de los suyos. Y un mortífago jamás atacaría a los suyos, ¿verdad?
Eso había creído en todo momento, se había convencido de ello. Pero después de lo que había ocurrido esa noche… lo que se había visto obligado a presenciar… Ahora les creía capaces de todo.
Y hasta aquí llega el capítulo. Lamento si ha sido muy duro para algunos, pero es una realidad que muchas veces se ignora, y yo quería denunciar. En todas las guerras se producen violaciones, y las mujeres somos utilizadas como armas de guerra... Este flagrante crimen contra la humanidad no solo debe parar, sino que debe ser denunciado con la misma fuerza que los demás, sobre todo en territorios que aún están tan atrasados que a la que se estigmatiza es a la víctima y no a los agresores... El mundo mágico no sé si será tan atrasado, pero hay cosas que me invitan a pensar que sí. Así que ya veremos cómo se desarrollan los acontecimientos.
Aunque el tema central son Gisele y Anthony, he tratado de meter un poco de cada personaje. Rachel dando un paso atrás con Remus... Esta chica está hecha un lío, y me parece que va a hacerlos daño a los dos. No seáis muy duros con ella. Sirius sintiéndose fatal y reconociendo que aún quiere a Grace, y Grace que aún no consigue superarlo lo suficiente como para perdonarle.
Y avanzamos con James y Lily. Los veo verdaderamente como los niñeros de sus amigos, y la prueba es que todo se fue al garete con su muerte, ambos eran el pilar del grupo. Y el pobre James con el anillo ya preparado y se le adelantan... Traerá cola, su historia recién comienza. En cuanto a Regulus, se le ha caído la venda de los ojos. Hay un motivo importante de por qué él estaba allí y Snape no. Creo que Severus tampoco habría aceptado algo así, aunque ahora mismo esté más radicalizado. Y aún queda mucho para que se le caiga esa venda. Si historia comenzará de verdad algo más adelante.
No he puesto nada de Fabian y Marlene porque ya se salía de contexto. En el siguiente capítulo avanzarán esos dos, que me hacen perder la paciencia también, aunque en el buen sentido jeje.
Por favor, escribidme vuestras impresiones. Quedé triste con esa bajada de reviews en el último capítulo. Gracias a Popis y Deny por seguir ahí. Prometo que seguiré haciéndolo lo más interesante posible. Estamos en una historia de amor, guerra, violencia y sexo, sin llegar a la crueldad de Juego de Tronos, pero ya sabéis que no me tiembla la mano para hacer sufrir, como hoy he hecho. ¡Un abrazo!
Eva.
