¡Hola a todos!

Sé que he tardado mucho esta vez, al menos a mí me ha parecido una eternidad. Pero no ha sido una buena temporada... Primero en verano he estado muy ocupada con el trabajo, mis jefes han delegado mucho, y luego me fui de vacaciones. Pero iba a escribiendo poco a poco y estaba lista para acabar el capítulo a mediados de agosto, cuando volviera, pero no ha podido ser. Mi padre ha estado mal en el hospital, yo tampoco he podido aparcar el trabajo, y hemos estado todos anímicamente bastante mal. Además, hace una semana tuve un susto gordísimo con el coche y pensé que no lo contaba... En fin, que se me ha juntado todo. Hoy, que ya le tengo en casa y todo parece volver a su cauce, he tomado el toro por los cuernos y he acabado el capítulo. No quería retrasarme más.

Espero que os guste el capítulo y me deis vuestra opinión. Me animaría mucho :) Y gracias por vuestro apoyo sobre sacar el tema de la violación de Gisele, es duro pero me parecía necesario. Gracias de verdad, disfrutad de este :)


Capítulo 8: Ni una lágrima

La portada de El Profeta del 29 de mayo de 1978 informó de un ataque a la casa de un auror, en el que se había visto involucrado toda su familia. No hubo datos de la familia, ni detalles sobre lo ocurrido, pero sí se destacó que los atacantes habían accedido a la vivienda usando la magia oscura y que formaban parte del grupo terrorista que apoyaba a aquel que se hacía llamar Lord Voldemort.

La familia del auror había sobrevivido, aunque su mujer y él se encontraban en San Mungo sin que su estado hubiera trascendido. La noticia era escueta y discreta, y el Ministerio de Magia era la fuente principal. Desde el Departamento de Aurores solo habían informado de que habían iniciado una investigación y que no descartaban realizar pronto detenciones.

Sin embargo, las plumas más viperinas del diario se despachaban a gusto en las páginas interiores, con unas columnas y unos artículos de opinión que retorcían el estómago del mal gusto con el que estaban escritos. Toda la redacción había descubierto la identidad de las víctimas y lo que les había sucedido, aunque el Ministerio había prohibido su revelación. La mitad de los periodistas estaban de acuerdo en mantener el secreto por respeto al dolor de la familia.

Pero El Profeta vendía muchísimo morbo, y con su reciente unión editorial a Corazón de Bruja dependían más que nunca de las lecturas que la curiosidad más escabrosa les daba. Así que reunieron a los columnistas que menos escrúpulos tenían y llenaron toda la sección de sucesos de artículos que daban pistas sin revelar directamente la identidad del auror y su familia.

En esos tiempos no había tantos jóvenes que se atrevieran a convertirse en aurores con los peligros extras que supondría, y había aún menos hijos de una familia de renombre y que se habían casado jóvenes. Si las pistas añadían que su matrimonio tuvo polémica añadida por su multiculturalidad y que su hermosa y desventurada mujer había sido madre recientemente... Al finalizar la mañana todos los magos de Reino Unido sabían que los jóvenes Bones habían sido las víctimas del último ataque.

Cuando una joven pero maliciosa Rita Skeeter escribió una columna donde lanzaba preguntas retóricas e indirectas sobre la joven esposa del auror, una joven adiestradora de fieras mágicas, extrovertida, social y pizpireta, tan deseada por amigos y enemigos, y cuya virtud nunca volvería a ser la misma... todo el mundo tuvo una idea más o menos clara de lo que le había ocurrido a Gisele Bones.

Y dado que la sociedad mágica era avanzada para muchas cosas pero jamás para cuestiones de moral, al finalizar ese día muchos concluyeron que era una mujer manchada que no volvería a ser mirada del mismo modo, y que una desgracia así sin duda acabaría con su matrimonio pues su marido no podría soportar volver a tocarla después de aquello.

- Pobre del bebé- murmuraba una de las viejas aristocráticas mientras esperaba su turno en una de las tiendas más exclusivas del callejón Diagon-. Será duro crecer en un hogar roto con una madre que nunca volverá a ser mujer del todo.

- De todas formas, esos dos se han metido de lleno en la boca del lobo -comentó la otra-. No te digo que se lo hayan buscado, por supuesto, pero a mi hija, que tiene una tienda de pociones estéticas en Cornualles, esto seguro que no le pasará nunca. A veces hay que asegurarse de no meterse con los que son tan peligrosos y están desquiciados.

- Por no hablar de ella en concreto. Mi nieto coincidió con ella en Hogwarts y me ha dicho que estaba en un ambiente muy masculino en el trabajo. Por supuesto no indica nada, pero algún desgraciado puede interpretarlo como si fuese una mujer más... abierta, ya sabes.

En ese momento Grace Sandler decidió que su madre podría esperar su pedido una semana más, pues si seguía escuchando esos comentarios acabaría maldiciendo a alguien.

Dejó bruscamente la bolsa que había cogido a la entrada de la tienda y salió de allí pisando fuerte y respirando como un toro de miura. No le importaba que se le notara el enfado, quería que todo el mundo dejara de murmurar y se diera cuenta de lo maliciosos que estaban siendo.

Salió a la calle, sorteando todos los charcos, y caminó con prisa por las calles hasta llegar a la entrada de San Mungo.

Había estado todo el día lloviendo, acorde al humor que les inundaba a todos. Ninguno había ido a clase ese día. Se habían pasado la noche en la sala de espera y habían amanecido allí sin ninguna novedad. Ni siquiera cuando obligaron a Marco a volver a casa a dormir pudo informarles de nada nuevo. Ni Anthony ni Gisele habían despertado aún.

Cuando llegó, Lily seguía en la misma postura en la que le había dejado hacía una hora. En ese momento no había nadie más, y la pelirroja tras verla llegar apenas reaccionó. Le hizo una mueca de saludo cuando Grace se sentó bruscamente a su lado, y le habló con la voz tomada de quien lleva horas sin usarla.

- ¿Ya hiciste el recado para tu madre?

Grace sacudió la cabeza.

- No he podido estar ni un segundo más en esa tienda. Todo el mundo está comentándolo. Saben quiénes son y qué ha ocurrido.

- Lógico, teniendo en cuenta esos artículos -respondió Lily con rencor-. Es lo que buscaban.

- Tenías que oír a las viejas hurracas... casi parecía que juzgaban más a Gis que a los que le han hecho... eso -masticó la última palabra como si deseara hacérsela tragar a alguien.

Lily asintió vagamente, con la mirada perdida en el vacío. Pasaron bastantes minutos hasta que volvió a hablar, y parecía que había pensado mucho sus palabras.

- En el fondo en estas cosas el mundo mágico no es diferente al mundo muggle. En ambos lugares se culpa a la mujer por ser víctima de un abuso así. Que si iba vestida de tal forma, que si iba sola por la calle a deshoras, que si tenía un trabajo problemático...

- Una decía que Gis no volverá a ser mujer del todo -espetó Grace con ganas de golpear algo pero limitándose a retorcer las correas de su mochila de cuero-. Como si lo que otros le han hecho le incapacitara para ser mujer o madre.

- Dicen que una mujer no puede recuperarse nunca de algo así. Y la propia sociedad es la culpable de ello, pues si una consigue superarlo y seguir adelante con su vida como antes, se la juzga por ello -murmuró la pelirroja con rabia. Ella sabía que eso ocurriría si el nombre de su amiga trascendiera.

Grace siguió imaginando que las correas de su mochila eran los cuellos de esas viejas hurracas, y se tragó las palabrotas que llegaban a su boca. Estuvo en silencio durante un buen rato antes de volver a hablar, tratando de cambiar de tema para no levantarse y empezar a hechizar a cotillas malintencionados.

- ¿Dónde están los demás? -preguntó.

Lily miró alrededor y parpadeó, recordando el paradero de todos.

- Los señores Bones están con Dumbledore. Ha venido hace un rato a buscarlos. James y Sirius volverán enseguida, han ido a cenar. Peter ha dicho que tenía que trabajar, que le habían cambiado el turno y Remus y Rachel no han podido librarse del trabajo.

Dada su condición, ambos licántropos trabajaban precariamente en empleos muggles donde les pagaban una miseria, les obligaban a trabajar más horas de lo que les correspondían y no conseguían permisos de ningún tipo.

Grace se dejó caer pesadamente a su lado.

- ¿Se ha sabido algo?

Lily sacudió la cabeza con expresión funesta.

- Todo sigue igual...


Regulus se apareció ya por la noche en el cuartel general. Habían pasado casi 24 horas y confiaba en que el nerviosismo provocado por las fieras investigaciones de los aurores hubiera hecho olvidar a sus compañeros su negativa a participar en el ataque de la pasada noche.

Pasada la rabia que había sentido por el actuar de sus compañeros, había llegado a la conclusión de que había sido un imprudente. Cierto que no aprobaba en ningún caso lo que habían hecho, y no podía imaginarse una situación en la que él hubiera podido participar, pero no debía haberse enfrentado a Rosier de una forma tan directa.

Durante los próximos días debería mostrarse más discreto y obediente para compensar su insubordinación, y pensaba cumplir el papel a rajatabla. Su propio pellejo estaba en juego, era plenamente consciente de ello.

Cuando entró en la sala donde debían reunirse notó que el ambiente estaba tenso. Faltaba el propio Rosier, y tampco veía por ahí a otros participantes claves como Rodolphus y Bellatrix. La mayoría estaban callados, como expectantes, e incluso diría que temerosos.

Estudiando sus miradas y tratando de que su llegada pasara inadvertida, acercó una silla a un compañero que estaba algo alejado de los demás. Severus Snape era de los pocos en los que podía confiar ahí dentro, y éste parecía analizar toda la situación con su frialdad habitual.

Regulus se preguntó si hubiera podido mantener esa frialdad de haber participado en aquel horror.

- ¿Ha ocurrido algo? -le preguntó en voz baja, notando que el ambiente estaba demasiado cargado.

Severus no había dado muestras de haber notado su llegada, pero no se sorprendió por su pregunta. Con una expresión rígida, apenas separó los labios para hablar.

- El Señor Oscuro se ha enterado de vuestra pequeña excursión por los periódicos, y no está nada contento. Cree que Rosier ha aprovechado su posición para una venganza personal sin consultarle, y que los demás le seguisteis por puro vicio. Ahora mismo les está dando una lección a los cabecillas para enseñarnos a todos que solo podemos atacar cuando él lo ordene.

Vicio... La palabra se quedó suspendida en la mente de Regulus sin que pudiera dar crédito. Podía comprender que esa palabra se usase para muchas cosas, pero no para lo que sucedió la otra noche. Y dado el juramento que Rabastán Lestrange profirió en voz alta, parecía que compartía su opinión por motivos diferentes.

- Vicio... No entiendo cómo el Señor Oscuro puede confundir de esta forma nuestras intenciones. Lo que hicimos no tiene nada que ver con el vicio, fue una simple advertencia. Ya veréis cómo los demás aurores pierden las ganas de enfrentarse a nosotros después de saber lo que puede pasarles a sus mujeres o sus hijas.

- Ni que hubiéramos tocado a una sangre sucia -exclamó otro con asco.

A Regulus le pareció que Severus se tensaba en ese punto de la conversación, pero cuando se giró a mirarle su rostro estaba tan imperturbable como siempre. Los demás continuaron protestando cada pocos minutos, quejándose de la falta de comprensión a la que habían sido sometidos pero sin atreverse a hacer nada más.

Consciente de que su hermano estaba siendo torturado en ese instante, Rabastan estaba más exaltado que ninguno. Era el que más gruñía y perjuraba, hasta que notó la presencia de Regulus.

- Pero si el cobarde y el amante de los traidores a la sangre está aquí -anunció con tono irónico mientras se levantaba con el paso algo tambaleante. Se notaba que había bebido.

Con el rostro impertérrito, Regulus le mantuvo la mirada sin inmutarse.

- ¿Sabéis? -dijo Rabastan hablando a los demás mientras se acercaba a él-. Black se negó a participar en nuestra pequeña fiesta ayer. Por lo visto, siente compasión por los aurores y sus familias.

Regulus era consciente de que todos le estaban mirando, incluso el propio Snape que tenía una expresión tan hermética como la suya. Sin embargo no apartó la mirada de Rabastan.

- Muestra de que soy más inteligente que vosotros. El Señor Oscuro no había ordenado el ataque y está claro que no le gusta que actuemos sin su permiso. Al final ha resultado que mi proceder era el adecuado.

- ¡Que te jodan! -exclamó Rabastan-. ¿Crees que no notamos cómo te temblaban las manos y las ganas que tenías de marcharte de allí? Has demostrado ser un blando y un débil, Regulus. ¡Eres una deshonra para nosotros!

Sin medir las consecuencias, Regulus se levantó de golpe para encararle.

- ¡No te confundas, Lestrange! Lo que no soy es un puto violador de mujeres -le espetó con los dientes casi cerrados y la saliva escapándose por ellos.

El silencio que reinó alrededor le hizo darse cuenta de que había llegado a insultar a sus propios compañeros, y que estos se habían sentido directamente ofendidos. Rabastan sacó la varita de su túnica con la rapidez que sus torpes manos le dejaron, y Regulus tuvo que sacar la suya para defenderse. El enfrentamiento parecía inminente. Y entonces Snape se puso entre ambos.

- No seáis estúpidos -dijo con voz calmada-. Bastante furioso está el Señor Oscuro. Si descubre que ahora peleamos entre nosotros puede que no lo contemos ninguno.

Y, como si supieran que necesitaban una ayuda externa para convencerles, desde el fondo de la cueva se escuchó un profundo alarido de dolor. Rabastan miró hacia la pared de piedra con temor, el sudor acumulándose en su labio superior. Después se lamió la gota que amenazaba con caer a su boca y miró a Regulus con sus ojos rojos mientras le señalaba con la varita.

- Guárdate las espaldas. Yo no tengo compasión con los débiles y los traidores.

Regulus, que tenía un profundo nudo en la garganta, le mantuvo la mirada mientras apretaba la mandíbula para evitar que le temblara.

- Tengo que ir a revisar las pociones. Ayúdame, Black -dijo Snape, rompiendo la tensión del momento.

No le dio tiempo a pensarlo sino que le empujó hacia una puerta situada a su derecha. Como Snape era el nuevo encargado del laboratorio de pociones, Regulus no discutió con él. Le siguió, y cuano Snape cerró la puerta tras él, Regulus inspiró el aroma de los brevajes y le dio una patada a una mesa.

- ¿Estás loco? -le espetó Severus agarrándole del brazo y agitándole-. ¿Estás buscando que te maten?

No le conocía tanto (¿quién conocía de verdad a Severus Snape?), pero Regulus sabía que él no era un sádico como los Lestrange, y sin duda sabía que guardaría el secreto de la explosión de su carácter. No era estúpido y sabía que sus silencios eran más valiosos que sus palabras. Así que Regulus se permitió soltar su rabia con alguien más que con Kreacher.

- ¡Han violado a una chica! -gruñó con frustración. Las imágenes de la noche anterior quemándole la memoria-. La han violado, Snape. Han obligado a su marido a mirar y de fondo estaba su bebé llorando de miedo. ¡Yo no me apunté para esto! ¡Este no es el mundo por el que yo lucho!

Su respiración estaba agitada y su semblante descompuesto. Snape le miraba sin inmutarse, pero le pareció ver comprensión en su mirada cuando le tendió una poción.

- Es para los nervios -le explicó-. Deberás tenerlos de acero para superar esto. Lestrange no te lo pondrá fácil. ¿Prefieres que te modifique la memoria para que te sea más fácil sobrellevarlo?

Regulus agitó la cabeza.

- No. Necesito recordarlo todo. Quiero tener claro en todo momento de qué clase de personas tengo al lado.

Snape no hizo más que asentir imperceptiblemente con la cabeza. Regulus se bebió el contenido del frasco y se sintió inmediatamente más relajado. Ni siquiera se dio cuenta de que Severus no había dado su opinión en ningún momento. Tampoco se percató de que Rabastan Lestrange había escuchado su arranque de rabia desde la puerta medio abierta, y que en su mirada prometía una dolorosa venganza.


Los días pasaban y en San Mungo los minutos se hacían eternos mientras esperaban cada parte médico. El grupo de amigos prácticamente vivía pendiente de las noticias que llegaban del hospital. Cuando no estaban en sus trabajos o sus clases estaban en esa sala de espera que habían comenzado a aborrecer.

Los señores Bones tenían centrada su existencia en esas cuatro paredes. Los hermanos de Edgar se hacían cargo de sus otros tres hijos y de su nieto mientras se mantenían en San Mungo para tratar de ser útiles a su hijo mayor y su nuera.

A Anthony pudieron visitarle al anochecer del día siguiente al ataque. No había despertado, pero su estado era estable y los sanadores se permitían ser optimistas. Cuando despertó, tres días después, sus primeros pensamientos fueron para Gisele.

A pesar de que le explicaron que ambos estaban con vida y a salvo fue necesario volver a dormirle para que se tranquilizara. Le despertaron al día siguiente, asegurándose de que sus constantes se mantenían y conseguía encajar la realidad con la mayor calma posible. Aun así, insistió en ver a su mujer cuanto antes.

Dada la gravedad de sus heridas no pudo moverse hasta pasada una semana de su ingreso en San Mungo. Para entonces Gisele había despertado, pero era como si no lo hubiera hecho. Rachel, Lily y Grace habían tratado de hacerla reaccionar, hablándola, tocándola… pero cuando sus caricias pasaban más lejos de sus manos ella se revolvía y se ponía a gritar como una loca.

No hablaba nunca. No miraba a nadie. Estaba en estado catatónico. Su sufrimiento era mayor del que podía expresar de cualquier forma.

Los sanadores insistieron en que era una etapa transitoria, puramente mental, un bloqueo para defenderse de los recuerdos. La habían trasladado al área del hospital dedicado a las cuestiones mentales, pero su habitación era privada. Tras ver su reacción con el resto de los enfermos todos acordaron en que era la mejor solución.

Cuando Anthony pudo moverse para poder visitarla lo hizo. Su madre, que había visitado todos los días a Gisele, le acompañó por recomendación médica. Vendría bien una cara que Gis había visto los días posteriores al ataque. Ella entró en la habitación primero, encontrándose con la imagen habitual de su joven nuera mirando a la pared, con los ojos vidriosos y perdidos, la ropa de cama pulcramente colocada y los brazos cruzados sobre el pecho en actitud protectora.

- ¿Cómo estás hoy, querida? –le preguntó con voz maternal.

Gis no contestó, como de costumbre. La madre de Tony suspiró y miró a su hijo, pidiéndole unos segundos antes de que entrara. Cerró la puerta, se acercó a la cama y se situó ante la mirada de Gis, que no se enfocó en ella en ningún momento. Tomó una de sus manos y le acarició los dedos.

- Tony está aquí –le susurró con la voz tomada, sintiendo la humedad en sus ojos al verla en ese estado-. Ha estado muy preocupado por ti. Y quiere verte. ¿Puedes volver a ser tú al menos para que mi pequeño se tranquilice? Estáis bien. Estaréis bien. Esto se puede superar, cielo. Si os apoyáis, esto pronto quedará en el olvido.

Gis no reaccionó a sus palabras. Ni siquiera podía saber si la había oído. La mujer suspiró de nuevo y procedió a secarse las lágrimas rebeldes que habían escapado por sus mejillas. Después volvió hacia la puerta y dejó pasar a su hijo.

- No te alarmes. Simplemente está cansada, pero está bien –le dijo para animarle.

Tony había sufrido la maldición cruciatus por todo su cuerpo, y también se habían ensañado con él al modo muggle. Aún le costaba moverse y caminar, pero lo hizo lo más rápido que pudo para poder ver a su mujer. La visión le terminó de destruir.

Gis no parecía herida físicamente. Eso había curado, al menos en apariencia. Su aspecto era limpio y fresco, con la ropa blanca del hospital. Pero era todo falso. Todo un blanco irreal, la ropa, las sábanas, las paredes, para dar una impresión equivocada. Vio su mirada perdida, la forma en que se abrazaba a sí misma y hasta captó las heridas de los labios que seguramente se había mordido por los nervios.

No. No estaba bien. Notó que la garganta se le quedaba atascada en un nudo enorme y tuvo ganas de llorar otra vez.

- ¿Gis? –la llamó en voz baja, sin ser capaz de avanzar hacia ella.

Gisele no atendió a la llamada, pero sí se tensó al escucharle. Era algo novedoso, la primera reacción en una semana. Su suegra avanzó hacia ella y le agarró la mano.

- Gis, Tony está aquí –le dijo.

Nada.

Tony la miró esperanzado y avanzó un par de pasos hacia la cama.

- ¿Gis? ¿Me oyes? –preguntó en voz algo más alta.

Ella se volvió a tensar. Después comenzó a temblar y a convulsionar, y cuando volvió a llamarla preocupado por su reacción se puso a gritar. Los dos se apartaron de un salto pero Gis comenzó a revolverse en la cama, como si buscara una salida a la trampa de las sábanas mientras gritaba cada vez más fuerte.

Segundos después entró una sanadora, a la que le siguieron algunos más. Les obligaron a dejar la habitación y al cabo de unos minutos dejaron de oírse los gritos. Esta vez solo se oían los sollozos de Tony que se tomaba la cabeza desesperado, revolviéndose el cabello.

- De algún modo debe relacionar tu voz con aquella noche –le explicó más tarde el sanador-. Te estuvo escuchando gritar mucho tiempo mientras duró, y ahora su cerebro te relaciona a ti con el peligro. Es duro, pero pasará. Cuando salga del shock y siga el tratamiento, pasará. Pero por el momento creo que lo mejor será que no la visites más. ¿Lo entiendes, verdad Anthony?

No lo entendía, pero cumplió las órdenes. No volvió a visitarla. Tampoco lo hizo su madre.

Quien sí lo hacía todos los días era Rachel. A veces estaba sola, otras veces acompañada por las otras chicas, otras por Remus… Se sentía tan culpable por su actitud durante los meses previos al ataque que trataba de compensarlo de cualquier manera.

Gis no contestaba, pero ella se pasaba horas hablándole de sus tiempos en Hogwarts, de sus visitas mutuas en las vacaciones, de Kate y cómo la echaba de menos, de cómo sentía haberse alejado de ella, no haber conocido a su hijo, no haber sido su madrina…

Remus la observó aquella lluviosa tarde mientras abría su corazón entre lágrimas, apretando con fuerza la mano inerte de su mejor amiga que miraba impasible la pared sin pestañear. Era doloroso verla sufrir así, pero su parte egoísta, tan escondida dentro de él, se alegraba porque esa Rachel era más parecida a la Rachel de la que él se había enamorado. Era casi como tenerla de vuelta.

Cuando ella se cansó de tratar de hacer reaccionar a Gis suspiró y se levantó para marcharse. Entonces le vio.

- ¿Cuánto hace que estás ahí? –le preguntó con una pequeña sonrisa.

- Un rato –respondió él evasivamente.

Ambos miraron otra vez a Gisele antes de abandonar el cuarto, pero ella no pareció darse cuenta de su presencia.

- Venía a buscarte para ir a casa. Ya hace rato que acabó el horario de visitas realmente –le confesó.

Rachel miró curiosa el reloj que había colocado en la pared del recibidor y se dio cuenta de que era cierto.

- Vaya… No me había dado cuenta de la hora.

- Lo había notado –dijo Remus.

Le miró un segundo, viendo al Remus de siempre. Algo más cansado, más rendido y más herido. Pero era el mismo de siempre. Era ella la que parecía cambiar pese a su empeño por no hacerlo.

Negándose a que otra persona entrara en su mente en aquel momento, se puso de pie y le besó. Remus la sujetó por la cintura para devolverle el beso. Él tampoco quería recordar la existencia de ese hombre misterioso del que ella había hablado semanas atrás. Tampoco quería reconocer que notaba perfectamente que estaba pensando en otro cuando le besaba a él.


Al día siguiente, Dumbledore mandó llamar a Gideon y Lily a una reunión secreta. Ella se escabulló de James con una excusa, Gideon le dio largas a su hermano y juntos partieron hacia Hogwarts. No era el lugar donde normalmente se reunían con el director pero en ese momento era el sitio más seguro para el tema que tenían que tratar.

La pelirroja miraba el castillo con melancolía, recordando que hacía apenas un año ella pisaba esos pasillos como alumna. Las voces de los estudiantes les llegaban lejanas desde el Gran Comedor donde estaban almorzando, mientras Gideon y ella ascendían las escaleras. Él cargaba los documentos que últimamente siempre portaban ambos.

- No puedo creer que ya haya pasado un año desde que terminé el colegio –susurró ella saltando un escalón falso de memoria y saludando a los cuadros que se alegraban de verla.

- El tiempo vuela, querida señorita Evans –bromeó Gideon imitando a Dumbledore, y ganándose una sonrisa por su parte.

Tras encontrarse con la profesora McGonagall, que insistió en hablar un poco con una de sus alumnas preferidas, la pareja llegó hasta el despacho y dio una de esas contraseñas con nombre de dulces para entrar en la oficina del director.

Dumbledore ya les estaba esperando mientras estudiaba muy concentrado una copia de los documentos que Gideon le había hecho llegar previamente.

- Pasad, pasad –les dijo en cuanto llamaron a la puerta-. Sentaos. Y perdonad que os haya hecho venir hasta aquí, pero ambos comprenderéis que es un tema que no se puede tocar en cualquier sitio.

- Sin duda –murmuró Lily aún preocupada por lo que estaban investigando.

Dumbledore la miró comprensivamente y después se centró en Gideon más serio.

- Es un buen trabajo, pero necesito que profundicéis más en el tema. Cuanto más sepamos de cómo Tom Ryddle se convirtió en Lord Voldemort, antes pondremos acabar con él.

- Profesor, comprendo que sea de vital importancia averiguar cómo consiguió recabar sus primeros apoyos, quién le financia económicamente y que familias ilustres están tras él –dijo Lily.

- Y averiguar cómo empezó a tener esa pinta –añadió Gideon como quien no quiere la cosa.

- Pero yo no acabo de entender qué vamos a sacar investigando sobre su trabajo de juventud en Borgin y Burkes –acabó sin prestar atención a la interrupción que había hecho su compañero.

Dumbledore les miró compresivamente, con esa impresión que daba a entender que sabía más que lo que le estaban contando.

- Sé que no parece tener relación, Lily. Pero en algún momento de su juventud, Tom conoció a alguien que le ayudó a formar su ejército. Y aunque Gideon lo ha expresado de una forma algo burda, me siento muy intrigado sobre cuándo dejó de tener su apariencia humana –añadió, sacando una fotografía del antiguo Tom Ryddle.

Lily observó al joven en la fotografía que aparentaba su edad, y tampoco lo comprendió exactamente. Cualquiera que le hubiera conocido en esa época le tendría por un chico atractivo y seguramente muy correcto. De hecho, de un modo que le provocaba escalofríos, no podía evitar sentir que le recordaba a James.

Quizá era por el pelo tan negro, su porte orgulloso o sus rasgos atractivos, pero había similitudes con su novio que le ponían la piel de gallina. No podía mirar esa fotografía sin sentir un escalofrío. Se obligaba a recordarse a sí misma la gran cantidad de diferencias que había entre los dos hombres, tan extremos el uno del otro.

- Creo que podemos tener algo, profesor –intervino Gideon, indicándole una página en concreto-. Es sobre Hepzibah Smith, una anciana adinerada con la que Ryddle trabó amistad durante esos años.

Dumbledore extrajo esa parte de los documentos y asintió.

- Recuerdo haber oído hablar de ella. Era una coleccionista. Se decía que era descendiente directa de Helga Hufflepuff.

- Exacto. Por lo visto, Ryddle se volvió un visitante habitual a su casa después de que acudiera en nombre del señor Burke para negociar la compra de una armadura. Ella falleció envenenada poco después. No consta en ningún momento que se hiciera un recuento de su colección o de su fortuna. Como estaba sola y no tenía herederos, el Ministerio no insistió mucho con el tema. Quizá Voldemort utilizara parte de sus fondos económicos para financiarse.

Dumbledore asintió pensativamente.

- ¿Queda algún conocido o amigo con quién hablar?

- Fue hace muchos años –dijo Gideon inseguro.

- Había una elfina, Hokey –intervino Lily, que siempre prestaba más atención cuando había referencia a esos infortunados seres-. Ya entonces era anciana cuando ella falleció, y no consta documentos sobre ella. Pero los elfos viven muchos años. Es posible que…

- Continúe con vida –terminó Dumbledore por ella-. Lo investigaré. Gracias, Lily. Por cierto, creo que debo felicitarte.

La pelirroja le miró con confusión, y Dumbledore sonrió con alegría.

- Por tus prácticas en San Mungo. Dilys me ha contado que te han elegido a ti para que trabajes en el hospital este verano. Debes sentirte muy orgullosa.

La pelirroja observó el cuadro de Dilys Derwent, la ex directora del colegio que también había sido sanadora, que la miraba con una sonrisa orgullosa desde su lienzo. Ella se sintió algo cohibida pero agradecida.

- Es un honor, la verdad. Espero cumplir las expectativas –dijo con humildad.

- Por supuesto que lo harás –insistió Dumbledore jovial-. Temo más que no te quede tiempo para colaborar con nosotros. Pero tu vida profesional es más importante.

- Siempre colaboraré con ustedes, profesor –insistió ella seriamente, ganándose una sonrisa escondida por parte de Gideon.

- Nuestra pelirroja sería capaz de quedarse sin dormir ni comer con tal de cumplir con todas sus responsabilidades, profesor –dijo él bromeando.

Dumbledore sonrió ante la evidente molestia de Lily. Dio un golpe a la mesa con los documentos y se irguió.

- Estupendo. Pues no os entretengo más. Continuad con la investigación y volveremos a reunirnos esta semana. Insisto en que este tema debe ser absolutamente secreto. Todas las misiones individuales deben serlo, pero ésta en concreto es vital que no la reveléis a nadie. Y recalco que a nadie. Incluidos Fabian y James. ¿Lo comprendéis, verdad?

- Por supuesto, profesor –dijeron a la vez Gideon y Lily.

Albus les miró seriamente durante un minuto, pero luego volvió a sonreír como siempre.

- Muy bien. Con cualquier novedad, avisadme. Siento despacharos tan rápido, pero debo ir al Cuartel a reunirme con Emmeline. De hecho, ya debería estar allí. Ya sabéis donde está la salida.

Ambos salieron apresuradamente del despacho, aún a tiempo de escuchar la red flu activándose para su viaje.

- Pues ya sabes, pelirroja –comentó Gideon con voz jocosa pero tono serio mientras atravesaban los pasillos evitando encontrarse con los alumnos-. Esto queda entre nosotros tres. El cotilla de tu novio no puede entrar en esto.

- Tú procura que tu otra mitad no meta sus narices en esto, que yo me encargo de James –le respondió Lily altivamente, acelerando el paso y ganándose una carcajada por parte de Gideon.

- ¿Por qué tendrá que hablar Dumbledore con Emmeline? –se preguntó en voz alta Gideon.

Lily le miró por encima del hombro con sorna.

- ¿Y tú llamas cotilla a mi novio? –preguntó, y Gideon se echó a reír por la ironía que había señalado su compañera.


Extrañado por la repentina desaparición de Gideon, Fabian llegó esa tarde al cuartel de la Orden del Fénix esperando encontrarle a él, o respuestas a su extraño comportamiento durante los pasados días. Sin embargo, cuando llamó a la puerta y dio la contraseña, esta se abrió revelando a la persona que menos le apetecía ver en ese momento.

Al contrario que él, Marlene había reconocido su voz y había tenido unos segundos para prepararse para el encuentro. Aun así, se apartó enseguida para dejarle pasar y desvió su mirada. Llevaban semanas esquivándose y encontrarse allí, por lo que parecía solos, no era el mejor plan que se le habría ocurrido.

- Buscaba a mi hermano –fue lo único que acertó a decir.

E inmediatamente después se golpeó mentalmente por su falta de elocuencia. Marlene se encogió de hombros mientras buscaba algo que hacer y que evitara tener que mirarle a los ojos.

- Aquí solo estamos Emmeline y yo. Ella está esperando a Dumbledore.

- Entiendo…

Ya estaba buscando una excusa para marcharse de allí sin resultar muy obvio cuando Marlene, como siempre, le adivinó las intenciones.

- ¿Te vas a volver a ir?

- Bueno…

Un bufido de ella le detuvo, y de repente la escuchó inspirar hondo y le miró a los ojos. No podía evitarla, pero tampoco fue capaz de sostenerle la mirada.

- ¿Cuánto tiempo más vamos a evitarnos, Fabian? –le preguntó-. Te echo de menos…

- Y yo a ti –confesó él, incapaz de negar lo evidente-. He estado tan… siento haberte evitado. No sabía cómo…

- Creo que a los dos nos quedó claro esa noche en qué situación estamos –insistió ella intentando que no se le notara cómo estaba temblando de los nervios.

- Sí… Creo que ambos lo dejamos bastante claro...

- Pero aun así me gustaría hablarlo. Necesito que cerremos este tema y que todo vuelva a ser como antes.

- No creo que pueda ser como antes, Mar –replicó él incómodo, tomando asiento lejos de ella-. No después de conocer tus sentimientos… Eres muy intuitiva. Estoy seguro de que has averiguado sin problemas cuál es mi situación.

- Creo que me ha quedado clara –murmuró ella con tristeza casi para sí misma.

Fabian suspiró mirando al suelo.

- Entiende que no puedo comportarme como antes de saber… de confirmar… Pero quiero que sepas que siempre tendrás mi amistad -se apresuró a añadir-. Pase lo que pase siempre estaré ahí para ti.

Marlene sintió que los ojos le picaban por las lágrimas contenidas, pero tenía que conseguir aguantarlas. Fabian le estaba diciendo de la forma más amable y cariñosa lo que no había podido hacer durante semanas: que no le correspondía y que trataría de mantener su amistad, aunque no pudieran seguir siendo tan íntimos mientras ella siguiera sintiendo todo aquello por él.

Finalmente sus peores presagios se habían cumplido, y todos los demás se habían equivocado. Quería gritarle a Grace en especial por darle esperanzas, pero su amiga no era culpable de haber malinterpretado a Fabian. Hasta ella creyó ver cierto interés por parte de él.

Sin decir nada, se dejó caer en un sillón en la otra punta de la habitación, buscando huir del aroma que desprendía Fabian. Una mezcla de cuero que salía de su cazadora y de madera, un aroma que siempre le había subyugado.

- Será mejor que me vaya –dijo Fabian apesadumbrado al ver que la tensión en el lugar solo había aumentado tras su declaración de lealtad incondicional-. Nos veremos pronto, ¿vale?

- Claro. Cuando quieras.

Marlene no hizo nada por detenerle, sino que le despidió escuetamente sin atreverse a mirarle. Fabian le dedicó una última mirada antes de marcharse. No supo que ella se echó a llorar nada más cerrarse la puerta tras él.


Sin acordarse de Gideon, Fabian regresó a apesadumbrado al piso que ambos compartían. Sentía que le había caído un peso enorme en el pecho, pero al menos se había quitado ese momento de encima. No podía retrasarlo más, y mejor hacerlo rápido que alargarlo indefinidamente.

Estaba desanimado y sin fuerzas cuando llegó a su casa, y encontrarse allí a Gideon no le ayudó mucho. Pero a fin de cuentas era su hermano, su gemelo, su otra mitad… Él no tenía culpa de nada, y no podía perderle también a él.

- ¿Dónde te habías metido? –preguntó Gideon al verle llegar con esa cara tan larga.

Fabian estaba tan distraído que ni siquiera se percató de que su hermano guardaba rápidamente un fajo de pergaminos dentro de su baúl.

- En el cuartel –dijo escuetamente, tirándose al sofá desganado. Suspiró, y después miró a su gemelo-. ¿Tienes planes para esta noche?

Gideon le miró con una ceja enarcada.

- Depende. ¿Quieres hacer algo?

Fabian hizo un gesto de desgana con la mano.

- Si tienes planes no te preocupes.

- No, no. Solo es una chica que conocí el fin de semana. Puedo retrasarlo. ¿Qué has pensado? ¿Salida de hermanos? ¿Buscamos un par de gemelas? –propuso con una sonrisa lasciva.

Fabian sonrió levemente divertido. No le apetecía buscar chicas, pero media hora después se encontró en un pub de Kensington riéndose mientras su hermano le describía a la chica que había dejado escapar por estar con él.

- Creo que no tienes idea de las tetas que se gastaba esa tía, Fabian. Imagínate dos melones grandes, y no exageras nada –insistió poniendo las manos a centímetros de su pecho simulando cubrir dos senos.

Fabian dejó escapar una carcajada y se bebió de un trago el resto de la cerveza.

- No te hagas la víctima –le dijo-. Seguro que accederá a quedar contigo otro día.

- Sí, le dije que ya le avisaba –dijo Gideon con desinterés.

Fabian miró a su hermano con admiración y envidia. Gideon siempre había tenido mucha mano con las chicas. Aunque ambos eran iguales físicamente, él siempre habría triunfado más entre el sector femenino. Quizá por su actitud de chico malo que a él no le quedaba tan bien, o por su aire salvaje y descarado. O simplemente porque las trataba de un modo entre conquistador y despectivo que, por el motivo que fuera, les volvía locas.

Gideon siempre bromeaba con que jamás podría tomar en serio a una mujer que cayera con sus trucos baratos, e insistía en que también lo hacía por hacerle un favor a los demás. Si él dejaba claro quiénes eran las que se tragaban sus patrañas, señalaba para los demás a las que no caían en sus redes. Siempre le insistió a Fabian que él debía elegir entre las inteligentes que le ignoraban y le despreciaban.

El problema era que Fabian había elegido a una chica excepcionalmente inteligente, sí, pero eso no le había bastado para no caer bajo el encanto de su hermano. La teoría de Gideon había quedado literalmente arrasada. Claro que Marlene era realmente muy joven, y no podía culparla por haber quedado impresionada.

- ¿Por qué estás tan callado? –le preguntó su hermano al estar varios minutos en silencio.

Gideon llevaba días tratando de sonsacarle qué ocurría entre él y Marlene. Grace le había contado algo, pero no le había revelado los detalles. Por lo visto, a su hermano solo le quedaba dar el siguiente paso. Y él sabía que lo estaba deseando aunque jamás lo hubieran hablado directamente. ¿Por qué no lo había hecho?

Fabian le sonrió aparentando estar divertido, mientras levantaba la mano para pedir otra copa.

- Me estaba acordando de nuestros tiempos en Hogwarts, ¿recuerdas? Cuando me tocaba vigilar los pasillos para que los chicos no descubrieran que estabas en el armario de las escobas con sus novias.

Gideon compuso una sonrisa lasciva.

- El armario de las escobas… Cuántas chicas nos llevamos ahí dentro, ¿eh?

- Más tú que yo –le recordó Fabian sin rencor, componiendo una sonrisa divertida.

- Eso es porque tú tenías más conciencia que yo, y solo ibas a por las solteras. Siempre has sido el gemelo decente.

- ¿De qué me servía? Yo me hacía amigo de sus novios porque me daban lástima, y al final me sentía culpable por ocultarles que sus novias les ponían los cuernos con mi hermano.

Gideon le dio una palmada en el hombro claramente divertido al recordar esos tiempos.

- Te sirvió de que nuestro último día en Hogwarts tú estuviste todo el rato de fiesta con los colegas y yo me pasé toda la tarde escondido en los vestuarios de quidditch cuando mis novias averiguaron que salía con las tres a la vez.

- Y luego te persiguieron sus respectivos novios –le recordó Fabian riéndose.

- Y tú les convenciste a todos de que no me mataran. Siempre cuidando de mí –le recordó con cariño.

Fabian le sonrió. Era su gemelo. No podría odiarle jamás, ni siquiera porque Marlene hubiera decidido ser como las demás y enamorarse de él.

- Eso lo hacemos los dos.

- Siempre –prometió Gideon chocando la cerveza con la suya.

Esa noche no consiguió sacarle nada a Fabian, pero al menos consiguió que la sonrisa de su hermano volviese a ser genuina después de semanas de caras largas. Algo era algo. Averiguar qué le ocurría con Marlene podía esperar un día más.


Marlene pasó una tarde más amarga en solitario, pero también fue reveladora y decisiva. Tras llorar por el rechazo de Fabian y avergonzarse de sí misma por permitir que todos averiguaran sus sentimientos y convertirse en la comidilla de la Orden, decidió que no iba a lamentarse más. La vida seguía, y Fabian no era el único hombre del mundo. Es más, ella no necesitaba a ningún hombre para sentirse completa.

Esquivó con habilidad la mirada inquisidora de Emmeline que, o no escuchó su conversación con Fabian, o lo fingió muy bien. También evitó a Dumbledore cuando este llegó e incluso consiguió ayudar a Benjy a desclasificar algunos de los documentos que Alice había acumulado de sus investigaciones en los laboratorios ilegales de pociones de los mortífagos.

Realmente era una suerte que el joven Fenwick no pareciera con ganas de hablar tampoco. Los dos se hacían una cómoda compañía en silencio, colaborando y avanzando en un trabajo que seguro que la auror agradecería.

Dumbledore y Emmeline estuvieron un rato reunidos, y cuando salieron del despacho del comandante de la Orden aún seguían hablando aunque de un modo más cordial.

- Aun así no me siento cómodo con tu solución, Emmeline –protestaba el anciano profesor con el ceño fruncido de preocupación.

- Estaré bien, señor. Llevo muy bien la soledad, de verdad.

- La cuestión no es esa, querida. Tu seguridad es importante también, y si hay algo que desaconsejo a mis colaboradores es que vivan solos.

- Moody, Dorcas y Sirius lo hacen –protestó la joven resueltamente.

- No son buenos ejemplos -le recordó el anciano-. Moody es un auror experimentado, Dorcas tiene una protección extra por ser su familia quien es… y, por favor, no quieras parecerte a Sirius. Con uno como él ya es suficiente para que me salgan canas.

Benjy y Marlene, que hasta el momento fingieron no estar escuchando la conversación, no pudieron evitar reírse junto a Emmeline. Puede que sonara descortés, pero es que a Dumbledore no le entraban más canas en su blanca cabellera.

- Le juro que estaré bien, profesor –insistió la joven morena-. He conseguido un pequeño trabajo a tiempo parcial, y he encontrado un buen sitio. Llegaré algo justa a final de mes, pero estoy segura de que irá bien. Y no creo que mi familia quiera tomar represalias contra mí. Con olvidarme tienen bastante.

- ¿Te mudas, Emmeline? –preguntó Benjy extrañado.

En los seis meses que Emmeline había estado en la Orden y a custodia de Dumbledore había vivido en los diferentes cuarteles de la Orden. Ya todos se habían acostumbrado a tenerla por allí a todas horas.

- Ya he cumplido diecisiete años. No dependo de mi familia y no quiero seguir siendo una carga.

- No lo eres –insistió Dumbledore-. Muy pocas personas se rebelarían contra su familia sin ningún tipo de apoyo solo por mantener unos ideales. Es un orgullo contar contigo, Emmeline.

La joven le sonrió agradecida por sus palabras.

- Y por eso me preocupa tanto tu seguridad –insistió el director.

Emmeline rodó los ojos, al ver de nuevo su actuación. La puerta sonó, indicando la llegada de alguien, y Benjy se levantó para hacer las preguntas de rigor.

- ¿Por qué no compartes piso? –preguntó de repente Marlene, ganándose la mirada de los presentes.

- Porque no tengo con quien –le explicó la joven encogiéndose de hombros-. Hoy en día no podemos convivir con extraños, y no conozco a nadie que esté buscando una compañera de piso.

- Yo misma –dijo Marlene de repente, sin saber siquiera de dónde había salido esa idea.

- ¿Cómo? –preguntaron Emmeline, Dumbledore y Benjy a la vez.

Otra voz se unió a ellos desde la puerta, y Marlene pudo ver a Grace mirarla con la boca abierta, sin dar crédito a lo que estaba escuchando. Se quedó un momento en blanco, analizando el por qué se había prestado voluntaria. Grace se lo tomaría como una traición, pero ella reamente no tenía nada contra Emmeline.

Y lo que acababa de suceder con Fabian le impulsaba a dar carpetazo y un cambio a su vida.

- Estoy harta de estar escondiéndome con mis padres y mis abuelos. Quiero tener una vida independiente, y lo cierto es que tengo algunos ahorros.

- Nunca me dijiste que querías marcharte de casa –protestó Grace en voz baja, pero no se atrevió a discutir mucho frente a Dumbledore.

Emmeline solo miraba a Marlene.

- ¿Estás segura? –preguntó débilmente.

Marlene la miró, y cada vez se convenció más. Ella luchaba activamente en esa guerra. Podía morir cualquier día y merecía tener una vida plena. No podía desperdiciar su vida llorando por Fabian, se merecía una vida independiente, de soltera y digna de una mujer moderna.

- Lo estoy –dijo con una sonrisa.

Miró a Grace de reojo con súplica. Aparte de sus motivos egoístas, se le había ocurrido que esa podría ser una buena forma para que Emmeline y ella solucionaran las cosas definitivamente. Su amiga se cruzó de brazos y frunció el ceño, pero suspiró derrotada sin discutir. Emmeline también parecía esperar su permiso, pues cuando esto tuvo lugar, aunque fuera a regañadientes, sonrió de golpe.

- ¡Estupendo! –y se giró alegre hacia Dumbledore-. ¿Le parece mejor solución?

El anciano director asintió.

- Tendremos que hablarlo y quiero investigar bien ese lugar que dices haber encontrado. Pero me quedo más tranquilo, sí. Y si me disculpáis, tengo cosas urgentes que hacer. Nos vemos en la siguiente reunión.

Cuando se marchó, Grace se dejó caer en el sofá dramáticamente, mirando enfadada la pared. Benjy, por su parte, soltó una carcajada.

- Esto sí que no lo hubiera adivinado –dijo divertido.

Emmeline y Marlene se sonrieron.

- Gracias de verdad –dijo la primera-. Por un momento temí que Dumbledore me sugiriera que me mudara con Moody. Me hubiera muerto, te lo juro.

Marlene se echó a reír, comprendiendo su desesperación.

- Esto nos vendrá bien a las dos –confesó lanzándole una mirada a Grace que su amiga comprendió a la primera, y esta vez su ceño fruncido no iba para ella-. Así que tienes que enseñarme el piso pronto y decirme cuándo nos mudamos.

Emmeline parecía realmente contenta, y Marlene de repente se sintió culpable por no haber hecho más por acercarse a ella durante esos meses. Era la más joven del grupo, no tenía mucho apoyo y había tenido un mal comienzo. Seguro que no habían sido unos meses fáciles.

- Ahora tenéis que tener cuidado con la mudanza, no os vayáis a confundir con la ropa interior de la otra –bromeó Benjy, intentando rebajar la tensión del momento.

Marlene no pudo evitar una pequeña sonrisa al comprender que Fabian hubiera adorado una conversación que girara entorno a bromas sobre su ropa interior.

- Tranquilo, tuvimos experiencia de compartir habitación con otras personas durante siete años, Benjy, sabremos apañarnos –le dijo riéndose.

- Además, lo tendremos muy fácil. Si las bragas son negras, fijo que son mías. No uso de otro color –confesó Emmeline en broma, haciendo que los otros dos se rieran e incluso que Grace tuviera que esconder una sonrisa.

Marlene se sintió satisfecha por haber sido impulsiva por una vez en su vida. Quizá era lo que necesitaba. Un cambio de actitud para una nueva vida. Una vida en la que no iba a volver a llorar por Fabian Prewett.


Iba a matar a Petunia. Era un hecho, no un pensamiento, ni una rabieta, ni un aviso. Un hecho.

Lily perfilaba sus instintos asesinos con planes muy maquiavélicos mientras observaba su imagen en el espejo. El vestido que su 'querida' hermana había escogido para su dama de honor, es decir, ella, era desastroso.

No sabía qué era peor, si esa cantidad de volantes, esa tela tan áspera y tiesa cosida al estilo griego con un tirante sobre el hombro y el otro brazo al descubierto, esa flor inmensa en el hombro derecho que le golpeaba en la cara o ese color naranja chillón que tanto le desfavorecía. Chocaba directamente con su piel pálida, sus pecas y su pelo rojo. Le hacía parecer pálida, ojerosa y resaltaba su delgadez haciéndole ver como un palillo estirado y sin gracia.

Suspiró al analizarse, captando la mirada pensativa de su madre que trataba de pensar cómo mejorarlo, y vio de reojo la sonrisa de satisfacción de Petunia. Tuvo ganas de borrársela de un puñetazo.

- Ponte recta, Lily –le pidió su madre-. Estoy tratando de verlo en todos sus ángulos.

- Todos son igual de horribles –murmuró resentida.

Escuchó de fondo a Petunia reírse y de verdad que estuvo tentada a soltarle cualquier comentario cortante. Pero entonces se fijó en su madre, que la miraba seriamente, y vio un brillo en sus ojos.

Amanda Evans no era estúpida y era plenamente consciente de que su hija mayor solo buscaba humillar a su hermana eligiendo ese vestido. Pero era la boda de Petunia y no podía contradecirla. Una vez más se callaba su dolor porque sus hijas se llevaran tan mal.

Lily lo comprendió y decidió morderse la lengua. Fingiría que le encantaba ese trozo de tela que se atrevía a llamarse vestido aunque solo fuera por quitarle hierro al asunto. Su madre seguía sin tener buen aspecto.

- ¿Estás bien, mamá? –preguntó en voz baja, asegurándose que Petunia, que estaba probándose algunos velos, no la oía.

Su madre la miró sin comprender y Lily la sonrió con cariño.

- Llevas un tiempo con mal aspecto. He querido esperar a ver si me decías algo, porque papá no suelta prenda pero… si ocurriera algo me lo dirías, ¿verdad?

Lily miró a su madre a los ojos, tan verdes como los suyos, y vio en ellos que su madre trataba de conservar la calma. Amanda miró sobre su hombro a Petunia, y cuando decidió que estaba lo suficientemente lejos se volvió hacia su hija pequeña, la hizo bajar del taburete en el que estaba subida y la arrastró de vuelta hacia los probadores.

- No quiero que tu hermana se entere de nada. Está en una etapa tan feliz que…

- ¿Qué ocurre, mamá? –la interrumpió Lily temerosa-. ¿Es el cáncer? ¿No habían estado bien las pruebas?

La madre de Lily había sido diagnosticada de cáncer de mama un par de años antes. Aunque pasó unos meses algo débil, enseguida comenzó a mejorar con el tratamiento. Los últimos meses habían recibido buenos resultados de las pruebas.

Amanda suspiró, mirando con cariño a su hija pequeña y le acarició la mejilla, borrando una lágrima involuntaria que se había escapado de sus preciosos ojos.

- Tranquila cielo. Es verdad que los últimos exámenes no han salido todo lo bien que deberían, pero ya estoy siguiendo el tratamiento. Se ha reproducido pero lo hemos pillado a tiempo. Acabaremos con él como la última vez, ¿recuerdas?

Lily comenzó a recordar los meses de incertidumbre, el miedo que pasó, la desinformación que tuvo cuando estaba en Hogwarts, los reproches de Petunia, y todo se desbordó. Amanda alcanzó a abrazar y contener el sollozo de su hija antes de que se escuchara por toda la tienda.

- No, mi amor. No llores, por favor. Todo va a estar bien. Todo va a estar bien –le susurraba contra su pelo, sin importarle que su pequeña le mojara la camisa de lágrimas.

Lily abrazó más fuerte a su madre, como si solo con eso pudiera retenerla a su lado para siempre. No podía volver, esa pesadilla no podía volver a ocurrir de nuevo.


- ¿Y cómo se lo vas a pedir? -preguntó Sirius recostándose en su sillón preferido, mientras James jugueteaba con la cajita del anillo sentado en el sofá a su lado.

Su amigo suspiró mientras se revolvía el pelo furiosamente.

- Ni idea. Últimamente no hay forma de encontrarla a solas. Se escaquea a todas horas.

- Nuestra prefecta siempre buscando estar en todas partes. Seguro que lo de Gis también la tiene trastornada -comentó Sirius sin darle importancia-. Ya sabes cómo es, solo busca un rato con ella a solas. O secuéstrala. ¿Necesitas ayuda?

Sirius compuso una sonrisa traviesa que provocó una carcajada en su amigo.

- Me gustaría estar a solas con ella, pero gracias Canuto. En realidad tengo una idea montada pero necesito tiempo. Quiero llevarla a París.

- ¿Porque Londres es muy poco romántico o...? -preguntó Sirius tratando de que su parte británica no se ofendiera en comparación con sus vecinos franceses.

- Ella siempre ha querido ir. Creí que sería una buena sorpresa, ¿no? -preguntó inseguro.

Sirius descartó la idea con un golpe de mano. Se había puesto serio repentinamente al ver su nerviosismo.

- No te agobies por cómo se lo pidas. Te dirá que sí, hermano, no te preocupes. Lily está loca por ti.

- ¿Estás seguro? -preguntó el siempre seguro James Potter.

Sirius se levantó del sillón y se sentó en el sofá junto a su amigo, le pasó un brazo sobre el hombro y le palmeó la nuca con afecto.

- Venga, James. Sois la maldita pareja perfecta. Desprendéis corazoncitos rosas a vuestro paso mientras los demás vamos fracasando una y otra vez. No tienes nada de qué preocuparte.

James miró a su mejor amigo agradecido.

- Gracias Canuto, de verdad.

- ¿Por qué? -preguntó éste confuso.

Él sonrió mientras negaba con la cabeza.

- Porque siempre sabes qué decir.

- Ojalá todas mis predicciones fuesen tan evidentes -presumió Sirius lanzando una carcajada parecida a un ladrido.

James rio con él, y le abrazó por los hombros.

- Dado que lo tienes tan claro, ¿serás mi padrino de bodas?

Sirius se quedó un momento mirando a su amigo realmente emocionado. Después carraspeó con fuerza, esperando que no hubiera notado el brillo en sus ojos, y cambió su expresión a una de burla.

- ¿Y me lo preguntas? ¡Yo lo daba por hecho! ¿Con quién pensabas contar, con Peter?

James se echó a reír divertido, pero ambos se callaron cuando escucharon ruidos en el rellano y dos voces que ambos conocían bien. Los dos compusieron a la vez sendas sonrisas traviesas.

- Hablando del rey de Roma -tarareó el joven Potter con picardía mientras se levantaba y seguía a Sirius hasta la puerta.

Ambos esperaron hasta que la voz de April dejó de oírse y el sonido de una puerta cerrándose les llegó desde el rellano. Entonces abrieron la puerta de entrada, pillaron de golpe a un sorprendido Peter y le obligaron a entrar en su apartamento.

- Chicos, ¿qué hacéis? -preguntó el más pequeño tartamudeando.

James le empujó contra el sofá mientras que Sirius cerraba la puerta tras él.

- Con que trabajando hasta tarde, ¿eh Colagusano? -se burló, recordando la excusa que el joven había dado para no quedar con ellos esa tarde.

- No es lo que...

- Peter, no acabes esa frase. Me la inventé yo para McGonagall y nunca funcionó -le aconsejó James.

- Hay que ser cenutrio para tratar de callarte esto cuando yo vivo a tres metros, tío. Patético -le echó en cara Sirius tomando lugar en su sillón mientras le miraba como un padre decepcionado-. Si te vi la otra noche a mitad de ataque.

Peter se ruborizó exageradamente recordando ese episodio.

- Pensé que con la tajada que llevabas encima no te acordarías -murmuró. Luego se llenó de valor y le encaró-. Además, por desgracia yo vi más de ti, Canuto. Eres un puto exhibicionista.

James miró a Sirius inquisitoriamente pero este se encogió de hombros restándole importancia.

- La cuestión es que has tratado de ocultarnos que triunfaste. ¡Si te la presenté yo! Eres un desagradecido.

Peter tuvo la mínima decencia de ruborizarse.

- Lo siento chicos... Sé que debería habéroslo contado, pero por una vez en mi vida me salía algo bien y no quería... que os rierais de mí.

- ¡No nos habríamos...! -Sirius se callo ante la mirada divertida de James, y rodó los ojos-. Bueno, puede que un poco sí. Pero no más de lo que nos burlamos de James después de años babeando por la pelirroja. Es el ritual a seguir.

- De ti no nos burlamos cuando empezaste a salir con Grace -le recordó Peter siendo apoyado por un repentinamente ofendido James.

Sirius le sonrió sin más.

- Tú estabas demasiado ocupado teniéndome envidia. Pero ese no es el tema. ¿Cómo es mi vecina en la cama?

- ¿No esperarás que te cuente eso, verdad? -le preguntó Peter subiendo irónicamente una ceja.

- ¿No? -Sirius miró a James, que miró a Peter para volver a mirarle mientras se encogía de hombros-. ¿Por qué?

Peter no daba crédito.

- ¿Conocéis acaso el significado de la palabra intimidad?

- ¿Me lo dice el mismo tío que se hacía pajas pensando en mi exnovia? -le preguntó Sirius con sorna.

Peter se levantó enfadado.

- ¿Quieres dejar ya el tema de Grace? -le espetó-. Tuve un cuelgue con ella hace como mil años. Ni siquiera la volví a mirar después de que tú empezaras con ella. ¿Puedes pasar del tema?

Sirius y James le miraron alucinados por su repentino enfado, y luego el primero levantó las manos rindiéndose.

- Muy bien. Zanjado. Ahora cuéntanos cómo se lo monta April.

Peter bufó molesto y dio varias vueltas al salón mientras sus amigos se echaban a reír divertidos.

- Te está tomando el pelo, Colagusano -le dijo James para poner paz entre ambos-. Nos alegramos por ti, ya te dijimos que era una chica que te convenía.

El más pequeño sonrió pensando en su novia y se volvió a sentar en el sofá.

- Lo cierto es que sí. Os voy a confesar una cosa, pero no quiero que esto salga de aquí ni que en el futuro lo utilicéis para reíros de mí.

James y Sirius se inclinaron hacia adelante expectantes y Peter abrió la boca, dispuesto a confesar solo uno de los múltiples detalles de su intimidad con su recién estrenada novia. Sin embargo, en ese momento unos golpes empezaron a llamar insistentemente en la puerta. Pete se puso de pie, nervioso porque April lo hubiera adivinado como siempre hacían las chicas y fuera a matarlo.

Pero los tres se extrañaron y se alarmaron al escuchar la angustiada voz de Lily. James tardó menos de dos segundos en cruzar la estancia y abrir la puerta. Allí estaba su novia, con el pelo revuelto, la cara cubierta de lágrimas y la expresión destrozada. Cuando se lanzó a sus brazos sollozando no pudo más que estrecharla fuerte contra él, cerrar la puerta y esperar a que se le pasaran los nervios para poder hablar con ella.

Con un gesto suyo, Sirius y Peter comprendieron que allí sobraban y ambos se marcharon silenciosamente, dejando a la pareja a solas.


Una semana después, Lily estaba más calmada, y el hecho de haber empezado sus prácticas en San Mungo le ayudaba a distraerse y no pensar todo el rato en la enfermedad de su madre.

Los días pasaban lentos, con mucho trabajo, acostumbrándose a la rutina y a los nuevos compañeros, conociendo sus funciones... Pero siempre tenía tiempo de visitar a Gisele, aunque fuese un rato.

Cuando Rachel o Grace no estabsn con ella, muchas veces se la encontraba sola, pero siempre mirando la pared y sin reaccionar. Era tan desgarrador que no podía evitar unas pocas lágrimas cada vez que salía de su cuarto.

Ese jueves por la tarde había terminado pronto, y en vez de marcharse a casa o ir a buscar a James, decidió quedarse con ella. Ese día estaba sola, y la luz del atardecer entraba por la ventana bañando su inexpresivo rostro. Gis estaba pálida, con profundas ojeras y muy desmejorada. Lily se sentó junto a ella, y tomó su inanimada mano mientras Gisele miraba a un horizonte inexistente.

- Quiero pensar que estás ahí -le susurró, acercándose a ella-. Quiero pensar que me estás oyendo. Siempre has sido una chica muy fuerte, y nos está matando a todos verte así. Pero quiero pensar que solo necesitas tiempo y volverás. Esto no puede marcar tu vida, Gis. Tú vales más que todas las crueldades que puedan ocurrírseles a esos monstruos.

Se alejó, mirándola a la cara, pero Gisele seguía sin reaccionar. Lily inspiró hondo y cerró los ojos, enterrando la cabeza entre las manos enlazadas. Tras unos minutos de silencio decidió marcharse. Se levantó, se inclinó sobre su amiga y la besó en la mejilla.

- Despierta pronto. David está esperando a su mamá.

Y se marchó hacia la puerta. Cuando estaba a punto de cerrarla, de repente un sonido muy bajo le llegó hasta sus oídos.

- Lily...

Alertada, la pelirroja entró dentro de la habitación de nuevo. ¡Gis la estaba mirando! Era la primera vez en semanas que enfocaba la vista, la estaba mirando fijamente.

- ¿Gis? -preguntó con voz rota.

De golpe, su amiga empezó a llorar, descargando toda la tensión que su cuerpo había retenido durante días. Lily cruzó la habitación en dos zancadas, se sentó en la cama y la abrazó con fuerza. Cuando los brazos de Gis se levantaron y la correspondieron ella también derramó un par de lágrimas de alivio. Gis seguía llorando desgarradoramente.

- No -la ordenó la pelirroja mirándola cara a cara-. No llores. No debes derramar ni una sola lágrima. No por ellos. Demuéstrales que eres más fuerte que todo lo que puedan hacerte.

Gis intentó responderla pero solo conseguía balbucear. La miró a la cara, pero eso solo le hizo llorar más, y finalmente Lily la obligó a apoyar su cabeza en su hombro mientras la abrazaba con fuerza.

- Está bien -se rindió-. Hoy puedes llorar. Pero prométeme que solo será hoy.

Gis apretó su abrazo entorno a su amiga y Lily apoyó la barbilla sobre su cabeza, con gesto maternal. Ella lloraba en silencio, pero no dejaría que Gis lo advirtiera. Ahora le tocaba ser la fuerte, y tenía que calmarla antes de avisar a los demás de las buenas noticias. Que volvían a tenerla de vuelta.


No sabía de dónde había salido, ni tenía claro quién había sido. No le había visto la cara, pero su enfrentamiento de los días pasados le hacía suponer quién le había atacado a traición, por la espalda.

Regulus se arrastró fuera del callejón como pudo. Le dolía todo el cuerpo, por la paliza muggle que había recibido junto a varios cruciatus. Rabastan Lestrange se las pagaría caro por ello... Tenía la cara reventada, los ojos casi cerrados por la hinchazón y la sangre, los labios partidos y estaba seguro de tener la nariz rota. Por no hablar del resto del cuerpo...

Fuera apenas había personas, estaba anocheciendo. Pero los pocos que le vieron se cambiaron de acera para no cruzarse con él, ninguno se acercó a ayudarle. Apenas sosteniéndose de pie analizó donde se encontraba y se apoyó en una pared mientras repasaba sus opciones.

Se había ganado demasiados enemigos dentro de la filas de Voldemort, la mayoría le prefería muerto, le consideraban un traidor. Ni siquiera podía contar con la protección de Bellatrix, ni mucho menos del propio Señor Oscuro.

Estaba seguro de que si acudía a Severus Snape éste le ayudaría. No era muy hablador, y desde luego no eran amigos, pero era más compasivo y decente que los demás. No le daría la espalda y al menos le escondería hasta que recuperara fuerzas, eso desde luego. Pero sabía que si descubrían que le había ayudado estaría en problemas.

Ahora él estaba en medio. Pertenecía a un bando que le estaba rechazando y ya era tarde para cambiar al otro. Había hecho cosas horribles, Sirius no le aceptaría de vuelta. Y su madre se moriría si descubría que había tenido contacto con él.

Lentamente se levantó, sintiendo mil cuchillas por todo el cuerpo, y volvió a arrastrarse dentro del callejón. Solo se le ocurría una opción viable, alguien que podría ayudarle, que le ofreciera un lugar donde no lo encontrarían. Apretó con fuerza el guardapelo que tenía siempre escondido bajo la túnica, y que ella le dio cuando le prometió que siempre estaría ahí para él, y utilizó sus últimas fuerzas para aparecerse.

No sabía dónde vivía ahora, pero estaba seguro de que sería un lugar con mucha protección. Pero sí había algo que sabía de ella, un sueño de futuro que sabía que estaba cumpliendo. Cuando se apareció en las proximidades de la Escuela Mágica de Abogados suplicó que no fuera muy tarde como para que ella se hubiera marchado ya. Y cuando vio su melena cobriza moverse mientras caminaba rápidamente a la salida, respiró hondo.

- Grace... -la llamó con la poca voz que le quedaba, justo antes de derrumbarse sobre el asfalto. Se quedó inconsciente antes de averiguar si ella le había escuchado.


¡Y hasta aquí puedo leer! Gis ha estado unas semanas catatónica, lo cual no me parece exagerado teniendo en cuenta lo que ha sufrido la pobre. El pobre Regulus empieza a estar aislado y a pagar por ser diferente. ¿Le ayudará Grace, tal y como prometió cuando le dio el guardapelo? La pobre Lily va a estar un poco sobrepasada... La enfermedad de su madre reactivada, su trabajo en verano, la boda de la odiosa de Petunia, la investigación sobre la juventud de Voldemort... Y ahora el pobre James buscando cómo pedirle en matrimonio. Esto va a ser mortal :)

¿Qué os ha parecido que Emmeline y Marlene vayan a vivir juntas? ¿Y esa conversación absurda de Marlene y Fabian? Sé que él es gilipollas, pero comprended que está acostumbrado a que todas las chicas prefieran a su hermano, que es el descarado, que a él que es el decente. Algo que yo he podido observar con muchas amigas, les gustan los hombres que las tratan mal y desprecian a los buenos chicos...

Remus y Rachel están en una temporada rara, fingiendo que nada ha pasado entre ellos, que Benjy no sobrevuela por ahí, y están haciendo algo muy típico en parejas que tratan desesperadamente de salvar su relación: recurrir al sexo. Y eso no es la solución cuando son los sentimientos los que se tambalean. De momento ella está ignorando a Benjy, pero no durará...

Y os adelanto que el próximo capítulo tendrá mucho protagonismo de Sirius y Grace, va a haber un gran avance entre ellos, así que no os vayáis si no queréis perdéroslo. Decidme qué os ha parecido este para animarme a escribir porfa!

Gracias a todos por estar ahí.

Eva.