¡Hola a todxs!

Lo siento por la tardanza, no tengo excusa ninguna. Pero es que he estado muy liada. A veces me he tirado semanas sin poder abrir la historia para escribir una línea, y me da una rabia impresionante porque tenía las escenas muy centradas y la historia muy enfocada a cómo quiero llevarla. Pero a veces la vida muggle nos absorbe...

Para compensar os traigo un capítulo bastante largo, de casi 40 páginas de word. Un capítulo con sorpresas pero que, sobre todo, planta los cimientos para los próximos que se avecinan con curvas, y algunas de las tramas se precipitan. Espero de verdad que me perdonéis y aún continuéis por ahí para disfrutar de la historia :)


Capítulo 11: Dos hombres y un destino

Era mediodía cuando Benjy recibió el alta de San Mungo. Una noche dentro de ese hospital ya era suficiente para él. No era la primera vez que estaba ingresado pero teniendo en cuenta la racha que llevaba aquello era solo lo que le faltaba para completar su paciencia. Y eso que tenía mucha.

Confiaba en que un buen golpe en la cabeza al menos le hubiera servido para comportarse de una vez de acuerdo a su edad. No podía seguir como hasta hora, obsesionado por una cría voluble que tan pronto era hipersensible como se volvía arisca como la lija. Él nunca se había dejado llevar por sus sentimientos, estos nunca le habían controlado y esta vez no sería diferente.

Sin embargo, todo se fue al traste cuando llegó a la sala de espera, que debía cruzar para ir a recepción a firmar el alta, y se encontró precisamente al objeto de su pensamiento dormida, tumbada de mala manera entre dos incómodas sillas.

Su ropa estaba arrugada y desmadejada y su pelo rizado, más revuelto de lo habitual y muchísimo más largo e indomable que cuando la había conocido el año anterior, tapaba su pálida cara. Desde la posición en que se había quedado dormida, con un brazo sobre su cara, solo se le veía la barbilla y su cuello, que normalmente llevaba cubierto para que no se viera la gran cicatriz que le había convertido en lo que era ahora.

En ese momento ésta estaba al descubierto, mostrándose temible y, de hecho, la pareja que estaba sentada frente a ella la observaba con precaución. Era, sin duda, el signo más distintivo de Rachel, pero él la habría reconocido de cualquier manera. Probablemente solo por su olor. Estaba jodidamente obsesionado.

Podía marcharse sin que se diera cuenta, ella llevaba semanas evitándole, era lo justo. Pero él era mucho más maduro que eso, y era evidente que Rachel había pasado la noche allí preocupada por él. Por eso se inclinó junto a ella, poniéndose de cuclillas y le pasó la mano por el pelo para apartarlo de su cara.

- Rachel –le llamó-. Rach…

Ella parpadeó, con esos ojos tan grandes, redondos y marrones. Y durante un momento le miró soñolienta, como tratando de ubicarle. Después se sentó de golpe, apartándose los rizos de la cara.

- ¡Benjy! ¿Estás bien? Vine a verte pero no me dejaron pasar. Me dijeron que tenía que quedarme aquí y…

- Ey, frena -la cortó él con una pequeña sonrisa-. Me acaban de dar el alta. Tienes pinta de cansada, ¿has comido algo?

Rachel negó con la cabeza.

- Quería estar aquí cuando el sanador autorizara las visitas, pero he debido dormirme.

Benjy la miró a los ojos y ella fue la primera en apartar la mirada y sonrojarse. Se sentía estúpida de repente, y eso le enfurecía. Él suspiró y se levantó. Peinó su cabello hacia atrás, haciendo que ella levantara la cabeza.

- Vamos a mi apartamento. Podemos desayunar.

Parecía nerviosa pero era evidente que quería hablar con él. Y él quería ponérselo fácil. Siempre quería que ella estuviera a gusto. Había pasado por demasiadas cosas, había tenido una vida demasiado difícil. Rachel dudó un segundo pero después aceptó su mano y se levantó.

Benjy fingió que no se daba cuenta de que la pareja de en frente no les quitaba el ojo de encima, y tampoco hizo alusión al gesto típico de Rachel de subirse el cuello de la camiseta para tapar su cicatriz.

Firmó su alta y ambos salieron de allí por la red flu, apareciendo directamente en el destartalado departamento de Benjy. Llevaba días sin limpiar y todo estaba bastante desordenado pero sabía que Rachel no haría caso de eso en aquel momento. Al contrario, cuando se sintió allí, un lugar familiar para ella y sin malos recuerdos, su actitud cambió.

Él dio un paso hacia atrás por el impulso que Rachel le dio al abrazarle, pero enseguida la envolvió en sus brazos y dejó que sollozara un rato. Se había asustado al verle herido, era lógico. No era la primera vez que su actividad en la Orden le daba ciertos sustos, pero sí era la primera vez que ella era testigo de uno tan grave.

Al cabo de un rato Rachel se calmó, y él la apartó de su pecho, peinando su pelo y secando sus mejillas.

- Ya está. Ha sido un susto, estoy bien -le aseguró con una sonrisa tranquilizadora.

Y eso sirvió para calmarla porque ella sabía, como todos los demás, que Benjy no sonreía si no había motivos para ello.

- No tenías que haberte preocupado tanto -insistió él-. He tenido heridas peores. Solo fue un golpe en la cabeza.

- Estabas inconsciente -protestó ella.

- A veces ocurre, pero sabes que eso no indica que haya heridas de gravedad. En San Mungo solo me obligaron a quedarme para estar seguros. Ya me ves -dijo, levantando los brazos-. De una pieza.

Rachel bufó y se apartó, caminando vagamente por el desordenado salón. Benjy la observó tranquilamente.

- ¿Quieres un té? -preguntó, dirigiéndose a la cocina.

Rachel asintió vagamente. Cuando él regresó con dos tazas de té con limón, ella ya había recogido la ropa sucia del sofá.

- Me estaba poniendo nerviosa -se excusó, señalando el ovillo que había formado encima del aparador.

- Como si quieres venir todas las semanas a limpiar -propuso él con una sonrisa divertida.

Rachel le dio un golpe amistoso en el hombro y aceptó su taza.

- ¿Los demás están bien? -preguntó Benjy, sentándose en el sofá y dando un sorbo a su bebida.

- James y Frank estuvieron unas horas desaparecidos, pero volvieron bien. James se ha hecho daño en una pierna, pero no requiere estar en el hospital. Estará unos días de reposo en casa hasta que sane. Frank solo tenía rasguños.

Benjy asintió con la cabeza.

- ¿Y los demás? ¿Todos bien?

Ante su gesto desinteresado, él supo que debía llevar la conversación por otro lado.

- ¿Remus sabe que estás aquí? -ella asintió con la cabeza-. ¿Por qué no te ha acompañado?

Ahí estaba el quid de la cuestión, lo notó en cuanto lo nombró.

- ¿Qué ha pasado? -preguntó directamente.

Rachel suspiró y dejó encima de la mesa su taza intacta.

- Lo sabe. De algún modo ha averiguado… ya sabes, lo nuestro.

Benjy mantuvo la calma.

- No hay nada "nuestro", Rachel.

Esta vez ella sí le miró directamente.

- ¿Cómo que no hay nada nuestro?

- No lo hay -insistió él-. Mira, nos besamos y me has ignorado durante semanas. Ya está, he captado el mensaje. Tienes que dejar de preocuparte por mí y por Remus. Habla con él y aclárale las cosas. Es un chico maduro, lo entenderá.

- ¿Cómo narices voy a aclararle las cosas si yo misma no las entiendo?

Benjy suspiró.

- Es culpa mía. Te he confundido. No debería haber pasado, yo soy el adulto y tú estás a mi cargo. Pero te prometo que a partir de ahora…

- ¡Benjy, deja de comportarte como un maldito santo, solo lo empeoras más! -gritó Rachel de repente.

Eso le congeló un segundo.

- De verdad que siento lo que te estoy haciendo pasar, Rachel -insistió.

- ¡Soy yo quien debería sentirlo! -exclamó ella poniéndose en pie-. ¡Soy yo la que te ha utilizado, la que ha jugado contigo!

- Tú aún eres muy joven y…

- ¿Pero es que nada te perturba? -le interrumpió.

Benjy frunció el ceño.

- No entiendo qué quieres decir -confesó.

- Te besé…

- Nos besamos -aclaró él, aunque estaba convencido de haber sido él quien hizo el primer movimiento.

- Nos besamos -repitió ella moviendo las manos con impaciencia-. Y luego te he ignorado durante semanas. Sabes que te he evitado. ¡Deberías estar furioso conmigo, por Merlín!

- ¿Por qué debería estarlo? -preguntó él tranquilamente-. Entiendo que hayas estado tan ausente debido a lo ocurrido con tu mejor amiga y…

- ¡Esto no tiene nada que ver con Gis! -le volvió a interrumpir, alterada al verle tan tranquilo.

Era precisamente eso lo que siempre le llevaba a discutir con Remus, esa gran paciencia para sobrellevar con frialdad inglesa todo lo que les pasaba. Ella no podía hacerlo. En el pasado podía, había sido alguien tranquila y tímida. Empeñada en no destacar y en no llamar la atención. Pero desde que Greyback le había mordido todo había cambiado y era difícil controlar sus emociones. ¿Cómo podía Benjy mirarla tranquilamente después de toda la vorágine que había sucedido entre ellos?

- Ya me había comenzado a alejar de ti antes de saber lo que le había ocurrido -le confesó ella-. ¿Sabes qué hice esa noche, cuando llegué a casa? Me acosté con Remus. Estaba tan confusa que necesitaba tener una prueba de que aún quedaba algo entre nosotros.

De acuerdo que se había prometido ser el paciente y el maduro en esa conversación, pero que Merlín le perdonara. Eso había dolido. No es que no supiera lo que pasaba entre ella y Remus, lo tenía asumido. Eran pareja y eran jóvenes. Licántropos o no, las hormonas eran las mismas.

Pero eso era una cosa y otra que se lo restregara en la cara. Que le recordara que ese otro chico sí había tocado su cuerpo, saboreado su piel… Inspiró hondo y se recordó que estaba siendo muy inmaduro. Remus era el que tenía derecho a hacer todo eso y era él el que estaba comportándose mal.

- Bueno… no puedo culparte -dijo con toda la calma que pudo reunir-. Es tu novio.

Rachel bufó, paseándose por el salón.

- ¡Me acosté con él la misma noche que tú y yo nos besamos, Benjy! -repitió, como si le hiciera falta volver a oírlo-. Y luego te he ignorado durante semanas.

- Comprendo que lo de Gisele… -insistió, porque tenía que alejar el otro tema como fuera.

- ¡Eso no ha tenido nada que ver! -le espetó, quitándole la dichosa taza de las manos, derramándosela por los pantalones y tomándole de los hombros para obligarle a mirarla-. He estado afectada por lo de Gis, pero no me ha impedido seguir con Remus. Hemos estado todo este tiempo haciéndolo como conejos, buscando recuperar esa chispa entre nosotros.

Pudo ver que su respiración se aceleraba y que un tick le afectaba a su ojo izquierdo. Bueno, eso era algo. Parecía estar conteniéndose para no reaccionar, así que le provocó un poco más.

- Han sido unas semanas muy monótonas. Cuando no estaba en el hospital con Gis o en el trabajo, estaba en la cama con él. Tenemos suerte de no necesitar anticonceptivos porque mi sueldo no da para tanto. Los licántropos tenemos una gran resistencia y…

Harto de escucharla, Benjy la apartó y se levantó de golpe.

- ¿Se puede saber qué pretendes con todo esto? -preguntó, levantando la voz.

- ¡Quiero que te enfades! -le gritó-. ¡Es lo que me merezco por ser una completa egoísta! ¡Eres igual que Remus, no os enfadáis por nada, y eso me saca de quicio!

A veces podía comprender por qué a Remus le resultaba tan difícil convivir con ella. Solo algunas veces, pero esta era una de ellas.

- ¿Quieres que me enfade? -preguntó, mirándola fijamente.

- ¡Sí! -espetó, impaciente.

- ¡Muy bien! -exclamó-. Por supuesto que estoy furioso. Contigo, pero sobre todo conmigo mismo. Porque tengo 28 putos años, soy un hombre centrado e independiente y estoy loco por una niña inmadura, incapaz de tomar una decisión y que parece disfrutar haciéndonos daño a mí y a su novio. Un chico que, encima, creo que es un gran tipo y que no se merece lo que ella y yo estamos haciendo. ¿Es eso lo que quieres oír? ¿Qué cuanto más veo lo que eres más comprendo que tus amigos se hayan alejado de ti y, al mismo tiempo, cada vez te deseo más?

Rachel se quedó unos segundos callada, asimilando su arranque de ira. No lo esperaba pero era lo que deseaba. Su furia y su sinceridad. Lo necesitaba y al mismo tiempo le asustaba, por todo lo que eso implicaba. Que él odiaba lo que era ella tanto como los demás, que había visto al monstruos en el que se había convertido. Pero lo último también le daba un toque de esperanza.

- ¿Me deseas? -preguntó, centrándose en lo que más le había importado.

Benjy bufó, frustrado porque no le fuera tan evidente.

- Hasta el punto de perder la razón -confesó.

De repente tenía ganas de llorar, y tuvo que hipar varias veces para controlarse. Con las emociones a flor de piel todo era más complicado.

- Esto lo empeora todo -le dijo-. Sería más sencillo si solo me hubieras seguido la corriente por pena o…

- ¿Por qué te voy a tener pena? -preguntó sin comprenderlo.

Rachel le miró como si le hubiera salido otro ojo. Se bajó un poco el cuello de la camiseta, revelando su gran cicatriz, y luego señaló al resto de su cara.

- ¿Quién va a desear esto de verdad?

Él se desató los tres primeros botones de su camisa, mostrando las tres cicatrices que le salían de la barbilla y le llegaban hasta medio pecho.

- ¿Te he contado alguna vez cómo me la hice? -le preguntó.

Rachel negó con la cabeza. Las había visto mil veces pero jamás preguntó por su origen. Las tenía desde antes de que le conociera, y siempre supuso que eran producto de alguna batalla o algo así.

- Fue un erkling, yo tenía 10 años. El orfanato nos había llevado de excursión, y yo jamás había visto una criatura como esa. Estaba fascinado. Si Dumbledore no hubiera aparecido, me habría devorado entero. Ese fue el día que le conocí, la primera vez que supe de la magia. ¿Crees que alguien como yo puede sentir pena por nadie, incluso alguien que ha sufrido como tú?

Rachel se había quedado sin habla, sorprendida de no conocer algo tan personal de él.

- ¿Y tú? -preguntó-. ¿Sientes pena por mí?

Ella negó con la cabeza.

- Admiro que hayas conseguido ser una persona cuerda y tranquila, pese a toda tu infancia. Al igual que admiro a Remus por haber sobre llevado tan bien esto. Pero no os tengo lástima, si acaso rabia porque yo no puedo controlarlo igual -confesó.

Benjy sonrió.

- Eso es. No conozco a nadie más a quien pueda contárselo sin inspirar su pena.

Ella le miró frustrada y suspiró, volviendo a caminar en círculos.

- No sé qué siento por ti, Benjy -reconoció-. Me gustaría tener muy claro qué siento por ti y qué siento por Remus pero todo es demasiado confuso.

- Te lo pondré fácil -resolvió él-. Quédate con él. Yo soy un hombre adulto, vosotros tenéis muchas cosas en común, podéis construiros una vida juntos.

- Él sabe que me pasa algo contigo.

- Niégaselo -insistió él.

- No quiero mentirle -le reconoció.

- ¿Prefieres hacerle daño? -preguntó él más duramente.

Eso le desarmó. Se dejó caer en el sofá y enterró la cabeza entre las piernas. Benjy se sentó a su lado, y la atrajo hacia él, abrazándola. Tenía mucho en qué pensar, y él tenía mucho tiempo para dedicárselo. Siempre lo tenía para ella.


Tras herirse en la pierna James había quedado excusado de acudir a la Academia durante esa semana. La verdad es que le hubiera gustado poder ocultárselo a sus padres. Al fin y al cabo, ellos no estaban de acuerdo con que se preparara para ser auror, y no sabían nada de la colaboración de James con la Orden del Fénix. Pero fue imposible ocultarles su cojera.

Desde que entró por la puerta, ayudado por Lily y por Sirius, su madre se había convertido en esa figura sobreprotectora que siempre había sido. Apenas le había dejado moverse. Cuando no estaba durmiendo en su cama, le instalaba en el sofá y le consentía en cualquier capricho que quisiese.

Y, aunque tenía que reconocer que al principio había abusado un poco, pronto comenzó a estar harto. Solo la alternante compañía de Sirius le rescataba del aburrimiento. Ni siquiera su novia se había quedado mucho tiempo a su lado.

Esa tarde su mejor amigo estaba con él en el salón, acompañándole, cuando su madre llegó revoloteando nerviosa. Frank Longbottom había llegado a visitar a uno de sus más prometedores pupilos de la Academia, según dijo. Dorea Potter estaba increíblemente excitada. La fama del auror le precedía, un joven extraordinario y sobresaliente que estaba en la cabeza del Departamento de Aurores a pesar de su juventud.

Todo el mundo conocía y admiraba a Frank Longbottom, y la fama de su mujer solo era un poco menor que la suya porque Alice se había licenciado más tarde. Sin embargo, tenía el mérito de ser una de las primeras mujeres auror, y él uno especialmente talentoso. A pesar de su temprana edad, ambos habían conseguido un gran reconocimiento laboral y social por su bien hacer durante la guerra.

- ¿Seguro que no puedo ofrecerle nada? -preguntó la anfitriona por cuarta vez.

Frank sonrió algo ruborizado.

- De verdad, señora Potter, estoy perfectamente. Solo quería acercarme para saber cómo se encuentra James.

- Estoy bien, Frank -respondió este-. Mejor de lo que indica tanto cuidado maternal.

Él se encontraba tumbado en un sofá, con una manta por encima, rodeado de cojines y con una almohada inmensa bajo la pierna. La herida estaba cerrada, aunque el dolor persistía. El medimago de San Mungo le dijo que al ser causado con unos traumatismos muggles solo las pociones calmantes y el tiempo acabarían completamente con el dolor.

Él sabía que pronto se curaría, había tenido demasiadas experiencias en caídas de escoba y esperaba que su madre pudiera rebajar su preocupación. Frank le sonrió con comprensión, como si supiese exactamente de lo que hablaba. James no conocía a la señora Longbottom pero dudaba que fuera igual de exagerada que su propia madre.

- Tienes usted una bonita casa, señora Potter -dijo Frank, observando con apreciación el lujo que le rodeaba. Sabía que la familia de James tenía dinero pero aquello era más de lo que imaginaba.

Dorea Potter sonrió orgullosa.

- Lleva perteneciendo a nuestra familia desde hace generaciones -dijo, y luego extendió la mano para acariciar el cabello de un avergonzado James-. Igual que los hombres luchadores. Espero que no se deje engañar por esta herida, James es un gran duelista. Como su padre.

Frank sonrió al ver a Sirius tratando de aguantarse la risa por el sonrojo de su amigo.

- Lo sé, señora. No soy instructor en la Academia pero sí estoy pendiente de los nuevos talentos, y sigo muy de cerca la formación de James. No esperaba menos dado la fama de su marido.

Teniendo en cuenta que los padres de James no conocían su participación en la Orden no podía decir que era el padrino y protector de James, pero teniendo en cuenta que éste era el alumno predilecto de Moody a nadie le costaría creer esa versión.

- En esta casa todos hemos seguido su carrera a través de los periódicos, señor Longbottom -le confesó Dorea-. Su madre debe estar muy orgullosa. Y muy asustada por todo lo que ha vivido a su edad.

- Mi madre no es de las que se asustan fácilmente -matizó Frank con una sonrisa irónica-. Pero sí que es muy orgullosa. Por lo que me ha dicho James, ambas comparten los mismos ideales de justicia que les lleva a aguantar la aprensión por sus hijos en favor del bien común.

Dorea, que era más sobreprotectora para su hijo que para la sociedad en general, titubeó torpemente ante la divertida mirada de James y Sirius. Jamás le admitiría a él que había protestado enérgicamente contra la decisión de sus dos hijos, el real y el postizo. Ellos lo sabían y se divertían de la situación en la que Frank, conscientemente, le había puesto.

Azorada, decidió cambiar el ritmo de la conversación.

- ¿Quiere quedarse a comer? Voy a aprovechar para preparar algo especial. Últimamente no es normal que James esté en casa para la hora de la comida, y ya no digamos Sirius, quien viene demasiado poco a vernos desde que se mudó a Londres.

- Vamos, todos los domingos estoy aquí como un reloj -protestó este-. Jamás renunciaría a tu pastel de calabaza, querida Dorea.

Ella le silenció con una mirada de advertencia ante su tono jocoso.

- Prometo que estos dos se comportarán -dijo, temiendo que se mostraran infantiles frente a un superior-. A uno no le he criado tan mal como a veces da a parecer y creo que al otro le he reformado lo mejor que he podido.

Frank se echó a reír. Estaba claro que Sirius estaba totalmente integrado en la familia Potter. Viéndole interactuar con esa familiaridad y cómo la madre de James le trataba como un hijo más sentía algo de vergüenza por la desconfianza que había sentido al principio por él. Estaba claro que el interior de Sirius tenía más que ver con los Potter que con los Black.

- Estoy seguro de que lo ha hecho lo mejor posible teniendo en cuenta lo difíciles que son estos dos. Lamento no poder quedarme, he quedado para comer con mi mujer.

El rostro de la anciana se iluminó.

- Oh, por favor, invítela a ella también. Me encantará conocerla. Su esposa es una pionera, un ejemplo para otras mujeres de su tiempo.

La sonrisa de Frank se extendió hasta un punto en que su cara parecía capaz de romperse la cara. Era de puro orgullo, pero también sintió una punzada de pena por tener que rechazar la invitación.

- Me entristece tener que declinar, pero probablemente mis padres vengan a comer, y Alice ha estado cocinando la pasta todo el día. Aceptamos su oferta para otro momento encantados, por supuesto.

- Faltaría más -respondió la mujer algo desilusionada.

- ¿Pasta casera de Alice? -preguntó a su vez un interesado Sirius, ganándose una mala mirada del marido de su madrina.

Frank temía que, una vez más, este se acoplara en su casa. Sin embargo, en cuanto la señora Potter siguió enumerando la comida que pensaba preparar a Sirius se le hizo la boca agua de manera visible. Sintiéndose a salvo, el joven auror se despidió de este, de su pupilo y de la orgullosa madre de este.

- Cuento contigo para la próxima semana, James -le dijo dándole una palmada en el brazo-. Descansa.

Cuando Dorea se retiró para acompañar a Frank a la salida, Sirius se dejó caer en el brazo del sofá donde reposaba la cabeza de su amigo.

- ¿Crees que mamá ha sospechado? -preguntó este.

- ¿De algo de la Orden? No creo -respondió-. Creo que le ha servido para creerse que en la Academia te adoran tanto que no son capaces de pasar una semana sin ti. Ahora estará preocupada de que no se te suba a la cabeza.

James se echó a reír ante ese acertado presagio. Seguro que su madre estaría ocupada de hacerle ver que la herida era una prueba de fragilidad y no de heroísmo, y que estaba tan a merced de la muerte como los demás. Pese a no conseguirlo a menudo, ella siempre había tratado de que tuviera los pies sobre la tierra.

- ¿Sabes algo de Lily? -preguntó James, que no había visto a su novia desde que le había acompañado a casa.

Sirius se encogió de hombros.

- ¿Quieres que vaya a buscarla?

- No -repuso él frunciendo el ceño-. Supongo que volverá a visitarme en cuanto tenga un hueco. Con la recaída de su madre, la boda de su hermana y todo lo demás creo que está demasiado agobiada. No quiero presionarla.

Sirius le palmeó la espalda.

- ¿No te sirvo yo? -preguntó moviendo las cejas arriba y abajo, ganándose un almohadazo por parte de su amigo.

- No vuelvas a mirarme así, Canuto. Pareces un pervertido.

Sirius soltó una carcajada que pareció un ladrido y, segundos después, se oyó cerrarse la puerta de atrás.

- ¿Esa es la risa de Sirius? -preguntó en voz alta el padre de James entrando por la puerta.

Este sonrió poniéndose en pie, y su padre postizo le dio un abrazo golpeándole con fuerza la espalda. Sirius hizo una mueca. A pesar de su edad, Charlus Potter era inusualmente fuerte.

- Llevabas demasiado tiempo sin venir, hijo. Ya pensé que tenía que ir a buscarte a Londres.

- He estado muy liado con la Academia -se excusó él.

- Sí, la Academia. Mira lo que le ha traído a James -refunfuñó el anciano señalando preocupado a su hijo.

James rodó los ojos.

- Un golpe sin importancia que estáis sobredimensionando vosotros -matizó.

- Porque has tenido suerte. Te recuerdo que han muerto cinco de tus compañeros -le contestó su padre severamente.

- ¡Charlus! ¿Dónde estabas? -le regañó de repente su mujer apareciendo de nuevo en el salón-. Si solo hubieras venido un minuto antes… ¿sabes quién ha venido de visita?

James suspiró al ver que la conversación se guiaba hacia Frank. Ya había tenido demasiadas regañinas por su elección profesional, no soportaría ni una más.


Lily se encontraba en su piso, encerrada en su habitación y rodeada de libros y calderos humeantes. Con las ventanas cerradas y las persianas abajo no se podía adivinar qué hora era y el ambiente estaba demasiado cargado para ser saludable.

Estaba algo mareada por la falta de sueño y por la mezcla de olores de las pociones, y ese día no había tenido tiempo de ducharse. Con el pelo recogido en un moño descuidado en lo alto de la cabeza y vestida con ropa deportiva muggle, la pelirroja lucía además una capa de sudor debido a la alta temperatura que había en su cuarto.

Llevaba días apenas durmiendo un par de horas, y todo lo que tenía que hacer le estaba sobrepasando. Pero esa noche había estado demasiado preocupada por James, y por la mañana había tenido su turno en San Mungo. Había llegado hacía apenas una hora y, sin detenerse a comer, se había enfrascado de nuevo en su investigación.

Hasta el fin de semana siguiente no podría volver a su casa y quizá su madre hubiera empeorado más aún. Cada vez la veía peor y las perspectivas médicas eran realmente malas. Tenía que encontrar una cura, debía haber algo en sus libros de pociones que le ayudara a crear algo que ralentizara la enfermedad de su madre.

En su momento de mayor desesperación incluso había llegado a pensar en Severus, en recurrir a él. Era, junto con el profesor Slughorn, la persona más experta en pociones que había conocido. Pero él era ahora su enemigo, se había convertido en un mortífago. No lo sabía a ciencia cierta, pero nadie había vuelto a saber de él desde que se graduaron y para ella estaba claro. Él jamás perdería su tiempo en ayudarle a salvar a su madre, una simple muggle que le había acogido en su casa sin importar que fuera el extraño hijo de una familia disfuncional.

- ¿Se puede pasar? -preguntó una voz sacándola de sus pensamientos.

Lily apartó la vista de su libro y parpadeó. Gideon estaba en la puerta, esperando a recibir su respuesta. Ni siquiera le había oído llamar.

- Claro, pasa -su padrino lo hizo y cerró la puerta tras él, observando la colección de calderos que hervían al mismo tiempo-. Lo siento, no he tenido tiempo de revisar más los documentos. Ahora acabo y me pongo a ello.

- Tranquila, tómate un respiro -dijo Gideon sentándose en su cama-. ¿Qué es todo esto?

- Un intento de investigación -suspiró ella-. Es un rollo personal.

- Ya veo -comentó él pensativo-. ¿Va todo bien, Lily?

Ella dejó de remover uno de los calderos y le miró, apartándose el pelo de la cara.

- Solo estoy un poco estresada. Pero me alegro que hayas venido, quiero disculparme.

- ¿Ah, sí? -preguntó él apartándose el pelo de la cara.

- Ya sabes que sí. El otro día te prejuzgué. Vi a Grace en tu piso, en una posición vulnerable y me dejé llevar por suposiciones erróneas. Lo que hagas con tu vida no tiene que servirme para que yo presuponga cosas así de ti.

Gideon se encogió de hombros.

- A decir verdad, no me extraña que pensaras lo que pensaste, teniendo en cuenta mi fama. Solamente mi hermano me conoce lo suficiente para saber mis límites, y hasta él se vio sobrepasado por la situación.

- No es excusa, Gideon. Sé que eres un ligón incorregible, pero yo ya sabía que eres un tipo decente, incapaz de aprovecharte de la vulnerabilidad de una mujer. Debí haberte escuchado antes de acusarte de algo así y te pido perdón por no hacerlo.

- Bueno, disculpas aceptadas.

- Te prometo que no volverá a ocurrir.

- Gracias, pelirroja -sonrió su padrino, guiñándole un ojo y retomado su coquetería habitual-. Por eso eres mi chica preferida. Tu amiga será todo lo sexy que quiera para los chicos de vuestra edad pero, créeme, tú mereces mucho más la pena. Lista, encantadora, guapa…

- No empieces -le cortó Lily mirándole de reojo y poniéndose colorada sin poder evitarlo.

- Vale.

Divertido y relajado de nuevo, Gideon se recostó en la cama, observando la decoración en la habitación de Lily. Estaba algo desordenada por el uso de calderos y libros, pero el resto estaba todo muy bien clasificado.

- ¿Cómo está tu novio? -preguntó mirando una foto que había en la cómoda, en la que aparecían ella y James en una escoba. Mientras Lily se sujetaba a su cuello con algo de aprensión, James se reía, hacía piruetas y cuando ella parecía enfadarse la besaba para callarle.

Lily no le miró ni a él ni a la foto. Estaba demasiado ocupada espolvoreando encima de un caldero y contando las vueltas con las que removía el contenido.

- Creo que bien -respondió-. No he vuelto a verle desde anoche, que le dejé en su casa. Pero los sanadores han dicho que se recuperará pronto. No parece más grave que los traumatismos que se hacía jugando al quidditch en el colegio.

Gideon la miró y se fijó en las ojeras bajo sus ojos.

- Deberías ir a verle. Hoy. Ya mismo. Deja lo que estés haciendo y vete a verle. Ayer estabas casi enferma de preocupación.

Lily suspiró.

- Mira, afortunadamente James está a salvo. Ahora tengo que acabar esto, no puedo explicártelo pero es importante. En cuanto a los documentos…

- Olvida los documentos, ya me encargo yo de esto -propuso tomando la carpeta de pergaminos del escritorio-. Pero deberías tomarte un respiro, Lily. Sal de este cuarto, respira un poco de aire puro y vete a visitar al cuatro ojos. Lo agradecerá.

Ella le sonrió con dulzura.

- Gracias por preocuparte, Gideon, de verdad. Pero tengo demasiadas cosas en la cabeza. James lo entenderá.

Gideon hizo una mueca.

- Tú sabrás lo que haces, pelirroja. Pero lo digo por ti. Llevo aquí cinco minutos y ya estoy mareado. Esto no puede ser sano.

Lily olvidó mirarle mientras contada de forma regresiva y cambiaba la dirección en la que removía el caldero. Gideon suspiró, pegó la carpeta a su pecho y la dejó allí concentrada.

Cuando salió del cuarto de Lily, Gideon se encontró a Grace pintándose las uñas de los pies en uno de los sofás mientras tarareaba o, más bien, estropeaba, la canción 'Magic words'. Divertido, se detuvo a observarla.

- Bonita forma de pasar un lunes por la tarde -dijo.

Grace es encogió de hombros.

- No tengo trabajos de la universidad y Marlene está demasiado ocupada con tu hermano para buscarme tarea para la Orden. En algo tendré que matar el tiempo, ¿no crees?

Gideon sonrió como todo un depredador y se acercó al sofá. Grace se tensó en cuanto reconoció su actitud habitual.

- Digo yo, rubia, que si no tienes nada que hacer podríamos acabar lo que viniste a buscar el otro día a mi casa. ¿O ahora que se te ha pasado la borrachera y el despecho ya no quieres?

Grace frunció el ceño y apartó la mano que él había colocado en el respaldo, justo al lado de su cabeza.

- ¿Cuánto más tiempo vas a burlarte de mí por eso? -le preguntó molesta.

Él se echó a reír.

- Solo hasta que me deje de parecer gracioso. Si solo yo fuera tan peligroso como dicen las malas lenguas, ahora estarías muy arrepentida.

- Ya estoy arrepentida por haberme cruzado en tu camino -le bufó molesta, sabiendo que tendría que aceptar sus bromas durante bastante tiempo.

Gideon se apartó.

- No seas tonta, Grace, y vuelve con él -le dijo seriamente.

- Métete en tus asuntos -le espetó molesta.

Él se rió una vez más, pero la dejó por imposible. Esa chica era demasiado orgullosa. Se despidió sin darle más vueltas y se dirigió a la salida. Acababa de cerrar la puerta del apartamento cuando escuchó pasos subiendo por la escalera del pasillo.

Segundos después, Sirius llegó a la planta y se congeló al verle allí.

- Gideon -dijo extrañado.

Éste no supo si identificarlo como un saludo o como una constatación de su presencia, pero le sonrió amigablemente. Daba por zanjado el altercado del otro día. Sirius solo había escuchado la versión de Lily y había actuado en consecuencia. No podía culparle. Si hubiera sido verdad aquello de lo que le acusaban se merecería esos golpes y más. Además, siempre le había caído bien Sirius.

- ¿Qué tal, Sirius? ¿Vienes a ver a la rubia?

Él pareció incómodo y Gideon pensó que quizá no debería haberse metido donde no le llamaban.

- En realidad, vengo a buscar a Lily. James está en su casa sin poder salir, y está preocupado porque ella no ha dado señales de vida.

- Pues está en su cuarto dejándose las cejas entre calderos -le informó-. A ver si tú puedes sacarla de allí.

Sirius asintió pensativo y ambos miraron a la puerta cerrada del apartamento.

- Así que Grace también está en casa, ¿no? -preguntó, dándose cuenta de que no había pensado en ella.

Gideon asintió con la cabeza.

- Ella también está muy ocupada -respondió muy divertido, aunque Sirius no captó el motivo. Seguramente estaba bastante nervioso con la perspectiva de encontrarse a su ex. Eso le sacaba de quicio-. ¿Seguís como el gato y el ratón?

Sirius le miró seriamente e hizo una mueca.

- Veo que nuestros problemas son públicos.

- No es como si se pudieran guardar muchos secretos en la Orden, y si encima le sumas el numerito que montamos el otro día…

- Me dijo que fue a tu casa -le cortó el más joven-. Me confesó que pretendía…

- Sirius, no pasó nada entre nosotros -le cortó Gideon viéndole por donde iba.

Este asintió.

- Lo sé, pero ella sí quería que pasara. Al menos entonces, por venganza. ¿Te contó lo que había pasado entre nosotros?

Gideon compuso una divertida sonrisa.

- Entre las lágrimas y la borrachera llegué a hacerme una idea aproximada. Estabais enrollándoos en tu casa y encontró las bragas de Emmeline en tu sofá.

- No eran de Emmeline -matizó Sirius.

- De quién sean -respondió Gideon sin darle importancia-. Solo digo que ella se marchó a París y vosotros no estabais juntos. Podías haber forrado tu apartamento de las bragas de otras tías y no tendría nada que reprocharte.

Sirius se apoyó en la pared suspirando.

- Para una tía con la que me enrollo, me descubre. Esto es digno de un pringado.

Gideon no daba crédito.

- Espera, ¿me estás diciendo que llevas a palo seco desde que ella se marchó?

Sirius se hubiera sonrojado si fuera de esa clase de tíos, pero sí que gruñó por lo incómodo de la situación. No debería haber dicho nada. A Gideon no le importaba su vida y él no tenía que darle explicaciones a nadie.

Gideon silbó impresionado.

- No lo entiendo -confesó-. Yo a tu edad me las llevaba a pares y, créeme que no me gusta reconocer esto, pero no tenía tu físico.

Sirius se echó a reír.

- Yo también tuve mi época en Hogwarts -le dijo recordando su sexto año en Hogwarts hasta que comenzó a salir seriamente con Kate-. Pero cuando conoces a la chica especial...

- ¿No tuviste otra novia seria aparte de ella? -le preguntó Gideon como si no entendiera que con sus posibilidades hubiera perdido el tiempo en tener dos novias serias.

- Sí, Kate -respondió Sirius perdiendo la sonrisa. Recordar a Kate le traía amargos recuerdos y grandes remordimientos-. La verdad es que ella también era especial. No se parecía en nada a Grace, pero también lo era…

Se aclaró la garganta, ahuyentando la tristeza, y compuso su habitual sonrisa para mostrar su faceta descarada.

- Pero entre ellas dos te aseguro que me lo pasé muy bien -insistió con tono jocoso.

Gideon se rió y le palmeó la espalda con camaradería.

- Hazme caso. Eras un crío y no has vivido nada. Cuantas más mujeres conozcas, mejor podrás juzgar. Esa rubia es demasiado orgullosa. Déjame sacarte al mundo real y vas a ver lo que te estás perdiendo.

Sirius le sonrió mientras negaba con la cabeza.

- En serio tío, quiero recuperarla y esta vez no voy a cagarla.

- ¿Y vas a seguir a dos velas mientras ella se decide? No me parece justo -le reprendió Gideon escandalizado.

Sirius se sintió incómodo por haber confesado algo así. Conociendo a Gideon a partir de ahora se burlaría continuamente de él por eso.

- No veo que ella esté decidiéndose con otro -le respondió.

Gideon le dio un empujón amistoso.

- Tío, te queda mucho por aprender. Tú y yo nos vamos a ir un día de fiesta. Te aseguro que después del mundo que te voy a mostrar no vas a seguir viéndola tan especial.

Sirius se echó a reír, pero no insistió más. Gideon era de ideas fijas y parecía convencido de que necesitaba de sus valiosos consejos y su amplia experiencia. No creía que se pudiera librar de ese plan y, pensándolo bien, quizá no quería librarse de ello. Sus tres amigos tenían novia y él también se merecía una buena juerga.

- Ya veremos -dijo, y Gideon le dio una palmada en el hombro como despedida.

Cuando Sirius se quedó solo en el rellano llamó a la puerta. Afortunadamente Gideon ya le había preparado para encontrarse la voz de Grace al otro lado, pidiéndole identificarse.

- ¿Sirius? -preguntó ella extrañada de reconocer su voz mientras abría la puerta-. ¿Está todo bien?

- Sí -respondió él pasando dentro del piso-. Solo venía a ver a Lily. No ha ido a ver a James desde que le acompañamos a su casa, y él está preocupado.

Grace hizo una mueca.

- Ha llegado hace un rato y se ha encerrado en su habitación. Me ha pedido que no la moleste, y ni siquiera ha querido comer.

Sirius se empezó a preocupar de verdad.

- ¿Sabes por qué está así?

- Lleva semanas así -respondió ella encogiéndose de hombros-. Creo que intenta abarcar demasiadas cosas y lo de su madre… En fin, sé que ha recaído, pero no quiere contarme nada. Está muy cerrada en sí misma y eso me preocupa. Lily no es así, siempre me lo ha contado todo.

- Quizá debería intentar hablar con ella -pensó Sirius en voz alta.

Grace iba a recordarle que a ella no le había contado nada, pero también recordó que desde hacía un año Sirius y Lily tenían una amistad que era bastante fuerte. Se forjó cuando ella y James estuvieron heridos, especialmente cuando éste fue secuestrado, y desde entonces se notaba que ambos confiaban ciegamente el uno en el otro. Quizá con Sirius sí se abriría.

Asintió con la cabeza y le indicó con la barbilla el camino a la habitación de Lily. Él sonrió y se dirigió allí, aunque se detuvo a los pocos pasos, frunciendo el ceño.

- Grace, hay algo que quiero preguntarte. ¿Has vuelto a saber algo de Regulus?

Aquello la desconcertó. No había pensado en el hermano pequeño de Sirius en los últimos dos días.

- No -contestó preocupada-. ¿Te dijo algo cuando se marchó?

- Cuando salí detrás de ti esa noche lo dejé solo en casa. Cuando volví, ya no estaba y solo me encontré una nota diciéndome que no podía quedarse, que no era seguro.

Grace le miró aún más preocupada.

- Pero si aún no podía moverse. Estaba demasiado herido.

- Por eso estoy preocupado -respondió él-. No sé dónde ni cómo puede estar. Si ha vuelto entre ellos puede que esta vez le acaben matando…

- No digas eso -le cortó ella-. Estará bien. Es un chico con recursos, y sabe que puede contar con nosotros si algo llega a ocurrirle.

- Quizá no llegue a tiempo una segunda vez -se temió su hermano sin poder evitar un tirón en el estómago debido a la preocupación.


- Ni se te ocurra decir nada mientras él habla. No le mires a los ojos, no te muevas si puedes evitarlo, y procura hacerte invisible. No estoy contento de cargar contigo, pero si pasas esta prueba sin cagarla puede que no me arrepienta de estar jugándomela por tu culpa.

Regulus llevaba rato sin escuchar la perorata de Lucius. Comenzaba a arrepentirse de haberle pedido ayuda a Narcissa, aunque al menos ella había sido lo suficientemente discreta como para hacerle creer a su marido que su presión venía por iniciativa propia.

Ella simplemente había hecho ver que se interesaba por la situación de su primo dentro de la organización, y había convencido a Malfoy de actuar en su favor. Cómo lo había logrado, él prefería no pensarlo. Prefería no tener detalles de la vida privada de Narcissa y su esposo.

Así que a regañadientes Lucius había decidido acogerle e introducirle dentro del círculo más íntimo de Voldemort. No había sido muy difícil teniendo en cuenta que Rodolphus y Bellatrix estaban a prueba después de la aventura en casa de los Bones y que las bajas recientes habían obligado a reestructurar la organización.

Él podía acudir a las reuniones si no metía la pata y estaba convenientemente callado. Eso, al menos, le había dicho Lucius. Sin embargo, así no llamaría la atención del Señor Tenebroso. Él creía saber cómo podía impresionarle, hacerse notar. Y le daba igual que al marido de su prima no le gustase que le robase la atención.

Rodó los ojos y le siguió en silencio hasta la sala donde se celebraba la reunión. Bella y su marido participaban en ella, aunque percibió que estaban algo acobardados, cosa que le sorprendió porque la paliza que habían recibido por lo ocurrido con los Bones había sido hacía varios días. También había otra decena de mortífagos, la mayoría bastante mayores en edad que sus familiares.

- Sabéis por qué os he reunido -dijo Voldemort pocos minutos después, llenando la habitación con su presencia y provocando un gran silencio a su alrededor-. Con Imelda Follet muerta, el acceso a Barty Crouch está más despejado. Estamos en el momento decisivo de hacernos con el control del Ministerio de Magia. Sin embargo, Bella y Rodolphus me han informado de otro error por su parte.

Su voz filosa atravesó el silencio y Rodolphus se estremeció visiblemente. Bellatrix se limitó a agachar la vista avergonzada y arrepentinda.

- Resulta que han perdido la pista de los Tinker. Al parecer, el Ministerio ha debido descubrir que los teníamos controlados y les ha quitado de en medio. Ignoro si los han encarcelado o los han liberados del imperius y les han escondido, pero el caso es que ya no contamos con ellos a pesar de que era obligación de los Lestrange tenerlos vigilados.

Los Tinker eran los vecinos de Barty Crouch, una familia cercana a la que habían sometido convenientemente semanas atrás, y que sería su acceso al recientemente nombrado director de Seguridad Mágica ahora que estaba más vulnerable por la falta de su mano derecha. Sin ellos, acabar con él sería más difícil.

- Hay que encontrar alguien más del entorno de Crouch que nos pueda introducir -murmuró Voldemort pensativamente-. Y eso se complica cuando han cerrado filas en torno a los funcionarios del Ministerio y nosotros acabamos de sufrir la pérdida de gran parte de nuestro laboratorio de pociones. ¿Alguna sugerencia?

- Mi señor, tenemos al chico nuevo trabajando en las pociones -se adelantó Evan Rosier inclinándose sobre la mesa.

Precisamente otro que necesitaba congratularse con él. Había sido el que había dirigido la expedición a casa de los Bones, recordó Regulus con asco, pero manteniendo el rostro neutro.

- ¿Y eso debería tranquilizarme? -preguntó Voldemort indiferente.

- Yo personalmente le escogí, señor -intervino Malfoy ansioso-. Conozco bien a Snape, sé que hará un gran trabajo. Fue él quien nos proporcionó la poción que nos guio hacia las cajas elementales.

Apenas había pronunciado las palabras, pero se arrepintió al instante. El fracaso con las cajas elementales había enfurecido especialmente a su señor, que había rozado la victoria absoluta con los dedos para que unos críos se la arrebataran. Desde entonces, Voldemort estaba obsesionado por James Potter y Lily Evans.

- Sí, le recuerdo -dijo este con voz filosa, recordándole a Malfoy en silencio que no había sido capaces de fichar a esos dos jóvenes cuando se lo pidió. Sin embargo, apartó la mirada y siguió caminando, centrado en su problema actual-. ¿Y cuándo podrá restaurar mi laboratorio?

- Las pérdidas han sido importantes y ahora hemos tenido que buscar otras fuentes de financiación de ingredientes ilegales…

- ¿Cuándo? -le interrumpió.

- Quizá podemos incluir más hombres en los laboratorios para agilizar el proceso -propuso Avery padre solícito.

Voldemort se detuvo y dio un golpe seco contra la mesa.

- ¿Y descuadrar mi batallón? -gruñó-. ¿No tengo ya a suficientes hombres jugando a las cocinitas en vez de luchando de verdad?

Regulus sentía el corazón con lo boca y, por supuesto, temía su ira. Pero sabía que ese era su momento, su oportunidad.

- ¿No podríamos idear otros métodos que no incluyan necesariamente las pociones y los imperius? -preguntó con la voz más segura que pudo encontrar.

Voldemort se giró y le miró por primera vez. Parecía que se acababa de dar cuenta de su presencia.

- ¿Y tú eres? -preguntó.

No parecía especialmente enfadado, por lo que se envalentonó.

- Regulus Black, señor -respondió.

- ¿Y qué propones como alternativa, Regulus Black?

- Yo… -titubeó-. Bueno señor, he pensado que quizá podríamos intentar reclutar más abyectos convenciéndoles, y no hechizándolos o drogándoles. Nos aseguraríamos más fidelidad y sería más difícil que el Ministerio los descubriera al no seguir los patronus del Imperius.

- Convenciéndolos, ¿cómo no nos habíamos dado cuenta? -se burló Rosier ganándose un coro de risas a lo largo de la mesa.

Sin embargo, Voldemort estaba serio, analizando a Regulus con la mirada.

- ¿Cómo propones lograr eso? -preguntó enarcando las cejas.

Regulus trató de parecer relajado y seguro de sí mismo cuando sonrió con petulancia.

- Estoy seguro de que usted mejor que nadie sabe apreciar el poder de la sugestión. Por miedo o por conseguir privilegios muchos magos y brujas se unirían a la causa. Y no solo ellos. Muchas criaturas también. ¿Por qué seguir buscando una poción para controlar la voluntad de los gigantes, si podemos convencerles de unirse a nosotros voluntariamente? Son criaturas perseguidas y marginadas, al igual que los licántropos, los vampiros o las banshees. Prometiéndoles un futuro mejor nos ganaríamos su fidelidad en nuestro bando.

- ¿Crees que quiero obtener poder para darles un futuro mejor a las criaturas inferiores, chico? -preguntó Voldemort irónicamente, componiendo una sonrisa de burla y ganándose unas risas despectivas de los demás.

Regulus elevó una ceja al estilo Black.

- No he hablado en ningún momento de darles un futuro mejor, señor. Solo de prometérselo.

Su señor sonrió lentamente hasta soltar una carcajada. Los demás le siguieron tímidos e inseguros, sin saber cuál sería su próximo movimiento. Regulus le miró seriamente sin saber anticiparse.

- Interesante propuesta -reveló Voldemort, que se volvió hacia Bellatrix-. ¿Este es tu primo, Bella?

- Sí, señor. Yo misma le inicié el año pasado -se apresuró a decir ella al verle contento por el nuevo fichaje.

Pero Malfoy no iba a permitir que le robara el mérito.

- Y primo de mi esposa también, mi Lord -intervino-. Narcissa y yo creímos que le encontraría útil.

Voldemort parecía divertido por esas disputas de poder. Regulus lo apreció y se puso rígido de nuevo cuando volvió a mirarle.

- Me gusta tu enfoque. ¿Por qué no me acompañas en la cena, Regulus Black? Quiero saber qué más ideas tienes.

Él sonrió. Voldemort le ponía la piel de gallina y se sentía inquieto e inseguro a su lado, teniendo que forzar sus barreras mentales al máximo para que no traspasara su oclumancia. Pero necesitaba impresionarle, convertirse en alguien importante. Y había hecho un buen inicio esa noche.


El director Dumbledore estaba en su despacho en Hogwarts. Raro en él, ese lunes lo había pasado en el colegio y los alumnos le habían visto en cada una de las comidas. En los últimos tiempos no era algo habitual, lo que daba muestra de que las cosas esos días estaban algo más calmadas.

O al menos eso parecía. El director había paseado bastante por su circular despacho durante la pasada hora, y también había revisado varias veces la carta que estaba encima de su escritorio. Finalmente, cuando la chimenea lanzó las primeras chispas azules, se sentó frente a la mesa y fingió estar inmerso en la lectura de varios pergaminos.

Así se le encontró el recién llegado cuando apareció en su despacho tras viajar por la Red Flu. Dumbledore no perdió de vista al hombre de reojo, pero exteriormente tardó hasta dos segundos en dejar los papeles y dirigirse a él con una sonrisa educada.

- Pryce, pase. Buenas tardes -dijo levantándose y estrechando la mano del hombre.

- Buenas tardes, Dumbledore. Le agradezco que me haya recibido.

El recién llegado era incluso más alto que él y bastante más corpulento. Vestido con un elegante sombrero y una túnica a rayas blancas y negras, se sentó en la silla que le indicó el anciano. Era más joven que Dumbledore, pero su cabello ya estaba cano y había perdido bastante en la parte superior de la cabeza.

- Es un placer, por supuesto -respondió Dumbledore cruzando el escritorio y sentándose frente a él-. Me sorprendió recibir su carta, sinceramente.

Pryce sonrió con cortesía y, tal vez, un poco de ironía.

- Pensé que ya era tiempo de poner las cartas sobre la mesa. Dado el rumbo que están tomando los acontecimientos, creo que debemos dejar de andarnos por las ramas. ¿No le parece?

- ¿Qué quiere decir? -preguntó el director de Hogwarts a la defensiva.

- Quiero decir, Dumbledore, que usted sabe que yo sé más de lo que aparento y yo, sin duda, sé que usted está detrás de más cosas de las que parece.

Aquello parecía un ataque o una acusación, pero la expresión de Pryce permanecía aún tranquila. Sin saber cuánto había averiguado, Dumbledore decidió hacerse el desentendido.

- Jamás le he tenido por ignorante. Y creo que usted a mí tampoco. Pero no sé a qué se refiere con estar detrás de nada.

- ¿Cómo le están yendo las cosas a mi querida Grace? -preguntó el hombre de golpe.

Dumbledore se tensó, sin saber qué esperar. Si Pryce hubiera sido un peligro para Grace, le habría hecho daño mientras ella estuvo en París, más a su merced que nunca. Sin embargo, siempre pareció protegerla. Quizá solamente estaba furioso por haber sido utilizado sin saberlo. Lo que estaba claro es que ese hombre sabía más de lo que creía en un primer momento.

- Veo que prefiere ir directo al grano -repuso.

- Creo que he sido bastante paciente, teniendo en cuenta que la hija de un viejo amigo acudió a mí con engaños a instancias suyas.

Dumbledore sonrió levemente.

- Supongo que convendría disculparme por mi falta de confianza. Pero yo no sabía si podía confiar en usted, y es difícil averiguar qué posición ocupa cada uno en esta guerra.

- ¿Qué quiere decir? -preguntó Pryce frunciendo el ceño.

- Quiero decir que usted, como aristócrata y diplomático de nuestro Ministerio, está rodeado de personas muy interesadas en que Voldemort gane el poder. No estaba seguro de que fuera de fiar -le respondió con calma.

- Supongo que es cierto -aceptó este sin enfadarse-. Pero no me gusta la idea de que utilizara a Grace para introducirse entre mis amistades. Como usted dice, hay personas peligrosas entre ellas y no me gusta la idea de que esa chica haya corrido peligro.

- Grace sabe lo que se hace -la defendió el anciano.

- Sé que es una chica con recursos, pero aún es muy joven. Si en el tiempo en que estuvo en París investigando yo averigüé sus intenciones, nada impide que no lo hubieran hecho otros.

Por primera vez Dumbledore dejó escapar una expresión preocupada. Aquello parecía una advertencia.

- ¿Y algún otro la descubrió? ¿Ha venido a decirme que la chica está en peligro?

De ser así, debía disponer cuanto antes una protección para ella. No había estado contento de enviar a alguien tan joven como Grace Sandler para ser su espía personal, pero era la única que se había presentado voluntaria y había tenido una buena excusa para introducirse sin levantar sospechas entre la aristocracia mágica francesa.

- No. No he oído nada al respecto, aunque me gustaría que mantuviera un ojo sobre ella -respondió el hombre sin ocultar su preocupación. Dumbledore asintió con un movimiento distraído-. No, como he dicho, he venido a poner las cartas sobre la mesa.

Albus Dumbledore encuadró los hombros y puso ambas manos sobre la mesa.

- Usted dirá.

- Se está gestando algo en Francia -confesó Pryce-. Algo gordo de verdad. El objetivo de Le Brun y los demás para coronar a Saloth está teniendo demasiado éxito entre los magos y brujas humildes. Están comenzando a creer que es el que resolverá la corrupción en la que está inmerso el Ministerio de Magia. Pero hay otro sector que no quiere ni puede permitirse una guerra como la que está teniendo lugar aquí. Y aunque Saloth tenga otros recursos, su política nos llevará a lo mismo. Muerte, destrucción y enfrentamientos. Lo que es un hecho es que no pueden pretender acabar con esta corrupción apoyando a un radical que está aupado por los mismos que actualmente ostentan el poder, que son los que ejercen esa corrupción y que se empeñan en culpar a los muggles de lo que ellos han hecho mal.

- Por supuesto que estoy de acuerdo con tu análisis pero no entiendo a dónde… -insistió el director, que fue interrumpido.

- Hay organizado un plan para acabar con la vida de Saloth -declaró Pryce yendo al grano de todo-. También se está planeando la muerte de aquellos que quieran protegerle.

Dumbledore no sabía por qué le estaba confesando esa maquinación, qué esperaba de él exactamente.

- Sabe que no soy defensor de la violencia gratuita, sobre todo cuando se corre el riesgo de crear mártires. Pero no sé qué quiere de mí -le confesó.

Saloth podría no haber matado a nadie con sus manos, pero no dudaría en hacerlo por conseguir lo que quería. Su visión de la magia era la misma que la de Voldemort, y eso incluía asesinar y someter a muggles y magos hijos de muggles.

- No se lo cuento por eso -insistió Pryce inclinándose hacia él-. Aunque valoro su opinión, yo también creo que deben cuidarse de hacer de él un mártir. En cualquier caso, una vez muerto Saloth, este sector podría estar interesado en colaborar con Inglaterra para que las ideas de Quién Usted Sabe no vuelvan a extenderse. Quizá le interese contar con colaboradores importantes.

Comprendida la cuestión, Dumbledore asintió, mirando los ojos sinceros de Pryce, que le revelaban incluso más de lo que había dicho en voz alta. Todo era cierto.

- Podría ser interesante. Teniendo en cuenta que la mayor parte de la élite económica de este país está con él, no puedo rechazar un apoyo así -admitió.

Pryce frunció el ceño ante su confesión de debilidad.

- Creía entender que está haciendo un buen trabajo oponiéndose a él.

- Desde nuestra organización hacemos lo que podemos -le respondió el comandante de la Órden del Fénix-. Somos un número muy reducido y apenas podemos saber quién queda sin corromper en el Ministerio. El año pasado conseguimos frenar un plan para crear un ejército de inferis gracias al trabajo de algunos de los míos, pero por cada laboratorio que desarticulamos, Voldemort crea tres.

- Entonces, ¿consideraría la ayuda que le ofrezco?

- Quiero contar con ella, pero la prudencia me invita a ser cauto hasta que usted me de más detalles, Pryce.

Aclarados los puntos, éste sonrió y se dispuso a explicarle detalles a detalle lo que estaba por venir en el país vecino y que podría suponer un apoyo indirecto a su propia causa.


Esa tarde, la aburrida vida de James se vio interrumpida por una visita de altura que llegó para hacerle compañía.

- ¡Remus! ¡Cuánto me alegro de verte! -exclamó James desde su sofá, al ver entrar a su amigo.

Lupin sonrió a la elfina que le había abierto la puerta y se acercó a su amigo, que apreció su cara de cansancio cuando le invitó a sentarse junto a él.

- Perdona por no haber venido antes, Cornamenta, pero he trabajado esta mañana -se excusó, tomando asiento en el sillón de al lado.

Observó la gran cantidad de cojines que, seguro, había puesto la madre de su amigo alrededor de él, y también toda la comida que le rodeaba. James solía comer muchísimo cuando se aburría. Tenía suerte de tener una gran genética, sino hubiera superado los kilos de Peter de lejos con esas comilonas que se pegaba cuando no podía hacer ejercicio para soltar la gran adrenalina que le recorría el cuerpo. Lo cual sucedía varias veces cada curso, al caerse de la escoba en los partidos de quidditch.

- ¿Dónde te metiste anoche? -preguntó James-. Rachel y tú desaparecisteis después de la reunión.

Remus suspiró, molesto porque el tema saliera tan pronto. Estaba tratando de evitarlo, igual que trataba de no pensar en lo que estuviera haciendo su novia en ese momento.

- Bueno…

- Oye, mi madre está en la cocina -le interrumpió James desprendiendo por los poros la energía que no podía gastar desde ese sofá, y sin darse cuenta del titubeo de su amigo-. Trata de hablar con ella y dile que rebaje un poco con los cuidados, que parece que haya estado al borde de la muerte.

Remus miró a su amigo con paciencia, aunque internamente agradecido por haber cambiado de tema.

- Nos has dado un buen susto, James -le explicó-. Y en la Academia te han dado una semana libre, así que no creo que haya sido por nada.

- Sí, pero mira cómo la herida está casi cerrada -le contestó James subiéndose la pernera del pantalón y mostrándole una pierna sana, apenas con una herida debajo de la rodilla-. Díselo a mi madre, que a ti te escuchará.

Su amigo negó con la cabeza.

- No voy a decirle nada, tiene derecho a estar preocupada.

James bufó mirándole con censura.

- Pues sí que estás borde hoy -le acusó-. Dile a Rachel que te baje un poco los humos, a ver si te relajas.

Remus volvió a tensarse mientras suspiraba. Esta vez James sí lo vio. Aunque era distraído, solía captar bastante bien cuando sus amigos estaban mal. Y Remus parecía tenso con solo nombrar a Rachel. Preocupado, dejó de lado la energía acumulada y miró con cuidado a su amigo.

- Lunático, ¿pasa algo? -preguntó.

- No, nada importante -negó éste con la cabeza, quitando las arrugas de su túnica y evitando con bastante acierto sus ojos.

James frunció el ceño. Le conocía perfectamente. Remus solía hacerse el desentendido cuando algo le afectaba de verdad. Ponía su máscara de neutralidad y aburrimiento y solía engañar a casi todo el mundo. Pero no a él.

- Ey, soy yo -le recordó-. ¿Te ha ocurrido algo con Rachel?

Remus abrió la boca, pero volver a negarlo, pero una nueva mirada a James le hizo titubear. Llevaba tanto tiempo callándoselo… A él no le gustaba expresar sus sentimientos y debilidades, pero llevaba demasiadas semanas lidiando con ello solo. Y era James quien estaba frente a él, probablemente el amigo en el que más confiaba.

Inquieto, se levantó y dio un par de paseos por la habitación, ante la atenta mirada de James que, raro en él, se mantuvo callado y expectante. Finalmente, volvió a sentarse y le miró seriamente.

- Está enamorada de otro tío -confesó.

- ¿Qué?

James le había oído perfectamente, pero parecía estupefacto, como si hubiera habido un error de comunicación o hablaran en idiomas diferentes. Remus sonrió con tristeza.

- Lo que oyes. Me lo confesó hace un tiempo, pero ayer averigüé quién es. Ahora mismo está con él.

- Espera, ¿qué? -insistió James incorporándose-. ¿Cómo que está con él? ¿Quién es ese tipo?

Remus suspiró.

- James, te lo pido por favor. No vayas a decirles nada a los demás. Bastante mal me siento yo como para que todo el mundo me tenga lástima.

Su amigo parpadeó, confuso. Remus tuvo la extraña tentación de reíse al ver su cara, al escucharse a sí mismo decirlo en voz alta. Era absurdo que eso estuviera pasando de verdad. Le daba la sensación de que la vida que estaba viviendo era de otro.

- Pero, no entiendo -dijo James después de unos segundos procesando la información-. ¿Me estás hablando en serio?

- Por desgracia -murmuró él.

Y, ya que se había lanzando a la piscina, procedió a contarle todo a su amigo. Cómo había sido ese año junto a su novia, aunque James ya había sido testigo de varios desplantes de Rachel desde que había sido mordida. También le relató cómo ella le confesó que creía sentir algo por otro tío durante su transformación, cómo estuvieron días conviviendo sin hablar del tema (o de nada en absoluto), y cómo su convivencia había dado un giro cuando atacaron a Gis, y Rachel había iniciado entonces una relación más basada en el sexo que en el diálogo y en la que él se había dejado utilizar pensando que sería la solución a sus problemas. Por último, le contó la reacción de ella el día anterior, cuando Benjy fue herido.

- ¿Benjy? ¿Benjy Fenwick? ¿Estás seguro? -preguntó James sin dar crédito.

- Vi la cara de ella ayer, cuando le hirieron -explicó él-. Estuvo toda la noche alterada y casi sale corriendo a San Mungo cuando Dumbledore dijo que estaba allí. Solo se frenó para mirarme con culpabilidad. Ahí me lo confirmó.

- ¿Y tú le dijiste que fuera? -insistió James mirándole con incredulidad.

Remus se encogió de hombros.

- ¿Qué querías que hiciera?

James abrió los ojos como platos.

- ¿Cómo que qué…? ¡Remus! ¿Se puede saber qué pasa contigo?

- ¿Qué quieres decir? -preguntó él a la defensiva.

- Llevas un año dejando que te pisotee. Te ha tratado como un felpudo y ahora sales con estas. ¿Qué va a ser lo siguiente? ¿Cederles tu cama para que echen un polvo?

Remus se irguió, enfadado por su brusquedad.

- No te pases, solo digo…

- Tendrías que estar furioso con ella -le interrumpió su amigo-. ¡Te está haciendo quedar como un pelele! Lleva un año haciéndote sentir culpable por lo que le ocurrió, cuando la verdad es que no estaría viva de no ser por ti. Te ha despreciado durante todo este tiempo y encima te soltó lo que sentía por otro tío justo en medio de una transformación, consiguiendo que te hicieras más daño aún. Luego te ha estado manipulando con sexo para que siguieras con ella mientras se sentía culpable por haber ignorado a Gis y ahora sale corriendo a buscarle a él. ¿Y tú le das el camino libre? ¿Te queda un poco de dignidad?

Remus se puso de pie.

- ¡Te estás pasando, James! He confiado en ti porque pensé…

- ¿Qué? ¿Qué te escucharía y lloraríamos juntitos? -dijo su amigo con dureza-. Haber buscando a Lily para eso. Los chicos y yo no apoyaremos esa actitud en ti jamás. Ni siquiera Grace lo haría. Porque el Remus que conocemos es más valiente que este pusilánime que tengo delante. Ahora eres un cobarde que evita arriesgarse y hacerse respetar. ¿Cuánto más vas a degradarte por esa tía? ¿Te das cuenta de lo ridículo que te…?

- ¿Cómo te atreves? -le interrumpió de golpe Remus de golpe, levantando la voz y aprentando los puños para evitar hacer algo con las manos de lo que después se arrepentiría, como utilizar la varita-. ¡Se acabó! Bastante mal me siento como para que tú me hagas sentir peor. Y yo que venía a verte preocupado…

Agitó la cabeza, con ganas de darle un puñetazo a su amigo, pero realmente con más ganas de pegarse a sí mismo. Porque James no le estaba diciendo ninguna mentira, sino que las verdades dolían más que ninguna otra cosa.

Sin poder soportarlo más cruzó la estancia y se dirigió a la salida sin despedirse.

- Remus -escuchó la voz de James cuando tocó el pomo de la puerta, pero fingió no oírle y salió de allí dando un portazo.

James suspiró, recargando la cabeza contra el sofá. Lily le pegaría si hubiera visto lo brusco que había sido con Remus, en un momento en que lo estaba pasando tan mal. Pero era su amigo y lo conocía bien. Sabía que tendía a autocompadecerse y a cerrarse en sí mismo. Y ese problema no podía evitarlo más. Tenía que enfrentar a Rachel, y solo lo haría si dejaba salir su enfado de verdad.

Se prometió a sí mismo que iría a verle tan pronto como le dejaran levantarse de ese sofá, aunque lo mejor era que no les contara nada a Lily y los demás hasta que Remus y Rachel se aclararan. Era su vida privada y los demás no debían inmiscuirse, cosa que Lily y Grace harían seguro si supieran todo lo que estaba pasando.


Alice miró a su jefe con incredulidad.

- ¿Esto es un castigo? -preguntó, frunciendo el ceño e inclinándose sobre el escritorio-. ¿No se supone que ya habíamos aclarado malentendidos?

Moody se recostó contra el respaldo de la silla y la miró con seriedad. Tenía una especial debilidad por esa mujer. Era, de lejos, su auror más intuitiva. Puede que no tan técnicamente brillante como su marido, pero sabía improvisar y era muy buena calando a la gente.

Sin embargo, su problema era que también era bastante rebelde. Frank aceptaba las órdenes sin rechistar, pero Alice siempre tenía que cuestionarlas, preguntar el motivo o tratar de hacerlas a su manera. Pero esa vez no.

Miró por encima del hombro de la auror, y se aseguró que la puerta de su despacho estaba cerrada e insonorizada. Tras Alice, la oficina de aurores funcionaba con la regularidad habitual de un lunes por la tarde.

- Alice, no tiene nada que ver con ningún castigo -aseguró-. El Ministerio ha ordenado proteger a Crouch por encima de todo, y yo confío en Frank y en ti más que en ningún otro auror.

Por ello les había ordenado a ambos su seguridad. Frank le protegería cuando estuviera en el Ministerio y ella se encargaría de la protección de su hogar y su familia.

- ¿Y por eso me obligas a hacerle de guardaespaldas personal en su propia casa? -bufó ella dejándose caer hacia atrás en la silla-. Odio a ese tipo, ya lo sabes. No quiero que lo maten, pero lo peor que podría pasar es que acabe teniendo poderes absolutos en el Ministerio.

- A mí tampoco me gustaría -confesó Moody con un estremecimiento-. Pero, tal y como están las cosas, si cae él, caerá el Ministerio. Así que procura que no creen un mártir con él.

Alice rodó los ojos.

- No le soporto, pero obviamente voy a asegurarme de que no les pase nada ni a él ni a su familia. Incluso por encima de mi vida, ya lo sabes. Ante todo, soy una profesional.

- Tampoco seas tan efusiva -advirtió Moody-. Te quiero de una pieza.

Ella se levantó haciendo una mueca y sin reírle la gracia a la ironía de su jefe. Tras establecer los protocolos de seguridad que iban a utilizar, recogió sus cosas y se marchó del Ministerio, camino a la casa de Bartemius Crouch. El hombre en cuestión acababa de llegar a casa, escoltado por Frank, al que Alice se encontró fuera de la vivienda.

- ¿Ya le has dejado dentro? -preguntó a su marido cuando se cruzó con él.

- Sano y salvo. ¿Quieres que te ayude con los hechizos de seguridad? -propuso él.

- Cariño, no me hagas reír. Se me dan a mí mejor que a ti -bromeó ella permitiéndose hacerle una carantoña, aunque enseguida volvieron a retomar la compostura. En el trabajo no se permitían normalmente actuar como un matrimonio.

Frank sonrió a su esposa.

- Entonces te dejo que te presentes. Suerte con eso, es el tipo más estirado del mundo.

Alice rodó los ojos.

- Sobreviviré -prometió-. Te veo luego en casa.

- Llegaré tarde -avisó él-. Tengo que revisar unos documentos con Scrimgeour antes de que acabe la jornada. Así que no me esperes a cenar.

Ella hizo un puchero.

- Trataré de esperarte despierta entonces.

- O si no ya encontraré el modo de despertarte -sugirió él con una sonrisa traviesa que hizo que Alice negara con la cabeza divertida.

Sin embargo, la sonrisa se borró de su cara al acercarse a la vivienda y ver que el mismísimo Barty Crouch miraba por la ventana con gesto de reprobación su intercambio. ¿Les habría oído? Apenas había tocado a su marido un segundo para acariciarle la cara, ¿era posible que eso también le pareciera impropio dentro del trabajo? Con un hombre así era imposible de saber.

Antes de llamar a la puerta alzó la cabeza, cuadró los hombros y compuso una expresión neutral. Crouch le estaba esperando, por lo que abrió la puerta nada más llamar.

- Buenas tardes -dijo con tono petulante y una ceja tan subida que parecía perderse por su frente.

Pocas veces había estado en su presencia y era la primera vez que Alice hablaba con él. Era un hombre imponente, aunque tenía una altura y peso medios. Era su porte, con una túnica impecable sin ninguna arruga, un pequeño y perfecto bigote y su cabello oscuro peinado con una recta raya al medio.

- Señor Crouch, soy Alice Longbottom -se presentó-. A mi marido y a mí nos han designado su protección y la de su familia. Quería presentarme formalmente, porque Moody me ha designado la protección de su casa. Como ya sabe, Frank será quien se asegure de su seguridad durante su jornada en el Ministerio.

Crouch la analizó durante un segundo eterno y después le dejó pasar con un movimiento de la mano muy formal.

- Encantado, Longbottom -dijo mientras ella accedía a la vivienda-. He escuchado hablar de ambos, sé que mi familia está en buenas manos.

- Si me permite, señor, lo primero que me gustaría recomendarle es que nos deje hacer un análisis de todo su entorno -recomendó Alice revisando la casa de reojo-. Hemos encontrado algún infiltrado y queremos asegurarnos de que los hemos localizado a todos.

La vivienda era como el propio Crouch, un ejemplo de pulcritud y rectitud. No había nada fuera de su sitio, ni un marco levemente torcido, ni un cojín mal colocado. Parecía un museo en vez de una casa. Se podía apreciar el dinero que había en esa familia, pero el entorno no derrochaba sensación de hogar por ningún lado.

- Ustedes hagan lo que tengan que hacer -concedió Crouch mirándola y obligándola a terminar el repaso.

Alice abrió la boca para anunciar que se pondría manos a la obra, pero antes de que pudiera decir nada Crouch miró por encima de su hombro y por primera vez le vio sonreír.

- ¡Oh! Aquí está mi hijo -exclamó el hombre, haciendo un gesto con la cabeza-. ¡Bartemius, ven acá! Quiero presentarle a mi hijo, Bartemius Crouch Jr.. Acaba de graduarse en Hogwarts con honores, doce extraordinarios. El mejor de su curso.

El hijo de Crouch, que por lo visto llevaba su nombre, se acercó hasta ellos desde lo oque parecía ser la cocina. Físicamente no se parecía a su padre. Era más alto, pálido, pecoso y con el pelo de color paja. Podría ser un chico atractivo si no fuese por su mirada, cuyos ojos oscuros y brillosos se le antojaron demasiado fríos a Alice.

Quizá era por dentro dónde comenzaba el parecido con su padre, que le acercó a ellos con una mano en el hombro. Alice se percató de la tensión que se apoderó del joven y supuso que Crouch no era de los típicos padres cariñosos.

- Ella es Alice Longbottom -les presentó-. Se encargará de nuestra seguridad hasta que se calmen los ánimos.

Barty Crouch Jr. inclinó la cabeza cortésmente ante Alice.

- Encantado, señora. He oído hablar de su carrera -dijo con una educación exquisita.

- Un placer -respondió ella, y pronto quiso cortar de raíz esa conversación, pues se sentía incómoda entre esos hombres-. Señor Crouch, si me permite aseguraré el perímetro de la casa y me retiraré. Mañana volveré a primera hora para escoltarle al Ministerio.

Crouch, que tampoco era un hombre de chácharas, inclinó la cabeza a su vez.

- Muy bien. Buenas noches, señora Longbottom.

Antes de salir de la casa, Alice se percató de que ya había soltado a su hijo y ambos hombres, uno junto al otro, evitaban tocarse lo máximo posible. Una bonita estampa familiar.

Estuvo casi una hora colocando los hechizos defensivos en el perímetro de la casa y monitoreando a los vecinos en busca de sospechosos. Cuando abandonó el lugar, sin ninguna sospecha de nadie, ya era de noche.

Y a oscuras estaba su casa cuando entró en ella. Frank no había regresado del trabajo. Suspirando, se adentró en la cocina a oscuras y abrió el frigorífico, iluminado solo por la luz interior del electrodoméstico. Realmente la mejor adquisición muggle que podían haber tenido.

Buscó con la mirada el cuenco donde había dejado los restos de la comida y arrugó la frente al no encontrarlo donde lo había guardado. Entonces, escuchó un ruido sordo en la sala de estar. Sacando lentamente su varita, Alice cerró poco a poco la nevera y volvió a quedarse a oscuras.

A través de la penumbra se aproximó a la puerta y entró en el oscuro salón. Sus adiestrados ojos percibieron una figura sentada en el sofá, en silencio, y Alice le apuntó con la varita dispuesta a dejarlo fuera de juego sin preguntar. Su corazón le latía en la sien mientras pensaba en un hechizo no verbal que venciera al intruso aunque no le dañara demasiado.

Un segundo antes de que una chispa saliera de su varita, una luz iluminó el rostro sonriente del extraño y Alice solo atinó a cambiar la dirección de la varita antes de que el hechizo le diera a Sirius en toda la cara. En su lugar, chocó contra la lámpara que estaba a su derecha, que se tambaleó y cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.

- ¡Sirius! -exclamó llevándose una mano al pecho-. Me has pegado un susto de muerte.

- Me parece que has matado una lámpara -observó él haciendo una mueca.

Alice rodó los ojos.

- Lumos máxima -exclamó, iluminando la habitación. Después se dirigió hacia su rota lámpara, regalo de su suegra, y la apuntó con la varita-. ¡Reparo! Te has librado porque ha tenido arreglo -avisó-. ¿Se puede saber qué haces aquí a oscuras?

- Perdona que me haya colado, Alice -murmuró Sirius sin inmutarse, y comiendo con un tenedor del cuenco de pasta que había en su regazo-. A Frank se le escapó que habías preparado pasta para comer y vine a ver si quedaba un poco.

Alice se puso frente a él con los brazos en jarras.

- He tenido un día horrible y mi único consuelo era acabarme ese plato que tú te estás comiendo -le acusó con el ceño fruncido.

Sirius sonrió inocentemente.

- ¿Quieres? -ofreció, y ella, resignada, convocó un tenedor y se sentó a su lado para pinchar en el plato una buena porción y llevársela a la boca.

- Ya llevábamos unos días sin tener una reunión como esta -comentó con la boca llena, ganándose una sonrisa cómplice de Sirius.

- ¿Me has echado de menos, madrinita? -preguntó con tono petulante, empujándola juguetonamente el hombro.

Alice rodó los ojos divertida.

- Lo cierto es que Frank estaba demasiado tranquilo sin que tú invadieras nuestro espacio privado -reconoció-. Pero ya que estamos aquí, dime. ¿Cómo has estado estos días? Ya fui testigo de tu pelea con Gideon por causa de Grace.

Sirius bufó.

- Precisamente vengo de verla…

- Eso es bueno -opinió ella comiendo más pasta-. Mejor que lo que vimos el sábado, desde luego.

- No te creas -respondió él con una mueca-. En realidad, fui a ver a Lily, está muy rara. No ha ido a ver a James y la he visto demasiado alterada. Me tiene preocupado…

Alice frunció el ceño mientras masticaba y, después de tragar, contestó:

- Seguramente esté así por lo que ocurrió con James. Yo también me asusté mucho cuando Frank desapareció.

Sirius la sonrió con cariño.

- Me di cuenta -admitió-. No te asustes, Alice, Frank está bien. Ni siquiera tuvo un rasguño.

- Aun así, esa angustia no se me pasa del cuerpo -le reconocio-. Son en estos momentos cuando me doy cuenta de dónde estamos metidos, el riesgo que corremos todos…

Viendo por dónde iba y harto de que las mujeres le dieran tantas vueltas a todo, Sirius dejó a un lado el cuenco y se centró en ella.

- No pienses así -insistió-. Si no, acabaremos paralizándonos.

- Ya, pero piensa que le ocurriera algo a Grace -le dijo ella-. O solo que desapareciera unas horas. No es tan difícil, estamos en el ojo del huracán. Puede pasarnos a cualquiera.

La expresión de Sirius se había debilitado ante la mención de Grace, reconociendo en su estómago el encogimiento que sentía solo de pensar que le ocurriera algo. Ya había sufrido mucho por la pérdida de Kate, no podría soportarlo esa vez.

- ¿De verdad crees que estamos en una posición tan frágil? -preguntó, menos seguro.

- Ya no estoy segura de nada -reconoció Alice, apoyando la cabeza en su hombro.

El ambiente quedó de pronto tan cargado, que Alice decidió cambiar de tema antes de que los dos se angustiaran más innecesariamente.

- ¿Sabes? Acabo de venir de la casa de Crouch. Moody me ha designado su seguridad hogareña. Y a Frank le ha tocado la parte fácil en el Ministerio. Queda claro quién es el preferido, ¿eh?

- ¿Es que tenías dudas? -preguntó Sirius rodando los ojos.

Los dos se echaron a reír divertidos. Llevaban días sin coincidir a solas, fuera del horario de guardia, para tener sus habituales reuniones. Se habían echado de menos. La siguiente hora la pasaron bromeando, hablando del problema que Sirius tenía con Grace y compadeciendo el futuro laboral de Alice.

Así se los encontró Frank Longbottom cuando llegó a casa, suspirando de rabia al ver que de nada le había servido acabar su informe en tiempo récord, porque esa noche no podía pasarla con su mujer a solas. Una vez más. Tenía que empezar a acostumbrarse a que Sirius Black siempre formaría parte de su vida de ahora en adelante.


Gisele jugueteaba con su bebé, que se mantenía torpemente de pie en su regazo mientras la miraba con una sonrisa llena de babas. El rostro de ella estaba más iluminado de lo que lo había estado en semanas, mientras acercaba al niño a su cara y le acariciaba la mejilla con su nariz.

- Mi amor, ¿te acuerdas de mí? -preguntó con un temblor final en la voz.

El pequeño David la sonrió con esa boca sin dientes a la que estaba acostumbrada mientras sus paqueñas babas caían por su barbilla, y Gis apreció que en el tiempo en que había estado separada de él se le habían aclarado los ojos. Ahora su azul era más parecido al de su padre.

- Ha crecido mucho -pensó en voz alta, viendo que se le habían alargado los brazos y las piernas.

- Llevabas casi dos meses sin verle, cielo -le recordó su suegra, sentada frente a ella y mirándoles con una sonrisa nostálgilca-. Te ha echado de menos.

Gis hizo una mueca y tuvo que luchar para no derramar un par de lágrimas. Ambas estaban sentadas en el sofá de la casa de Grace y Gis. La madre de Tony había acudido para que Gis pudiera ver a su hijo sin la incomodidad de encontrarse con toda la familia.

Era ya de noche y el pequeño pronto se quedaría dormido, pero Gis era incapaz de despedirse de él. Quería seguir teniéndole en brazos, abrazándole, pero al mismo tiempo sentía pánico ante la idea de volver a casa, a hacerse cargo de él y tener que volver a dormir en la misma cama que su marido.

- Y yo a él -confesó-. Muchísimo. Quería verle, pero al mismo tiempo…

- Te entiendo, cielo -la interrumpió la señora Bones-. De verdad. Con todo lo que has pasado comprendo que debes estar muy confundida. Tony tampoco está bien.

Gis se quedó un segundo en silencio sin saber si quería seguir esa conversación. Era obvio que su suegra querría hablar de Anthony. De fondo escuchaba a Grace trasteando en la cocina, lavando los vasos y platos de la merienda que habían improvisado. Lily no estaba. Se había marchado antes de que su suegra llegara y no tenía aspecto de ir a llegar pronto a dormir.

- ¿Cómo está? -se atrevió a preguntar, recordando la última vez que le había visto, dos días antes.

La señora Bones hizo una mueca triste.

- Va por casa como un alma en pena -confesó-. Casi no duerme, apenas come… Te echa de menos. Pero no se ha desentendido de David, es un padrazo.

- Ya lo era incluso antes de que naciera -dijo Gis con una sonrisa nostálgica.

Su suegra se mordió el labio, indecisa, pero finalmente se sentó más al borde del sofá, más cerca de ella.

- Cariño, ¿por qué no vienes a casa? -preguntó-. Comprendo que lo tuyo con Tony sea difícil de solucionar tras lo ocurrido, pero somos tu familia, podemos ayudarte, cuidar de ti. Estarás con tu hijo. Creo que te vendría bien para sanar.

De nuevo las lágrimas acudían. No las derramó, pero estaba segura de que su suegra las estaba viendo. Miró a su niño, que estaba adormeciéndose y daba cabezazos contra su pecho, y suspiró.

- Sé que queréis ayudarme, pero ahora me siento incapaz -le dijo-. Necesito tiempo y espacio para pensar, para recuperarme. Y no quiero hacerle más daño a Tony.

- Más sufre si estás tan alejada de él -insistió su suegra.

- ¿Tú crees? ¿O sufriría más al vivir ambos bajo el mismo techo y ver que no le puedo mirar a la cara sin recordar todo aquello? -insistió ella.

Supo que había dado en el clavo porque la buena mujer perdió el color de sus mejillas y se calló.

- Dejadme intentar superarlo sola, con mis amigas -le suplicó ella-. Cuando esté lista volveré, lo prometo.

La señora Bones la miró en silencio durante varios segundos y finalmente suspiró, dándole por imposible.

- ¿Y estaréis bien las tres aquí solas? -preguntó, mirándola a ella y a Grace, que en ese momento regresaba al salón.

- Claro que sí -contestó Grace con una sonrisa, sentándose junto a su amiga-. Este edificio es el más seguro de Londres, creáme señora Bones. Hay aurores rondando la zona y varios miembros de seguridad privada dentro todo el día.

- ¿Y lo que ocurrió el otro día? -preguntó ésta preocupada. El asunto había trascendido, sobre todo por el asesinato de una funcionaria del Ministerio.

- Fue un mecanismo de defensa del propio edificio -se apresuró a asegurarle Grace-. Le aseguro que en ningún momento sufrimos ningún peligro.

- Estaremos bien, te lo prometo -insistió Gisele, ya con el pequeño David dormido en sus brazos.

- ¿Y me prometes que tratarás de venir a casa, aunque sea de visita? -insistió su suegra.

Gis dudó. Era imposible que las demás no hubieran notado su titubeo, pero aun así trató de responder con aplomo.

- Claro, lo intentaré. E intentaré ir hablando con Tony, aunque sea poco a poco -añadió sin necesidad de que se lo pidiese.

- Hazlo, por favor. Me duele veros así con todo lo que os queréis.

Agradecida por su sincera preocupación, Gis le agarró la mano con fuerza y dejó que la mujer le besara en la mejilla. Después, entre las dos, colocaron al bebé en el cochecito y, tras arrullarle un poco más, Gis les vio marchar.

Los agentes de seguridad que custodiaban el edificio les acompañaron y uno de ellos se ofreció a hacer con ellos el camino a casa. Irían por la red Flu, que había en todas las casas y también en la zona común del último piso. David era demasiado pequeño para participar en una desaparición.

Cuando se quedó sola con Grace, Gis se apoyó en la puerta sintiéndose miserable.

- Lo peor es dejarlo marchar -le confesó a su amiga-. Mi mente me dice que no estoy preparada para cuidarlo, pero me duele horrores que se aleje de mí.

Grace la miró con impotencia, sabiendo que no tenía la solución en sus manos.

- ¿De verdad crees que no puedes hacerte cargo de él por lo que te ocurrió? -preguntó insegura.

Gis negó con la cabeza.

- Me siento al borde de un abismo, Grace. No estoy estable, no puedo cuidar a mi hijo si no sé si acabaré sufriendo otra crisis de ansiedad en cualquier momento. Ojalá me sintiera más fuerte…

Grace la abrazó. Era raro ver a Gis tan destrozada. Ella siempre era la más alegre y positiva de todas. Tras un rato en silencio, compartió con ella una idea que no sabía si sería una locura y la solución a los problemas de su amiga.

- Puedes traértele un par de días a vivir con nosotras. Como prueba. Lily y yo te ayudaremos y estaremos pendientes de que no se te vaya de las manos.

Gis la miró insegura.

- ¿En serio lo haríais por mi?

- Eso ni siquiera se pregunta, Gis -contestó sonriendo y ganándose una sonrisa de su amiga.


Tras estar toda la tarde hablando con Benjy, tratando de resolver el lío que tenía en la cabeza y estableciendo planes para dejar de hacer daño a todo el mundo, Rachel regresó a casa esa noche. Ese día no trabajaba, pero le habría venido genial estar en ese lugar de liberación en un momento como ese.

Cuando abrió la puerta se dio cuenta de que Remus estaba en casa, pero no le encontró ni en la cocina ni en la sala de estar. Temiendo que estuviera durmiendo, atravesó el pequeño pasillo hacia el dormitorio con cuidado, pero la luz estaba prendida cuando abrió la puerta y vio a Remus tumbado en la cama, con la espalda apoyada en varias almohadas y leyendo un libro.

Y fumando. Se dio cuenta enseguida, porque él no solía fumar a no ser que estuviera muy alterado. Lo que contrastaba con su apariencia calmada, aunque no era algo que le extrañara. Remus tendía a retraerse cuando estaba molesto de verdad.

Suspirando, empujó la puerta y se quitó la chaqueta mientras entraba en la habitación.

- Hola -dijo suavemente.

No sabía qué versión se encontraría, la triste o la fría. Pero lo que no esperaba era ese silencio. Remus siguió leyendo el libro, o fingiendo que lo leía, mientras hacía como si ella no estuviera allí. Eso la descolocó porque era él el que le había dicho que fuera a ver a Benjy en primer lugar.

- Remus, ¿estás bien? -preguntó, acercándose a la cama.

Se detuvo a medio metro de él y, de repente, su novio levantó la cabeza, dejó el libro abierto boca abajo a un lado y la miró, alzando una ceja.

- Vaya, de repente te importa cómo estoy -dijo. Definitivamente esa era su versión fria.

Sin embargo, su afirmación le extrañó.

- ¿Qué quieres decir? -preguntó frunciendo el ceño confundida.

Remus se incorporó.

- ¿Qué qué quiero decir? Te has tirado todo el día con Benjy y, ¿ahora me preguntas eso?

Rachel suspiró. No debía haber estado tantas horas hablando con Benjy teniendo una conversación pendiente con su novio. Había sido un tremendo error. Uno de tantos.

- No, Remus, no es lo que…

- ¿No es lo que creo? -la interrumpió con una risa irónica-. ¿No es de él de quién me hablaste? ¿No es él el tío del que estás enamorada?

Ella se quedó muda durante unos segundos antes de reaccionar.

- Es cierto que me refería a Benjy, pero…

- ¿Y no has estado con él todo el día? -insistió.

- Sí, pero…

- Ya estoy harto de que me pisotees, Rachel -sentenció Remus poniéndose en pie y mirándola con los brazos cruzados sobre el pecho-. Se acabó.

Rachel sintió que le fallaban las rodillas, y dio un paso atrás para estabilizarse.

- ¿Qué quieres decir? -preguntó con un hilo de voz.

- ¡Que estoy harto! -exclamó él de pronto, levantando la voz y sobresaltándola-. ¡Que yo termino aquí! Llevo un año plegado a tus caprichos, arrastrándome para compensar que por mi culpa estás viviendo esta mierda de vida. Pero en ningún momento te has parado a pensar que yo tengo la misma miserable vida que tú. ¡Que la he tenido desde siempre! Estoy harto de ser el que siempre se calla, el que trata de contentarte y hacerte feliz.

Rachel le miró con la boca abierta, sin poder creerse su ataque de rabia. Era tan impropio de Remus. No le reconocía tan alterado, tan fuera de control. Parecía haber explotado y haberle soltado a la cara todo lo que se había reservado durante meses. Sentía que los ojos le picaban y que una piedra enorme había caído sobre su pecho.

- ¿Estás rompiendo conmigo? -preguntó, aclarándose la garganta al notar algo en ella.

- ¿Me dejas otra opción? -gruñó Remus poniéndose a pasear y haciendo que ella tuviera que apartarse para no chocar con él.

Rachel se quedó en mitad de la habitación, mirándole sin comprender mientras él agarró una bolsa en la que parecía haber metido la mayor parte de su ropa. No lo entendía.

- ¿Ni siquiera vas a tratar de luchar por mí? -preguntó incrédula, recordándose decir eso mismo semanas antes, y con lo que se ganó una noche de pasión como la que no habían tenido en meses. No parecía que fuera a ocurrir lo mismo esa vez.

Sin embargo, en esa ocasión Remus la miró de manera muy fría.

- No -declaró tajantemente-. A partir de ahora voy a luchar por mí. Para recuperar la dignidad que tú me has robado.

Rachel sintió que las lágrimas comenzaban a correr silenciosas por sus mejillas y le miró suplicante. Sin embargo, Remus la contemplaba impertérrito.

- Y si necesitas que alguien luche por ti, se lo pides a él -insistió, sacando todo lo que tenía dentro, su parte más cruel-. O acudes a tus amigas, las que te queden. Como Gisele, a la que solo has vuelto a hablar cuando su vida ha empezado a ser tan horrible como la tuya. Porque Lily y Grace dudo que vayan a aguantar tus neuras con la paciencia con la que las he aguantado yo.

Rachel negaba con la cabeza, incapaz de creer lo que estaba escuchando. Ese no era Remus.

- No puedes estar hablando en serio. Ayer me dijiste que fuera a ver a Benjy, que lo entendías. ¿Qué te ha pasado?

- Que me han hecho ver el ridículo que he estado haciendo a tu alrededor -le espetó él-. Pero ya no más. ¿Tienes dudas? Pues márchate con él. A mí no ya me importas lo más mínimo.

Dolido por decir una mentira semejante, Remus decidió que ya no podía soportar estar delante de ella, viéndola tan frágil y no caer de rodillas para pedirle perdón. En su lugar, se dio la vuelta y salió de la habitación, atravesando el oscuro piso en unas pocas zancadas largas.

- No lo dices de verdad -le persiguió la voz de Rachel, que le seguía torpemente por el pasillo. Él la ignoró y abrió la puerta para marcharse-. ¿Remus?

Lo último que escuchó antes de cerrarla tras él fue su voz rota, llamándole. No quería dudar, así que se obligó a sí mismo a continuar caminando. Bajó las escaleras, atravesó la calle y comenzó a caminar en silencio por la noche londinense que, en ese barrio, estaba prácticamente desierto.

No sabía qué hacer a esas horas, pero no quería volver a casa de James. Puede que las palabras de su amigo le hubieran hecho reaccionar, pero aún estaba enfadado con él. Y tampoco quería ver a Sirius o Peter. Contempló la idea de visitar a Grace. Ella y Lily seguro que tendrían palabras amables y no le pedirían que hablara si no quería. Pero Gis estaba viviendo con ellas y no quería enfrentar esa parte aún. A pesar de la distancia entre ambas, sabía que ella saldría por su mejor amiga y trataría de hacerle recapacitar. Algo que él no quería hacer en ese momento. Él quería distancia.

Así pues, descartando todas las opciones, acabó desapareciéndose lejos de Londres, en una casa de campo que era el único sitio que podía considerar su hogar, junto con Hogwarts. Puede que a esas horas su padre estaría durmiendo, pero no le importaría despertarse por él. Y realmente le necesitaba.

Llegó a la vivienda enseguida, notando en la penumbra que el jardín estaba más desarreglado que de costumbre. Le sorprendió porque su padre tenía mucha mano con la jardinería. Seguro que el terreno estaba repleto de gnomos. Quizá podría ayudarle con ellos si se quedaba una temporada con él.

Conociendo los hechizos que ponía su padre, los sorteó con facilidad y entró en la casa. Las luces estaban encendidas dentro, por lo que aún estaba despierto.

- Hola papá -saludó en voz alta dejando la bolsa con su ropa junto a la puerta-. ¿Papá?

Le llamó de nuevo, esperando que esta vez le escuchara si es que estaba en el trastero o su dormitorio. Sin embargo, Ernest estaba pelando patatas en la cocina. Una hora extraña para hacerlo, pero no le dio importancia.

Le miró un segundo y sonrió con una mueca.

- Vaya, tú por aquí -dijo el hombre tranquilamente-. Hacía tiempo que no venías.

Remus sintió una punzada de culpa. Realmente llevaba meses sin ir a verle.

- Lo sé, y lo siento -dijo-. Tendría que haber venido antes.

Ernest desechó sus palabras con un golpe de varita, apartando las peladuras y acercándose más patatas para seguir pelando. Remus frunció el ceño, ¿qué iba a cocinar su padre con tantas?

- No te preocupes, los jóvenes tenéis que vivir la vida -respondió su padre con desinterés.

Vida. Qué palabra tan irónica. Remus suspiró, sentándose en la mesa de la cocina y finalmente se derrumbó, sabiendo que podía abrirse con su padre.

- La mía se está desmoronando -confesó-. Acabo de dar carpetazo a lo más importante de mi vida, y no estoy seguro de si he hecho lo correcto.

Su padre continuó a lo suyo, en silencio, lo que Remus lo interpretó con una indicación para que le contara más.

- Perdona que haya tardado tanto en venir y ahora llegue con esto -se disculpó-. Pero necesito tu consejo. He roto con Rachel.

En ese momento su padre se giró y le miró confuso. Remus se vino abajo con esa mirada, que sin duda le estaba juzgando.

- No me mires así. Ha sido un año horrible. Tú sabes en lo que se ha convertido ella. Y ahora encima cree que siente algo por otro hombre.

Ernest hizo una mueca.

- Que una mujer piense en otro hombre siempre es un problema -confesó.

- Más que eso diría yo. Ni siquiera la reconozco -admitió Remus apesadumbrado.

Ernest dejó las patatas y la varita en la encimera, y se limpió las manos con un trapo, acercándose a él.

- ¿Sabes? No sé si te lo he comentado alguna vez, pero tengo un hijo de tu edad. Vive en Londres y él también tiene problemas con su novia.

Remus levantó la cabeza, mirándole extrañado.

- ¿Qué? -preguntó, cuestionándose sobre si esa era otra de las técnicas psicológicas de su padre para hablarle de sus problemas en tercera persona y hacerle ver que los estaba magnificando.

- Es una chica muy dulce, pero ha tenido muchos problemas últimamente -continuó su padre-. Él la sabe llevar bien, quizá deberías hablar con él.

Aquello no tenía sentido.

- Papá, ¿estás bromeando? -preguntó mirándole a los ojos.

Ernest le miró extrañado y enseguida comenzó a mirar alrededor confuso.

- Venga John, tráeme un trozo de pergamino -le dijo-. Escribiremos a Remus para pedirle consejo.

Aquello no parecía ni una técnica psicológica ni una broma. Levantándose, Remus se inclinó sobre él, notando que había algo en sus ojos que no era normal.

- Papá, ¿estás bien? -preguntó, temiendo que estuviera temiendo un ataque-. ¿No me reconoces? Soy yo, Remus.

Ernest le miró extrañado durante un rato y finalmente suspiró. Sus ojos parecieron aclararse.

- Remus… Hijo, no te he oído entrar -dijo, haciéndole fruncir el ceño-. Hazme un favor y pregúntale a tu madre cuándo estará lista la cena, estoy hambriento. Lleva toda la noche llorando porque mañana te vas a Hogwarts. Ya eres un hombrecito. Llegamos a pensar que nunca te aceptarían por tu condición, pero Dumbledore es un buen hombre. Y sé que tú harás que estemos orgullosos de ti. Eres un valiente.

- Papá… -suplicó Remus con la voz rota.

Miró al hombre intensamente y este enseguida comenzó a vagar su mirada perdida por la sala. En ese momento, Remus se sintió más solo que nunca.


Espero que os haya gustado el capítulo porque creo que está bastante completo. Lo he dejado un poco abierto... ¿qué os parece? Bastante tiene el pobre Remus para que ahora su padre haya perdido la cabeza. ¿Qué creéis que haya pasado? Finalmente ha sacado carácter y ha dejado a Rachel. Ha tenido que venir James a enfadarle para que reaccionara, pero a veces ocurre así. Además, ¿no os ha sonado su discusión a la que tuvieron él y Harry años después? Mi propósito es emularla, de tal palo tal astilla. Se avecina mucha acción para Remus.

Los demás no lo tienen mucho mejor, la trama de Lily se encamina cada vez peor, ya veréis. Y eso afectará también a su relación con James. Además, Alice y Frank han sido destinados a proteger a Crouch. Éste comenzará a tener cada vez más poder en el Ministerio, haciendo crecer la mano de hierro. Me ha parecido interesante que haya conocido a Barty Crouch Jr, sabiendo lo que pasará en el futuro. Saldrá más a menudo este pequeño bastardo.

Por lo demás, ¿qué os parece la conspiración de Dumbledore con Pryce, el amigo del padre de Grace que no parecía enterarse de mucho? ¿Se habrá metido nuestra rubia en problemas en París sin darse cuenta? ¿Y cómo veis esa propuesta de Gideon de llevarse a Sirius de fiesta? Esos dos me pegan para quemar Londres, la verdad jejeje. Por último, la trama de Regulus tristemente se precipita. Había quién me dijo que echaba de menos que tuviera más importancia entre los mortífagos. Lo cierto es que Sirius nunca encontró pruebas de que fuera de los mortífagos importantes, pero algo debió acercarse para descubrir todo el asunto de los horrocruxes y eso es lo que nos ocupará de ahora en adelante.

Porfi, si os ha gustado mandadme fuerzas y un pequeño aliento en forma de review. Lo agradeceré siempre. Nos leemos pronto.

Un beso.

Eva.