¡Hola a todos! Aquí estoy, después de muchos meses. Perdonadme por la tardanza. Hubo momentos en estos meses en que pensé que no podría volver a escribir esta historia. Me sentía absolutamente desconectada de ella. Han sido meses muy buenos, laboralmente estupendos y eso me ha llevado todo mi tiempo.
Pero, de repente, la pasada semana tuve que coger la baja y la inspiración regresó de nuevo. Espero que aún quede alguien ahí para leer cómo sigue la historia. Lo dejamos con la ruptura de Remus y Rachel, y eso marcará parte de este capítulo que tiene muchas novedades y avances en la trama. Espero que os guste.
De contestación de reviews...
Claudia: Hoy sabrás más sobre los resultados de Lily con la investigación por la muerte de su madre. No te adelanto nada. Me alegro también que te gustará la inclusión de Barty Crouch Jr, que será clave. En el capítulo de hoy también tendrás más de los mortífagos y de Regulus. Aunque no puedo prometerte que no haré sufrir a Remus, aún le queda un poco más de sufrimiento. Estate atenta. ¡Un besazo!
Y, sin más, ahí va el capítulo, titulado como una preciosa canción de Ismael Serrano, cantautor español que me encanta.
Capítulo 12: Si se calla el ruido
Una semana después, James recibió el permiso para moverse y comenzar a hacer vida normal otra vez. Su pierna estaba curada y en la academia le instaron a retomar su formación. Era de los mejores de su promoción y le necesitaban en activo cuanto antes.
Una tarde, cuando tenía libre y había comenzado a cansarse de buscar a su esquiva novia, James procedió a resolver otra de las cuestiones que le habían estado preocupando esos días. Era su discusión con Remus, al que no había vuelto a ver desde que se marchó enfadado de su casa.
Realmente nadie había vuelto a ver a Remus desde aquel día, aunque Dumbledore les había tranquilizado asegurándoles que se encontraba bien y no había sido víctima de ningún ataque. Su desaparición tuvo sentido cuando todos descubrieron que había roto su relación con Rachel. Sin necesidad de hablarlo, todos decidieron dejarle su espacio para que se recuperara.
Sin embargo, él tenía una conversación pendiente. Tenía que disculparse por haber sido tan cruel con él. Ese mismo día había ido a buscarle al trabajo, pero se preocupó más aún cuando le dijeron que su amigo llevaba sin aparecer una semana y que se había despedido sin dar ninguna razón. El propietario del supermercado donde Remus trabajaba de reponedor, un hombre de mediana edad con aspecto descuidado, le había contado que su amigo ni siquiera le había avisado con antelación, como requería su contrato.
- No le ha dado ni por aparecer. Ha llamado por teléfono diciendo que tenía que dejarlo. Es incumplimiento de contrato, díselo si le ves. Y también dile que si no le denuncio por ello es porque ya estaba pensando en despedirle. Tu amigo es muy poco serio y todos los meses está faltando con excusas bastante patéticas. No sé qué será pero, por la pinta que tiene cuando vuelve, este debe estar metido en drogas. Y yo no quiero drogatas en mi negocio, así que por eso no le denuncio, porque le prefiero lejos.
James le había dejado con la palabra en la boca al escucharle decir esas barbaridades. No era la primera vez que confundían a Remus con un drogadicto. Dado que el Ministerio de Magia tenía fichados a los licántropos y eso les impedía acceder a puestos de trabajo decentes, tanto él como Rachel habían acudido al mundo muggle para buscarse la vida. A su amigo no le duraban mucho los trabajos por tener que faltar tanto, y su aspecto tras la luna llena no ayudaba a convencer a sus jefes que era un chico serio y responsable.
Saber que Remus llevaba una semana sin ir a trabajar le alarmó. Se había marchado de casa y Rachel aseguraba que no sabía dónde se estaba quedando. Probablemente Dumbledore estaba enterado y por eso les tranquilizó cuando todos propusieron ir a buscarlo, pero él no podía esperar más, y esa misma tarde acudió al único lugar donde podrían contarle su paradero.
La casa del padre de Remus estaba algo descuidada por fuera, pero había ropa tendida y salía humo de la chimenea. Debía estar por casa. James llamó a la puerta y, cuando le recibió la voz de su amigo, suspiró de tranquilidad mientras se identificaba.
Remus abrió la puerta mirándole desconfiado, y James apreció sus grandes ojeras a pesar de que la luna llena aún estaba lejos.
- ¿Qué haces aquí? -le preguntó bruscamente.
James, que se esperaba su actitud, se encogió de hombros con inocencia.
- Venía a disculparme con mi amigo por ser un poco gilipollas con él. ¿Sabes si está en casa?
Remus rodó los ojos pero se hizo a un lado para dejarle pasar.
- Vengo de tu trabajo. Tu jefe es muy simpático.
- Íntimo de Jack el Destripador, seguramente -respondió Remus con ironía-. Afortunadamente ya le he perdido de vista.
- Eso me ha dicho. ¿Estás rompiendo con todo?
Remus se giró, ya entrando en la cocina, y le miró alzando una ceja.
- Veo que las noticias vuelan.
- Rachel nos lo ha contado todo. Casi me da pena ver lo afectada que está. Casi -puntualizó-. Pero lleva demasiado tiempo haciéndote daño, así que la única que tiene lástima por ella es Gisele.
- No quiero que ahora le deis la espalda -bufó Remus dejándose caer en una de las sillas.
- No se trata de eso tampoco -aseguró su amigo-. Pero toda esa mierda de Benjy es ofensiva. Aunque no tenga la culpa de la mayor parte, estamos un poco molestos por cómo te ha tratado. Sobre todo las chicas.
Aunque sabía que no era del todo justo, Remus sonrió al imaginar a Lily y Grace haciendo piña en torno a su causa. James le despistó cuando añadió:
- ¿Qué tiene que ver lo de Rachel con tu trabajo? ¿Por qué lo has dejado?
- Es complicado -murmuró, sin ganas de revelar la verdad.
- ¿Tanto como para no poder contármelo? Puedo ser más comprensivo de lo que me porté el otro día.
Remus miró a su amigo, probablemente su mejor amigo, indeciso. No quería revelar lo ocurrido, porque era como una guinda al pastel de su desgracia. Él no decía en alto sus problemas. No era una buena idea dada la reacción que había recibido al contar lo de Rachel.
Pero los problemas se le amontonaban, tal y como demostró su padre entrando en la cocina en ese momento.
- Señor Lupin -saludó James poniéndose en pie y ofreciéndole la mano para estrechársela-. Cuánto tiempo.
Pero el padre de Remus le miró con desconfianza y se negó a darle la mano. James se extrañó. Ese hombre siempre había adorado a los amigos de Remus por darle una oportunidad a su hijo. Mirando a Remus, el señor Lupin refunfuñó:
- Chico, te tengo dicho que no traigas aquí a tus amigos. Aquí estás para trabajar. Avísame cuando lleguen mi mujer y mi hijo a casa.
Y, sin más, lanzó otra mirada de desagrado a James y se marchó. Él se quedó de pie, alucinado, y sin poder creerse lo que había visto.
- ¿Qué está pasando aquí, Lunático? -preguntó extrañado.
Remus escondió la cara entre las manos sobrepasado. No había tenido intención de contar nada, pero ya era demasiado tarde.
- ¿Tu padre ha perdido la cabeza? -preguntó este incrédulo cuando se lo contó todo.
Remus asintió gravemente.
- Cuando corté con Rachel vine a verle. Ni siquiera me reconoció y se pensaba que mi madre seguía viva.
- Joder -exclamó su amigo sin poder evitarlo-. ¿Y por eso has desaparecido?
- Tenía que intentar averiguar cómo solucionarlo. Hablé con Dumbledore por si me necesitaba en la Orden, para que supiese dónde estaba. Pero me dijo que me tomara el tiempo que necesitara. También me aseguró discreción.
- No nos ha dicho nada -confirmó James aún sin poder creerse lo que le estaba ocurriendo a su amigo.
- El problema es que no puedo dejarlo solo así. Por eso he dejado el trabajo. Pero mi padre tiene una pensión bastante mala y me temo que no llegaremos a fin de mes si no consigo un trabajo extra.
- ¿Necesitas dinero? -preguntó James averiguando el problema.
Remus bajó la cabeza.
- Esto es humillante –confesó a regañadientes.
James negó con la cabeza.
- Ya basta de tanto orgullo. Te dejaré el dinero que haga falta. Deberías haberlo aceptado hace mucho en vez de tragar empleos de mierda en los que no te respetan.
- Tengo manos, Cornamenta. Y no me avergüenza ganarme la vida con ellas -protestó orgulloso.
James sonrió.
- Y en mi casa nos sale el dinero por las orejas sin que hayamos tenido que esforzarnos. Utilizarlo para ayudar a los amigos que realmente lo necesitan es mucho mejor que dejarlo en Gringotts absorbiendo polvo. Cuando consigamos tener un mundo más decente y puedas tener el trabajo que te mereces, me lo devolverás.
Remus sonrió, divertido por lo utópico que podía ser su amigo. La vida fácil que había tenido James le facilitaba el creer que todo era posible, aunque le resultaba maravilloso que su amigo pudiera mantener su esperanza intacta.
- No me queda otra que aceptar y esperar que tengas razón -repuso.
James le palmeó la espalda con fuerza.
- No te preocupes, Lunático. Y tampoco te preocupes por los demás, no les contaré nada.
Remus le sonrió agradecido. Ni siquiera había tenido que pedírselo, James le conocía demasiado bien.
- Gracias por todo, Cornamenta -le dijo emocionado.
Y, por primera vez en días, se permitió mostrar el dolor y la debilidad que se había hecho con sus nervios. James estuvo ahí, escuchándole y restando importancia a sus preocupaciones más graves. Él siempre estaría ahí para apoyarle.
Lily llegó al piso esa noche agotada. Como llevaba días siendo costumbre, no había contado a nadie cómo se estaban precipitando las cosas en su familia. Faltaban solo dos semanas para la boda de Petunia y su madre estaba empeorando a pasos agigantados, sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.
Nada de lo que había intentado había funcionado. Ningún hechizo, ninguna poción… Irremediablemente y haciéndole sentir impotente e inútil, el cáncer estaba apropiándose del cuerpo de su madre. Sus miembros estaban débiles y sus articulaciones se estaban agarrotando. Les estaba dejando…
El día anterior tuvo una crisis y tuvieron que llevarla al hospital. Amanda Evans había pedido el alta voluntaria asegurando que ella no iba a quedarse allí a morir allí justo antes de la boda de su hija. Ella acudiría al gran día de Petunia fuera como fuera.
No había permitido que nada se interrumpiera por su culpa. Ni los preparativos ni la vida de su familia. Así que Lily había acudido a sus clases, había hecho su turno en San Mungo y había ido a verla por la tarde. Apenas estaba llegando ahora a su casa, lista para dormir antes de comenzar de nuevo al día siguiente.
Entró en el apartamento cuando ya estaba oscuro y parecía que Grace y Gisele se habían acostado. Lo cierto es que llevaba días apenas sin verlas. Suspiró de cansancio mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba en una silla de la cocina. Con un movimiento de varita mandó los vasos y los platos dispersos a la pila, que los lavó magicamente en un momento.
Bostezando, se dirigió a oscuras a su cuarto y casi tuvo un infarto cuando percibió una figura sobre su cama. Sin embargo, al iluminarla con la varita pudo reconocer la silueta de James. Con una sonrisa enternecida le quitó las gafas, pues se había dormido con ellas puestas, y le acarició la mejilla. James parpadeó durante unos instantes hasta que se despertó lo suficiente.
- Qué sorpresa encontrarte aquí -comentó ella en voz baja sentándose a su lado.
James se estiró y la miró seriamente.
- Al final me di cuenta de que la única forma de verte era invadir tu cama hasta que aparecieras -la reprendió logrando que ella se avergonzara.
- He estado muy esquiva, ¿no? -preguntó culpable.
James se sentó contra el cabecero.
- He ido a verte a San Mungo después de clase, pero me dijeron que te habías ido. Después he llamado a tu casa donde, después de que tu hermana me colgara tres veces, he podido hablar con tu padre.
- ¿Has utilizado un teléfono? -preguntó Lily sin poder evitar una sonrisa divertida.
Su novio la fulminó con la mirada por tratar de cambiar de tema.
¿Por qué no me contaste que habían hospitalizado a tu madre?
Lily suspiró, inclinándose sobre él y refugiándose en su pecho.
- No quería pensar en ello. Ya sabes que mi madre está mal pero si lo digo en voz alta es como si…
Se estremeció y James la abrazó más fuerte.
- Sé que te he desatendido más de lo que debiera estos días que has estado lesionado -continuó ella-. Pero ahora mismo lo que necesito de ti es que me destraigas, James. No quiero pensar más en mi madre por hoy, no lo soporto.
Él suspiró.
- De acuerdo. Me parece justo -concedió-. Eso si, déjame estar a tu lado también cuando lo necesites. No huyas de mí, yo te quiero ayudar.
Lily le sonrió, prometiéndoselo en silencio, y aceptó el pequeño beso que él le dio. Durante unos minutos permanecieron abrazados en silencio, sin prender las luces ni cambiarse la ropa. Pero el sueño no acababa de llegarles.
- Hoy he estado con Remus -dijo James de repente, cuidando mucho sus palabras.
Lily levantó cabeza de golpe.
- ¿Cómo está? ¿Dónde ha estado metido?
A pesar de todo lo que le estaba ocurriendo, se había preocupado terriblemente por su amigo por lo ocurrido con Rachel y su posterior desaparición. Incluso había sido muy poco comprensiva con su amiga, sorprendiendo a Gisele que pensó que encontraría en ella más apoyo que en Grace. Pero Lily no estaba en su mejor momento.
- Está bien, en casa de su padre. Me ha pedido que os diga que quiere estar un tiempo solo.
Lily hizo una mueca.
- Típico de él. No debería aislarse.
- Eso lo he dicho yo -aseguró él-. Pero ya le conoces.
- Es un cabezota -aseguró la pelirroja.
James asintió pensativamente, jugando con su coleta. Ella le miró con sus intensos ojos verdes, también metida en sus pensamientos, y después frunció el ceño.
- ¿Crees que deba hablar con él? Quizá a mí me escuche.
James se alarmó por su propuesta, que echaba abajo la petición que le había hecho Remus. Así que para distraerla cambio de pena.
- En realidad, mañana Colagusano nos ha pedido que quedemos con él. Quiere presentarnos oficialmente a April, aunque es una chorrada.
Lily sonrió.
- No lo es. Vale que la mayoría la conocéis ya pero él quiere presentarla como su novia. Es dulce.
- Como sea -desdeñó James sin querer entrar en el tema de la intimidad de Peter-. El caso es que tú eres de las pocas que no la conoce. No puedes faltar a la cita.
Lily se mordió el labio. Su madre, ahora Remus… había cosas urgentes que atender. Pero Peter también merecía que prestaran atención a sus asuntos, y era la primera vez que se enamoraba. Seguro que esa presentación le hacía especial ilusión.
- Iré -confirmó-. Alguien tiene que controlar las bromas de mal gusto de Sirius.
James se echó a reír. Sin duda él no sería el que controlara el humor de su mejor amigo. Eran demasiado parecidos.
Y afortunadamente Lily se encontraba allí, porque las bromas de Sirius comenzaron demasiado pronto. Esa tarde ellos tres y Grace se habían unido a Peter y April en el apartamento de ésta y habían conseguido superar la incomodidad principal por el bien de su amigo.
April había estado algo nerviosa, pero lo cierto era que tenía un carácter demasiado risueño como para que eso le impidiera aprovechar para conocer más sobre su reservado novio. A los chicos ya los tenía muy vistos pero, aunque había conocido a Grace, hacía meses que no sabía de ella.
- Creo que al final soy yo la única a la que no conocías en persona, ¿no? –le preguntó Lily amablemente.
April le sonrió. La pelirroja le había caído bien de inmediato.
- Me parece que sí. Y ya tenía ganas. Peter siempre me habla de todos y me ha dicho que tú eres la madura del grupo, la que les hace reflexionar.
A pesar de la temporada que estaba pasando, Lily no pudo evitar reírse ante la descripción que Peter había hecho de ella. Era simplificar mucho los siete años que se había tirado riñéndoles y llamándoles inmaduros.
- Soy una especie de madre para todos –bromeó.
James, que estaba a su lado, tiró de su cintura y apartó su melena para darle un beso en el cuello.
- Menos para mí, pelirroja. Eso te lo garantizo –murmuró contra su piel.
De inmediato ambos se separaron cuando Sirius les lanzó un cojín.
- ¡Que corra el aire, chicos! –exclamó-. No queréis escandalizar a Peter, ¿no? Que él todavía es virgen.
- ¡Sirius! –exclamaron Peter, Lily, James y Grace a la vez.
Seguidamente April se giró hacia él muy seria y le preguntó:
- ¿De dónde has sacado tú eso?
Sirius sonrió lentamente y Peter escondió la cabeza entre las manos temiéndose que lo peor acababa de empezar.
- Muy bien, vecinita, hasta aquí quería llegar. ¿Hay algo que quieras contarnos? –preguntó Sirius sentándose en el respaldo del sillón de su vecina y abrazándola paternalmente.
Ella no se dejó avergonzar y le sonrió con inocencia.
- Tú vives al lado, deberías saberlo –respondió simplemente.
Eso hizo que a Sirius se le cambiara la cara y tuviera un escalofrío.
- Era más feliz antes de plantearme lo que habéis hecho a solo una pared de mí… -murmuró, apartándose del sillón, y de cualquier mueble en el que sus dos amigos se hubieran sentido cómodos.
- Eso te pasa por listo. Alguna vez tenías que probar de tu propia medicina –le dijo Grace riéndose de cómo se le había dado la vuelta la situación.
Satisfecha por haber dejado a su vecino mudo, April se giró hacia la rubia.
- Por cierto, Grace, me ha encantado volver a verte.
- Lo mismo digo –respondió ésta-. Echaba de menos ese don que tienes para dejar a este sin réplica.
Todos menos Sirius se echaron a reír.
- Es que llevas tiempo sin venir por el piso –dijo la chica-. Hasta llegué a pensar que vosotros dos habíais roto.
- Sí, bueno…
En ese momento Grace titubeó, Sirius carraspeó, James y Lily se movieron en sus asientos y April se dio cuenta de que acababa de pisar en terreno pantanoso. Tras un silencio incómodo que se les hizo a todos eterno, Lily cambió bruscamente de tema.
- ¿Os he contado ya cómo es el horrible vestido que mi hermana quiere que me ponga para su boda?
Y hablando del horrible vestido de dama de honor de Lily se pasó a temas menos incómodos. Y de ahí, comenzaron a hablar de los empleos de cada uno de ellos.
- Así que estás preparándote para ser médico –exclamó April asombrada por los logros de Lily-. ¡Es genial! Le vendrás muy bien a James, los polis deben tener cerca a alguien que sepa de primeros auxilios.
Ésta asintió, sintiéndose en su elemento.
- Siempre he sido algo así como la enfermera oficial del grupo –le confesó-. Ya en el colegio, cuando se caían de… bueno, cuando se hacían daño haciendo deporte, ahí estaba yo.
- ¿Y en qué hospital estás haciendo las prácticas? –preguntó April de repente.
Como cada vez que surgía algún tema incómodo, todos se ponían alerta para reaccionar ante el ocultamiento de la verdad. A fin de cuentas, April era muggle y aún no sabía ni debía saber nada relacionado con la magia.
- Verás, más que unas prácticas permanentes, son itinerantes por varios centros –comenzó a improvisar la pelirroja.
- Por cierto, April, esta semana me estuve acordando de ti –la interrumpió Grace saliendo en su rescate-. Se acerca el cumpleaños de mi madre y pensé que podría regalarle unos de esos preciosos bolsos que diseñas.
Solo de imaginarse a la madre de Grace, tan clásica, tan pulcra y tan elegante con un bolso artesano hecho por April consiguió sacar una carcajada a James y Sirius. Grace y Lily, que les leyeron el pensamiento, les lanzaron una censurada mirada y continuaron hablando con April sobre la gama de bolsos que estaba elaborando.
Aprovechando la abstracción de las chicas, Peter se acercó sigilosamente a sus amigos.
- Parece que va bien, ¿no? –les preguntó en voz baja.
- Va genial, ya te dije que April es una chica estupenda –le contestó Sirius.
- Sí, pero no es tonta –añadió James-. Deberías plantearte contarle lo de la magia. Acabará averiguándolo sola y será peor.
Peter titubeó.
- No sé, me parece muy pronto para revelar algo así. Aún no tenemos una relación tan seria.
- ¿A qué esperas? Ya te la has tirado, ¿cuántas tías crees que querrán llegar tan lejos contigo? –preguntó Sirius incrédulo, ganándose una colleja por parte de su mejor amigo ante esa impertinencia.
- Lo que Canuto quiere decir es que cuanto más tardes en decírselo, más complicado será –insistió James tras avisar a su amigo con la mirada.
Peter suspiró, observando a su novia de lejos.
- Ojalá Lunático estuviera aquí para pedirle consejo –murmuró.
- ¿Y qué estamos haciendo nosotros, cantarte una serenata? –preguntó James ofendido.
- Además, parece que Remus estará fuera un tiempo. Lo de Rachel parece haberle afectado mucho –comentó Sirius sintiendo lástima por su amigo.
- Y con todo lo demás… -suspiró James, que al segundo se dio cuenta que no debió comentarlo.
- ¿Qué más hay? –preguntó Peter extrañado.
- Bueno –titubeó James-. Me refiero a su mierda de curro, su problema peludo y todo eso. No es lo mismo lidiar solo con un desengaño amoroso que con todo eso.
- Sí, puede ser –comentó Sirius mirándole como si no le creyera del todo-. Pero no sé, por mucho que Dumbledore diga que está bien, yo no me fío.
- Lo está en serio –aseguró James, que dudó unos segundos más antes de suspirar-. Veréis, ayer le vi de casualidad. Solo tiene un par de problemas que solucionar, pero está bien. Me ha pedido que no nos preocupemos por él.
- Como si eso fuera tan fácil –bufó Peter, rodando los ojos ante la ingenuidad de su amigo.
Mirándoles cotillear y tratando de hablar en voz baja, como si ellas no supieran que hablaban de ellas, las chicas susurraban entre sí sobre lo bien que estaba yendo esta reunión.
- Me alegro de que por fin hayamos quedado todos juntos –les confesó April-. Aunque echo de menos a Remus en esta reunión. Y, ¿no había más chicas en el grupo?
- Remus está algo ausente estos días –le informó Grace prefiriendo ignorar el otro tema.
- Y sí, en el grupo suele haber más chicas –respondió Lily completando la información-. Está Gisele, otra amiga nuestra del colegio –añadió Lily-. Y Rachel, que es la ex novia de Remus. Realmente acaban de cortar y no ha quedado muy amistoso, por eso hemos preferido poner un poco de distancia
De hecho, era por eso que Gisele no había acudido a la reunión, porque sentía que debía hacer fuerza con Rachel ahora que todos estaban enfadados con ella y habían decidido excluirla. Aunque Gis seguía viviendo con Grace y Lily y estaba agradecida por su acogimiento, no podía evitar posicionarse junto a su mejor amiga.
La discusión que habían tenido cuando Rachel les había confesado toda la verdad a las chicas había sido tan fuerte que ninguna sabía si su grupo acabaría soportando tanta tensión.
- ¡Rach! –exclamó Gis cuando Grace y ella abrieron la puerta de madrugada y se la encontraron llorando en la puerta-. ¿Ha pasado algo malo? ¿Qué haces aquí tan tarde?
- ¿Por qué lloras? ¿Le ha pasado algo a Remus? –preguntó Grace haciéndola pasar y buscando a su amigo con la mirada, esperando que hubiera ido a acompañar a su novia.
Pero Rachel estaba tan alterada que fue imposible que se explicara durante un rato. Entre las dos consiguieron sentarla en el sofá y le ofrecieron una de las pociones calmantes que Lily tenía almacenadas por si acaso.
Finalmente, aun hipando, con la nariz roja de tanto llorar y los ojos llorosos e irritados, Rachel confesó lo que le había llevado hasta allí.
- Me ha dejado. Finalmente me ha dejado –dijo en tono derrotado.
- Rachel… -Gisele, que ya se olía lo que ocurría, la abrazó por los hombros y trató de reconfortarla.
- ¿Cómo? –Grace, sin embargo, no esperaba una noticia como esa-. Pero, ¿qué ha ocurrido?
Sobrepasada por la situación y ya harta de vivir entre mentiras y medias verdades, Rachel lo confesó todo en voz alta. Su irritación por su condición, sus dudas con respecto a Benjy, los besos que habían compartido y su confesión a Remus, que había precipitado su ruptura.
Las chicas la miraron durante el rato que se estuvo explicando. Grace no daba crédito a lo que estaba escuchando y Gis le miró con pena al escuchar el relato completo.
- ¿Tú y Benjy? –gruñó Grace imperceptiblemente.
- No ha pasado nada entre nosotros –se apresuró a aclarar Rachel.
- No será por falta de ganas –respondió su amiga cada vez más ofendida-. Y claro, como tú tienes que ir haciendo daño, no podías ocultárselo a Remus, ¿no?
- ¿Crees que es bueno que le ocultara mis sentimientos a mi novio? –preguntó Rachel con ironía.
- Creo que eres una asquerosa egoísta. Llevas un año torturándolo de mil maneras, y ahora sales con esto.
- Grace, no seas injusta –intervino Gisele mirándola duramente-. Rachel también lo está pasando mal.
Grace bufó mientras se levantaba del sofá.
- Sí, ya veo cómo sufre tirándose a otro.
- ¡Yo no me estoy tirando a nadie! –exclamó Rachel comenzando a enfadarse.
Pero Grace también estaba fuera de sí.
- ¡Remus lo ha dado todo por ti! ¡Todo! –le espetó.
- ¡Sí, y también me ha dado su licantropía!
Ese arranque de Rachel, tan repentino, tan burdo y tan característico de su nueva personalidad le llegó a Grace en lo más profundo, de forma que solo acertó a lanzarse contra su amiga. Si no hubiera sido porque Gisele echó mano de su varita para separarlas, la pelea habría llegado muy lejos.
Cuando Lily llegó a casa se encontró exactamente ese percal. Grace y Rachel furiosas tratando de llegar a las manos y Gisele manteniéndolas separadas a duras penas a golpe de magia.
- ¿Qué está pasando aquí? –preguntó la pelirroja sin dar crédito a lo que estaba viendo.
- Lily, ayúdame a controlarlas –le suplicó Gis entre ambas amigas.
Aún desde la puerta, ella no podía asimilar la escena que estaba viendo ante sus ojos.
- Pero, ¿qué…?
- ¡Esta ingrata ha dejado a Remus! –estalló Grace entre los gritos que estaba lanzándole a Rachel.
- ¡Es él quien me ha dejado a mí! –espetó esta otra a su vez.
- ¡Después de que tú te tirases a Benjy Fenwick! –le devolvió la rubia.
Lily ahogó un grito de sorpresa.
- ¡Ya te he dicho que no me he acostado con él, solo nos hemos besado! –insistió Rachel cada vez más enfadada.
- ¿Has besado a Benjy? –preguntó Lily sin dar crédito.
- Por favor, chicas –suplicó Gis tratando de mantener la calma-. Rachel solo está confusa.
- ¡Todos estamos confusos y no vamos besando a otros por ahí! –exclamó Lily realmente enfadada para sorpresa de las tres-. ¡Remus también ha acabado muy harto este año y no va besando a ninguna tía!
- ¡Pues yo espero que ahora sí, que vaya con unas y otras para recuperar el tiempo que ha perdido con esta! –añadió Grace.
Gis gimió al comprender que Lily no se iba a unir a ella en calmar la situación.
- Por favor, chicas, tranquilicémonos todas.
Rachel finalmente consiguió soltarse de su mejor amiga. La reacción de Lily le había calmado pero no había mejorado su ánimo.
- No, Gis, me alegra saber por fin qué piensan de mí –comentó con su tono más frío, mirando especialmente a Lily, cuya reacción le había dolido mucho más-. Llevan todo el año cuchicheando a mis espaldas, prefiero que me digan las cosas a la cara.
Lily frunció el ceño sabiendo que aquel comentario iba más por ella, que siempre había sido la calmada y la conciliadora, que por Grace, que siempre había sido demasiado pasional en su defensa de Remus.
- Hemos estado todo el año hablando a tus espaldas porque no había quien te hablase a ti. Has tenido a Remus sucumbido todo este tiempo. –le acusó.
- Pues alégrate. Ya está liberado –respondió Rachel con la misma frialdad, y que hubiese sido creíble si sus ojos no se hubieran aguado en ese momento.
Lily titubeó al ver sus lágrimas contenidas, pero Grace, que seguía fuera de sí, no lo percibió y dio la puntilla final.
- ¡Y yo lo celebro! Lo peor que pudo pasarle fue conocerte.
Rachel encajó el golpe final como si hubiera recibido uno real. Incluso retrocedió un par de pasos. Finalmente, sin decir palabra, recogió sus cosas y abandonó el piso haciendo oídos sordos a las súplicas de Gis, que corrió tras ella por el pasillo. Lily y Grace se miraron en silencio y suspiraron pero ninguna dijo nada más sobre el tema. Ni en ese momento, ni en días posteriores.
Cuando acabó la reunión, James y Lily volvieron al apartamento de esta última a recoger algunas cosas antes de que ella volviera a casa de sus padres. Por el momento, no quería que James le acompañase. Prefería dejarlo para cuando la cosa se pusiese peor, y él respetó su decisión.
Sin embargo, ambos se sorprendieron cuando encontraron a Gideon y Fabian en la puerta el edificio, siendo vigilados estrechamente por los guardias que custodiaban el bloque de viviendas.
- ¿Ha pasado algo? –preguntó James, temiendo que su presencia indicara que la Orden les necesitaba.
Los gemelos les miraron con idénticas sonrisas tranquilizadoras.
- Tranquilo, solo me he pasado para que Lily me entregara unos documentos que tiene.
La pelirroja, que también se había tensado, suspiró de alivio.
- Los tengo arriba, subid.
- ¿Por qué no nos habéis esperado dentro? –preguntó James extrañado, mientras los guardias les chequeaban rápidamente para asegurarse de que eran ellos y no unos impostores. Ese día llovía a cántaros, y los gemelos los habían esperado en la calle, empapándose ya que la afluencia de muggles impedía que usaran la magia para no mojarse.
- Eso díselo a mi hermano –respondió Fabian divertido-. Con las pintas que trae, los guardianes no nos consideraban de fiar.
Efectivamente, cuando les abrieron la puerta, los hombres que la custodiaban les miraron de forma desconfiada, especialmente al aspecto desaliñado, el pelo largo y la barba descuidada de Gideon.
Éste, con su chulería habitual, le dio un empujón a su hermano gemelo.
- Se afeita y se corta el pelo, y aquí el clon feo se cree un dandi –bromeó, ganándose una risa de Lily.
Fabian se acomodó su gabardina, se pasó la mano por su cabello, más corto que el de su hermano, y sonrió con un cutis recién afeitado.
- Siempre has tenido celos de mí –le acusó divertido.
Cuando los cuatro entraron en el apartamento de Lily y Grace se encontraron la vivienda a oscuras y vacía. Grace seguía en casa de April y Gisele no había regresado. Desde el apartamento las paredes estaban insonorizadas y no llegaba ningún ruido del intenso tráfico del centro de Londres.
- La verdad es que desde el ataque han mejorado en seguridad –opinó Gideon aprovechando, como siempre, a apreciar las magníficas vistas que ofrecían los ventanales de la mejor zona de la ciudad-. No me han dejado pasar sin la compañía de una inquilina a pesar de que a mí me conocen.
- O quizá es que te conocen demasiado –apuntó James, mirándole con sorna.
Lily se disculpó con ellos y fue a su habitación a recoger los documentos que debía entregar a su padrino, y que James se lamentaba interiormente por no haber podido echar un vistazo. Tenía demasiada curiosidad sobre en qué estaba trabajando su novia que requería tanta discreción y estudio por su parte.
- ¿Habéis sabido algo de Remus? –preguntó entonces Fabian.
James observó al padrino de su amigo y apreció que estaba realmente preocupado por él.
- Está en casa de su padre. Volverá pronto –dijo escuetamente.
- ¿Dumbledore le ha dado permiso para ausentarse? –cuestionó Gideon extrañado.
James se encogió de hombros.
- No me ha dicho lo contrario –repuso.
- Pero, ¿pasa algo con su padre? Remus no es de desaparecer de un día para otro sin motivo.
James suspiró, mirando de reojo hacia la habitación de Lily, donde la pelirroja trasteaba. Para Remus era importante que la gente no averiguara sobre la situación de su padre; él se lo había prometido.
Y, dado que pronto lo averiguarían los demás, decidió que el mal menor era contarles a los Prewett lo mismo que sabían los demás.
- La verdad es que solo quiere estar unos días solo, algo alejado. Veréis, Rachel y él han roto.
A pesar de llevar estilismos completamente diferentes, Fabian y Gideon pusieron la misma expresión: primero sorprendidos, después apesadumbrados.
- Mierda… Debe de estar hundido –musitó Fabian, que le conocía bien.
- Joder –expresó simplemente Gideon como toda exposición.
En ese momento Lily regresó cargando una pesada carpeta con diferentes pergaminos, que se veían resobados, arrugados y amarillentos.
- Aquí tienes, Gideon. No he podido resolver… ¿pasa algo? –preguntó, apreciando sus caras.
- ¿Qué va a pasar? –le respondió su padrino rodando los ojos-. Es fin de semana, llueve a cántaros y tengo que tirarme la noche trabajando. Es un día triste para la vida social londinense.
Con una risa, su hermano le dio una palmada en la espalda para agradecerle que, una vez más, supiera cómo destensar un momento incómodo.
Ajenos al mal tiempo que albergaba un mes tan atípico como junio, en las catacumbas donde se encontraba la guarida de Voldemort la vida seguía en su ejército, que luchaba día a día por recuperarse del último golpe que le había azuzado el Ministerio.
Escondidos bajo tierra, como estaban acostumbrados a vivir cuál serpientes, los mortífagos se reorganizaban y lamían sus heridas. Un desaparecido Voldemort, que estaba volviendo a formar su círculo más íntimo, delegó en otros cuestiones que consideraba más secundarias.
A Malfoy le tocó ser el que dirimiera quién podría encargarse de dirigir su laboratorio tras la encarcelación de O'Donell; y no encontró mejor candidato que un joven Severus Snape. A pesar de su destreza, tanto con la varita como con las pociones, Severus aún era demasiado joven para contar con el respeto de otros de sus compañeros.
- No me hagas reír, Snapy. Esa poción es para alumnos de Hogwarts; esto es el mundo real y estamos en guerra. ¿Qué daño puede hacer a nuestros enemigos? –se burló Wilkes, que no llevaba nada bien que alguien más joven que él estuviera a su cargo.
Snape suspiró por enésima vez.
- Precisamente porque estamos en guerra también debemos estar bien nutridos de pociones curativas. O, si quieres, cuando un auror te haga desaparecer todos los huesos del brazo derecho, vas a San Mungo a pedir que te apliquen la crecehuesos porque no te dio la gana de elaborarla en su momento. Seguro que no te detienen.
Es cierto que era el más joven del equipo, pero su tono serio y su fría ironía siempre conseguía callar las bocas de sus compañeros. Aunque reticentes y enfadados, Wilkes y Gibbon dejaron de cuchichear a sus espaldas y comenzaron a seguir sus instrucciones con el ceño fruncido.
No sería fácil hacerse cargo del laboratorio, pero Severus no iba a dejar pasar esa oportunidad. A fin de cuentas, ahora se encontraban más solo y si se relajaba podría convertirse en el eslabón más débil ahora que Regulus había ascendido dentro de la organización.
Aunque los primeros días que éste acompañó a Malfoy a las reuniones del círculo íntimo de Voldemort habían acarreado comentarios sobre su favoritismo, nadie más lo hacía ahora. Tras los últimos acontecimientos, nadie dudaba de que Regulus Black se estaba ganando la confianza del Señor Tenebroso.
Era inteligente, discreto y persuasivo; tres cualidades que el Señor Oscuro valoraba altamente. Además, en los últimos tiempos se había empeñado en ser servicial y estar siempre dispuesto. Incluso había adquirido una gran capacidad de mando. Irónicamente, lo que frente a sus compañeros fue un inconveniente, que fue enfrentarlos por los sucedido en la casa de los Bones, para Voldemort fue una ventaja porque le reveló como más inteligente que la mayoría de sus mortífagos.
No era raro ahora ver a Regulus acompañando a Voldemort en las reuniones más secretas. Por lo tanto, su presencia en el laboratorio de pociones hacía terminado para siempre. El joven Black se dedicaba ahora a la captación y asesoramiento de Voldemort, para disgusto de muchos compañeros más veteranos que él.
Sin embargo, ninguno era capaz de volver a meterse con él. Cuando no estaba trabajando para su señor o reuniéndose con él, Regulus pasaba las noches ensayando duelos. Lo hacía sin esconderse, como si quisiera que todos tuvieran clara su habilidad con la varita. Y lo había conseguido, porque ya nadie se acordaba de los meses de flaqueza que había vivido en el pasado. Ni siquiera Rabastan Lestrange, que ahora trataba de distanciarse de él y no provocarle problemas.
Para indignación de decenas de hombres que llevaban años tratando de conglatularse en las filas oscuras, ahora dos jóvenes recién salidos de la escuela como Severus Snape y Regulus Black les estaban ganando el terreno.
Ese sábado por la noche, Gisele terminó de arreglarse con la ropa muggle que Rachel le había prestado y acomodó su cabello frente al espejo del baño, mientras se pasaba la lengua por los labios recién pintados.
Los rizos sueltos y los labios rojos le daban más apariencia de mayor, y el vestido colorido, de grandes hombreras y falda de tubo corta hicieron el resto. Aparentaba muchos más de sus 19 años.
Cuando se quedó conforme, apagó las luces del baño, cogió el abrigo y el bolso y salió hacia la puerta. En el salón encontró a Grace, en ropa deportiva, con el pelo recogido y la revista Corazón de Bruja en su regazo mientras distraídamente daba vida a la chimenea con su varita.
Al verla aparecer, la rubia la miró y sonrió con desgana.
- ¿Vas a salir? –preguntó, aunque era obvio.
Gisele se encogió de hombros.
- Es sábado –respondió simplemente.
No dijo que volvía de fiesta al pub donde trabajaba Rachel porque no era necesario. Ya había vuelto un par de veces esa semana, sintiéndose de nuevo libre y sin juicios de por medio. Grace sabía que ella necesitaba esa normalidad en aquel momento, por lo que dejó de lado que siguiera mostrándose de parte de Rachel y le sonrió.
- Pásalo muy bien, pero no regreses muy tarde.
Gisele le sonrió y se aproximó al sofá donde estaba sentada.
- ¿Por qué no me acompañas? –preguntó.
Grace la miró extrañada.
- ¿Estás de broma? –preguntó divertida.
Su amiga rodó los ojos.
- Vamos, juntas lo pasaremos mejor. Tú no tienes nada mejor que hacer, ¿no? Lily está en casa de sus padres y no parece que tengas mejores planes.
- Podría tenerlos. No te dejes engañar por las apariencias –repuso su amiga.
Las dos se echaron a reír.
- No es buena idea –insistió Grace solemne-. Nada de fiestas, nada de hombres y nada de nada. Estoy en pleno proceso de depuración, ¿recuerdas?
- ¿Y si te prometo que no vas a tener ningún moscón hoy? Hombres sí, pero absolutamente inofensivos. Lo que me encanta de ese local es que solo consiste en bailar, pasarlo bien y olvidarse de todo. Fuera convenciones sociales.
Grace frunció el ceño divertida.
- ¿Ese pub está en el Soho o en tus sueños?
- Fíate de mí –insistió la morena-. Es genial.
Lo cierto es que le había picado la curiosidad. Aunque siguió dudando al principio, sobre todo porque Rachel estaría allí y Grace aún no quería perdonarla, finalmente Gis le convenció. Rachel estaría trabajando, y ellas dos pasarían la noche bailando en la pista.
Media hora después, ambas llegaron al abarrotado local, cuyo ambiente la intensa lluvia no había perjudicado en absoluto. Grace entregó su abrigo a su amiga y fue a la barra a pedir las bebidas mientras Gisele se acercaba al guardarropa en el que trabaja Rachel.
- Veo que has venido acompañada –comentó su mejor amiga, observando a Grace de lejos.
La rubia, que lucía una bonita blusa roja abombada y una corta minifalda negra, estaba riéndose de algo que Leney le estaba diciendo mientras le servía las copas. Como no tuviera cuidado, acabaría ligando pero no precisamente con un chico. A su compañera de trabajo se le estaba cayendo la baba mirando a Grace, que le seguía el rollo ajena a todo.
Gisele siguió su mirada y se divirtió ante la imagen que tenían delante.
- No te importa, ¿verdad? Como vas a estar toda la noche trabajando…
- No soy yo quien tiene un problema con ella. Es más bien al revés –aclaró la joven de cabello castaño.
Gis se recargó contra el probador del ropero.
- Dales tiempo. Han decidido ponerse de parte de Remus, pero se les pasará.
- ¿Sabes algo de él? –preguntó Rachel mirándole preocupada.
Gis suspiró y negó con la cabeza.
- Solo sé que James le ha visto y que ha pedido a los demás que le dejen un tiempo tranquila. Reconozco que yo también estoy preocupada por él, ya sabes cómo es cuando decide cerrarse en sí mismo.
Rachel se mordió el labio angustiada y escondió la cabeza entre sus manos, dejando caer sus rizos sobre su cara. Sintiendo su angustia, su mejor amiga le acarició el pelo y le dio un beso en la cabeza.
- No es culpa tuya –le repitió, como llevaba días haciendo-. Por fin has sido sincera. Te has portado mejor ahora que en todo este año, no has querido seguir engañándolo.
- Pero le sigo haciendo daño –repuso Rachel con los ojos empañados.
Gisele suspiró, sin saber qué más decirle. Pero Rachel levantó la cabeza y vio a su jefe, Dylan, mirarla de lejos. Ella se recompuso enseguida.
- Tengo que seguir trabajando –dijo-. Y tú deberías ir a rescatar a Grace antes de que Leney la convenza de acompañarla al baño. No saldría fácilmente de ahí.
Gis miró por encima de su hombro y vio que la pintoresca Leney había salido de la barra y hacía girar a Grace en un divertido baile y aprovechaba para acercarse sútilmente a ella. Por la expresión de su amiga, supo que empezaba a darse cuenta de que aquello no era como lo que había vivido hasta ahora.
- Lo cierto es que Leney tiene muy mal ojo. Le gustan las mujeres a las que nos gustan los hombres –dijo divertida, recogiendo la pulsera que le tendía su mejor amiga para recoger sus abrigos a la salida.
- A Leney le gustan todas las mujeres –matizó esta.
Gis le guiñó un ojo y corrió en busca de Grace, que sonrió al verla. Rachel sonrió levemente al ver la expresión apesadumbrada y después divertida de su compañera de trabajo cuando fue advertida de que Grace no compartía sus mismos gustos.
Sin estar muy afectada, pronto volvió detrás de la barra y siguió sirviendo copas mientras bailaba. Mientras, Gisele y Grace ya estaban muy animadas en el centro de la pista de baile. Rachel las observó de lejos, sintiéndose de nuevo terriblemente sola.
Su mejor amiga había hecho por entenderla, pero la verdad es que todos sentían mucha más comprensión por Remus que por ella. Incluso ella misma.
Esa noche, como se había hecho costumbre en las anteriores, Fabian y Marlene la pasaron juntos. Desde que habían dejado claros sus sentimientos, la pareja se había convertido en inseparable. Tal cual era antes de que los malentendidos e inseguridades hicieran mella en ellos. Aunque su relación había mejorado , obviamente.
Ahora que Marlene se había trasladado al apartamento con Emmeline no había nada que les impidiera pasar juntos todo el tiempo posible. Su compañera de la Orden apenas pasaba tiempo en casa y no le molestaba que Fabian estuviera allí mañana, tarde y noche.
En aquel momento, la madrugada del sábado, ambos se encontraban descansando en el cuarto de Marlene. Fabian, a quien a veces le resultaba extraño que su ahora novia dejara ver su parte más desinhibida, se divertía tomándole el pelo por ello.
Tumbado en la cama, con la sábana como único cubrimiento de su cuerpo, la miraba trastear en el armario vistiendo solamente la camiseta de él, que le quedaba enorme, y la ropa interior.
- Deja de buscar lo que sea que quieras enseñarme y vuelve aquí, Mckinnon –dijo tirándole un zapato que ella esquivó sin necesidad de mirarle.
Marlene se giró, con el pelo revuelto sobre la cara y le sacó la lengua.
- Espérate, que esto es importante. Llevo días queriendo enseñártelo pero no me has dado tregua.
- Y aún no he acabado contigo –respondió divertido, poniéndose boca abajo y reptando para tratar de atraparle la pierna.
Su novia le dio una suave patada y se rio. Después se subió, descalza, sobre las baldas del armario hasta alcanzar el altillo. Preocupado, Fabian se incorporó de un salto y la sujetó por las caderas para evitar que cayera.
Marlene miró hacia abajo y se sonrojó.
- Anda, vístete, que esto es de trabajo y si no me distraes.
Fabian rodó, los ojos, la ayudó a bajar con la caja que tenía entre manos y se puso la ropa interior.
- Sigues siendo una aguafiestas –la acusó divertido.
- Y tú sigues siendo incorregible –respondió ella.
- Eso es por lo bien que te sienta mi ropa. No puedo evitarlo.
Marlene se echó a reír, más feliz de lo que nunca recordaba haber estado. Le encantaba volver a tener esa confianza con él, pero haber ido más allá y tener ese coqueteo picante y provocativo. Jamás, en sus años de estudio, se había sentido tan femenina como cuando bromeaba con él y recibía sus halagos. Solo con él le pasaba, con todos los demás se habría sentido incómoda.
- ¿Qué te parece en lo que he estado trabajando? Aún es un prototipo y no puedo enseñárselo todavía a Dumbledore, pero creo que resolvería en gran parte el riesgo de que nos localizaran el cuartel, además del Fidelio.
Tras observar detenidamente los aparatos, Fabian sonrió.
- Pues sí que has estado ocupada pensando en nuevos cachivaches.
Marlene se encogió de hombros mientras se apartaba el pelo de la cara y se lo recogía en un moñete, con su habitual peinado.
- En algo tenía que ocupar mi mente mientras tú decidías ignorarme –respondió.
- Mi pequeña empollona… -musitó él, apartándole un mechón rebelde de la frente-. ¿Así que tú matas el mal de amores dándole a la cabeza, a ver qué tipo de artilugios puedes inventar?
- Bueno, es más productivo que emborracharse, ¿no? -contestó ella que sabía que daba en el blanco.
Fabian sonrió lentamente y, antes de que Marlene pudiera reaccionar, se lanzó sobre ella y la inmovilizó sobre la cama, con su pecho sobre el suyo. Ella se rió divertida.
- Me alegro que todo vuelva a ser como antes –le dijo.
Fabian ronroneó, lamiendo lentamente el lóbulo de su oreja.
- Ya sabes a lo que me refiero –rio ella, apartándose al sentir las cosquillas-. He echado de menos a mi mejor amigo.
- Yo también te he extrañado, listilla –reconoció él besándola en los labios.
Marlene jugueteó con su cabello mientras recorría su rostro con los ojos. Fabian sonrió al verla tan concentrada.
- Molly me ha amenazado –reconoció tras unos minutos de silencio.
Fue divertido ver el ceño fruncido ante la extrañeza de su novia.
- ¿Qué has hecho? Pero si tu hermana te adora.
- Y a ti también –dijo él-. En cuanto Gideon le ha contado lo nuestro, me ha recordado que te saco muchos años, me ha acusado de pervertirte y me dijo que si te hacía daño se pondría de tu parte. Y será madre de cinco hijos, pero acojona un poco cuando agarra la varita, créeme.
Marlene se echó a reír.
- Está bien saber que tengo una aliada en tu familia.
- Ya es más de lo que tendré yo en la tuya –aseguró él rodando los ojos divertido.
- No seas exagerado. Mis padres y mis abuelos te tienen mucho cariño.
- Eso es porque aún no saben que estamos juntos, ¿me equivoco?
Marlene compuso una mueca.
- No es algo fácil de contar –reconoció.
- No te lo he echado en cara –aseguró él, besándola un segundo en los labios-. La diferencia de edad es demasiado elevada para que ellos lo comprendan.
- Diez años no son nada –murmuró ella comenzando a besarle poco a poco en la barbilla y bajando por su cuello.
- No son diez años, sino doce. Te recuerdo que tengo 33. Estoy entrando en edad peligrosa –le recordó, conteniendo un escalofrío por lo que le estaba haciendo sentir al lamer su cuello. O quizá por decir su edad en voz alta.
Ella se rió contra su piel.
- Sí a mí no me importa, no veo por qué a nadie más tendría que hacerlo. Mis padres y mis abuelos lo aceptarán.
- ¿Que a tus 21 años te hayas enamorado de un treintañero con demasiada experiencia?
- Que me haya enamorado de ti –puntualizó, atrapándole la nuca y profundizando el beso.
Ante una declaración semejante, Fabian no tuvo ganas de seguir hablando en toda la noche.
Eran más de las cinco de la mañana cuando Rachel salió del trabajo. Gisele y Grace hacía dos horas que se habían marchado a casa y, de nuevo, Grace se había negado a dirigirle la palabra. Gisele había tratado de disculparla, pero Rachel se negó a recibir las explicaciones. Sabía muy bien lo que ocurría con su amiga.
Preocupada por Remus, sintiéndose culpable por la situación en la que les había puesto a ambos y encontrándose horriblemente sola, Rachel empezó a vagar por las solitarias calles de Londres.
La lluvia había arreciado a lo largo de la noche y el día despuntaba fugazmente por encima de la espesa niebla que atravesaba la ciudad. Sus pasos resonaban en el mojado asfalto, con unos tacones que hacía horas eran incómodos y ahora apenas notaba en sus insensibles y congelados pies.
Esa noche vestía unos vaqueros desgastados y una camiseta de cuello alto de colores. Toda ropa muggle, por supuesto. Jamás usaría su ropa de bruja en el trabajo, ya bastante difícil era explicar sus cicatrices y sus ausencias mensuales como para llamar la atención por su ropa.
La rivera del Támesis estaba apenas a un par de calles y Rachel podía escuchar el discurrir del río a su paso por las callejuelas. Sabía que había tomado el camino contrario a su casa, pero no podía soportar pasar allí ni una sola noche más. Sin la presencia de Remus, sin saber dónde estaba ni cómo se encontraba.
Antes de que se diera cuenta, estaba frente al bloque de apartamentos en el que vivía Benjy. Él se había portado maravillosamente con ella, como siempre. Había sido el único que la había comprendido, que había tenido paciencia con ella y que no la había juzgado. No le había pedido nada durante esos días tan tristes y confusos para ella.
Se encontró con él en las escaleras, cuando él bajaba ya listo para marcharse donde fuera. Muchas veces no sabía a qué dedicaba su tiempo, pero él tenía unos horarios tan intempestivos como los de ella.
- Hey –murmuró él al verla aparecer, con la gabardina en la mano, el pelo despeinado y el maquillaje corrido-. ¿Ha pasado algo?
Ella negó con la cabeza.
- Acabo de salir de trabajar. Gis ha venido hoy al bar, y se ha traído a Grace con ella. Y… no sé. Mis pies me han traído solos hasta aquí. Necesitaba ver una cara amable.
Benjy sonrió, y se apartó para dejarle paso y que subiera hasta su apartamento.
- ¿Te interrumpo? –preguntó Rachel cuando pasó por delante de él.
- No. Lo que iba a hacer, lo puedo hacer más tarde. ¿Quieres cenar algo? ¿O desayunar? –añadió, al percatarse de la hora.
Rachel sonrió con cansancio y negó con la cabeza. Cuando entraron en el apartamento de él, ella usó la varita para quitarse el maquillaje de la cara y recogerse el pelo.
- No querías volver a casa –adivinó él. Ella no respondió, otorgándole la razón-. Deberías dormir un poco.
- No tengo sueño –protestó.
- Pero deberías hacerlo.
Él rebuscó entre su ropa y le dio un atuendo deportivo cómodo, con el que ella se cambió. Cuando estuvo limpia, cómoda y seca, Benjy se sentó a su lado en el sofá.
- ¿Seguro que no quieres una taza de té?
Rachel le miró intensamente a los ojos.
- Remus se ha ido por mi culpa –le dijo finalmente.
Benjy suspiró, cansado de hablar ese tema.
- Te lo he dicho mil veces…
- Me da igual –insistió ella, cortándole de raíz-. Sé que lo ha hecho por mi culpa. Y no solo por lo que ha pasado estas semanas, ni por ti ni por mí.
- Entonces, ¿por qué ha sido? –quiso saber él.
- Porque desde que me mordieron, desde que me convertí en una licántropa… Me he sentido atrapada en nuestra relación. Creía que nuestra circunstancia nos obligaría a estar juntos, que no teníamos más opción. Y lo que durante mucho tiempo fue una elección, de pronto parecía una trampa. La única opción de no estar sola.
- Pero te has empezado a plantear otras opciones que no creías posibles –añadió él, sabiendo por donde iba porque la conocía muy bien.
Rachel asintió.
- Quizá sea el último acto egoísta que tendré… pero quiero dejar de sentirme atrapada y obligada –declaró tajantemente.
Con la boca seca, Benjy averiguó sus intenciones segundos antes de que ella le besara. Y esta vez no la detuvo ni trató de hacerle entrar en razón. Porque Remus no estaba, porque todos les odiaban, porque el daño ya estaba hecho… y porque estaba harto de resistirse.
No la frenó cuando ella profundizó el beso y se sentó en su regazo, ni la frenó cuando se quitó torpemente su ropa y le arrancó la de él. No la frenó cuando ambos acabaron arrastrándose a la cama ni cuando ella pasó la lengua por las tres cicatrices que le comenzaban en el cuello y le bajaban por el pecho. Y, por supuesto, se negó a frenarse a sí mismo cuando la luz del alba le sorprendió enterrándose con fuerza dentro de ella, sintiendo las uñas clavadas en su espalda, los dientes marcando su cuello y sus gruñidos acompañados de sus embestidas.
Ese amanecer, entre gemidos y un placer explotado tras tanta represión, Benjy Fenwick dejó de frenarse por todo y tomó y disfrutó lo que llevaba un año deseando hacer suyo.
A esas horas, con el alba asomándose por las ramas de los árboles del Bosque Prohibido, Remus Lupin atravesaba los pórticos de Hogwarts y se adentraba en el imponente castillo en el que había vivido los últimos años de su vida.
Era extraño regresar un año después, encontrándose el colegio tan vacío. Hacía una semana que los alumnos habían recibido las vacaciones de verano, por lo que no había peligro de encontrarse con ningún antiguo compañero que le reconociese.
Sin embargo, su estómago dio varios vuelcos al atravesar los conocidos pasillos en los que se había hecho mayor. Se sentía en casa y, al mismo tiempo, fuera de lugar. La sensación de incomodidad era tan acuciante que tuvo ganas de salir corriendo, pero las contuvo y continuó por el conocido camino hacia el despacho del director.
Dumbledore no le habría mandado llamar si no fuera urgente. Era, junto con James, el único que conocía la situación que estaba atravesando con su padre. Y él le debía demasiado al viejo profesor como para desairarle. A fin de cuentas, su padre aún tardaría un par de horas en despertar.
No se cruzó con ningún profesor ni fantasma en su trayecto, y si acaso se llevó consigo varias miradas curiosas de los cuadros más madrugadores que le reconocieron. Al llegar a la entrada del despacho sacó la carta que le había enviado Dumbledore y leyó de nuevo la contraseña que le había hecho llegar.
- Virutas de chocolate –pronunció sin poder evitar una sonrisa. El director no cambiaba.
La gárgola se giró, dando paso a las conocidas escaleras que le habían llevado a tantas charlas y castigos en sus siete años de colegio.
El director se encontraba de pie en el despacho, revisando unos documentos frente a la ventana por donde se apreciaba un precioso y primaveral amanecer, bañado por el sol en esa parte de Escocia.
- Vaya, Remus, tú no eres de los que se hacen esperar –dijo risueñamente como saludo.
El joven trató de sonreír, pero solo pudo lograr una mueca amable. Esos días no tenía ganas de fingir.
- Me pareció que me requería para algo importante, señor. Y no tengo mucho tiempo.
- Lo sé. He lamentado mucho enterarme de la situación que estás viviendo con tu padre –aseguró el director, caminando hacia él y poniendo una pesada mano en su hombro.
Remus bajó los hombros.
- No quiero importunar a nadie con mis problemas, director. Pero me pareció justo explicarle por qué necesito alejarme una temporada de la Orden.
- Realmente te comprendo, Remus. Aunque he de decir que eres alguien muy valioso dentro de la organización.
El joven hizo una mueca, sintiéndose desagradecido.
- Le juro que no es por ningún acto de cobardía ni una excusa. Yo a usted le debo todo y siempre le seré fiel. Quiero seguir sirviendo a la causa, pero mi padre no tiene a nadie más. Tengo que cuidarle.
Dumbledore asintió pesadamente, conduciéndole a una de las sillas frente a su escritorio. Cuando Remus se sentó, el director lo hizo a su lado en vez de en su butaca habitual. Esa cercanía descolocó al joven.
- Sé que no encontraré a alguien más fiel y más entregado que tú a esta causa, Remus. Confío plenamente en ti. Y también sé que serías un profesor magnífico en este colegio a pesar de tu juventud. Eso es algo que siempre he creído.
Remus cerró los ojos. No era bueno que le recordaran lo que podría hacer con su vida si no tuviera la maldición de la licantropía corriendo por sus venas.
- Hay cosas que no pueden ser, señor. Y no me gustaría ser de los que se lamentan.
- No, de eso estoy seguro –respondió Dumbledore mirándole con sus intensos ojos azules-. Por desgracia, tal y como está la situación política y social no podría contratarte en Hogwarts. Te daría más problemas de los que te quitaría.
El chico le miró sin comprender.
- No he venido aquí esperando ninguna oferta de trabajo, director. No sé qué querrá de mí, pero la verdad es que mi situación me obliga a apartarme de todo un tiempo para cuidar de mi padre.
- ¿Y tienes alguna idea de cómo os vais a mantener ahora que has dejado tu empleo? –preguntó el anciano.
Remus debería dejar de sorprenderse porque su viejo director lo averiguara todo, pero aun así había veces que conseguía pillarle desprevenido. Carraspeó y se removió incómodo en la silla.
- Ese es un inconveniente que aún no he resuelto del todo –confesó-. James se ha comprometido a dejarme dinero, pero no puedo aprovecharme de su generosidad indefinidamente.
Dumbledore asintió.
- Bueno, creo que lo primero que debes saber es que, por mucho que quieras a tu padre, él estaría mejor internado en un lugar adecuado. Creo que sabes a lo que me refiero.
- Lo sé, señor. Pero ese tipo de lugares cuestan un dinero que nosotros no tenemos –admitió él.
- ¿Y si yo te ayudara a costearlo? –propuso el anciano.
Remus ya estaba negándose antes de que terminase la pregunta.
- Imposible, director. Me niego a aceptar su caridad, y además…
Pero Dumbledore le frenó, colocándole una mano en el brazo.
- No es caridad, Remus. Es un pago. A cambio, te voy a pedir que hagas para mí un trabajo. Un trabajo muy peligroso que solo puedo confiarte a ti.
El joven licántropo se calló de golpe, le miró y entornó los ojos, extrañado.
- ¿A qué se refiere? –preguntó demasiado interesado.
Por la mañana suele ser el momento en el que muchos se van a trabajar, pero también es el momento en el que otros vuelven tras una dura jornada nocturna. Y entre ese grupo se encontraba entonces Alice Longbottom, que regresaba a su hogar tras una dura noche de guardia para el Departamento de Aurores.
Su marido, Frank, se divirtió al ver su agotado cuerpo atravesar la cocina y dejarse caer en una de las sillas mientras él preparaba el desayuno.
- Cariño, estás horrible –declaró ocultando una sonrisa que sabía que no le sentaría bien.
Alice apoyó la cabeza en su mano y sopló cuando los cortos mechones de su cabello negro se le metieron entre los ojos.
- Gracias por verme siempre con buenos ojos –comentó irónicamente con voz pastosa.
En ese momento, su marido se giró y le ofreció una humeante taza de té.
- Pero gracias por ser siempre tan detallista –añadió ella con cariño.
Frank se acercó, la cogió en brazos con facilidad y la sentó en sus rodillas mientras ella se aseguraba de que no se derramara el té sobre ellos.
- ¿Tan mala ha sido la noche? –preguntó, acunándola con ternura.
Alice dio un sorbo a su té y escondió la cara en su cuello, cerrando los ojos.
- Crouch y su familia son lo más pedante e insoportable que he tenido que tragar en todos estos años. Creo que Moody sigue castigándome por mi insubordinación de estos meses.
Frank sonrió, ocultando la cara en su cabeza mientras le depositaba un beso.
- Te dije que no le echaras un pulso. El jefe puede ser un malnacido cuando se lo propone.
- Debería agradecerme que he sido yo quien ha descubierto todos esos laboratorios –protestó Alice frunciendo el ceño.
Frank le hizo dar otro sorbo y le quitó la taza de las manos. Tras besarla entre las cejas consiguió que su expresión se relajase.
- Esto pasará pronto –le prometió-. ¿Ha habido alguna novedad esta noche?
Su esposa agitó la cabeza.
- Nada nuevo, de momento. El Departamento ya se ha encargado de los Tinker. Estaban hechizados por el Imperio, pero tras un periodo necesario en San Mungo se les asignará un destino seguro para que los mortífagos no puedan volver a dar con ellos.
- Sin duda, tras el asesinato de Imelda Follet ellos eran el contacto directo para acabar con Crouch –coincidió su marido.
- Parece lo más evidente –razonó Alice pensativamente-. Ahora que hemos desactivado esa vía, habrá que estar pendientes de por dónde actuarán.
Frank vio sus ojos brillosos, llenos de sueño y al mismo tiempo inmersos en sus pensamientos y decidió cortárselos de golpe con un beso. Alice, que estaba cansada pero nunca decía que no a un beso de su marido, se unió a él. Cuando se separaron, ambos estaban igualmente agitados.
- Sí que te has despertado con energía –bromeó ella.
Frank sonrió.
- No sabes lo orgulloso que estoy de ti. Siempre consigues encontrarle la trampa a la situación supuestamente más inocente.
Alice pasó las manos por su cuello.
- Diría que ha sido un golpe de suerte, pero no soy tan humilde. De todas formas, ningún mago normal regaría sus plantas a las tres de la mañana. No era difícil de sospechar del comportamiento de Tinker.
- Pero pasó el interrogatorio de Scrimgeour –puntualizó Frank.
- Porque Scrimgeour es un poco cazurro y yo soy listísima –declaró ella con una sonrisa.
Frank se echó a reír.
- ¿Qué te parece si te doy un masaje para que duermas relajada y descansada? –propuso su marido.
Ante una propuesta así, Alice dejó olvidado su té, se puso de pie de golpe y tiró de su marido hasta su habitación. En menos de cinco minutos estaba estirada en la cama, boca abajo y con los dedos de Frank desenredando todos los nudos que el estrés había formado en su espalda, hombros y cuello.
- Debería haberte obligado a firmar por un masaje semanal en el acta de matrimonio –murmuró encantada.
Frank se rio encantado y posó un cálido beso en su espalda.
- ¿Recuerdas cuando eras tú la que me daba s masajes a mí? –preguntó divertido.
Alice sonrió soñadoramente.
- Después de cada partido de quidditch –aseguró, recordándolo vívidamente-. Todas las chicas me odiaban, y yo lo disfrutaba encantada. Era de las pocas veces que podía tocarte tanto sin que tú notaras nada raro.
Los dedos de Frank se hundieron en su cuello y él pegó sus labios a su oído.
- Si hay algo que nunca te perdonaré es que no me contaras tus sentimientos en el colegio. Podríamos haber comenzado mucho antes.
Ella abrió un ojo para mirarle pícaramente.
- Te habrías sentido incómodo y te habrías distanciado de mí. Prefería que te dieras cuenta por ti mismo que soy la mujer perfecta para ti –le confesó-. Además, era tu mejor amiga y tu masajista particular. No me quejaba.
Ambos se sonrieron y no siguieron con el tema. El tiempo de cada pareja está marcado y nunca uno puede lamentarse por lo que pudo ser y no fue. Lo importante para ellos era el ahora. Y el ahora implicaba que Alice debía descansar y por eso Frank pasó esa mañana de domingo velando sus sueños y acariciando su corto cabello azabache.
Las mañanas de los domingos son tontas, largas y aburridas cuando no puedes dormir. James estaba viviendo una así, pues la preocupación por su novia le quitaba el sueño pero ella no le dejaba estar a su lado en esos momentos tan difíciles.
- Eres mi vía de escape. Cuando esté contigo quiero que sea para olvidarme un poco de lo que hay en casa –le había dicho el día anterior.
- Pero Lils, yo puedo ayudarte y ayudar a tus padres –había protestado él entonces, impotente al saber que cuando ella tomaba una decisión, esta era definitiva.
Lily le había acariciado la cara y sonreído con esa expresión que le daban ganas de comérsela a besos.
- Lo sé. Y cuando te necesite, te llamaré. Pero déjame decidirlo a mí –le pidió.
Y así habían quedado desde que se habían despedido la tarde anterior. Había pasado la noche desvelado, jugando con su snitch, recuerdos de tiempos más felices y que ahora parecían muy lejanos.
Viendo revolotear sus alas de colibrí frente a sus ojos mientras estaba tumbado en su cama, James repasó todas las cosas que le preocupaban en ese momento. Lily estaba en la parte más alta de la pirámide.
No solo por la enfermedad de su madre, sino por todo lo que estaba tratando de abarcar y que le estaba alejando de él. La tarde del día anterior había sido una isla en las últimas semanas de su relación. Normalmente, cuando no estaba en su casa, acompañando a su madre o colaborando en organizar la boda de su hermana, estaba trabajando en San Mungo o investigando con Gideon esos documentos que comenzaban a obsesionarle también a él.
Pero había más cosas. Estaba el problema de Remus, que no podía compartir con nadie y que no sabía cómo ayudarle a solucionar. Sabía que su amigo no permitiría que le prestara mucho dinero, y no sabía qué más podía hacer por él en referencia a su padre.
Sus problemas personales parecía nimios en comparación con los de su novia y su amigo. Su lesión, su entrenamiento en la Academia de Aurores, su preocupación por ocultarles a sus padres su participación en la Orden del Fénix… Todo eso era secundario en comparación con lo que estaban viviendo Lily y Remus.
Sumido en sus pensamientos, se sobresaltó cuando una ráfaga de luz inundó su habitación; apenas iluminada por la escasa luz de ese lluvioso día. Un halo de humo se comenzó a formar frente a él, y cuando se puso las gafas pudo distinguir la preciosa cierva que componía el patronus de Lily. Ésta abrió la boca y la voz de su novia sonó triste a través de ella.
- Mamá acaba de morir –le anunció, con un pequeño ahogo final, que le indicó que estaba aguantándose las lágrimas.
En solo unos segundos se levantó de un salto, se calzó, buscó una chaqueta y salió corriendo escaleras abajo. Por encima de su hombro gritó a sus padres lo que había ocurrido y salió de la casa.
En menos de dos minutos se había desaparecido desde las afueras del terreno que rodeaba la mansión de la familia y había recorrido los más de 250 kilómetros que le distanciaban del pequeño municipio de Manchester, donde vivía la familia de Lily.
Allí el cielo estaba más despejado y hacía una temperatura más propia del mes de junio. Pero todo pareció quedarse frío cuando llegó corriendo a la puerta de la casa, que estaba abierta y por la que salían en ese momento algunas personas que él no conocía.
Sin decirles nada, les esquivó y atravesó la puerta, adentrándose en la casa. Los lloros y lamentos se mezclaban en el salón y a través de las escaleras que llevaban a la planta superior. James ignoró a las personas que se abrazaban llorando por la tragedia y subió por ellas, buscando la pelirroja melena de Lily.
Ella estaba en el pasillo, pegada a la pared, con las manos tapando su rostro y el cuerpo agitado por los sollozos. Sin decirle nada corrió hacia su novia y la estrechó entre sus brazos. Lily le reconoció por el olor y se acurrucó desolada contra su pecho sin decir nada.
- Ya estoy aquí, cariño –le susurró él contra su pelo.
El dolor de ella era demasiado grande para poder hablar. Las lágrimas caían a borbotones por su rostro y la angustia apenas le dejaba respirar. James lo notó y la levantó la cabeza, obligándole a mirarle.
- Lily, mírame. Respira conmigo, tienes que tranquilizarte –le indicó, tratando de que regulara su respiración-. A tu madre no le gustaría verte así.
La pelirroja lo intentó, pero pocos después volvió a derrumbarse contra él, incapaz de gestionar su dolor. A James se le partió el corazón no saber cómo ayudarla.
Volvió a abrazarla con fuerza y miró por encima de su cabeza. El médico había cerrado la puerta de la habitación, y contra ella, sentado y hundido como nunca le había visto, William Evans miraba al horizonte como si no fuera consciente de lo que pasaba a su alrededor.
Cerca de él estaba Petunia, también rota de dolor y acompañada de su prometido y la familia de éste. Entre lágrimas y gemidos, demasiado agudos para que no se oyeran desde la planta de abajo, la hermana mayor de Lily parecía fuera de sí.
- Solo una semana –se lamentaba entre lágrimas-. Si solo hubiera aguantado una semana más… Ella tenía tanta ilusión por venir a mi boda. ¿Por qué ha pasado esto, Vernon?
Su prometido le daba palmaditas torpes en la espalda, mientras que sus padres y su hermana Marge rodeaban a la pareja. Todos eran igual de grandes, gordos, sin cuello y con expresiones hoscas.
La histérica mirada de Petunia se fijó en James, que la miraba desde el otro lado del pasillo sin comprender que pudiera en ese momento pensar en su boda. Ella debió leer su pensamiento en su mirada, porque se revolvió.
- ¿Y tú qué miras, bicho raro? ¡Ni siquiera deberías estar aquí!
James apretó la boca, luchando por contenerse. Si se dejaba llevar acabaría discutiendo a gritos con ella, pero no era lo que Lily necesitaba. Su novia levantó la cabeza de su pecho y miró a su hermana sin comprender.
- ¿Ahora lloras? –le espetó Petunia a su hermana-. ¡Tú no tienes derecho a llorar! Tan especial y tan perfecta que has presumido siempre de ser y ni con tus absurdos trucos has logrado hacer nada por mamá. ¡Eres inútil, Lily!
James frunció el ceño.
- Que tu madre acabe de morir no te da derecho a tratar así a Lily. No te lo voy a consentir –la avisó.
- James –suplicó Lily en voz baja.
- ¿Que tú no me vas a consentir? –exclamó Petunia, con las lágrimas cayendo por sus mejillas-. ¿Quién te crees que eres para venir a mi casa, en un momento así y hablarme de esta forma?
- Soy el novio de tu hermana. Y tu madre me querría aquí –dijo él apretando el abrazo de Lily que había vuelto a llorar.
- Mi madre ya no está aquí. Y a saber si lo que le ha ocurrido no es un castigo por traer el mal a esta casa. Mis padres jamás debieron permitir que Lily fuera a ese colegio de vagos e ineptos. ¡Nos habéis envenenado a todos!
- Tuney –susurró Lily, mirando de reojo cómo su padre no era capaz de reaccionar-. Déjalo. Estás hablando desde el dolor.
- No –espetó ella, cada vez más roja, cada vez llorando más-. Estoy siendo sincera. ¡Estoy harta de ti y de los tuyos! Antes te soportaba porque era lo que mamá quería, pero no te quiero cerca y, desde luego, no quiero que estés en mi boda. ¡Solo nos has traído desgracias, te odio, Lily, te odio!
La pelirroja se echó de llorar, sin saber cómo reaccionar a un ataque tan brutal. En el mismo pasillo, su padre no parecía estar escuchando nada y los lloros se habían callado a lo largo de la casa, con todo el mundo pendiente de la discusión entre las hermanas.
- Vámonos, Lily. Vámonos de aquí –le pidió James, tratando con todas sus fuerzas de contenerse.
La joven miraba incrédula a su hermana, cuyo dolor se mezclaba con el odio en sus fríos ojos azules.
- Eso es –dijo-. Lárgate con el rarito de tu novio a tu mundo. En el nuestro solo has hecho daño.
El dolor, la ansiedad y la decepción provocaron tal colapso en Lily que ni siquiera fue consciente de cómo James la sacaba de la casa ante la incrédula mirada de los presentes que no entendían nada de lo que habían escuchado. Solo era consciente de cómo sus pies tropezaban entre sí y que todo su cuerpo se apoyaba contra su novio, que la sujetaba firmemente mientras la abrazaba.
El olor a madera y menta que siempre desprendía James sería el recuerdo más vívido que Lily conservaría siempre del día que murió su madre. Su olor impregnado en su cuerpo, que la abrazaba con fuerza, que la rodeaba mientras se negaba a soltarla, y que se metió por sus fosas nasales mientras la besaba en la boca, la frente, las mejillas y los ojos, bebiendo sus lágrimas hasta que cayó dormida en la cama de su novio sin ser consciente de cómo ni cuándo había llegado allí.
Hasta aquí llegó el capítulo. Sé que he tardado horriblemente pero... ¿opiniones, please? Os lo agradecería.
Nos leemos pronto.
Eva.
