¡Hola a todos! Aquí llego con una actualización lo más exprés que he podido teniendo en cuenta que estoy en medio de la escritura de mi propio libro. Intentaré tener el próximo capítulo cuanto antes, pero de momento aquí tenéis la continuación. Gracias a los lectores invisibles, pero os agradecería que os hicierais visibles para contaros qué os parece el ritmo que está tomando la historia.
Os deja con ella. El título es de una canción de Luz Casal, y va muy acorde a uno de los temas principales.
Capítulo 13: Entre mis recuerdos
Esa mañana Benjy Fenwick se despertó sobresaltado, sin ser consciente de qué le había interrumpido el sueño. Sin embargo, un segundo después apreció a Rachel moverse a los pies de su cama.
Ella estaba terminando de vestirse, colocándose un sobrio y tapado vestido oscuro, que bien valía para la vida muggle como para la mágica. Su expresión era seria y pensativa, y Benjy supo que no se había dado cuenta de que él se había despertado.
Cuando le miró, Rachel le dedicó una sonrisa triste, aunque no se mostró sorprendida. Estaba acostumbrada a lo sigiloso que él podía ser.
- ¿Te ibas a ir sin despedirte? –preguntó Benjy en voz baja.
Rachel negó con la cabeza y se sentó en la cama, a su lado, mientras se apartaba sus ingobernables rizos castaños de la cara.
- Voy al funeral de la madre de Lily. Luego vuelvo, ya lo sabes.
Realmente no lo sabía. Durante los dos días que llevaban acostándose Benjy no sabía en qué momento Rachel saldría corriendo, aunque tenía claro que lo acabaría haciendo. Ella seguía profundamente confundida.
Comenzaba a pensar que había sido un error dejar que su relación pasara a otro nivel. Un nivel que ninguno había aclarado y que no sabría cómo definir. Pero ahora que la tenía para él no podía renunciar tan fácilmente y volver a esa simple amistad entre padrino y protegida. Hasta él merecía ser un poco egoísta de vez en cuando.
¿Estás segura de que no quieres que te acompañe? –preguntó por enésima vez.
Rachel compuso una mueca.
- Bastante difícil será enfrentarme a ellos sola. Si estuvieras a mi lado, después de lo que le he hecho a Remus, no me lo perdonarían.
Benjy le ayudó a peinarse los rizos fuera de la cara y le recolocó el cuello del vestido como sabía que a ella le gustaba, tapando sus cicatrices.
- Sé que te sientes culpable, pero no dejes que te hundan. Al final de día, esto es un problema entre Remus y tú. Ellos no tienen derecho a meterse en medio.
- Son mis amigos –aclaró ella, con pena-. A pesar de todo, me importa lo que piensen de mí.
Él suspiró, comprendiendo la complejidad del asunto.
- ¿Y no te sentirías mejor si no fueras? –sugirió.
Pero ella negó de golpe.
- No. Es la madre de Lily. Puede que ella ahora me odie por lo que le he hecho a Remus, pero yo no puedo faltarle en este momento. Durante siete años ella estuvo a mi lado para todo lo que la necesité, y en el último año yo he sido muy egoísta. Sigo considerándola mi amiga, al margen de lo que ella piense de mí.
- Apuesto a que ella también te necesita. Y estoy seguro de que no te odia –opinó Benjy con sinceridad.
Puede que no conociera a Lily tan bien como a Rachel, pero sabía que tenía buen corazón, que era amiga de sus amigos y que no conocía el rencor. Seguramente, en esos momentos el dolor de su pérdida era más fuerte que cualquier enfado por el corazón roto de su amigo.
Y, como solía ocurrir, Benjy Fenwick no se había equivocado en su diagnóstico. Lily estaba tan destrozada que era incapaz de pensar en esos momentos en los sentimientos de Remus o de cualquier otro.
Y nadie le culpó. Por una vez, la prefecta perfecta, la maravillosa Lily que todo lo controlaba y estaba pendiente de todos, se merecía meterse en su dolor y dejar fuera los problemas de los demás.
El cementerio de Bolton estaba ubicado a las afueras de la ciudad. Allí se trasladaron todos sus familiares y amigos en coches, siguiendo el vehículo funerario que transportaba el cuerpo de su madre. Ella iba en el coche que inmediatamente le seguía, acompañada de James.
A su otro lado, en el asiento trasero, Petunia estaba tensa y distante. Vernon era el que conducía y su padre estaba junto a él, en el asiento del copiloto. Apoyada en el hombro de James, Lily observaba cómo su padre no apartaba la mirada del coche fúnebre, con ojos secos y sin vida.
No sabía cómo podrían superar esa pérdida. Amanda Evans era el pegamento que mantenía unida a su familia. Su padre apenas sabía cuidar de sí mismo, había dependido de ella toda su vida. Su propia hermana estaba muy afectada, ella lo sabía y por eso trataba de no culparla por todo lo cruel que estaba siendo con ella.
Sin embargo, ella se sentía tan devastada… Pese a que James y los padres de él no le habían dejado sola, ella no se sentía con fuerzas de nada. Había fracasado. Tanto trabajo, tantas esperanzas y tantos experimentos y no había logrado dar con ningún remedio mágico que le salvara la vida a su madre. Interiormente incluso se torturaba pensando que quizá alguna de las pociones podría haber acelerado el proceso de su muerte. Quizá Petunia tenía razón…
Sus pensamientos se detuvieron cuando el cortejo fúnebre llegó al cementerio. Sintió que James abría la puerta del coche y tiraba suavemente de ella para ayudarle a salir, y se dejó llevar por la inercia.
Petunia salió sola por el otro lado, sin siquiera mirar en su dirección, y ayudó a su padre a caminar, agarrándole del brazo con fuerza. Lily no se sintió capaz de unirse a ellos, probablemente su hermana la rechazaría y su padre no reaccionaría, como había pasado la mañana de la muerte de su madre.
El silencio era tal, que los pasos de todos los familiares y amigos que se iban uniendo a la ceremonia resonaban por el paseo de piedra del cementerio. Los empleados de la funeraria descargaron el ataúd y, como era costumbre, los hombres más cercanos a la fallecida se acercaron a cargarlo.
Vernon se adelantó de inmediato, y James titubeó. Lily le había explicado que quería que él participase porque su padre no estaba preparado para ello. Sin embargo, tampoco quería dejarla sola.
Sin embargo, un brazo fuerte y protector rodeó los hombros de Lily y James le dedicó una mirada de agradecimiento a Sirius, que había aparecido prácticamente de la nada. Lily se dejó caer contra el mejor amigo de su novio, que la abrazó más fuerte.
Grace apareció a su otro lado, agarrándole con fuerza del brazo. La pelirroja les miró con agradecimiento, pero fue incapaz de decirles nada. Tampoco lo hizo cuando Gisele y Peter se unieron a ellos.
El cortejo arrancó cuando James, Vernon y los demás comenzaron a caminar con el ataúd a cuestas. Tras ellos, Petunia y su padre, seguidos de Lily y sus amigos, lideraban la marcha fúnebre hasta el interior del cementerio, donde esperaba el párroco.
Pese a que ni ella ni su padre eran muy creyentes habían respetado los deseos de su madre de celebrar una ceremonia religiosa. Su familia era anglicana por costumbre, aunque hacía años que Lily no pisaba una iglesia. Petunia sí había comenzado a hacerlo a menudo desde que había comenzado a salir con Vernon, y parecía que ese hecho había reafirmado su creencia de que los poderes de Lily eran una maldición demoniaca que había caído sobre su familia. Aunque realmente, no era más que otra excusa que se había inventado para odiarla.
No sabía cuántos amigos y vecinos se habían juntado en el cementerio, pero le quedó claro que su madre había sido muy querida. Cuando su anciana vecina la abrazó llorando desconsolada, ella creyó que volvería a derrumbarse. Solo el agarre de James y Sirius la mantuvo firme.
Y fue cuando se apartó que se dio cuenta de que Remus estaba allí, al lado de Grace, mirándola con tristeza. Soltando un sollozo, Lily echó los brazos al cuello de su amigo que la apretó con fuerza.
- _Lo siento mucho, Lily –le susurró él con la voz rota.
- Tú sabes lo doloroso que es, ¿verdad? –le dijo ella, recordando lo mal que estuvo él en su sexto año tras la muerte de su madre.
Remus hizo una mueca.
- Como si te quitaran una parte de ti mismo –recordó, aunque lamentó haberlo dicho en voz alta porque ella volvió a llorar al sentir precisamente eso.
Tras ir recibiendo el pésame de todos, la gente fue abandonando el cementerio. En ese momento, Gis se acercó sigilosamente a la pelirroja.
- Lily –le dijo en voz baja-. Sé que no es un buen momento, pero Rachel está aquí, y no quiere irse sin que sepas que ha venido.
Ella la miró sin comprender, y luego buscó alrededor con la mirada. Alejada unos metros, Rachel miraba incómoda al grupo sin atreverse a acercarse. Mordiéndose el labio, Lily se deshizo de los agarres de James y Sirius y caminó hacia ella, consiguiendo que los demás, que no se habían percatado tampoco de la presencia de Rachel, las miraran.
Según se acercaba percibió el nerviosismo de su amiga, que se retorcía las manos. La última discusión que habían tenido no ayudaba. Lily siempre había tratado de ser de las pacientes y pacificadoras con el nuevo temperamento de Rachel, pero la última vez había perdido la perspectiva. El dolor por la enfermedad de su madre, su agobio y la seguridad de lo mal que lo estaba pasando Remus por lo que le había hecho, le habían llevado a ser más incomprensiva de lo acostumbrado.
Pero nada de eso importaba ahora. Su madre había muerto y sus amigos estaban allí para ella. Incluida Rachel. Ella que, como Remus, también sabía lo que era perder a una madre.
Cuando llegó hasta ella la abrazó con fuerza sin decirle nada. Rachel suspiró de alivio, e incluso se unió a su llanto, respondiéndole al abrazo.
- Lily, yo…
- Sssshhhh… -dijo la pelirroja-. Gracias por venir.
- Jamás te fallaría en esto –le prometió su amiga, y eso a Lily le bastó para perdonarle cualquier daño que le hubiera hecho a Remus. A fin de cuentas, eso eran cosas de pareja que debían solucionar entre ellos.
Unos metros alejados, el resto del grupo observaba la escena. Gisele era la más aliviada. James y Sirius compartieron la misma mirada en la que, como de costumbre, ambos se entendieron sin necesidad de palabras. Peter observó la reacción de sus amigos, incómodo porque no sabía cuál debía ser la suya.
Grace se colgó del brazo de Remus, al que no veía desde antes de que él y Rachel cortaran.
- ¿Cómo estás? –le preguntó en voz baja.
Él miró a su mejor amiga y decidió mentirle.
- Bien. Solo necesitaba alejarme unos días. He estado con mi padre, que hacía mucho que no pasábamos tiempo juntos.
Grace le señaló a Rachel con la barbilla.
- ¿Y con ella? –preguntó.
Remus suspiró.
- Debí haberlo visto venir –dijo-. Pero estaré bien. Es mejor así.
- Jamás le perdonaré que te haya hecho tanto daño –le aseguró su amiga.
Él había tenido días para darse de que no podía consentir que sus amigos le dieran la espalda a Rachel por cambiar sus sentimientos por él y por Benjy. Eso solo haría que ella lo pasara peor y, aunque seguía dolido, él seguía queriendo lo mejor para ella. Indiferentemente de los sentimientos de Rachel y de todo lo que había cambiado en el último año, él seguía queriéndola como el primer día.
- No le hagas a un lado –le suplicó a Grace en voz baja-. Y menos ahora. No me haríais ningún favor.
La rubia frunció el ceño en desacuerdo, pero el cementerio no era un lugar para ponerse a discutir sobre esos temas.
Poco después, Lily regresó pero lo hizo sin Rachel. Ésta les observó insegura unos segundos antes de darse la vuelta y marcharse sin despedirse. Cuando Gisele hizo ademán de seguirla, Lily la detuvo.
- Quería irse sola –le dijo.
Gis asintió con la cabeza. De todas formas no podía marcharse con Rachel. Después de la ceremonia había vuelto a quedar con su suegra para ir a ver un rato a David. Llevaba unos días sin ver a su hijo y lo echaba terriblemente de menos. Tenía que proponer la sugerencia de Grace de que le dejaran quedárselo unos días en el piso que compartía con sus amigas. Y no sabía si sus suegros, los médicos y el propio Anthony estarían de acuerdo con ello.
Cuando solo quedó su grupo con la familia de Vernon, Petunia y el padre de Lily, todos se quedaron callados sin saber cuál sería el siguiente paso. Lily miró a su padre, que seguía el shock. Petunia, que captó su mirada, se acercó reticente a ella.
- Me quedaré estos días con papá en casa, y después de la boda se vendrá un tiempo a vivir conmigo –le informó fríamente-. No está bien y necesita que alguien responsable se haga cargo de él.
Lily no protestó.
- Si el domingo necesitas que esté pendiente de él… -se ofreció, con voz débil.
Petunia le lanzó una mirada dura.
- El domingo es mi boda y, aunque será un día triste, quiero que papá me lleve al altar. No te quiero a ti molestando–le aseguró con voz fría-. No te pienses que he cambiado de opinión, no te quiero allí. Te lo dejé muy claro el otro día, ya mamá no está para obligarnos y no quiero que estés en mi boda. Déjame librarme de ti en el día más importante de mi vida.
Lo que para Lily había sido un arrebato producto del dolor, en ese momento se convirtió en una horrible confirmación. Petunia, su propia hermana, le estaba prohibiendo asistir a su boda. Realmente la odiaba.
No le dio tiempo a hundirse, porque dos segundos después James y Grace aparecieron a s us dos costados y miraron a Petunia con frialdad.
- Vámonos a casa, Lils –dijo su mejor amiga, atravesando a Petunia con la mirada-. Hay gente que no necesitas en tu vida.
Juntos, todo el grupo abandonó el cementerio y caminaron por las calles aledañas. Gisele fue la primera en despedirse y prometió estar pronto en casa para apoyar a su amiga. A los pocos minutos, era Remus el que tomaba la palabra.
-Yo también debería despedirme –dijo algo inseguro.
-¿Sigues en casa de tu padre? –le preguntó Sirius.
Remus miró un momento a James antes de responder.
- Lo cierto es que hay algo que tengo que deciros. Realmente voy a estar una temporada fuera. No puedo explicároslo, pero no sabréis de mi por un tiempo.
- Espera, ¿qué? –preguntó James de repente.
- ¿Qué quieres decir? –inquirió Peter.
- ¿Cómo que fuera? –cuestionó Grace.
- ¿Y cuánto entiendes por una temporada? –interrogó a su vez Sirius.
Lily fue la única que no habló, pero en sus ojos se reflejó la misma incomprensión de sus amigos. Remus les miró a todos y suspiró.
- No puedo decíroslo. Solo que voy a estar desconectado una temporada. Estaré bien, si es muy urgente podéis contactar conmigo a través de Fabian.
- ¿Entonces es por algo de la Orden? –preguntó James, que ya no pensó que aquello tuviera que ver con su padre.
Remus se mordió el labio.
- Lo siento, no puedo decir nada. Entendedme.
Los demás se miraron los unos a los otros sin comprenderlo y sin saber qué pensar, pero vieron que se había cerrado en sí mismo de nuevo y, en casos así, era imposible sacar nada en claro de Remus. Fuera lo que fuera, jamás les contaría la verdad. Incluso el propio James, que había pensado tener la respuesta, estaba perdido.
Oculto entre los cipreses, Severus Snape no había perdido detalle de la ceremonia. Había descubierto de casualidad la muerte de Amanda Evans a través del periódico muggle que su padre solía comprar los domingos, y al final la curiosidad le pudo.
Necesitaba estar allí, saber cómo estaba Lily. Aunque le seguía la pista las pocas veces que habían coincidido en las batallas, oficialmente no la veía desde que habían dejado Hogwarts. Y su última conversación no había sido precisamente amistosa.
Por eso ni siquiera pasó por su cabeza acercarse a dar el pésame, y menos con todos sus amigos haciendo de guardaespaldas. Entre Potter y Black formaban un buen dúo de matones dispuestos a todo por defender a la delicada damisela que Lily no era. Él la conocía lo suficiente como para saber que se las arreglaba bien sola. La había visto en acción.
Emocionalmente ya era otra cosa. La estaba viendo destrozada. Sabía lo importante que era su madre para ella y por eso esperaba verla mal. Pero su manera de arrastrar los pies, de apoyar su cuerpo contra el de Potter y el rojo de sus ojos que indicaban que no había dormido eran demasiado para él.
Ansioso, la observó durante toda la ceremonia y también abandonar el cementerio. Su grupo de amigos tomó el camino más cercano a él, y pudo ver como Bones (antiguamente Mendes) y Lupin se despedían.
Estaban lo suficientemente cerca como para verles hablar y gesticular, sabiendo que estaban tratando de ponerse de acuerdo. Sin embargo, no lo estaba lo bastante como para escuchar lo que decían.
Y él estaba demasiado centrado en la mano de Potter, descansando en la cadera de Lily peligrosamente cerca de su baja espalda. Ella se apoyó más contra él, y su némesis utilizó la otra mano para acunarle la cara. Sintió que se le revolvía el estómago. En el año que llevaban juntos ella ya debería haber averiguado cómo era Potter y debería haberle mandado a la mierda; pero no parecía que eso fuera a ocurrir en breve.
Cuando el grupo se giró para buscar un lugar desde donde desaparecerse, su mirada se cruzó un instante con la de Lily. Fue solo un momento, antes de que él se hiciera un hechizo ilusionador.
En la expresión de ella captó la confusión y la extrañeza, pero había actuado con tal rapidez que probablemente pensaba que se había imaginado su presencia. Y eso era lo mejor, a pesar de las ganas que tenía de romper con todo, acercarse, quitársela a Potter de las manos y estrecharla entre sus brazos para evitar que la vida volviese a hacerle daño.
- Eres muy injusta, Regina. David es mi hijo –protestó Gisele manteniendo al bebé en brazos, que dormitaba contra su pecho ajeno a la discusión que estaban manteniendo su madre y su abuela.
La madre de Anthony suspiró.
- Y no te lo niego, Gisele. Pero ten en cuenta que aún no estás bien. No puedes hacerte tú sola cargo de un bebé tan pequeño –intentó hacerle razonar.
Pero ella no lo entendía.
- No estaría sola, mis amigas me ayudarían.
- Sí, dos amigas que jamás han cuidado de un bebé –puntualizó la mujer.
- Y yo ya estoy mejor –añadió ella.
Regina Bones hizo una mueca y se sentó a su lado, obligándole a darle al pequeño que gimoteó al separarse de su madre.
- ¿Lo estás? –preguntó seriamente.
Gisele aguantó su mirada lo más estoicamente que pudo, y finalmente suspiró.
- Lo estoy intentando. Aún no he vuelto al trabajo, pero trato de seguir con mi vida. He salido de fiesta algunos días con mis amigas para distraerme y parece que llevo bien eso de estar con otras personas.
- ¿Y por qué no hablas con Tony? –preguntó su suegra.
Gis cerró los ojos.
- No podéis seguir fingiendo que habéis superado las cosas si no podéis enfrentaros el uno al otro –insistió la mujer, presionando un poco más.
Ella asintió con la cabeza.
- Lo estoy intentando –aseguró, de forma poco convincente.
Sin embargo, la muestra de lo contrario se vio pocos minutos después, cuando se escabulló por la puerta de atrás al escuchar a Anthony llegar a casa. Aún no podía enfrentarse a él.
Frustrada consigo misma y sintiéndose una completa cobarde, llegó al apartamento de Grace y Lily. Ninguna de sus amigas había llegado todavía. Hundida y sintiéndose débil, Gis se dejó caer en el suelo de la entrada.
De golpe, todas las lágrimas que había retenido esas semanas, que había aguantado ese mismo día en el cementerio sintiendo el dolor de Lily y recordando la muerte de sus padres, llegaron a sus ojos.
Eran lágrimas de dolor pero también de frustración. Las heridas físicas habían sanado, ¿por qué no era capaz de pasar página y continuar con su vida? ¿Por qué no podía mirar a Tony si sabía que él no tenía la culpa de lo que había ocurrido? ¿Por qué no podían empezar de nuevo, con su pequeño David como mejor aliciente?
Debería haber dejado que la desmemorizaran… debería haber permitido que borraran cada rastro de recuerdo de esa noche…
Sin embargo, a medida que esos frustrantes pensamientos pasaban por su cabeza, algo más fuerte se abrió paso en su mente.
No.
Ella se había negado a desmemorizarse por una razón muy concreta. Una razón que había estado retrasando y que ya no podía hacerlo más. Quería venganza, y para eso necesitaba identificar a los que la habían violado.
Se enjuagó las lágrimas, se levantó con torpeza del suelo y rebuscó entre los armarios del salón hasta dar con lo que buscaba. Era un pensadero que le había pedido prestado a Remus cuando le dieron el alta y que había guardado hasta tener fuerzas para usarlo. Había llegado el momento.
Lo colocó en medio de la mesa de estar, se arrodilló frente a ésta, inspiró hondo y llevó su varita a su sien mientras se concentraba en la peor noche de su vida. Un hilo plateado salió arrastrado por su varita y se desprendió de su cabeza; y ella lo guió con cuidado al recipiente.
Después contempló cómo se fundía en el pensadero y durante unos segundos apretó con fuerza los bordes de la mesa, buscando las fuerzas para dar el siguiente paso. Había algo que le impedía introducirse en sus memorias. Lentamente alzó la mirada y contempló la fotografía que Grace y Lily habían colocado en la repisa de la chimenea, donde estaban todos juntos.
Bueno, no todos. Era una fotografía que se habían hecho a principios de séptimo año, cuando Richard y su familia ya habían sido asesinados. En aquella época, Rachel estaba oculta con sus padres y tampoco estaba en el colegio. Pero los demás sí estaban. Casi sin buscarlo, sus ojos se encontraron con los de Kate que, sonriente, era abrazada por detrás por Sirius.
¿De verdad habían pasado menos de dos años de ese momento? Era tan extraño contemplar la felicidad de su amiga, sin ser consciente de que sería asesinada pocos meses después… Era tan extraño ver a Sirius y Grace en lados opuestos, sabiendo cuánto llegarían a quererse después, y comprobar que habían vuelto a esa distancia incómoda a pesar de lo que ambos seguían sintiendo por el otro… Era tan raro ver separados a James y Lily en esa fotografía, o al propio Remus tan sereno, diferente al roto que había visto hacía unos minutos…
Los ojos azul aguamarina de Kate le dieron la valentía que siempre le transmitían. Habría sido tan diferente contar con su apoyo… Ella habría sabido qué decir, habría sabido enfrentarlo todo con ella. Junto con Rachel había sido su mejor amiga, y dolía saber que nunca más podría contar con ella. Rachel y ella no habían vuelto a ser las mismas tras su muerte.
Mordiéndose el labio, volvió a mirar el pensadero y esta vez no se lo pensó a la hora de inclinarse e introducirse en sus recuerdos.
De repente volvió a su habitación, la que había compartido con su marido desde que se habían mudado a esa casa al quedarse embarazada de David. Los tonos pastel de la pared fue la primera imagen que tuvo, pero al darse la vuelta pudo ver cómo ella misma aparecía en la escena, siendo arrastrada por el pelo por Bellatrix.
Dos mortífagos estaban en la habitación, y en ese momento otros seis entraron por la puerta arrastrando a Anthony, que estaba golpeado y magullado.
- Señor Bones –saludó fríamente Evan Rosier, quitándose la máscara.
Verle la cara a ese hijo de puta ya le hizo hiperventilar. Prefirió fijarse en sí misma, en cómo se revolvía y trataba de soltarse de Bellatrix, que la había obligado a arrodillarse. Recordaba que en ese momento no podía pensar más que en llegar a su varita, que había perdido en el cuarto de David.
Y su niño, que seguía llorando angustiado desde la otra habitación. El peor sonido que podría escuchar en su vida.
- Sabemos que has sido el responsable de nuestras últimas bajas –siguió hablando Rosier-. Diez años en Azkaban para Amanda Tyler. Vas a tener que pagar por cada día que pase ahí dentro.
Se oyó a sí misma ahogar una exclamación, y vio cómo Bellatrix le tiraba más del pelo. Luego Anthony, con una calma fingida, inició una conversación donde pedía que le mataran pero dejasen a su familia tranquila.
Dejó de observar cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas y miró a los mortífagos, uno por uno. Solo Rosier y Bellatrix iban a caras descubiertas. Tenía que encontrar algo más que les identificara, algo característico de cada uno. Y era difícil con las túnicas iguales y las caras cubiertas por las máscaras plateadas.
- ¡No, por favor! –se oyó gritar a sí misma cuando Rosier puso la varita en el cuello de Tony.
Entonces Bellatrix la apuntó con su varita y la hizo sentarse de golpe en el suelo, con una descarga eléctrica.
- ¿Les dejarías marchar? –preguntó su marido.
- ¡Tony no les des ideas! –insistió ella.
Cuando todos los mortífagos se echaron a reír, ella trató de identificar la risa de alguno de ellos, pero todo fue inútil.
- Hazle caso a tu señora –dijo Rosier-. Es una mujer muy sabia.
- Mucho más que eso. Eres un tío con suerte, Bones –insistió otro enmascarado.
Gis comenzó a entrar en pánico al ver al enmascarado acercarse a ella. Se conocía esa secuencia, la repasaba cada noche en sus pesadillas. El enmarcarador alargó la mano y rozó con los dedos la tela del camisón que le atravesaba el pecho mientras seguía hablando:
- Te ha tocado el completo. En las batallas la señora Bones nunca nos ofrece unas vistas tan increíbles. Y mira con qué nos recibe ahora. ¿Sabes qué les hacemos a las mujeres de los aurores?
No conseguía reconocer la voz. Le sonaba, como un sueño brumoso que se te escapa por los dedos cada amanecer. Pero no la identificaba con nadie. Y su altura y corpulencia no le ayudaban en absoluto. Era un mortífago entre cientos.
- ¡No la toques! –gritó Tony entonces.
- Tranquilo, chaval –dijo Rosier riéndose-. No te enfades. Esto va a ocurrir sí o sí. Pero prometo que te dejaré mirar.
Entonces Rosier hizo un gesto, el enmascarado se hizo cargo de Tony y él se dirigió hacia ella. Sabiendo lo que estaba a punto de hacer, Gisele olvidó que debía seguir buscando pistas y comenzó a hiperventilar de nuevo.
Las lágrimas le nublaban pero vio, tal y como lo revivía todas las noches, que Bellatrix la soltaba, Rosier la obligaba a levantarse del suelo y la tiraba con fuerza encima de la cama. Gritó, al mismo tiempo que lo hacía su otro yo y el propio Tony, y se dejó de caer de rodillas.
Se llevó las manos a los oídos y sintió que le faltaba la respiración. Entonces unos brazos la rodearon y entró en pánico. Eso no podía pasar, ¡era un recuerdo! ¡Estaba en un recuerdo! No podían verla, no podían tocarla, ¡no podían volver a hacerle eso!
Gritó y pataleó, buscando su varita, al tiempo que escuchaba a Tony gritar:
- ¡Déjala en paz!
No sabía si lo decía por su yo del pasado o por ella misma y el pánico le inundó. Entonces sintió un tirón en el estómago y los gritos cesaron. Los brazos desaparecieron y ella cayó al suelo de golpe, respirando con dificultad.
Cuando alcanzó la varita y se enjuagó las lágrimas, se dio cuenta de que estaba apuntando a Grace, que estaba sentada a su lado en el suelo.
- ¿Qué… qué haces aquí? –preguntó con voz atropellada.
Grace se acercó a ella con cuidado, al ver que aún le costaba respirar.
- Llegué a casa y pensé que aún no habías vuelto –le dijo con voz tranquilizadora, acariciándole los brazos-. Pero luego vi el pensador en mitad de la mesa.
Gis miró el recipiente y se sintió horriblemente cobarde por no haber sido capaz de enfrentarse a su recuerdos. Hipando, volvió a llorar con fuerza y enterró la cara entre sus manos.
- No puedo… no puedo revivirlo –se lamentó.
Grace la abrazó con fuerza.
- No tienes por qué hacerlo –insistió, tratando de aguantarse sus propias lágrimas.
Pero ella negó con la cabeza.
- No. Tengo que hacerlo. Tengo que identificarles. Tengo que hacerles pagar. Los aurores ya han cerrado el caso.
Grace suspiró.
- Te ayudaré –le aseguró. Su amiga empezó a negar con la cabeza y ella insistió-. No puedes hacer esto sola, Gis. Es demasiado duro. Déjame ayudarte. Una visión externa quizá ayude a ver cosas que tú no veas.
Sin levantar la cara de sus manos, su amiga se derrumbó más.
- Me da vergüenza que alguien más vea lo que me hicieron –confesó al cabo de un rato.
Grace la miró sin comprender.
- Tú no tienes nada de qué avergonzarte. Eres la víctima en todo esto.
Pero Gisele se negaba a mirarle a los ojos.
- Es tan horrible recordarlo, que solo pensar en que otros lo vean…
Sin permitirle seguir esa línea de pensamientos, Grace le apartó las manos de la cara y la obligó a mirarle.
- No digas eso. Te ayudaré a identificarlos. Uno por uno. Y, es más, conozco a los magos perfectos para ayudarnos en esta tarea. Y son de confianza.
- Se acaba de dormir –anunció James volviendo al salón de la casa de sus padres.
Lily finalmente acababa de caer rendida en su cama tras obligarla a tomar varias pociones tranquilizantes. La pobre pelirroja había pasado la tarde llorando, en medio de la culpabilidad por no poder hacer nada por su madre y el dolor por ser tan evidentemente rechazada por su propia hermana.
En el salón, Sirius, Remus y Peter le esperaban mientras tomaban un té que les había servido la señora Potter antes de dejarlos solos. De hecho, no había elfos domésticos en la mansión después de que les atacaran el año anterior buscando a James y masacraran a todos los que tenían.
Los Potter habían sido un buen apoyo para Lily, y le habían sugerido a James que le convenciera para que se quedase con ellos una temporada. A la madre de James le encantaría poder cuidarla, aunque él sabía que su novia jamás lo consentiría.
-¿Qué es eso de que te vas, Lunático? –insistió Sirius cuando los cuatro estuvieron solos.
Remus suspiró.
- Ya os he dicho que no puedo deciros más. Es importante.
- Pero no tiene sentido –añadió Peter-. ¿Es algo que te ha pedido Dumbledore?
Su amigo suspiró y enterró la cara entre sus manos.
- De verdad que tengo que irme –anunció, dejando la taza en la mesa e incorporándose.
James trató de detenerle.
- Vamos, amigo. Te hemos convencido de venir a mi casa para que entiendas que puedes confiar en nosotros. Sabemos guardar un secreto. Ya lo hemos demostrado otras veces, ¿no?
Una mirada elocuente le recordó a Remus que él había sido discreto con el tema de su padre, pero el licántropo siguió en sus trece.
- De verdad, chicos, si fuese un secreto mío… Simplemente es algo serio y no estoy autorizado a hablar. Cuando pueda hacerlo, seréis los primeros en saberlo.
- El primero ya es Fabian –puntualizó Sirius con un toque de celos en su voz-. ¿Qué es aquello que él puede saber que nosotros no?
Remus negó con la cabeza.
- No depende de mí. Por favor, perdonadme. Me tengo que ir ya, de verdad.
Los tres amigos se levantaron de golpe cuando le vieron decidido.
- ¿No sabes cuándo volverás? –preguntó James preocupado.
Él negó con la cabeza.
- No sé cuánto me llevará… -pero se cortó de golpe antes de hablar de más-. ¿Puedo usar la red flu, Cornamenta? Tardaré menos que saliendo de los terrenos de tu casa para poder desaparecerme.
James se giró hacia la chimenea y le ofreció un tarro que colgaba de un costado, a rebosar de polvos flu. Remus tomó un puñado y miró a sus tres amigos.
- Siento no poder hablarlo con vosotros –dijo-. De verdad.
James y Sirius resoplaron a la vez y Peter se cruzó de brazos, pero se dieron cuenta de que todo era en vano.
- Cuidad a las chicas en mi ausencia –les pidió-. En especial a Lily, ahora va a necesitar que seas muy paciente, James.
Éste rodó los ojos.
- No seas tan listillo para decirme cómo tratar a mi novia, Lunático.
Él sonrió y miró a Sirius.
- Y tú ten paciencia con Grace. Acabará entrando en razón, hazme caso.
No era usual que Sirius no tuviera una respuesta para algo, pero ante aquello se limitó a hacer una mueca. Remus sonrió y se dirigió hacia Peter.
- Y tú saluda a April de mi parte. Dile que siento no haber podido ir el otro día, pero que estoy muy contento por vosotros. Y, Colagusano, permíteme un consejo: cuéntale la verdad cuanto antes. Merece saberlo.
Peter le miró algo asustado y James y Sirius le miraron con idénticas sonrisas de suficiencia, ya que eran los mismos consejos que le habían dado. Remus se introdujo en la chimenea y se giró para lanzarles una última mirada.
- Vigilad también a Gis, a ver si entre todos podéis convencerla de que vuelva a casa. Ah, y dejad de ser tan duros con Rachel.
- Deja de darnos indicaciones como si no fueras a volver –le pidió James-. Me estás poniendo de los nervios.
Remus se tragó el nudo de la garganta que le atenazaba y sonrió ampliamente, buscando quitarle dramatismo a sus propios miedos.
- Volveré pronto. Os echaré de menos.
- Sea lo que sea que vayas a hacer, ten cuidado, Lunático –le pidió Sirius.
Él asintió y, pronunciando bien la dirección de Fabian, tiró los polvos flu a la chimenea y desapareció entre la ceniza.
Media hora después, su padrino le acompañaba para reunirse con Dumbledore en San Mungo. El área de personas afectadas por la magia no era exactamente el lugar adecuado para su padre, pero era donde le habían internado provisionalmente hasta que el director de Hogwarts moviera los hilos suficientes para que le aceptaran en la clínica especializada en su enfermedad.
- ¿Estás seguro de hacer esto? –preguntó Fabian después de caminar un rato a paso ligero en silencio.
Remus observó el ir y venir y de los pacientes, y asintió rígidamente con la cabeza.
- Sería egoísta negarme –respondió.
Fabian resopló.
- Egoísta no es la palabra. Hasta Dumbledore es consciente de que está pidiendo mucho.
- Gracias a Dumbledore yo pude ir a Hogwarts –puntualizó Remus con voz dura-. Él me ha dado la vida tengo actualmente, los amigos y todo mi entorno. Y ahora se hace cargo de mi padre. Nada de lo que me pida será demasiado nunca.
Su padrino negó con la cabeza pero no insistió. Sabía que no conseguiría convencerle de lo contrario, así que se guardó sus preocupaciones para sí mismo. Cuando llegaron a la habitación donde estaba ubicado el padre de Remus, éste estaba acompañado por Dumbledore. Ambos charlaban animados y, si no hubieran sabido lo que pasaba, habrían pensado que eran dos viejos amigos recordando batallitas.
Pero, cuando su padre le miró, Remus percibió que una vez más no le reconocía.
- Bien, ya estoy listo –anunció, dirigiéndose a Dumbledore.
Éste había perdido inmediatamente el buen humor y le miró con seriedad.
- Estoy en deuda contigo por lo que vas a hacer, Remus. Todos lo estamos. –declaró.
Él negó con la cabeza.
- Aún no he conseguido nada, señor.
Dumbledore compartió una mirada preocupada con Fabian.
- ¿Tienes claro el procedimiento, no? En el momento en que llegues, estarás solo. Tienes que tener cuidado de no levantar sospechas, por lo que la comunicación con el exterior debe ser muy limitada. Recurre siempre a Fabian, a nadie más. Ni él ni nadie tienen permitido contactarte a ti.
- Ya lo he dejado claro con mis amigos – aseguró él.
- Y tú, Fabian, quiero que le dediques a esto tu absoluta prioridad. Si Remus da muestras de querer contactar contigo, avísame. Da igual la hora, el lugar o la circunstancia. Es prioritario.
Fabian Prewett asintió, más serio de lo que había estado en mucho tiempo.
- Ni siquiera tiene que recordármelo, señor –aseguró.
Dumbledore les miró a ambos con seriedad.
- Bien. Pues ya es hora de partir, Remus. Puedes despedirte, si quieres. Te dejaremos intimidad.
El joven agradeció que ambos hombres salieran un momento de la habitación. Su padre había sido testigo de la conversación sin comprender nada, y le miró como si le costara entender la situación.
- Me temo que tengo que despedirme –comenzó Remus, tratando de controlar su voz.
Su pade le miró indeciso.
- ¿Has acabado tu jornada? –preguntó inocentemente.
Sintiéndose desdichado por tener que despedirse de un padre que no le reconocía, Remus se tragó las lágrimas y asintió, siguiéndole la corriente.
- Sí, señor. He acabado por hoy.
Su padre le palmeó la espalda con la poca fuerza que había en su escuálido cuerpo. En pocas semanas había perdido demasiados kilos.
- Buen trabajo, chico. Me alegro de haberte contratado. Lo estás haciendo muy bien.
No podía alargarlo más. Chocó la mano de su padre, aguantándose las ganas de abrazarle, y se alejó unos pasos.
- Nos veremos pronto –dijo.
Con una última mirada, se giró, tomó el pomo de la puerta y acababa de abrir cuando su padre volvió a hablar:
- ¿Remus? ¿Ya te vas?
Cuando se giró, la mirada brumosa de su padre se había aclarado. Por fin le reconocía.
- Me tengo que ir, papá –dijo, alegre de que ese rato volviera a ser él mismo-. Ya sabes, el trabajo.
Ernest Lupin sonrió orgulloso y le hizo un gesto para que se acercara. Indeciso, él lo hizo, y pronto se vio envuelto en el abrazo que había anhelado.
- Estoy orgulloso de ti, hijo, muy orgulloso. Eres un luchador. Vuelve pronto, a veces siento que te veo muy poco –proclamó su padre, logrando que dos rebeldes lágrimas cayeran por sus ojos, y tuviera que esconderlas contra su hombro mientras apretaba el abrazo. No sabía cuándo volvería a verle ni cómo estaría la próxima vez, pero al menos se había hecho realidad su deseo de poder despedirse de alguien que le reconocía.
Cuatro días después se habían cumplido muchos de los temores de James. Lily no aceptó quedarse en su casa. Es más, al día siguiente regresó al apartamento que compartía con Grace y Gisele y continuó con las prácticas en San Mungo.
A pesar de que en el hospital le habían insistido en que tenía derecho a unos días libres, ella prefirió que la rutina tapara parte de su dolor. Trabajaba hasta el agotamiento y, cuando no se lo permitían, le pedía a Gideon más papeles de la investigación que estaban llevando a cabo.
La idea era no pensar en la muerte de su madre ni en el dolor que le provocaba el rechazo de su familia. Su padre no se había puesto en contacto con ella, y ella no se había atrevido a llamar a casa por miedo de que Petunia cogiese el teléfono y volviesen a discutir.
Incluso veía poco a James esos días porque no quería mostrarse débil, ni siquiera consigo misma. Él era un gran consuelo, pero también era una gran distracción en ese momento y ella lo que necesitaba era concentrar sus pensamientos en otras cosas.
Ese día, tras trabajar incansablemente durante siete horas seguidas, Marco la arrastró a la sala de descanso de los sanadores.
- ¿Qué quieres? –preguntó la pelirroja molesta-. Tengo que ir donde la señora Smith…
- Olvídate de la señora Smith –dijo el italiano-. Y haz el favor de sentarte.
Lily estuvo a punto de ignorarle y salir por la puerta, pero el italiano le señaló la silla delante de él y frunció el ceño. Si no hablaba con él, él lo haría con Grace y ésta con James. Y bastante preocupado por ella estaba su novio para añadirle más carga.
- Está bien –suspiró sentándose-. ¿Qué quieres?
- Lily, tienes que parar –le aconsejó él, sentándose a su lado-. Esto no te está haciendo ningún bien.
La pelirroja bufó, llevándose una mano a la cara y tratando de no restregarse los ojos del cansancio. Llevaba días durmiendo muy poco a pesar de lo agotada que llegaba a casa.
- No tengo tiempo para esto, Marco. Estoy intentando llevar las cosas de la mejor forma que sé.
- Lo sé, pero creo, creemos –se corrigió-, que ahora mismo estás sobrepasada por el dolor. Los jefes me han pedido que hable contigo y te convenza de que te tomes las cosas con más calma.
- ¿Es que no están contentos con mi trabajo? –preguntó ella preocupada.
Él negó con la cabeza.
- No es eso. Estamos todos preocupados. Algo así puede bloquearte emocionalmente, y ambos hemos estudiado lo que eso puede conllevar.
- No voy a bloquear mi magia –se adelantó ella, recordando ese apartado de su formación-. No estoy tan mal como para llegar a perder el control de mi misma. Solo estoy triste y necesito trabajar para mantener la mente ocupada.
- ¿Hablas con James o con Grace de cómo te sientes?
Ella hizo una mueca.
- Sí, un poco. Lo he intentado… Pero es demasiado doloroso. Ojalá fuera tan fácil como dejar de sentir.
El italiano alargó la mano y tomó la suya con fuerza.
- También sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? No somos los amigos más íntimos, pero te aprecio y no me gustaría que perdieras tu oportunidad en las prácticas por no saber gestionar tu pérdida. Vas a ser una gran sanadora.
Ella le sonrió levemente pero con sinceridad.
- Y tú también lo serás. Gracias por preocuparte.
- Entonces, ¿qué te parece si recoges y te marchas a casa? Ya has trabajado mucho por hoy.
La pelirroja rodó los ojos pero finalmente claudicó.
- Está bien, parece que sois todos contra mí. Mañana volveré a la hora de siempre, pero dile a Morris que si hay cualquier urgencia…
- Te avisará si te necesita –la interrumpió él-. Y ya me encargo yo de la señora Smith, tranquila.
Sin más opción, Lily se dirigió a los vestuarios y recogió las cosas para marcharse. Odiaba que le obligaran a tomarse un descanso pero si las órdenes venían de arriba no había nada que pudiera hacer para evitarlas.
Cuando salió del edificio donde se aguardaba San Mungo se adentró entre los muggles y decidió tomar el metro para llegar a casa. Prefería hacer las cosas a lo muggle, porque así tardaría más en llegar y tendría menos tiempo para pensar.
De hecho, de camino paró en un quiosco y se compró un periódico muggle para ir leyendo por el camino. Su objetivo de pensar lo menos posible seguía en pie. Así no analizaría cómo se encontraba su vida familiar.
Cuando entró a la boca del metro no pudo evitar un escalofrío, como el que se siente cuando uno se siente observado. Miró alrededor, pero allí solo había muggles que iban y venían sin prestarle atención.
No era la primera vez que tenía esa sensación desde que le había parecido ver a Severus en el cementerio. Sabía que era imposible que su ex amigo hubiera ido al funeral de su madre, pero algo en su mente le hacía revivir ese único segundo en que vio su imagen entre los cipreses. Quizá que la muerte de su madre le había hecho sentir que volvía a la infancia y echó en falta la presencia del que entonces había sido su amigo.
De cualquier forma, ese era un tema en el que tampoco quería pensar, por lo que bajó las escaleras con decisión, con el periódico bajo el brazo y se introdujo entre la muchedumbre que atestaba el metro de Londres.
Severus, que había pasado las últimas dos horas vagando por las inmediaciones de San Mungo con la esperanza de verla, suspiró y buscó una callejuela donde desaparecerse. Ya había estado demasiado tiempo fuera y no quería levantar sospechas.
Veinte minutos después, James llegó a San Mungo y preguntó por su novia.
- Creo que se ha marchado ya –le dijo desinteresadamente la chica de recepción mientras se pintaba las uñas.
- ¿Y le importa comprobarlo?
La chica rubia le miró con dureza y rodó los ojos. Después, como si le costara la vida, hizo una pequeña floritura con la varita y ante ella se mostraron unos gráficos en el aire que James no consiguió descifrar.
- Aquí pone que se ha marchado hace como media hora. Ya había acabado la jornada –respondió arrastrando las palabras, como si le hiciera un gran favor a James con la información que le había proporcionado.
Él bufó.
- Muchas gracias –dijo irónicamente.
Se dio la vuelta y se puso a la cola que había para tomar la red flu. Esperaba encontrarla en su apartamento, pero últimamente su novia se metía en los lugares más imprevisibles siempre que mantuviera su mente ocupada.
Sabía lo que estaba haciendo e incluso lo había hablado con ella, pero su pelirroja seguía convencida de que era la mejor opción para sobrellevar su situación. Y cuando Lily se empeñaba en algo…
Distraídamente, metió la mano en el bolsillo de la cazadora y tocó la caja donde su anillo de compromiso descansaba. En todo ese tiempo no había encontrado el momento de pedirle matrimonio a Lily, y con lo ocurrido con su madre no parecía el mejor momento. Sin embargo, le gustaba guardarlo cerca. Nunca se sabe cuándo puede surgir la mejor oportunidad para algo así.
- Me gustan los argumentos que siempre usas, Regulus. Son propios de un Slytherin de pura cepa. Pero me pregunto si serán aplicables en mitad de esta guerra o se quedan en palabrería política.
Regulus observaba cómo Voldemort acariciaba con parsimonia la cabeza de su serpiente. Esas eran sus mascotas preferidas, de hecho el Señor Oscuro tenía varias aunque él le había observando lo suficiente como para saber que esa pitón tranquila y pacífica era su favorita.
A pesar de estar acostumbrado a las serpientes, viniendo de la casa que venía, a Regulus le ponía nervioso mirar a ese animal a los ojos. A veces sus barreras de oclumancia se alzaban instintivamente con ella. No era la primera vez que observaba a su Señor hablar parsel con ella, y eso seguía descolocándole.
Sin embargo, ante la alusión de Voldemort se giró hacia él y sonrió con fingida confianza.
- La política siempre es necesaria para convencer al populacho. Ante la fuerza muchos se resisten, pero unas palabras bien expresadas pueden acallar a muchos, señor. Como decía el gran Sálazar Slytherin: la astucia consiste en saber cuándo vencer y cuando convencer.
Voldemort sonrió lentamente.
- ¿Y tú sabes cuándo hacer cada cosa?
- Sí, señor –afirmó él, deseando hacer méritos-. ¿Necesita pruebas?
- Yo siempre necesito pruebas, chico –insistió Voldemort con voz fría.
Reprimiendo un escalofrío ante su provocación, Regulus le mantuvo la mirada mientras afirmaba sus barreras mentales. Voldemort sonrió irónicamente al comprobarlo. Le gustaba ese chico. Era vivo, inteligente y con una gran predisposición. No tenía problemas en arrastrarse ni en esforzarse al límite por congraciarse con él.
Sin embargo, siempre estaba tenso. No como si le temiera, que también sabía que lo hacía y eso le gustaba. Había algo en ese chico, en sus propias convicciones, que estaba deseando ocultarle. Y era lo suficientemente inteligente y diestro como para saber cómo ocultarle cosas. No le gustaba que sus siervos buscasen ser más listos que él, y Regulus Black estaba pretendiendo ganarle el juego.
Le observó durante unos segundos, retándole y tratando de echar abajo sus barreras de oclumancia. Pero ese chico era demasiado bueno. Frustrado, decidió despedirse.
- Empieza a traerme adquisiciones, adeptos fieles entre magos y criaturas. Y te creeré.
- Ya estoy trabajando en ello, señor –advirtió el joven, ganándose su interés.
- Pues espero resultados pronto. Márchate, tengo que coordinar todo para la próxima ofensiva en Hillingdon. Hablando de eso, ¿por qué no vas a entrenarte, muchacho? Creo que aún no alcanzas el nivel adecuado en los duelos, ¿cierto?
Regulus no pudo evitar sonrojarse. Había entrenado duro pero es cierto que aún se percibía entre los demás que era el más joven de todos los mortífagos y el que menos experiencia tenía. Torpemente, azorado, se levantó y se despidió mientras se lamentaba haber dejado que le despojara de su máscara de confianza. La necesitaba si pensaba sobrevivir entre ellos.
Ya estaba fuera de la habitación cuando escuchó voces en el interior, y no pudo evitar quedarse a escuchar. Tenía demasiada curiosidad por saber qué había preparado su señor para atacar en Hillingdon.
Este municipio, de reciente creación, albergaba importantes infraestructuras muggles y Regulus habría otorgado encantado varias ideas que podrían poner en peligro el Estatuto del Secreto. Sin embargo, Voldemort no había pedido su opinión en ningún momento, y no quería parecer ansioso.
Escuchó entrar a más personas en la sala y bloqueó todos sus pensamientos y reforzó su oclumancia. No podía permitir que le pillaran escuchando en un momento así, perdería todo lo que había ganado esas semanas. Podría perder hasta el cuello, en verdad.
-¿Dónde colocaste la copa, Bella? –preguntaba entonces la voz filosa del Señor Oscuro.
- ¿La-la copa, mi señor? –preguntó nerviosa Bellatrix. Solo ante él, su prima se mostraba tan dócil y complaciente.
- Sí, Bella. La copa. La copa que te entregué el año pasado y que te pedí que custodiaras con tu vida.
- Sé cuál es, mi señor. Y por supuesto que la cuido con mi vida –se apresuró a responder ella-. Solo me extrañó que me preguntarais por ella. Lleváis todo este tiempo confiándomela sin problemas.
- Yo no tengo por qué darte explicaciones de mis motivos para preguntar –respondió Voldemort duramente.
Regulus casi pudo imaginarse a Bellatrix encogerse ante él.
- Está en mi cámara de seguridad en Gringotts, señor. No hay lugar más seguro.
- ¿Y cómo la has introducido allí si tu rostro aparece en todos los carteles de búsqueda que ha repartido el Ministerio de Magia? –preguntó su señor irónicamente.
- Los apellidos Black y Lestrange siguen teniendo un fuerte peso en la sociedad, mi señor –respondió ella solícita.
- Lo sé. Por eso valoro tanto vuestra colaboración. Quiero que no le quites ojo a esa copa, Bella. Mi vida depende de ello.
- Nunca os he agradecido lo suficiente vuestra confianza, mi señor. Para mí, poder cuidar de vuestra vida es…
- ¿Y mi diario, Lucius? -la interrumpió Voldemort sin escucharla. Bellatrix se calló de golpe.
- El diario está en mi propia cámara secreta en la mansión Malfoy, señor. Es una cámara sellada, solo los de mi sangre directa pueden acceder a ella. Ni siquiera mi esposa podría abrir la puerta –respondió Lucius orgulloso.
- Pues procura no desangrarte. Que yo sepa, aún no has logrado tener descendencia y no querría que ese objeto se escapara de mis manos porque has sido demasiado arrogante, Lucius.
Ese era un golpe bajo que Regulus percibió incluso sin necesidad de verle la cara al marido de su prima. En hecho de que Narcisa no se hubiese quedado aún embarazada era una decepción para el matrimonio, todo el mundo lo sabía. A nadie le extrañaba por parte de Bellatrix, a quien nadie podría imaginarla teniendo un hijo. Pero Narcisa había nacido para ser madre, todos lo sabían.
Y Lucius debía tener pronto un heredero antes de que sus primos y parientes lejanos percibieran problemas a la hora de reproducirse y comenzaran a pelearse por su herencia y posesiones. En referencia al acaparamiento de la riqueza, los Malfoy eran mil veces más carroñeros que los Black.
- Vuestros objetos están a salvo en nuestras manos, mi señor. No dudéis de nosotros.
Voldemort respondió bufando.
- Que seáis mi mejor opción tampoco os convierte en una buena opción. Procurad no ser tan inútiles como de costumbre y mi vida no correrá peligro. Y, si mi vida no corre peligro, tampoco lo hará la vuestra.
- Por supuesto, señor –dijeron a coro Bellatrix y Lucius.
Regulus se apartó y se escondió tan solo unos segundos antes de que ambos salieran por la puerta. Oculto tras una columna, el joven les vio abandonar la estancia y moverse sigilosamente uno al lado del otro.
- No puedo evitar sentir curiosidad sobre qué serán esos objetos –replicó Bellatrix en voz baja.
Y a Regulus le intrigó que su prima se prestara a morir, si fuera preciso, por defender un objeto que no sabía qué contenía.
- Algo demasiado oscuro –reconoció Lucius-. Hace unos meses se me derramó, sin querer, una gota de tinta en el diario. Pensé que podría haber metido la pata, pero la tinta desapareció cinco segundos después. No me he atrevido a probar más allá su magia.
- A mí a veces me da la sensación de que la copa me habla, o se mueve en mis manos –admitió Bellatrix.
- ¿Vas mucho a Gringotts a tomarla en tus manos? –preguntó su cuñado extrañado y burlándose.
- Voy una vez a la semana a asegurarme de que no hay ningún problema con su seguridad –respondió ella con altivez.
Lucius no respondió y Regulus, desde su escondite, rodó los ojos. Era obvio que su prima acudía a tomar la copa por motivos mucho más mundanos. Todos lo sabían, incluso el pringado de su marido.
Sin embargo, su curiosidad se centraba más en esos objetos que había oído mencionar. Una copa y un diario. Objetos normales y corrientes, pero con un comportamiento extraño, oscuro y casi autónomo. Y Voldemort había dicho que su vida dependía de ellos.
Intrigado, decidió que investigaría sobre el tema más a fondo cuando nadie se lo esperase. Alejando eso de su cabeza, centró sus esfuerzos en conseguir demostrar sus teorías y conseguir adeptos fieles para la causa. Sabía qué perfil de magos estaba buscando pero no cómo dar con ellos. Además, todo eso se añadía a su obsesión, aún latente, por descubrir al asesino de Sadie. Jamás descansaría de ese cometido.
Cansado por mantener tan elevadas las barreras de oclumancia, se retiró al salón de entrenamiento esperando que la cabeza dejara de dolerle.
Definitivamente ese era uno de los peores trabajos que le habían encomendado. Alice Longbottom era una mujer de acción, no valía para hacer de niñera de una familia de magos estirados. Prefería mil veces arriesgar el pellejo en la batalla que sufrir ese castigo.
No sabía si el riesgo para los Crouch acabaría pronto, pero tenía claro que su trabajo con ellos debía finalizar cuanto antes. Sus nervios y su paciencia dependían de ello. Sin embargo, mientras llegaba ese día seguía siendo responsable de Barthemius Crouch y de su familia.
Por eso se encontraba en ese momento siguiendo a su escurridizo hijo. Ese muchacho, que por su aspecto pálido y lánguido parecía más joven que un estudiante recién graduado de Hogwarts, era aún más extraño que su padre.
Cuando le había visto escabullirse de su casa esa mañana procurando no ser visto, la intuición femenina le había dicho que no iba a encontrarse con una novia secreta. Así que le siguió, asegurándose de que no la veía, y observó cada uno de sus pasos.
El chico no parecía ir a ningún lugar concreto. Desde luego no se desapareció en ningún momento, y ella sabía que tenía el carnet de aparición. Pero sus pasos le llevaron hacia el Callejón Diagon, y Alice percibió que a partir de ahí empezó a obsesionarse con que no le vieran.
Fue evidente que no estaba de compras por la ciudad cuando acabó colándose en el Callejón Knockturn después de mirar varias veces alrededor. Frunciendo el ceño, Alice dejó pasar a un grupo delante suyo para taparla, y le siguió. ¿Qué pretendía ese mocoso entrando en un lugar como aquel?
El joven Barty Crouch paseó lentamente por el oscuro callejón, mucho menos concurrido que el principal. Su rostro, ávido, miraba intensamente los escaparates. Sus ojos analizaban el contenido de estos con admiración y Alice percibió en su mirada la curiosidad y la ansiedad.
Él se detuvo un par de veces a observar con más atención algunos artilugios, pero no entró en ninguna tienda. Es más, en cuanto un grupo de magos de aspecto siniestro comenzaron a pelear, el muchacho pareció asustarse y trastabilló sobre sus pasos, buscando de nuevo la salida.
Alice le siguió en la distancia mientras regresaba a la seguridad del Callejón Diagon y resopló, maldiciendo dentro de ella a los chicos curiosos y fisgones. Aquella excursión tenía toda la pinta de ser algún tipo de apuesta con sus amigos, y no podía creer que ella hubiera quedado reducida al papel de niñera cuando se encontraban en mitad de una guerra tan peligrosa…
- Gis, ¿estás segura de que quieres hacerlo?
Gisele no se sentía especialmente cómoda con que fueran James y Sirius los que le ayudaran a escarbar en los recuerdos de la peor noche de su vida. Pero Grace tenía razón, ambos se estaban tomando el tema muy en serio.
Mientras les veía prepararse para entrar en el pensadero, Gis asintió a su amiga.
- Ya sabes que tengo que hacerlo –dijo seriamente.
Grace suspiró, sabiendo que iba a pasarlo mal.
- ¿Quieres que entre con vosotros?
Gis negó con la cabeza.
- Cuanta menos gente lo vea, mejor.
- ¿Estás lista, Gis? –preguntó Sirius acercándose con James.
- No tienes por qué entrar –insistió este-. Podemos entrar nosotros, intentar identificar a los máximos posibles y salir. Tú no tienes por qué enfrentarte a esto.
Gisele les miró a los tres con seriedad y agarró con fuerza el frasco de sus recuerdos para verterlo en el pensadero. En su mirada desafiante todos percibieron a la leona que llevaba dentro.
- Tengo que entrar y superar esto. Así, cuando me los encuentre en alguna batalla, podré demostrar que no me han hundido.
Sin más motivos para discutir, se colocó frente al pensadero y se hundió en sus recuerdos.
De nuevo volvió a encontrarse en su habitación, en la que había sido su casa durante casi un año y a la que no había vuelto tras el ataque. Allí estaba ella, tendida sobre la cama, con Rosier apretándole en la cara una foto suya de cuando tenía 15 años, con Bellatrix sujetándola y una decena de mortífagos alrededor observando, mientras sujetaban a Anthony, que se revolvía tratando de soltarse.
Rosier estaba susurrándole en su oído en voz tan baja que no se escuchaba, pero ella recordó perfectamente cómo estaba recordándole la noche que mataron a sus padres. Alguien aterrizó a su izquierda cuando la Gisele de su recuerdo comenzó a removerse en la cama, y el otro lo hizo a su derecha cuando Rosier la golpeó con fuerza.
- ¡Maldito hijo de puta! –gritó entonces Tony tratando de librarse del agarre de los mortífagos.
James y Sirius miraron alrededor, levemente aturdidos, y vieron como uno de los encapuchados apuntaba con la varita al marido de su amiga.
- No –los interrumpió Rosier antes de que le maldijeran-. Atadle y aseguraos de que no se mueve. Pero no le hechicéis. Quiero que se entere bien de lo que va a pasar.
Gis respiró hondo, sabiendo lo que venía y no pudo evitar estremecerse. Viendo que comenzaba a desmoronarse, James pasó un brazo por sus hombros y la abrazó mientras trataba de distinguir algún gesto que delatara a algún encapuchado.
- Respira, Gis. Esto es pasado –le dijo, sin poder apartar la vista del rostro de Anthony. Podía comprender por completo su terror y su frustración por no poder evitarlo.
La atención de Sirius, sin embargo, estaba en otra escena que estaba ocurriendo. Rosier había llamado a un mortífago que se encontraba en el fondo de la sala y este había avanzado con seguridad hasta situarse junto a la cama.
Gis intentaba soltarse sin conseguirlo, mientras el mortífago sacaba su varita y la apuntaba.
- No, hombre. Eso no –le detuvo entonces Rosier entre las risas de todos-. Utiliza tu otra varita más bien. La que tienes entre las piernas –precisó, provocando otro coro de risas.
James tuvo que morderse el labio para no soltar una retahíla de insultos. La bilis le subió por el estómago y se le instauró a la altura de la garganta, provocándole arcadas. Gis había cerrado los ojos y temblaba entre sus brazos.
Los gritos de Anthony y Gisele se confundían con el llanto del bebé, en la otra habitación, y las risas de los mortífagos.
El mortífago pareció confundido y Sirius apreció que titubeaba. En ese momento, Rosier desgarró el camisón de Gisele, que seguía agitándose con fuerza.
- Vamos a pasarlo bien con la señora Bones –insistió Rosier, hablando despacio, como si se dirigiera a un niño retrasado.
- ¿Qué? ¡No! –gritó el mortífago alzando la voz y apuntando a Rosier con la varita.
Sirius abrió los ojos sorprendido. Esa reacción era sorprendente por parte de un seguidor de Voldemort, estaba desafiando a un veterano, a alguien que estaba por encima de él, claramente dirigiendo el ataque.
Esperó a que volviera a hablar, confiando en poder reconocer algún timbre de su voz. Era un hombre joven, de eso no tenía dudas. Muy joven, dada la forma y tamaño de sus manos y su altura desgarbada aún con el cuerpo sin formar.
Pero no podía reconocer su voz, que se distorsionaba bajo aquella máscara, y menos teniendo en cuenta lo poco que había hablado. Observó a Rosier levantarse de la cama y caminando hacia él, momento en que Gis trató de aprovechar para escapar. Sin embargo, Bellatrix lo impidió sentándose a su lado e inmovilizándola. Por un momento se distrajo maldiciendo a su prima.
Rosier se burlaba del joven mortífago acompañado con las risas de todos los presentes,los gritos de Tony y las lágrimas de Gis. Su amiga del presente estaba de nuevo demasiado afectada y James notó que perdía el control. Se volvió hacia su amigo, que no perdía de vista la conversación de Rosier con el joven.
- Canuto, no sé si esto ha sido una buena idea –le susurró.
Sin prestarle atención, Sirius le mandó callar, pendiente de escuchar hablar al joven mortífago.
- Ni se te ocurra tratar de obligarme –amenazó éste firmemente a Rosier, sin dejar de apuntarle con la varita.
Sirius abrió los ojos sorprendido. Ya se estaba imaginando cosas. No le oía bien con la máscara y estaba percibiendo timbres de voz equivocados, de eso estaba seguro.
- Canuto, vámonos. Ya lo intentaremos más tarde
Aún aturdido por lo que había creído escuchar, Sirius asintió con la cabeza y James abrazó más fuerte a Gisele y se apuntó con su varita para hacerles salir del pensadero.
Grace los estaba esperando fuera, con una poción tranquilizante ya preparada, ya que se había imaginado la reacción de Gisele al volver a esos recuerdos. Entre ella y James la obligaron a sentarse en el sofá y beberla mientras Gis se lamentaba y protestaba contra su debilidad por no poder hacer frente a esa escena de su vida.
Frente a ella, Sirius se dejó caer en silencio en un sillón todavía aturdido. Grace le vio y se acercó a él preocupada.
- ¿Todo va bien? –preguntó.
Sirius asintió torpemente con la cabeza.
- ¿Crees haber reconocido a alguien? –quiso saber ella con perspicacia.
Él la miró por primera vez y dudó, mirando por su hombro a Gis y James, que estaban demasiado inmersos en otra conversación para escucharle.
- Yo… -tenía la garganta seca y mil pensamientos cruzaban su mente en ese momento-. La verdad es que…
Dudó de nuevo, pero aquello es absurdo. Se había equivocado. Esa voz no era la de Regulus, estaba seguro. Y no haría nada bien en decirlo en voz alta porque sus suposiciones eran totalmente erróneas.
- No, la verdad es que no –aseguró, negando con la cabeza.
Grace suspiró, mirándole seriamente sin saber si creerle. Pero decidió no seguir con el tema observando lo nerviosa que seguía Gisele.
Tardaron un rato en tranquilizarla. Durante ese periodo, su amiga había vuelto a ser la valiente Gryffindor e incluso propuso volver a entrar, segura de que esta vez sería más fuerte. Sin embargo, James y Sirius se negaron, asegurando que aquello era forzar mucho las cosas.
- Otro día mejor, no tengas prisa, Gis –insistió Sirius, a lo que James asintió con la cabeza mientras la abrazaba con un brazo sobre los hombros.
Cuando esta accedió, los chicos se dieron cuenta de lo tarde que era. Estaba atardeciendo. Ni siquiera habían sido conscientes de cuándo había pasado la tarde.
- ¿Dónde estará Lily? Su turno acabó hace horas –dijo James frunciendo el ceño y acercándose a la ventana para ver la calle, como esperando verla cruzar desde la otra acera.
- Llegó una lechuza cuando estabais en el pensadero –avisó Grace-. Dijo que le habían puesto doble turno y que no la esperásemos para cenar. Me pidió que te dijera que no te preocupases, James.
Él bufó.
- Primero porque su madre estaba enferma y ahora porque ha muerto. Llevo casi dos meses apenas sin ver a mi novia, ¿se puede saber por qué no me deja estar ahí para ella?
Grace se acercó a él, poniéndole una mano en el hombro.
- Lily está pasando un mal momento. Ella nunca había sido tan cerrada, y ahora no quiere hablar con ninguno de nosotros. No te lo tomes como algo personal, James.
Rodando los ojos, el joven Potter se apartó de la ventana y volvió a dejarse caer en el sofá. Estaba harto de que su novia pusiera siempre excusas para no verle ni dejarse apoyar por él. Parecía que estaba buscando ocupar su mente con todo tipo de cosas antes que dejarla libre para pensar en la situación de su familia.
Sin embargo, Lily no había tenido doble turno en San Mungo. Había mandado esa carta para no tener que decirle a sus amigos y su novio qué estaba haciendo, pues el secreto de su misión con Gideon seguía siendo fundamental.
De haber hecho el mismo camino unas horas antes, se habría encontrado con Alice porque en esos momentos estaba andando por el callejón Knockturn. Pero, de hecho, casi no quedaban personas a esas horas de la tarde.
No era la zona preferida por los magos y brujas para ir de compras, pero el atardecer hacía que el lugar pareciera más lúgubre y peligroso de lo habitual. Lily tenía la capucha de su capa tratando de ocultar su característico pelo rejo y caminaba con cautela, observando todo con sus inmensos ojos verdes.
En un momento en que el callejón se estrechó, evitó por instinto a un grupo de brujas que parecían estar intercambiando pociones de un aspecto que a ella, experta pocionista, no le parecieron en absoluto inocentes. Cuando llegó al bloque de pisos que buscaba miró alrededor, queriendo asegurarse de que nadie le había seguido, y se introdujo dentro.
Por tan solo dos segundos no vio a Severus Snape salir de una tienda que vendía hierbas (y otros productos más ilegales). Pero él sí vio el reflejo del sol del atardecer en ese pelo que conocía tanto.
Por un momento creyó que se lo había imaginado, pero al fijarse en la figura que se introducía en un ruinoso bloque reconoció la silueta que había memorizado a lo largo de sus años de escuela.
Intrigado por qué haría Lily en un lugar como ese, se quedó en las inmediaciones esperando a verla salir.
Lily había acudido en busca de una anciana casera que no había podido contactar de otra manera. La bruja tenía una avanzada edad y no parecía estar bien de la cabeza. Quizá eso explicaría por qué no había contestado a sus lechuzas. De hecho, toda su casa parecía un vertedero, llena de basura y con el correo, quizá incluso de años, desperdigado por el suelo y sin abrir.
- ¿Está segura que no lo recuerda? –insistió-. Haga memoria, por favor. Tom Ryddle. Era joven, acababa de licenciarse en Hogwarts y trabajaba en Borgin y Burkes.
La anciana meneó la cabeza nerviosamente y susurró algo incomprensible. Lily suspiró. Aquello parecía ser un callejón sin salida. Su mejor baza para recordar las andanzas de juventud de Voldemort estaba en una mujer que no parecía recordar ni cómo se llamaba.
Jugando su última carta, Lily abrió su carpeta y extrajo de ella una fotografía. Dumbledore se la había cedido del anuario de la escuela y formaba parte de la poca información que poseían de Tom Ryddle de joven.
A ella no le gustaba mucho mirar esa fotografía. Voldemort estaba irreconocible, joven e incluso atractivo. Es más, de un modo algo perturbador, le recordaba un poco a James. Moreno, de rostro carismático, guapo y arrogante.
Sin embargo, su mirada no tenía la dulzura de su novio, y sus labios tenían un rictus que podría denominarse cruel. Nada que ver con la picardía que solía caracterizar la sonrisa de James. Aquel era un rostro que tenía un recuerdo al de James, pero con sus peores defectos potenciados por mil y sin ninguno de sus buenos sentimientos.
Reprimiendo un escalofrío, le tendió la fotografía a la anciana.
- Es éste. ¿Le recuerda?
Insegura, la mujer la miró con cautela antes de tomar la foto. Sus viejas manos temblaban cuando se la acercó a la cara, y de golpe la soltó ahogando un grito.
- ¡El mal, el mal! –exclamó llevándose las manos al pecho, como si quisiera evitar que su corazón saliese volando.
Lily dio un paso atrás sorprendida por su reacción. Después frunció el ceño y se agachó para recoger la fotografía.
- ¿Le reconoce?
La señora comenzó a pasearse por su piso inquieto.
- Váyase. Mejor váyase –le dijo con urgencia.
- ¿Le reconoce? –insistió Lily sin escucharle-. Vivió aquí, usted era su casera. ¿Recuerda algo de aquella época?
- ¡No, no! –exclamó nerviosa la mujer tratando de empujarle a la salida-. Váyase, por favor.
La pelirroja se revolvió.
- Solo dígame si le reconoce. Es importante. ¿Es Tom Ryddle?
- No. No sé –dijo la mujer alterada-. Váyase.
- Algo ha tenido que reconocer, de repente se ha alterado mucho. ¿Por qué ha dicho que es el mal? –insistió ella.
- Porque era el mal personificado. Tenía la oscuridad dentro de él. Era tan… tan…
De repente parecía más lúcida que nunca, y Lily supo que tenía que aprovecharlo.
- ¿No puede contarme nada de él? ¿Ningún recuerdo que le venga a la memoria?
La anciana negó con la cabeza.
- Hay cosas que mejor no recordar. Váyase, por favor. Por favor.
Dándose cuenta de que esa mujer estaba demasiado aterrorizada para hablar, Lily se rindió.
- Está bien, me voy. Pero, por favor, tome esto –le dijo dándole un pequeño dispositivo que Marlene había diseñado-. Podemos protegerla si eso es lo que teme. Si cambia de opinión y quiere decirme algo, este dispositivo le llevará a donde yo esté. Es discreto y seguro.
La mujer apretó el dispositivo con fuerza pero siguió empujándola hacia la salida. La pelirroja volvió a cubrirse al llegar a la calle, y se marchó de allí aun mirando hacia el piso donde se había quedado la anciana. No había conseguido su objetivo, pero al menos ésta se había quedado el dispositivo. Confiaba en que cuando se hubiera calmado, cambiaría de opinión.
Cuando ella se perdía entre las sombras camino al Callejón Diagon, Severus Snape emergió por detrás del edificio colindante. Viéndola abandonar la zona rápidamente, Snape miró extrañado el edificio que acababa de abandonar y, curioso, se introdujo dentro.
Diez minutos después salió aún más confuso. Realizarle una sesión de legeremancia solo le había servido para aterrorizar más a la anciana, a la que tuvo que desmemoriar, pero no para resolver ninguna duda de qué había ido Lily a hacer a ese lugar. No podía entender quién era Tom Ryddle y por qué era tan importante para Lily localizarle.
Ya había anochecido del todo cuando Sirius regresó a su casa. James se había quedado en el piso de Grace y Lily a esperar a su chica, pero él no había querido acompañarles.
Aunque estaba en buenos términos con Grace, seguía siendo raro mantener solo una especie de amistad extraña con ella. No era eso lo que quería. Además, ella era la única a la que podía confesarle que creía haber reconocido a su hermano entre los agresores de Gis, pero no estaba dispuesto a hacerlo.
Una parte de su mente se negaba a creer que ese pudiera ser Regulus, pero cuanto más recordaba los detalles, su propia voz, más parecidos le encontraba. Le extrañaba que fuera su hermano por muchos motivos.
No le consideraba capaz de tomar partido en algo así. Sabía que Regulus había tomado muchas malas decisiones en su vida, pero no era tan ruin como para caer tan bajo. Eso no. Si bien, el chico del recuerdo se había negado a formar parte de eso. Eso podría recordarle a Regulus, pero también le costaba imaginar que hubiera llevado abiertamente la contraria a alguien que estaba por encima de él. Él nunca había sido tan valiente ni contestatario, más bien el problema siempre había sido que era demasiado complaciente.
De un modo u otro, estaba deseando llegar a casa y volver a leer la carta que le había dejado cuando se había marchado sin avisar después de que le curara. Había sido después del ataque a Gisele, y él ya quería ver casualidades por todas partes. Algo en esa carta le ayudaría a aclarar sus ideas, estaba seguro.
Sin embargo, no esperaba que al girar la calle dirección a su portal, apenas a diez pasos de este, un desconocido le abordara.
- ¿Qué coño? –exclamó cuando esquivó el primer rayo que le mandó su agresor.
Una sombra se cernió sobre él, y consiguió lanzarle hasta tres ataques y repeler otros tantos antes de que el desconocido le venciera, tirándole al suelo y apoyando su varita en su garganta.
Pese a que estaba alarmado al verse vencido y a merced de su atacante, Sirius no quiso mostrarse asustado y miró a la sombra desafiante.
- Venga cabrón, remátame si tienes huevos –le espetó con los dientes apretados.
Un segundo después le escupió en la cara, tras lo que su atacante se apartó con un bufido asqueado. Recuperando su varita, Sirius se fue a incorporar pero detuvo su ataque cuando su oponente agitó la varita, iluminando su cara.
- ¿Gideon? –preguntó extrañado.
- Menudos modales os enseñan a los Black. ¿Te parece higiénico escupirle a alguien a la cara? –cuestionó este limpiándose la cara divertido.
- Pero, ¿qué…?
- ¿Me habías tomado por un mortífago, Black? –preguntó Gideon arrancándole la varita de las manos, aprovechando que estaba distraído.
- ¿Qué coño haces aquí? –preguntó entonces poniéndose en pie.
- Comprobar lo mal que andas de defensa. Tendré que decirle a Alice que debe enseñarte mejor a defenderte ante ataques sorpresa. Esto ha sido decepcionante.
Sirius frunció el ceño ante la suficiencia de Prewett.
- ¿Quieres que probemos otra vez? –preguntó con tono chulesco.
Gideon le analizó unos segundos con sonrisa socarrona.
- Tentador… -confesó-. Pero no. Es sábado por la noche, y no quiero tener que arrastrar lo que quede de ti a casa de Alice. Debemos dejar a Frank disfrutar de los placeres de su mujer por una noche.
Sirius reprimió un escalofrío.
- Joder… No era una imagen que quería tener de Alice –le dijo.
- Ni yo de Frank –le respondió Gideon con una carcajada-. Venga Sirius, estás de suerte. Mi hermano está muy formal desde que se ha echado una novia veinteañera, así que he decidido cumplir mi amenaza y sacarte de fiesta.
- Eh… Gracias Gideon, pero hoy paso. He tenido una mala tarde –respondió, aun pensando en la carta de su hermano que guardaba en su cómoda.
- Más a mi favor –insistió éste sin dejarse convencer-. Te voy a enseñar que no has vivido nada hasta ahora, chaval.
Lo cierto es que era imposible que Sirius se negara. Podía hacerlo, pero Gideon estaba decidido a convertirle en su compañero de correrías por una noche y enseguida se dio cuenta de que todo cuanto le dijera sería en vano.
Así que una hora después se encontraba en un bar del Soho ubicado en un subterráneo. La iluminación era lúgubre, pero la decoración tenía un punto elegante que le daba distinción. Claro que el ambiente era lo que hacía especial a ese lugar.
- ¿Qué te parece? No habías conocido este sitio, ¿eh? –le preguntó Gideon divertido al verle tan sorprendido.
- Ni siquiera sabía que había un lugar así en Londres –confesó alucinado mientras observaba a unos duendes beber en una mesa a su izquierda, y vigilando con desprecio a otro comensal que hacía lo imposible por pasar desapercibido, sin hablar con nadie, y el cual Sirius estaba convencido de que era un vampiro.
Los elfos domésticos llevaban bandejas de un lado para otro, mientras los magos, brujas y todo tipo de criaturas confraternizaban y reían bajo el influjo de la música que la orquesta mágica estaba tocando en directo.
- Hay varios, Sirius –le dijo Gideon, codeándole y bebiendo un sorbo de su whisky de fuego-. Y esta noche vamos a visitarlos todos.
Aún sorprendido por no haber conocido antes ese local, Sirius tomó su bebida en la mano y se la bebió de un solo trago. Cuando le hizo un gesto al elfo más cercano y este rellenó su vaso, Gideon le agarró la copa.
- Primera regla: hay que beber más despacio –le indicó severamente-. ¿Qué os pasa a vuestra generación? ¿La fiesta no empieza hasta que no estáis borrachos?
- Algo así –respondió él divertido.
Gideon rodó los ojos.
- Hay que disfrutar del proceso de beber –le aconsejó. De repente miró por encima de su hombro y sonrió lentamente-. Y disfrutar del paisaje también. Mira a esa pelirroja del fondo, no te quita ojo.
Sirius se volvió sobre sí mismo y buscó con la mirada a la chica. La localizó enseguida, sola al otro lado de la barra. Su tono de pelo era mucho más apagado que el de Lily, y su cara más vulgar que la de la novia de su amigo, a la que sacaba varios años. Pero tenía que reconocer que era atractiva.
- No me interesa –dijo de forma poco convincente, negándose a meterse en más líos.
Gideon bufó.
- Nos interesa a todos los que estamos en el bar, incluido a mí. Así que no mientas.
- No quiero nada con nadie, tío –insistió, zafándose para lograr arrebatarle la copa y dar otro sorbo-. Estoy tratando de hacer bien las cosas con Grace.
- ¿Te ha dicho que quiere volver contigo? –preguntó Gideon apoyándose contra su hombro, consiguiendo que tuviera que doblar las piernas.
Aún sin tener claro si debía seguir esa conversación, Sirius respondió sinceramente:
- Me ha pedido tiempo.
- Vale, te ha dado largas –aclaró este, ganándose una mala mirada por su parte-. Pero nadie puede culparte por lo que hagas durante ese tiempo, ¿no?
- No sé… -respondió él dudoso, mirando de reojo a la chica que, efectivamente, no le quitaba la mirada de encima.
Gideon le dio una colleja cariñosa.
- Venga, te apuesto cinco galeones a que no eres capaz de hacer que esa pelirroja esté a tus pies en menos de cinco minutos –le retó divertido.
Dando un nuevo sorbo para envalentonarse, Sirius se volvió hacia él sonriendo.
- Que sean diez –le respondió.
Cuando iba a volver a vaciar su copa, Gideon volvió a quitársela.
- Ah no, si tan valiente te pones, al menos hazlo sin ayuda del alcohol –le regañó-. ¿Quieres algún consejo?
- ¿Crees que necesito tus consejos para ligar? –preguntó Sirius con una carcajada.
- Ya no estás en el colegio, aquí el público es más complicado –le insistió éste divertido.
Sirius sonrió enseñando todos los dientes.
- Mira y aprende, Prewett –insistió.
Y esa seguridad tan propia de sí mismo no era infundada, pues en menos de dos minutos estaba besando a la chica, que se colgaba de su cuello dispuesta a seguirle a donde le dijera.
De cerca y con el alcohol subiendo por su sangre, Sirius tenía que reconocer que era aún más guapa de lo que creyó al principio. Sin embargo, al cabo de unos minutos, le sonrió, le dijo algo en el oído y le besó en la mano, dejándola en el sitio mientras él volvía junto a Gideon.
- Me debes diez galeones –le dijo al volver a sentarse a su lado.
- Ha sido potra –le respondió éste sacando el dinero de su bolsillo y pagándole-. La chica ya estaba convencida de antemano. Tienes que lograrlo con alguna más difícil para que yo pueda respetarte.
Horas después, en otro bar, en otro ambiente mágico, esta vez algo más decadente, Sirius se tambaleaba ligeramente contra la barra mientras Gideon solo estaba un poco afectado.
- Vale, quiero que me lo demuestres ahora –le dijo con voz ronca.
Sirius se echó a reír.
- Estás muy pesado, tío –le dijo con voz arrastrada.
Gideon pasó un brazo por sus hombros y, sin pretenderlo, le ayudó a estabilizarse.
- Sí, quiero demostrarte que hay muchas mujeres y mejores que Grace por el mundo –le dijo, como declarando sus principios-. Si ella no quiere perdonarte, tienes que tener claro que tienes muchas opciones, joven discípulo.
Sirius se echó a reír, aunque al rato aquello dejó de tener gracia. Mientras el alcohol iba apoderándose de él más y más, sus ojos también se aguaban.
- Pero yo la quiero a ella –le confesó a Gideon, que rodó los ojos asqueado.
- Mierda, se me va a poner romántico –bufó para sí mismo.
- ¿Es que nunca te has enamorado? –preguntó Sirius enfadado porque le hiciese creer que era un blando.
Gideon le miró ofendido.
- ¿Acaso me has visto tratar de suicidarme? Pues claro que no. No me ofendas, Black.
Sirius resopló recargándose contra la barra del bar.
- Yo también pensaba así antes de…
- ¡No, no! –le interrumpió Prewett-. No vas a contarme batallitas como si fueras un viejo; que te saco muchos años. Escúchame. ¿Ves a la rubia del sillón?
Sirius se incorporó y enfocó la mirada.
- ¿Las gemelas del vestido rojo? –preguntó sonriendo ante la imagen por partida doble que tenía delante.
Gideon se echó a reír.
- En realidad solo hay una, pero me alegra ver que ya estás empezando a estar borracho. Me ha costado una buena suma, tengo que reconocer que tienes aguante.
- ¿Qué quieres, que me ligue también a esa? –preguntó Sirius ya envalentonado por el alcohol.
- No, a esa me la voy a ligar yo –le corrigió-. Tú tienes que ir a por la morena de al lado, que es más de tu edad. Parece bastante inaccesible, así que ese sí que es un reto. Y así de paso me dejas el camino libre con su amiga.
Realmente la amiga acabó resultando ser su hermana menor de la chica del vestido rojo. Y lo inaccesible no fue tan exagerado, porque a los pocos minutos aceptó ir a tomar algo con él a otra mesa. Gideon sonrió, orgulloso de su discípulo, y dedicó todos sus encantos a la rubia que le miraba con una sonrisa coqueta.
La noche pintaba bien para ambos, y cuando mejor estaba, disfrutando de la comodidad de los sofás del reservado que habían conseguido tomar, se vieron interrumpidos. Era la morena que se había marchado con Sirius, que volvía con aspecto decepcionado.
- Lisa, ¿no puedes ir a darte una vuelta? –le sugirió su hermana mayor, que tampoco quería acabar tan abruptamente la noche.
- ¿No estabas con mi amigo, encanto? –preguntó Gideon sentándose correctamente y tomando un sorbo de su copa.
- Estaba –puntualizó ella con aspecto ofendido-. Pero se le han subido las copas y se ha marchado diciendo que tenía que ver a una tal Grace.
Gideon la miró sin dar crédito, y de repente se olvidó de todos los planes que tenía esa noche con la rubia.
- ¡Joder! –exclamó, saliendo corriendo del reservado y, posteriormente, del local.
Miró alrededor de la calle varias veces, y también por los callejones aledaños. No podía haberse atrevido a…
Enfadado, se desapareció y apareció frente al edificio donde vivía Grace. Allí, frente a la puerta, se encontraba Sirius trastabillando y mirando hacia arriba, hacia las ventanas del piso que se encontraba en la parte más alta del edificio.
Furioso por su poca cabeza, se dirigió a él y le sacudió con fuerza.
- ¿Estás loco? –le gritó-. ¡No tenías que haberte desaparecido! En tu estado podrías haber sufrido una despartición.
Sirius se zafó de él, perdiendo el equilibrio y agarrándose a una farola para no caerse al suelo.
- Estoy bien –aseguró, sin darse cuenta de lo falsa que era su afirmación-. Solo quiero ver a Grace. ¡Grace! –gritó.
Gideon se tapó la cara con las manos.
- Esto da mucha vergüenza ajena…
- ¡Grace, sal y habla conmigo! –seguía gritando Sirius, consiguiendo que su compañero se alterara.
- ¡Joder tío, cállate y ten un poco de dignidad!
En ese momento Gideon vio dos sombras y se puso alerta. Sin embargo, solo eran los aurores que custodiaban la puerta del edificio. Les reconocía de otras veces, y creyó que ellos a él también.
- Ey, chicos. No os preocupéis. No planeamos nada raro –les dijo con voz pacificadora.
Esos muchachos tenían la misión más pringada del cuerpo, debían ser el último mono. Lo último que necesitaba era enfadar a dos aurores frustrados con licencia para atacar. Sin embargo, estos parecían disfrutar de la escena.
- Lo sabemos –respondió el primero.
- Le identificamos en cuanto apareció voceando. Sabemos que es el de verdad –contestó el segundo.
- Y también insonorizamos el edificio para que el viceprimer ministro y la directora del Departamento de Cooperación Mágica Internacional no se despierten por la sonata de un borracho.
Sirius seguía berreando, pidiéndole a Grace que hablara con él. Harto de escucharle, Gideon le apuntó con la varita.
- ¡Desmaius! –recogió a Sirius cuando éste se desplomó de golpe. Después se volvió hacia los aurores-. A mí me preocupa más que sea otra la que oiga las súplicas de este pringado.
Los guardias se rieron.
- Tranquilo. La señorita Sandler y su amiga se marcharon hace horas, parece que de fiesta. No volverán hasta la madrugada, seguro.
Gideon rodó los ojos y levantó por los pelos la cabeza de Sirius, que descansaba sobre su hombro.
- Aprende de ella, cenutrio –le bufó, rodando los ojos.
El domingo amaneció lluvioso y lúgubre. Por el aspecto del cielo, Lily sabía que no vería el sol ese día.
Ella despertó al rallar el alba, demasiado preocupada para seguir durmiendo. Había trasnochado, tratando de encontrar en los documentos acumulados alguna pista que le ayudara a seguir el paradero de Voldemort tras su desaparición de Borgin y Burkes. Pero no había nada, era como si se lo hubiera tragado la tierra tras ese periodo de su vida.
Lily estaba frustrada por el estancamiento de su investigación, y más aún después de pasarse la noche intentando contactar con Gideon y darse cuenta de que su padrino no estaba tan obsesionado con el tema como ella.
Al abandonar la habitación, miró con preocupación la nota que había en la mesita de noche. Era de James, donde le informaba que se iba a casa de sus padres tras estarse horas esperándola. La había visto cuando había llegado a casa de madrugada, encontrándose el apartamento vacío.
A pesar de estar escrito, podía notar el enfado de su novio por su actitud esquiva y por no pasar tiempo con él. Pero ella no podía evitarlo. Ese tema le estaba obsesionando sobremanera, y luego estaba todo lo demás…
Salió de su cuarto arrastrando los pies y se encontró a Grace y Gisele durmiendo cada una en un sofá. Aún tenían puesto las ropas muggles con las que habían salido de fiesta y las dos tenían aspecto de ir a pasarlo muy mal cuando despertaran.
Negando con la cabeza, comenzó a elaborar una poción antiresaca que seguro que necesitarían. Hasta que no estuvo removiendo los ingredientes no levantó la mirada hacia el calendario de la pared, y no se dio cuenta del día que era.
Era domingo. Su hermana se casaba en pocas horas.
Un peso enorme se le cayó en el pecho al recordar sus palabras de odio y cómo le había prohibido que acudiera. No había vuelto a verla desde aquel día en el cementerio, y tampoco a su padre. Parecía que la muerte de su madre se había llevado por delante a toda su familia y ella se sentía demasiado triste.
Sin darse cuenta, acabó sentada en el suelo de la cocina, llorando ruidosamente y sintiéndose más sola que nunca. Necesitaba desesperadamente un abrazo de su madre, que le acunara entre sus brazos y le dijera que todo iba a salir bien.
Casi como si alguien hubiera escuchado sus plegarias, unos brazos la rodearon y la apretaron. Ella solo atinó a llorar más fuerte. Obviamente no era su madre, pero reconoció sin necesidad de mirar el aroma de Grace mezclado con un fuerte olor a ron y ginebra.
- Tú siempre escondiéndote para llorar –dijo su amiga con voz pastosa, apoyando su barbilla en su cabeza.
Lily tardó en poder hablar sin que los hipidos le interrumpieran.
- Es solo que la echo de menos. Y Petunia se casa hoy. Es mi hermana, me duele no poder estar en su gran día.
- No te merece –respondió Grace tajantemente-. No merece el cariño que le tienes.
De repente el caldero comenzó a burbujear, asustando a una resacosa Grace, que trató de ponerse en pie y tiró varios calderos por el camino. Lily se secó los ojos y apuntó con la varita al caldero, que dejó de hervir al momento.
Unos segundos después, una Gisele con unos pantalones de colores y una camiseta corta color amarillo que dejaba al aire su estómago entró tambaleándose en la cocina, seguramente atraída por el ruido que había provocado Grace.
Se sorprendió cuando vio a sus amigas sentadas en el suelo y rodeadas de calderos, una aún con el vestido verde que había llevado la noche anterior, y la otra aún en pijama y la cara roja de haber llorado.
- ¿Qué ha sido eso? –preguntó, con la misma voz pastosa que Grace.
Lily tuvo que sonreír al verlas tan afectadas.
- Ha sido el mundo real recordándoos por qué no deberíais beber.
Se puso en pie, llenó dos vasos con el contenido del caldero y se los dio a ambas. Gisele, apoyada en el marco de la puerta, lo tomó con desgana, y Grace no se levantó del suelo sino que apretó las piernas contra su pecho y bufó.
- Odio cómo huele la poción antiresaca –dijo su mejor amiga.
- Y la textura no es la mejor –añadió la latina.
Sin embargo, ambas la tomaron sin dudarlo porque sabían que las pociones de Lily eran infalibles. Unos minutos después, las dos tenían mejor aspecto.
- James te estuvo esperando anoche –le contó Gis a Lily.
- Lo sé, encontré su nota en mi habitación –respondió la pelirroja limpiando el caldero y colgándolo encima del fregadero, de espaldas a ambas.
- Está preocupado por ti, Lily –le riñó Grace-. Casi no te ve, estás demasiado esquiva con él.
Lily cerró los ojos y suspiró. Iba a decirles que lo sabía, pero lo cierto es que ella misma se sentía rara con respecto a James. Su familia se había derrumbado y, por algún motivo, él parecía lo más sólido que tenía. Sin embargo, eso precisamente era lo que le daba miedo, depender tanto emocionalmente de una sola persona.
No era recomendable querer tanto a alguien que se está jugando la vida continuamente como les pasaba a ellos. Si algo le pasaba a uno, el otro quizá no podría superarlo. Ella acababa de ser consciente de lo doloroso que era perder a alguien por culpa de la muerte; y no estaba segura de querer arriesgarse a vivirlo de nuevo.
Aún no era capaz de gestionar en condiciones esa mezcla de sentimientos, por lo que no sabía qué contestarle a sus amigas ni qué explicación darle a su novio. Quizá debería ir a verle, al menos…
Sin embargo, apenas había pensado eso cuando el ruido de la puerta les interrumpió. Alguien estaba llamando. Extrañadas, las tres se miraron. Automáticamente tomaron sus varitas y fueron juntas a abrir.
- ¿Papá?
Lily miró a su padre boquiabierta, mientras todas bajaban la varita. Bill Evans miró a su hija con unos ojos rojos, rodeados por unas inmensas ojeras y unas grandes bolsas alrededor de ellos.
Parecía mucho más viejo que hacía una semana. Tenía más arrugas e incluso juraría que más canas. Estaba vistiendo un traje elegante, que Lily imaginó que sería el de padrino de boda, con un brazalete negro sobre la manga en señal de luto. Parecía estar a punto de llorar o haber llorado hacía poco tiempo.
La miró intensamente y cruzó el umbral de la puerta.
- Necesitaba a mi niña hoy conmigo –dijo, abrazándola.
Lily se quedó inmóvil un segundo, con los brazos colgando junto a su cuerpo, antes de devolverle el abrazo. Grace y Gisele les miraban un par de metros más atrás sorprendidas.
- ¿Este lugar lo pueden ver los muggles? –susurró Gis extrañada.
- Solo los autorizados –le explicó la rubia-. Hace meses que autoricé a los padres de Lily para que pudieran venir a visitarla.
Mientras, Lily se había soltado del abrazo de su padre.
- ¿Qué haces aquí? Petunia se casa en unas horas, si no estás a tiempo por mi culpa me mata.
- Estaré si mi hija pequeña está conmigo –dijo el hombre convencido.
Lily suspiró.
- Papá, escuchaste a Petunia el otro día. Ella no me quiere ahí.
- Lily, por favor –insistió su padre apretando sus manos-. Tu hermana solo habla desde el dolor. Si no vas hoy, las dos os vais a arrepentir siempre. Por favor.
Ir hasta Guildford, arrastrarse frente a Petunia y casi suplicarle que le dejara estar en su boda era humillante. Pero Lily supo desde que vio la mirada de sufrimiento de su padre que lo haría. Por él. Y por su madre, a la que le habría partido el corazón ver a sus dos hijas separadas.
- De acuerdo –suspiró-. Tú ganas.
Apenas media hora después, Lily se había arreglado y salía por la puerta del piso agarrada a su padre. Debían darse prisa, Guildford, que era donde se casaba Petunia, se encontraba a casi dos horas de camino en coche, y ella no podía desaparecerse con su padre.
Llegaron a la Iglesia cuando Petunia ya había llegado. Su hermana estaba ya arreglada y lista para casarse, pero se paseaba nerviosamente por la capilla mientras su prometido, su cuñada y algunos amigos buscaban a su padre. Lily casi sintió lástima por ella al verla tan alterada.
- ¡Papá! –exclamó Petunia al verles aparecer.
Abrazó a su padre, mostrando lo preocupada que había estado. Sin embargo, unos segundos después se soltó y miró a Lily con rabia.
- Tendría que haber imaginado que tú estabas metida en su desaparición. ¿Ni siquiera el día de mi boda vas a dejar de eclipsarme?
Lily sintió la rabia crecer dentro de ella, pero se la tragó al ver la cara de sufrimiento de su padre.
- Tuney –dijo en tono conciliador-. Papá ha venido a buscarme porque no soportaba que estemos enfadadas. Es tu boda y no trato de eclipsarte, solo estar en ella como tu hermana pequeña. Era lo que mamá quería y lo que papá necesita.
Petunia frunció el ceño y abrió la boca dispuesta a decirle las cosas más hirientes que se le ocurrieran, pero su padre se interpuso entre ambas.
- Por favor, chicas. De pequeñas os queríais tanto… ¿No podéis recuperar eso por un día?
Lily notó cómo su hermana mayor se ablandaba hasta que bajó los hombros, derrotada.
- Claro que sí, papá –dijo finalmente-. Claro que podemos.
Bill las abrazó a las dos al mismo tiempo, evitando pensar en la tensión de ambas al acercarse. Las dos compusieron sonrisas tensas y falsas, que le siguieron mientras él salía por la puerta para recoger el ramo de Petunia. En ese momento, su hija mayor es encaró con su hermana pequeña cambiando por completo el rictus.
- Quédate sentada con él en una esquina y trata de no estropearme el día. Me da igual que te hayas puesto ese horrible vestido –dijo señalando el atuendo que ella misma había escogido meses antes-. No pienso permitir que seas mi dama de honor. Quiero en ese puesto a gente que me importa, como Ivonne y Marge.
Lily se esperaba un golpe como ese, así que le encaró con tranquilidad. No quiso dirigirle más la palabra, y los siguientes minutos soportó en silencio las miradas de censura de los amigos de su hermana y de la familia de Vernon. Sabía que estaba ridícula, pero ya le daba igual.
La boda fue muy austera y apenas sin decoración. La madre de la novia había muerto apenas una semana antes y nadie tenía ganas de sonreír falsamente, cosa que la familia de Vernon respetó. Lily al menos les concedió eso, incluso la morsa que ahora era su cuñado portó otro brazalete negro sobre la manga de la chaqueta por respeto a su madre.
Ella no quería quedarse en el convite, pero su padre tiró de ella sin darle opción. Fue cuando estaban esperando para entrar junto a los demás invitados cuando sintió que su bolso vibraba con insistencia.
Se apartó, lo abrió y encontró uno de los dispositivos de Marlene que siempre llevaba encima por instinto. Lo usaban cuando no podían comunicarse vía patronus, ya fuera por estar en presencia de muggles o con alguien que no era de fiar.
El mensaje de Marlene era claro y conciso. La necesitaban en ese mismo instante, algo grave había ocurrido.
¡Se acabó! Hasta aquí he llegado. ¿Qué os parece? ¿Me dais un comentario, por favor?
Si lo hacéis puede que me motivéis para escribir más rápido. En el capítulo que viene vuelve la acción, y pasarán cosas muy importantes para James, Lily, Sirius y Grace. ¿Lo adivináis? ¡Dejadme vuestras teorías, por favor!
Eva.
