¡Hola a todos!
He regresado después de demasiado tiempo...
Perdonadme, ha sido un año complicado y lleno de cambios. Pero he vuelto, con el fic de nuevo repensado, los personajes interiorizados y con ganas de seguir escribiendo. ¿Sigue alguien ahí para leerme?
Dejamos las cosas cuando Lily acudió, por petición de su padre, a la boda de Petunia y fue advertida por Marlene de que había ocurrido algo grave. Aquí vamos a ver lo que sucede a continuación.
Respondo el review de Clau y seguimos:
¡Hola guapa! Muchas gracias por tu opinión, me alegra que te hayan gustado los capítulos y los personajes. Perdona por haber tardado tanto en publicar pero he tenido un año complicado y no he podido evitarlo. Trataré de actualizar más rápido.
Lily es muy cabezota, como Harry, y siempre trata de solucionar sus problemas emocionales sola. Le costará superar la muerte de su madre, pero lo conseguirá. Y James, pese a lo orgulloso que es, estará ahí para ella.
Lo que le ocurrió a Gisele me revuelve todo y cada vez que escribo una escena sobre ello me bloqueo. Pero incluí la trama por unos motivos muy claros y tengo que repetírmelos constantemente para mantener la fuerza que necesita la trama. Además de toda la violencia que existe en el mundo, las mujeres sufrimos con las violaciones de una manera especialmente cruel: se nos viola y posteriormente se nos juzga. Con Gis no será diferente.
En el caso de Sirius creyendo reconocer a Regulus imagínate. Es algo que le va a comer la cabeza, y no es lo único. Tantas incógnitas entre los hermanos Black, siempre sentiré rabia de que no tuvieran tiempo de entenderse…
Sobre los horrocruxes: Yo lo que he querido dar a entender es que Voldemort les contó a Lucius y Bellatrix que debían guardar unos objetos valiosos para él pero que no les cuenta absolutamente nada sobre qué son. Me gusta tu argumento de que todos se sentirían el preferido al creer que solo ellos tienen ese objeto… En todo caso siempre he visto a un pequeño grupo como los preferidos, y entre ellos destaco a Malfoy, Bellatrix, Rodolphus y un par de los más antiguos. Y que los demás eran conscientes de ello. Aunque tu argumento me gusta también, pena que ya no pueda desarrollarla…
Muchas gracias por leerme siempre. Espero que sigas por ahí y me leas este capítulo :)
Seguimos donde lo dejamos. El título del capítulo puede que sea un misterio... Hasta el final. Espero que os guste.
Capítulo 14: Ojo por ojo
El aeropuerto de Heathrow era un infierno en la tierra. Las llamas se extendían por todo el área internacional, y las pistas del ala oeste estaban tan repletas de humo que apenas podía verse nada a un metro de distancia.
Un avión con destino a Tokio había despegado con el tiempo justo, apenas diez segundos antes de que la torre de control explotara en llamas, envuelta en haces de luces de diferentes colores. Sus aterrorizados pasajeros observaron cómo se desataba el caos desde las alturas, y se pasaron las siguientes 12 horas arrasados por la preocupación sobre lo que habría podido ocurrir.
Al llegar al país nipón pensaron que los trabajadores aéreos que les esperaban en la terminal iban a explicarles la situación; temerosos de haber sido testigos de un terrible atentado terrorista con componentes nucleares. Solo eso explicaría las extrañas luces que se habían mezclado con la explosión.
Sin embargo, diez minutos después, todos salieron de una habitación privada sin recordar nada de lo que habían presenciado, dispuestos a continuar con los motivos de sus viajes sin que nada más les interrumpiera.
En Heatrow, un avión privado que viajaba a Buenos Aires era el principal foco de la batalla. Sus pasajeros y tripulación observaban aterrorizados el extraño ataque que se cernía a su alrededor. Raras figuras de capas negras y máscaras de plata rodeaban el avión, volando de una forma imposible en lo que parecían ser escobas.
Los rayos de luz se mezclaban con el potente viento, con el fuego de dos de los motores que se estaba extendiendo, y con el ruido de las pisadas distantes de lo que podrían haber sido seres gigantescos, si es que éstos existían.
Todo el pasaje formaba parte de la comitiva del Gobierno, que viajaba casi en su totalidad a una cumbre a Argentina. Todos ellos se encontraban aterrorizados, sin poder explicarse qué estaba ocurriendo. Solo el Primer Ministro, James Callahgan, tenía una ligera idea de lo que podría ser; y sus sospechas no lo ayudaban a tranquilizarse.
El fuego se encrudeció cuando nuevas figuras surgieron por todas partes, ataviados con túnicas de color verde oscuro. Cuando los integrantes de ambos bandos comenzaron a luchar, el avión sufrió una gran sacudida y todos sus pasajeros gritaron al unísono al quedar cegados por una inmensa explosión.
Cerca de la terminal de despegue, los miembros de la Orden del Fénix se mantenían apartados de lo más crudo de la batalla, dispuestos a pasar desapercibidos para la mayoría de los mortífagos y de los aurores.
Alastor Moody había requerido su ayuda para que evacuaran al resto de muggles del aeropuerto mientras los aurores se encargaban de la protección del avión donde se transportaba al Gobierno británico.
Aquella era la última carta de Voldemort para crear un conflicto diplomático entre ambos mundos; cosa que el Ministerio de Magia no podía tolerar. Si los muggles decidían romper lazos por completo con las autoridades mágicas, sus ciudadanos estarían mucho más expuestos. Era algo que tenían que hacer entender como fuera; aunque actualmente el Primer Ministro estuviera sufriendo la peor de las consecuencias de relacionarse con la magia.
Ocultos tras una serie de autobuses y transportadores de equipajes, Caradoc Dearborn, Gisele Bones y Peter Pettigrew lanzaban hechizos aturdidores a los mortífagos que se acercaban por tierra para impedir la evacuación de los muggles, que corrían despavoridos y confusos.
En el aire también se desarrollaba la batalla. Grace Sandler, montada en su propia escoba, recordaba los tiempos en que surcaba los cielos jugando al quiddich en el colegio; pero en esta ocasión esquivaba maldiciones y explosiones mientras aturdía a encapuchados. Junto a ella, Fabian y Gideon Prewett y Dorcas Meadows también aprovechaban sus habilidades como voladores para mantener a raya a los mortífagos que los atacaban.
Solo a veces, cuando el núcleo de la batalla les daba un respiro, se unían a ellos las varitas de Anthony Bones, James Potter y Sirius Black que también actuaban desde el aire. El primero estaba de guardia, participando activamente en la batalla. Los otros dos, en su puesto de aprendices, habían sido requeridos por los aurores pero tenían orden de permanecer alejados de lo más crudo de la pelea. No podían permitirse perder a estudiantes medio formados; no había demasiados jóvenes que ansiaran convertirse en aurores en esos tiempos.
Algo más alejados de la batalla, Benjy Fenwick, Marlene McKinnon, Emmeline Vance y el mítico Edgar Bones se encargaban de atender y desmemorizar a todos los heridos que conseguían huir. No era fácil, pero entre los cuatro conseguían controlar a casi todos los confusos que escapaban por esa zona para quitarles de la cabeza la memoria de esa dantesca escena.
No sería fácil para el mundo mágico silenciar algo de aquella magnitud. Aunque no habían visto a muchos muertos, los destrozos eran inmensos y la repercusión podía escapárseles de las manos.
Cada vez era más difícil mantener el secreto. Hacía unos años, diferentes países europeos habían tenido que colaborar para desmemorizar a miles de personas que, en un estadio de fútbol, habían sido testigos de la magia negra. Y, aunque el terrorismo muggle ayudaba a encubrir algunos ataques, lo cierto es que ya no era tan fácil ocultarlos entre las matanzas que llevaban a cabo los muggles, como lo había sido en la década de los años 40.
Ese periodo de relativa paz mientras ellos estaban inmersos en una guerra abierta les perjudicaba. Las nuevas tecnologías, la televisión y la inmediatez de la radio también dificultaban la conservación del secreto mágico.
Pero lo que les ocupaba a ellos era evitar que de allí escaparan testigos que pudieran relatar al mundo de que una horda de encapuchados voladores había destrozado el aeropuerto más importante de Inglaterra.
Para ello tenían que mantener a unos y otros apartados, y esa era la labor que tenían Caradoc, Peter y Gisele cuando un grupo de mortífagos hizo explotar un helicóptero cerca de ellos. Huyendo de los restos, los tres magos se desperdigaron buscando refugio.
Tosiendo y con lágrimas en los ojos producto del intenso humo, Gisele trató de avanzar. A su derecha, un fuego comenzaba a extenderse por la terminal y a su alrededor seguía escuchando gritos desesperados.
- ¡Peter! –gritó, llamando a su amigo.
Le pareció escuchar que le llamaba de vuelta, pero no pudo precisar de dónde procedía su voz.
Sintiendo que se ahogaba, Gisele levantó la varita y convocó frente a su boca un globo de aire limpio para evitar intoxicarse con el humo. Más tranquila, dirigió su varita hacia el foco del incendio.
- ¡Aguamenti!
Y un potente chorro de agua cayó sobre las llamas, ayudando a que comenzaran a extinguirse. Para su desgracia, aquello reveló también su posición.
- Vaya, vaya, vaya… Mirad a quién tenemos aquí – dijo un voz detrás suya que le provocó un escalofrío de aciago recuerdo.
Gis se giró en guardia, pero el intenso humo le impedía ver nada. Poco a poco, para su alarma, varias figuras de encapuchados surgieron de todas partes, rodeándola. Tratando de conservar la calma, Gis llegó a contar a seis mortífagos.
- ¿No es la señora de Bones? –preguntó otro de los encapuchados con sorna.
- Ya lo creo –respondió el primero, cuya voz reconocería en cualquier lugar-. Jamás olvidaría a mi querida Gisele, ahora que nos conocemos tan íntimamente…
Esa voz, susurrándole al oído, humillándola. No necesitaba verle la cara para reconocer a Evan Rosier. Todos los recuerdos de esa noche volvieron a ella más vívidos que nunca, atormentándola y torturándola. El miedo le subió por la espalda como una fría mano y comenzó a mirarles a todos, asustada porque alguno se acercara más de la cuenta. No podía volver a pasar…
La mano que portaba su varita temblaba y tenía la boca seca. ¡Vamos!, se gritó a sí misma dentro de su cabeza. ¡No puedes bloquearte ahora! Y tenía miedo de que estuviera ocurriendo. Las risas a su alrededor crecían más y más, y de fondo creyó escuchar otra voz llamándola, pero todo sonaba como un eco lejano.
Alguien rozó su hombro y cuando ella se apartó de un respingo todos volvieron a reírse y a burlarse. Entre las risas reconoció al que más asco le daba de todos, y que parecía ser el cabecilla. Cuando le focalizó, éste pareció crecerse y avanzó un paso hacia ella, dominante.
En ese momento, el miedo dio paso a la furia y al deseo de venganza y, antes de que se dieran cuenta, enarboló la varita y el mortífago salió volando por los aires y se estampó contra la terminal con un ruido sordo.
Tras un segundo de sorpresa, el resto de los mortífagos se volvió contra ella, que ya estaba preparada. Tras convocar a su alrededor un escudo protector desmayó al encapuchado más cercano.
Apenas consiguió mantenerlos a raya los primeros segundos cuando sintió que estaba en desventaja. Entonces tuvo la sensación de que verdaderamente podía perder.
- ¡Desmaius! –gritó una voz desde el cielo.
Gis se alivió al reconocer la voz de Anthony, pero no se detuvo. Consiguió aturdir a otro encapuchado, y otra figura que surgió a su izquierda la libró de otro que buscaba atacarla por la espalda. Al girarse, la sonrisa de Peter, a quien le sangraba un labio, le tranquilizó.
Sin embargo, la sonrisa de su amigo se quebró con un gesto de dolor cuando se llevó una mano al costado. Aturdida, Gisele reaccionó instintivamente y consiguió esquivar otra maldición que se dirigía a ella. Por debajo de su hombro vio dos mortífagos avanzar hacia ellos y percibió cómo Peter caía de rodillas.
- ¡Al suelo! –gritó Tony desde las alturas, y ella actuó instintivamente.
Se lanzó sobre Peter y, cuando ambos cayeron sobre el pavimento, levantó la varita por encima de su cabeza.
- ¡Cave Inimicum!
La explosión les cegó por completo, y Gisele escuchó el jadeante grito de dolor de su amigo al oído.
Un ataque de tos y el humo que se le metía por los ojos y le hacía llorar, le impidieron levantar la cabeza en los siguientes instantes. Escuchó alboroto, gritos y empujones y, cuando por fin pudo ver más allá de su nariz, visualizó a Anthony peleando a lo muggle con uno de los encapuchados. Los demás parecían haber desaparecido.
Se puso de pie, cojeando y, cuando alzó la varita para ayudar a su marido, éste tumbó a su adversario de un puñetazo en la nariz. Cuando el enmascarado se desplomó, Tony se puso en pie y le retiró la máscara con un movimiento de varita y le examinó.
- No está fichado –murmuró frustrado tras hacerle un reconocimiento facial.
Gis se quedó de pie, a distancia, viendo el rostro del mortífago, que apenas era un niño mayor de edad. Cuando su marido se giró, ella se tensó. Tony la miró fijamente durante unos segundos, sin saber qué hacer, tan incómodo como ella.
Finalmente centró su mirada en el suelo, a su lado, y avanzó en dos zancadas.
- ¿Estás bien, Peter? –preguntó, inclinándose sobre él.
Gisele se sorprendió de haber olvidado la presencia de su amigo, y enseguida se inclinó hacia Peter, que trató de asentir mientras apretaba los dientes, se tocaba un costado y sudaba a chorros entre el humo y el dolor.
Tony le revisó por encima y después, tras una lucha interna, se giró hacia ella.
- Deberías llevarlo con mi padre. Él sabrá qué hacer.
Gisele asintió despacio, mirando a Peter, y Tony se puso en pie con un suspiro. Se volvió hacia el encapuchado y volvió a suspirar.
- Supongo que debería…
Pero no acabó la frase. A regañadientes, Gis le miró y se dio cuenta de que, aunque miraba al mortífago, su mente estaba muy lejos. Y supo por qué dudaba. Ambos recordaban lo que había pasado la última vez que él había detenido a un mortífago, y ninguno quería repetir la experiencia.
El dolor de estómago se hizo más grande, pero Gis se lo tragó, se acercó a su marido y le acarició la mejilla. Cuando Tony la miró, ella sonrió.
- Llévatelo. Uno menos –le animó.
Y Tony tragó saliva. Sin embargo, ella no le dio opción a contestarle. Rápidamente se giró hacia Peter, se colocó su brazo sobre los hombros y le llevó a la zona segura. Ya se había enfrentado a su marido más de lo que aún se sentía capaz.
Cuando Lily se apareció, a las afueras del aeropuerto, se dio cuenta de que no se había situado tan lejos de la batalla como hubiera querido.
A su alrededor no había apenas visibilidad, con un intenso humo rodeándola, y el ruido de la batalla parecía bastante próximo. Enarbolando su varita, dio varias vueltas sobre sí misma tratando de ubicarse y de encontrar a sus aliados antes de que sus adversarios la encontraran a ella.
Gritos, maldiciones y explosiones le llegaban desde todos los rincones, y por el pavimento que pisaba, mezcla de asfalto y tierra, pudo adivinar que estaba en el final de una de las pistas de aterrizaje.
Según avanzaba, notó que el calor iba creciendo y el vaporoso vestido muggle que llevaba comenzó a pegarse a su sudoroso cuerpo. Quizá haber llegado a la batalla con un vestido de gala no había sido su mejor idea, pero apenas pensó en otra cosa que no fuera desaparecer de la boda de Petunia cuando recibió el aviso.
Al fondo, entre la niebla, vio una luz anaranjada cuyo resplandor siguió como una polilla mientras se mantenía alerta. De repente, una sombra oscureció el cielo y Lily tuvo el instinto de saltar y esconderse bajo un panel justo antes de que una explosión hiciera un agujero de un metro en el lugar donde había estado un segundo antes.
El mortífago que había disparado contra ella bajó de la escoba y jugueteó con la varita, mostrando confianza.
- Sé que estás ahí. ¿De verdad crees que puedes huir? –preguntó en voz alta, riéndose.
Lily frunció el ceño y apretó más la varita, preparándose para la batalla. En ese momento, un segundo enmascarado llegó.
- ¿Has visto algo, Wilkes? –preguntó, bajando de su escoba.
- Una ovejita que se ha escapado del rebaño –apuntó éste con humor.
La pelirroja achicó los ojos tratando de ver a través del humo y adivinar sus posiciones, pero no vio venir al tercer mortífago que le agarró del pelo y la arrastró fuera de su escondite, haciéndole gritar.
- Mirad lo que he pescado – se burló, tirando de ella mientras retorcía su enmarañada melena.
- Goyle, no te apresures. Yo la vi primero –dijo Yaxley adelantándose-. Y, con ésta, quiero tomarme mi tiempo.
- Pues procura no ir tan a saco como con el viejo de antes. Estos muggles no tienen el mismo aguante que nosotros.
Lily estaba tratando de pensar un plan de huida, pero no dejó de apuntar mentalmente alguno de los nombres que estaban diciéndose. No es que le extrañara, pero Goyle era uno de los partidarios de Voldemort del que aún no se había conseguido probar su implicación.
Goyle apretó su agarre, y Wilkes se colocó frente a ella, tratando de descifrar alguno de sus rasgos a través del humo. Lily agradeció por primera vez este elemento, pues impedía que la reconocieran y escondió la mano derecha entre sus faldas, para que no vieran su varita. Ellos la habían confundido con una muggle y no pensaba desaprovechar esa ventaja.
Al mismo tiempo que Wilkes la apuntó con la varita y exclamó "¡Crucio!", ella encañonó la espalda de Goyle y pensó "¡Flipendo!", expulsando hacia atrás al mortífago, consiguiendo zafarse de su agarre y apartarse en el momento adecuado.
El grito de Goyle le hizo saber que la maldición le había dado de lleno, pero no se giró a comprobarlo. Girando sobre sí misma, aprovechó el instante de confusión de Wilkes y le apuntó directamente a la cara.
- ¡Expelliarmus! – gritó, haciendo que su varita saltara por el aire, y cayera sobre su mano izquierda.
Este abrió los ojos sorprendido y se lanzó hacia ella. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Lily vio el reconocimiento en sus ojos.
- ¡Tú, asquerosa sangre sucia! –rugió, abalanzándose sin importarle estar desarmado.
La pelirroja no dudó un instante y, apuntándole con ambas varitas, gritó:
- ¡Desmaius!
Wilkes cayó al suelo como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. Ella apenas pudo disfrutar de su triunfo antes de que el tercer mortífago le enviara un rayo que tuvo que sortear de un salto.
Tras esquivar el cuerpo desmayado de Wilkes, ambos se enzarzaron en una lucha en medio del fuego y el humo. Lily luchaba con dos varitas, pero habría triunfado en el duelo con tan solo media, pues su contrincante no era el más hábil.
- De aquí no saldrás viva –le amenazó el enmascarado entre jadeos, en un claro intento de ponerla nerviosa cuando estaba con ventaja.
Sin dejarse provocar, Lily reservó sus fuerzas para el duelo y apuntó al suelo con la varita de Wilkes mientras hacía girar la suya para enredarle la túnica al cuello. Un temblor en la tierra provocado por ella misma hizo tambalearse al mortífago, que trastabilló, y quedó colgando de su propia túnica.
La imagen del mortífago, con la cabeza dentro de su capucha, los brazos agitándose y colgados de las mangas y las rodillas arrastradas por el suelo era bastante cómica. La pelirroja se permitió sonreír ligeramente antes de apuntarle con su varita para prenderle con cuerdas y dejarle listo para que le encontraran los aurores.
Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, un rayo le pasó rozando el hombro izquierdo y la puso alerta. Enarboló la varita y vio una gran sombra acercarse corriendo hacia ella.
- ¡Lily! – escuchó gritar-. ¿Estás bien?
El alivio se instaló en su pecho al reconocer la voz de Rachel, que llegó a su lado en un segundo, manteniéndose alerta. La pelirroja se dio la vuelta y vio que Goyle se había recuperado y su amiga le había derribado justo antes de que la atacara por la espalda.
- Rach, creo que me has salvado la vida –dijo con una sonrisa y un pequeño temblor en la voz.
Su amiga la sonrió e inspeccionó a su alrededor.
- Vamos – dijo tomándole de la mano-. Están rodeando el lugar.
Ambas dejaron a los mortífagos a su suerte y volvieron a internarse en el humo. Tras pasar junto a un motor en llamas, Lily vio que Caradoc estaba cubriendo su retirada desde lo alto de un fuselaje.
- ¿Estás bien, Lily? –preguntó sin mirarlas.
- Gracias a Rachel – contestó ella.
- Creí que no llegaría a tiempo –dijo su amiga-. Te vimos aparecerte desde la terminal.
- Vámonos – les urgió el hombre empujándolas suavemente-. Esta zona no es segura aún. Aún quedan muggles por desalojar y los aurores acaban de rescatar el avión presidencial. Pronto llegarán, y no pueden vernos.
Los tres comenzaron a correr para alejarse del lugar antes de que los aurores aparecieran en la escena. Tras ellos, el humo continuaba adueñándose de la pista y el rugido del fuego se fue haciendo más y más fuerte.
Llegaron a la terminal y subieron corriendo unas escaleras exteriores para buscar un sitio en lo alto desde el que controlar la situación y lanzar hechizos a los mortífagos. Una vez allí, Lily vio por primera vez el caos en que se había convertido el aeropuerto.
Multitud de incendios se repartían por la kilométrica pista de despegue, y las batallas entre mortífagos y aurores se sucedía entre aire y tierra. Los que volaban en escoba iban tan rápido que apenas era posible distinguir a unos de otros.
Rayos de todos los colores se cruzaban en el aire, provocando explosiones. Lily pudo distinguir cómo una de las figuras que volaba en escoba fue impactada y cayó desde un altura considerable, aunque no supo si era de los suyos o no.
En tierra, la situación no era mejor. Cerca del aeropuerto un grupo de unos treinta magos peleaban entre sí. Entre ellos pudo distinguir a Frank y Alice, que parecían danzar el uno cerca del otro en una coreografía no planeada. Cuanto más cerca del fuselaje de un avión en llamas estaba la pelea, más complicado era distinguir a los combatientes.
Y, finalmente, apenas visualizado por el humo, se encontraba el centro de la batalla. Un enorme avión estaba envuelto en llamas y, al mismo tiempo, a salvo del fuego gracias a encantamientos protectores que mantenían a raya una decena de aurores desde el suelo, entre los que, a pesar de la distancia, se podía distinguir a Alastor Moody.
Los mortífagos volaban a su alrededor lanzando hechizos, mientras eran enfrentados por otro grupo de aurores que también iban en escoba. Lily sabía que James y Sirius estaban ahí. Si había que volar, ellos serían dos de las principales opciones. Pero no consiguió verles entre tanto humo.
De repente la nube de humo se movió y Lily ahogó un grito espantada ante lo que dejó a la vista.
- ¿Qué pasa? –le preguntó Caradoc al percibir que había parado de lanzar hechizos-. ¿Nunca habías visto un gigante?
Lily titubeó un par de veces, tratando de procesar la imagen que tenía ante sí.
- En persona, no –consiguió decir después de tres intentos.
- Enhorabuena entonces –respondió el hombre irónicamente, dándole un codazo para que siguiera colaborando.
Lily despejó la mente lo máximo posible y se quitó un molesto volante del brazo para poder articularlo mejor. A su lado, sin haber dejado de lanzar maldiciones en ningún momento, Rachel le dedicó una mirada comprensiva.
Cuando finalmente la batalla comenzó a estar controlada, la Orden del Fénix se reunió para dispersarse antes de que los aurores comenzaran a identificarlos. Tenían que tener siempre mucho cuidado para que no se dieran cuenta de que los magos que les ayudaban desinteresadamente eran siempre los mismos, y para ello tener de su parte al jefe de los aurores era una gran ventaja.
- ¿Hay muchas bajas? – les preguntó Lily a Benjy y Marlene cuando Rachel y ella se acercaron donde estaban terminando de desmemorizar a los muggles heridos.
- Más de los que me gustaría –respondió Marlene apartándose el pelo sudoroso de la cara.
Los mechones habían escapado de su recogido informal y formaban un alboroto en su cabeza. Además, todo su rostro estaba cubierto de hollín, debido al humo que les había rodeado durante toda la batalla.
- Las autoridades muggles tendrán que decidir qué excusa ponen esta vez –añadió Benjy, que lucía un aspecto muy similar.
Apenas las miró un segundo, evitando la mirada de Rachel que, delante de Lily, se mostró incómoda. Era la primera vez que la pelirroja estaba junto a ambos después de conocer el motivo de la ruptura entre Remus y Rachel.
Marlene recogió con un golpe de varita los materiales que habían estado usando para curar a los muggles y miró a sus tres compañeros, notando la incomodidad reinante.
- Pero, ¿qué narices llevas puesto, Lily? –exclamó al ver el horroroso vestido color naranja que además ya había quedado chamuscado y roto por mil lugares.
Benjy tuvo que esconder su risa con una tos y Rachel se tapó la cara con una mano para que no se le escapara una sonrisa. La cara de Marlene era todo un poema, y la pelirroja rodó los ojos, negándose a explicar su situación con su hermana a sus compañeros.
La voz de Grace interrumpió el momento.
- ¡Lily! –gritó mientras aterrizaba junto a ellos, seguida de cerca por James y Sirius que, al igual que ella, regresaban despeinados y con las túnicas chamuscadas, pero todos ilesos.
- No te vimos llegar, pelirroja – dijo Sirius abrazándola cuando bajó de su escoba.
- He llegado tarde –aclaró ella algo aturdida por su inesperada llegada.
Lily miró a James, que pareció debatirse entre acercarse a ella y quedarse algo alejado. Ella notó cómo la recorría con la mirada, notando el horrible vestido que Petunia había elegido para que lo llevase en su boda. Sin duda Grace le habría puesto al corriente de que había decidido acudir a la boda de su hermana, pero notaba que su novio estaba molesto porque no le hubiese avisado para acompañarla.
- Tenemos que abandonar el lugar cuanto antes. Moody ha sido muy claro –le apresuró Grace.
- Nos vemos en el cuartel –dijo Marlene antes de echar a correr, seguida por Benjy, que se marchó discretamente mientras observaba la reacción de Rachel.
Ésta se encontraba algo más alejada, sin saber cómo debía reaccionar. Fue Lily la que se dirigió a ella.
- ¿Vienes con nosotras?
- Creo que Rachel ahora prefiere otro tipo de compañía, Lily –respondió mordazmente su mejor amiga.
La pelirroja la fulminó con la mirada, pero para entonces Rachel ya había comenzado a alejarse sin ganas de enfrentarse al grupo. Sin embargo, Lily no pensaba dejar pasar ese ataque y se enfrentó a Grace.
- ¡No puedes tratarla así!
- ¿Ya te has olvidado de lo que le ha hecho a Remus? –le espetó la rubia.
- De lo que no me he olvidado es de que es nuestra amiga y de que Remus no querría que la tratáramos así.
- ¿No te has dado cuenta, Lily? –la enfrentó Grace enfadada-. Remus no ha aparecido. No sé dónde está ni qué decisiones ha tomado con su vida, pero sí tengo claro que se ha alejado de nosotros y parte de la culpa de eso la tiene ella.
- ¡Me ha salvado la vida! –exclamó en voz más alta de lo que pensaba-. Si no llega a aparecer, puede que yo, ahora, estaría muerta. Llámame egoísta, pero valoro mi vida lo suficiente como para saber que el hecho de que ella haya arriesgado la suya por la mía vale para que yo comprenda que sus sentimientos por su novio pueden cambiar. ¿Puedes entenderlo tú?
Esa información creó un momento de silencio que no solo afectó a Grace, sino también a James y Sirius que escuchaban la conversación apenas a unos metros. Lily notó su tensión pero mantuvo su mirada en los ojos de su mejor amiga, consciente de que era la que más estaba librando la batalla interna. A pesar de lo que Remus significaba para ella, Rachel también era su amiga. Finalmente la mirada de Grace se debilitó.
- Ahora vengo –dijo haciendo una mueca y salió corriendo hacia donde se había marchado Rachel.
Lily la miró desaparecer por la ruinosa terminal del aeropuerto e inspiró hondo antes de girarse para enfrentar finalmente a su novio. Como suponía, James la miraba entre serio y preocupado. Entre ellos había una tensión que iba más allá de ese momento, y el propio Sirius lo comprendió, entendiendo que era momento de dejarlos solos.
- Voy a adelantarme, Moody ya está reuniendo a aurores y aprendices. Me parece que tienes dos minutos antes de que noten tu ausencia, Cornamenta.
James asintió con la cabeza y, en el momento en que Sirius montó en su escoba y dio una patada al suelo, se acercó a su novia.
- ¿Estás bien? –fue lo primero que le preguntó y realmente lo que más le importaba.
- Sí –contestó ella con una pequeña sonrisa-. Me aparecí en el lugar equivocado, y tres mortífagos me confundieron con una muggle extraviada. Afortunadamente Rachel apareció a tiempo.
James asintió lentamente, examinándola para asegurarse de que no le estaba ocultando ninguna herida.
- Al final fuiste a la boda de tu hermana –observó con evidencia, apreciando el destrozado vestido.
- Mi padre me vino a buscar esta mañana –le contó ella.
- Lo sé.
- No tuve tiempo de avisarte –añadió, como disculpándose.
Él había aguantado muchos desplantes de su hermana y su novio por ella y se sentía mal por haberse olvidado de él cuando había prometido que la apoyaría en ese día.
- No te preocupes –respondió él con su habitual tono de fingida indiferencia-. Últimamente no es que cuentes conmigo para mucho.
Lily rodó los ojos. Esperaba evitar esa conversación, pero James siempre tenía que meter la pulla.
- ¿Tanto te molesta que lleve las cosas a mi manera? Es mi familia, James. No la tuya.
James lanzó una risa irónica.
- No abogaste tanto por la independencia en arreglar los asuntos después de que me secuestraran. Estabas obsesionada con que me apoyase en ti o en Sirius. Decías que era bueno para superarlo, pero no pareces saber cómo seguir tus propios consejos.
- No voy a tener esta discusión aquí –replicó ella altanera.
James bufó, riéndose de nuevo. Lily apretó los puños. Esa risa siempre le había sacado de quicio, no podía evitarlo.
- Las conversaciones siempre son cuando tú quieres –le acusó James haciendo un gesto burlón con la mano.
Furiosa, Lily le sujetó la mano y tiró de ella hacia abajo.
- No quieras ir ahora del maduro de la relación. Soy yo la que siempre te saca las castañas del fuego, la que te da dosis de realidad y te baja los pies al suelo. Si te digo que me dejes superar las cosas a mi manera, hazme caso. Y no te atrevas a comparar tu secuestro con la muerte de mi madre. Lo suyo es algo natural que soy perfectamente capaz de digerir sola… por muy débil que me creas.
- ¿Ahora me acusas de creerte débil? –se picó él sin prestar atención a ninguna de las demás cosas que había dicho su novia.
En ese momento alguien silbó desde el aire. Era Sirius. El tiempo extra de James había finalizado y le estaban reclamando.
- Tratando de calmarse, Lily inspiró hondo.
- Ya hablaremos esta noche.
Su novio le miró con altanería y no le contestó, sino que se subió a su escoba y, con una patada en el suelo, desapareció por el aire. Por el modo orgulloso en que la había mirada, ella fue muy consciente de que no le vería otra vez ese día.
- Tenemos que irnos ya.
Grace había vuelto sin que se hubiera percatado, y Lily miró alrededor, esperando encontrar a Rachel.
- Se ha marchado ya al cuartel –le informó su mejor amiga. Lily la miró con sospecha pero Grace desechó su pensamiento con una sonrisa-. Tranquila, ya hemos hecho las paces. Aunque no te lo creas valoro más tu vida que mi orgullo.
El comentario logró rebajar un poco de la tensión y la pelirroja se permitió sonreírle un poco, antes de montar tras ella en la escoba y desaparecer surcando los aires. Antes de alejarse demasiado dio un último vistazo a la escena. De entre las decenas de aurores que estaban controlando ya la zona no fue capaz de distinguir a James.
Cuando consiguieron estabilizar el aparato, Alastor Moody fue el primero en entrar al avión presidencial que había sido uno de los objetivos principales durante la batalla. Todos los miembros del gobierno, asistentes y demás personal se encontraban profundamente conmocionados, pero todos estaban milagrosamente ilesos.
- Buenas tardes a todos. Soy el encargado de la seguridad que ha neutralizado la amenaza. Ya no hay nada que temer. ¿Pueden ir abandonando el lugar de forma ordenada? Mis hombres les atenderán fuera.
Casi todos dudaron en obedecer, pero la mayoría seguía en shock y fueron moviéndose por instinto. Ni siquiera repararon en los extraños ropajes del auror. Moody apreció sus miradas de confusión y solo distinguió en un hombre el reproche y el entendimiento. Mientras dejaba pasar a los primeros pasajeros hacia la salida, se dirigió a él.
- ¿Primer Ministro? -preguntó.
James Callahgan asintió con la cabeza, pues aún tenía la garganta seca del miedo que habían vivido.
- Supongo que es usted el legendario Alastor Moody del que tanto me han hablado.
- No sé si le parece un gusto por conocerme exactamente –respondió él con un gruñido.
- No es precisamente una reunión agradable. ¿Puede explicarme qué demonios eran los que nos han atacado? Y, sobre todo, ¿por qué? –exigió saber, asegurándose de que nadie le oía. Solo le faltaba que su gabinete le tomara por loco a apenas un año de las elecciones.
- Oh, un ejército de mortífagos y un gigante que, sospecho, actuaba coaccionado –respondió Moody con simpleza; algo que hizo que Callahgan se mareara aún más de la impresión.
- ¿Se encuentra bien? –preguntó el auror agarrándole del brazo al verle tambaleándose.
- ¿Por… por qué? –cuestionó, aunque sin estar seguro de querer conocer la respuesta.
- Sospecho que por lo mismo de siempre. Romper el Estatuto del Secreto y divulgar al mundo la existencia de la magia.
- Claro –respondió el Primer Ministro muggle como si fuera evidente-. Pues lo van a tener fácil si siguen matando a civiles. ¿Cómo pretenden que explique esto?
Para todo eso, afortunadamente, Moody tenía respuestas.
- Ya estamos trabajando en ello. Nos consta que solo los pasajeros de un avión han podido ver la batalla acaecida, y ya les están esperando desmemorizadores expertos en su destino. También estamos tratando de minimizar los daños y de borrar la memoria a todos los testigos.
- Ya… claro –añadió elocuentemente el Primer Ministro mientras era conducido a la salida del avión.
- La Primera Ministra Mágica quiere hablar personalmente con usted y disculparse –añadió el jefe de aurores odiando ese trámite político.- Le aseguro que pondremos a trabajar a todos nuestros efectivos para tratar de que esto no vuelva a ocurrir.
- Háganlo, por favor –suplicó el muggle con un hilo de voz mientras comenzaba a descender, aún algo tembloroso, la escalera del avión, con la ayuda de otro auror-. Ya no sé qué más excusas inventar para todo lo que está sucediendo en los últimos meses. Nadie se cree tanta explosión de gas; y bastante tenemos con nuestros propios terroristas.
Moody hizo una mueca molesta. Los muggles tenían poca imaginación para las excusas.
- De verdad que lo lamento, Primer Ministro –dijo a regañadientes. ¡Cómo si él fuera el responsable!- Al menos hemos conseguido mantener a todos con vida dentro del avión. Después de que les desmemoricen no lo recordará nadie.
Callahgan observó anonadado cómo iban borrando la memoria a todos los integrantes del vuelo.
- Suerte han tenido que han dado conmigo –comentó, casi como un pensamiento en voz alto-. No quiero saber dónde se meterán si las próximas elecciones las gana mi rival político.
Moody sonrió ante el giro de los pensamientos del muggle.
- Intentaremos mantener lo más seguros posibles a todos los miembros de cualquier Gobierno –insistió.
Pero Callahgan le miró con ironía.
- No –aclaró-. Ustedes no conocen a la Tacher. El tal Voldemort la temerá a ella.
Regulus Black no había participado ese día en la ofensiva. Voldemort había decidido que en la batalla no era tan útil como querría y decidió dejar libre al muchacho para ver si se le daba mejor en la vía diplomática, tal y como parecía.
El joven Black no sabía realmente por dónde comenzar a captar adeptos para demostrar su valía. Tenía que pensar un plan y tenía que ser rápido si no quería perder la oportunidad que había ganado al llamar la atención del Señor Tenebroso.
Ese domingo, mientras tenía lugar la batalla, se encontraba en un acto social con su madre, sus tíos y su prima Narcisa. Era el primero al que acudían desde la muerte de su padre y Walburga se mostraba orgullosa al tiempo que distante. Toda una señora de la Alta Sociedad Mágica.
Ese tipo de gente es la que necesitaba captar para su causa, pensó observando a los magos y brujas que se reunían en el gran salón del Secretario de Economía Internacional, que ese domingo celebraba un nuevo periodo en su labor diplomática y no había querido que ningún mago o bruja de prestigio se lo perdiera. Estaban forrados de dinero, tenían influencias en el Gobierno británico y en el extranjero y, debajo de una falsa imagen de condescendencia, se sentían tan por encima de los muggles como ellos.
Solo tenía que encontrar el eslabón débil, aquel que sentía más curiosidad que miedo, y accedería a ese mundo. Podría otorgarle al Señor Oscuro los fondos privados de esos pijos, sus influencias políticas y su voto en el Parlamento. Y, a cambio, él subiría peldaños en la organización, se mantendría a salvo y ocuparía un puesto que le permitiría seguir con su investigación para saber quién había matado a Sadie.
- Regulus, querido, debe de haber sido muy complicado tomar el lugar de tu padre –le dijo una amiga de su madre con falsa pena.
Le sonrió, con la misma falsedad que tenía esa mujer de nariz aguileña, pelo tirante y rubio y labios finos.
- Ha sido una temporada difícil para todos, pero mi madre me ha ayudado mucho –respondió palmeando la mano de su madre, que estaba enlazada en su brazo.
Orgullosa, Walburga se irguió y comenzó a relatar lo mucho que añoraba a su marido y lo difícil que era administrar Grimmauld Place sin él. Hipócrita, pensó Regulus. Sus padres hacía años que no se hablaban más que lo necesario. Dormían en habitaciones separadas desde que él tenía memoria y si acaso compartían una fría cordialidad en temas que les incumbían a ambos, como su posición social, las cuestiones económicas, sus ideales oscuros o sus dos hijos (cuando aún consideraban a Sirius uno de ellos).
Su hermano volvió a su mente casi sin quererlo. No pensaba en él a menudo pero era cierto que ese tipo de reuniones le recordaban a él y a cómo se esforzaba en estropearlas cuando eran pequeños. Se preguntaba si estaría en esos momentos presentando batalla al lado de los aurores…
- ¿Dónde ha ido la Primera Ministra? –escuchó preguntar entonces a su lado una bruja anciana y regordeta-. Ni siquiera se ha servido el té aún. En mis tiempos era de mala educación que un alto cargo abandone un acto sin despedirse uno por uno de los invitados.
- Es el resultado de dejar a las mujeres en el poder institucional. Siempre llegan tarde y no saben guardar las formas con los invitados –respondió un hombre de baja estatura y voluminosa barriga.
Todo su grupo le rió la broma, incluidas las dos mujeres que se encontraban en él.
- Al parecer ha tenido que marcharse corriendo por un conflicto con esos muggles –respondió finalmente otro.
- ¿Muggles? ¿Qué han hecho ahora? –preguntó de nuevo la huraña mujer frunciendo el ceño y ajustando sus gafas, que le hacían parecer un gran insecto.
- Al parecer Quién-Ustedes-Saben ha atacado la zona de Hillingdon. Algo relacionado con el Primer Ministro muggle.
Un silencio tenso llenó el grupo, y finalmente el primer hombre bajito que había hablado rompió el hielo, obviando el tema del ataque.
- Es una lástima que se haya ido. Estaba deseando hablarle de su reforma fiscal. Recientemente he tenido inconvenientes con…
Regulus dejó de escuchar, asqueado. Ni siquiera eran capaces de decir abiertamente que apoyaban la causa. Eran todos unos cobardes acomodados. No harían nada que pusiera en riesgo su posición social y económica.
Se llevó la copa que tenía en la mano a la boca y bebió un buen trago de vino tinto. No le gustaba mucho beber, pero solía tomar una copa en las reuniones sociales. Era un síntoma de sofisticación, según le había enseñado su madre. Siempre una copa, nunca más. Beber era elegante, ponerse ebrio era mundano.
De repente su mirada se posó en un joven muchacho que parecía observar ávidamente al grupo que acababa de empezar a ignorar. Por encima de su copa, Regulus le observó. Pelo de color paja, pálido, pecoso, nervioso… Le conocía.
Barty Crouch Jr. iba a su mismo curso en Hogwarts y habían coincidido en asignaturas como Encantamientos o Defensa contra las Artes Oscuras. Sin embargo, le llamaba la atención la ansiedad con la que parecía haber estado escuchando la conversación.
Sus padres estaban cerca de él, pero no tanto como para que se enteraran de lo que interesaba a su hijo. Curioso, Regulus dejó a su madre y decidió tentar a la suerte.
- Crouch –le saludó acercándose a él-. Hacía tiempo que no te veía.
- Black –éste le estrechó la mano indeciso y con la inseguridad en su mirada.
- ¿Cómo te ha ido todo? –preguntó, manteniendo la calma.
- Bien –respondió-. Acabo de graduarme. Todo Extraordinarios. Mi padre está contento; cree que puede encontrarme algo en el Ministerio.
Regulus sonrió lentamente.
- Eso está bien –concedió suavemente, bebiendo otro sorbo.
Se concentró en su mente y supo la pregunta que le haría antes de que la pronunciase.
- ¿Por qué no regresaste el último curso, Black?
- Mis padres consideraron que sería más útil en Londres –respondió encogiéndose de hombros, fingiendo indiferencia-. Afortunadamente no me ha faltado qué hacer durante este año.
Crouch asintió y desvió la mirada. Regulus sonrió de nuevo. Ese muchacho era un libro abierto. De algún modo se hacía una idea de cuál había sido su trabajo durante ese tiempo y parecía sentirse… intrigado.
- Espero que haya sido un año productivo –dijo Crouch al cabo de unos instantes.
- Oh, sí –respondió él tranquilo-. No tienes idea de cuánto. Siento que he aprendido más magia en estos meses que en los seis años anteriores en Hogwarts.
En ese momento Crouch le volvió a mirar. Curioso, nervioso, ansioso, inseguro… Y en esa mirada Regulus sintió que la Oclumancia era abusar, porque era demasiado evidente.
No podía creerlo. El hijo del todo poderoso Bartemius Crouch, el postulado como el candidato perfecto para ser el nuevo Primer Ministro, el azote del lado oscuro… interesado por la magia negra.
Era todo un regalo que le había dado la vida. Ni siquiera podía calcular cuántos puntos le daría con el Señor Oscuro el hecho de que captara al hijo del líder más importante del Gobierno. Pero no dudaba en que lo conseguiría. Con una sonrisa comenzó una conversación calculada que fue dejando migas de pan en la mente de Barty Crouch Jr.
- Bien, pues eso es todo, Bones –le dijo Scrimgeour a Anthony apenas unas horas después de que la batalla hubiera finalizado.
Cada vez quedaban menos aurores en el Departamento del Ministerio de Magia tras una larga jornada después de la batalla.
Anthony se había perdido el recuento de heridos y la reunión de la Orden del Fénix posterior a la pelea porque había estado allí tramitando la detención del mortífago que había apresado. Scrimgeour le dio a firmar el último documento y archivó el fichero.
- Estos cuatro hoy duermen en prisión y mañana el Wizengamot comenzará a tramitar todo lo necesario para los juicios –aseguró el auror-. Buen trabajo, Bones.
- Gracias señor –dijo él escuetamente, sin ganas de mucha conversación, mientras recogía sus cosas.
Sabía que había hecho lo correcto, pero no dejaba de tener miedo de que, de nuevo, hacer bien su trabajo tuviera consecuencias negativas para su familia. Lo que le había ocurrido a Gisele, y a él mismo, le había marcado probablemente para toda su vida.
- Bones –le detuvo Scrimgeour cuando se estaba alejando.
A Anthony no le caía especialmente bien ese hombre, pero reconocía que sabía calar a la gente. No era estúpido, sabía lo que le ocurría. El auror se acercó a él, le miró profundamente y le posó una mano sobre el hombro.
- Has hecho lo correcto –le aseguró, adivinando la batalla interna que tenía-. Era tu obligación y has hecho lo que debías. No te preocupes, nos aseguraremos de que nunca más vaya a haber represalias contra tu familia por tus buenos servicios al Ministerio.
Él sabía que nadie podía asegurarle nada al cien por cien, ni el Ministerio, ni la Orden, ni el propio Dumbledore. Prometer algo así era más con intención de tranquilizarle que con interés por cumplirlo y el propio Scrimgeour lo sabía. Pero compuso un gesto amable y asintió con la cabeza, fingiendo que se creía su afirmación.
Acabada la jornada y ya atendido de sus heridas, Anthony se dirigió a la salida del departamento, rumbo a los ascensores. Tenía ganas de llegar a casa y ver al pequeño David, era la única parte buena de toda esa pesadilla. Un día más había sobrevivido para ver a su hijo.
Sin embargo, nada más atravesar las puertas de cristal se detuvo en seco. Gisele estaba apoyada contra la pared, con una túnica impecable, un recogido serio en el pelo y una cartera colgada del hombro.
Su mujer se incorporó cuando le vio aparecer, lo que le hizo ver que estaba esperándole a él. Inmediatamente se le secó la boca. No sabía si podía enfrentarse a ella en esos momentos. Y creía que ella tampoco podía enfrentarse a él. Sin embargo, superó sus reticencias y se acercó un par de pasos.
- Hola –le saludó Gisele.
- Hola –respondió él-. ¿Ha pasado algo? ¿Están todos bien?
- Sí, sí –se apresuró a aclarar ella-. Peter tendrá que pasar la noche en San Mungo, pero está bien. Y Emmeline está herida en un pie pero nada grave. Los demás solo tenemos magulladuras.
- Ah, bueno –soltó el aire que no se había dado cuenta de que había contenido.
El silencio se adueñó del lugar durante un par de segundos y, cuando ambos se interrumpieron para hablar, se sonrieron incómodos. Estaba claro que los dos tenían una fuerte pelea interna.
- ¿Qué haces en el Ministerio a estas horas? –preguntó él finalmente.
Gis le miró y golpeó la cartera que tenía colgada.
- He tomado una decisión.
Él guardó silencio, pero durante un delirante segundo llegó a pensar que le había ido a buscar porque quería hablar sobre ellos, sobre su matrimonio, sobre volver a casa. La ilusión, inesperada para él, se derrumbó un segundo después, cuando ella aclaró su determinación.
- He decidido volver a trabajar.
- Ah –contestó con poca elocuencia, tratando de que no se percibiera su desilusión.
- Hoy he conseguido enfrentarme a ellos –continuó Gisele, sonriendo-. No es que haya hecho una gran proeza, pero ha sido la primera vez que no me he bloqueado desde… desde que pasó. Y creo que estoy preparada para reincorporarme a mi puesto. He venido a decírselo a mi jefe.
- Es una buena noticia –respondió él finalmente, forzando una sonrisa-. Enhorabuena.
Gisele se le quedó mirando, quizá esperando a que él añadiera algo más o fuera él quien sacara el tema. Pero no sabía qué más podía decirle. Finalmente, ella suspiró.
- Tony, no te culpo de lo que ocurrió. Has hecho bien en detener a ese desgraciado hoy.
Era más de lo que le había dicho en todo ese tiempo.
- Reconozco que ha sido difícil tomar esa decisión –concedió.
Pero ella siguió hablando como si no le hubiera escuchado.
- Lo que me pasó no fue por tu culpa. Los dos sabíamos a lo que nos exponíamos cuando decidimos plantarles cara. Tú eres auror pero a mi también me conocen por ser parte de la Orden. Tú no tienes la culpa.
- No creo que ninguno de los dos fuéramos conscientes de a lo que nos arriesgábamos, Gis…
- Ya… Quizá no del todo. Pero ahora lo sabemos.
Él asintió con la cabeza. Lo que no podían decir es que les hubieran vencido de esa manera. Ambos habían continuado luchando, al frente y siguiendo en la Orden. Era una victoria de ellos que no habían podido arrebatarles.
Los dos lo sabían y parecieron leerse la mente cuando se miraron a los ojos por primera vez y sonrieron. Más calmada, Gisele dio un par de pasos de espaldas, hacia los ascensores.
- En fin… Tengo que irme. Mañana iré a tu casa a ver a David, hoy ya es tarde.
- Te echo de menos –le dijo él de repente, casi sin pretenderlo.
Gis, que se había dado la vuelta, cerró los ojos con dolor al escucharle. Eso era lo peor. Ni siquiera era capaz de pensar en eso, no podían pedirle que tomara dos decisiones importantes el mismo día.
- No voy a volver, Tony –le respondió al cabo de unos segundos-. Al menos, no por ahora. Ni siquiera sé ahora mismo lo que…
- ¡Lo sé! –la cortó él-. No quiero presionarte ni hacerte sentir mal. Solo quería que lo supieras. Que supieras que sigo aquí. Y que seguiré aquí cuando quieras volver.
Enternecida, Gis le sonrió y se acercó a besarle en la mejilla. Después se dio la vuelta y se marchó sin decir nada más. Sintiéndose peor que nunca. Sabiéndose cobarde por no ser capaz de decirle a su propio marido que no estaba segura de querer volver nunca con él.
A Remus Lupin le estaba costando adaptarse a su nueva misión secreta.
Cuando Dumbledore le pidió que se infiltrara en la guarida de hombres lobo que estaba organizando Greybkack no lo dudó ni un instante. Sabía que no sería una misión fácil y que sería una empresa peligrosa pero le debía a ese hombre todo lo que era.
Por eso, desde que se había instalado había estado analizando todo lo que veía, recogiendo mentalmente información y tratando de procesarla. Y también había comparado lo que veía con lo que Rachel le había contado, de la anterior vez que ella había estado infiltrada.
Pero esta vez era diferente. La colonia en la que había estado refugiada ella no era tan grande, ni había tanto secretismo sobre qué hacían allí ocultos. Para ella no fue difícil averiguar qué pretendía Greyback entonces.
Sin embargo, en este caso era distinto. Esas catacumbas eran inmensas. Cientos de hombres y mujeres lobo convivían juntos bajo tierra. Era una sociedad organizada, y la mayoría trabajaban con un propósito que no parecían tener claro.
Jamás había visto a tantos de los suyos juntos. Recordaba la impresión que le dio el piso de licántropos del que rescató a Rachel apenas hacía un año, cuando salieron de Hogwarts. Era apenas un apartamento pequeño, sucio y viejo, donde los licántropos se amontonaban apenas con la comida suficiente para pasar el día, siempre drogados y medio dormidos para soportar su existencia.
Había encontrado a varios de ellos allí, aunque afortunadamente ellos no le habían reconocido a él. La vida allí era otra cosa. Estaban más organizados, claramente despiertos y se les administraba una sustancia en pastillas a la que aún no tenía acceso, pero que la única vez que la había ingerido le había creado una sensación de euforia y energía ilimitada.
Tenía que averiguar qué contenía y para qué la usaban en ellos. Tenía miedo de convertirse en un adicto, como parecía haber pasado con algunos de los que ya llevaban meses en ese refugio.
Aún no se había atrevido a contactar con Fabian; su padrino estaba demasiado nervioso sobre su misión y temía que sobredimensionase cualquier información que le diera. Aunque reconocía que el tema le preocupaba también a él.
Mientras paseaba discretamente por la zona más amplia y lisa de la enorme roca que albergaba la guarida, Remus trató de pasar inadvertido mientras vigilaba todo lo que le rodeaba.
El lugar lo componía el interior de toda una montaña. La luz natural no se filtraba entre las rocas y el aire estaba viciado, por lo que se componía de iluminación artificial. Los licántropos se dividían en niveles de altura cuando trabajaban portando víveres; pero todos dormían en la parte más interna, ubicados en incómodas hamacas compuestas por tela vieja.
Toda la parte izquierda, la más alejada de la salida natural de la gruta, tenía un agujero tan grande que no se podía ver su profundidad. Allí era donde arrojaban la basura y los desechos.
Durante el tiempo que llevaba allí, Remus no había visto a Greyback aún. Estaba ansioso pero también nervioso. No le veía en su forma humana desde antes de que le mordiera, siendo un niño. Y en su forma licántropa le había visto por última vez cuando había mordido a Rachel. No sabía cómo reaccionaría cuando le tuviera delante y temía ser descubierto.
- ¡Eh, tú! ¿Qué haces ahí parado? –le espetó un hombre de cabellos canos y barba descuidada-. Ven a ayudarme con esto.
Estaba tratando de levantar un gran barril que Remus asió por el otro lado. Con dificultad ambos lograron ponerlo en pie. Echaba de menos la magia para utilizar el trabajo físico, pero no podía sacar la varita. Si descubrían que tenía acceso a una, su vida correría peligro.
Pese a que la mayoría de los licántropos eran magos y, por tanto, eran portadores de varitas, aunque las hubieran adquirido en el mercado negro, éstas estaban prohibidas en esa guarida. Era una de las normas que más le había preocupado. Greyback no aceptaba varitas ni magia en su colonia y se preguntó si no era para tenerles mejor controlados a todos.
De igual modo, cuando se instaló agradeció haber escondido la suya en la cartera especial que James le había regalado las pasadas Navidades, y que solo dejaba ver su contenido a los que autorizaba su dueño.
- ¿Para qué se acumulan tantos víveres? –preguntó con lo que quiso disfrazar de curiosidad inocente.
El hombre, sin embargo, le frunció el ceño.
- ¿Para qué crees? –le espetó con gesto borde.
Remus se encogió de hombros tratando de rebajar el tono.
- Solo me llama la atención. Parece que nos estemos preparando para un asedio.
Y de golpe el señor comenzó a reírse escandalosamente.
- ¿Tú eres nuevo, verdad?
- Llegué ayer –le respondió Remus cuidando sus palabras.
- ¿Y cómo supiste de este lugar? –preguntó el hombre, desconfiado.
- Un amigo me habló de que había más de los nuestros agrupándose en el sur del país. Él creía que eran rumores pero decidí probar suerte hasta encontrar el lugar. Nunca había vivido con más seres como yo.
Se había aprendido bien su coartada y la repitió lo más convincente que pudo. El hombre parecía menos agresivo pero aún no confiaba en él.
- Pareces joven. ¿A qué edad te mordieron? –le cuestionó de nuevo.
- A los 4 años –respondió.
- Vaya, qué joven... -el hombre pareció por primera vez conmovido-. Ha debido ser duro crecer así.
- He hecho lo que he podido –contestó simplemente.
- Seguro –contestó el hombre-. ¿Y cómo te ha ido? Supongo que no pudiste estudiar, ¿no?
- Mis padres me enseñaron en casa todo lo que sé de la magia. Aunque aquí no me sirva de nada –añadió, esperando que esa frase hiciera que el otro le contase por qué les quitaban las varitas al llegar.
Pero, o no lo sabía, o no le importaba. El hombre, sin bajar la guardia, volvió a interrogarle.
- ¿Dónde están tus padres ahora que eres mayor?
- Han muerto –respondió.
Y cuando lo decía casi sentía que era verdad. Su madre lo estaba, por desgracia, y su padre por momentos estaba tan ausente que parecía que lo había perdido.
Esa información pareció ablandar al hombre, que se apoyó en el resto de barriles y le invitó a acompañarle. Sacó de dentro de su raída chaqueta un maltratado paquete de cigarros y le ofreció uno a Remus, que lo rechazó.
- ¿Y no tienes hermanos o hermanas? –preguntó.
- No hay nadie –contestó él.
El hombre asintió mientras calaba profundamente el cigarro.
- Yo también estoy solo. Prácticamente lo estamos todos aquí. Yo tenía 46 años cuando me mordieron. Mi mujer y mis hijos pusieron distancia de inmediato, por supuesto. No he vuelto a verlos.
Remus le miró por primera vez a los ojos y se preguntó cuál sería su edad real. Ese tipo de traiciones, junto a su enfermedad, probablemente le habían hecho envejecer prematuramente, pero no aparentaba menos de 60 años.
No podía imaginar lo horrible que habría sido ser rechazado por tus seres más queridos. Afortunadamente, a él nunca le faltó el amor de los suyos. Sin embargo, el hombre no pareció sentirse cómodo con la pena que reflejaba su mirada.
- Me llamo Herbert, por cierto –dijo aclarándose la garganta.
- Yo soy Remus –saludó él.
Extendió la mano con ánimo de estrechársela, pero Herbert le miró burlón y le empujó cuando se incorporó.
- Vamos, hay que seguir trabajando. Todo tiene que estar listo para cuando traigan a los niños.
- ¿Los niños? –preguntó él, deteniéndose en seco.
Herbert se volvió y rodó los ojos con una pequeña sonrisa impresa en su rostro.
- Está claro que eres nuevo.
Varios días después Fabian cumplió una de las promesas que más había tratado de retrasar. Llevó a Marlene a cenar a casa de su hermana.
Molly había insistido en que debía presentarla oficialmente ahora que eran pareja oficial, a pesar de lo absurdo que era porque ya la conocía en persona. Pero ni por todo el oro de Gringotts habría conseguido que se la presentara a su madre, que era su verdadera intención. Esa era una experiencia que podría retrasar lo máximo posible, y su novia estaba totalmente de acuerdo con él.
- Debería darte vergüenza –le reprochó Molly con el ceño fruncido mientras le servía una generosa porción de tarta de melaza-. Ya solo por tratar de ocultarte deberías dejarle, Marlene.
Ésta sonrió tímidamente sin saber qué pensar de la cara de enfado de la hermana menor de Fabian.
- Marlene también está de acuerdo con llevarlo con calma. De hecho, a su familia no les ha dicho nada de lo nuestro aún –se apresuró a aclarar él.
Toda la mesa se movió cuando dio un respingo por la patada que su chica le dio en la espinilla.
- ¿Ah, no? –preguntó Molly mirando a Marlene.
No parecía saber si ofenderse porque tratara de ocultar a su hermano o seguir echándole la culpa a él. Marlene tragó saliva.
- Es solo que aún es muy reciente y mis abuelos son demasiado mayores y muy tradicionales.
- ¡Es lógico! –exclamó Molly sentándose a comer y evitando que el pequeño Fred, que estaba sentado en su trono junto a su hermano gemelo, agarrara la jarra de hidromiel y la esparciera por la mesa-. No quiero ni imaginarme su reacción al ver que sales con un hombre diez años mayor que tú.
- Doce –apuntó Gideon solícito.
El gemelo de Fabian no se habría perdido esa cena por nada del mundo. Ignoró el codazo que le dio su hermano y lanzó al aire un trozo de pan para atraparlo con la boca, ganándose la admiración de Bill y Charlie. No sabía qué le gustaba más, si poder disfrutar de sus sobrinos o ver humillado a su hermano.
- Doce… -repitió Molly en voz baja y fulminando a Fabian con la mirada.
Se volvió hacia la chica, que estaba sentada a su derecha y había sido incapaz de probar aún el postre.
- ¿Solo tienes veintiún años? –preguntó.
Marlene asintió con la cabeza, y Molly bufó.
- Lo tuyo es increíble, Fabian –murmuró con censura.
- Soy mayor de edad –se defendió ella, sintiendo como si estuviera justificándose ante su madre.
- Mira Molly, ahí sí que te puedo asegurar que Marlene es la madura de la pareja –intervino de nuevo Gideon.
- Muy gracioso –murmuró su hermano.
Molly suspiró.
- No tengo nada en contra de ti, Marlene –quiso aclarar, endulzando el tono y acariciándole la mano-. Siempre te he apreciado y es verdad que ya había visto que teníais una conexión especial. ¡Bill, Charlie, parad ya! –exclamó a los niños que no paraban de lanzarse migas de pan para tratar de imitar a su tío. Después se volvió a Marlene de nuevo con una sonrisa-. Pero estos dos son muy caraduras y no quiero que lo pases mal.
- ¡Ey! ¿Qué insinúas? –protestó su hermano.
- Creo que teme que vayas a pervertirla y después dejarla tirada–le sugirió su gemelo fingiendo que hablaban entre ellos.
Fabian enarcó las cejas.
- Muy bonito. ¿Vamos a iniciar con los juicios de moralidad? –preguntó, con una esquina de la boca alzándose sospechosamente.
- Yo no he dicho… -protestó Molly.
- Muy feo por parte de nuestra hermanita tener tan mal concepto de nosotros –la interrumpió Gideon cruzándose de brazos falsamente ofendido.
- Sobre todo teniendo en cuenta que fue ella la que dio la espantada de la familia. ¿Te he contado que ella se fugó con el bueno de Arthur para casarse? –añadió Fabian dirigiéndose a Marlene, que escondió su sonrisa tras una servilleta.
Arthur Weasley, que hasta entonces había escuchado la conversación sin intervenir, se atragantó de repente. Comenzó a toser y el pequeño Charlie le palmeó la espalda mientras Bill miraba divertido el acaloramiento de su madre.
Molly se había puesto colorada como un tomate y miraba a sus hermanos con censura.
- Con vosotros es imposible hablar en serio.
- Ah, pero hablamos muy en serio –aseguró Fabian.
- Recuerda que estamos juzgando nuestra moralidad–añadió su gemelo.
- Y tú eres tan Prewett como nosotros.
- Que cambiar de apellido no otorga más categoría.
- Me temo que en cuestión de categoría el apellido Weasley no aporta mucho, según la opinión de la mayoría –intervino Arthur con una sonrisa divertida, que reprimió por la mirada de censura de su mujer.
Molly alzó las manos.
- Está bien, me rindo. Solo trataba de poner un poco de cordura en esta cuestión.
- No, intentabas dirigir nuestras vidas –dijo Gideon-. Lo haces siempre.
- Y eso que todavía no ha entrado en el tema de tu fobia al compromiso –le recordó su gemelo.
- Si a tratar de aconsejaros lo llamáis así –repuso ella ganándose sendas carcajadas de sus hermanos.
Arthur percibió que el tema estaba comenzando a molestar a Molly, por lo que se dirigió a Marlene con tono conciliador.
- Y dinos Marlene, ¿estás estudiando o ya trabajas? –preguntó inocentemente, sin saber que el tema no era el más adecuado.
- Bueno… -respondió ella dubitativa-. Lo cierto es que me habría encantado seguir estudiando pero mi familia está amenazada y no podemos permitir que nos ubiquen a ninguno en ningún trabajo o centro de estudios.
- Oh… -respondió Arthur incómodo.
- Me dedico a ayudar a Dumbledore –añadió ella con una sonrisa, restándole importancia-. Me parece que es la mejor manera de invertir mi tiempo.
Arthur sonrió.
- Dumbledore es un gran hombre. No sé qué sería de todos nosotros sin él en estos tiempos…
- Arthur, delante de los niños no –le atajó su mujer dándole una cucharada de puré de calabaza a los pequeños Fred y George y consiguiendo que dejaran de gimotear.
Bill, Charlie e incluso el pequeño y tranquilo Percy estaban más pendientes de la conversación que nunca. En su casa siempre les llamaba más la atención cuando todos se ponían serios, especialmente sus tíos. No solía ser lo normal.
Por encima de su hombro, Molly miró preocupada la portada de El Profeta de ese día, en la que se anunciaba que una familia de mestizos había sido asesinada en Kent. Ella había tapado el periódico con varios libros de cocina para impedir que sus hijos vieran las fotografías de la marca tenebrosa que presidía la edición de aquel día.
Fabian carraspeó para terminar con el silencio incómodo.
- A Marlene trataron de ficharla en el Departamento de Misterios cuando acabó en Hogwarts. Y menuda pérdida han tenido; es una investigadora e inventora nata –dijo tratando de destensar la situación.
- ¿Tú también fuiste a Hogwarts? –preguntó Percy que hasta el momento había estado callado.
Marlene miró al niño, que apenas había dejado de ser un bebé y que resaltaba con su voz de repipio, su dicción demasiado perfecta para su edad y sus pequeñas gafitas. Fabian decía que era su sobrino más raro pero ella lo encontraba adorable.
- Sí. Yo fui a Ravenclaw, la casa de los inteligentes. Y fui la primera de mi promoción.
- Nosotros somos de Gryffindor, la casa de los valientes –le espetó Bill blandiendo su cuchara de postre en el aire como si fuera una varita.
- Tú aún no eres nada, pringado –le picó su tío Gideon, ganándose que el niño le sacara la lengua.
- ¿Y no se puede ser listo sin ir a tu casa? –preguntó Percy con curiosidad.
Marlene se rió.
- Claro que sí. A veces los miembros de una casa tienen cualidades de varias.
- Percy no irá a Gryffindor –añadió Charlie con la pecosa cara llena de tarta de melaza-. Tiene miedo hasta de subirse a la escoba de juguete de cuando yo era un bebé. Es un miedica.
- ¡No lo soy! –protestó su hermano.
- ¡Sí lo eres! –exclamaron Charlie y Bill entre risas, ganándose una reprimenda de sus padres.
Marlene rodó los ojos. Nunca había tenido hermanos pero parecía que meterse unos con otros era la tónica habitual.
- Tu tío me ha dicho que, de sus sobrinos, eres el que antes ha aprendido a leer, Percy. Para ser así y hacer las cosas diferentes también hace falta mucha valentía –le dijo guiñándole un ojo.
El niño sonrió orgulloso y se sentó recto mientras cogía el tenedor con sus manitas para terminar su postre. Su madre le miró, acariciándole el pelo y después le lanzó una mirada de agradecimiento a Marlene. Ésta supo que acababa de ganársela para siempre.
Habían pasado algunos días desde la batalla y Lily no había vuelto a ver a James. Era evidente que su novio estaba molesto por su modo de llevar la muerte de su madre pero ella no iba a disculparse por ser independiente.
James no había ido a buscarla tras su discusión en el aeropuerto, aunque tenía que reconocer que ella tampoco había hecho nada por solucionar las cosas. Por eso se sintió tan incómoda cuando Gideon le dijo que tenían que ir cuanto antes a prestar apoyo a Frank y James con un soplo.
Llegaron a una barriada a las afueras de Brístol, donde estaban el auror y su pupilo esperando en un bar cercano, vestidos con ropas muggles, al igual que ellos. Lily se quedó en todo momento al lado de Gideon, con la cabeza gacha y soportando la mirada de censura que su novio le dedicaba de reojo.
Odiaba cuando James sacaba su lado orgulloso y prepotente. Le recordaba a tiempos pasados. Cuando creía que tenía razón era muy difícil tratar con él, pues siempre esperaba que todo el mundo se plegara a sus condiciones y se disculpara. Y ella no era una persona que pidiera perdón de forma fácil, especialmente cuando creía que no estaba actuando mal. En definitiva, eran dos orgullosos sin ganas de dar su brazo a torcer.
- ¿De qué va el asunto esta vez? –preguntó Gideon fingiendo leer el periódico distraídamente, como si se tratara de una conversación de cortesía con otro cliente.
Frank, que estaba al lado de James fingiendo compartir tabaco (irónico, porque él jamás, bajo ningún concepto, fumaba), no le miró cuando le contestó en voz muy baja.
- Alice ha descubierto que están rearmándose tras el encarcelamiento de O'Donnell. Ella y Sirius vendrán cuanto antes pero tenemos que ser rápidos: entrar, fichar las cosas y marcharnos.
- Me da la sensación de que nos tienen ocupados con tanto laboratorio de pociones –protestó James calando el humo del cigarro con mucha más facilidad que su padrino, que ya había tosido un par de veces-. No creo que Voldemort tenga la elaboración de pociones como su alma principal.
- Estoy de acuerdo pero puede llevarnos al siguiente paso –aseguró Frank, alertándole con la mirada de que cuidara su conversación.
- Los soplos de Alice siempre consiguen información importante –les animó Gideon.
Entonces se inclinó sobre Lily, fingiendo señalarle un artículo del periódico, y la pelirroja pudo apreciar la celosa mirada de su novio. Escondiendo una sonrisa satisfecha, Lily se acercó más a su padrino y fingió que le hablaba al oído, aunque su voz sonó lo suficientemente alta como para que la oyeran los tres.
- Entonces, ¿cuándo entramos en acción?
- En cuanto lleguen Alice y Sirius –respondió Frank.
Un minuto después, como si hubieran sido invocados, los dos restantes entraron por la puerta del local. Ella primero, él después.
Alice iba muy divertida con un vestido floreado y un sombrero amarillo con una gran margarita violeta estampada en la parte frontal. Lily se apuntó mentalmente darle clases sobre ropa muggle discreta.
Sirius hizo un amago de reconocimiento hacia su mejor amigo pero su mentora le dio un sutil golpe en el costado, fingiendo tropezarse contra él. Entonces los dos se separaron, ella sentándose en una mesita al lado de la puerta, entreabierta a causa del calor, y él acercándose a la barra y situándose junto a Gideon y Lily.
Sirius le pasó el brazo por los hombros a su amiga y fingió saludarle y hacerle una confidencia.
- Alice dice que primero debemos asegurarnos de que no han notado nuestra presencia. Por lo visto están alerta –dijo.
- A nosotros no nos han seguido, lo he comprobado –confirmó Gideon doblando el periódico. Después añadió en voz más alta para que Frank, James y Alice le escucharan-. El día parece bastante despejado.
- No se aprecian nubes en el horizonte –respondió Frank con tono jovial y mirada profunda-. Eso me recuerda que tenemos una cita en cinco minutos, James.
- Vamos allá, tío Frank –respondió éste algo divertido por el juego de palabras.
Los dos apagaron a la vez sus cigarros y salieron del local, fingiendo saludar por encima a Gideon, Sirius y Lily e ignorando a Alice.
- Ellos se adelantan. En cinco minutos les seguimos –les tradujo en voz baja Gideon.
Sirius y Lily asintieron con la cabeza y Gideon se acercó a la mesa de Alice, fingiendo estar ligando con ella para tener la excusa de poder coordinarse. Ambos jóvenes les miraron un poco sorprendidos, aún sin acostumbrarse a esas ocasiones en que les tocaba fingir una estratagema.
A Lily le parecía imposible que ningún mortífago que pasara por la zona ignorara la altura y corpulencia de Gideon, pese a que ocultara su pelo y la mitad de sus rasgos con una gorra del Manchester United que le calaba hasta las cejas. Y Alice y Frank eran demasiado conocidos entre el bando de Voldemort por mucho ropa muggle que se pusieran.
Sin embargo, continuó con el papel que le habían otorgado, que parecía consistir en tener que intimar con Sirius. Miró el reloj de pared que había tras la barra, comprobando que había pasado un minuto. James y Frank debían estar entrando; esperaba que sin problemas.
- ¿Seguís de morros? –le preguntó Sirius fingiendo hacerle una caricia en la mejilla.
Lily estuvo a punto de apartarse, consciente de lo extraño que era que Sirius le acariciara así.
- ¿Quiénes? –preguntó sabiendo a lo que se refería pero sin ganas de dar explicaciones.
- Lils, no me tomes por tonto. He pillado la mirada que te ha lanzado Cornamenta antes de salir.
La pelirroja bufó.
- Tu mejor amigo es un cabezota. Ya podrías hablar con él.
- Yo no me meto entre vuestras discusiones. No quiero que la prefecta perfecta me mande una maldición.
Ella se giró, sonriendo a su gran amigo con inocencia.
- Llevo años sin maldecirte –le recordó.
- Porque llevo años sin tratar de interferir entre James y tú –puntualizó él. Luego apretó su abrazo sobre sus hombros-. Lo mejor será que ambos perdáis un poco de orgullo.
- Curioso consejo viniendo de Sirius Black –le dijo dejando escapar una carcajada.
Algo brilló por el rabillo de su ojo y, cuando ambos se giraron, lo hicieron a tiempo para ver a Alice guardar un objeto en su enorme bolso amarillo de flecos. Lily se repitió mentalmente su intención en aconsejarle sobre moda muggle.
La mirada de la aurora bastó a los dos. Frank había dado el aviso y había vía libre. En apenas diez segundos de diferencia los cuatro abandonaron el lugar.
- Por fin una misión en condiciones. Estaba harta de verle la cara a Crouch –exclamó Alice encantada.
Los otros tres rieron viendo que la aurora estaba a punto de dar saltos de emoción. Caminando en hilera, llegaron hasta la entrada de lo que parecían ser unos almacenes abandonados y entraron sin dudar.
- Esto tiene pinta de ser un fumadero de crack –comentó Gideon mientras Lily arrugaba la nariz por el olor y él apartaba restos de botellas y jeringuillas de su camino.
- Lo era –puntualizó Alice-. Pero desde hace un par de semanas nadie se atreve a venir por los ruidos y gemidos que se oyen por la noche. Se dice que el lugar está encantado –añadió rodando los ojos con humor.
- Seguro que esa habrá sido la primera pista –aseguró Sirius, cerrando el camino.
- Y la siguiente es que hemos encontrado un pequeño almacén a medio ordenar –les anunció Frank saliendo de un armario. Agarró la mano de su mujer y la ayudó a subir e introducirse en él.
Sirius le siguió.
- Un armario… Cada vez tienen escondites más absurdos.
- Venga, vamos a Narnia –comentó Lily divertida detrás de él.
- ¿Eh? –preguntó Gideon cerrando el grupo.
Los cuatro fueron a parar a un pequeño y desordenado cuarto que estaba oculto precisamente en ese armario. James revisaba un documento y Alice acudió rápidamente a las estanterías, llenas de pequeñas pociones.
Frank siguió mirando alrededor. A diferencia de otros laboratorios, éste era demasiado pequeño para albergar grandes almacenes de pociones ni calderos. Una pequeña estantería conservaba varias muestras, una larga mesa estaba repleta de pergaminos garabateados y, al otro lado, un pequeño ropero completaba todo el mobiliario del habitáculo.
- No hay gran cosa –concluyó James, dejando caer el documento que estaba revisando.
- Parece que apenas han comenzado a trasladarse –conjeturó Alice.
- O ya no se fían de utilizar laboratorios aparte de su guarida. No descartemos que este lugar sea una trampa o una pista falsa para confundirnos.
Lily observó a Gideon. Ellos dos se habían quedado junto a la puerta del armario y el otro ropero para asegurarse precisamente de que nadie les pillaba por sorpresa. Se habían adelantado a la opción de la trampa.
- ¿Eso significa que no debemos preocuparnos por lo que ponga en ningún pergamino? –preguntó Sirius leyendo uno.
- ¿Has visto algo? –preguntó Alice, yendo hacia él.
- Solo creo que esto a Gis le interesará –añadió entregándole la hoja y apartándose un poco para dejarle hueco a Frank.
En ese momento Lily percibió un pequeño movimiento dentro del ropero que tenía detrás. Se giró, cautelosa, y lo miró de arriba abajo.
- ¿Pasa algo? –preguntó Gideon y ella negó con la cabeza.
Entonces su padrino se giró y decidió salir un momento del armario para asegurarse de que no había entrado nadie a los almacenes. Aún inquieta, la pelirroja agarró la varita y abrió unos centímetros la puerta del armario. En un primer momento no vio más que oscuridad pero al cabo de un segundo distinguió una nariz aguileña, un pelo grasiento y unos ojos oscuros que conocía demasiado.
Los ojos le imploraron silencio y ella, sorprendida y en estado de shock, solo acertó a cerrar de golpe la puerta.
- ¿Pasa algo, Lily? –preguntó Sirius, viendo preocupado las emociones de su rostro.
- No –respondió ella con un nudo en la garganta y arrepintiéndose casi al momento de su decisión. Algo en su expresión no convenció a su amigo, que avanzó hacia ella mientras Alice, Frank y James seguían susurrando con las cabezas unidas. Al verle avanzar, Lily se puso nerviosa-. Sirius, no pasa nada. De verdad.
Pero Sirius la miró sin comprender y abrió la puerta del ropero de golpe, sin esperar lo que iba a encontrar.
No tuvo tiempo de alzar la varita cuando Severus Snape saltó afuera, apuntándole.
- ¡Diffindo! –gritó, seccionándole la garganta.
Lily pegó un grito al ser salpicada por la sangre de Sirius y éste cayó de espaldas contra Frank y Alice. James, que había trastabillado, dio una vuelta sobre sí mismo y, incluso antes de reconocer al intruso, gritó:
- ¡Incarcerus!
Por desgracia, las gruesas cuerdas que buscaban atraparle cayeron al suelo medio segundo después de que Snape se desapareciera del lugar.
- ¡Sirius! –exclamaron Alice y Frank a la vez, cargando con el chico, que se había llevado las manos al cuello y trataba de controlar la hemorragia.
- ¿Qué pasa? –preguntó Gideon volviendo al momento.
- ¿Qué mierda es esta, Lily? –exigió saber James cuando comprendió que su novia acababa de darle una oportunidad de escapar a Severus Snape. Al mortífago Severus Snape.
La pelirroja salió del shock un segundo después pero ignoró a su novio. Había cosas más importantes.
- ¿Le ha tocado la yugular? –preguntó agachándose sobre su amigo y comenzando a examinarle, viendo que su sangre formaba un charco a su alrededor que se iba haciendo rápidamente más grande.
- Frank, avisa a San Mungo de que llevamos un herido grave –ordenó Alice a gritos tratando de que el joven mantuviera la conciencia, que parecía estar perdiendo rápidamente.
- ¡Canuto! –le llamó James al ver que sus ojos se quedaban un blanco.
- ¡Díctamo! ¡Pasadme díctamo para cerrar la herida ya! –exigió Lily a gritos sobre su hombro, notando la vena yugular seccionada y por la cual su amigo se estaba desangrando rápidamente.
Gideon saltó por encima de los cuerpos para acceder a las estanterías, tal y como hizo James tras él. Quizás tardaron solo veinte segundos en localizar el frasco adecuado pero pareció una eternidad. Las chicas les gritaban y metían prisa y, en cuanto vio el líquido correspondiente, James lo agarró con manos temblorosas y se lo tendió corriendo a su novia.
- Va a doler. Lo siento Sirius, va a doler –le avisó con la voz rota y las lágrimas cayéndole por las mejillas al ver lo rápido que se estaba desangrando-. ¿Me escuchas?
Pero él no podía oírla. La alarmante pérdida de sangre le había hecho perder la conciencia definitivamente.
Y hasta aquí hemos llegado... Os dejo con un poco de tensión, ¿qué os parece? Lily, Lily, Lily... Os aseguro que no volverá de confiar en Snape ni a darle otra oportunidad después de lo que le ha hecho a Sirius. ¿Cómo creéis que le afectara a James? ¿Cómo se lo tomará Grace? ¿Y qué os parece la misión de Remus? ¿Y la decisión de Gis de volver? Ayudadme, por favor, comentadme qué os parece todo.
Eva.
