¡Hola a todos! Aquí regreso con otro capítulo, esta vez he tardado algo menos. No podía dejaros demasiado tiempo con la angustia de cómo estará Sirius y cómo reaccionarán los demás por lo que ha hecho Lily con Snape.
La pobre va a pasarlo mal por culpa de un error entendible. Un shock de unos segundos del que se va a arrepentir, más aún de por las consecuencias directas, porque le hará pensar mucho en lo que ha sido su amistad y lo que se ha convertido. Y hay paralelismos con otros casos como el de Regulus con Sirius y Grace, como veréis…
Por cierto, ¿no queréis ver la reacción de Grace cuando le digan que Sirius está herido? A los fans de esta pareja os va a encantar este capítulo.
También veremos cómo va el tema de Regulus, su avance entre el niño que ha sido, tan obediente y sin plantearse su crianza que se ha metido en una organización criminal, y el hombre que está buscando ser, con su propia personalidad, sus propias ideas y su propia moral. Hoy hará un descubrimiento que marcará su vida. Y sí, va por él el título del capítulo, dedicado a esa maravillosa canción de Bob Dylan, (Blowin'in the wind), porque la mayoría de las respuestas a sus preguntas están silbando en el viento… Os recomiendo que la escena suya la escuchéis con la canción de fondo.
También, para finalizar, hay más de la misión de Remus y veremos algo más de Rachel en el este capítulo. Gracias a todos los que leéis y a los que perdéis un par de minutos comentándome algo para hacerme sentir que no hablo con una pared.
Paula: Perdona por tardar tanto que te hice olvidar parte de la trama. Incluso me llegó a pasar a mí misma, por eso me sentía tan desconectada de la historia. Espero que te guste este capítulo. ¿Que Lily deje de ser tan orgullosa? Lo veo complicado jeje. ¿Recuerdas cómo era Harry? Pues todos dicen que tiene más carácter de mamá que de papá. Pero nuestra pelirroja se ablanda también, solo que a veces James y ella no coinciden. Dos orgullosos con carácter fuerte es imposible que no choquen, pero se adoran. Aunque sí, ella ahora la tiene complicada porque James es totalmente leal a Sirius y ya sabemos el carácter que se gasta. Lamento que el capítulo fuera el último del año pero he tratado de escribir lo más rápido posible para traer uno nuevo. Un abrazo.
Sin más dilación os dejo con este capítulo, que ha quedado bastante largo, que empieza con un susto y acaba con una revelación…
Capítulo 15: Silbando en el viento (Blowin' in the wind)
Esa noche ingresaron en San Mungo diecisiete personas, tres de ellas muggles que debían ser tratados en profundidad antes de ser desmemorizados.
El Ministerio de Magia ya había perdido la capacidad de saber qué ataques se producían de manera organizada por el ejército comandado por ese hombre cuyo nombre cada vez temían más pronunciar y cuáles se producían de manera independiente, por imitadores o lobos solitarios.
Lo único cierto era que las calles cada vez eran menos seguras y la gente cada vez tenía más miedo.
Sin embargo, ninguno de los que esperaba en los oscuros pasillos de la cuarta planta estaba allí por ninguno de esos ataques. A Alice Longbottom le sorprendía que sus continuas visitas al hospital no hubieran llamado ya la atención de las autoridades pero agradecía tener colaboradores entre los sanadores que lo evitaran.
Ella se paseaba nerviosamente de un lado a otro, mirando la luz que se escapaba por debajo de la puerta de la habitación donde estaban atendiendo a Sirius. El corredor estaba en silencio, después de que Gideon hubiera conseguido que James dejara de gritar a una llorosa Lily. Pero dado el rencor con el que Potter miraba a su novia, a la aurora le parecía que la paz duraría poco.
Ella no había intervenido. Estaba demasiado nerviosa y preocupada. Sirius estaba bajo su responsabilidad, era su protegido dentro de la Orden. Y le habían herido de la forma más absurda a apenas dos metros de ella.
Frank no estaba con ellos. Después de que su mujer, alterada y aún empapada de la sangre de su pupilo, le gritara que Crouch y su familia podían irse donde Circe perdió la varita, él había optado por cubrirla esa noche en el trabajo. Moody lo entendería cuando se enterara de lo que había ocurrido.
Apenas hacía unos minutos que habían atendido a un inconsciente y casi desangrado Sirius, pero parecía que el tiempo se había detenido. Era angustioso el silencio que había en el lugar, solo roto por los pasos de Alice, los sollozos de Lily y los bufidos de James.
De repente, al fondo del pasillo comenzaron a escucharse pasos acelerados y Alice tardó unos segundos en reconocer a Grace en la figura que se acercó corriendo. Estaba pálida, con el pelo enmarañado, la túnica desarreglada y sus ojos les recorrieron rápidamente a todos ellos. Alice se sorprendió al verla allí tan pronto, pero con la mirada interrogativa que la chica le lanzó a Gideon tuvo claro quién la había llamado.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Sirius?
- Le están atendiendo –aclaró el joven Prewett.
- Pero, ¿qué ha pasado? Me dijiste que podía ser grave–le interrogó la rubia preocupada.
- Grace, siéntate y tranquilízate, que la cosa puede ir para rato –le aconsejó la aurora sin querer que se le revolviera el gallinero de nuevo. No estaba en condiciones de ser paciente con ellos cuando los nervios la consumían a ella también.
- No la consueles –espetó James cuando Grace se fue a sentar junto a una desconsolada Lily, pasándole una mano sobre el hombro-. Todo esto ha pasado por su culpa.
- James, ya vale –gruñó Gideon en voz baja.
Pero Grace les miró a Lily y a él alternativamente, envalentonando al joven Potter.
- Fue Snape. Le ha cortado la garganta a Sirius y le ha rasgado la yugular. Y todo porque Lily le ha dejado escapar.
- ¿Qué? –exclamó Grace indignada, apartándose de su mejor amiga.
Alice bufó y se apartó de ellos, acercándose algo más a la puerta con la esperanza de escuchar algo de lo que sucedía al otro lado. Pero la habitación estaba insonorizada y tuvo que conformarse con mirar las sombras de los sanadores moviéndose por debajo del umbral.
Lily seguía llorando silenciosamente pero tuvo suficiente ardor en la mirada para fulminar a James. ¿De verdad creía que ella había hecho eso aposta? ¿Creía que pretendía dejar escapar a Severus, dejarle barra libre para tratar de matar a alguno de sus amigos?
Verle dentro del armario le había bloqueado y había tardado unos segundos en reaccionar. Segundos esenciales, lo reconocía. Sus dudas podrían costarle la vida a Sirius y eso no se lo perdonaría jamás. Pero es que a su mente le costó procesar que estaba volviendo a ver a su amigo de la infancia después de tanto tiempo y en una situación tan diferente.
Grace reaccionó como ella esperaba y también la fulminó con la mirada.
- ¿Has dejado escapar a Snape? ¿Por eso han herido a Sirius?
El tono de su mejor amiga era tan frío como el que había usado James contra ella. Ambos odiaban a Snape y ambos le habían advertido sobre él en numerosas ocasiones. La decepción que sentían por ella dolía pero peor era el rencor que veía en sus miradas. Eso la enfurecía. Había sido estúpida, eso ya lo sabía ella sin que se lo recordaran.
- ¿De verdad creéis que yo quería que le pasara nada a Sirius?
- Creo que en esos momentos solo te importaba dejar escapar a tu amiguito del alma –su novio la fulminaba de nuevo con la mirada-. Los demás y nuestra seguridad estábamos en un segundo plano.
Grace dio una patada a la pared, al lado de Lily.
- ¡Es que tú siempre estás igual con todo lo que respecta a ese…!
- Chicos, ya vale –intervino Gideon cuando percibió que la rubia iba levantando la voz-. Este no es el lugar.
Lily se levantó, se limpió las lágrimas de las mejillas y se alejó de ellos unos pasos.
- Si se muere, no te lo perdonaré en la vida –dijo James con voz ronca. Y a Lily esa promesa se le clavó en el corazón.
En ese momento se abrió la puerta y todos se precipitaron sobre el sanador que había salido a atenderles.
- Está fuera de peligro –sonrió el hombre tras una pausa que se les hizo eterna.
Hubo un suspiro general y Lily, que había quedado atrás, se apoyó en la pared y cerró los ojos, dejando que algunas lágrimas rebeldes resbalaran por su cara. Ésta vez de alivio. El sanador se dirigió a Alice para seguir explicándose.
- Ha habido un momento en que hemos dudado de si había llegado a tiempo porque había perdido mucha sangre. Pero sea lo que sea lo que habéis hecho para contener el riego, ha funcionado.
La mirada en esta ocasión fue de aprobación para Lily, aunque haber reaccionado a tiempo para evitar la muerte de su amigo no mitigaba su culpabilidad. El sanador volvió a entornar los ojos hacia Alice, frunciendo el ceño.
- Pasará la noche aquí, mientras le administramos sangre y pociones regenerantes. Pero mañana podrá marcharse. Eso sí, me gustaría hablar contigo sobre las circunstancias en las que se ha infringido esas heridas. Son demasiado extrañas como para no iniciar una investigación.
- Sirius es un alumno de la Academia de Aurores. Alastor Moody puede explicar todo esto más tarde -aseguró Alice con aplomo, con la lección bien aprendida.
El sanador asintió con la cabeza pensativamente. No parecía convencido pero la autoridad de Alice era conocida por todos.
- El paciente está descansando pero, si lo desean, uno de ustedes puede pasar un segundo a verle antes de que le traslademos a una habitación.
Las miradas se centraron en James y en Grace, que no habían abierto la boca aunque el alivio era evidente en sus rostros. Ellos mismos compartieron una mirada de inseguridad, sin saber si ceder el lugar al otro. Finalmente, Grace, cuyas rodillas amenazaban con doblarse si se movía un paso, dio una ligera palmada en el brazo a James y éste asintió con la cabeza antes de entrar en la habitación donde descansaba su mejor amigo.
- Lily, ven conmigo –ordenó Gideon en cuanto la puerta se cerró, y tiró del brazo de la pelirroja más bruscamente de lo que lo había hecho en todo ese rato.
Ésta le siguió, tropezándose con sus pies, aún aturdida. Alice la miró con una mezcla de emociones. Decepción porque no hubiera entregado al mortífago al momento y propiciara el ataque, agradecimiento y admiración por sus reflejos para salvarle la vida a Sirius y dureza por haber permitido que sus sentimientos pusieran en riesgo la vida de un compañero.
Cuando ella y Grace se quedaron solas, Alice se dio cuenta de que la rubia seguía mirando la puerta cerrada y suspiró.
- Voy a avisar a Moody de lo que ha pasado. No quiero ni imaginar que se entere antes por San Mungo que por nosotros…
Y se marchó rápidamente a mandar una lechuza a su jefe. En cuanto dio la vuelta a la esquina, Grace perdió la poca compostura que había conseguido mantener y acabó de nuevo sentada en el suelo. Sin poder evitarlo, la tensión de los últimos minutos hizo mella en ella y el sollozo hizo eco a lo largo de todo el oscuro pasillo.
Gideon arrastró a Lily hasta un pequeño almacén donde guardaban pociones curativas y ficheros con los datos de los pacientes. Afortunadamente, a esas horas no había nadie que les escuchara o echara del lugar.
Cuando su padrino se giró para mirarla, Lily podía jurar que jamás le había visto tan serio. La fulminó con la mirada y se cruzó de brazos.
- Ahora tú y yo vamos a hablar sobre lo que ha ocurrido esta tarde.
La pelirroja suspiró, tratando de tragarse las lágrimas.
- Lo que ha pasado es que he estado a punto de conseguir que maten a uno de mis mejores amigos.
- Eso ya lo he visto –respondió él sin compasión.
No se parecía al hombre que había impedido que su novio siguiera martirizándola unos minutos antes. Aunque suponía que Gideon no quiso hacer sangre de su situación hasta saber cómo estaba Sirius realmente y tampoco podía permitir esa actitud de James delante de todos.
- ¿Por qué diablos no me contaste que tu antiguo mejor amigo es un mortífago? –preguntó el joven Prewett cuando vio que no iba a contarlo por sí misma.
Lily movió los pies incómoda.
- No es que haya dedicado mucho de mi tiempo en pensar en Severus en el último año. Fuimos íntimos hasta quinto curso y después tomamos caminos separados.
- Y el suyo le llevó directamente al terrorismo y los asesinatos –confirmó Gideon más serio de lo que estaba acostumbrada a verle-. ¿Por qué no lo mencionaste cuando entraste a la Orden?
- ¡Porque no tiene importancia! –insistió ella desesperada.
No podían creer que su antigua amistad con Severus le influiría en su actividad en la Orden. Ella jamás traicionaría a sus compañeros.
- ¿Ah, no? –preguntó él irónico-. Pues yo diría que sí. Te recuerdo que todos nos jugamos la vida en esta organización. ¡Sirius casi no llega con vida al hospital porque tú te distrajiste un segundo! ¡Esto no es ninguna broma!
- ¿Crees que no lo sé? –espetó ella furiosa.
Los ojos de Gideon relampaguearon y, aun así, inspiró fuerte.
- No pensé que tuviera importancia. Ya no es nadie en mi vida –aclaró ella en voz más baja.
- James y Grace no parecen verlo así.
- Ellos dos ya le odiaban desde antes de que nos enemistáramos. Vieron su parte mala antes que yo y, como suelo ser la intuitiva, no paran de recordármelo. Pero, por mucho que ahora me odien, jamás pondría la vida de Severus por encima de la de Sirius.
- Eso no es a mí a quien tienes que demostrárselo –aseguró su padrino-. Es a tus amigos a quienes debes convencerles. Yo simplemente estoy decepcionado.
No sabía qué era peor. Era tan difícil decepcionar a Gideon que no podía dejar de pensar en lo horrible que era lo que había hecho.
- ¿Tú no te has equivocado alguna vez al juzgar a alguien? –cuestionó ella con orgullo, con los ojos picándole horriblemente.
- Esto no es porque te equivocaras en su momento a la hora de hacer amigos, Lily. Esto es porque no informaste sobre tu pasado y has dejado que te condicione. Sirius admitió que era un Black descarriado y a Remus ni se le pasó por la cabeza pedirle a Dumbledore que nos ocultara que es un licántropo.
La pelirroja se dejó caer contra un mueble móvil, cuyas ruedas se desplazaron unos centímetros por su peso.
- No oculto nada, Gideon –insistió con voz trémula-. No he mencionado en ningún momento a Severus porque no significa nada para mí. Es más, ahora le odio por lo que le ha hecho a Sirius. Ya lo hacía… -se corrigió, agarrándose el puente de la nariz-. Tengo sospechas fundadas de que estuvo detrás del maleficio a James el año pasado en Hogsmeade. Seré la primera en hacerle pagar todo esto si tengo la oportunidad.
- ¿A qué te refieres? –su padrino alzó las cejas con gesto sorprendido.
Con un resumen rápido, Lily le recordó el maleficio que James sufrió en Hogsmeade, cuando los mortífagos atentaron contra el pueblo y los estudiantes, y que le provocó innumerables cortes por todo el cuerpo que eran imposibles de cerrar. Gideon conocía eso ya que el caso de James trajo de cabeza a la Orden después de que fuera secuestrado, aún convaleciente, pero se sorprendió más cuando Lily le relató su discusión con Snape y la frase que a éste se le escapó e hizo que ella sospechara.
- ¿James sabe algo de esto?
Ella negó con la cabeza.
- ¡Joder, Lily! ¿Por qué defiendes a esa sabandija?
- ¡No es por él! –se defendió-. No quería crear más enfrentamientos y, si lo llegan a saber, la reacción de James y Sirius podría haberles llevado a ser expulsados de Hogwarts. Le amenacé y decidí guardarme eso para mí. Pensé que era lo mejor.
Gideon apoyó el brazo por el quicio de la cabeza y rascándose las cejas con él.
- No creas que Dumbledore y Moody no pedirán explicaciones sobre lo de esta noche.
Lily asintió, con un nudo en la garganta.
- Vas a tener que trabajar mucho para que pueda volver a confiar plenamente en ti, Lily –advirtió con seriedad, y ella tuvo que luchar contra las ganas de volver a llorar.
- Te prometo que no voy a volver a caer en el mismo error. A partir de ahora voy a dedicarme en cuerpo y alma a la misión que nos ha encomendado Dumbledore y te demostraré que soy de fiar.
Gideon abrió la boca y pareció a punto de decir algo. Cuando la pelirroja se ponía intensa, nadie podía competir con ella. Por un momento sintió que había sido demasiado duro pero era su labor dentro de la Orden del Fénix, formar a Lily y asegurarse de que no se relajara. Que no provocara involuntariamente el daño a ningún otro miembro, como había ocurrido.
Finalmente cerró la boca y no dijo nada, esperando que ella cumpliera su promesa sin obsesionarse más de lo que ya estaba.
- Yo voy… -Lily se detuvo, inspirando hondo para recomponerse y cuando volvió a hablar su tono era más sereno-. Si me das permiso, tengo que irme ya. Si ves a Sirius pídele perdón de mi parte. No creo que James me deje acercarme a él hoy.
Gideon hizo una mueca, considerándolo posible. Le advertiría a Alice o Frank que hablaran también con el joven Potter y controlaran sus impulsos y su mal carácter. No les venía nada bien que se creara ese ambiente en la Orden.
- Vete a descansar, Lily. Mañana será otro día. Cuando hable con Dumbledore, me pondré en contacto contigo.
Lily asintió y salió del almacén sin mirarle a la cara. ¿Descansar? No estaba en sus planes en breve. Tenía mucho que demostrar y lo que había hecho Severus solo le serviría para darle más fuerzas y luchar para acabar con Voldemort y todos los suyos.
Pasaron horas en San Mungo y todos se habían marchado a casa. O eso pensaba la mayoría.
Grace no había querido irse pero se había asegurado de que ni James ni Alice la vieran cuando él salió de ver a Sirius, que seguía inconsciente, y ella regresó de avisar a Moody. Grace se ocultó de ellos, haciéndoles creer que se había ido a casa, y observó cómo el jefe de aurores hablaba seriamente con el jefe de los sanadores para aclarar las circunstancias en las que Sirius había sido herido.
Las gestiones de Alice y Moody evitaron que se informara formalmente al Ministerio de Magia pero debían tener cuidado, ya habían llamado la atención demasiadas veces.
Al cabo de las horas vio a un exhausto James marcharse a casa por recomendación de Alice, que solo se quedó hasta que Sirius estuvo lo suficientemente recuperado como para ser trasladado a una habitación normal, donde pasaría la noche. Por la mañana podría marcharse.
- ¿Todavía no te has ido? –preguntó una voz asustándola cuando llevaba un rato callada.
Grace dio un respingo en la silla plegable que había localizado en una habitación de descanso del personal. Afortunadamente para ella, fue Marco quien la había descubierto.
- ¿Es que vives aquí? –cuestionó, tratando de sonar divertida.
Su amigo cogió otra silla plegable y se sentó de cara al respaldo, frente a ella.
- No tengo la culpa de que vosotros visitéis este hospital más que yo. Además, los nuevos siempre nos comemos la mayor parte de los turnos de noche, deberías saberlo.
- Haciendo méritos –comentó con una risa seca.
- Oí lo de Sirius. Me han dicho que está fuera de peligro –dijo Marco directamente.
Grace asintió.
- Ha sido un pequeño susto. Cuando me avisaron me lo pusieron mucho peor de lo que ha debido ser después.
Marco la miró entretenido.
- Seguro que corriste como una loca solo con escuchar "Sirius" y "San Mungo" –se rió ante la mirada de censura de ella-. ¿Por qué no has entrado a verle?
- Solo podía recibir visitas de una persona y preferí que entrara James –respondió ella encogiéndose de hombros.
- Pero ahora James no está –puntualizó él.
Esta vez ella sonrió un poco.
- Sabes que ya no es horario de visitas. Y le han mandado a una habitación común, no puedo molestar a nadie.
- Qué pena que no tengas a nadie que te cuele –comentó Marco con tono irónico, y Grace se rió.
- ¿Estás animándome a romper las normas?
- ¿Para qué se han hecho, sino? Vamos, te llevaré con él.
Se levantó de un salto, como si no llevara horas de guardia y no estuviera tan cansado como revelaban sus ojeras, y le tendió la mano. Grace dudó un momento pero finalmente aceptó. Quería ver a Sirius, comprobar con sus propios ojos que todo había sido un susto. Y no había mejor momento que ese, sin testigos y con él aún dormido.
Marco le pidió silencio cuando llegaron a la sala común donde estaban ubicados los pacientes leves del departamento de Daños Provocados por Hechizos. Ataviado con su túnica verde lima, él se adelantó para asegurarse de que todo estuviera en calma.
- Encima vas a tener suerte –le dijo al salir a buscarla.
Grace comprendió su comentario cuando entró y se dirigió a la cama de Sirius, viéndole dormido. Casi parecía tranquilo e inocente con esa expresión relajada en el rostro. Tampoco parecía sentir dolor y eso la tranquilizó.
- Te dejo cinco minutos. Enseguida vengo por ti –le advirtió Marco en voz baja-. Y no hagas ruido.
Grace le vio marcharse y después miró alrededor. Había como diez pacientes más durmiendo en la gran sala, iluminada solo por las luces indirectas del pasillo y algunos candelabros sueltos colocados en la pared, cada dos camas.
Todos parecían dormir, a excepción de una mujer situada en el extremo más cercano a la puerta y que tenía un tic que le revolvía todo el cuerpo de manera constante. Pero parecía demasiado ida para darse cuenta de su presencia. Miraba alrededor y hablaba en voz baja, suponía que minimizada por hechizos para que no molestara a los otros internos, pero no parecía ser capaz de fijar la mirada.
Grace volvió a mirar a Sirius. No había rastro en la garganta del profundo corte que casi le desangra. No había quedado cicatriz. Su piel iba adquiriendo su tono habitual, dejando de lado la palidez, al ir reponiendo toda la sangre. Su pelo estaba tan desordenado que parecía el de James, pero por lo general tenía buen aspecto. Cuando se levantara volvería a tener la misma energía de siempre.
Miró las pócimas que colgaban a su alrededor, así como el dispensador de sangre. Estaban medio llenos. Aún le quedaban unas horas para reponerse del todo.
Sintiéndose más tranquila, le apartó el desordenado pelo de la cara y le acarició la mejilla, con una incipiente barba que revelaba que ese día no se había afeitado. A él le crecía enseguida. Notó un movimiento en su cara y apartó la mano rápidamente. No quería despertarle.
Suspirando, miró hacia la puerta aunque Marco aún no había entrado para indicarle que su tiempo se había acabado. Sin embargo, ella creyó que ya era suficiente.
- No vuelvas a pegarme un susto así, ¿eh? –le susurró inclinándose sobre él-. Por un momento pensé que te había perdido.
Suavemente, sin querer despertarlo, le rozó la mejilla con los labios, pinchándose la piel. En el momento en que fue a apartarse para marcharse notó que alguien le agarraba de la muñeca y, por un momento, se asustó pensando que era algún sanador que iba a sacarla a rastras.
Sin embargo, cuando miró a Sirius y vio sus somnolientos ojos grises mirándola, se tranquilizó. No habría querido despertado pero le alegraba volver a ver esos vivos ojos.
Con una pequeña y cansada sonrisa, Sirius arrastró su mano por su brazo y la acarició el pelo. Algo en sus gestos le hizo ver que estaba más dormido que despierto. Sin duda siempre había sido más tierno en sueños. Sirius no era el ideal romántico aunque siempre hubiera sido encantador a su modo.
Cuando la agarró del cuello y tiró hacia él, Grace no pudo resistirse. Su mirada era anhelante y ella estaba muy aliviada de verle bien.
Entonces la besó. Sus labios estaban calientes y secos, pero ella los lamió con languidez y movió perezosamente los suyos, suspirando. En pocos segundos, Sirius dejó de responder y su mano cayó pesada sobre la cama. Había vuelto a dormirse.
Las horas posteriores a la irrupción de la Orden fueron difíciles para Severus Snape quien, sin embargo, las enfrentó con su astucia habitual.
No por nada era un miembro orgulloso de Slytherin, la casa de aquellos que siempre conseguían quedar por encima sin importar las circunstancias ni las consecuencias.
El Señor Tenebroso no había sido aún informado del nuevo descubrimiento de los hombres de Dumbledore pero Snape no dudaba de que pronto lo sería. Y quería estar preparado para entonces.
Sin embargo, la furia de Lucius Malfoy y los gritos de Bellatrix Lestrange no parecían ayudar a serenar el ambiente.
- ¡Eres idiota, Severus! –gritaba su viejo compañero de Hogwarts-. ¿No te dije que no podemos permitirnos fallos a partir de ahora? ¿Quieres que el señor Oscuro nos mate a todos?
Bellatrix revoloteaba alrededor como un cuervo enorme, dando zancadas, moviendo ruidosamente su túnica oscura y fulminándole con la mirada. Llevaba diez segundos sin gritarle y casi se le había olvidado el sonido de su voz.
- ¡Nuestro Señor nos advirtió que no podíamos perder un laboratorio más, Snape! –ahí estaba de nuevo, como el dulce sonido de una motosierra-. ¡Tendrías que haberlo protegido con tu vida!
Severus rodó los ojos. No había nada allí dentro que valiera su vida. Ni siquiera la punta de uno de sus dedos.
- Allí solo había pociones básicas y documentación sin gran importancia –recalcó fríamente-. Lo único realmente comprometido lo llevaba yo encima y lo saqué de allí cuando me fui.
- ¿Y cómo sabemos que no van a sacar más información con lo que ha quedado allí? –gritó de nuevo Bellatrix-. ¡Los Longbottom son dos putos aurores!
Sí claro, y también adivinos y profetas, pensó Snape. Aunque no era tan estúpido como para decirlo en voz alta.
- No pueden sacar más que intenciones, y esas ya las revelamos nosotros mismos usando al gigante en el ataque de Heathrow.
En su opinión había sido estúpido usar al gigante sin tener garantizada la lealtad del resto de la manada. Pero nadie se la había pedido y Rosier ya había recibido su castigo por organizar una ofensiva tan chapucera. Cuatro detenidos, apenas unos muggles sin importancia muertos y el ministro muggle no había sufrido ni un rasguño. Patético se mirara por donde se mirara.
Bellatrix, sin embargo, seguía con su drama.
- ¿Crees que el Ministerio pasará por alto el hecho de que confirmen que buscamos el apoyo de otras criaturas mágicas? Se nos querrán adelantar.
- Si en el ataque les pusimos sobre aviso, ahora con más motivos –puntualizó Lucius.
Qué cerrados de mente eran a veces…
- En los documentos no se aclara qué manadas nos interesan y a cuáles hemos tanteado. Y están todos dispersos por el país. Así que aún mantenemos ventaja sobre ellos. Pero es cierto que hay que empezar a actuar con rapidez.
- ¡No hay ventaja de nada, maldito estúpido! –gritó de nuevo Bellatrix perdiendo los papeles y echándose sobre él.
Severus no retrocedió pero sí agarró con fuerza la varita en su bolsillo. Malfoy, sin embargo, pareció pensativo.
- Hay que informar al Señor Oscuro –dijo.
Bellatrix se volvió rápidamente hacia él.
- ¿Estás loco? ¡Nos matará!
- No lo hará si solo averigua lo que tiene que saber –repuso Severus, y notó cómo ambos le miraban como si estuviera loco-. Las pociones que hemos perdido son fácilmente sustituibles y solo debemos encontrar un lugar mejor. Lo importante es que quede claro que hay que agilizar los planes con las criaturas.
- Exacto –confirmó Lucius como si la idea hubiera sido suya.
Bellatrix les miró a ambos desconfiada pero temía demasiado la ira de su Señor para no tratar de tomar un camino alternativo. Finalmente, con la altivez de una reina –debía reconocerlo-, asintió a Lucius con la cabeza y se enfrentó a Severus.
- Es la última oportunidad que te doy. La próxima vez sufrirás las consecuencias de tus fallos.
Severus compuso una fría sonrisa.
- Precisamente tú deberías agradecerme que he arrancado una rama podrida de tu árbol familiar –comentó con ironía.
La risa de Bellatrix inundó la habitación, provocándole un escalofrío involuntario.
- ¿De verdad crees que has matado a Sirius con un triste diffindo? –preguntó, burlándose de él.
Por primera vez en esa conversación, Severus tuvo un tic en el labio superior y tuvo que controlar su furia.
- No seas como él y me menosprecies. Sé exactamente dónde corté .
La yugular había sido rasgada, estaba seguro sin necesidad de haber observado la herida. Su principal intención era escapar, pero no iba a negar que sintió una gran euforia cuando percibió que era Black el que se acercaba a su escondite.
Hubiera preferido atacar también a Potter, pero éste no estaba tan cerca y no era tan tonto como para enfrentarse él solo a aurores que le superaban en número. Matar a Black sería el principio de su venganza, y quizá lo mejor sería dejar a Potter para el final para que sufriera por la pérdida de todos sus amigos.
Bellatrix sonrió, como si fuera una demente.
- Y yo conozco mejor que tú el poder que tiene gente como los Longbottom. Estoy segura de que estaba en San Mungo siendo atendido antes de que tú posaras tu pálido culo en esta guarida.
Snape bufó por su impertinencia. Bellatrix era estúpida. Un corte de ese calibre en la yugular apenas daba margen de acción y, actuando a espaldas al Ministerio, la Orden tendría que perder valiosos minutos en explicar el ataque en San Mungo.
La única que tenía allí suficientes conocimientos y sangre fría para cerrar a tiempo la herida era Lily y se había quedado en shock al verle. Él sí estaba acostumbrado a verla, la seguía la pista continuamente. Pero sí había olvidado cómo era que ella le mirara a los ojos. Había pasado casi un año desde la última vez, y no había sido de modo amigable. No pudo evitar en su momento que un escalofrío le recorriera la espalda pero, sin duda, la gran sorpresa se la había llevado ella.
Bellatrix se le acercó, invadiendo su espacio personal y jugueteando con la varita, que él vigilaba de reojo mientras trataba de aparentar calma.
- Además, te advierto una cosa –le dijo ella con falsa voz melosa-. No necesito tu ayuda. Yo seré quien se encargue de podar mi árbol familiar, y tengo reservado algo muy especial para mi primito.
En ese momento él pensó que, si fuera Black, preferiría morir esa noche que no bajo las manos de su desequilibrada prima.
En la colonia del sur que controlaba Fenrir Breyback esos días estaban precipitándose los acontecimientos.
El licántropo líder llevaba días sin ser visto en la guarida y Remus Lupin se iba preocupando cada vez más a medida que el calendario iba corriendo y se acercaba la luna llena. Temía horriblemente el momento en que se transformara en hombre lobo porque sabía que ese mes no sería como ningún otro que hubiera vivido.
No habría cadenas ni contención, ni siquiera una habitación hechizada que le impidiera hacer daño a nadie. Greyback no era de esos, él prefería hacer todo el daño posible. Y, por lo que había podido deducir esos días, sus intenciones eran verdaderamente horribles.
- Vamos, Bert, ¿no sientes curiosidad por cómo piensan traer a tantos niños licántropos hasta aquí? –le preguntó al viejo Herbert esa tarde, mientras trasportaban víveres, una vez más.
El licántropo se detuvo, secándose el sudor, y le miró con censura.
- A mí solo me importa la ración de comida que recibo aquí, chaval. Lo que tenga que hacer para ganármela bien poco me importa.
- Pero he oído al grupo de Keesha algo sobre salir de caza en la luna llena –continuó Remus.
Keesha era una licántropa que solía liderar el clan cuando Greyback estaba ausente. Remus la temía tanto como a él. Era dura, fiera e insensible, inmune a la compasión.
Remus se había impresionado la primera vez que la había visto. Sus edad probablemente superaba los cuarenta y su pelo, pálido y pajizo, estaba reseco y quemado, cortado desigual entre mechones largos y otros cortados rasos al cráneo. Sus cejas eran tan rubias que parecía que no tenía y los ojos eran de un pálido gris que de lejos pareciera que no tenía pupilas.
La primera vez que Remus tuvo claro que era una de las personas que mandaba en el clan fue cuando a un licántropo de no más de veinte años se le resbaló un tonel de bebida, que rodó torpemente hasta el agujero sin fondo que usaban para deshacerse de los desechos.
Keesha se había abierto camino hasta el temeroso muchacho, que tembló al verla acercarse. Era alta y grande, aunque aún estaba más delgada de lo que correspondía. Sin embargo, eso no impidió que el joven no tuviera opción de defensa cuando le dio una paliza y acabó lanzándole al barranco, ante el horror de la mayoría y el silencio de todos.
Desde ese día, los nuevos tuvieron claro que no era una mujer a la que se pudiera tomar a la ligera. Remus sabía que era tan cruel como Greyback.
- No deberías juntarte con ese grupo –le advirtió Herbert frunciendo el ceño-. No son trigo limpio.
- No es que confíe en nadie por aquí precisamente. Salvo en ti, claro –añadió, consciente de cómo había sonado.
- Sí, claro –rió Herbert negando con la cabeza.
- Entonces, ¿sabes a qué se refieren con lo de la caza? –preguntó, reanudando el interrogatorio.
Herbert le miró con sospecha. Era un hombre desconfiado por naturaleza pero realmente su actitud empeoraba cuando Remus trataba de tirarle de la lengua.
- ¿Por qué arruinarte la sorpresa? Lo sabrás la semana que viene cuando te transformes.
- No me gustan las sorpresas –respondió Remus con seriedad.
Herbert suspiró.
- Es lo que hay, muchacho. Yo no tengo toda la información.
Y aceleró su ritmo de trabajo, dejando claro que ya no tenía nada de qué hablar. Remus suspiró. Necesitaba averiguar algo pronto. La luna llena se acercaba peligrosamente. Y estaba claro que su nuevo amigo no sabía exactamente qué planes había ni le interesaban especialmente.
Él lo había dicho, con tener comida caliente cada día le bastaba. A fin de cuentas, era más de lo que tenía en su vida anterior. ¿En eso se habría convertido él sin el apoyo de sus padres, de sus amigos… de Dumbledore?
Negándose a que esos pensamientos le distrajeran, Remus siguió trabajando mientras miraba disimuladamente alrededor. A apenas unos metros de él descansaban algunos del grupo de Keesha. Ellos siempre eran los que menos trabajaban, ser el séquito de una de las líderes les daba ventajas.
Lentamente, como cambiando de rumbo, pasó deliberadamente cerca de ellos. Quizá pudiera oír más conversaciones.
- ¡Eh, novato! ¿Ya estás cansado? –le preguntó un miembro del grupo. Dan, así se llamaba, recordó.
Fingiendo indiferencia, Remus siguió cargando mientras contestó.
- Reconozco que me gusta más la acción que hacer de mula de carga –respondió en tono jocoso.
El grupo se echó a reír.
- Ya veo que eres todo un merodeador –dijo Dan.
Remus sonrió ante la ironía que se escondía en esa frase.
- No lo sabes tú bien.
- Entonces disfrutarás de nuestra próxima aventura –adivinó otro del grupo, cuyo nombre no recordaba.
Dan le dio una patada y Remus fingió indiferencia.
- He oído algo de que saldremos de caza –dijo, haciéndoles creer que el tema había corrido a lo largo de la guarida. Quizás eso les soltara la lengua.
Dan le miró con suspicacia.
- Muy interesado te veo en los planes que tienen Greyback y Keesha –comentó.
Remus se encogió de hombros, recogiendo otro saco.
- Simple curiosidad. No quiero quedarme atrás por no saber lo que nos espera.
- Tranquilo, no te quedarás atrás –le aseguró el otro chico de nuevo-. No es como si los niños del orfanato tengan donde huir cuando entremos.
- ¡Cállate! –rugió Dan, agarrándole de la pechera.
En ese momento Remus consideró que era el momento de alejarse del grupo. Mientras volvía a trabajar, su mente volaba a mil por hora. Orfanato, niños, caza… Herbert dijo que había que tener todo listo para cuando llegaran. ¿Planeaban atacar un orfanato y secuestrar a los niños que hubieran sido mordidos? La sola idea le revolvió el estómago.
Acababa de posar un saco especialmente grande cuando una pareja que paseaba por el piso superior llamó su atención. Ella era Keesha, la temible licántropa que parecía ir a liderar ese ataque. Y el otro… ¿Qué hacía Sirius allí?
El corazón se le detuvo un segundo antes de entender que no era Sirius el que estaba apenas a unos metros de él. Era su hermano, Regulus. El mismo que había salido a hurtadillas del apartamento de su amigo hace unas semanas. Reunido con una líder licántropa. Aquello no podía significar nada bueno.
Necesitaba una excusa para salir de allí, debía informar a Fabian de todo: el plan para el orfanato, la visita de Regulus Black, la ausencia de Greyback… No era la primera vez que éste colaboraba con Voldemort, pero si sus sospechas eran ciertas sería la primera vez que arrastrara a otros hombres y mujeres lobos con él.
Debía alertar a Fabian de inmediato, debían evitar que sus sospechas se convirtieran en realidad.
Ya era de madrugada cuando Regulus regresó a Grimmauld Place, agotado y algo frustrado. Los licántropos no ponían las cosas fáciles. No hacían más que poner condiciones e imponer sus preferencias.
Eran seres volubles, al igual que ocurría con los vampiros o los gigantes. Y él había aprendido mucho de esas criaturas, ya que en las últimas semanas se había dedicado a la búsqueda de aliados, no solo entre magos y brujas, sino también entre otras especies.
Algunos eran particularmente difíciles, mientras que otros, como las banshees, solo pedían que se les tuvieran más respeto del actual. Algo que, sinceramente, no era difícil de lograr. En cuanto a los licántropos… Greyback estaba ansioso por participar, solo pedía víctimas.
Pero Keesha era más dura de roer y, sin duda, más inteligente que su compañero. ¿Por qué no le había tocado negociar con ese idiota? Odiaba a los licántropos… Sentía que dialogar con ese tipo de criaturas rebajaba su estatus como mago. Lo que se veía obligado a hacer para prosperar en las filas del Señor Tenebroso…
Regulus entró en su casa, dando una patada frustrada al paragüero, y encontrándose al instante con Kreacher. El elfo doméstico le recibió con cara de adoración.
- Amo Regulus, ¿se encuentra bien? ¿Puedo ayudarle?
- No, gracias Kreacher –respondió él amable. Nunca se sentía capaz ser desagradable con su elfo ni cuando estaba enfadado, le tenía demasiada estima-. Solo estoy cansado. Y algo frustrado.
- Seguro que encontrará pronto la solución a sus problemas –le consoló éste mientras cogía su túnica, mojada de la lluvia que caía en Londres a esas horas, y la colgaba en el perchero.
Regulus bufó, con sus pensamientos más negativos. Con la varita se secó el pelo y caminó hacia la biblioteca, que estaba oscura y vacía a esas horas. Ni siquiera se escuchaba el sonido de los cuadros de sus antepasados que había colgados en el recibidor. Todos dormían.
- ¿Hace mucho tiempo que mi madre se acostó? –le preguntó al elfo, que trotaba detrás de él.
- La señora Black lleva horas descansando, señor.
- Bien… -respondió, demasiado agobiado para meterse en la cama-. Yo no creo que pueda dormir en breve. Me pondría frenético si me metiera ahora en la cama.
- ¿El amo quiere que Kreacher le prepare una poción tranquilizante? A Kreacher le salen muy buenas.
Regulus sonrió, recordando las pociones que el elfo le preparaba cuando era niño y las pesadillas le desvelaban.
- Te lo agradecería mucho.
Antes incluso de que hubiera acabado la frase, Kreacher se desapareció con un 'plof' y, un segundo después, le escuchó trastear en la cocina.
Inquieto, él se limitó a pasearse por la oscura biblioteca, revisando antiguos libros que su padre había guardado con ahínco, propiedad de varias generaciones de Black y que él había ido añadiendo de su propia colección.
Suavemente, el chico pasaba los dedos por las cubiertas, recordando las broncas que su padre les echaba a él y a Sirius cuando jugaban demasiado cerca de las estanterías, poniendo en peligro su estabilidad. La vida parecía tan sencilla entonces. Sus padres eran duros y exigentes pero él era demasiado pequeño para darse cuenta de ninguna tensión. Además, adoraba simplemente pasar el tiempo con su hermano. Todo eso fue antes de que éste decidiera desafiar todo lo que le rodeaba por puro orgullo.
Desde la muerte de su padre, él no había sido capaz de tocar nada. Ni su armario, ni su caja de tabaco, ni sus utensilios, ni su biblioteca. Su madre tampoco lo había hecho, pero Regulus dudaba que fuera por la añoranza que él sí sentía.
De repente sintió deseos de leer uno de los libros de su padre, acercarse más a él. Quizá eso le inspirara en la dura tarea que tenía por delante. Lentamente, casi con descuido, fue recorriendo los títulos de los libros hasta que dio con uno que le llamó la atención.
'Secretos de las Artes más Oscuras'. El título era atrayente. Lo sacó de su lugar y empezó a hojearlo. La magia que allí había descrita iba más allá de la que le habían mostrado en Hogwarts. Había algunos términos que le habían enseñado en casa, pero otros que le eran totalmente desconocidos. ¿Había tanto de la magia que él ignoraba?
No le gustaba la idea de vivir a oscuras, por lo que se fue concentrando más en la lectura. Sin darse cuenta, se había sentado en la butaca preferida de su padre, rodeado por dos iluminados candelarios y estaba enfrascado.
De repente encontró una definición le llamó la atención. Se refería a un hechizo oscuro, "probablemente el más complejo y malvado del que se haya tenido constancia durante los milenios que hay documentados sobre la magia", decía el libro.
Consistía en fragmentar el alma y guardar una parte en un objeto inanimado, con el fin de proteger a su dueño de la mismísima muerte. Aquello era una locura.. Pero no podía parar de leer. Él no tenía miedo a la muerte, no era más que un transcurso natural de la vida. ¿Quién podría temerla tanto como para hacer algo tan arriesgado que corrompiera tan seriamente el cuerpo, la mente y la misma alma?
"El objeto usado tendrá, a partir del momento en que acoja el fragmento del alma, la capacidad de actuar de forma independiente y la parte del alma será capaz de controlar la voluntad de los portadores de éste".
¿De verdad el libro hablaba en serio y alguien podría burlar a la muerte con esos riesgos? ¿Cómo un objeto puede ser independiente? Y, de golpe, como viniendo de un pasado brumoso, recordó una conversación que había escuchado a hurtadillas de Bellatrix y a Lucius unas semanas atrás.
- No puedo evitar sentir curiosidad sobre qué serán esos objetos –decía ella en voz baja.
- Algo demasiado oscuro –reconoció Lucius-. Hace unos meses se me derramó, sin querer, una gota de tinta en el diario. Pensé que podría haber metido la pata, pero la tinta desapareció cinco segundos después. No me he atrevido a probar más allá su magia.
- A mí a veces me da la sensación de que la copa me habla, o se mueve en mis manos –admitió Bellatrix.
Regulus tuvo un escalofrío. ¿Podría ser? ¿Era simplemente posible? Esos objetos que el Señor Oscuro les había pedido que custodiaran… El diario, la copa… No los había visto nunca ni sabía lo que eran pero… ¿podían ser de verdad…? ¿Podrían existir los horrocruxes? ¿Era posible que su Amo hubiera realizado dos?
Un escalofrío le recorrió la columna y, cuando Kreacher regresó sobresaltándolo, dejó el libro en la estantería de nuevo sin saber qué hacer con lo que acababa de descubrir.
A primera hora de la mañana, Lily Evans regresó a San Mungo. Sus ojeras y la palidez de su rostro reflejaban que ni siquiera se había metido en la cama.
No tenía derecho a ello. O eso, al menos, era lo que se había repetido constantemente a lo largo de las horas en las que había estado repasando obsesivamente los documentos que ella y Gideon estaban investigando.
Apenas había pasado por su piso el tiempo justo para recogerlos y volvió a marcharse. No quería encontrar con Grace, no sabía cómo enfrentarse a ella aún, después de lo que había provocado. Conocía el carácter de su mejor amiga y más cuando se trataba de algo relacionado con Sirius.
Así que, tras pasar la noche tomando varias tazas de café en un bar cutre de la estación de tren Victoria, la más próxima a San Mungo, recogió las cosas y se fue al hospital. Su turno de trabajo comenzaba a las ocho de la mañana, aunque a pesar de ello consideró que dormir era un lujo que no podía permitirse. Le había hecho una promesa a Gideon.
Cuando entró en la recepción, a las ocho menos cuarto, fue recibida con la mirada inquisidora de la bruja que estaba en la sección de admisión. Ella la ignoró y fue directa a los vestuarios para colocarse la túnica de trabajo, de color verde lima.
Le hubiera gustado comenzar su ruta sin encontrarse con nadie pero en cuanto se topó con Marco supo que había sido mucho pedir.
- Lily –la saludó él con una sonrisa amable-. Me preguntaba dónde estabas.
- Le pedí a Morris que me cambiara el turno esta semana –murmuró ella metiendo su ropa muggle en la taquilla que tenía asignada y recolocándose la túnica, que tenía su nombre puesto bajo el emblema, con el hueso y la varita entrelazados.
Marco, que había acabado su turno y justo estaba cambiándose para irse a casa a descansar, la analizó en silencio unos segundos, como dudando si hablar.
- Me enteré de lo de Sirius –dijo finalmente con cuidado.
Lily cerró con calma la taquilla, tratando de no inmutarse.
- Sí, ya sabes cómo es esto… -susurró, sin querer entrar en detalles.
Le hizo un gesto vago con la mano para despedirse pero él la retuvo un segundo.
- Sé lo que ha pasado –le informó.
Lily le miró a los ojos entonces, comprendiendo un poco más.
- ¿Has hablado con Grace? –le preguntó.
Marco asintió con la cabeza.
- No le tomes en serio si ha sido muy dura. O si lo ha sido James. Les conoces mejor que yo, sabes cómo son.
- No creo que seas capaz de entender lo que ha pasado, Marco –respondió ella amablemente.
- No, pero creo que puedo ponerme en tu lugar por lo que Grace me ha contado. Tuviste un amigo íntimo durante años y ahora se ha convertido en todo lo que odias. Me imagino que debe ser difícil para ti reconocerle en ese papel y seguro que al encontrártelo no supiste reaccionar a tiempo. Es algo muy humano.
- Ahora que Sirius sepa perdonármelo –murmuró ella cono una risa amarga. James y Grace no habían sabido hacerlo.
- Lo hará –aseguró él, más seguro de lo que Lily estaba-. Tiene mal carácter pero después de todo es tu amigo.
Ella no lo tenía tan claro. Ni siquiera sabía si podría perdonarse a sí misma.
- Yo creo que lo mejor es que hables con él cuanto antes –añadió su compañero-. Creo que aún no se ha marchado.
El cambio de turno era el horario en el que se comenzaba a dar de alta a los pacientes que abandonaban ese día San Mungo. Lily miró la hora en su reloj de muñeca y asintió, despidiéndose de Marco. Tuvo que inspirar hondo varias veces a lo largo del camino para inspirarse valor pero no podía fingir que no había pasado nada. Al menos le debía una disculpa a Sirius directamente, ahora que no estaba James para convertirse en su perro guardián.
Tal y como Marco dijo, aún no se había marchado. Estaba en la puerta de la sala común del departamento de Daños Provocados por Hechizos, con la chaqueta de cuero doblada sobre el brazo, el pelo revuelto, pálido y con cara de aburrimiento mientras escuchaba –o fingía escuchar- los consejos de un sanador.
Por su cara, Lily sabía que estaba deseando marcharse y que si no dejaba al hombre con la palabra en la boca era por una deferencia que solo tenía con autoridades como medimagos o profesores de Hogwarts.
Lily esperó a que éste acabara de hablar con su amigo para acercarse. Después de un par de minutos, Sirius asintió repetidamente con la cabeza y se despidió del hombre que le lanzó una mirada entre preocupación y censura. Él se veía indiferente.
Percibió el momento exacto en que su amigo la vio. Su expresión aburrida se tornó hermética cuando la miró, sus ojos se estrecharon un poco, endureció la mandíbula y su boca se transformó en una fina y tensa línea. Ella volvió a inspirar mientras se acercaba.
- No sabía si seguirías aquí –dijo a modo de saludo.
Sirius enarcó una ceja con expresión irónica.
- Me acaban de dar el alta –le informó levantando los papeles que le habían dado.
Lily le miró con súplica con sus tristes y preciosos ojos.
- Sirius, yo…
- Deja, me hago una idea de lo que vas a decir –la interrumpió él con voz dura, antes de ponerse irónico-. "No lo hice a posta", "lamento que por mi culpa casi te maten", "te juro que no era mi intención"…
Lily frunció el ceño, molesta por su tono.
- Lo haces ver como si fuera un discurso falso y preparado.
- Falso, no lo sé. Supongo que no. Pero preparado seguro que sí. Estoy convencido de que lo has pensado durante horas –adivinó él encogiéndose de hombros. Y lo cierto es que no iba tan desencaminado.
Ella suspiró.
- Solo… Te juro por lo que más quiero que jamás habría querido ocasionarte ningún daño. Eres mi amigo, Sirius.
- Ya sé que soy tu amigo –él no parecía apiadarse de ella, dado su tono de voz-. La única duda que tengo es cuál es eso que tú más quieres: mi mejor amigo… o quizá el tuyo.
- Por favor, no digas eso –le suplicó, pero con voz dura. Por ahí no iba a pasar-. No compares a James con Seve…
- Me da la sensación de que eres tú quien los ha puesto en la misma balanza –la volvió a interrumpir Sirius cruzándose de brazos.
Lily se llevó las manos a las caderas, fulminándole con la mirada. Sus ojos se posaron en su cuello, donde afortunadamente no quedaban cicatrices ni marcas de lo que había ocurrido la noche anterior. Y lo agradecía, porque bastante mal se sentía por sí misma y por el tono de su amigo como para tener recordatorios visibles.
- ¿Crees que lo hice porque me importa más la vida de Severus que la de cualquiera de vosotros? ¿Que la tuya o la de James? –puntualizó, intentando hacerle ver lo absurdo de lo que estaba insinuando. Nadie era más importante que James para ella y Sirius lo sabía.
Efectivamente, él se deshinchó un poco aunque el orgullo le impedía dar su brazo a torcer.
- No eres mala persona, Lily –aclaró con voz más calmada, pero infinitamente irónica-. Si de algo estoy seguro es de eso. Pero creo que tienes que reordenar tus prioridades. A ser posible, antes de que maten a alguno de nosotros, por favor.
Dejaría de ser Sirius Black si no soltaba una última pulla cínica. Lily se dio cuenta que, de momento, no podía sacar nada más de él y le dejó marcharse mientras ella comenzaba su turno. Ya encontraría el modo de compensarles, igual que haría con Gideon y Dumbledore.
Cuando al día siguiente Gisele regresó a su puesto en el Ministerio de Magia fue consciente en todo momento de las miradas y comentarios que arrastraba a su paso.
Ocurrió desde el mismo instante en que salió de la chimenea, con su túnica azul oscura, su moño alto y su cara lavada. Se había colocado el look más serio que había encontrado, deseando sentirse fuerte por dentro y transmitir esa energía a los demás. No podía permitir que las murmuraciones le afectaran.
Su jefe, el señor Bowen, era un hombre mayor, excéntrico y chapado a la antigua. Pero si había algo que respetaba por encima de todo era el talento. Gisele había tenido que demostrarle mucho para que olvidara que era mujer y joven, pero finalmente veía en ella a alguien valioso. Además, si algo valoraba en él era que no la miraba con pena por lo que le había ocurrido.
Bowen apenas la saludó cuando entró en su despacho. Le ofreció una pequeña sonrisa pero no hizo nada muy efusivo.
- Me alegro de tenerte de vuelta, Gisele –su acento gales era muy llamativo. Y su tono parecía sincero.
Ella sonrió mientras se sentaba.
- Gracias, señor. Yo también me alegro de haber vuelto. Necesitaba volver a estar activa.
- Sin duda.
Bowen tomó un tomo de pergaminos de su mesa y comenzó a hojearlo sin prestarle mucha atención.
- Pues precisamente te necesito bien despierta para la misión que te tengo preparada - dijo al cabo de un par de minutos.
Deseando volver a la acción, Gisele se inclinó hacia adelante con avidez.
- Usted dirá.
- Gigantes –respondió él simplemente.
El silencio que siguió a esa frase fue de lo más elocuente. Bowen vio sus labios entreabiertos y su expresión desconcertada.
- Lo sé, es un tema espinoso –comentó con comprensión-. Pero hemos percibido varias migraciones sospechosas en las montañas de Escocia estas últimas semanas. Creemos que ha habido una pelea por el liderazgo de los clanes y tememos que alguno haya quedado aislado. Simplemente deberás separar a las manadas que hemos investigado de las que no. No quiero ningún gigante aislado sin identificar después del atentado de Heathrow. Y, cuando acabes, harás un pequeño viaje… ¿Estás lista?
Eso le gustó más a Gisele, que había fruncido el ceño al escuchar sobre su trabajo de oficina. Odiaba la parte de investigación y de estudio, ella era una chica de acción.
- Estoy ansiosa –respondió con una sonrisa, refiriéndose al viaje-. ¿Trabajaré sola esta vez?
- En la labor de documentación, sí. Después de unirás a Collins, que está en Gales controlando la creación de una reserva de Verdes Comunes.
Ahí dio en un lugar que dolía.
- Dragones… Por ellos me dedico a este trabajo –comentó sin darse cuenta de forma soñadora.
Pero, por supuesto, esto era algo que Bowen ya sabía. Se había leído su informe, conocía sus aptitudes y la había entrevistado rigurosamente para el puesto. Sabía que trabajar con dragones era lo que más deseaba en el mundo, aunque aún no lo había logrado.
De hecho, si estaba allí y no en las colonias de Rumanía era porque ese departamento se había creado para ayudar a que las criaturas mágicas no se unieran a la guerra a favor del que No-Debe-Ser-Nombrado. Bowen era consciente de lo cercana que era esa mujer a Dumbledore y cuánto le importaba que la guerra finalizara.
- Impresióname con los gigantes y puede que tu siguiente misión te resulte más atractiva –le prometió, pensando en un nido de arpías que ya iba siendo hora de volver a visitar. Puede que esa misión fuese del agrado de la señora Bones y así le daría el acceso a los dragones.
Al percibir su tono, Gis se puso más contenta de lo que lo había estado en meses. Se sentía viva, se sentía ilusionada.
- Sí, señor –respondió animada, tomando el fajo de pergaminos con más ganas.
Pero tuvo que enfrentarse a muchos viejos fantasmas a lo largo del día. Como no tenía un despacho propio, su mesa estaba situada en una sala común con más compañeros.
No tenía intimidad para trabajar con calma pero, lo peor, era que sentía los ojos de los demás por todo el cuerpo, analizándola. Estaba absolutamente incómoda y no ayudaban nada los comentarios que llegaban a sus oídos y que, por algo que no podía precisar, no había sido capaz de rebatir o enfrentar.
A lo largo de toda la mañana le llegaron los retazos de una conversación que estaban teniendo tres de sus compañeras a pocas mesas de la suya.
- No sabía que había vuelto –cuchicheó una, igual sin ser consciente de que el silencio del departamento amplificaba su voz.
- Ya ves, fingiendo que no ha pasado nada –comentó despectivamente Louisa Merian, una mujer moralista a la que nunca le había caído bien pese a que no habían hablado mucho. Era de las típicas que le molestaba que su color de piel no fuese el mismo que el de su marido-. Pues ha pasado, y mucho, pero no sé si es exactamente lo que ella ha estado contando.
Las otras dos murmuraron de forma risueña y Gis distinguió una tercera voz.
- ¿A qué te refieres?
- Dicen que ha dejado a su marido y ahora se dedica a salir de fiesta a un garito raro infestado de muggles –comentó Louisa, y Gis no puedo evitar pensar de dónde había sacado esa información.
- ¡Por Morgana! –exclamó la primera que había hablado-. ¿Me hablas en serio?
- Como lo oyes –insistió de nuevo, aún con más odio en la voz-. Ni ve ni se preocupa por su hijo y al marido no deja de humillarle. En público, en privado… El otro día estuvieron hablando en mitad de los pasillos del Ministerio. A saber qué le dijo, pero me han contado que el pobre estaba desolado.
Las otras dos mujeres resoplaron con indignación.
- Siempre fue un poco ligera de cascos, ya me entendéis. Me han contado cada cosa de ella en Hogwarts -comentó Louisa con maldad-. Me sorprende que alguien como Bones se haya casado con ella, la verdad. Y tan jóvenes.
- Bien rápido que tuvieron a ese niño. Yo si fuera él sospecharía –respondió otra de las mujeres entre risas.
Gis apretó con fuerza la pluma que estaba usando para repasar los documentos. ¿Por qué no se levantaba y les hace frente? ¿Por qué se quedaba callada? No era propio de ella pero sentía una sensación paralizante por todo el cuerpo.
- Y luego se queja de lo que le pasó –la primera mujer que había hablado volvió a murmurar fríamente.
- Si es que le pasó –puntualizó Louisa.
- Esa es otra…
Y la risa de las tres se le clavó en el estómago, inmovilizándola otra vez. No era normal en ella, era más directa que todo eso. Pero escuchó indiginada y dolida esa y otras conversaciones sin levantar la vista de los pergaminos.
Estaba claro que la sociedad mágica no tenía suficiente con que su nombre hubiera trascendido sino que además habían decidido que ella debía ser señalada como la principal culpable de lo que le había ocurrido. Su pasado, sus supuestas relaciones, su carácter o su forma de actuar tras el ataque estaban siendo analizados con lupa, al contrario que sus atacantes, que parecían haber pasado a un segundo plano. El Ministerio había rechazado identificarlos incluso antes de intentarlo siquiera.
A media mañana decidió levantarse a por un café, necesitaba urgentemente dejar de escuchar los cuchicheos constantes.
Sin embargo, antes de llegar al puesto de café, escuchó una conversación entre dos hombres que le hizo quedarse paralizada tras una columna.
- Pues no la veo especialmente traumatizada –comentaba uno de ellos, que parecía anciano.
Y Gisele supo al instante que hablaban de ella.
- Dicen que el dolor se lleva por dentro –comentó distraídamente un hombre de edad similar a la del primero.
- Pero, ¿cuántos se supone que la…? Ya sabes…
El cuchicheo entre ambos hizo inaudible lo que estaban hablando, pero lo agradecía. ¿Si querían detalles por qué no vivían lo que le había tocado sufrir a ella?
- No lo sé. ¿Siete, ocho…? –comentó el otro encogiéndose de hombros.
El hombre chasqueó con la lengua, aparentemente incrédulo.
- Tantos contra una sola. Si hubiesen querido ser sádicos, la destrozan. ¿No te parece que detrás hay algo más?
- Siempre hay algo más. Dicen que no quiso desmemorizarse. ¿Quién querría conservar esos recuerdos?
- Alguien que no se arrepiente tanto.
El segundo hombre le dio un capón a su amigo, tal vez por su insensibilidad o por decir eso en un lugar donde los demás pudieran captar su tono jocoso. A Gis le quedó claro que era por la segunda opción, cuando éste hombre se echó a reír de golpe, acompañando las carcajadas de su compañero.
A ella le dieron tanto asco que se le quitaron las ganas de una taza de café de golpe. La vuelta al trabajo iba a ser más dura de lo que creía.
Esa tarde había una reunión rutinaria en la Orden del Fénix. Las misiones de todos seguían en pie y el objetivo era controlar que las familias que estaban protegiendo se mantuvieran a salvo.
Aunque había ataques a diario, ellos no podían controlarlo todo. Ni siquiera lo hacía el propio Ministerio porque era absolutamente imposible de abarcar. El odio hacia muggles, nacidos de muggles o mestizos estaba encrudeciéndose y aumentando a medida que avanzaba la guerra.
Por lo tanto, Dumbledore y Moody sabían que solo les quedaba abarcar el pequeño lugar del mundo que estaban protegiendo. Eso, y mantener las misiones que habían ordenado a nivel a cada pareja.
Sirius llegó pronto a esa sesión de control. En la Academia de Aurores no le dejaron quedarse a la clase práctica a pesar de que él se sentía perfectamente. Ya estaba recuperado, con las energías renovadas y ni rastro del profundo corte que le había hecho Snape en la garganta. Solo tenía ganas de retomar la actividad y encontrarse en algún momento con ese desgraciado para devolvérsela.
Cuando llegó a la sede de la Orden apenas habían llegado unos pocos. Fue Edgar Bones le abrió la puerta.
- Hombre Sirius, ¿qué tal estás? Ya me ha contado Frank el susto que les diste.
- Frank es un exagerado –respondió él con tono alegre-. Mala hierba nunca muere, ya sabes.
- Pues al parecer por un momento temieron por ti –Caradoc se unió a ambos, palmeándole la espalda.
Sirius chasqueó la lengua, un poco molesto.
- ¿Cómo van a creer que voy a morir por un absurdo corte en la garganta?
- Uno puede morir de la forma más tonta, muchacho –insistió Caradoc-. No subestimes a nadie.
- James se reiría de mí si me muriera de una forma tan patética –continuó él quitándole hierro al asunto.
- Lo dudo mucho –apuntó Edgar, conociendo la profunda amistad que unía a esos dos-. Y hazle caso a Caradoc y no te relajes.
Sirius hizo un gesto pidiéndoles tranquilidad y confianza y se dispuso a mirar alrededor mientras los adultos se servían un café. En una esquina, Dorcas estaba echando una charla muy seria a Peter y Emmeline. Ella le escuchaba atentamente, asintiendo profundamente con la cabeza y Peter parecía no saber dónde meterse, cosa que a Sirius le pareció gracioso.
Se acercó cuidadosamente pero sin aproximarse mucho, ya que no quería llamar la atención de Dorcas. La madrina de su amigo le daba demasiado respeto. Alice, que había sido su protegida al entrar en la Orden, decía que Dorcas era el típico perro ladrador, poco mordedor, pero el instinto canino de Sirius siempre le aconsejaba guardar distancias con ella.
Sirius rió para sí mismo recordando las advertencias de Bones y Dearborn.
- No, si al final acabaré muriéndome por un tropiezo –ironizó en voz baja.
Desde la distancia, Peter le lanzaba miradas de auxilio, pero no pudo ir a saludarle hasta que Dorcas le dejó libre.
- ¿Te ha leído la cartilla, Pete? –preguntó Sirius divertido, repantigándose en uno de los sillones.
- La odio –proclamó su pequeño amigo con el ceño fruncido-. No deja de llamarme inútil.
- Tampoco va tan desencaminada –Sirius se echó a reír, pero decidió parar cuando vio que su amigo fruncía el ceño y se le ponían coloradas las orejas-. Venga, Colagusano. Anímate.
- A todos os están mandando misiones especiales. A Remus le destinan a saber dónde pero tiene pinta de ser de las importante y supersecretas. James y tú os pasáis el día investigando con Frank y Alice y estáis en lo mejor de las batallas. Lily tiene ese encargo especial con Gideon que no le cuenta a nadie. Grace se fue a París a introducirse entre los nobles radicales… Y yo nada. Me paso mis días libres patrullando por el callejón Diagon, visitando a las familias que están escondidas o perdiendo el tiempo aquí.
Sirius se extrañó porque no se habría imaginado en ningún momento a Peter como un hombre de acción.
- ¿Es que quieres más peligro en tu vida? ¿Echas de menos las visitas a San Mungo? Si estuviste hace poco.
Por perder un duelo contra el mortífago más torpe del mundo, pero no sería él el que se lo recordara cuando estaba tan hundido de moral. Peter se removió incómodo, poniéndose colorado.
- Claro que no…
- Mi última misión era destapar un patético laboratorio de pociones y casi me uno al club de Nick –se pasó un dedo por la garganta, simulando una decapitación, y luego con las manos simuló un torrente de sangre y se dejó caer dramáticamente en el sillón-. Casi no lo cuento. A veces no sabes dónde está el riesgo.
- Ya…
- Ya te encargarán algo gordo, Colagusano. No tengas tanta prisa por morir.
- No tengo… -Peter tartamudeó y enrojeció más, si eso era posible. Sirius pensó que si seguía escondiendo la barbilla en su pecho se quedaría sin cuello-. No tengo ganas de morir.
- ¿Entonces cuál es el puñetero problema? –preguntó algo exasperado por su actitud.
- No sé… -Peter parecía hacerse pequeño, como si no fuera capaz de explicarse o le dieran vergüenza sus pensamientos-. Que yo creo que yo valgo para más, ¿no?
Buscó un poco de apoyo en su amigo pero Sirius solo le miraba con aire un poco socarrón. Prefería reírse de él que enfadarse porque era el colmo que Peter tuviera un problema de ego con cuestiones de vida y muerte. ¡Que él casi se queda en el sitio hacía menos de cuarenta y ocho horas! Imaginarse a Peter en una situación así le provocaba mucha gracia porque su amigo había acabado en San Mungo por cosas mucho menores. Era más bien tirando a torpe y tampoco era el más valiente de la clase, precisamente.
Pensó bien en qué responderle, porque la cara colorada de Peter y su mirada airada le exigían alguna explicación a su mirada divertida. Pero se distrajo cuando vio a Grace entrar por la puerta.
Su exnovia recorrió la habitación con la mirada y, cuando cayó sobre él, sonrió insegura e hizo un movimiento involuntario antes de irse al lado contrario del cuarto. ¿En serio? Sirius bufó y se puso en pie, olvidando su conversación con Peter, al que dejó con la palabra en la boca.
Con un par de zancadas se puso delante de Grace, que se había servido un vaso de agua y le miraba con una pequeña sonrisa que no llegaba a sus ojos. Él enarcó las cejas y sus labios compusieron una sonrisa irónica.
- ¿Has decidido evitarme? –preguntó.
Grace frunció un poco el ceño.
- No te estaba evitando.
- ¿Ah, no? Pues lo parecía… -murmuró él apoyándose en la pared a su lado. Si ella no quería sacar el tema le daba igual, él sí lo quería hablar-. Curiosa actitud teniendo en cuenta que el otro día nos estuvimos besando.
La rubia la miró algo sorprendida. Seguro que, como él estaba medio dormido y convaleciente, ella esperaba que no recordara lo sucedido. Pero Grace era una experta en el juego y se recuperó enseguida de la impresión.
- Te recuerdo que fuiste tú quien me besó –le acusó.
Sirius asintió con la cabeza lentamente mientras esbozaba una pícara sonrisa.
- Y tú me respondiste.
Grace no parecía tan divertida de que le recordara su debilidad y frunció los labios en una expresión que Sirius encontró encantadora.
- Perdiste la conciencia por el esfuerzo apenas veinte segundos después. Creo que tus reflejos estaban algo mermados.
- Vamos, Grace… -Sirius se rió en voz baja, retándole a que siguiera negándole que ella había querido besarle tanto como él a ella.
Pero ella no continuó con ello sino que suspiró seriamente.
- Sirius, te pedí tiempo. De verdad…
- Está bien… -alzó las manos y aceptó la oferta de tiempo muerto. No le quedaba otra opción si no quería que se enfadase de verdad.
Grace pareció relajarse un poco y se apoyó en el marco de la ventana, mirando a través de ella. Cuando Sirius quiso darse cuenta se había quedado ensimismado mirándola. Se sobresaltó y desvió su mirada a lo largo de la sala, pero la mayoría aún no había llegado. Quedaba casi una hora para la reunión.
- Has llegado pronto –dijo al cabo de un rato.
- He venido directamente de la Universidad. No quería arriesgarme a encontrar a Lily en casa.
Sirius sabía que su ex había discutido con la pelirroja por lo que le había ocurrido. Se lo había contado el propio James, quien también llevaba dos días sin hablar con su novia.
Él no quería ocasionarle problemas a Lily, especialmente después de lo que estaba pasando con la muerte de su madre. Pero lo cierto era que se trataba de Quejicus y seguía enfadado porque Lily no le hubiera entregado al momento en cuanto le descubrió. Claro que ella no habría podido prever ni evitar el ataque que sufrió pero no entendía que aún dudara de qué lado estaba Snape.
Y una parte de él también disfrutaba un poco al comprobar la lealtad de Grace hacia él. La de James no la dudaba. Su amigo moriría por él, al igual que él también lo haría por James. Pero ese era un rollo que tenían ellos dos y que no compartían con nadie más. una hermandad que iba más allá de la sangre. El hecho de que Grace también se uniera al enfado con la pelirroja le hacía mantener las esperanzas de recuperarla porque significaba que aún le importaba mucho.
- Llevo días queriendo comentarte algo pero no sé cómo… -dijo al cabo de un rato, diciendo que ese momento era bueno para sacar un tema que llevaba tiempo agobiándole en solitario.
Grace le miró temerosa de que quisiera volver a sacar el tema de 'nosotros'.
- No sé si es momento…
- No tiene que ver con nosotros. Con lo nuestro, quiero decir –gruñó en voz baja. Esa chica era imposible cuando algo se le metía en la cabeza.
- No entiendo –Grace parecía confusa.
Sirius la miró dudoso durante unos segundos y suspiró.
- Está bien… No dramatices ni des demasiada importancia a lo que te voy a decir porque no estoy seguro.
- Me estás preocupando, Sirius –Grace frunció el ceño y se acercó a él, poniendo una mano en su brazo para animarle a hablar.
- Es que yo ya lo estoy… -reconoció él poniéndose serio-. Verás, el otro día, cuando James y yo estuvimos ayudando a Gis con sus… recuerdos. Ya sabes.
- Sí.
- Creo que reconocí a uno de los encapuchados –comentó en voz baja, asegurándose de que nadie más le oía.
Grace abrió los ojos eufórica y le apretó más fuerte el brazo, agarrándole también el otro.
- ¿Qué? ¡Pero eso es fantástico! –exclamó-. ¡Hay que decírselo a Gisele, tiene que poner una denuncia y…!
- Es Regulus –le interrumpió él.
Ella recibió la noticia igual que él, como si le hubieran dado un fuerte golpe en la cabeza.
- ¿Qué?
- Creo que uno de ellos era mi hermano –aclaró Sirius.
Pero Grace negaba con la cabeza con expresión de horror.
- No, no puede… ¿Crees a Regulus capaz…?
- No –la atajó Sirius, porque no era capaz ni de oírlo mencionar-. De hecho ese enmascarado no hizo nada. Fue el único que se negó… No lo sé, quizá me lo estoy imaginando pero su voz, sus manos, incluso sus gestos… Creo que él estuvo allí.
Grace se había llevado la mano a la boca, entre preocupada e indignada. Le miró con comprensión, porque los dos sabían lo que implicaba para ambos que Regulus pudiera haber participado en algo así, aunque solo fuera de forma presencial.
- ¿Y ahora qué hacemos? –se preguntó Grace a sí misma tras unos minutos de silencio.
Sirius suspiró.
- Casi esperaba que me lo dijeras tú –reconoció-. Eres la primera a la que se lo cuento. No me atrevo ni siquiera a comentárselo a James. Encima, después de lo ocurrido con Lily y Snape, solo nos falta a otro de nosotros creyendo en bondades de mortífagos. Hasta yo reconozco que estoy loco.
- No digas eso –Grace frunció el ceño, negándose a que la situación que ambos vivían con Regulus tuviera paralelismos con la de Lily con Snape-. Y no compares a tu hermano con Snape.
- Es que son lo mismo, Grace. Aunque nos duela.
Grace Sandler era una persona muy tozuda y cabezota pero tenía que reconocer que era cierto. Regulus Black era lo mismo que Severus Snape, alguien que había decidido entrar en una organización criminal que atacaba a todos los que no eran como ellos, o lo eran para no compartían sus ideales de odio y muerte.
Podía convencerse a sí misma de que Regulus lo había tenido más difícil, con una familia que lo había presionado en esa dirección desde pequeño o que se debía a unas tradiciones familiares de las que le costaba librarse. Pero Sirius provenía de esa misma familia y él se había opuesto a esos ideales casi desde el principio.
Quizá Regulus no era tan diferente de Snape y, dentro de sí misma, quizá tuvo que admitir que había sido un poco dura con Lily por haber dudado al ver a su exmejor amigo escondido en aquel armario. ¿O es que podía asegurar que Sirius o ella no se habrían quedado paralizados de haberse tratado de Regulus?
Si eran lo mismo o no, la verdad es que las preocupaciones de Regulus y Severus iban por caminos diferentes.
El reciente descubrimiento que el menor de los Black había realizado le había sumido en un marginado silencio con respecto al resto de sus aliados. Desde el ataque a los Bones y su enfrentamiento con Rabastan Lestrange, Regulus Black no se fiaba prácticamente de nadie pero lo cierto es que este episodio había acabado por cerrar su círculo de confianza por completo.
Uno de los pocos que había pertenecido a él había sido Severus Snape, pero el joven Black ya no sabía de quién fiarse. Le había impresionado demasiado descubrir la existencia de magia tan oscura como los horrocruxes. Incluso a él, que siempre había sido un curioso entusiasta de estudiar la magia más allá de los límites marcados por Hogwarts y el Ministerio de Magia.
Pero solo saber el origen y lo que necesitaba esa maldición le sobrecogía el estómago. Y el problema residía en que no creía encontrar a otro como él que se horrorizara ante lo que eso suponía. Ni siquiera Severus Snape.
Claro que Snape no se dio cuenta del cambio de Regulus, ya que él estaba luchando contra su propia frustración. Por segundo día consecutivo repasó minuciosamente El Profeta, de arriba abajo. Si un aprendiz de auror hubiera fallecido, ellos lo habrían publicado.
Sin embargo, ni el día anterior ni ese había salido reflejado nada. Lo que, para su desgracia, dejaba en evidencia que Sirius Black estaba más que vivo.
- ¡Maldito Black! No siempre vas a tener una flor en el culo… -murmuró mientras tiraba el periódico al otro lado de la mazmorra.
Tenía en su mente la sonrisa burlona de Bellatrix cuando le había entregado el ejemplar del día anterior.
- ¿Por qué no lo repasas para ver si tus inútiles hechizos sirven para algo? –le había preguntado con una fuerte carga irónica, mientras se reía.
Para ser alguien que estaba deseando ver a los traidores a la sangre muertos y enterrados, había disfrutado demasiado del fracaso de Severus en su intento por matar a su querido primo.
- Te dije que yo me encargaba de las ramas podridas de mi árbol familiar –le había susurrado posteriormente, echándole el aliento en la oreja.
Claramente esa mujer tenía un problema con los límites de espacio. La cuestión es que él había dormido esa noche con una satisfacción y una paz que no sentía desde que era un niño y se arrebujaba en las mantas pensando en las sonrisas que Lily le dedicaba.
Creyó haber matado a uno de sus torturadores en el colegio y esa euforia le impidió ver la realidad. Que había alguien allí con conocimientos y capacidad para salvarle la vida a ese desgraciado chulito.
Había menospreciado a Lily, una vez más. Cuando vio sus preciosos ojos sorprendidos y su cuerpo en tensión, cuando escuchó sus torpes intentos de que Black no abriese la puerta del armario, creyó que había quedado demasiado impresionada como para actuar con rapidez.
Pero ella había demostrado que había llegado a ese mundo a ayudar a los demás, incluso cuando se trataba del imbécil de Black y su enorme ego. Era demasiado buena como para dejar morir a alguien y seguramente tras lo ocurrido él no habría ganado demasiados puntos frente a sus ojos. Si es que aún había algo de él que le importara a ella, claro.
- ¿Por qué, Lily? –se preguntó en voz baja, paseándose por la mazmorra como un perro enjaulado.
Le costaba entender que llevara más de un año saliendo con Potter, pasando el día a día con sus amigos, jugándose la vida por ellos. ¿No había tenido tiempo suficiente como para conocerles como eran en realidad? ¿No veía que eran pura fachada, un montaje de buenas intenciones que escondía sus propios intereses y su egocentrismo? Ni Potter ni Black querían traer nada bueno al mundo mágico. Solo querían que el mundo les recordara como dos putos héroes, que todos creyeran que sin ellos no había esperanza. Y él quería demostrar que eran tan inútiles que nadie les echaría de menos cuando ya no estuviesen. Quería verlo con sus propios ojos. Un mundo que hubiera dejado en el olvido a esos dos desgraciados.
Y si Lily iba a ser un impedimento para que lograse su propósito, él debía tomar cartas en el asunto. Con un rápido movimiento, decidió dejar reposar las pociones que estaba restituyendo del laboratorio intervenido y se puso su capa con presteza.
Mientras salía de la guarida, dispuesto a encontrar y volver a vigilar a Lily, acalló la voz dentro de su cabeza que le repetía que ya no sabía qué inventar para justificar sus espionajes a la pelirroja. De hecho, estaba tan centrado en su pelea interna que no se dio cuenta de que alguien había comenzado a seguirle a él a su vez.
Por su parte, Regulus, al margen de la marginación total a la que se había sometido con sus compañeros, siguió con sus planes intactos.
Su intención de ganar méritos frente al Señor Oscuro se mantenía intacta, incluso se había acrecentado al descubrir que éste podría tener un poder tan ilimitado que superaría a la propia muerte. No era estúpido, prefería estar en su bando que en su contra.
Además, estaba en su obligación el mantener el honor y la respetabilidad de la familia Black. Sería él el que mantendría el status cuando el Señor Tenebroso tomara el poder total en el Ministerio. Y su posición le ayudaría, de una vez por todas, a descubrir quién había matado a Sadie.
Ajeno al riesgo que había corrido su hermano esos días, esa tarde había quedado en el callejón Diagon con Barty Crouch Jr, su antiguo compañero de colegio, e hijo del eminente próximo Ministro, Bartemius Crouch.
El Caldero Chorreante no estaba muy concurrido esa tarde de verano, cuando Regulus divisó a su antiguo compañero en una mesa del rincón.
- Crouch, me alegro de verte. Gracias por venir –le dijo con una sonrisa mientras se sentaba frente a él y, con un gesto despreocupado, le pidió al tabernero otra cerveza de mantequilla como la que estaba tomando éste.
El día de la reunión había conseguido sembrar la curiosidad en la mente de ese extraño chico y le complacía ver el anhelo en sus ojos. Crouch era pomposo y caustico, pero su mirada le dejaba ver claramente que se sentía más que intrigado.
- Bueno Black, reconozco que siento curiosidad –le dijo con una mala fingida despreocupación que le arrancó una pequeña risa entre los dientes-. ¿Eso no es malo, no? Mi padre siempre me alienta a que explore.
Un costado de la boca de Regulus se elevó, mientras agarraba la jarra que le habían traído y le daba un buen trago mientras le analizaba con la mirada.
- ¿Sabe tu padre los temas que te interesa explorar?
Barty miró alrededor, para asegurarse de que Tom se había alejado a la barra lo suficiente como para no escuchar la conversación.
- Mi padre me conoce menos de lo que cree –dijo en un tono que Regulus no supo identificar bien.
Por un lado le sentía enfurruñado, como si se sintiera subestimado por su padre. Y Regulus había aprendido que no había mejor arma para su bando que aquellos que se sentían frustrados y querían desligarse de los estereotipos que les habían marcado en su vida.
Pero eso le extrañaba. Crouch era un hombre recto y distante pero siempre pareció orgulloso de que su hijo fuese uno de los mejores estudiantes de su curso. Claro que eso no era todo lo que se necesitaba para que un joven se sintiese valorado.
Siempre tuvo la sensación de que Barty Crouch Jr. había estado deseando probarse a sí mismo mucho más allá de los tentáculos y la influencia de su padre. Si Crouch había medrado en el Ministerio, su hijo quería conseguirlo en otro ámbito que el viejo no se habría atrevido a tocar nunca.
Sus motivaciones poco le importaban. Él solo quería resultados y si para lograr crecer dentro de la organización y a ojos de su señor tenía que aprovecharse de las debilidades y los complejos de un chaval que no sabía exactamente dónde se metía no era problema suyo. No sería él el que se encargara de corromper aún más su mente.
- Entonces… ¿podrías…presentármelo? –preguntó Barty tras unos minutos de silencio, soportando el calmado análisis de Regulus Black sobre él.
Regulus sonrió lentamente. Era muy entretenido cuando la presa entraba voluntariamente en la trampa.
La reunión de la Orden del Fénix fue corta. Había sido una semana bastante catastrófica, en la que habían desaparecido nueve civiles, tres trabajadores del Ministerio, habían identificado a dos víctimas de la maldición Imperius y la madre de la subidrectora del Departamento de Seguridad Mágica había sido asesinada.
Pero por parte de la Orden apenas podían hacer más que lo que ya abarcaban. Tenían a cuatro familias protegidas a su cargo, además de los padres y abuelos de Marlene, que también permanecían ocultos. Ellos se encargaban de visitarles, ayudarles a subsistir y reforzar los encantamientos protectores.
Ya era más que lo que hacía el Ministerio, que solo se encargaba de la seguridad sus propios funcionarios –y no de todos- y las familias de alto rango, tal y como habían hecho el año anterior con los padres de Grace. Pero a ellos les hacía sentir impotentes de igual forma alcanzara ayudar a tan pocos.
Sirius miró la cara resignada de Peter cuando Dorcas lo arrastró para hacer las visitas de rigor pero se contuvo de comentar nada con James. Su amigo no había percibido la frustración de Peter y Sirius decidió que de momento no aumentaría sus preocupaciones contándole la conversación que habían tenido.
Si es que los quejidos de Peter pudieran ser una preocupación para alguno de ellos, claro. Bastante delicado había sido que no le había respondido a su amigo que si Dorcas no le encomendaba misiones más arriesgada era evidente que se debía a que no confiaba en sus capacidades. Y que tenía motivos para ello.
Remus debería estar orgulloso de su contención, pero tampoco estaba allí para valorarlo. Llevaban días sin saber de él. La semana próxima sería luna llena y no sabían cómo ni dónde la pasaría su amigo.
Sin embargo, parecía que eso tampoco era lo que más le preocupaba a James. Su amigo había pasado toda la reunión a su lado, en silencio y mirando de reojo a Lily, que estaba sentada unos metros alejada junto a Gideon. Antes de que comenzara la reunión ellos dos habían estado encerrados en el despacho de Dumbledore junto a éste y Moody y, a la salida, ella tenía una expresión hermética. Sirius no tenía dudas de que habían hablado del incidente que había causado su despiste.
La pelirroja tenía un aspecto bastante desmejorado desde el día anterior y, aunque él había comprendido en parte su actitud si pensaba en qué hubiera hecho él de haberse tratado de Regulus, aún no quería dar el brazo a torcer con ella. ¡Casi consigue que le maten!
Pero su amigo sí parecía estar debatiéndose. Se lo notaba en la mirada, aunque tratara de parecer indiferente y sonriente. Le vio dudar sobre si ir a hablar con ella cuando Dumbledore puso fin a la reunión pero Lily salió de allí apresuradamente tras intercambiar unas palabras con su padrino.
James, que había dado un paso en su dirección, bufó y frunció el ceño. Un segundo después se llevó la mano a la cabeza, se desordenó más el cabello y le miró con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
- ¿Por qué no vienes hoy a cenar, Canuto? Mi madre dice que echa de menos tu cara.
- ¿No le habrás contado que he estado en San Mungo? –preguntó él algo alarmado.
- ¿Estás loco? –James le miró abriendo mucho los ojos-. No te habría dejado ni respirar si lo llega a saber. Y a mí me habría encerrado en casa. Los dos viven mejor en la ignorancia.
Sirius se echó a reír, aunque ver de reojo a Grace marcharse junto a Marlene sin despedirse le distrajo.
- Intentaré pasarme –dijo con algo de peor humor.
Su mejor amigo le palmeó la espalda y acudió a la llamada de Frank, que estaba junto a Moody haciéndole señas. Sirius bufó, pensando en Grace. Qué complicadas eran las chicas. ¿Quién le mandaba involucrarse con ellas?
- ¿Estás bien, Sirius?
Alice se sentó a su lado, sonriéndole con cariño.
- ¿Eh? –preguntó distraído, tardando un segundo de más en procesar su preguntar-. Sí.
Le respondió una vaga sonrisa a su madrina, casi reprendiéndose por meterse con las chicas en general cuando ella, como mujer, era su puñetera hada madrina. En varios aspectos. Claro que Alice no era una chica más. Era Alice.
- Te noto pensativo –observó ella analizándole.
- No… Que va. Solo estaba… Bueno, pues eso. Pensaba.
Dichosa Alice. Solo con mirarle ya sabía que algo le pasaba. Tan observadora y calándole desde el primer momento. A veces le exasperaba mostrarse transparente para ella pero no podía evitar quererla como si fuera su hermana.
- ¿En cierta rubia? –preguntó ella con una sonrisa cómplice.
Él rodó los ojos.
- Tengo más vida aparte de Grace, ¿sabes? Una vida fascinante –recalcó.
Alice se echó a reír, apoyándose un poco contra él.
- Disculpa, señor interesante. Solo lo decía porque os he visto hablar antes de la reunión.
- Me ha preguntado qué tal me encontraba –le aclaró, sin entrar en el tema de Regulus, que no podía contarle ni siquiera a ella.
Alice se puso algo más seria. Incluso diría que ofendida.
- Qué menos, dado que se piró de San Mungo sin pasar a verte.
Sirius sintió que su mejilla derecha se elevaba en una sonrisa ladeada, divertido por la indignación de Alice. A veces era divertido verle en su papel con complejo de madre. Aunque no lo había sido tanto cuando el día anterior le había estado atosigando desde su salida de San Mungo hasta que comprendió que estaba como una rosa.
Sin embargo, quizá para seguir divirtiéndose o porque era algo que solo le importaba a ellos dos, no le aclaró que la rubia sí que había pasado a verle. Y que le había demostrado en condiciones lo feliz que estaba de que hubiera sobrevivido.
-Las mujeres sois así de volubles ciertos días al mes –bromeó, ganándose un capón de Alice.
Un golpe merecido, lo sabía, pero no por eso iba a dejar de bromear sobre ciertas cosas que tanto indignaban a su madrina. Era divertido indignar a Alice porque ella nunca se enfadaba del todo. No con él, al menos.
Alice era seria, firme y exigente pero siempre tenía un límite en el que su instinto protector se activaba y era incapaz de ser cruel o rencorosa. Él estaba seguro de que sería una madre estupenda, estaba deseando verlo cuando llegara el momento.
- Por cierto, quería comentarte algo –le dijo ella, cortando sus pensamientos.
Sirius la miró curioso porque su rostro se había puesto de repente más serio.
- Tú dirás.
- Hoy he visto a tu hermano Regulus. Estaba en el callejón Diagon…
Sirius alzó las cejas con gesto despreocupado pero todas sus alertas mentales se activaron. ¿A qué venía mencionarle a Regulus? Él no solía hablar nunca de su hermano. La única debilidad que había mostrado había sido el día que había muerto su padre, cuando permitió que Frank viera esa conexión que aún le unía a su hermano.
- No veo nada extraño en eso –comentó con tono premeditadamente aburrido-. Probablemente se encontrara frente a la tienda de artículos de Quidditch babeando por la última escoba que ha salido al mercado. Hay costumbres que nunca cambian.
Pero Alice negó con la cabeza, frunciendo el ceño mientras se observaba las manos.
- Lo cierto es que estaba en un rincón del Caldero Chorreante… con Barty Crouch Jr.
- ¿Ah, sí? –preguntó él, sorprendido. No era un experto en la vida de su hermano pero desconocía que tuviera esa amistad.
Aunque eso lo explicaba todo. Desde que debía encargarse de proteger a los Crouch, Alice apenas tenía tiempo para la Orden. Llegaba tarde a las reuniones, le mandaba a él solo a misiones… Esa misma tarde había llegado cuando Dumbledore ya llevaba un rato hablando. Así que había estado vigilando al cachorrito de Crouch y por eso le sacaba el tema de Regulus.
- ¿Crees que debería preocuparme? –le preguntó su amiga en tono confidente.
- ¿Preocuparte? –Sirius no entendía la pregunta.
- Mi misión es proteger a los Crouch. Y conoces de sobra las sospechas que hay sobre tu hermano. No se ha podido probar aún pero… No me tranquiliza saber que mi protegido puede estar siendo acosado por un aspirante a mortífago. No te ofendas.
- No lo hago –murmuró él, aunque no le gustaba pensar en Regulus de esa manera. Sin embargo. pensó un poco en la información que sabía por sus años en Hogwarts-. Pero… no sé. Regulus y Crouch iban al mismo curso en Hogwarts. Quizá solo sea una reunión de antiguos alumnos.
Reconocía que le costaba creerlo pero, ¿por qué no? Era imposible imaginarse a Baty Crouch Jr. siendo tentado por el lado oscuro. Lo único que recordaba Sirius de él era a un prefecto pomposo, poco hablador y que parecía llevar un palo metido por el culo. Le gustaba demasiado el reconocimiento, igual que a su padre. No haría nada que impidiera un ascenso meteórico en el Ministerio de Magia que, por otro lado, tenía casi garantizado.
- ¿Iban al mismo curso? –preguntó Alice con curiosidad.
- Sí, a casas diferentes, pero sí.
Y eso pareció relajar un poco a Alice. Sin embargo, la conversación que había tenido hacía un rato con Grace le carcomió un poco por dentro. No le hacía gracia pensar en ello pero estaba seguro de que Regulus había estado allí el día que habían atacado a Gis y Anthony. Y, aunque no le había visto hacer nada horrible, tenía que aceptar de una maldita vez en qué estaba metido su hermano pequeño. Y lo que eso implicaba, lo que Regulus podría ser capaz de hacer. ¿Iba a subestimar a su talentoso hermanito?
- Aunque si quieres podríamos investigarlo. Lo cierto es que no tengo claro que Regulus sea muy de fiar y Crouch siempre ha sido un rarito –le dijo a su madrina, poniendo un poco de voz a sus temores.
Porque sí, Crouch era introvertido y un come-libros pero era rarito, no encajaba muy bien con los de su curso y a Sirius le había parecido siempre un tipo un poco obsesivo. Eso no le convertía en mala persona pero no estaba de más alertar a Alice de ello.
Pero su madrina, después de pensarlo un momento, descartó sus preocupaciones con un gesto.
- No, déjalo. Tienes razón. Me estoy obsesionando por una reunión de dos antiguos amigos del colegio.
Poco podía saber Alice que estaba finiquitando su futuro al decidir ignorar esa pequeña alerta que le daba su instinto. Cuando decidió dejar de vigilar los pasos de ese adolescente silencioso fue el momento en que Barty Crouch Jr. dejó atrás sus pocos remilgos y se adentró en un mundo nuevo, atrayente y mortal.
Si esa tarde Alice no hubiera dejado la vigilancia del chico para ir a la reunión, que parecía regresar a casa, habría averiguado que no lo había hecho. Si le hubiera seguido habría presenciado cómo se desaparecía a apenas un par de calles de la casa de sus padres y se volvía a reunir con Regulus, que esta vez iba acompañado de una de las personas más buscadas y temidas del mundo mágico.
Alice no sabía que su destino se cerró la tarde en que Barty apretó inseguro la mano de Bellatrix Lestrange, que le sonrió con una gran satisfacción por el fichaje de su primo.
- Me he dejado el bolso en la sede –se lamentó Rachel una hora después de la reunión, cuando terminó la copa a la que Benjy le había invitado en ese pub muggle tan chulo.
Aún no se acostumbraba a esa relación que tenía con su padrino, si es que a aquello se le podía llamar relación. Cuando se sentía sola iba a su piso y se acostaban, pero los días en que se sentía culpable se quedaba en el apartamento que había compartido con Remus, mirando las fotos de antaño y sintiéndose miserable.
Fenwick no iba a buscarla nunca allí. Parecía entender que ese espacio era vetado para él, el lugar donde Remus y ella se habían amado. Y respetaba eso. Benjy lo respetaba absolutamente todo.
A veces ella misma se exasperaba por la paciencia que él le demostraba. No negaba nada de lo que ella quería ofrecerle. Si llegaba de madrugada, después del trabajo, se desnudaba y se metía en su cama, él hacía el amor con ella con la misma pasión que la primera vez. Pero cuando ella decidía alejarse, él no la buscaba.
Tenían una relación que no era tal, pero en las últimas semanas ambos se habían acostumbrado a esa rutina.
Tampoco hablaban del tema. Tácitamente habían acordado que había cosas que no podían comentar, que ella no quería concretar ni poner nombre. Se sentía miserable por mantener esa relación cuando su novio acababa de romper con ella. Se sentía culpable de jugar con los sentimientos de Benjy de esa forma cuando ella misma no tenía claro lo que quería. O, mejor dicho, a quién quería. Y, sin embargo, en cuanto se sentía sola no dejaba de buscar sus besos y sus caricias. Era tremendamente egoísta, lo sabía. Pero no podía evitarlo.
Milagrosamente, al margen de eso, su relación seguía igual en otros términos. Podía hablar con Benjy con una franqueza que no tenía con el resto de sus amigos y seguían compenetrándose igual de bien en las misiones y las batallas.
Así que tampoco era tan extraño que ambos fueran a locales, dieran un paseo o pasaran el rato juntos. En todo caso, lo que no pasaba nunca era que mostraran frente a los demás esa cercanía. Mucho menos ahora que Rachel había recuperado un mínimo de trato con sus amigas, aunque nada fuera ya como antes.
- Tranquila, te dije que te invitaba yo –Benjy sacó de sus pantalones muggles unas cuantas libras y pagó al camarero, que se acercó a recoger la cuenta.
- No sabía que llevabas dinero muggle –comentó ella en voz baja para que no le escucharan los de la mesa de al lado.
- Fui a Gringotts ayer. Ya tenía idea de invitarte a este sitio. Podemos quedarnos a cenar. Si quieres.
Lo cómodo de Benjy era que siempre añadía la coletilla con la que le daba la opción de escapar. No tenía ganas de hacerlo aquella noche. Quizá fuera la cercanía de la luna llena pero sentía su instinto más salvaje bullendo por su cuerpo, corriendo por su sangre, erizándole la piel. El mismo instinto que le llevaba a desviar los ojos por el cuello entreabierto de la camisa de Benjy, mientras se pasaba la lengua por los labios.
Sin embargo, la realidad le golpeó de lleno.
- No puedo –se lamentó-. Trabajo esta noche y le prometí a Dylan que entraría una hora antes.
Benjy disfrazó lo mejor que pudo la decepción pero ella se sintió mal igualmente. El problema era que le daba más rabia lo que ella se perdería que en la desilusión de Benjy. ¿Era egoísta una vez más? Sí, aunque se estaba acostumbrando a ello.
- ¿Vendrás a dormir a casa?
A mi casa. Debió haber dicho a mi casa. El silencio que se prolongó entre ambos lo dejó muy claro. Él era el adulto en la relación pero a veces le costaba separar los límites cuando estaba a gusto con ella. Era consciente de que él sentía mucho más por ella de lo que Rachel sentía por él, pero tampoco podía reprochárselo. Nunca le había hecho creer lo contrario.
- No lo sé, depende de a qué hora acabe –respondió al cabo de unos segundos.
Pero, por cómo evitaba su mirada, Benjy supo que no la vería esa noche.
- En todo caso, recuerda que mañana te quiero a las dos frente a El Profeta. Hay que vigilar a ese periodista del que hablaba Moody.
- Descuida –dijo ella recogiendo su chaqueta y poniéndose en pie-. Nos vemos luego.
Con un gesto vago con la mano se despidió de él, que fingió también despreocupación. Rachel suspiró en cuanto se dio la vuelta y se encaminó a la salida, deseando estar fuera de su vista. Aquello había sido incómodo.
En la puerta tuvo que ceder el paso a un grupo de chicas algo más jóvenes que ella, que la miraron un segundo con pavor por las cicatrices de su cara y se apartaron de su camino. Enfadada por saber lo que les había espantado, les lanzó una dura mirada y salió de allí a paso ágil.
Decidió pasar por la sede para recoger su bolso antes de ir andando al trabajo. Aún le quedaba tiempo de sobra pero había decidido acabar ya esa incómoda no cita con Benjy. Cuando subió las escaleras y subió al piso, Rachel se cruzó en ese momento con Elphias Doge, que salía por la puerta.
- Vaya Rachel, ¿has vuelto? –preguntó el hombre con tono simpático.
- Me he dejado algo –respondió escuetamente, sin ganas de darle charla.
Elphias podía ponerse muy pesado contando batallitas y ella no tenía la paciencia de Lily o de Remus para escucharle.
- Bien, no te olvides de poner los hechizos protectores cuando salgas –le recordó dejándola pasar al interior.
- Adiós –murmuró ella sin mirarle mientras él comenzaba a bajar las escaleras.
Por el aspecto del piso parecía que estaba vacío. Qué extraño, no estaba acostumbrada a que no quedara nadie de guardia. El silencio le pareció sobrecogedor y ver la estancia tan recogida, sin las sillas que ocupaban en las reuniones, la hizo parecer más grande de lo que era.
Localizó su bolso negro en una de las mesas situadas junto a una de las ventanas y se acercó a recogerlo. En ese momento escuchó voces en la habitación que Dumbledore usaba como despacho y se asustó. Pensaba que estaba sola.
Debió coger sus cosas y marcharse. Sabía perfectamente que no estaba bien escuchar tras la puerta. Pero algo en los murmullos que le llegaban le hizo pensar que se estaba tratando un tema importante. Acallando la voz responsable que le pedía que no fuera chismosa, se acercó con cuidado y puso la oreja contra la puerta.
- ¿Has tenido noticias de Remus? –preguntó la voz de Dumbledore, consiguiendo que Rachel tuviera toda su atención.
Probablemente estaba hablando con James o con Sirius. Una punzada de culpabilidad le recorrió, consciente de que su exnovio había desaparecido por su culpa. No era casualidad que hubiera coincidido su ruptura con su repentina desaparición. Sabía que estaría con su padre pero le extrañaba que hubiera dejado a la Orden de lado por ella.
Sin embargo, el tema se volvió más interesante cuando quien respondió no era ni James ni Sirius. Parecía Fabian.
- Aún no. Y me preocupa, señor. Me está dando la sensación de que no le es fácil escabullirse para informarme. La última notificación que tuve solo me decía que la manada estaba recopilando grandes cantidades de víveres y algo sobre unos niños. Quedó en contactarme en breve para contarme más pero ya ha pasado más de una semana.
Rachel abrió los ojos de golpe. ¿De qué estaba hablando? ¿Qué manada? ¿Cómo…?
- ¿Has comprobado los artilugios que nos dio Marlene? –preguntó Dumbledore, interrumpiendo sus pensamientos. Ella pareció captar la preocupación en su voz-. ¿Ha emitido alguna señal de socorro?
- No, señor –se apresuró a responder Fabian-. Pero me preocupa que no haya tenido oportunidad de hacerlo.
Rachel estaba cada vez más alarmada. ¿En qué estaba metido Remus? ¿Una misión? ¿Una misión peligrosa? ¿Con licántropos? Era lo más factible que se le ocurría, aunque ese hecho le provocaba una gran alarma.
- No desesperes –dijo entonces Dumbledore, y Rachel pareció sentir que le hablaba a ella porque el corazón le golpeaba con fuerza el pecho-. Remus sabe muy bien cuál es su misión y estoy seguro de que está tratando de hacer las cosas de la forma más discreta posible.
¿En qué narices pensaba Dumbledore para enviar a Remus allí solo? Ya no era lo mismo que cuando ella se había acercado a las manadas de Greyback. En su caso solo se instaló por unos días en una manada controlada por el Ministerio pero ya no era el caso. En el último año el Ministerio había perdido el control de la mayor parte de las criaturas mágicas. Por eso habían creado el departamento en el que trabajaba Gisele. Y Remus estaba allí solo.
- ¿Y si le ha ocurrido algo? –preguntó Fabian, poniendo voz a sus temores.
- La luna llena es en seis días. Si el viernes no sabes nada de él, avísame y prepararemos una misión de rescate. Pero dejémosle unos días.
- Como usted diga… -la voz de Fabian sonaba resignada y enfadada.
Pero no tan enfadada como se sentía ella. ¿Cómo iban a dejarle todos esos días si ya no había dado señales de vida? ¿Ese viejo estaba más loco cada vez?
- Tenle fé, Fabian. Remus es inteligente y cuidadoso –como si eso lo solucionase todo, pensó ella de mal humor-. Pero mantén toda tu atención.
- Eso no tiene ni que decírmelo.
Al menos Rachel sintió que Fabian sí estaba tomándose las cosas con la gravedad que se requería. No podía creer que le hubieran ocultado todo eso. Ella también era licántropa. Si había una misión con las manadas, ¿no sería justo que también la involucraran a ella? ¿O creía que porque Remus y ella habían roto le dejaría en la estacada y no le importaba lo que le ocurriera?
Cuando escuchó los pasos que se aproximaban, Rachel se alejó de la puerta y salió apresuradamente del piso. No quería que supieran que había estado espiando. Aunque no sabía qué hacer. Parecía que Remus podía estar en peligro pero, ¿qué podía hacer ella? No se podía hablar de las misiones de otro dentro de la Orden. Ni siquiera se atrevía a revelarle a Benjy lo que acababa de descubrir.
¿Cómo os quedáis con ese final? ¿Cómo creéis que actuará Rachel con esa información? Me interesa vuestra opinión porque me doy cuenta de que es un personaje polémico que suscita diferentes tipos de opiniones. ¿Qué os parece le resto de la trama? Los fans de la pareja Grace&Sirius habéis visto un gran avance pero aún no llega el momento de la reconciliación. Ella jamás habría vuelto con él por pena, su relación no es esa.
James y Lily van a tener una temporada tensa pero no temáis ninguna ruptura ni nada por el estilo. Se quieren demasiado. ¿Qué os ha parecido la conversación de Peter con Sirius? Creo que si Sirius se hubiera tomado más en serio a su amigo ya vería ahí que tiene ganas de destacar, de ser considerado y que está frustrado porque no le consideran capaz. Con esa inseguridad alguien como Voldemort puede jugar muy fácilmente. Y la trama de Gis…. En fin, es complicado. En mi país está habiendo diferentes casos en los últimos meses donde se ve que siempre se culpabiliza o cuestiona a la víctima, sobre todo si ésta trata de superarlo y seguir adelante. No lo va a tener fácil.
Y, por supuesto, la trama de Regulus que se precipita con su gran sospecha… Me va a costar despedirme de este personaje, pero no le queda mucho. Antes de dejarnos hará un par de cosas por las que yo le querré más aún, pese a que no sea del todo bueno.
Espero que os haya gustado y me mandéis opiniones. Las agradecería muchísimo, me ayudan en mi inspiración. ¡Un abrazo!
