¡Hola a todos! Aquí estoy de vuelta, lo más rápido que he podido teniendo en cuenta las magnitudes del capítulo (que de largo no podéis quejaros y, al que no le gusten así, lo siento) y las circunstancias personales y laborales.

Quiero agradeceros a las más de 150 personas que me habéis leído el último capítulo y a Deny por su macro comentario, que nunca me falta. Gracias, de verdad. A los demás os animo a salir de las sombras para saber si os gusta cómo va desarrollándose la historia o tenéis algún tipo de curiosidad. Vuestras opiniones me ayudan a mejorar.

En este capítulo continuaremos con mucho James&Lily, bastante Sirius&Grace (que sé que lo queríais, y Deny, ya verás cómo a esta pareja pronto empiezas a reconocerlos de nuevo. Están pasando un bache, pero siguen siendo ellos). Y también tenemos algo de Remus, novedades de Rachel y de Regulus. No hay nada que Gisele en este capítulo porque ya es muy largo y hay que centrarse en otras tramas. Pero espero que os guste lo que está desarrollándose y lo disfrutéis porque la parte "blanca" de la trama se acaba enseguida y pronto empezaremos a llorar todos. Despedirse de personajes va a costar mucho…

La canción de hoy es de la maravillosa banda OBK, con canciones que me llevan a mi infancia… Y 'Oculta realidad' le viene bien a la historia que está investigando Lily. Hay cositas ocultas que destaparlas puede ser muy peligroso…


Capítulo 16: Oculta realidad (OBK)

Una temblorosa mano posó con torpeza una humeante taza de té frente a ella, en un aparador cubierto por un tapete antiguo y sucio. Todo a su alrededor era viejo y usado y los muebles estaban astillados y apolillados. La casa continuaba pareciendo un vertedero aunque, en un momento de compasión, Lily había recogido la basura, el correo acumulado y las cagadas de lechuza que invadían el pequeño apartamento.

Cuando había regresado a la casa de la anciana arrendataria de quién había sido Tom Ryddle durante su estancia en el Callejón Knockturn, Lily había esperado todo el rechazo del mundo. Semanas atrás, la mujer la había expulsado de allí absolutamente aterrorizada solo de ver la fotografía del joven al que le había alquilado un apartamento hacía muchos años.

Sin embargo, en ese momento no parecía recordar nada de esa visita. Le había recibido con la misma sonrisa lacónica y la mirada perdida de la anterior ocasión. Aunque esa tarde solo insistía en llamarla Deborah continuamente.

Lily se sentía mal por aprovecharse de una persona que obviamente no estaba en sus cabales pero estaba demasiado desesperada por avanzar en su investigación. A fin de cuentas, no podía estar haciéndole mal por ayudarle a limpiar la casa y hacerle algo de compañía, aunque fuese a sacar provecho de ello.

- Así que, Rubria, ¿lleva mucho viviendo aquí? –preguntó, intentando establecer una conversación inocente.

La mujer, que caminaba encorvada, se sentó torpemente en el agujereado sillón frente a ella y le dedicó una sonrisa desdentada.

- Han debido pasar muchas personas por aquí –insistió la pelirroja-. Es un barrio conflictivo. ¿Desde cuándo alquila pisos?

- Me los dejó mi padre para que me ganara la vida. ¿No te acuerdas, Deborah?

Lily asintió con la cabeza, pensativa. No sabía cómo enfocar el tema sin activar la bomba de nuevo. No podía permitirse que volviera a echarla. No se había puesto en contacto con ella la última vez y estaba claro que no iba a hacerlo. Y necesitaba respuestas…

Se le pasó una solución por la cabeza, pero era algo absolutamente en contra de su criterio. Años atrás, aún en Hogwarts, había aprendido una técnica que, si bien era muy útil, estaba muy mal vista por la mayoría de la sociedad mágica. Ella había caído en la curiosidad para aprender de ella pero reprochaba moralmente su uso.

Todo era culpa de Severus. El estúpido e inoportuno Severus que se había metido en su cabeza esos días, tras aparecer y estropear sus amistades y su relación con James.

Habían sido unos días realmente terribles para ella. Cuando aún no se había recuperado de la muerte de su madre y no le había dado tiempo a hablar con James con calma de por qué no había contado con él para acompañarle a la boda de su hermana, lo sucedido con Sirius lo había estropeado todo. No había esperado encontrarse a Severus en ese armario. ¡Era impensable! Simplemente no había sido capaz de reaccionar.

Sí, es cierto. Si miraba muy adentro de sí misma quizá una parte de ella quiso darle una oportunidad de escapar a su antiguo mejor amigo. Por todo lo que habían compartido, porque aún se negaba a creer que pudiera ser tan mala persona, un mortífago. Un asesino, a fin de cuentas. Una parte de ella quería que ese niño que le había revelado la magia hubiese quedado escondido y a salvo en ese armario. Pero no a costa de lo que ocurrió.

¿Cómo pudo pensar que los demás estarían a salvo? ¿Cómo pudo siquiera creer que no atacaría a Sirius al oírle acercarse o que no lo hubiera hecho con James si hubiera tenido la oportunidad? Su odio por ellos había sido evidente en todos sus años en Hogwarts. Una parte de ella sabía que tenía todo el derecho a sentir animadversión hacia ellos. Le habían amargado la existencia cuando era un crío. Pero, ¿tanto como para querer matarlos? La decepción que sentía por Severus solo iba en aumento.

Pero eso no significaba que no hubiera estado pensando en él, en lo que supusieron sus años como amigos e, incluso, en todo lo que le había enseñado. Y en ese momento se sentía terriblemente tentada de usar uno de sus trucos preferidos, que había aprendido en la biblioteca y con ayuda de su madre y que se había empeñado en transmitirle. Ella, que había sido tan buena alumna y, al mismo tiempo, tan crítica con el mal uso de este hechizo.

Pero estaban en guerra y estaba en juego una información muy importante, le repitió una voz en su cabeza. Dudó varias veces, mirando nerviosamente a la mujer y apreciando que no estaba en sus cabales ni iba a revelarle nada de interés.

Finalmente, obrando contra su moral, suspiró mientras sacaba lentamente su varita del bolsillo interior de su túnica.

- Discúlpeme –susurró implorándole con los ojos. Y, apuntándola firmemente, susurró-. ¡Legeremens!

Los ojos, legañosos y de párpados arrugados, mostraron una gran sorpresa cuando Lily se adentró en sus inconexos recuerdos y pensamientos. Su enferma mente era tan incoherente como se apreciaba a simple vista pero Lily, como una buena practicante de la legeremancia, buceó con habilidad en los recuerdos de toda su vida hasta dar con un rostro conocido.

En la memoria, Tom Ryddle tenía un aspecto muy similar a la fotografía que Dumbledore le había prestado. Era joven, apuesto y orgulloso. Le vio observar con repugnancia y arrogancia el piso que estaba alquilando mientras su casera, mucho más joven que cono se veía en el presente, le miraba sospechosa y desdeñosa.

La ropa humilde pero cuidada del chico no parecía de su agrado pero sus ojos se abrieron con regocijo al ver el anillo de oro que el muchacho no dejaba de girar en su dedo, una y otra vez.

- Me lo quedo –dijo la voz segura y grave, que a Lily le llegó como un eco.

La miró también con desdén y le lanzó un saco de monedas que la mujer, pese a que ya estaba algo torpe, agarró a la primera antes de que se cayese al suelo. Su mirada seguía observando ávidamente su mano, ese anillo de oro con una piedra negra en el centro, con el que el joven Ryddle no dejaba de juguetear.

Como un salto, el recuerdo se acabó y Lily continuó buscando el rostro de Voldemort. Pronto apareció en otro, aún joven y apuesto, pero furioso.

- ¡No me has pagado todo lo que me debías! –protestaba la mujer.

El joven la miró impasible, y Lily observó que seguía llevando ese anillo con el que, de nuevo, jugueteaba.

- Es todo lo que tendrá –respondió con calma.

La bruja parecía furiosa, observando las maletas que él parecía haber dejado en la puerta, y sacando la varita.

- ¿Quién te crees…?

Pero Ryddle, que no había sacado la varita, movió la mano y la varita voló por los aires. Sorprendida por ser desarmada sin varita, la mujer miró alrededor, asustada y confundida. Ryddle sacó lentamente su varita y la apuntó con una sonrisa perversa.

- ¡Crucio!

Los gritos inundaron el piso mientras el cuerpo de la bruja caía como un saco de patatas y se agitaba, lleno de dolor y desesperación. A Lily le pareció que la tortura duraba horas. Sabía que solo estaba viendo un recuerdo pero las lágrimas se agolpaban en sus ojos y la impotencia por ayudarla se le hizo insoportable. Ryddle, por otro lado, permanecía impasible e incluso satisfecho. El vacío en sus ojos era tan potente que a la pelirroja le provocó un escalofrío que le recorrió toda la columna vertebral.

Finalmente, con un gesto desdeñoso, apartó la varita y se apartó las mangas de la túnica. La mujer permaneció en el suelo, sin poder respirar y, según sospechó Lily, con la voz ronca de tanto gritar.

- Me marcho de esta pocilga. Cuando decida regresar tendrá noticias mías. No creo que quiera perpetuar nuestro contacto contándole a nadie lo que ha ocurrido aquí –comentó él con una voz increíblemente serena pero también amenazante.

Asqueada, Lily buscó otro recuerdo mientras le veía agitar la varita, haciendo que las maletas se elevaran y él volvía a juguetear con ese dichoso anillo.

En la siguiente memoria que encontró relacionada con él, Lily tuvo claro que había pasado mucho tiempo. Ese Voldemort se parecía más al que ella había conocido. Había perdido el pelo, su piel estaba más pálida, parecida al pelaje de una serpiente, y sus ojos habían perdido el tono oscuro para pasar a ser rojos. Pero era evidente que la mujer sabía quién era.

- No… no toqué nada –murmuraba la mujer, retrocediendo a causa del miedo-. Lo… lo juro.

- Más te vale que no falte nada, condenada mestiza –escupió Voldemort, haciendo volar con su varita una estantería y provocando que, entre ellos, un libro permaneciera intacto y volara hasta él.

Voldemort lo tomó entre sus manos, lo ojeó rápidamente y se lo guardó por dentro de la túnica. Después se volvió de golpe hacia una niña de la que Lily aún no se había percatado.

La niña, por curiosidad infantil o quizá tratando de robarlo, había sacado del bolsillo de su túnica un precioso relicario. Asustada al verse descubierta se llevó las manos a la espalda rápidamente, provocando un grito ahogado en la mujer, que dio dos pasos en lo que Voldemort alzó la mano y elevó a la niña del suelo, como si estuviera colgando de su cuello.

No usaba varita. Retorció su mano y la niña, de trenzas morenas, pataleó y comenzó a ponerse azul.

- ¡Por favor! –gritaba la señora, demasiado aterrorizada como para acercarse.

Cuando la niña dejó de patalear y los ojos comenzaban a cerrársele, Voldemort la soltó a plomo contra el suelo. La mujer corrió hacia ella pero él la lanzó contra la pared con un vago movimiento de manos, haciendo que quedara aturdida en el suelo. Después sacó la varita y apuntó a la niña, que prácticamente estaba desmadejada en el suelo.

- Imperio –dijo entre dientes.

Como un autómata, la pequeña se puso en pie, con una expresión vacía y relajada en el suelo.

- ¡Dámelo! –ordenó con voz susurrante, parecida al sisear de una serpiente.

Podría haberlo conjurado él mismo pero parecía querer que fuese la niña quien se lo devolviese. Ella no dudó en recoger el relicario del suelo, que Lily apreció que era un precioso guardapelo de oro con una ese ribeteada en piedras que podrían ser esmeraldas, y se lo tendió.

Cuando lo tuvo en su mano, Voldemort la agarró a ella del brazo y pegó su horrorosa cara a la de la cría, que permanecía con expresión impasible, aún bajo la maldición.

- Vuelve a coger algo que no te pertenece y te mataré. A ti y a toda tu familia –escupió con furia, retorciéndole el brazo hasta que Lily escuchó un chasquido y tuvo claro que se lo había roto.

Ella no pudo evitar observar que la mano que había usado para agredir a la niña seguía luciendo el anillo con la piedra negra que tanto había llamado su atención.

Un anillo, un relicario… No veía a Voldemort como alguien a quien le gustara acumular riquezas de ese estilo. De hecho, en su lucha no se había caracterizado por el gusto por las joyas y el oro. Prefería el poder y las influencias. Entonces, ¿qué significaban esos objetos para él?

Era lo siguiente que tenía que adivinar, estaba claro. Salió de la mente de la anciana Rubria, con cuidado de no dañarla, y se puso en pie, paseándose nerviosa. No aprobaba el uso de la legeremancia, esa invasión en la intimidad de las personas. Odió que Sadie jugara en el pasado con ello como si fuese una actividad divertida, pensó, con la menta volviendo con tristeza a su difunta amiga. También le había echado la bronca mil veces a Severus por las implicaciones morales que tenía su uso.

Pero se había visto obligada. Había visto mucho de Voldemort durante esos minutos. Acontecimientos que reflejaban su carácter, que le hacían entender que la anciana le viera como 'el mal personificado'. Pero había mucho más, estaba segura. Tenía las piezas pero el rompecabezas estaba deshecho.

Sin ganas de perder más tiempo, Lily se despidió de la anciana con una disculpa, lamentando el estado de desconcierto en el que estaba envuelta. Pensó en no molestarse en desmemorizarla porque, dado su estado, pronto habría olvidado su visita. Pero finalmente lo hizo de igual modo, por prudencia. Borró cualquier recuerdo de su visita y abandonó el piso sin haber probado una gota de té.

Cuando salió a la calle, con la capucha puesta pese al calor que hacía y con el sol en lo más alto del cielo, no se dio cuenta de que unos conocidos ojos la observaban con avidez desde una esquina, siguiendo cada uno de sus pasos. A su vez, Severus tampoco vio que alguien le espiaba desde el fondo de la calle, reconoció un mechón pelirrojo, ató cabos y subió a la casa una vez él comenzó a caminar detrás de Lily para asegurarse de que saliera del Callejón Knockturn sin ningún problema.


Rachel sabía que estaba mal lo que estaba haciendo. La red flu de la sede de la Orden del Fénix era un servicio que solo podía usarse en situaciones de extrema necesidad y urgencia. De manera objetiva, ella no vivía ni una situación ni la otra.

Se estaba saltando todos los procedimientos pero tras dos noches sin dormir, rumiando el tema en silencio, finalmente había optado por el abordaje sin anestesia.

Miró alrededor, incómoda y curiosa al mismo tiempo. Los retratos le devolvían la mirada, algunos con censura, otros con confusión. Ella no había estado en el despacho de Albus Dumbledore en Hogwarts desde que había vuelto al colegio, tras el funeral de su madre.

Ni siquiera había terminado sus estudios, debido a la mordedura que había sufrido en el ataque de San Valentín. Era tan extraño estar de vuelta en el castillo…

Todo seguía tal y como lo recordaba. No había habido grandes cambios en el último año y medio. El calor sofocante cargaba el ambiente más allá de lo que recordaba, aunque es verdad que nunca había estado en Hogwarts en pleno verano. El tiempo era húmedo y el cielo estaba cubierto de una brumosa capa de nubes altas que no dejaban pasar el sol pero sí el calor que se extendía por los terrenos, bañaba el gran lago y llegaba hasta el castillo. En ninguno de los árboles del Bosque Prohibido se movía una hoja.

El despacho estaba vacío aunque ella sabía que Dumbledore no podía estar lejos. Lo había comprobado antes de arriesgarse a plantarse allí sin invitación.

- Horace está preocupado –escuchó de pronto la voz de la profesora McGonagall. No la olvidaría aunque pasara media vida.

- Lo sé,pero por desgracia no hay ninguna ley que obligue a sus chicos a permanecer en Hogwarts.

Y esa era la voz calmada de Dumbledore. Ambas llegaban hasta ella a través de la puerta del despacho, que conectaba con el resto del castillo por unas angostas escaleras.

- Todos estamos en contra de interferir en las decisiones paternas, Albus. Pero cada vez más alumnos de su casa abandonan los estudios antes de tiempo. Y creo que todos sabemos qué pretenden hacer en el mundo real –la voz de McGonagall cada vez se escuchaba más cercana.

- Lo sé, y lo he hablado con la ministra. Pero no hay nada que el Ministerio pueda hacer, la asistencia a Hogwarts no es obligatoria y menos aún en los últimos cursos. Ya sabes mi postura: tratar de inculcarles buenos valores mientras permanezcan entre nosotros. ¿Por qué infravalorar el poder de las palabras? Quizá aún podamos convencer a algunos.

- A veces creo que, en vez de un genio, eres un ingenuo, Albus –el tono de censura se percibía sin necesidad de verla apretar los labios con ese gesto suyo de reproche tan característico-. El Ministerio jamás intervendría. Y menos con algunos de los padres. Tienen demasiado poder y están demasiado radicalizados.

- En estos tiempos casi todos rehuyen el enfrentamiento. Si no puedo reprochar a aquellos que abandonan el colegio huyendo de la guerra y de los que les quieren obligar a posicionarse, por desgracia tampoco puedo intervenir para impedir que otros alumnos abandonen los estudios para unirse al bando de Voldemort. Si tuviera la certeza… Pero en la mayor parte de los casos son meras conjeturas.

- Algo más, diría yo –suspiró su antigua profesora-. Pero sí, tienes razón. No podemos hacer gran cosa sin pruebas y sin el apoyo del Ministerio.

Cuando la puerta del despacho se abrió, Rachel estaba esperando con las manos apretadas a su espalda y expresión segura. Tenía toda la intención de evitar que la intimidaran.

Tanto McGonagall como Dumbledore se paralizaron al verla y, por un segundo, Rachel apreció que ambos habían estado a punto de echar mano de sus varitas. Afortunadamente ambos tenían fantásticos reflejos y la reconocieron.

- ¡Rachel! Me temo que nos has asustado, querida –exclamó Dumbledore con un tono suave y alegre, como si la hubiera invitado a tomar el té y no se hubiera aparecido sin avisar en su despacho.

Avanzó por la habitación hasta ella, sonriéndola afablemente. McGonagall, que se había quedado retrasada, la miró algo indecisa.

- Me alegro de verla, señorita Perkins –dijo en tono suave.

Rachel estuvo a punto de bufar cuando percibió su tono cuidadoso. Estaba harta de que todos tuvieran cuidado de cómo tratarla desde que había sido mordida. No trataban así a Remus. Y, en el caso de su profesora, era más evidente, ya que apenas la había visto dos veces desde que había ocurrido. Le hacía sentirse diferente, lo odiaba.

- Yo también, profesora –respondió, aunque por su tono bien podría haber dicho lo contrario.

McGonagall compartió una mirada cómplice con Dumbledore y carraspeó.

- En fin, debo marcharme. Ya seguiremos esta discusión en otro momento, Albus.

- Minerva –se despidió él con un asentimiento.

Rachel observó cómo la mujer cerraba la puerta del despacho y escuchó sus pasos descendiendo por la escalera. Cuando se dio la vuelta, Dumbledore la sonrió y, con un movimiento de mano, la invitó a sentarse. Ella lo hizo reticentemente. Habría preferido quedarse de pie pero no quería empezar la conversación bruscamente.

- Bien, Rachel –el director tomó asiento frente a ella-. ¿Cómo has conseguido burlar la seguridad de mi red flu? La tengo limitada, ¿sabes?

- He venido desde la sede de la Orden –explicó escuetamente, aunque realmente le parecía innecesario porque seguramente era la única chimenea que tenía conexión directa con el despacho de Dumbledore a la que ella tenía acceso.

- Entiendo –murmuró él-. ¿Sabe Benjamin que estás aquí?

Ella negó con la cabeza. Claro que se había saltado todo el procedimiento. Estaba allí por su cuenta y riesgo, sin el permiso de su padrino, pero estaba segura de que la situación lo ameritaba.

- Nadie lo sabe –respondió, pasándose la lengua por los labios-. Yo… yo quería hablar con usted en privado.

Dumbledore se inclinó contra el respaldo de la silla.

- No hemos tenido una conversación privada en mucho tiempo. Las echaba de menos –sonrió.

Esta vez sí que ella no evitó el bufido que escapó de su boca.

- No sea condescendiente –le reprochó rodando los ojos, tratando de controlar su mal genio.

- ¿Disculpa? –y la sonrisa de Dumbledore la irritó más aún.

- Usted, igual que todos los demás, puso distancia conmigo después de lo que… me pasó.

Trató de no apretar los dientes pero el tono surgió igual de mordaz. No había empezado tan suave como había pretendido pero no podía evitarlo. A Dumbledore no pareció molestarle porque no borró la sonrisa mientras la observaba ladeando la cabeza.

- Tú misma te pusiste esa barrera emocional, querida. Y es cierto que has cambiado. Pero cambiar no es malo.

Oh, por favor…

- ¿No? Mi novio me ha dejado, mis amigos casi no me hablan… Permítame dudarlo –gruñó soltando aire por la nariz.

Dumbledore pareció frenarse durante un par de segundos. A veces parecía que lo sabía todo, pero ella estaba segura de que un hombre tan poderoso no perdería el tiempo en averiguar el estado de su vida privada habiendo tantos temas preocupantes que tratar.

- No conozco los detalles de vuestras vidas privadas –reconoció, como leyéndola la mente-. Pero no creo que Remus te haya dejado porque hayas cambiado. Lo habría hecho mucho antes.

Hubo un silencio en el que ella estuvo pensando en ello. Probablemente tenía razón. Había pasado tanto tiempo auto compadeciéndose que tampoco había pensado demasiado cuál de todas las gotas había sido la que había rebosado el vaso. Sin embargo, nada de eso importaba ahora.

- ¿Dónde está? –preguntó, inclinándose hacia el director con expresión ansiosa.

- ¿Disculpa?

Dumbledore parpadeó pero ella no se dejó engañar por su expresión confusa. Algo en el brillo de sus ojos le decía que sabía perfectamente qué hacía ella en su despacho.

- No se haga el tonto –murmuró-. Le escuché hablando con Fabian. Sé que Remus está en una misión con manadas de licántropos.

- ¿Cómo…? –el anciano frunció los labios.

- ¿Por qué no me lo pidió a mí? –le interrumpió-. ¿Por qué está allí él solo?

Suspirando, Dumbledore se puso en pie.

- Querida, no pretendo faltarte al respeto pero, ¿crees que estás en condiciones de afrontar una misión así?

- Ya lo hice antes –respondió ella incorporándose también.

- Ahora es diferente –aclaró él, apoyándose en la mesa, justo frente a ella.

Rachel frunció el ceño.

- ¿Luego dice que no importa que haya cambiado?

- No es por eso –respondió Dumbledore, aunque un segundo después inclinó la cabeza-. Bueno, en parte quizá sí. Ahora es mucho más arriesgado y tú no eres una persona tan estable. Quiero decir, a veces te dejas llevar por tu carácter. Eso no ocurría antes.

Vale, era verdad. Le había pasado hacía menos de dos minutos.

- Puedo controlarlo –aseguró tajantemente.

- ¿Estás segura?

- Usted ha dicho que ahora es mucho más arriesgado. ¿De verdad pretende dejar a Remus solo con esto?

Eso era lo importante. Por supuesto que podía controlar su carácter cuando algo tan importante estaba en juego. Había durado todo un año entre batallas sin perder el control. Sin decirlo con palabras, Dumbledore pareció considerarlo, pero añadió:

- No está solo; Fabian se encarga de su seguridad.

Ella rodó los ojos.

- Sí, a distancia y confiando en que nada le ocurra mientras espera a que se ponga en contacto con él. Eso no vale –afirmó-. Remus necesita apoyo real allí, entre ellos. Y yo soy su única opción.

Dumbledore asintió mirándola fijamente, sin poder negar esa evidencia. En ese momento Rachel se dio cuenta de que probablemente el comandante de la Orden ya había imaginado esa posibilidad y que estaba reconsiderando su postura.

- Él no me perdonaría que te inmiscuyera en esto –le reconoció tras un silencio prolongado.

- Él no está aquí y ya no es nada mío –Rachel levantó la barbilla obstinada-. Además, soy yo la que decide. ¿Quiere resultados con más garantías? Mándeme con él. No le defraudaré.

Sin apartar la mirada de ella, Dumbledore sacó su varita y la rodó entre sus dedos, pensativo. Lentamente esbozó una pequeña sonrisa.

- ¿Sabes? Hacía mucho que no reconocía a la antigua Rachel en tu mirada…


Horas después, la joven caminaba apresuradamente por las calles de Londres hasta East Ham, un barrio empobrecido y humilde, con edificios pequeños de pisos de dos o tres alturas, con tiendas en los bajos.

Cuando entró en el portal, subió las escaleras de dos en dos y llamó al apartamento, confiando en que estuviera en casa. Estaba agitada por la carrera. Benjy le abrió la puerta en cuanto comprobó su identidad.

- Perdona por haber estado desaparecida –le dijo ella, entrando en el salón.

Él la siguió tranquilamente, apuntando con los retos del periódico de ese día que había estado desgranando y apartándolos a un rincón.

- Tranquila.

- Pasó algo… -iba a explicarse pero decidió ir al grano-. Tenemos que hablar.

Benjy sonrió, sentándose a su lado en el sofá.

- Tú dirás –le dijo con ese tono tan calmado y amable que le caracterizaba.

En el fondo, ella sabía lo que le había atraído de él tanto como para confundir sus sentimientos por completo. De algún modo que ella no sabía explicar, Benjy se parecía a Remus. Los dos eran amables, educados y pacientes.

Quizá era la única que veía tan claramente esas similitudes. Remus era tranquilo, callado e inseguro mientras que Benjy era más despreocupado, maduro y sarcástico. Su exnovio tenía pánico a amar y ser querido y Benjy solo había refrenado sus sentimientos en consideración con ella.

Sin embargo, la gran diferencia que apreciaba ella era que, cuando Benjy la miraba, no esperaba encontrar nada de la antigua Rachel, como sí veía en los ojos de Remus. Él aceptaba a la nueva sin problemas. Por desgracia esto era algo que no podía explicar a los demás. No lo entenderían.

Pasándose la lengua por los labios, se puso recta.

- Dumbledore me ha pedido una misión… -se calló, agitando la cabeza y suspirando. La sinceridad era clave-. Mentira. Yo se lo he pedido a él. Me he enterado de que Remus no está con su padre. Dumbledore le pidió que se introdujera entre los licántropos que se están aliando con Voldemort y los espiara. Y yo he pedido unirme a la misión.

Benjy la miró sorprendido y abrió mucho los ojos cuando procesó la última frase. Entonces frunció el ceño y se inclinó hacia ella.

- A ver si lo he entendido… ¿Le has pedido a Dumbledore que te deje infiltrarte en una manada de licántropos afines a las artes oscuras para ir a ayudar a tu ex novio?

Ella rodó los ojos.

- Esto no tiene que ver con mi relación con Remus…

- No estoy hablando por celos –la interrumpió él con dureza. Y Rachel supo que hablaba en serio. Por lo general-. ¿Te das cuenta de lo arriesgado que es?

- Precisamente por eso –asintió ella, poniéndose en pie y comenzando a pasearse, inquieta-. Ahora mismo Remus está allí solo. Si lo atrapan podríamos no saberlo nunca. Le sería imposible pedir ayuda y…

Y se calló, incapaz siquiera de imaginar lo que eso significaba.

- Ya –repuso Benjy, con la misma expresión.

Un silencio les invadió y Rachel sintió alivio al ver que no empezaba un discurso para tratar de frenarla en su intención. Eso le gustaba también de Benjy. No la trataba como si se fuera a romper en cualquier momento.

- Te lo cuento porque, como mi padrino, necesito que trabajes como mi enlace con la Orden, igual que hace Fabian con Remus –le contó. Y se forzó a añadir-. Y, bueno, al margen de ello creo que mereces saberlo.

Benjy tenía el ceño fruncido. No estaba de acuerdo con su decisión pero sabía que no haría nada para convencerla de cambiarla.

- Estoy a las órdenes de Dumbledore. Y si es tan importante… -murmuró en voz baja.

Se pasó una mano por la barbilla, rascando la incipiente barba. Ese día no se había afeitado. Eso era raro en él. Seguramente habría estado preocupado porque le había esquivado.

- ¿Cuándo te vas?

- Después de la luna llena –respondió ella.

Aunque le hubiera gustado irse inmediatamente. Sin embargo, Dumbledore le había asegurado que Remus había mandado una señal para avisar de que estaba bien. Fabian no había podido comunicarse más con él pero al menos sabían que estaba vivo. Ya era más de lo que había escuchado hacía dos días.

- Rach, contéstame a algo –le pidió Benjy, al cabo de un rato, interrumpiendo sus pensamientos-. Y, por favor, sé sincera, podré asumirlo.

Pero se quedó callado. Ella supo, por su expresión, que se estaba debatiendo entre hacer la pregunta o no. Frunció el ceño, insegura de si quería escucharla. Benjy se miró las rodillas unos segundos más hasta levantar los ojos hacia ella. Su expresión era neutra.

- ¿Esto es solo por lo importante de la misión y porque no quieres que Remus corra peligro o es algo más? ¿Aún sientes algo por él?

Maldito Benjy, siempre tan directo… ¿Tenía que preguntarle lo único que no sabía ni quería contestarle? Rachel bufó, paseándose de nuevo. Qué manía tenían todos con poner palabras a los sentimientos. Como si fuera tan fácil…

Benjamin Fenwick jamás obtuvo respuesta a esa pregunta. O quizá el silencio bastó, porque no insistió cuando ella rehuyó su mirada y la fijó, a través de la ventana, en el tráfico que transitaba esas horas.


El día estaba llegando a su fin. Los últimos rayos de sol se colaban por las entrecerradas ventanas del modesto apartamento mientras la luz de las farolas comenzaba a tintinear, tratando de encenderse.

Sin embargo, aquella que iluminaba más directamente el salón/dormitorio de Sirius Black no consiguió su propósito y, tras varios intentos, la luz se apagó con un chasquido. Justo en ese momento, el joven salió del pequeño baño cubierto tan solo con una toalla fuertemente anudada a la cadera, mientras se apartaba la humedad del pelo con otra toalla.

Ese día había hecho muchísimo calor en Londres, algo que era inusual, y la humedad lo empapaba todo. Sirius caminó por la oscura estancia descalzo y se acercó a la cocina, dividida del resto de la habitación por una barra americana. Se acercó a un armario y sacó un tarro de pepinillos, que comenzó a comer distraídamente mientras, con la varita, convocaba la ropa que había dejado preparada encima de la cama.

Estaba hambriento. No había comido más que un pequeño bocadillo en todo el día y las clases prácticas en la Academia estaban encrudeciéndose, dejándole exhausto. Ahora que ya le habían permitido regresar a entrenar a pleno rendimiento, los profesores no habían tenido la más mínima consideración por él. Cosa que le encantaba, claro.

Estaba por comenzar a vestirse allí en medio, en mitad de la cocina, cuando unos golpes en la puerta le alarmaron, provocando que apuntara en esa dirección con la varita.

- ¡Sirius! ¿Estás ahí? –preguntó una voz que reconocería en cualquier lugar, consiguiendo que le diera un vuelco en el pecho-. Necesito hablar contigo. Soy Grace.

Como si hubiera necesitado presentación. Aunque, bien pensado… Se acercó cautelosamente a la puerta, aun empuñando la varita y observó el movimiento de sombras que se percibían por el umbral.

- ¿Me gusta el té con leche o azúcar? –preguntó simplemente, solo por verificar que no trataba con una impostora que tuviera intención de atacarle.

Grace bufó al otro lado de la puerta y Sirius pudo imaginarla rodando los ojos.

- ¿Para qué ibas a beber té pudiendo tomar whisky de fuego? –contestó con una pregunta.

Sirius sonrió de oreja a oreja.

- Buena respuesta, rubia –le felicitó al tiempo que desbloqueaba los hechizos y abría la puerta de par en par.

Ella esperaba en el rellano, vistiendo unos elegantes y frescos pantalones de verano con motivos debajo de una túnica entallada de color verde de que tenía el cuello redondeado y mangas francesas. Llevaba el cabello, rubio oscuro, apartado con una coleta alta, aunque algunos mechones se le escapaban y le enmarcaban la cara.

La mirada de ella pareció sorprendida al encontrársele tan poco vestido. Abrió un poco los ojos y recorrió rápidamente la mirada por el pecho, el estómago y los brazos, bajándola para centrarse un segundo de más en la toalla, para absoluta diversión de Sirius.

- ¡Oh, vaya! ¿Te pillo en mal momento? –las mejillas se le tiñeron un poco pero supo reponerse al segundo.

Sirius, que la conocía bien, sonrió con indulgencia mientras se apoyaba en la puerta abierta, dándole espacio para pasar a su lado. Si se atrevía.

- Recién salido de la ducha, como puedes ver –dijo con obviedad.

- Sí… eh…

- Nena, decídete a entrar a menos que quieras que me resfríe –le urgió, al verla ligeramente incómoda-. No voy a morderte. A no ser que me lo pidas…

Le encantó comprobar que aún podía provocar eso en ella. Con una gran elegancia, Grace alzó la barbilla y cruzó el umbral, adentrándose en el apartamento. Sirius se apoyó en la puerta mientras la cerraba a su espalda y no la perdió de vista en ningún momento.

Ella parecía nerviosa, porque se paseó un poco por la zona donde estaban ubicados los sillones, pero un segundo después se giró a mirarle con decisión.

- Quiero hablar contigo –dijo, para un segundo después añadir-. De Regulus.

La sonrisa de Sirius se esfumó en ese mismo instante, olvidando el coqueteo o cualquier tipo de diversión que hubiera imaginado.

- ¿Qué ha pasado? –preguntó preocupado.

- Nada –respondió ella, dejando claro que su visita no se debía a que hubiera sucedido algo nuevo con el chico-. Solo… He estado pensando en lo que me dijiste. Y he recordado algo que me dijo Alice cuando nos aparecimos la noche que atacaron a Gis y Tony. Algo en lo que no hemos caído ninguno.

Sirius frunció el ceño y se impacientó cuando Grace se calló durante un par de segundos.

- ¡Dilo de una vez! –exclamó impaciente.

- Alguien dio la voz de alarma esa noche –le recordó Grace-. Alguien activó el artilugio de socorro que ellos tenían en su habitación. Y no pudo haber sido ninguno de ellos.

- Tuvo que serlo –declaró él con obviedad mientras avanzaba hacia ella.

- No –insistió Grace con frustración mientras volvía a pasearse, evitando mirarle-. Nosotros llegamos en apenas dos minutos y les estuvieron torturando durante más de una hora. El artilugio lo activó otra persona. Alguien que estaba en esa habitación con libertad de movimiento.

Entonces Sirius comprendió su teoría.

- ¿Y crees que pudo ser él? –preguntó, incrédulo. No se imaginaba a su hermano tan valiente como para tomar esa iniciativa.

- Bueno, justo antes él se había negado a participar –resolvió ella encogiéndose de hombros y dejándose caer en uno de los sillones-. Y le pegaron la paliza al día siguiente.

Algo brilló en los ojos de Sirius. No se había dado cuenta de que la paliza a Regulus había sido justo después de aquello. Quizá la teoría de Grace no fuese tan loca. Quizá fuera cierto que su hermano… Pero no tenía sentido. Sus artilugios de socorro estaban bien mimetizados. El suyo se encontraba junto a la mesita del salón, confundido entre las patas.

Pero Grace tenía razón. Ni Tony ni Gis pudieron haber llegado hasta ese chisme y Regulus se había negado a participar. Y había aparecido destrozado al día siguiente de aquello…

- Joder –murmuró, pasándose la mano por la cara mientras se dejaba caer en el sofá, frente a ella. Grace tomó asiento con cuidado frente a él-. Pero, ¿cómo podría haber averiguado…? Joder, Reg…

Era incapaz de hilar dos pensamientos coherentes. ¿Qué se suponía que tenía que pensar ahora?

- No he dejado de darle vueltas –prosiguió su exnovia, mirándole expectante, con los ojos muy abiertos-. Quizá está confuso, quizá lo que ve hacer le esté provocando problemas de conciencia. Tu hermano no es un asesino, Sirius. Le conoces mejor que yo. Quizá se le ha ido de las manos.

Él la miró, sin dar crédito a lo que decía. ¿Acaso se estaba escuchando? Se levantó, todo lo alto que era, y la miró con una furia que no sentía contra ella.

- ¿Y va a ser tan jodidamente gilipollas como para no saber en qué se estaba metiendo? –le espetó, como si se lo estuviera gritando al propio Regulus. Grace se encogió de hombros y Sirius bufó, apartándose el pelo de la cara y bajando los hombros resignado, lamentándose-. Claro que sí… Siempre tan obsesionado por complacer a mis padres que seguro que ni se lo planteó…

Grace seguía mirándole impotente. La conocía muy bien, casi sabía lo que estaba a punto de decir.

- ¿Y si está deseando escapar de esa organización y no sabe cómo…? No creo que tengan salida de emergencia, ¿sabes?

Sirius tuvo que echarse a reír, aunque aquello no tenía la más mínima gracia. Era surrealista. Su hermano se metía voluntariamente en una panda de psicópatas y Grace y él se angustiaban pensando en si debían ir a rescatarle.

- ¿Te das cuenta de que suenas como Lily creyendo en la redención de mortífagos? –le preguntó, haciéndole ver la contradicción.

Pero ella era tozuda. Más aún que él, y eso sí que era mucho que decir.

- En todo este tiempo Snape no ha hecho otra cosa que reafirmar su pertenencia a esa banda. No ha sido tan ambiguo como Regulus…

- Da igual –la atajó él, viendo cómo iniciaba una defensa a ultranza de su hermano-. En ambos casos estamos deseando creer en su inocencia, en que algún día abrirán los ojos y pasarán al lado correcto.

Grace se levantó de golpe, soltando un bufido. Parecía realmente enfadada por la comparación.

- Mira, si no quieres crees mi teoría…

- No he dicho que no te crea –la interrumpió, agarrándola la mano para que no siguiera avanzando hacia la puerta-. Lo hago. Y el problema es que ahora puedo entender mejor a la pelirroja. Y me jode…

Grace chasqueó la lengua.

- ¿Y qué propones? –le preguntó Sirius entonces.

Ella se llevó las manos a la cara.

- No lo sé… ¿Sabes cómo contactar con él?

- Hay mil formas y ninguna fiable. Nada me asegura que mi madre no se entere. O peor, Bellatrix. Y esto no es algo para incluir a la Orden. Es un tema privado.

- Lo sé –reconoció ella en voz baja-. Pero podríamos intentarlo, ¿no? Encontrarle, digo.

- Cuando se marchó, me dejó una nota diciendo que no podía quedarse, que era peligroso. Quizá él no quiere que le encontremos, Grace. ¿Te has parado a pensar en eso?

- Me angustia más pensar que no pueda pedir ayuda –le respondió ella.

Sirius se rascó el estómago distraídamente, poniéndose en pie.

- Trataré de dar con la forma de contactar con él. Pero no nos tiremos de cabeza si no sabemos que él quiere que le ayudemos.

Grace asintió con la cabeza, conforme. Y Sirius supo que su siguiente paso no debía ser hacia su hermano si no hacia otra persona a la que había juzgado demasiado duramente por sentir lo mismo que le atravesaba a él el pecho en ese momento.

- Me parece que debo una disculpa a cierta pelirroja –murmuró apuntando con la varita las velas colgadas en la pared, que se encendieron, iluminando la habitación que casi había quedado en penumbra.

Con más claridad, pudo reconocer las facciones de la rubia que le miraba a apenas un par de pasos. Ella hizo una mueca de fastidio, lo que le llevó a creer que ella también debía disculparse.

- ¿Sabes dónde puede estar Lily a estas horas? –le preguntó con una sonrisa escondida en el rostro al ver que ella aceptaba a regañadientes que se había pasado con su amiga.

- En el apartamento –murmuró-. Llegaba cuando yo he salido hacia aquí.

- ¿Me permites ir?

Grace le miró extrañada.

- ¿Para qué?

- Para hablar con ella. ¿Para qué crees? –respondió él chasqueando los dedos en su cara.

Grace parpadeó, confusa.

- Yo… no sé. Nunca has pedido permiso para ir a mi piso.

Él se cruzó de brazos, rodando los ojos con diversión.

- Antes no lo necesitaba –le recordó-. Y ahora, en nuestra situación, prefiero esperar una invitación previa…

- No sé por qué –rezongó ella, con demasiado orgullo, alzando la barbilla.

Pero Sirius estaba muy divertido por su reacción. Sonrió algo más ampliamente.

- Pues para no incomodarte.

Por fin le miró directamente a los ojos, alzando un poco la mirada y pasándose la lengua por los labios.

- No me incomodas –le dijo.

- ¿Ah, no? –preguntó lentamente, mientras se acercaba a ella, quizá un poco más de lo que estaba socialmente bien visto.

La sonrió lentamente y se inclinó, haciéndola echarse hacia atrás si quería evitarle. Grace parecía confusa y algo nerviosa. Un brillo en sus ojos le hizo ampliar más la sonrisa, que se volvió más depredadora. Quizá había llegado el momento de dejar de ser un comprensivo chico bueno y utilizar otros recursos que, a fin de cuentas, le habían funcionado en el pasado.

Grace tragó saliva y se mantuvo en su lugar, sin retroceder, aunque le apartó la mirada para fijarse en el resto de su cuerpo.

- A propósito. ¿En todo el tiempo que llevo aquí no te ha dado tiempo a vestirte? –le preguntó, mirándole con una ceja enarcada, fingiendo una tranquilidad mayor de la que sentía, estaba seguro.

Se le daba bien hacerse la fría delante de él. Le había engañado varias veces. Pero no esa vez. Miraba la forma de sus brazos con mucho interés y durante demasiado tiempo.

- ¿Quieres que me vista delante tuyo? –le preguntó en voz baja, pretendidamente sugerente.

Grace frunció los labios.

- No quiero decir… -se interrumpió cuando le falló la voz. Inspiró hondo y continuó, algo enfadada-. No juegues con mis nervios.

- Ah, ¿es qué estás nerviosa? –preguntó divertido.

- Sirius –le regañó, ahora alejándose un paso-. No empecemos. Sabes que, si quisiera, podría ganarte en este juego.

Pero él no se vino abajo.

- ¿Sabes por qué no lo intentas? –le preguntó, agarrando la toalla y divirtiéndose al ver que ella se alteró, pensando que iba a quitársela delante suyo-. Porque no confías en tu autocontrol. Porque, por un lado, me pides tiempo y prudencia y, por otro, sabes que tú y yo juntos abrasamos.

Ante esta última frase, Grace volvió a mirarle a los ojos y le picó en el pecho con un dedo.

- ¿Quién te ha dicho que quiero quemarme contigo? –espetó con una sonrisa irónica y la mirada dura.

A Sirius le gustaba que se enfadara porque eso significaba que aún le importaba. Alzó lentamente una mano y le acarició la mejilla, viendo el orgullo en sus ojos que le impedía alejarse. Se notaba que tenía miedo de perder el control pero no permitiría que él la viera asustada y rehuyéndole.

- Yo sí que quiero –murmuró, acercándose un poco más allá y apartando la mano de su toalla para rodearle la cintura.

La rubia le miró desafiante pero después se centró en sus labios. Y él supo que estaba dudando muy seriamente. La mano que acariciaba su mejilla agarró con fuerza su nuca y tiró de ella, hasta que estuvieron a apenas unos milímetros. Notaba su aliento en su cara y supo que estaba a segundos de perder el control… y también ella. Solo que sabía que lo tendría más difícil con Grace cuando ella se enfadara con su autocontrol después de que pasara lo que era evidente entre ellos.

Con gran fuerza de voluntad, se separó de ella, apreciando que había cerrado los ojos y abierto los labios para recibirle.

- Decídete –le pidió con una sonrisa-. Si necesitas tiempo, ¿por qué pareces estar deseando que te bese? Tienes en tus manos acabar con esta tortura.

Grace parpadeó, volviendo a la realidad. Arrugó la nariz mientras le miraba furiosa, con las mejillas teñidas de rojo y visiblemente acalorada.

- Eres insufrible –murmuró.

Sirius soltó una carcajada mientras convocaba de nuevo su ropa y, esta vez sí, comenzó a vestirse delante suyo, haciendo que Grace se diese la vuelta rápidamente cuando la toalla cayó al suelo.

- Ni que tuviera algo nuevo a lo que ya has visto –bromeó él, ganándose una airada (y rápida) mirada de reproche.


Unos minutos después, Sirius llegó al apartamento que compartían Grace y Lily. La rubia le abrió la puerta y aceptó dejarle que hablara él primero con Lily mientras ella esperaba en el salón.

Suspirando, Sirius llamó a la puerta de la habitación de la pelirroja. Una voz suave le permitió entrar, así que abrió y se coló en el interior resueltamente.

Lily estaba sentada en su cama, con la nariz enterrada en un pergamino en el que no paraba de escribir anotaciones con un bolígrafo muggle. Su pelo, rojizo y liso, estaba recogido en un moño alto y vestía ropa deportiva no mágica.

- Esperaba encontrarte aquí –sonrió él con tono suave al verla tan concentrada.

- ¡Sirius!

Lily levantó de golpe la cabeza al reconocer su voz y él pudo apreciar lo pálida y ojerosa que estaba. Su amiga necesitaba urgentemente una cura de sueño.

- ¿Qué haces aquí? Pensé que eras Grace –murmuró con voz algo cohibida.

Sirius no contestó a su pregunta, sino que agarró la silla que había frente al escritorio y le dio la vuelta, para sentarse frente al respaldo.

- Me han dicho que estás perfeccionando el arte de la desaparición sin magia –se burló con una sonrisa amistosa-. Seguro que tienes a James desesperado.

Ella frunció el ceño ante la mención de su novio.

- Es él quien no quiere hablarme –suspiró, bajando la vista al pergamino, que comenzó a enrollar, impidiendo que él pudiera echar un vistazo.

Sirius chasqueó la lengua, molesto porque la pelirroja fuese tan obediente a Dumbledore y no le dejase cotillear.

- Eso fue hace días, estoy seguro de que ahora está deseando que habléis.

- ¿Te lo ha dicho él? –el tono de Lily le resultó adorable.

A pesar de que tuviera una debilidad por un mortífago que casi le cuesta toda la sangre del cuerpo, Sirius sabía que no había una chica mejor para James. Lily quería a James con locura y era evidente que ese distanciamiento le estaba pasando factura.

Pero, por desgracia, no podía contestar a su pregunta. James no le había dicho nada de eso. De hecho, llevaba días sin hablar de Lily. Sabía que su amigo era muy sobreprotector con él, al igual que él también lo era. Pero también tenía claro que no podía vivir sin Lily y que seguro que el enfado ya se le habría pasado. Si no la buscaba era por pura cabezonería.

- Vengo a pedirte perdón –le dijo para cambiar de tema.

Lily le miró sorprendida con esos inmensos ojos verdes.

- ¿Tú a mí?

- Sí –reconoció-. Por no aceptar tus disculpas.

Su amiga hizo una mueca. Un gracioso mohín con los labios que le hizo sonreír.

- Estuvieron a punto de matarte por mi culpa –le recordó mientras huía de su mirada.

Ella sabía que tenía motivos para estar enfadado y que no estaba bien lo que había hecho. Pero, teniendo en cuenta que él también esperaba ansioso la redención de otro mortífago, Sirius sabía que sería hipócrita no aceptar sus disculpas de corazón.

- Fue un tajazo de nada –le quitó importancia con la mano, señalando su cuello, que no había conservado ninguna cicatriz.

Ella le analizó, aún con el arrepentimiento en la mirada. Sirius suspiró.

- Y solo quiero que sepas que lo entiendo… No lo comparto. Creo que Snape es un cretino amante de las artes oscuras sin capacidad de redención. Pero… Puedo entender cómo lo estás pasando. Yo también tengo alguien en el otro bando.

La mirada de Lily vagó desde su cuello por toda su cara hasta sus ojos. Al ver su expresión sincera, sonrió levemente.

- No esperaba esto de ti.

Sirius se encogió de hombros.

- A veces hasta tengo momentos de madurez. Y espero que tú también. Habla con James y deja de escudarte en esa misión tan rara que tienes. No vas a parar la guerra tú sola.

Ella resopló, no supo si por la mención a James o a la misión que debía traerle de cabeza.

- Ojalá fuera tan fácil…

Parpadeó varias veces y fue evidente que estaba a punto de llorar. Sirius chasqueó la lengua. No era bueno en esas situaciones. ¿Sería muy evidente si se levantaba de golpe y le cedía el turno a Grace? Lily sorbió por la nariz mirando su dedo, que formaba los dibujos que había en su colcha, y él suspiró

- Venga, pelirroja, anímate –suspiró, levantándose y sentándose a su lado para darle un par de palmaditas en la espalda.

De un momento a otro, Lily se le echó al cuello y empezó a sollozar. Vale, eso era incómodo. Incomodísimo. Tenso como una tabla de planchar, Sirius palmeó suavemente su espalda y paseó torpemente sus manos por sus hombros para tranquilizarla.

- Lo siento de verdad, Sirius –lloró Lily contra su cuello.

- Olvídalo –le suplicó él dándole golpecitos más enérgicos con el fin de animarla a separarse de él-. Hierba mala nunca muere. Y, dada la familia a la que pertenezco, yo tengo mucho de eso.

El intento de broma no pareció funcionar, porque Lily no se echó a reír y, además, se apartó para mirarle seriamente, con esos ojazos repletos de lágrimas. Sirius tragó saliva cuando ella acercó su frente a la suya, agarró su cara con ambas manos y espetó con un sollozo ahogado:

- Tú eres mejor que todos ellos, Sirius. Que te quede claro.

Había tanta sinceridad en su mirada que la saliva se le atoró en la garganta por un instante. Y, sí, los ojos le picaban un poco. El ambiente estaba demasiado cargado. Lo mejor sería que se marchara de allí cuando antes.


Apenas unos minutos después, Sirius salió por la puerta del apartamento con demasiada prisa en opinión de Grace. A pesar de que había estado esa tarde muy cómodo burlándose de ella, no le dijo nada y apenas se despidió con un gesto vago, sin mirarla a la cara.

Extrañada se acercó a la puerta para buscarle en el pasillo, pero ya se había marchado. Grace cerró la puerta frunciendo el ceño y caminó dos pasos dentro del piso antes de detenerse de golpe al ver aparecer a Lily por la puerta de su cuarto.

La pelirroja estaba pasándose una mano por la cara, secándose las lágrimas que bañaban sus mejillas. Y entonces entendió por qué Sirius no había dado la cara. Una sonrisa estuvo a punto de brotar de sus labios cuando Lily se percató de su presencia y su reacción le enmudeció.

Su mejor amiga la miraba con cuidado, como sin saber a qué atenerse. Y teniendo en cuenta lo que le había gritado la última vez que habían hablado, no le extrañaba.

- Hola –dijo simplemente, dando un paso hacia ella.

- Hola –respondió Lily con cuidado, pasando su mirada de ella a la puerta-. Sirius acaba de irse.

- Lo sé. Me pidió venir él antes a hablar contigo.

Lily pareció sorprendida. Grace no sabía si por saber que lo habían preparado, el hecho de que ellos hablaran a solas o que fueran tan cordiales el uno con el otro. Sabía que sus amigos estaban perdidos sobre cómo marchaba la relación o la ausencia de ella entre ellos dos. Lo cual era normal porque ni siquiera ellos lo comprendían.

- ¿Habéis estado hablando de mí? –preguntó la pelirroja al cabo de unos segundos.

Grace se retorció las manos y se aproximó un poco más a ella, mirándola con súplica.

- Lily… solo quiero que sepas que no pienso muchas de las cosas que dije. Solo… Estaba asustada. Todos lo estábamos. Y ya sabes cómo me enfada el tema de Snape…

- Lo sé –se apresuró a decir la pelirroja.

- Pero sería hipócrita por mi parte estar deseando que Regulus en el fondo me demuestre que es una buena persona y no comprender que tu sientas lo mismo por Snape.

Lily asintió lentamente, mirándola pensativamente. Seguro que Sirius también había mencionado a Regulus y ese tema ella lo entendería mejor que nadie. La pelirroja hizo un mohín.

- Yo ya no tengo esperanzas con él… -le confesó, en voz baja mirando al suelo-. No conscientemente, al menos. No sé… Le he visto hacer tanto daño… Aún no concibo que me equivocara tanto con él. Supongo que aún me siento engañada, estúpida…

Los ojos volvieron a humedecérsele y Grace se apresuró a acortar las distancia entre ambas y abrazarla. Pobre Lily, siempre esperando lo mejor de los demás y siempre decepcionándose. Era injusto que ella, una persona que se daba tanto a todos los que quería, sufriera por los errores de otros.

- Tú eres buena persona, Lily –le susurró, mientras su amiga se aferraba a ella-. No te sientas culpable por confiar en que los demás también tengan corazón.

La pelirroja solo fue capaz de responder con un sollozo ahogado contra su hombro. Parecía haberse guardado las lágrimas durante días. Y Grace se sintió miserable por no haber sido más comprensiva antes con ella.


Le había llamado a su presencia. Solo a él. Era la segunda vez que lo hacía y Regulus notaba la tensión en el cuello y en la espalda. No quería quedarse a solas con Lord Voldemort. Nunca le había hecho sentir cómodo pero, después de las sospechas que rondaban su mente, le hacía menos gracia que nunca.

Ni siquiera sabía qué pensar de todo ello. ¿Horrocruxes? ¿En serio podría ser verdad? No le extrañaría que ese mago tuviera una capacidad tan grande para realizar una magia tan poderosa. También sabía que el hecho de que fuera magia muy muy oscura no le frenaría. Pero, por algún motivo, su mente se negaba a procesar eso como algo seguro.

Había testado de una manera muy sutil a Bella y a Lucius sobre los objetos que les había confiado. No los había nombrado directamente pero había dicho lo suficiente como para que el tema saliese solo. Eso no era difícil; se parecía a su madre, tenía ese don para enredar con las palabras.

Lo complicado era no levantar sospechas ni herir susceptibilidades. Con su prima no consiguió gran cosa. Era agresiva, desconfiada y extremadamente fiel a su señor. Con el marido de Narcisa logró algo más. Lucius era demasiado arrogante como para no alardear de que el Señor Tenebroso le confiaba cosas que no confiaba a otros mortífagos. Incluso le había insinuado dónde había guardado ese librito.

De todas formas, de poco le valía. No sabría ni cómo comprobar si de verdad se trataba de un horrocrux. Realmente, ni siquiera se había planteado para qué quería averiguarlo, más allá de la morbosa curiosidad.

Cuando llegó a la enorme puerta de la estancia, tallada con madera negra y adornada por ribetes plateados, Regulus se detuvo un segundo en el oscuro y silencioso pasillo. Inspiró hondo y preparó correctamente sus barreras de oclumancia. Probablemente lo único bueno que le había enseñado Bella.

Llamó a la puerta con dos golpes secos.

- Pasa, Black –ordenó una voz firme y siseante al otro lado.

Sin dejar que se apreciara su nerviosismo, abrió la puerta y entró a la habitación con seguridad.

Dentro, el ambiente era irrespirable. El intenso calor del verano era más sofocante bajo tierra, en habitaciones que no tenían ventilación y que apenas se abrían al mundo exterior. Aunque ignoraba el por qué Lord Voldemort prefería los lugares así.

Avanzó casi a tientas hasta que su vista se acostumbró a una iluminación tan escasa. Voldemort se encontraba sentado en un silla que, por su actitud, parecía un trono. Con una mano jugueteaba con su varita con parsimonia, lo que le puso alerta. Y, con la otra, formaba círculos en el aire que Regulus vio que seguían muy atentamente con la mirada tres pequeñas serpientes que descansaban enrolladas a sus pies.

Él no era aprensivo pero no le gustaba el hecho de que Voldemort estuviera siempre rodeado de esos animales. Le ponía la piel de gallina.

- ¿Me llamabais, mi señor? –preguntó, con el tono justo para parecer solícito y neutral al mismo tiempo, apartando la mirada.

Su Señor le inspeccionó unos segundos con la mirada fríamente.

- Quiero agradecerte tu labor de captación, muchacho –dijo en un tono que Regulus no percibió tan satisfecho, aunque quizá se lo estuviese imaginando-. El hijo de Crouch es, realmente, muy entusiasta y tiene mucha motivación por colaborar con nuestra causa.

Regulus se obligó a sonreír sin perder la compostura ni bajar la guardia.

- Me alegro de que le complazca, mi señor –respondió con una inclinación de cabeza-. Estoy seguro de que será muy útil a su causa. Alguien como él será imprescindible para internarnos en el Ministerio.

Como respuesta, el Señor Tenebroso le inspeccionó con la mirada durante lo que le parecieron horas.

- Una vez más, demuestras tener buena capacidad estratégica. Lástima que no hagas honor a tu apellido en las demás cosas…

- ¿Mi señor…? –Regulus frunció el ceño. Podría esperar satisfacción o ira, pero no sabía cómo tomarse esta dirección de la conversación.

- No me has conseguido grandes cosas –le reprochó Voldemort convirtiendo su voz en el filo de un cuchillo-.

Después siseó un par de palabras inteligibles que hicieron que las serpientes dejaran de juguetear atentas a los movimientos de sus manos y dirigieran sus pequeños y oscuros ojos hacia Regulus. El muchacho se obligó a no retroceder cuando comenzaron a reptar por el suelo hasta sus pies, rodeándole y paseando por encima de sus zapatos.

¿Las haría atacar? Estaba haciendo grandes esfuerzos por no mostrarse asustado, pero seguro que Voldemort podía percibir el sudor brillando en su labio superior. Antes de que tuviera tiempo a recuperarse, el Señor Oscuro volvió a clavar la mirada en él.

- Por el momento no tengo a los licántropos de mi parte tan incondicionalmente como esperaba y la labor con los gigantes solo ha conseguido dividirlos –gruñó, provocando que las serpientes sisearan más fuerte-. En cuanto a los magos… Captar al hijo del mago más importante del Ministerio reconozco que es un golpe maestro. Pero solo es un crío. Necesito magos y brujas más importantes y los quiero leales a mi causa.

Regulus tragó saliva.

- Los conseguiré –prometió, comenzando a preocuparse de qué ocurriría si no tenía éxito.

- Eso me prometiste –le respondió con una sonrisa peligrosa-. Sé que eres bueno con las palabras pero yo no soy paciente con aquellos que solo tenéis la lengua larga. No se te ocurra menospreciarme…

- Cla-claro que no, mi señor –se apresuró a aclarar, aún muy pendiente de las serpientes que continuaban enroscadas a sus pies-. Trato de…

- No me vale que lo intentes –le interrumpió con voz dura-. Quiero resultados. Ya.

Mentiría si dijera que no estaba asustado. Regulus le lanzó una mirada más dudosa de lo que querría y percibió que su escudo mental recibía un gran ataque. Así que Voldemort estaba furioso también por no poder entrar en su mente. Con todo su esfuerzo, reforzó la oclumancia y le aguantó la mirada tratando de olvidar a las serpientes.

Estaba seguro de que la mayoría de los mortífagos no podían mantener el escudo frente a él. Era muy poderoso. Y otros que sí podrían, como su prima, seguramente estarían deseando que él viera la devoción que le profesaban. Y luego estaba él… Quizá ese sería uno de los motivos por los cuales no había podido ascender más pese a su apellido, sus influencias y sus esfuerzos. Le tenía de chico de los recados entre híbridos.

Él podía hacer más, estaba seguro. Quizá había empezado a plantearse si la cuestión era que no quería hacerlo por su causa, pero no permitió que ese pensamiento germinara en su cabeza.

- Este fin de semana hay un acto, mi señor –le aseguró, tras unos minutos de silencio-. Un baile de la alta sociedad.

Voldemort bufó con una risita despectiva.

- Ya sé que os encanta pavonearos entre vuestras túnicas de gala y vuestros galeones.

- Es en honor a un importante aliado nuestro, señor –se apresuró a aclarar él-. Solo acudirán aquellas familias influyentes que comparten nuestra causa. El lugar perfecto para tratar de captar apoyos concretos más allá de palmaditas en la espalda.

Y esa vez no se la imaginó. Lord Voldemort había compuesto una sonrisa. Siseó algo más, en parsel y, a la vez, las serpientes se retiraron de alrededor de Regulus, provocándole otro escalofrío.

- No me falles –le ordenó entonces-. No suelo dar segundas oportunidades…

Y él sabía que no tendría más opciones. Parecía realmente sentenciado. Si quería sobrevivir, lo mejor era organizarlo todo al milímetro para garantizarse el éxito.


El ambiente en Cabeza de Puerco era igual que siempre: sucio, oscuro y maloliente. James y Sirius hacía muchísimo tiempo que no acudían al bar de Abertford. No es que fuese el lugar favorito de los magos y brujas, realmente.

Solían escaparse allí cuando eran menores de edad y acudían a Hogsmeade entre semana, porque Rosmerta era un poco tiquismiquis con eso de acoger a estudiantes fugados pero, desde su último año, la tabernera de Las Tres Escobas se había rendido con ellos. Al fin de cuentas ya eran adultos según las leyes mágicas.

- No venía aquí desde antes de terminar el colegio –comentó James mirando alrededor por encima de su jarra de whisky de fuego.

A esas horas de la tarde apenas había un par de personas más al fondo de la taberna, sentados en una apartada mesa y con los rostros cubiertos. Cerca de ellos, en la otra esquina de la barra, un duende borracho y con la ropa ajada hablaba solo mientras hipaba y continuaba bebiendo desde una especie de cenicero.

Tras la barra, Aberthford daba de comer distraídamente a la cabra que descansaba en un jergón bajo el lavamanos. El animal parecía ser lo más limpio que había en ese local. Mientras esperaba que su dueño terminara de colocarle la comida se rumiaba el lomo con el hocico y berreaba con satisfacción.

- Creo que desde sexto curso, cuando Rosmerta nos advirtió de que no quería menores de edad en su taberna en horario escolar –Sirius apoyó su cabeza en una mano con un gesto relajado y elegante que James no habría conseguido jamás.

- A Aberthbord eso no le importó mucho nunca–concedió James con una amplia sonrisa.

- No es como si a Aberthbord le importaran mucho las normas en general –bromeó Sirius soltando una carcajada perruna y acabándose su jarra de un trago; al mismo tiempo que ambos observaban a los dos encapuchados del fondo intercambiar sigilosamente unos misteriosos paquetes que solo podía ser contrabando. Ambos amigos se sonrieron con picardía.

- Sabíamos que hasta él tiene sus virtudes.

Ambos se rieron mientras Sirius captaba la atención de Aberthford y, con un rápido gesto con el dedo índice, le pedía otra copa. James aún no había terminado su ronda por lo que declinó el ofrecimiento de su mejor amigo.

- ¿Por qué has querido venir aquí, Canuto? –le preguntó cuando el tabernero se alejó-. ¿Estás nostálgico desde que casi pierdes la cabeza?

Era bueno saber que el susto se les había pasado lo suficiente como para ser capaces de bromear sobre ello. Sirius lo agradecía porque los primeros días había odiado la mirada de reojo que le dedicaba su mejor amigo, como si aún no se creyera que estuviera frente a él de una pieza.

James podía ser algo dramático pero Sirius sabía que solo se preocupaba por su seguridad. Además, lo bueno era que su amigo no se regodeaba nunca en esos sentimientos negativos sino que siempre acababa buscando lo bueno a todo.

- Es que echaba de menos este pestilente olor y las inquietantes compañías –bromeó, haciéndole reír y provocando que se atragantara con la bebida y tosiera varias veces hasta recuperar el aire.

Sirius le palmeó la espalda. Cuando su amigo volvió a recuperar su color, le miró con actitud indiferente y dio un pequeño sorbo a su bebida.

- He hablado con Lily –dejó caer, como que no quería la cosa.

La sonrisa de James desapareció al momento.

- Ya sabía que había un motivo para traerme aquí… –murmuró sonriendo entre dientes y bebiendo de su jarra mientras fijaba su atención a las botellas sucias y vacías que descansaban al fondo de la barra.

Sirius chasqueó la lengua ante su actitud.

- Venga hermano, ya han pasado varios días. ¿No vas a tratar de hablar con ella? Yo ya la he perdonado.

- Y luego vas de tipo duro -James soltó una risita sarcástica.

Sirius rodó lo ojos. Sabía que James no podía seguir enfadado por lo que le había ocurrido. Su vida era tan importante para su amigo como la suya propia pero si podía bromear con ello es porque ya había hecho las paces con lo ocurrido. El problema era su maldito orgullo. Eso y que James no perdonaba fácilmente que Lily hubiera perdido los papeles precisamente por Severus Snape.

Sirius sabía que los celos eran un componente más fuerte que el rencor en este caso y le parecía absurdo. ¿De verdad creía que Snape era competencia para él por el afecto de Lily? De una manera absurda, él creía que sí. James siempre había tenido unos celos incomprensibles por ese pelo grasiento.

- Además, es culpa de ella –insistió James pasados un par de minutos-. Es más terca que una mula.

- También tú tienes lo tuyo. Entiende que se le ha juntado todo y está jodida. Podías tener un poco de comprensión y sensibilidad.

Ésta vez James sí le miró, subiendo una ceja y sonriendo de medio lado.

- ¡Venga, Sirius! ¿Me vas a ir ahora de consejero sentimental?

- ¿Por qué no? –se ofendió él frunciendo el ceño-. Hasta le conseguí novia a Peter. Mi eficacia está probada.

James soltó una carcajada que llamó la atención a todo el bar. Eso era incontestable.

- ¿Cómo les va, por cierto? –preguntó, cambiando deliberadamente de tema-. Estos días no he visto mucho a Colagusano.

- April le tiene todos los fines de semana vendiendo bolsos y trapitos en Portobello –Sirius sonrió divertido al recordar el aspecto cómico de Peter cargando las cajas multicolores camino al mercado.

James se rió.

- ¡Qué pringado!

- Lo que tú digas, pero ha mojado el churro en menos tiempo que tú –le devolvió Sirius con una sonrisa algo pervertida que le hizo fruncir el ceño-. April es más abierta que Lily en ese aspecto.

- Bah…

Sirius aprovechó el enfurruñamiento de su mejor amigo para sacar una pequeña caja del bolsillo de su túnica y extraer un cigarro de ella.

- ¿Desde cuándo fumas tabaco muggle? –le preguntó James mirándole extrañado.

Sirius se encogió de hombros, ofreciéndole otro que tomó algo dudoso.

- La guerra puede matarme en cualquier momento. He decidido acelerar un poco el proceso.

Encendió el cigarro con la varita y James procedió a hacer lo mismo, aspirando por la boquilla. Un segundo después comenzó a toser.

- Esto está asqueroso –protestó con voz ahogada.

Él, más acostumbrado, soltó el humo por la nariz con una sonrisa.

- Hay que tener aguante, Jamie –se burló.

Pero James volvió a aspirar. Tras varios intentos pareció cogerle el truco pero no parecía disfrutar del sabor. Aunque Sirius reconocía que la sensación de tener ceniza en la boca no era la mejor, le gustaba la sensación de hormigueo en la lengua y cómo le relajaba la garganta.

- Ayer fui a buscarla San Mungo –reconoció James tras un rato de silencio en el que se dedicaron a fumar y beber.

- ¡Ja! –exclamó Sirius, señalándole con el cigarro sonriendo de oreja a oreja-. Y luego me acusas a mí de blando… ¿Hablaste con ella?

- No –negó con la cabeza, agitando su desordenado cabello-. No la encontré. Hablé con el italiano.

La mención de Marco Mancinni no ilusionó especialmente a Sirius.

- ¿Ah, sí? ¿Qué se cuenta el fetuchini?

Esperaba que su tono indiferente fuese creíble. Ese italiano no le caería bien nunca. Vale que les había hecho varios favores y que, gracias a él, se habían ahorrado explicaciones de más en San Mungo en más de una ocasión. Pero seguía sin hacerle gracia que se llevara tan bien con Grace. Había estado colado por ella cuando llegó a Hogwarts en su último año, antes de que ellos dos comenzaran a salir. Había llegado al colegio dispuesto a pasarse a cuantas chicas pudiera por la piedra, cosa que realmente no le reprochaba, pero había sentido una especial predilección por la suya. El hecho de que después se hubieran hecho buenos amigos no era algo que le ilusionara, aunque jamás lo reconocería en voz alta. Grace disfrutaría demasiado acusándole de estar celoso, cuando eso era absolutamente mentira.

- No cree que esté enfadada conmigo –le respondió James ajeno a su disertación interior-. Dice que no habla de mi con rencor.

Pues menuda respuesta. Eso también podría habérselo dicho él. Pero Sirius no quiso desanimar a su amigo y le palmeó la espalda.

- Si ha hablado de ti, aunque sea un poco, es buena señal.

- Supongo… -comentó James, mirando su copa distraído-. Aunque me ha confesado que la ve muy cansada y agobiada.

Sirius dejó de insultar a Marco mentalmente y se centró en la conversación. Todos estaban preocupados por Lily.

- Lo de su madre es muy reciente aún –explicó.

James asintió, chasqueando la lengua.

- El problema es que Lily es muy terca –se quejó, mesándose el cabello con frustración-. No quiere que nadie la ayude, es una orgullosa.

- No me hagas reír, Cornamenta. Ahí os dais la mano los dos –le recriminó él con una sonrisa.

- Y seguro que sigue muy obsesionada con esa puñetera investigación –añadió el joven de gafas, ignorando su comentario.

- ¿La de los documentos?

James bufó, quitándose las gafas y frotándose los ojos con cansancio.

- Sé que son las reglas de Dumbledore pero no puedo evitarlo –le dijo, como excusándose-. Quiero saber en qué andan metidos Gideon y ella. Desde que está investigando parece tan preocupada que no puedo evitar alarmarme…

- Ya. Entre eso y la maldita misión de Lunático, lo que quiera que sea… Por cierto, ¿sabes algo de él?

James apagó el cigarro pidiendo otra jarra mientras se encogía de hombros.

- Le pregunté a Fabian pero no me contó nada. En unos días es luna llena.

- Lo sé, me he acordado –Sirius suspiró-. ¿Sabes qué he pensado? Si no vuelve para entonces ni solicita ayuda para encerrarse… Eso solo nos lleva a una cosa.

- Yo también lo he pensado –concedió James-. No puedo decir que no se me haya pasado por la cabeza que, cuando Dumbledore nos reclutó, seguro que vio el pequeño problema peludo de Remus como una ventaja.

Ambos hicieron la misma mueca de frustración que, vista desde fuera, era casi cómica. No se parecían en nada físicamente. Ambos eran morenos pero Sirius tenía un pelo lustroso, cada vez más largo, era alto y de hombros anchos; mientras que James poseía ese nido de pájaros en la cabeza, era delgado, una cabeza más bajo que su amigo y su atractivo rostro estaba adornado con sus gafas rectangulares. Pero muchas veces hacían los gestos idénticos y a la vez, como si realmente fueran gemelos. Como si fueran los hermanos que sentían que eran en el fondo.

- ¡Chicos! –exclamó una conocida voz al fondo de la taberna, donde acababa de entrar tapando por completo los rayos del sol que comenzaba a descender-. ¡Menuda sorpresa!

- ¡Hagrid! –exclamaron los dos contentos de volver a ver al guardabosques de Hogwarts.

No sabían nada de él desde que habían acabado el colegio el año anterior. Seguía como siempre. Inmenso y bonachón. Se acercó a ellos, posando una gran bolsa repleta de hurones muertos en la barra, y tomó asiento en una silla al lado de James, que crujió peligrosamente bajo su peso.

- ¿Qué tal os va todo? –preguntó palmeando amistosamente al chico en la espalda y estampándole contra la barra, haciendo que se derramara la mayor parte de su bebida. Sirius, que tuvo la suerte de quedar a más distancia, le tendió la mano para evitar sufrir la misma suerte pero Hagrid casi le arranca el brazo agitándoselo con simpatía-. ¡Es increíble el tiempo que ha pasado! Parece que fue ayer cuando os castigaban ayudándome a recolectar estiércol de mooncalf.

- Sí, qué tiempos… -murmuró Sirius con ironía, volviendo a beber de su copa.

- McGonagall nos quería más –añadió James pasándose la varita por la túnica para secarse los restos de whisky de fuego y haciéndole otro gesto a Aberthford, indicándole que les sirviera a Hagrid y a él-. Eran mejores esos castigos que los de Slughorn limpiando los baños. Al menos teníamos buena compañía.

- El colegio ya no es lo mismo sin vosotros –les informó el guardabosques con algo de añoranza en la voz.

Sirius sonrió con picardía.

- Seguro que los Slytherins están más tranquilos.

- Lo cierto es que la situación es más tensa –les contó Hagrid, relamiéndose al ver cómo el tabernero llenaba de bebida un caldero que a él le cabía en la mano-. La guerra es más horrible ahora y todos los días hay que lamentar alguna desgracia…

- Vaya… -se lamentó James con una mueca.

Sirius se limitó a dar otro sorbo. Hagrid pasó de la mueca de tristeza a la sonrisa en un momento.

- De hecho, probablemente os vea más a partir de ahora –anunció orgulloso en voz alta-. Dumbledore me ha pedido que colabore más con la Orden.

James observó de reojo que los dos encapuchados del fondo se giraban al escuchar al guardabosques.

- Hagrid, baja la voz, por favor –le pidió, sabiendo que la lengua suelta de éste y su tono de voz no eran buenos para ningún secreto.

- Eres un coñazo, Cornamenta –le reprendió Sirius divertido-. ¿Dumbledore te ha pedido algo concreto, Hagrid?

- Bueno, se supone que no debemos hablar de ello –murmuró el guardabosques poniéndose colorado-. Me ha dicho que incluso entre nosotros es peligroso. Y no quisiera…

Sirius chasqueó la lengua.

- Con Dumbledore siempre son secretos…

- Él sabe por qué lo hace –le recordó James, lanzándole una mirada con la que le recordaba que no era conveniente meterse con el director delante de Hagrid.

- James tiene razón –asintió el guardabosques efusivamente, que ya daba cuenta del resto de la bebida que se había tomado en tres sorbos.

Sirius rodó los ojos, echándose hacia atrás el pelo con un movimiento de cabeza.

- Curioso que lo digas tú concretamente, cuernos.

- ¿Por qué lo decís? –preguntó el gigantesco hombre mirándoles con curiosidad.

Solo faltaba que Hagrid sospechara nada de la misión secreta que tenían Lily y Gideon.

- Por nada, Hagrid –se apresuró a decir James-. ¿Quieres tomar otra?


Cuando Dumbledore se puso en contacto con Marlene para que ella y Grace acudieran urgentemente a la sede de la Orden, la joven McKinnon se alarmó.

Desde hacía un par de días la guerra estaba bastante calmada, obviando las habituales noticias de muertes y desapariciones que les asolaban a diario. Era evidente que no se trataba de ningún ataque. Además, solo las había citado a ellas. Fabian, que desde hace días estaba casi más pendiente de los artefactos que le comunicaban con Remus que de ella, se había quedado en su piso cuando ella había sido contactada.

Se encontró con Grace a la puerta del apartamento, al que ambas habían llegado casi corriendo desde distintos puntos de Londres. Acalorada por la carrera, Marlene se recogió el pelo castaño en un moño bajo, su peinado informal habitual, que en esa ocasión fijó con su propia varita.

Una vez dentro, apreciaron que a esas horas solo Benjy Fenwick se encontraba allí, escribiendo furiosamente en un pergamino al fondo de la sala. No levantó la mirada ni hizo ademán de saludarlas cuando el director de Hogwarts, sin perder tiempo, las llevó a su despacho y cerró la puerta, poniendo hechizos silenciadores.

- Os agradezco a las dos que hayáis venido tan pronto –les dijo, rodeando la mesa y sentándose en su silla con agilidad-. Esto ha sido tan de improviso que no he tenido más tiempo para avisaros.

Marlene y Grace compartieron una extrañada mirada antes de que la madrina pusiera voz a sus temores.

- ¿Ha ocurrido algo, señor? Si es con los dispositivos…

- Tus dispositivos de alarma siguen siendo infalibles, Marlene. Cosa que te agradezco –se apresuró a aclarar Dumbledore, interrumpiéndola-. No, el tema que os trae aquí es la misión que Grace fue a hacer a París.

La política de pureza de sangre que se estaba extendiendo al país vecino. Grace se irguió en la silla. No había tenido novedades de sus investigaciones casi desde que había vuelto a Londres. Comenzaba a temer que sus pesquisas hubieran caído en saco roto.

- ¿Hay novedades, señor? –preguntó nerviosa.

Dumbledore asintió, subiéndose las gafas.

- Realmente sí, querida. Más de lo que os he contado, realmente. Pero todo a su debido tiempo –añadió, con su habitual tono misterioso-. Hoy acabo de descubrir que los nobles planean un baile en honor de Saloth. De máscaras. Este fin de semana estará de visita en Londres, recabando apoyos para su campaña electoral.

El líder extremista francés planeaba llevar a su Gobierno la política del mismo Voldemort si conseguía ganar las elecciones del próximo año. Aquello les preocupaba enormemente porque los vínculos de ambos personajes estaban estrechamente unidos, tanto a nivel político como económico. Si Saloth se hacía con el Gobierno francés, Voldemort tenía la victoria asegurada. Y si Voldemort ganaba la guerra, no cabía duda de que se aliaría con todos aquellos que le permitieran extender su reinado del terror.

- ¿Es que vamos a atacar, señor? –Marlene se mostró especialmente confusa.

El hecho de que Dumbledore se refiriera a una fiesta privada en la que rendirían honor a Saloth solo parecía indicar que quería proceder al ataque. Algo que, hasta el momento, jamás había hecho la Orden del Fénix. No era del estilo de ninguno de los que la componían.

- No, Marlene –le aclaró el anciano negando suavemente con la cabeza-. Ya sabéis que yo creé la Orden para defendernos, no para atacar a familias, por muy sospechosas que sean de estar vinculadas al lado oscuro. Solo os he reunido porque tenemos que encontrar el modo de introducirnos. En esa fiesta se podrá apreciar qué familias realmente le apoyan.

Marlene asintió, comprendiendo más la misión a la que se refería.

- Entonces con averiguar la lista de invitados valdrá, ¿no?

- No, Mar, no te creas –intervino Grace con una mueca-. El hecho de que asistan no significa que le apoyen, ni mucho menos que le proporcionen sustento económico. Son tan snobs y tienen tanto miedo que la mitad irá solo para que no les pongan en la lista negra.

Dumbledore asintió.

- Grace tiene razón. Por eso necesitamos estar dentro. La lista ya la tengo, no hay sorpresas.

Les extendió un escueto pergamino que Marlene tomó rápidamente. Ambas unieron sus cabezas y leyeron la pequeña lista de poco más de veinte apellidos que estaban invitados a esa exclusiva gala.

- Pues es verdad que no falta ninguno –murmuró Grace mordiéndose el labio.

Marlene rodó los ojos.

- Tanta realeza me va a dar subida de azúcar.

Grace sonrió irónicamente.

- No te dejes impresionar, la mitad solo van para aparecer en las páginas de sociedad de El Profeta y Corazón de Bruja.

- Eso lo dices porque tienes la sangre tan azul como ellos –bromeó su amiga, ganándose una sonrisa de la rubia.

- Pero yo soy una renagada…

- Bueno, como podéis imaginar tenemos poco tiempo para pensar en un plan –intervino Dumbledore poniéndose en pie y paseándose por el pequeño despacho-. Grace, tú estás más introducida en el mundo de la alta sociedad. ¿Alguno de esos apellidos te parece de fiar para ser nuestros ojos y oídos ahí dentro?

Ésta volvió a repasar la lista, negando con la cabeza.

- La verdad es que no confiaría mi vida a ninguno de ellos…

Marlene chasqueó la lengua pero Dumbledore siguió mirando a Grace que, a su vez, seguía mirando apellido por apellido. De repente la joven frunció el ceño y apretó la lengua a un costado de boca, con expresión pensativa.

- Pero… Hay algo que quizá pueda funcionar. ¿Ha dicho que es un baile de máscaras?

Dumbledore sonrió.

- Sé por dónde vas pero no es tan sencillo. Incluso, aunque estuviera dispuesto a arriesgarme a meter a dos o tres de vosotros, necesitaríamos que alguien nos introduzca.

- Sí, sé a qué se refiere –Grace comenzó a hablar más rápido, intercalando la mirada entre ambos-. Y creo que tengo la solución…


Media hora después, cuando las farolas de Londres comenzaban a encenderse debido a la poca claridad que quedaba en el cielo, ambas jóvenes caminaban apresuradamente por los adoquinados de una de las orillas del Támesis.

- ¡Estás loca! –le espetó Marlene, mirando a su protegida con expresión furiosa.

Grace rodó los ojos por enésima vez.

- Venga ya, Marlene. A mí es a la que menos gracia le hace pedirle un favor.

Y eso era verdad. Si tuviera que elegir a alguien a quien pedir algo, la persona a la que iban a ver sería la última en la lista. Pero era una cuestión importante y ella, ante todo, sabía donde estaban las prioridades. En la guerra no había opción de andarse con remilgos.

- A mí no me gusta nada de esto –aclaró de nuevo Marlene, como llevaba haciendo desde que ella expuso su idea-. Dumbledore la sacó del colegio de noche y sin previo aviso precisamente porque no podía fiarse ni de su familia. ¿Y ahora pretendes meterla en la boca del lobo?

- Yo no pretendo nada –suspiró la rubia-. Solo voy a proponérselo. Ella es libre de decirme que no.

- Sí, claro…

El bufido de Marlene despeinó su flequillo pero la joven no añadió nada más. Acababan de llegar al apartamento al que se había mudado recientemente. Ambas subieron rápidamente las escaleras de entrada, donde había sentado un grupo de adolescentes que les silbaron al pasar, gritándoles groserías que ninguna se prestó a escuchar.

Cuando llegaron al cuarto piso Marlene abrió la puerta y le cedió el paso, mirándole enfurruñada.

- Marlene, he hecho la compra –la voz de Emmeline se oyó desde el fondo del apartamento cuando la joven cerró de un portazo-. Creo que a este paso tendremos suficiente puré de calabaza como para… Ah. Hola.

Emmeline salió de la cocina y se detuvo de golpe al ver a Grace frente a ella.

- ¿Qué tal, Emmeline? –ella la saludó nerviosamente.

Ahora que la tenía delante le falló un poco la determinación. La última vez que se habían dirigido la palabra había sido tras pelearse hasta el punto de tirarse de los pelos. Tenía casi superado lo que había ocurrido entre ella y Sirius pero no podía evitar que algo se le revolviera en el estómago al mirarla, tan guapa, altanera e inaccesible. Bueno, quizá no lo tenía tan superado. Y puede que también sintiera bastante vergüenza al haberla acusado en falso frente a todos los demás de haberse estado beneficiándose a su novio los meses que ella había estado ausente.

Emmeline también parecía cohibida al tenerla frente a ella, aunque Grace esperaba que no temiera que le volviera a atacar. Las miró a ambas, parpadeando confusa, y dio un paso hacia atrás.

- No sabía que… bueno, no te esperaba. Me iré a mi cuarto.

- No, Emmy –la detuvo Marlene, interponiéndose entre ambas-. Grace viene a hablar contigo.

Emmeline abrió los ojos de par en par.

- ¡Ah, no! –exclamó, alzando ambas manos como protegiéndose-. No sé qué habrá pasado ahora entre vosotros pero…

- Esto no tiene nada que ver con Sirius, relájate –gruñó Grace, poniéndose un poco colorada.

Quizá se había ganado un poco la fama que había adquirido con ella, pero no iba a confesárselo.

- Ah.

Emmeline buscó en Marlene una explicación, quien suspiró, pasándose una mano por la cara.

- Siéntate, Emmy, por favor –le pidió, rindiéndose por fin a que debía colaborar con el tema. Dumbledore había dado su aprobación, a fin de cuentas-. Es un tema de la Orden.

La morena frunció el ceño mientras se encaminaba al sofá y tomaba asiento bien lejos de Grace. La rubia se dejó caer al otro extremo, dejando a Marlene tomar lugar entre ambas.

- ¿Ha ocurrido algo? –preguntó Emmeline apartándose la larga melena oscura de la cara con un delicado gesto-. No me ha llegado ningún aviso. Por favor, decidme que Moody no está enfadado…

Su irritación era genuina pero el comentario las hizo reír a ambas, destensando un poco el ambiente. Las dos sabían que la chica no había tenido suerte al caer en manos del gruñón y perfeccionista auror, que la agobiaba por completo hasta en el aspecto más nimio.

- Descuida –le corrigió Grace, que enseguida volvió a centrarse en el tema. No creía que Marlene le ayudara mucho a exponerlo si no estaba de acuerdo-. Esto es un tema… más personal. Realmente no, es de la Orden, pero…

- ¿Qué ocurre? –Emmeline frunció aún más el ceño, mirando de nuevo a Marlene, que suspiró pero dejó que Grace se explicara.

- Este fin de semana la alta sociedad celebra un baile de máscaras. Es en honor a un político francés que intenta instaurar allí la política de Voldemort. Tenemos que averiguar qué familias inglesas le sustentan económicamente porque serán los que pretendan que su triunfo se traduzca en un ascenso de Voldemort en Reino Unido.

- ¿Y queréis preguntarme si creo que mi familia está entre ellos? –Emmeline alzó las cejas-. No tengo dudas.

Marlene le sonrió amigablemente, sabiendo lo que significaba para ella el tema de su familia. Emmeline había acabado distanciándose tanto de las ideas de los suyos que las diferencias habían sido tan irreconciliables que aquello había puesto en peligro su vida. Sin la intervención de Dumbledore, probablemente las cosas habrían acabado muy mal para ella.

- No –negó con la cabeza, al tiempo que alargaba la mano para estrechar la suya-. Es un poco más complicado.

- Tus padres y tu hermana estarán allí –le informó Grace-. Están en la lista de invitados.

Emmeline bufó en voz baja, sin soltar la mano de Marlene.

- No es que me extrañe.

Grace inspiró hondo.

- La idea que yo he tenido es que, con pociones multijugos, algunos de nosotros podríamos colarnos.

- ¿Y quieres pedirme que yo también me cuele?

¿Había algo de miedo en su orgullosa mirada? No es que a Grace le extrañara. Si ella hubiera tenido esa relación con su familia y tuviera que enfrentarse a volver a verlos de incógnito también estaría crispada de los nervios.

- Falta un detalle –apuntó Marlene mirando a Grace de reojo para que completara la información.

- Alguien tiene que colarnos en la fiesta –sentenció ella-. Y he pensado que si te confundieran con tu hermana… Tú la conoces, sabes cómo actúa, cómo habla... Podrías incluso engañar a tus padres.

Emmeline la miró, congelada, como sin creerse que esa fuera su idea.

- ¿Pretendes que suplante a mi hermana con poción multijugos?

El silencio de ambas fue bastante esclarecedor. Emmeline negó con la cabeza.

- Mi hermana tiene 15 años, ¿crees que tiene poder para decidir quién entra y quién no en una fiesta tan exclusiva?

Ese era un buen punto, tenía que reconocerlo. Pero Grace ya había pensado en ello.

- No, pero una vez dentro a ti te sería más fácil lanzar un confundus a alguien que sí tenga ese poder.

La morena parpadeó, perdiendo la mirada en el infinito. Marlene fulminó de nuevo a Grace con la mirada, apretándole la mano y acercándose un poco más a ella.

- Emmy, soy consciente de que lo que te pedimos es una locura. Recuerda que no estás obligada…

La chica asintió, mirando fijamente las manos de Marlene y la suya entrelazadas. Grace contuvo la respiración y tuvo la sensación de que pasó una eternidad antes de que ésta suspirara, dispuesta a dar una respuesta.

- Supongo que no tengo opción –se rindió.

Grace sonrió imperceptiblemente pero Marlene negó con la cabeza.

- Puedes negarte.

- No, no puedo –murmuró funestamente alzando la mirada con pesar a sus almendrados ojos castaños.

Sabía cuánto le debía a Dumbledore. Y sabía que, pese a que su instinto de supervivencia estaba por encima de todo, para adelantarse a Voldemort y sus aliados todos tenían que tomar riesgos. No se había unido a la Orden del Fénix para esconderse.


Ya era de noche cerrada cuando Sirius y James se aparecieron por las inmediaciones de la mansión de los Potter. El joven Black ayudó a su amigo a superar los hechizos y barreras protectoras, solo al alcance de aquellos que portaban su sangre, porque, la verdad, James estaba bastante perjudicado. Por ser suave.

- Te lo juro, Canuto, no vuelvo a beber con Hagrid –prometió solemnemente, arrastrando las palabras, mientras cargaba prácticamente todo su peso en su mejor amigo, caminando hacia la iluminada mansión-. ¡Es imposible seguirle el ritmo!

Sirius se carcajeó, viendo cómo James precisaba todo su esfuerzo poner un pie delante del otro.

- Él bebe barriles como si fueran chupitos, Cornamenta. ¿Qué te esperabas? No será que no te avisé. Pero como tienes que ser el alma de todas las fiestas…

James se echó a reír, tropezando y casi besando el suelo si no hubiera sido por su amigo. Le dedicó una radiante y chispeante sonrisa justo antes de lanzarle un beso.

- Y tú que me quieres por eso.

Sirius no pudo evitar sonreír ante el gesto de su amigo. Afianzó su brazo alrededor de sus hombros y se aseguró de que quedaba bien sujeto.

- Oh, sí. No puedo vivir sin ti.

James no se dejó desmoralizar ante su tono irónico y se puso a cantar, de una forma muy desafinada, una canción sobre un troll borracho al que le gustaba levantar las faldas a las vampiras. Podía recordar perfectamente a su abuelo enseñándole la inapropiada letra cuando era apenas un niño, mientras su madre le regañaba por lo inapropiado del tema.

Su madre… Aún era pronto así que estaría despierta cuando llegaran, lo que complicaba su misión de entrar a hurtadillas a su cuarto sin tener que hablar con ella. Sus padres nunca le habían visto borracho. Que ellos supieran, claro.

- Tu madre se va a enfadar cuando vea que estás borracho –bromeó Sirius poniendo en voz alta su pensamiento.

- Tienes razón –murmuró, deteniéndose y volviendo a tambalearse mientras se giraba para mirarle-. Quizá ha sido mala idea venir a mi casa… ¿Y si vamos a la tuya?

Pero Sirius, que miraba por encima de su hombro, tragó saliva visiblemente y abrió los ojos con alarma.

- Tarde, colega; nos han pillado –le avisó con voz funesta-. Trata de que no se te note.

Eso igual requería demasiado esfuerzo… James se dio la vuelta con demasiado impulso y vio que su madre se acercaba corriendo hacia ellos desde la puerta de entrada, seguida por su padre y por… ¿Lily? ¿Qué hacía su novia allí?

- ¡Mamá! –exclamó James con demasiada alegría. Se regañó a sí mismo e intentó rebajar el entusiasmo.

- ¿Se puede saber…?

Dorea Potter les miraba atónita, preocupada, alarmada y… James creía que enfadada, pero tampoco era como si estuviera muy centrado como para analizar en condiciones su expresión.

- Creo que nos ha sentado mal la comida…

Y Sirius parecía un principiante con esas excusas. Y eso que era el que más sobrio estaba de los dos.

- Sirius, ahora no –le regañó su padre, que había llegado también hasta ellos y les miraba muy serio.

- ¿Cómo habéis podido ocultarnos algo así? –preguntó Dorea Potter, a la que se le cortó la voz en el último momento por un sollozo.

James no entendía nada. Compartió una rápida mirada con Lily, que le miraba con expresión culpable, mordiéndose el labio y mirándolos a él y a Sirius como pidiéndoles perdón.

- ¿A qué te refieres, mamá? –preguntó, un poco más sobrio por la seriedad del momento.

- ¿Por qué me he tenido que enterar por Lily de que casi matan a Sirius hace unos días?

Tanto Sirius como James fulminaron a la pelirroja con la mirada, que se había llevado una mano a la boca con expresión horrorizada. ¿Lily les había contado sobre el ataque a Sirius? Pero, ¿a quién se le ocurría? Sus padres no sabían nada de su colaboración con la Orden e incluso ambos evitaban mencionar cualquier consecuencia que hubiera dentro de su aprendizaje en la Academia de Aurores. Solo habían sabido lo de la herida de James en la pierna porque había sido imposible de ocultar. No era plan de preocuparles innecesariamente.

- Es que…

- Esto es lo que yo me temía –sollozó Dorea, que había apartado a un reticente Sirius para inspeccionarle con la mirada-. Por eso no quería que entrarais en la Academia de Aurores.

Charlus Potter les miraba duramente a ambos.

- Cálmate, Dorea. Mírales. Están bien. Borrachos como una cuba, pero bien.

Sirius intentó quitar las manos de la madre de James de él con un gesto amable.

- El señor Potter tiene razón, estoy perfectamente.

- ¿No me he comportado acaso como una madre contigo, Sirius? ¿No merezco saberlo si algo grave te ocurre? –le preguntó directamente a los ojos, desde sus delicadas gafas, atravesándolo con la mirada con la expresión más asustada y maternal que Sirius jamás había presenciado.

James vio a su amigo removerse incómodo, con expresión culpable, y también se sintió mal por la agitación de su madre, por lo que tuvo que intervenir, aún con la dureza en la voz que solo quería reservar para Lily por ser tan bocazas.

- Mamá, no queríamos preocuparos.

- James, haz el favor de guardar silencio –le espetó su padre-. Esto es lo que te llevo advirtiendo desde tanto tiempo. Acabarás matando a tu madre a disgustos.

- Por favor… Yo… -intervino Lily entonces, con un hilo de voz, aun mirándoles con culpa-. Me he equivocado. No debí decirlo de esa manera y…

- No, Lily. Tú has sido la más sensata de todos.

Pero las palabras de Dorea no hicieron nada por liberar la conciencia de la pelirroja que sabía mejor que nadie que había metido la pata.

- Sirius, ven un momento a que te revisemos –le pidió Charlus, agarrándole de un brazo.

- ¡Pero si estoy bien! –exclamó Sirius poniéndose colorado.

- No rechistes –le pidió Dorea tirando también de él-. Bastante que nos lo habéis querido ocultar.

- Pero… Arrrggg…

Sirius fulminó a Lily cuando pasó de largo al interior de la casa en compañía de los Potter. No había rastro de la simpatía y comprensión que le había dedicado el día anterior. Lily estaba muy cohibida y solo atinó a seguir a James cuando él entró en la mansión, tambaleándose .

- Qué metedura de pata… -murmuró agobiada, cuando los dos se quedaron solos en el salón de la casa.

James estaba mucho más sereno, algo mareado, cuando la enfrentó.

- ¿De qué vas, Lily? ¿A esto has venido? ¿A preocupar a mis padres y a crearnos un lío a Sirius y a mí?

- ¿Qué? ¡No! –Lily se apartó el pelo de la cara con lágrimas de frustración en los ojos-. Vine a hablar contigo. Llevamos días ignorándonos. Marco me dijo que habías ido a buscarme a San Mungo. Pero tú no estabas y empecé a hablar con tu madre… Pensé que sabía lo de Sirius.

- ¿Por qué coño iba a saberlo, Lily? –gruñó James dando un pisotón y acercándose a ella furioso.

- ¡Porque le quiere como a un hijo! –se defendió ella mirándole a los ojos-. Merecía saberlo.

James frunció el ceño y le miró acusatoriamente.

- ¿Les has hablado de la Orden?

- ¡Claro que no! –y ella pareció ofenderse ante esa duda. Aunque lo que había dicho sin pensar esa noche ponía en peligro ese secreto-. Sabes que no estoy a favor de que se lo ocultes pero yo jamás traicionaría tu confianza. Creí que ya sabían lo de Sirius. ¡Estuvo ingresado, por Merlín!

Su novio bufó, manteniendo la mirada impertérrita. Ninguna de sus intenciones de reconciliación seguía en ese momento en su cabeza. Estaba demasiado enfadado por su traición y, de nuevo, el motivo de la herida de Sirius le vino a la cabeza, cegándole.

- Sí. Y ya sabes precisamente por quién –le recordó, alzando las cejas.

Lily se vio como si acabara de recibir una bofetada.

- ¿Aún me consideras culpable? –le preguntó, atónita-. Creí que una vez que te calmaras…

- No te estoy echando la culpa a ti –le interrumpió, enfadadado porque no viera los motivos reales, o fingiera no verlos-. Se la echo a tu adorado Quejicus…

Lily se llevó una mano al pelo, echando hacia atrás su larga melena pelirroja. Cogió aire y lo soltó poco a poco por la nariz.

- James, Severus no es mi amigo desde hace más de tres años –le aclaró con voz conciliadora. A él no le gustó. Tenía la sensación de que le hablaba como si fuera un niño pequeño-. Me equivoqué. Me bloqueé cuando le encontré y no reaccioné como debía. No tienes idea de cuánto me he arrepentido estos días. ¿Crees que pondría la vida de Sirius por encima de la suya?

Al menos James no respondió afirmativamente a esa pregunta. No habría podido, su yo racional sabía que eso era imposible. Pero esa voz interior que, muy de vez en cuando, aparecía en su mente y le recordaba que su novia hasta hacía muy poco les consideraba arrogantes y inmerecedores de confianza, a veces tomaba el mando.

- ¿Sinceramente? –preguntó, queriendo mandar a la porra a esa maldita voz-. No lo sé, Lily. Sé que tú dices que está fuera de tu vida pero, ¿cómo sé que es verdad?

Los preciosísimos ojos verdes de Lily se aguaron ante su pregunta. Seguramente podría haberle pegado y se lo habría merecido. Pero también quería que le respondiera a la cuestión.

- Yo jamás te mentiría, James –le aseguró tajantemente, poniendo las manos en sus hombros.

James no quería que le tocara. En ese momento estaba demasiado molesto y, si ella le tocaba, podía olvidarlo todo con suma facilidad. Lily tenía ese poder sobre él. Se echó para atrás y se paseó alrededor del sofá, tirándose de los pelos.

- Puede que, en el colegio, yo fuese un poco gilipollas pero al menos ahora trato de hacer lo correcto –le recordó, escuchando a esa horrible voz interna decir que su novia había preferido la compañía de Snape durante mucho más tiempo que la suya-. En cambio, él está unido a una panda de psicópatas que te ven a ti misma como un ser inferior. ¿Y por alguien así es por quien traicionas a los tuyos? ¿A mí?

- ¡Claro que no, James, por favor! –exclamó Lily con el ceño fruncido, dando un paso hacia él, que retrocedió otro. Ella suspiró-. Sé razonable. Confía en mí.

- ¡Yo siempre confío en ti! –gritó James de repente, lleno de ira, adrenalina y desconfianza-. Y, joder, Lily, tú no paras de cagarla. Y todo por un idiota que parece que te importe más que yo.

- ¡Eso sí que es una tontería! –le gritó, ahora realmente furiosa.

Esa frase parecía haberla molestado especialmente. Y, de solo pensarlo, a él se le revolvió el estómago.

- ¿Lo es? –preguntó dolido.

Lily le miró altanera, con la barbilla alzada y porte de reina.

- Sabes que sí –aseguró tajantemente.

Pero la borracha mente de James seguía jugándole malas pasadas. Recordaba a Lily susurrándole entre risas algo a Snape en la biblioteca. A ese maldito pelo grasiento observándola con avidez en clase, apartando su cabello tras su oreja en el lago. Mirando de reojo el bajo de su falda cuando ella se sentaba en la orilla del lago.

El estómago le dio otra vuelta. Ella le había sonreído, le había hablado, confiado en él, reído con él e incluso le había tocado. A Snape. Mucho antes de que lo hiciera con él mismo. Hubo demasiado tiempo en que Severus Snape fue alguien vital para Lily. Por eso, sobre todo, James le odiaba tanto.

Él tenía calado a Snape. Sabía lo que pensaba en cada mirada, sonrisa y gesto. Podía interpretar cuándo quería cogerla de la mano, besarla o incluso introducir los dedos bajo su falda. A ese pelo grasiento se le notaba demasiado lo mucho que la deseaba. Y ella se había quedado en shock al verle hasta el punto de que habían estado a punto de matar a Sirius.

Una llamarada de celos le atravesó el pecho y le iluminó los ojos de rabia.

- Si no hubierais dejado de hablaros… ¿estarías ahora con él y no conmigo?

Lily boqueó sin comprender a qué venía esa pregunta tan absurda. ¿Cómo podía imaginarse…? Merlín, no. ¿Por qué tenía esos pensamientos sobre Severus y ella? En seis años de amistad no había podido pensar en él de otro modo que no fuera el fraternal.

- Ni siquiera voy a contestar a eso –respondió, quizá tardando demasiado y sin concretar, para los nervios de James-. Mañana, cuando estés más tranquilo, hablamos.

James bufó como un toro asustado y furioso.

- ¡Respóndeme, Lily! –le exigió.

Ella, muy digna, se apartó de él y le miró reprobatoriamente. No pensaba responder a algo tan maleducado e innecesario y James debería estar por encima de eso a estas alturas.

- Buenas noches, James –se despidió de él, rodeándole y dirigiéndose a la chimenea, donde cogió un puñado de polvos flu y se introdujo en ella.

- ¿No me lo vas a decir?

Su novio seguía fulminándole con la mirada antes de que gritara la dirección del piso que compartía con Grace y desapareciera en un haz de luces verdosos. James gruñó en voz alta y pateó uno de los sillones desplazándolo por la sala. Estaba celoso y furioso. Demasiado para pensar en frío que aquello no tenía ni pies ni cabeza.


Impotencia. Si había una palabra que podía describir lo que sentía Remus Lupin, esa era impotencia.

Faltaban apenas tres días para la luna llena y no había conseguido descubrir nada. En tres días se convertirían un mes más en licántropos y se cumplirían los funestos planes que Greyback y Keesha tenían sobre los niños.

Pero no había podido averiguar exactamente qué tipo de captura habían planeado, dónde sucedería y quiénes serían las víctimas. Nada que no fuera lo que había escuchado hacía varios días al grupo de aliados de la mujer lobo.

Y, para mayor problema, ni siquiera había podido contactar con la Orden para dar los datos tan simples que había averiguado. Uno de ellos, Dan, vigilaba intensamente sus pasos desde entonces. Había despertado sus sospechas el hecho de que estuviera tan interesado en los planes y Remus sabía que tenía que ser más precavido si quería mantenerse con vida.

Dan no era un hombre con el que podías llevarte mal. Malhumorado, pendenciero y agresivo, siempre buscaba pelea y trataba de amedrentar a los más jóvenes para dejar claro quién mandaba ahí. Remus habría disfrutado de haber podido sacar su varita y lanzarle una buena maldición pero agradecía no ser impulsivo y ser capaz de controlarse.

Lo cierto era que odiar a Dan y su grupo era lo más sencillo del mundo. Carecían de toda la escala de valores según la cual Remus se había regido tan estrictamente toda la vida y no valoraban en absoluto la vida humana. Por lo que le había dicho Herbert, casi la mitad de los que ya se encontraban en esa guarida habían sido mordidos por ellos. ¿Cómo podían seguirles después de haberles arruinado la vida? Fácil, porque les habían perdido tanto que tampoco tenían a nadie más a quien acudir.

Y lo mismo harían con esos niños de los que hablaban si él no podía impedirlo. Les infectarían, les convertirían y les criarían desde pequeños para convertirles en su ejército. Y ninguno podría negarse porque la otra opción era morirse de hambre y ser repudiados por la sociedad.

- Tú, ¿qué haces ahí apartado?

Dan volvió a aparecer de repente tras él, como llevaba haciendo todos esos días. Él se había retirado un poco, buscando no llamar la atención para escabullirse y ponerse en contacto con Fabian.

Se giró hacia él y fingió un tono neutral y despreocupado.

- Solo paseaba.

- Pues paséate donde haya más gente y pueda vigilarte. A ti te gusta demasiado ir por tu cuenta, ¿no?

Le miraba con una sonrisa dura y Remus bajó la cabeza, mostrando sumisión, y se encogió de hombros. Le obedeció al momento, dirigiéndose hacia donde estaba el resto de los licántropos. Dan le interceptó, empujándole contra la pared y apretándole la pechera de la ajada túnica.

- Te estoy vigilando, mocoso –escupió, acercando su deformada cara a la suya-. Quizá necesites que te enseñe que aquí nadie es libre de ir a lo suyo. ¿Entiendes?

Remus apretó los dientes y sintió que se le escapaba una mirada de odio. Pero es que le detestaba. Quería destrozarle aún más la cara, pero no podía sacar varita y Dan le destrozaría en una lucha cuerpo a cuerpo. Era dos cabezas más alto que él y el triple de ancho. Y no tenía miedo de hacer daño a los demás como si le ocurría a él.

Trató de bajar la mirada y mostrarse sumido, pero no debió engañarle porque le zarandeó con más fuerza.

- ¡Respóndeme, enclenque! ¿Necesitas que te enseñe quién manda aquí?

Remus agitó con la cabeza, mirando al suelo. Dan le soltó, haciéndolo trastabillar y obligándole a planchar la túnica con sus manos de lo arrugada que había quedado tras estar atrapada en sus puños.

Corrió para separarse de él, siguiendo sus órdenes, mientras en el interior de su bolsillo sintió un hormigueo que le producía uno de los dispositivos que le había dado Marlene. Era el único que había podido usar hasta el momento. No había tenido un momento de intimidad, por lo que no había podido mandar mensajes.

Pero al menos pudo transmitirle a su padrino que se encontraba bien. Vivo, al menos. Fabian le exigía respuesta cada hora y, hasta el momento, no le había fallado. Remus se metió distraídamente una mano en el bolsillo y acarició el dispositivo en el lugar adecuado para mandar la señal.

Sabía que no podía dejarlo pasar o Fabian mandaría sin dudar a toda la Orden a su rescate. Y él necesitaba urgentemente averiguar qué se traían entre manos. Y, por supuesto, dónde diablos estaba Greyback desde hacía tantos días. Si le sacaban de allí no habría nadie que echara abajo esos planes.


La estaba evitando. Eso ponía a Lily de terrible humor porque ella estaba haciendo verdaderos esfuerzos para luchar contra la necesidad que sentía de estar sola, para hacer las paces con James.

Y él, tras lo ocurrido la noche anterior con sus padres, había vuelto a la misma reacción que una semana atrás, cuando también se mostraba digno y ofendido con ella tras no querer llevarle a la boda de su hermana. Pero ya la situación había durado demasiados días y echaba de menos a su novio. Aunque fuese un inmaduro, cabezota y orgulloso.

Pero, cuando fue a su casa esa mañana, él ya se había marchado. Su madre, que aún seguía molesta pero no sabía estar enfadada con su hijo, le informó de que James había madrugado y se había marchado incluso antes de que ellos se levantaran.

Sirius tampoco le había visto ese día. No había ido a la Academia de Aurores, le había dicho. Y ella había perdido un buen rato hablando con su amigo que, pese a que era tan cabezota como James, había acabado entrando en razón. A fin de cuentas, por mucho que él quisiera a los Potter, ellos no eran sus padres y tampoco habían sido tan sobreprotectores con él. Sin embargo, no había sabido decirle dónde estaba James.

Finalmente, en la Orden le dieron la clave. Elphias le informó de que su novio se había marchado con Frank a una misión. Localizar al auror no había sido tan difícil y fue él quien le dijo que había mandado a James a patrullar un poco al callejón Diagon para asegurarse de que todo estaba en calma de cara al fin de semana.

Cuando ella llegó allí, a través del Caldero Chorreante, percibió de nuevo el ambiente que se había hecho dueño de ese maravilloso lugar durante los últimos años.

Jamás olvidaría el día que ella entró allí por primera vez para hacer sus primeras compras para Hogwarts. El ajetreo, la actividad, la luz y el movimiento de entonces no tenían nada que ver con lo que percibió al mirar alrededor.

No solo porque estaban teniendo el verano más frío y oscuro de los últimos años, sino porque no había ni la mitad de magos y brujas que paseaban por el lugar en sus buenos tiempos y la sensación general era de miedo, nerviosismo y desconfianza.

Lily miró alrededor, a los pocos que a esas alturas del verano entraban y salían de las tiendas y tomaban algo en las terrazas de las cafeterías. Florean Fortescue recogía vasos de la única mesa de la terraza que había estado ocupada hasta hacía unos instantes. El afable dueño de la heladería miraba alrededor con aire decepcionado.

- Buenas tardes, señor Fortescue –le saludó Lily amablemente.

El hombre la miró y sonrió al reconocerla.

- ¡Lily! ¡Cuánto tiempo! Llevaba varias semanas sin verte. ¿Quieres tomar algo?

- No, muchas gracias –le contestó, apenada-. Realmente vengo buscando a James, mi novio. ¿Le ha visto?

Florean miró alrededor, pensativo.

- Pues ahora que lo dices, juraría que hace un rato le vi caminando hacia Gringotts.

Lily sonrió. Por fin le había encontrado.

- Es una locura lo que está pasando, ¿no crees? –murmuró el hombre desviando la mirada hacia la copia de El Profeta que descansaba en otra mesa.

A Lily se le cambió la cara. Ni siquiera había tenido tiempo de ojear el periódico ese día, aunque podía imaginarse que era más de lo mismo: desapariciones, torturas, asesinatos…

- Es horrible –concedió en voz baja.

El señor Fortescue la miró de reojo.

- Espero que estés tomando precauciones, Lily. Van especialmente a por vosotros.

Y entonces le cedió el periódico donde, en portada, se podía ver la habitual fotografía de la marca tenebrosa en la noticia donde anunciaban el asesinato de 26 hijos de muggles y sus familias no mágicas. Lily bufó al leerlo.

- Sí, lo intento. Aunque nada es infalible hoy en día.

Florean torció el gesto y Lily dejó el periódico encima de la mesa.

- Será mejor que vaya a buscar a James –comentó, buscando cambiar de tema.

- Llévatelo –le pidió él-. Estoy harto de mirar esa cosa.

La pelirroja asintió, se metió el periódico bajo el brazo y se despidió de él con un gesto con la mano. Comenzó a caminar más deprisa, casi al punto de echar a correr, en la dirección que le había marcado. Un par de minutos después, cuando el edificio blanco del banco de los magos y las brujas se alzaba ya al fondo del callejón, Lily reconoció la figura alta, delgada y desgarbada de su novio, con el pelo imposiblemente despeinado y las gafas reflejando los pocos rayos de sol que atravesaban el cielo cubierto de nubes.

Y lo que vio no le gustó nada. Por primera vez en no sabía cuánto tiempo, Lily experimentó el fiero gusano de los celos aleteando en su interior.


Minutos antes, James paseaba aburrido por la zona sin percibir mucho movimiento ni intenciones de que fuese a ocurrir nada oscuro ese día. Afortunadamente. Apenas se veía a familias paseando tranquilamente por el callejón. Las personas que compraban o acudían al banco estaban solas o en parejas, y sus andares eran muy apresurados.

Él bufó, jugueteando con la varita que tenía guardada en el interior del bolsillo de la túnica, y pateó una piedrecita del camino. Entendía que Peter odiase esas guardias. Afortunadamente, a él casi nunca le encomendaban una misión así y lo agradecía porque aquello era aburridísimo a la par que inútil.

- ¿James? ¿James Potter?

Una dulce voz le sacó de su ensimismamiento y le hizo girar la cabeza hacia la chica que le hablaba. Rubia, de pelo largo, guapísima y con buen cuerpo. No tardó ni un segundo en reconocer a Jane Green, una excompañera del colegio, un año menor que él.

- ¡Jane! –exclamó, sonriendo ampliamente.

La chica había sido algo más que una chica especial para él durante su sexto año. Quizá se había aprovechado un poco bastante del enamoramiento que ella sentía por él, pero lo cierto era que había sido una especie de consuelo mientras superaba que Lily no le diera ni la hora.

Avanzó a zancadas hacia ella, que bajó las escaleras de Gringotts ágilmente mientras guardaba una cartera en un pequeño bolsito que le colgaba del hombro. Ella le sonreía afectuosamente también.

- ¡Qué gran sorpresa encontrarte! ¿Qué tal te va todo? –le preguntó.

Lo cierto era que agradecía que Jane no le tuviese rencor porque su relación no había sido muy buena durante los últimos meses que compartieron colegio. Él había roto su no-relación al final del curso anterior pero ella se empeñó en volver a hacerse camino en su vida, hasta el punto de hacerse pesada. Y no lo llevó nada bien cuando él comenzó a salir con Lily, lo que produjo que James se vengara de ella de formas algo vergonzosas.

- Pues entré en la Academia de Aurores –le informó, revolviéndose un poco el pelo-. ¿Y tú? ¿Qué tal te han ido los EXTASIS?

- De maravilla –le respondió, aunque no le pilló por sorpresa. Jane era muy guapa, popular y algo materialista pero era singularmente inteligente-. De hecho estoy comenzando unas prácticas en Gringotts. El profesor Slughorn me consiguió una entrevista.

James escondió una sonrisa irónica en su expresión amable. Maldito viejo verde… Siempre tenía predilección por las chicas guapas y listas, como Jane o Lily. No es que le extrañase su buen gusto, pero James siempre había creído que su antiguo profesor de pociones se hacía el bueno y aprovechaba un poco su posición para confraternizar con ellas.

- Me alegro por ti –le dijo, siendo lo más sincero que pudo.

Jane le miró descaradamente y se pasó la lengua por los labios, como dudando si decir lo que le pasaba por la mente. Finalmente le echó una mirada coqueta.

- ¿Y en lo personal? ¿Sigues con Lily? –preguntó en tono sugerente.

A James le flaqueó un poco la sonrisa al pensar en su novia, pero se quitó esas ideas por el momento de la cabeza.

- Sí, seguimos juntos –le informó, con menos alegría de la que habría demostrado cualquier otro día.

Jane lo debió percibir porque no tuvo problemas en acariciarle la mejilla. James se aclaró la garganta, apreciando que se había acercado un par de pasos a él. Entonces decidió devolver el tema.

- ¿Y qué tal te va a ti con el bueno de Josh? –preguntó, picarón.

Josh había sido cazador del equipo de quidditch de Gryffindor y había estado toda su vida colado por Jane. Por lo que James sabía, habían comenzado algo indeterminado cuando él acabó la escuela.

Jane se puso seria de golpe y bajó la mano.

- Eso se acabó –le dijo-. Estuvimos bien unos meses pero… Bueno, él ha cambiado a raíz de lo que le ocurrió a sus amigos. Y creo que no tengo suficiente paciencia. Supongo que nuestra relación no era tan sólida, a fin de cuentas.

- ¿Qué les pasó a sus amigos? –preguntó James centrándose en esa parte de la información.

Ella le miró sin dar crédito.

- ¿No te enteraste de lo de Sarah y Johnny? –le cuestionó, perpleja.

James abrió mucho los ojos. Sarah había sido guardiana del equipo y James le había cedido el testigo como próxima capitana, mientras que Johnny era su novio. ¿Qué podía haberles pasado?

- ¿Qué…? –dejó la pregunta a medias, frunciendo el ceño.

Jane se mordió el labio.

- ¿Te enteraste del ataque que sufrió en Navidades una gran familia de mestizos?

Él asintió con la cabeza. Una familia muy grande, de más de treinta miembros, que una tarde se había reunido en su casa y que fue brutalmente masacrada. El Ministerio y la propia Orden tardaron horas en enterarse de la noticia. No estaban fichados ni amenazados. Solo la marca tenebrosa en el cielo alertó a los vecinos de la barbarie que había ocurrido en esa casa.

Pensar en ello le revolvió el estómago y miró a su antigua amiga buscando una explicación.

- Era la familia de Johnny –le dijo con voz circunspecta-. Sarah le había acompañado para conocer a su familia. Ambos…

Merlín… Jane no acabó la frase y a él no le hizo falta. Sarah y Johnny… No podía ser. La chica le puso una mano en el hombro.

- Siento ser yo quien te dé la noticia –le murmuró, verdaderamente apenada.

James asintió lentamente, mirando el vacío.

- Tranquila… -murmuró, aclarándose la garganta porque sentía que algo se le había atorado-. Pobre Josh. Eran sus mejores amigos. No debió llevarlo bien.

- No –le reconoció ella-. Se volvió taciturno y agresivo. Te juro que intenté adaptarme pero… Simplemente yo no valgo para esto…

A pesar de que ella era bastante vanidosa y ególatra, algo en sus ojos le dijo a James que había tratado de acercarse a Josh y ser un apoyo para él. Sin embargo, él sabía que cuando la muerte te toca de cerca nunca vuelves a ser el mismo.

Cogió la mano de Jane de su hombro y la apretó con fuerza, transmitiéndole un mensaje tácito de comprensión y cariño. Ella se inclinó un poco hacia él, dejándose consolar, y suspiró. Menuda mierda de guerra. Estaba tan harto de que se llevara a las mejores personas y a lo mejor de la esencia de las que quedaban…

Estaba tan apenado, pensando en sus compañeros muertos cuando apenas hacía un año habían jugado junto a él despreocupadamente, que no vio nada a su alrededor. No percibió que su novia se había detenido a observarle apenas unos pasos más atrás. No vio que ella reconoció a Jane Green y frunció el ceño, sintiendo el frío de los celos dentro de ella. Tampoco vio que arrugaba, sin querer, el periódico que traía en las manos y lo tiraba con furia en la papelera mientras se daba la vuelta para marcharse de allí.

Lily no miró El Profeta según cayó en la basura, arrugado, manchado y amarillento. Estaba demasiado cegada. Si lo hubiera mirado un momento, habría reconocido a la anciana que agachaba la cabeza con desconfianza desde una pequeña fotografía de una página interior en la que se informaba de su desaparición. Si se hubiera percatado de ello, quizá habría averiguado el peligro en el que estaba.


¡Y hasta aquí! 47 páginas después… Es lo todo lo que puedo leer hasta ahora. Espero que os haya gustado y os hayáis quedado con la intriga. Las circunstancias han obligado a que James y Lily no se acaben de entender… Son dos cabezotas y la tensión que tienen encima tampoco ayuda.

¿Qué os ha parecido el final? Además de estar en la Orden del Fénix van encontrándose con que la muerte afecta a personas cercanas a ellos, a los que quieren y que pensaban que estarían a salvo. No temáis porque Jane Green vaya a volverse un personaje recurrente, no volverá a aparecer. James y Lily ya son indivisibles.

En cuanto a Regulus… En el próximo capítulo estará en la misma gala donde se tratará de colar la Orden con ayuda a Emmeline, que la pobre tiene un marrón que no es envidiable. ¿Creéis que se encontrarán? ¿Queréis hacer apuestas?

Grace y Sirius siguen con sus más y sus menos pero él parece hartarse de pedir permiso y ya está recuperando su picardía. Y a ella es que le cuesta resistirse a eso… Pero no olvidéis que están en una guerra con mil preocupaciones más importantes que sus sentimientos, por eso son más serios que en la escuela. Esos dos tendrán muchos avances y retrocesos en los siguientes capítulos…

Y Rachel se va a meter en la misión de Remus… Ella no quiere que él se arriesgue solo y se va a lanzar, aunque sin contestarle la pregunta a Benjy. Aunque el silencio a veces es la mejor respuesta. Y él no sabe nada, imaginad la sorpresa y la poca gracia que le hará…

De Gis sabremos pronto algo, también saldrá en el próximo capítulo, igual que en los demás. ¿Qué os parece? ¿Tenéis alguna opinión? ¡Decidme algo! Bueno, de igual modo gracias por seguir ahí.

Eva.