¡Hola a todxs! Siento mucho estos cinco meses desaparecida. Han sido muy intensos con el trabajo y luego he aprovechado el tiempo que he estado de vacaciones para terminar este capítulo, que ha sido el más largo hasta ahora de la historia. No podía dividirlo porque incluye dos misiones importantes, así que espero que os guste así, a pesar de ser largo.

Son casi 60 páginas de world, por lo que podéis imaginaros lo que me ha costado terminarlo. Sin embargo, como cada 1 de septiembre, quiero regresar al mundo mágico. En el capítulo hay mucho sobre la Orden, mucho de Regulus, bastante de Remus y los licántropos y poco de las parejas, aunque eso cambiará ya en los siguientes. Tendremos momentos de Grace&Sirius, James&Lily, Marlene&Fabian o Gis&Tony, por ejemplo, pero todo se centrará más en las misiones y en la guerra.

El título de la canción de hoy es una canción de Alejandro Sanz, un artista que no es de mis favoritos pero que tiene un disco, 'Más', que marcó un momento clave de mi vida. El título le pega porque casi todo lo importante de la trama sucede en la noche, bañado por una luz de luna llena que solo traerá más problemas a los miembros de la Orden que ya no sabrán cómo dividirse para conseguir ayudarlos a todos.

Espero que os guste… Sobra decir que nada del mundo de Harry Potter me pertenece y que yo solo juego con los personajes que me han acompañado desde la niñez para mi diversión y la vuestra.


Capítulo 17: Siempre es de noche

Los gritos de dolor atravesaban el vacío de la fresca y oscura noche de la campiña. Él se sentía poderoso portando el arma que provocaba la tensión, la agitación y los gemidos; torciendo la muñeca y consiguiendo amplificar la maldición mientras la chica, indefensa, se retorcía a sus pies.

Los gritos continuaron mientras la sangre de sus labios corría por su cara al mordérselos y su negro cabello estaba alborotado alrededor de su cabeza. De repente tuvo asco de sí mismo. Porque, por un momento, había disfrutado de ese poder que tenía para ejercer un daño tan profundo en otra persona; tener literalmente su vida en sus manos.

La varita se aflojó en su mano cuando los ojos azules le miraron desde el suelo, implorantes e irónicamente orgullosos al mismo tiempo. Se llevó la mano al pelo y tuvo la tentación de apartarse la máscara para demostrar que a él también se le habían saltado las lágrimas.

De repente, un sonido de pasos a su espalda le alarmó y se dio cuenta de que se había desconcentrado. Se había ablandado. Endureciendo el gesto, apuntó de nuevo con la varita, dispuesto a demostrar al recién llegado y a la propia chica que no era el débil por el que todos le tenían.

Pero antes de que pudiera volver a pronunciar la maldición, algo grande y fuerte le golpeó en el pecho, tirándolo al suelo. Parpadeó un par de veces, confuso por el golpe en la cabeza y un estremecedor gruñido le hizo temblar, muy consciente del peso que se cernía sobre su pecho mientras los enormes colmillos de ese ser, grande y oscuro, se posicionaban apenas a unos centímetros de su cara, listos para desgarrar…

Regulus se despertó de golpe, sentándose, tembloroso y sudoroso, en su cama. Aún podía oler el húmedo aliento del animal que le había atacado en sueños. Era tan real… Como casi todas las pesadillas que había tenido en el último año, cuando la muerte comenzó a ser parte de su vida de una forma directa.

Con el corazón latiéndole a mil por hora, se pasó una mano, apartándose el empapado cabello de la frente, y tomó aire varias veces, tratando de regular su respiración. Odiaba esos sueños…

- Qué desastre de vida.

- ¿Quién está ahí?

Regulus actuó instintivamente, poniéndose en pie y agarrando al vuelo la varita que descansaba en su mesilla. Estaba solo en su habitación, en mitad de la noche y envuelto en la oscuridad. ¿A quién pertenecía esa voz?

Algo le susurró en la nuca, un estremecimiento, mientras sus ojos vagaban por la oscuridad, buscando a su propietaria. No tardó en localizar la extraña silueta en la esquina de su cuarto, sentada de cualquier forma en la silla de su escritorio.

- Lumus –susurró, apuntando hacia la asaltante.

Al reconocerla, jadeó. Le fallaron las rodillas y cayó al suelo, ante la impasible y burlona mirada de la chica que continuaba sentada en su escritorio, con una pierna doblada contra el pecho y la otra balanceándose en la silla.

- ¿Sa…. Sadie? –preguntó estúpidamente.

Porque claro que era ella. No podía ser otra persona. Tenía sus ojos oscuros, su boca pequeña y fina, su pelo, negrísimo, despeinado y lacio… Pero al mismo tiempo no podía ser ella. Era imposible. Llevaba más de un año muerta.

¿Habían suplantado su identidad? ¿Alguien de su bando había averiguado su pequeña obsesión y le había tendido una trampa para hacerle flaquear? Pero, ¿quién podría saberlo? Entonces comprendió la otra posibilidad…

- ¿No te alegras de verme? –Sadie sonrió burlonamente, mirándole con una superioridad tan genuina que nadie podría fingir tan bien.

- Yo… ¿Estoy soñando? –preguntó él con la boca seca. Llevaba demasiado tiempo sin soñar con ella.

Sadie rodó los ojos.

- Eso, o vuelves a tener alucinaciones. ¿Qué más da? –respondió, encogiéndose de hombros.

También hacía mucho que no tenía alucinaciones con ella. Desde que abandonó el colegio. No se permitía a sí mismo inventarse conversaciones inexistentes con una chica muerta fuera de los muros en los que habían convivido. Era de locos. Pero, ¿por qué volvía entonces?

- ¿Qué…?

Tragó, tratando de recuperar algo de saliva. Sadie no pareció preocupada por él. Se levantó con parsimonia y miró alrededor, silbando apreciativamente.

- Merlín, tu casa parece el museo de los horrores –comentó con una mueca irónica-. Aunque con la pomposidad con la que escribía tu madre no sé de qué me extraño. ¿Así que sigues aquí encerrado, no?

Eso distrajo a Regulus, que frunció el ceño.

- No estoy encerrado.

- Pues yo creo que estás más encerrado que nunca –apuntó ella, señalándolo con el dedo y retándole a llevarle le contraria.

¿Cómo podía irritarle incluso después de muerta?

- Estoy tratando de hacer las cosas bien –se explicó, sintiéndose estúpido.- Mi padre murió. Mi madre solo me tiene a mí. Y trato de averiguar quien te…

- ¿Quién me mató? –le interrumpió Sadie, señalándose el pecho y soltando una carcajada irónica-. Como si eso fuera a devolverme la vida.

Regulus la miró perplejo.

- ¿No quieres que se haga justicia?

Ella le sonrió con condescendencia y pasó a su lado para sentarse en su cama. Él casi podía sentir el sutil aroma que despedía a su paso. Su subconsciente tenía una imaginación muy vívida.

Sentada en su colcha, Sadie negó con la cabeza, apoyándose hacia atrás, sobre sus codos.

- Tú no quieres justicia, Regulus. Quieres venganza. Y yo era vengativa pero, reconozcámoslo, nunca fui un ejemplo a seguir –añadió, consiguiendo, irónicamente, que se le escapara una sonrisa mientras se arrastraba hacia ella-. ¿No recuerdas cuánto hablamos sobre tu vida? ¿Por qué sigues dejando que la vivan por ti?

Sabía a lo que se refería, por lo que hizo una mueca.

- Estoy tratando de sobrevivir –murmuró, sin ganas, acercándose más lentamente, con miedo a que se desvaneciera.

Ella se inclinó hacia él, mirándole intensamente a través de esa penumbra que solo iluminaba la punta de su varita.

- Ya. ¿Y a costa de qué? ¿De no vivir? ¿De quitarle la vida a los demás?

Regulus frunció el ceño y abrió la boca. Pero, antes de que pudiera responder, Sadie se desvaneció. Parpadeó, confuso, y se encontró a sí mismo tumbado en su cama, con las sábanas revueltas a su alrededor.

Frustrado, estiró el brazo para tocar la colcha donde segundos antes ella había estado sentada. Estaba fría. Como se sentía él por dentro. Consiguió reprimir un sollozo, escondiendo la cara entre la almohada.

No supo cuánto tiempo estuvo en esa posición, pero pronto se la agarrotaron las manos. Suspiró y comprobó la hora. Faltaba tiempo para que amaneciera, pero tenía mucho por hacer. Debía volver a reunirse una vez más con Keesha de cara al trato y a la ofensiva que habían preparado, informar al Señor Oscuro y preparar una buena estrategia por hacer aliados en la fiesta que tendría lugar esa noche. Todo ello, al tiempo que debía seguir las órdenes de su madre, que llevaba días preparándolo todo para el baile.

No tenía tiempo que perder.


Gisele no podía ni imaginarse que en los meses que había estado fuera hubiera habido tanto descontrol en la oficina. Bowen le había pasado hacía unos días unos informes para ir evaluando las manadas de gigantes, pero al estudiarlos en profundidad vio que la situación no era en absoluto lo que él le había explicado brevemente.

- Esto es un caos, señor Bowen. No es solo que haya algún gigante aislado sino que los clanes están absolutamente descontrolados –le advirtió a primera hora de la mañana, extendiendo los pergaminos por la mesa de su jefe y señalándole las zonas según iba nombrándolas-. En el sur ha habido varias peleas por el liderazgo, como usted suponía, pero en el norte apenas quedan grupos unidos. Además, me he permitido revisar la documentación ya recopilada anteriormente y la información es incompleta. No sé quién ha hecho esta investigación pero es muy pobre.

Bowen frunció el ceño, pensativo, mientras se atusaba el bigote.

- Collins se encargó de ello antes de ser enviado a la colonia de Gales –le informó.

Collins… No sabía mucho de él. Era un veterano funcionario al que habían trasladado al departamento cuando se creó y que llevaba más tiempo que ella trabajando con criaturas mágicas. Pero Gisele no sabía qué pensar de un hombre tan cáustico y reservado.

- Ya… -murmuró, sin querer seguir criticando su trabajo abiertamente-. Solo digo, señor, que la situación con los gigantes es más dramática de lo que apuntaba la información de Collins. Es más –se inclinó hacia adelante, anhelante por lo que iba a proponer-. Déjeme viajar a mí sola a Escocia y le podré confirmar que los clanes han sido dispersados intencionalmente. Estoy segura de que están tentándolos o azuzándolos contra la población.

Bowen frunció el ceño, pasando sus ojos por los mapas que ella iba mostrándole. Se inclinó sobre su escritorio y extrajo del segundo cajón una serie de carpetas, que toqueteó rápidamente hasta que dio con una llena de recortes de periódicos.

- Eso explicaría los desastres que se han producido en las Highlands de las últimas semanas –reconoció, pasándole varios artículos recortados en los que se anunciaba la muerte indiscriminada de magos, brujas y muggles a manos de desastres que estos últimos habían tomado como naturales y que el Ministerio había considerado sospechosos pero no había sido capaz de resolver-. Muy bien, Bones. Partes hoy mismo. Te quiero de vuelta en tres días.

Gisele sonrió. Una misión. Por fin.

- Sí, señor –se levantó enérgicamente y ni se molestó en despedirse de su jefe. Él ya no le prestaba atención.

Desde que había vuelto a trabajar había estado deseando tener una excusa para alejarse unos días. Y le alegraba poder estar de nuevo en activo, trabajando en algo que no fuera elaborar u ojear informes. Necesitaba acción.

Recorrió con rápidas zancadas la oficina, casi pareciendo que volaba de la felicidad. Una vez más, su alegría levantó más comentarios de aquellos que no se cansaban de juzgarla. Si bien la expectación había descendido conforme había continuado su rutina, todavía había quienes estaban demasiado pendientes de cada uno de sus movimientos, sonrisas, comentarios o miradas. Estar lejos de ellos sería un consuelo.

En apenas un cuarto de hora había dejado todo listo para su viaje y se trasladó al piso que ahora compartía con Lily y Grace para hacer una pequeña maleta. Debía avisar a sus amigas de que se marchaba, al igual que debía decirle a Dumbledore que no podía contar con ella esos días. Y, por supuesto, tenía que informar a la madre de Anthony para que no se alarmaran al ver que estaría días sin ir a ver a David.

Miró la hora cuando cerró la maleta, en el silencioso apartamento –Grace estaba en la sede de la Orden, ultimando los detalles de la misión, y Lily hacía turno doble en San Mungo-. Era media mañana; a esas horas en casa solo estaría Regina con los niños. Edgar y Tony estarían trabajando. Mejor; menos incómodo.

Sin embargo, la suerte no estaba de su parte porque, cuando llamó a la puerta minutos después de desaparecerse, fue su marido quien la abrió.

- Hola –boqueó ella, tratando de ocultar su sorpresa.

Tony se había quedado paralizado.

- Hola. Qué sorpresa –murmuró, dando un respingo y apartándose para que entrara.

Ella lo hizo sin poder mirarle mucho a los ojos. Por un momento resistió el impulso de preguntarle por qué no estaba en el Ministerio, pero se dijo que no tenía derecho a conocer su horario y sus costumbres cuando ella le había dejado claro que no iba a volver a casa.

- Sí… Perdón por venir sin avisar –le dijo, buscando a Regina con la mirada, aunque su suegra no parecía estar cerca ni escuchaba a los niños de fondo.

- ¿Vienes a ver a David? –preguntó Tony directamente.

Estaba claro que tendría que tratar con él. Cuadró los hombros y le dedicó una sonrisa algo insegura.

- Sí… Y a hablar contigo.

- Ah –Anthony frunció el ceño, ante esa novedad.

La última vez que habían tenido una conversación había vuelto a romperle el corazón. Pero su rostro permaneció imperturbable mientras la guiaba hacia el salón, donde el pequeño David, que había pegado un estirón, estaba jugando con una caja de madera que, dependiendo qué parte tocabas, lanzaba al aire chispas de colores.

Su bebé la vio aparecer y se echó a reír, tratando de incorporarse para ir con su madre, aunque aún era demasiado pequeño para sostenerse sentado por sí mismo y rodó por la alfombra, haciendo una croqueta. Cuando vio que no podía, hizo un puchero y amagó con echarse a llorar mientras le alzaba los brazos, implorando que le cargara.

- Hola, mi amor –susurró ella, elevándolo y acercándolo a su pecho.

Le apretó lo más fuerte que podía, inspirando su olor y besándole la coronilla. Le echaba terriblemente de menos. Si le hubieran dicho hacía un par de años que sería una madre tan amorosa no lo habría creído posible. No de ella. ¡Si ni siquiera le gustaban los niños! Pero su bebé era algo especial para ella.

Se sentó en el sofá con él en brazos y durante los siguientes minutos se olvidó del resto del mundo que no fuese la carita mocosa y sonriente de su hijo. Casi olvidó la presencia de Tony, hasta que David giró la cabeza y le dedicó una desdentada sonrisa a su padre. Él estaba apoyado contra un sillón, a un par de metros a su derecha, mirándolos pensativo.

Gisele suspiró. No podía demorar aquello eternamente. Agarró a su hijo y le hizo cambiar de postura para sentarlo en su regazo.

- Tony, tengo que marcharme tres días –le anunció, sacándole de sus pensamientos.

Anthony frunció el ceño.

- ¿Te vas? ¿A dónde? ¿Es una misión? ¿Por qué Dumbledore no me ha comentado nada? –inquirió confundido.

Por un momento dudó. Su departamento no era secreto pero sí era importante guardar las misiones con la máxima discreción para evitar fugas innecesarias. Pero era Anthony, el padre de su hijo, un buen hombre y… bueno, aún seguían casados.

- Es por trabajo –aclaró-. Iré a investigar las migraciones extrañas que está habiendo en los clanes de gigantes de Escocia.

Sabía lo que iba a decir en cuanto pronunció la palabra "gigantes". Él abrió los ojos alarmado y avanzó hacia ella.

- ¿Qué? ¡Eso es muy peligroso!

- Me cuidaré –le aseguró, sin perder la compostura ni dar más explicaciones-. Estaré de vuelta en tres días. Solo… No quería que pensaras que dejaba de venir a ver a David por gusto.

Tony miró el suelo. Parecía enfadado.

- Ya, claro… Supongo que no tengo nada que decir. Tú eres libre y yo ya no pinto nada en tu vida –murmuró entre dientes.

Gis hizo una mueca.

- Eres el padre de mi hijo. Siempre lo serás.

- Echo de menos ser algo más.

Aquello le pilló desprevenida. ¿De verdad consideraba que era el momento adecuado para volver a tener esa conversación? Más bien parecía que Tony no había sabido controlar su impulso. Suspiró y dejó al bebé en el suelo, encima de la mantita de juegos, después de darle un último beso.

Estuvo a punto de dejarle con la palabra en la boca pero algo dentro de ella también quería dejarle claro que él no era el único que lo estaba pasando mal.

- Yo echo de menos muchas cosas… -comenzó a explicar. Porque había tantas cosas que añoraba, que dolían. Pero él la cortó sin dejarle continuar.

- ¿Dejarás de culparme alguna vez por lo que ocurrió?

Su voz era dura y frustrada cuando por fin la miró a los ojos. Gis sintió compasión por el sufrimiento que vio en ellos. Era el mismo que ella sentía.

- Jamás te he culpado, Tony –le aclaró. Aunque eso ya lo habían hablado anteriormente.

Pero esta vez Anthony negó con la cabeza enérgicamente y con dos zancadas se puso delante de ella.

- ¡Sí lo haces! –exclamó-. Desde que sucedió, no me miras igual.

- ¡Tú a mí tampoco! –le reprochó ella, cruzando los brazos sobre el pecho para sentirse más segura y protegida.

Tony bufó, exasperado, apartándose al verla ponerse a la defensiva.

- ¡Eso es porque ya no eres la misma! –protestó, aunque ella estaba muy de acuerdo.

- ¡Exacto! No soy la misma con la que te casaste. No soy esa persona divertida y relajada que se sentía increíblemente segura de sí misma. No me mataron pero se llevaron todo eso de mí. Lamento no ser ya la mujer de la que te enamoraste.

El silencio que llenó la habitación pesaba como si fuera sólido. Por fin lo había soltado. No era la misma de la que él se había enamorado, ni la que se había enamorado de él. No sabía si mejor o peor, pero era distinta. Más insegura, más miedosa, más vengativa y con más ganas de vivir intensamente. Y no sabía aún si esa nueva Gisele era capaz de querer a alguien como la antigua le había querido a él. Ahora podía entender tanto a Rachel…

Para Anthony debió ser también evidente porque no se atrevió a replicarle nada. Tras unos minutos de silencio, Gis suspiró.

- En fin, tengo que irme. En tres días volveré –repitió, agachándose de nuevo para besar a su hijo, que estaba distraído con los haces de luces-. Adiós, mi vida. Mamá te echará de menos.

Salió de la casa sin que su marido le dijese nada más. Solo le miró en silencio, lo que fue más angustiante para ella.

El resto de la mañana lo dedicó a avisar a Dumbledore y también consiguió contactar con Lily. Grace se encontraba aún muy ocupada ideando el plan para la fiesta de esa noche y la pelirroja había salido antes para unirse a la reunión. Ambas estaban demasiado distraídas y Lily apenas se despidió de ella.

A la que le costó algo más encontrar fue a Rachel, la cual no estaba en su piso. Fue incómodo considerar que estuviera en casa de Benjy, pero algo dentro de ella lo creía muy probable. Y podía decir que fue bochornoso para ambas comprobar que tenía razón. Ella no se sintió cómoda apareciéndose allí cuando era evidente que su mejor amiga no quería que se supiera dónde pasaba la mitad de las noches. Por eso se centró en su viaje y obvió el ruido que hacía Benjy desde la cocina.

- Yo no estaré cuando regreses –le anunció entonces Rachel cuando terminó de contárselo.

- ¿Qué quieres decir? –frunció el ceño.

Rachel se mordió el labio.

- No puedo contarte nada, pero es una misión para la Orden. Tardaré en volver –le dijo escuetamente, ante su atenta mirada. Rachel le cogió la mano-. Pero prométeme que te cuidarás. Y que tratarás de aclarar las cosas con Anthony.

Gis alzó las cejas y dirigió una mirada hacia la cocina.

- ¿En serio tú me dices a mí que debo aclarar las cosas? –le preguntó en voz baja.

Pensó que Rachel se enfadaría ante su indirecta, pero parecía que poco a poco su carácter iba siendo más controlado.

- Ya sabes –le dijo con una mueca incómoda y una sonrisa que no llegó a sus ojos-. Soy como un médico con malos hábitos. Haz lo que yo digo, no lo que yo hago… No me tomes nunca como ejemplo, Gis.

La latina le sonrió con ternura, apretándole la mano.

- ¿Sabes? Eres mejor de lo que te has convencido a ti misma que eres, Rach. Espero que algún día lo recuerdes –le susurró, estrechándola en sus brazos-. Ten mucho cuidado. Te quiero.

- Yo sí que te quiero –murmuró en su oído su mejor amiga, apretando su abrazo, preguntándose cuándo volverían a verse.

O si esta vez alguna de las dos tentaría demasiado a la suerte como para no volver a hacerlo. Eso le pasó brevemente por su mente antes de desecharlo por completo.


El día había llegado. Esa noche habría luna llena y Remus Lupin aún no había conseguido escabullirse para alertar a la Orden de los planes que tenían Greyback y Keesha. Pero, además de eso, ¿de qué iba a informar? Ni siquiera había logrado averiguar cuál era el lugar que pensaban atacar.

Estaba realmente desesperado. Dumbledore le había advertido de la frustración que podía conllevar. El viejo director de Hogwarts era más consciente que él de que no iba a poder resolver todos los casos, salvar a todo el mundo. Y él era realista pero saberse tan impotente le provocaba una rabia y una desazón tremendas. Tenía que averiguar algo, tenía que frenarles de algún modo.

Pero también tenía que cuidar su tapadera y Dan, el aliado de Keesha, le seguía vigilando y echando el ojo a cada movimiento suyo. Se había expuesto ante él y ahora tenía que mantener el perfil bajo. Por eso apenas había tratado el tema con el viejo Herbert y no había siquiera hablado de ello con más personas, aunque apreciaba que el sentimiento general era de confusión y expectación. No parecía haber grandes fuentes de información allí.

Aunque siempre había excepciones…

- Por fin ha llegado la gran noche –escuchó decir cerca de él esa mañana.

Miró al orador de reojo, tratando de parecer desentendido. Era un hombre mayor que él, de unos treinta años. Hablaba con una chica algo más joven, aunque también debía tener avanzada la veintena. Ella le miró con hastío mientras tiraba de un hilo de la manga de su ajada túnica.

- No sé qué tiene de emocionante… -murmuró, observando el hilo enrollarse en su dedo.

El hombre le dio una patada amistosa.

- Anímate, eres una aguafiestas.

- ¿Dónde le ves tú lo divertido? –se revolvió ella con el ceño fruncido y a la defensiva. Su actitud le recordó a Rachel de inmediato, aunque trató de desechar ese pensamiento al instante. No quería pensar en ella.

El licántropo se encogió de hombros, despreocupado.

- Divertido no sé, pero excitante sí. Está claro que están preparando algo grande.

Vaya… Confiaba en que esa pareja supiera más de los planes que había para esa noche, pero solo era un pirado de los que contaba las horas para convertirse en un monstruo. Había demasiados de esos allí.

- Yo solo puedo pensar que es una luna llena más –comentó la chica, ganándose una pequeña y amarga sonrisa de Remus, que no pudo evitar darle la razón mentalmente-. Dolor, desgarros y pérdida de control. Perdona si no salto de alegría.

Se aguantó la risa a duras penas, pero la miró durante un segundo con más detenimiento. Era bajita, algo gordita, de piel oscura y pelo corto. Las cicatrices y las profundas ojeras eran visibles desde el otro lado de la guarida, pero él solo se encontraba a un par de metros de ellos.

- ¿Y tú qué miras? –preguntó el chico, alto, espigado y profundamente pálido, con el pelo de un color indeterminado entre rubio y pelirrojo. La sorpresa le hizo dar un respingo. Le había pillado observándolos.

- Perdón –balbuceó, tras decidir que no era inteligente hacerse el despistado-. Me ensimismé al oíros hablar de la transformación de esta noche.

El hombre, molesto, se levantó dispuesto a enfrentarse a él. Remus frunció el ceño, sin querer tener que enfrentarse a esa situación. Las peleas eran demasiado habituales en ese lugar. Sin embargo, la chica fue más amigable y detuvo a su amigo mientras le dirigía una sonrisa.

- Hola, ¿tú eres uno de los nuevos, verdad? Perdónale, es un cascarrabias con los extraños. Él es Ealdian, yo me llamo Jenna.

- Soy Remus –se presentó él sonriendo inocentemente. La necesitaba de su parte si quería evitar pelearse con su amigo. Una aliada más nunca venía mal.

- Lo sabemos –murmuró Ealdian, soltándose violentamente del agarre de Jenna.

- Es de lo poco que se sabe de ti –añadió ella-. No pareces accesible.

Nunca lo había sido. No veía que una cueva llena de licántropos donde la mayoría parecía dispuesta a devorar a niños fuera el lugar adecuado para volverse más sociable. Pero tenía que seguir pensando en su coartada.

- Soy más bien tímido y observador –se excusó.

- Eso quiere decir que sabe más de nosotros que nosotros de él –murmuró Ealdian, bufando. Ya no parecía tan agresivo, pero sí hastiado.

- En absoluto –se apresuró a desmentir él. Aunque confiaba en que eso fuera verdad con el tiempo-. De hecho, me da la sensación de que voy perdido a todas partes. Todo este nerviosismo… Es como si todo el mundo supiera algo que yo no.

Jenna parecía haber superado cualquier reticencia, porque se levantó y caminó hasta él para sentarse a su lado. Ealdian la siguió con parsimonia aunque se quedó de pie frente a ellos.

- ¿A qué te refieres?

- Bueno, pues a esta noche…

- Nosotros solo sabemos que vamos de caza. Pero nada más –le cortó el hombre sentándose frente a él y mirándole desafiante a los ojos.

Remus paseó la mirada de su cara a la de la chica, tratando de aparentar inocencia.

- ¿Caza…?

- Odio esa expresión –le interrumpió Jenna, dejándose caer contra la roca que había a su espalda-. Nunca me ha gustado que se hable de cazar. No me hace sentir muy humana, la verdad.

- Eso es porque eres una acomplejada –le escupió Ealdian rodando los ojos.

Remus tuvo la sensación de que se habían olvidado de él. Jenna fulminó a su amigo con la mirada.

- Perdona por no disfrutar de este tipo de vida.

- Tampoco te pido que disfrutes –murmuró el mayor en voz baja.

- Perdonad, chicos –les interrumpió, tratando de reorientar la conversación-. ¿Suele ser normal esto? Ir de caza, digo.

- Bueno… -Jenna se llevó una mano a la barbilla, pensándolo-. Lo hemos hecho un par de veces en los últimos meses. Pero lo de hoy parece ser el gran plan. Nunca nos habíamos preparado tanto.

- He oído algo de unos niños…

- Sí, Greyback prefiere reclutarlos cuando aún son pequeños. Ya sabes, los adultos ya tenemos nuestras costumbres y no somos tan manejables.

- Pero, ¿dónde…?

- No entiendo por qué a algunos os cuesta tanto adaptaros a esta nueva vida –protestó Ealdian, justo cuando la conversación había llegado a donde Remus quería. Tuvo la tentación de pegarle un puñetazo cuando la atención de Jenna volvió a él, olvidándose de los planes de esa noche.

- Verás, es que algunos teníamos planes antes de que nos mordieran –le contestó con toda la carga irónica que pudo reunir-. Perdona si no nos hace gracia ver en qué nos han convertido.

Aquello pareció ofender a Ealdian, que se levantó de golpe, sacudiendo su roñosa y sucia túnica.

- Pues os recuerdo que, por muy superiores que os sintáis, somos la última mierda del escalón más bajo de nuestra sociedad –les espetó señalándoles a ambos con el dedo índice-. Unos híbridos que una vez al mes se transforman en una bestia salvaje. Asumidlo de una puta vez.

- Te pido perdón en su nombre –le dijo Jenna, observando a su amigo alejarse-. Nunca fue un ejemplo de nada. Ni siquiera antes de que lo mordieran.

- ¿Lo conocías entonces?

Sabía que se estaba desviando de la conversación pero creyó que era importante investigar un poco a esos dos. Eran los que más confianza parecían tener aparte de los grupitos que seguían a los líderes. La mayoría solía pasar las horas en soledad y socializando poco.

- No. A mí me mordieron mucho antes que a él. Pero conozco su historia. Le rompieron la varita muy joven por diferentes delitos. No tenía muchas expectativas en la vida y se había acostumbrado a vivir como un muggle indigente así que esto no le afecta especialmente. A mí me da igual los años que pasen que…

Reprimió un escalofrío y Remus se sintió identificado. Estaba claro que ella había sido mordida joven pero habría tenido otras opciones en la vida de no haber sido así. Exactamente como él.

- Te entiendo…

Jenna siguió mirando el horizonte pensativa, hasta que un ruido al otro lado de la cueva les sacó a ambos de su ensimismamiento. Se levantó, dando una palmada.

- En fin Remus, habrá que prepararse. Normalmente vamos al lugar elegido para la caza en una caminata. A ver qué nos tienen preparado hoy.

- ¿Y tú sabes dónde...? –preguntó él siguiéndola.

Jenna lanzó una carcajada.

- ¿Crees que se fían de nosotros lo suficiente para decirnos nada con antelación?

Lo suponía…


En el cuartel de la Orden del Fénix todas las mentes estaban puestas en los diferentes acontecimientos que sucederían esa noche, sabiendo que los esfuerzos deberían ser infinitos para conseguir abarcar todo lo que necesitaban.

Y es que no solo la llegada de la luna llena había puesto en alerta a los pocos que conocían la misión de Remus, sino que esa misma tarde se llevaría a cabo la fiesta en la que Saloth y sus fieles serían los invitados de honor. Desenmascarar a sus aliados, lo que llevaría directamente a los apoyos económicos de Voldemort, era la principal misión.

Y, para lograrlo, Marlene y Grace habían reunido a un amplio equipo que colaboraría en que nada saliese fuera de lo planeado. Dumbledore llegó apresuradamente entorno a mediodía, donde los demás ya estaban esperándole.

- Gracias a todos por vuestra disposición en tan poco tiempo –les dijo como saludo, mientras se acercaba para presidir la larga mesa en la que se habían reunido más de una decena de ellos-. Tenemos que coordinar un plan para introducirnos en la fiesta y averiguar lo que necesitamos saber. Es la mejor oportunidad que hemos tenido hasta ahora para descubrir los verdaderos apoyos de Voldemort. Grace y Marlene han estado trabajando en ello desde ayer para tenerlo todo bajo control. Chicas…

Con un gesto de su mano les cedió la palabra. Madrina y ahijada se miraron un segundo, tras el cual decidieron que Grace comenzara a hablar ya que había sido su idea principalmente y ella conocía mejor el ambiente de la embajada francesa que llegaría esa misma tarde.

- Bien, el centro del plan consiste en que Emmeline se cuele en el baile–resumió la rubia, inclinándose sobre la mesa y mirando a su compañera de organización, que estaba sentada delante de ella-. Para ello, previamente tenemos que dejar fuera de juego a su hermana, a la que suplantará.

- ¿Tu familia está invitada? –le preguntó Gideon a Emmeline en voz baja.

A su lado, ella le miró de reojo con sarcasmo.

- ¿Lo dudabas? –Y Gideon rodó los ojos al percatarse de que probablemente era una pregunta algo estúpida. Aunque lo cierto es que él no sabía mucho de la familia de Emmeline. Ni de su vida en general. Emmeline era una persona muy cerrada.

- De la chica se encargarán Gideon y Lily –prosiguió Marlene, señalando a ambos compañeros que, sentados juntos, asintieron a la vez, conformes-. Y usaremos la poción multijugos que Lily nos tiene siempre lista, tanto para Emmy como para los que nos colaremos tras ella. Recordad que la hermana de Emmeline es una cría de 15 años, por lo que no seáis brucos, por favor.

- Y tenedla siempre dormida –añadió Emmeline, inclinándose para mirarles a ambos-. Joselyn no es estúpida, nunca creería que nada de lo vivido es un sueño.

- Tranquila, Emmeline –le tranquilizó el joven Prewett-. Le implantaremos recuerdos falsos y tu hermana creerá que estuvo en la fiesta pero se achispó un poco con la bebida.

¿Bebida? Emmeline frunció el ceño e iba a sugerirles pensar en otro plan, porque Joselyn jamás tomaría alcohol ni haría nada que le pareciera impropio de una perfecta señorita. Pero Marlene la distrajo hablando de nuevo.

- Una vez dentro, ella analizará el ambiente y lanzará un confundus para que los demás tengamos acceso libre pese a no estar en la lista de invitados.

- Hemos creído que lo mejor es que nos introduzcamos los menos posibles, para no llamar la atención –añadió Grace, que estaba ordenando una serie de pergaminos en los que se veía imágenes y anotaciones-. Es una fiesta pequeña y exclusiva, por lo que muchos extraños podrían alarmarles. Solo podemos jugar con el factor de las máscaras en pocos casos y, en todo caso, es preferible que nos tomen por franceses seguidores de Saloth. Por eso creemos que es mejor que nos introduzcamos solo Marlene, Fabian y yo. Ellos dos irán juntos y yo entraré más tarde.

- A este punto he de añadir que las identidades de los tres son reales –interrumpió Dumbledore, señalando los pergaminos que estaban en la mano de Grace-. Se trata de personas que existen de verdad, a quienes los asistentes solo conocen de oídas pero cuya presencia no les resultará extraña. Por lo tanto, debéis aprenderos bien sus coartadas e historias en caso de que debáis relacionaros con algún conocido.

Alastor Moody les pasó también varios frascos etiquetados a Fabian, Marlene y Grace, que contenían varios pelos cada uno de ellos.

- Obviamente habría sido casi imposible conseguir en tan poco tiempo algo de los verdaderos magos y brujas reales para suplantarlos con la multijugos, así que nos hemos asegurado que sean personas cuyos nombres son conocidos pero no se suelen relacionar socialmente. Sin embargo, debéis andar con cuidado.

- ¿De quiénes son estos pelos? –preguntó Fabian mirando su frasco al trasluz, de color verde claro.

- De unos muggles. Hemos tratado de buscar el mayor parecido posible.

- ¿Y qué pasa si alguno de los asistentes sí conoce a alguno de ellos en persona? ¿O si los conocen en el futuro y descubren que sus apariencias no coinciden? –preguntó Frank desde el otro extremo de la mesa.

El primer caso es casi imposible –refutó Moody con su tono impaciente habitual-. Fabian y Marlene ocuparán el puesto de un matrimonio de excéntricos millonarios franceses que viven aislados en Gales y de los que solo se oye hablar cuando hacen donaciones extravagantes para conseguir volver más represiva alguna ley. No admiten visitas en su solitaria vida. Por otro lado, la bruja a la que suplantará Grace es la hermana apestada del Primer Ministro. Se fugó siendo casi adolescente y se marchó a vivir a Marruecos. No ha vuelto a pisar Francia desde entonces. Un escándalo en su sociedad. Su presencia es tan incómoda que sin duda llamará la atención, pero también por ello es probable que no muchos se atrevan a mencionar que se han relacionado con ella en público. El caso de los D'Estot puede que sí sea comentado, pero en todo caso cuando averigüen que han sido unos impostores ya habrá pasado tiempo suficiente como para que no importe.

- Conozco la historia de Madame Pasteur –comentó Grace mientras ojeaba uno de los pergaminos con una pequeña sonrisa-. Estará bien interpretar su papel. Gracias por todo el trabajo que han hecho en tan poco tiempo.

- La idea fue vuestra, querida –le concedió Dumbledore con una amable sonrisa-. Por favor, continuad con el plan.

Marlene se incorporó, dejando el pergamino de su personaje a un lado, donde Fabian lo tomó para leerlo.

- También hay que resaltar que una vez dentro es importante que no nos hablemos entre nosotros a no ser que sea imprescindible. Hay que pasar desapercibidos.

Todos asintieron, concentrados en el plan.

- Hay que fijar un dispositivo de seguridad importante por si algo sale mal y hay que ayudaros a escapar –insistió Frank, que veía que esa posibilidad cada vez era más grande.

Cuando compartió una mirada con su mujer supo que no era el único que lo había pensado.

- Para eso en la calle estaréis apostados los demás –le respondió Grace que, a su vez, le pasó una especie de mapa a Moody, que asintió mientras lo miraba por encima.

Moody sería quien gestionaría la seguridad desde fuera pero ella había conseguido un mapa aproximado de la mansión donde tendría lugar la fiesta. Incluso se había permitido dibujar un par de líneas y anotaciones como sugerencia. Algo atrevido, pero que el jefe de aurores pareció aprobar.

- La fiesta será en casa de los Nott –informó éste con voz autoritaria-. Es una mansión ubicada en la campiña. Por lo que veo no hay mucho lugar donde esconderse, así que tendremos que usar el terreno y los pocos árboles que hay plantados alrededor para ocultarnos.

Después señaló en primer lugar a su pareja de aurores de confianza.

- Frank y Alice seréis los más cercanos a las puertas, pendientes de cualquier movimiento extraño. A ambos lados de ellos, pendientes de sus órdenes, os quiero a Potter y a Black.

James y Sirius, que habían permanecido extrañamente callados, asintieron a la vez. El primero hacía tantos esfuerzos para no mirar a Lily, que estaba sentada delante de su amigo, que era evidente para todos que no quería hacer otra cosa. Por otro lado, la pelirroja ni siquiera parecía haberse percatado de que su novio estaba en la misma habitación. Sirius parecía encontrar la situación de esos dos un poco divertida.

- Meadowes y Pettigrew os apostaréis en los laterales –continuó Moody, señalando a Peter y su madrina en la Orden.

Peter tragó saliva ruidosamente y Dorcas se inclinó para comenzar a hablar en voz baja con Alice, ignorándole por completo.

- Señor, yo también puedo ayudar –intervino entonces Gideon que, como los demás, percibió que eran muy pocos para cubrir todos los flancos de la mansión-. Creo que con uno de nosotros que vigile a la niña bastará.

- ¿Y por qué no eres tú? –preguntó entonces James, sin poder evitarlo-. ¿Es que crees que Lily solo vale para vigilar o qué?

- Porque los aprendices sois vosotros, Potter –le ladró Moody sin querer aceptar ninguna insubordinación. James bajó la cabeza y sus orejas se pusieron rojas-. Muy bien, Prewett. Tú estás al este de la mansión. Pettigrew se quedará con Meadowes al otro lado. ¿Podrás vigilar a la niña sola, Evans?

Lily, que había tenido que ocultar una pequeña sonrisa que amenazaba con salir por sus labios, asintió.

- Soy perfectamente capaz de asegurarme de que la hermana de Emmeline no se despierte sin ayuda –declaró alzando un poco la barbilla.

Entonces, por primera vez desde que llegó a la reunión, lanzó una rápida mirada a James. No habían resuelto sus problemas e incluso seguía molesta por lo que había visto la tarde anterior en el Callejón Diagon. Una Jane Green demasiado cerca de su novio, enfadado, engreído y egocéntrico. Pero le había encantado que los instintos de James fueran el querer poner en valor su capacidad. Incluso molesto con ella confiaba en su talento.

- Bien, pues así quedan las cosas –finalizó Dumbledore, incorporándose y sacándole de sus pensamientos-. Os quiero dos horas antes en el Cuartel para repasar los planes.

Los murmullos crecieron entre los asistentes y pronto los diferentes grupos se reunieron para coordinarse y asegurarse de que no quedaba ningún hilo suelto del plan. Dumbledore aprovechó la concentración de todos para sacar a Fabian del círculo y llevarle a un rincón de la habitación.

- Quería darte las gracias por prestarte voluntario para la misión, Fabian –le dijo en voz baja, palmeándole el hombro.

Él le miró sorprendido.

- No podía quedarme al margen –declaró, cosa que el viejo ya sabía-. Tengo más en juego que nuestro principal objetivo.

No necesitaba nombrar a Marlene. Su relación no era un secreto para nadie de la Orden y claramente no era un tema que preocupara a Dumbledore. El anciano director era de la opinión de que lo mejor era dejarles relacionarse como les viniera en gana, siempre y cuando eso no repercutiera negativamente en el destino de la Orden o en la seguridad de los demás. Por ello sabía que no le había apartado solo para agradecerle su participación.

- Lo sé –sonrió el antiguo profesor con un guiño cómplice. Pero su cara mudó de expresión y el objetivo real se abrió paso en la conversación-. De todas formas, has hecho bien en pedirle a Benjy que te cubra él con Remus esta noche. Le vendrá bien practicar para cuando Rachel se infiltre. Entonces trabajaréis juntos, codo con codo.

Ahí estaba. Ya le extrañaba que no le hubiera sacado el tema de Remus. Era algo que les obsesionaba a ambos, aunque al menos habían averiguado que seguía bien aunque incomunicado.

- El pequeño Fenwick lo hará bien, señor. No dude de él –dijo, confiando ciegamente en su compañero.

- No lo hago –murmuró Dumbledore, volviendo a palmearle el hombro y acabando la conversación.

Sin embargo, Fabian tenía la sensación de que había algo que Dumbledore sabía y que a él se le escapaba sobre ese tema. Aunque no era imposible. Dumbledore siempre lo sabía todo.

- Dime que no soy el único que piensa que el plan está cogido por los pelos y tiene mil opciones de hacer aguas –escuchó entonces a Frank hablar.

El auror caminaba hacia la salida, con su mujer enganchada de su brazo. Alice suspiró.

- ¿Qué esperabas que hubieran conseguido en menos de 24 horas? Además, si algo falla para eso estamos nosotros.

Eso esperaba, se dijo Fabian mentalmente. Porque tampoco le hacía gracia meterse con Marlene, Grace y Emmeline en la boca del lobo con tantas opciones de que todo se derrumbara. Esperaba, al menos, que el riesgo mereciera la pena.


Esa mañana, Regulus se presentó ante Lord Voldemort con la certeza de que su presencia sería bien recibida en esta ocasión.

Sus planes para conseguir aliados entre las diferentes criaturas mágicas estaban funcionado muy bien. Especialmente con los licántropos. Aunque Greyback aún seguía reticente a negociar con él, seguramente porque quería llevarse todo el mérito, lo cierto es que Keesha le había aceptado muy bien como interlocutor.

Regulus odiaba a los licántropos. No, más bien le asqueaban. Eran seres inferiores, semi-humanos asquerosos y primitivos que solo se mantenían en el mundo por la sed de sangre. Pero sabía que los necesitaba para ganar puntos. Y los planes que había hecho con Keesha lo conseguirían.

Ella había aceptado finalmente su propuesta: su clan se uniría a las órdenes del Señor Oscuro a cambio de que les ayudaran a ampliar su número de integrantes. Y así lo había aceptado él también. Sus contactos en el Ministerio no serían tan buenos como los de Barty Crouch pero le habían servido para conseguir, sin sospechas, los trasladores suficientes para que Keesha movilizara a todos sus híbridos al lugar necesario para su siguiente plan.

Prefería no pensar demasiado en lo que harían allí, especialmente cuando ella había mencionado a niños. Se le revolvía el estómago de solo pensar en que les trataran como su cena o como sus próximos integrantes.

Había renunciado a mucha parte de su moralidad al entrar en el ejército oscuro, pero en todo lo referente a los niños y niñas seguía sintiendo un asco inmenso. No podía estar delante cuando los mataban o torturaban. No soportaba oír sus lloros, sus gemidos, cómo llamaban a sus padres, o ver sus lágrimas y sus caras de terror e incomprensión. Le superaba.

Por eso había actuado en automático para lograr esos trasladadores, porque pensar en lo que estaba colaborando podría destruirlo. Y tenía que pensar en el objetivo final sin considerar en los medios que debía utilizar para lograrlo. No podía permitir que una falsa imagen de Sadie lo estropeara todo ahora que estaba tan cerca.

Cuando entró a la guarida, como siempre, la oscuridad le inundó y el frío penetró en sus huesos a pesar de las altas temperaturas de agosto que había en el exterior.

Lord Voldemort estaba esperándolo con parsimonia en una gran sala subterránea, absorto en un fuego que permanecía activo cada día del año.

- Mi Señor –saludó Regulus aclarándose la garganta para hacerse notar. A pesar de que le había escuchado, el Señor Oscuro no levantó la mirada-. Os traigo buenas noticias –añadió él, tratando de controlar su voz.

El hombre, cuyo aspecto iba deteriorándose cada vez más a medida que pasaba el tiempo, le miró con aburrimiento.

- Ya pueden ser buenas, Black –le retó.

Regulus enlazó las manos a la espalda para que no viera que le temblaban e inspiró hondo.

- Los licántropos están dispuestos a juraros lealtad. Está cerrado –confirmó, con aplomo-. Tras la ofensiva de esta noche, su ejército crecerá y estarán a vuestro servicio.

- ¿En serio? –preguntó su amo con un estudiado desinterés y menos satisfecho de lo que Regulus habría previsto.

- Os lo garantizo. Con nuestra colaboración, esta noche conseguirán las víctimas que ansían y ya me han prometido su apoyo a nuestra causa.

Voldemort se incorporó y comenzó a andar en círculos alrededor de él. Odiaba cuando hacía eso, le hacía sentir una presa indefensa.

- ¿Y nuestra colaboración no me hará arriesgar demasiado, Regulus? –preguntó con voz fría.

La segunda parte del plan era la más arriesgada pero Regulus se sentía muy satisfecho de su organización y le alegraba haber tenido la colaboración necesaria.

- Le aseguro que los nuestros estarán a salvo –insistió-. La propia Bellatrix los comandará.

Eso pareció satisfacer más a Voldemort, que asintió.

- Bien, no está mal.

- Los gigantes del sur también se unirán pronto, mi Señor –se apresuró a añadir, aprovechando esa oleada de aprobación-. Ha habido varias luchas entre los líderes de los clanes y ha habido bajas, pero nuestros partidarios están ganando. Con su apoyo, estaremos más cerca de la victoria.

- Estaré más cerca de la victoria con más aliados como Crouch, Black, no jugando a ser el amo de criaturas inmundas –puntualizó Voldemort levantando frente a él un pálido y huesudo dedo. Después apoyó su delgada mano en su hombro, provocándole un escalofrío-. Hiciste una buena adquisición con ese muchacho, te lo reconozco.

Regulus asintió.

- Sabía que os sería útil.

Aunque el chico había subido peldaños demasiado pronto. Ser el confiable hijo del mandamás del Ministerio le daba demasiadas oportunidades y Crouch parecía no tener tiempo que perder en estrategias. Regulus comenzaba a temer que le ganara el terreno y le dejara como un cero a la izquierda frente a su Señor.

- Tiene muchas ganas de probarse a sí mismo y una gran disposición –continuó diciendo el Señor Oscuro con una aprobación manifiesta en su voz-. Ya me ha puesto en bandeja al subsecretario del Director del Departamento de Seguridad Mágica. Es lo que busco, Regulus. Acciones concretas e importantes, no tonterías sin importancia como las que sueles realizar tú.

Regulus frunció el ceño. ¿Tonterías sin importancia? ¿Cómo podía estar tan ciego como para no entender que la batalla no solo la ganaba el poder, sino también el apoyo de minorías que hasta ahora habían estado desatendidas? ¿Era tan ciego como los demás? No ser capaz de ver lo que lograría con esas ansias ciegas que invadían a esas apestosas criaturas…

Inspiró hondo y se armó de paciencia para tratar de explicarse.

- Mi Señor, trato…

- No me interesan tus excusas, Black –le interrumpió Voldemort con un gesto seco-. Puedes marcharte.

- Sí, mi señor –murmuró decepcionado, dándose la vuelta para abandonar la estancia.

- Espera –le detuvo su amo cuando solo había dado un par de pasos- Ahora que lo pienso, sí puedes serme útil.

Regulus se giró, extrañado y también algo irritado por todo el trabajo del que estaba orgulloso y que había sido menospreciado.

- Necesito un elfo doméstico, Black –le informó seriamente, sin apartar de nuevo la vista del fuego-. Una familia como la tuya debe tener algunos, ¿no es así?

- Sí, mi señor –respondió él sin comprender ese pedido.

- Traémelo. Mañana. Sin falta.

¿Cómo? ¿Para qué lo necesitaría? Regulus estaba confuso y se sentía reacio a prestarle a Kreacher, dada su opinión de las criaturas mágicas. No era un elfo cualquiera, era el que le había criado, algo parecido a un amigo. Pero sabía que no podía negarse a ese mandato, al igual que a ningún otro. Bajó los hombros y suspiró.

- Sí, mi señor.


La observaba enredar y desenredar sus cabellos entre sus dedos, contando sus puntas rizadas y castañas, estirándolas y soltándolas mientras caían como un muelle con sus intensos y desgreñados tirabuzones.

Era atractiva de un modo primitivo. Ella no era consciente de ello y probablemente no lo sería la mayoría de la gente, pero él sí. Para él ese pelo demasiado largo y despeinado tenía un punto salvaje que despertaba sus más bajos instintos. Su piel, que antaño debió ser pálida y suave, estaba llena de cicatrices y manchas, cosa que a él no le afectaba. Cada una de ellas contaba una historia, una batalla ganada. Y le hacían ver más frágil y peligrosa al mismo tiempo. Una combinación que no parecía casar con su antiguo yo pero que formaba una perfecta mezcla de su nueva forma de ser.

Benjy se dio cuenta de que se había ensimismado cuando escuchó el suspiro disimulado de Rachel, que volvía a revisar las puntas abiertas de su pelo.

- Rachel, te vas a arrancar el pelo –comentó con suavidad.

Ella se sobresaltó al escuchar su voz. No habían hablado apenas ese día, desde que Gisele se había marchado. Había sido una visita incómoda en la que ninguno tenía ganas de profundizar.

- Ah. No me había dado cuenta –murmuró con voz raspada.

No entendía por qué, pero su voz se volvía más ronca a medida que se acercaba la luna llena. Se preguntaba si los demás también se habrían percatado de esos detalles.

La vio levantarse del sofá y pasearse por el apartamento, con sus pantalones anchos y su camiseta de tirantes. Evitando su mirada, se detuvo frente a la ventana y alzó la vista al cielo del atardecer.

- Quedan más de dos horas para el cénit lunar –le informó él, aunque sabía que ella llevaba la cuenta mejor que nadie-. Si no te conociera, pensaría que estás ansiosa porque llegue esta noche.

Era broma, por supuesto. Sabía que no sonreiría pero al menos esperaba sacarla así de sus pensamientos.

- No tiene gracia –le contestó ella, mirándole finalmente con el ceño fruncido-. ¿De verdad crees que podrás con todo?

Bueno, ahí estaba uno de los motivos de su preocupación. Siempre costaba tanto que hablara…

- ¿No me crees capaz? –preguntó con calma.

La mirada de ella viajó a la mesita que había frente al sofá. Allí descansaban los dos dispositivos que le había dejado Fabian. Uno, el único que mantenía un brillo que parpadeaba cada poco, indicaba que Remus estaba bien, a salvo. El hechizo que llevaba incorporado le mandaba vibraciones a Remus, que bien activadas conectaban perfectamente con los latidos de su corazón, que ahora funcionaba regularmente. Aunque quizá algo acelerado. El otro, el que permitía que se comunicara con ellos, estaba quieto e inactivo. Y así llevaba estándolo más de una semana, por lo que le había dicho su compañero.

Los ojos de Rachel pasaron de los dispositivos a él, inseguros.

- No… No es eso –titubeó-. Solo digo que no entiendo por qué Fabian tiene que colaborar en la misión de la fiesta cuando son tantos. Dejarte a ti con todo… ¿Y estás seguro de que quieres que me quede en tu piso? Podría destrozar algo.

- No destrozarás nada –le aseguró, levantándose y acercándose a ella un poco-. He instalado las cadenas, insonorizaré la habitación y pasarás la noche igual que lo harías en tu apartamento. Y nadie se enterará de nada.

- Aun así –insistió ella, lamiéndose los labios y aproximándose al sofá-. ¿Seguro que Fabian no puede quedarse?

- Él prefiere ir con Marlene –le explicó de nuevo, aunque ya lo habían hablado algunas veces la noche anterior, cuando Dumbledore les contó el plan para disgusto de Rachel-. Le he prometido que estaré constantemente pendiente por si Remus manda alguna señal –ella volvió a mirar nerviosa los dispositivos mientras se sentaba en el sofá, con él al lado-. ¿No tienes ningún problema con eso, no?

Rachel se volvió hacia él, alertada. Sus redondos ojos castaños le miraron con cautela.

- ¿Yo? ¿Con qué?

- Con que sea yo el que vigile que Remus esté bien.

- ¿Y por qué crees que iba a tener nada en contra de eso? –preguntó con suspicacia, haciéndole sonreír levemente. Para él era un libro abierto.

- Porque pareces estar a la defensiva.

Efectivamente, ella volvió a evitar su mirada, resoplando. Pero no soltó prenda de lo que pasaba en ese momento por su cabeza, pese a que él intuía por dónde iban los tiros.

- Rach, siempre has podido hablar conmigo –le recordó.

Ella se lamió los labios, visiblemente nerviosa.

- No… Esto no… Es absurdo, una locura. Pero…

- ¿Te supone un conflicto que yo sea el que se encargue de la seguridad de tu ex novio? –le volvió a preguntar con paciencia.

- Estoy segura de que serás muy responsable –le aseguró, centrada en los dispositivos de nuevo.

Benjy enarcó las cejas.

- ¿Pero…?

Rachel resopló, dejándose caer en el respaldo del sofá, cerrando los ojos.

- Es una locura…

- ¿Tienes miedo de que tus sentimientos me impidan protegerle como es debido, en caso de que sea necesario? –adivinó Benjy, frunciendo un poco los labios.

Y ella volvió a mirarle, otra vez a la defensiva.

- ¿Qué sabes tú de mis sentimientos?

- Poco, ya que no me contestaste cuando te pregunté sobre ellos –le afeó, refiriéndose a ese suceso que había tenido lugar días atrás-. Pero tengo claro que aún sientes algo por él –el silencio de ella fue lo suficientemente elocuente para él, que rodó los ojos, inspirando hondo, reclamándose a sí mismo su eterna paciencia-. No sé si molestarme por tu desconfianza. Ante todo, yo soy fiel a la causa, Rachel. Y jamás permitiría que nadie dañara a Remus, por muy fuerte que sea lo que siento por ti.

Ella se sonrojó, culpable por sus pensamientos.

- Ya te dije que era una locura –confesó-. No desconfío de ti. Eres la persona con más integridad y menos egoísmo que conozco. Pero es irracional. Sois vosotros dos y el hecho de que, de repente, tenga que pensar en que interactuéis es… raro.

Eso sí que no lo había considerado, se reconoció a sí mismo cuando alargó la mano para apartar un rizo de su cara. Rachel le dejó tocarla pero notó que se inclinaba algo hacia atrás para que el contacto fuera mínimo, así que se apartó lentamente.

- Probablemente no tengamos que interactuar directamente –la tranquilizó-. Si todo va bien, solo estaré pendiente hasta que se transforme y mañana en cuanto amanezca para asegurarme de que todo ha ido bien. Él no tiene que saber que soy yo el que está al otro lado.

Rachel asintió, con la mirada perdida, pensativa. Después de un rato, habló como si le estuvieran arrancando las palabras.

- Pasara lo que pasara entre nosotros… No soportaría que le ocurriera algo –reconoció por fin, rompiendo su voz en un sollozo contenido.

Benjy sonrió con tristeza.

- Lo sé. No lo permitiré.

Cuando ella le volvió a mirar, sus ojos estaban brillantes por las lágrimas retenidas. Odiaba verla sufrir de esa manera cuando le daba por dar vuelta a las cosas. Pero era inevitable. Le aguantó la mirada hasta que ella reaccionó, sorprendiéndolo al sentarse a horcajadas sobre él y besarle con pasión.

Eso era nuevo. Nunca se dejaba tocar demasiado las horas previas a la luna llena. Y menos de esa forma. Lo que evidenciaba lo alterada que estaba esa noche.

- Tiene que ser imposible entenderme –dijo al cabo de un rato, repartiendo besos en su cuello-. Realmente ni yo lo hago. Perdóname.

Benjy la apartó con cuidado, dándose cuenta de que todos sus actos eran una súplica de perdón. Algo injusto porque ella no podía controlar sus sentimientos.

- Es difícil comprenderte, pero créeme que merece la pena intentarlo –le dijo, acariciándola la mejilla y asegurándose de que no volvía a besarle. No lo estaba haciendo por las razones adecuadas.

Rachel volvió a sentarse a su lado y su mano izquierda viajó de nuevo a su pelo para apartar un mechón castaño de su cara.

- Siento algo muy fuerte por ti, Benjy. Nunca te he mentido –le dejó claro-. Y me gustaría decirte que ya no siento nada por Remus, pero te estaría mintiendo. Y no quiero mentir ni hacer más daño a nadie más. Ojalá tuviera claros mis sentimientos pero no es así.

El dolor en su mirada era manifiesto. En ese momento Benjy comprendió por qué nunca quería hablar de sus sentimientos, porque éstos le sobrepasaban y le hacían sentir culpable.

Suspiró hondo. Con ella era con la única persona con la que se había permitido ser egoísta. Y comenzaba a arrepentirse de ello porque parecía que eso estaba destruyéndola.

- Rach, cuando decidí involucrarme contigo ya lo intuía –le confesó, ganándose una sorprendida mirada de ella-. Fui egoísta como para dejarme llevar contigo cuando tú estás tan perdida pero no voy a serlo para reprochártelo. Yo siempre estaré aquí. En calidad de lo que necesites.

Durante unos segundos el silencio invadió el apartamento mientras ella le estudiaba con la mirada y se mordía el labio.

- Hoy solo necesito que te asegures de que él está bien –le pidió con seriedad.

- Cuenta con ello –le sonrió, esperando calmar sus preocupaciones.


Emmeline había superado la primera prueba. Tras dejar fuera de juego a su hermana con la ayuda de Lily, se había hecho pasar por ella y parecía que sus padres no habían sospechado nada.

Se revolvió, dentro de la pomposa túnica de gala de color rosa de un estilo que tanto le gustaba a Joselyn y tan poco le pegaba a ella, y se recolocó la máscara que enmarcaba sus ojos. Controlar sus emociones delante de sus padres había sido algo que le había costado más de lo que había imaginado y se notaba tensa y temblorosa.

Era la primera vez que los veía en varios meses. Desde que se marchó de casa y fue acogida por Dumbledore. Desde que su padre se había desentendido por completo de su vida y de su seguridad. Desde que su madre le había abofeteado física y verbalmente al asegurarle que era su mayor decepción y que odiaba en lo que se había convertido, una amante defensora de los impuros que les había avergonzado delante de los suyos.

Agradecía no tener que enfrentarse además a Joselyn porque su desilusión con ella había sido mayor si cabe. Hasta hacía poco, ambas hermanas habían estado muy unidas. No tanto como cuando eran pequeñas porque Joselyn había perdido con los años la autonomía y el carácter que ella había conocido para convertirse en la perfecta señorita sin opinión ni personalidad. Pero habían seguido compartiendo una afinidad especial cuando Emmeline no dejaba ver muy claramente sus ideales. Joselyn no se metía en esos temas y se concentraba en otros más mundanos que habían permitido que salvaran su relación unos años más.

Sin embargo, el hecho de que durante los últimos meses Emmeline no hubiera podido callarse su opinión sobre las matanzas de muggles e hijos de muggles había roto las relaciones entre ellas. Joselyn la acusaba de echar por tierra su buen apellido y sus relaciones, que eran lo único que a ella le importaba en la vida. Jamás olvidaría la frialdad en su mirada el último día que se vieron.

- Joselyn, mi amor, ponte recta –le espetó su madre, sacándola de sus pensamientos-. No sé qué te pasa hoy, pareces nerviosa.

Acababan de soltar el traslador y Emmeline alzó la vista para encontrarse con la imponente mansión campestre de la familia Nott. El juego comenzaba.

- Perdona, madre –murmuró, tratando de adoptar el tono sumiso y suave de Joselyn que tanto había llegado a odiar.

- Y sonríe más, que parece que te hayas tragado una pluma –insistió su madre con su molesta voz de urraca. Emmeline ni siquiera había sido consciente hasta ahora de cuánto la detestaba-. De verdad, querida, a veces me recuerdas a…

Emmeline abrió los ojos, alarmada. ¿De verdad su madre iba a pronunciar su nombre? Le costaba creer que su hermana se pareciera a ella en nada con todo el trabajo de pulido que se había auto impuesto pero el hecho de que su madre le recordara le puso la piel de gallina.

Afortunadamente, la señora Vance titubeó antes de pronunciar el nombre de su rechazada hija mayor y su padre, regio, serio y con el entrecejo permanentemente fruncido, interrumpió la conversación.

- ¿Estáis listas? –preguntó, interponiéndose entre ambas, alisándose la túnica y alzando la barbilla-. Ante todo quiero que todo salga perfecto cuando nos presenten a Lord Saloth. Ya he conseguido que Nott nos introduzca. Sería interesante poder contar con un puesto en su gabinete.

- París… ¿No sería maravilloso, querido? –la sonrisa petulante de su madre mientras cogía del brazo a su marido hizo ver que había olvidado su anterior traspiés.

Pero Emmeline también, porque estaba demasiado sorprendida por lo que acababa de escuchar.

- Ignoraba que quisierais alejaros de esto ahora que se os pone interesante… -se le escapó sin darse cuenta. Ahora que están tomando el control los vuestros, añadió mentalmente.

Su padre la dirigió una mirada sorprendida y peligrosa.

- ¿Qué has dicho, Joselyn?

- Nada, padre –se apresuró a asegurar, reprochándose mentalmente el desliz. Tenía que controlar esa tendencia tan suya a replicar con ironía a sus padres. Era totalmente impropio de Joselyn.

- No refunfuñes –la regañó su madre, colocándose frente a ella y recolocando su pelo, más castaño y rizado que el suyo, sobre sus hombros-. Es tan poco elegante. De verdad que no sé qué te ocurre hoy.

- Seguramente sea la presión –opinó su padre mirando a su hija con frialdad mientras se doblaba con elegancia los puños de la túnica-. Debimos dejarla en casa, Harriet.

- No –se apresuró a interrumpir Emmeline, temiendo que reconsideraran su presencia, echando abajo todo el plan-. Estoy bien. Disculpadme.

Su madre chasqueó la lengua y su padre saludó con parsimonia a una familia que pasó por delante de ellos hacia la puerta principal.

- Muy bien, entremos –decidió finalmente el patriarca.

Emmeline inspiró hondo, siguiéndoles un par de pasos por detrás, tal y como indicaba el protocolo que le habían enseñado desde pequeña y que odiaba por dejar a las mujeres en una posición tan retrasada.

Mientras subían las inmensas escaleras de piedra que llevaban hasta la ornamentada puerta cubierta de oro, echó un vistazo a la mansión que se alzaba frente a ella.

Tal y como habían comprobado, era una regia edificación en medio de la campiña, con apenas unos pocos árboles frutales que la rodeaban y sin más protección que una muralla, en medio del páramo inglés que se extendía hasta donde le alcanzaba la vista. Lo que les protegía no era físico, sino una serie de hechizos protectores que habían conseguido sortear gracias al esfuerzo de Alice y Frank y la ayuda de Moody desde el Ministerio.

Los demás ya debían haber tomado posiciones en los francos y los lugares indicados pero, en su rápido escrutinio, no fue capaz de percibir nada fuera de lugar. Mejor. Si ella no podía, los demás tampoco.

Con un aire gótico, la mansión emulaba al arte francés que recordaba a los inmensos châteaus que se alzaban antaño en la orilla del Sena. La uniformidad de la fachada, de mármol blanco y adornada por exquisitas figuras talladas a mano, se rompía con la presencia de dos amplias terrazas a ambos lados de la parte superior. Sus conocimientos de arte le permitieron captar la inspiración italiana en la que se basaban, rodeadas de torreones, cúpulas, bóvedas, chimeneas, tejados de pizarra con mosaicos y pararrayos.

Era, sin duda, un lugar fascinante. En la parte superior de la escalera de piedra, Frederic Nott y su esposa, ambos mayores en edad que sus padres, recibían a los invitados. Ambos estaban pulcramente vestidos con sus túnicas y llevaban las máscaras en las manos, para mirar a los ojos a sus invitados. Emmeline recordaba haber coincidido con ellos en alguna fiesta y haber oído cuchichear a su madre que era una lástima que estuvieran envejeciendo sin lograr el ansiado heredero de un apellido que continuara la pura saga de los Sagrados Veintiocho.

- Buenas noche, señores Vance –les saludó el hombre estrechando la mano de su padre-. Bienvenidos a mi hogar. Señorita Vance, tan hermosa como siempre.

A Emmeline no le gustó el repaso que Nott y su esposa le dieron, analizando cada hilo de su túnica y cada mechón de su pelo como si necesitara de su aprobación explícita. Una vez más, tuvo que recordarse a sí misma que estaba dentro del cuerpo de su hermana.

- Nott, un placer volver a verle –se apresuró a declarar su madre con ansiedad, haciendo que ella tuviera que hacer verdaderos esfuerzos por no rodar los ojos.

- Gracias por contar con nosotros –añadió su padre besando la mano de la señora Nott-. Tengo muchas ganas de poder estrecharle la mano a Lord Saloth y hablarle de la influencia de su trabajo diplomático en nuestro país. Su aplicación en Francia nos será de mucha ayuda.

- Sin duda él estará encantado de escuchar su exposición, Vance. ¿Por qué no pasan? Debo seguir recibiendo invitados.

De un modo rápido y elegante Nott se los quitó de en medio aunque a ella no se le escapó la sonrisa de superioridad que les dirigió y que sus padres parecieron o decidieron ignorar. A fin de cuentas, no estaban a la misma altura social y había desprecios que debían tolerar con elegancia si querían seguir dentro de los círculos sociales.

Antes de entrar detrás de sus padres, Emmeline fingió colocarse bien un zapato para retrasarse y entornar los ojos hacia atrás. Como estaba previsto, Marlene y Fabian acababan de aparecer ya con sus disfraces colocados de la mano de un traslador. Si no hubiera visto antes las fotografías de sus tapaderas, jamás los habría reconocido en esos rostros envejecidos. Discretamente, con la varita escondida en la amplia manga de su túnica, Emmeline apuntó a Nott con ella.

- Confundus.

No se atrevió a mirar atrás por miedo de ser descubierta pero supo que el plan había funcionado cuando escuchó que el anfitrión se dirigía hacia sus amigos.

- Ustedes deben de ser los D'Estot. Es un placer conocerlos por fin…

Con una satisfecha sonrisa, sabiendo que no estaría sola, se apresuró a entrar detrás de sus padres para continuar con la coartada.


Desde la distancia, Grace observó cómo Fabian y Marlene eran recibidos y cómo Nott les daba la bienvenida, entrando así tras Emmeline y sus padres. Aliviada, vio cómo el plan sorprendentemente iba funcionando pese a que tenía tantas lagunas y era tan arriesgado. Ahora le tocaba a ella, pensó colocándose la túnica de color ocre y ajustándose el antifaz negro que le cubría media cara.

- Grace –una figura surgió a su lado, junto al manzano que estaba a su izquierda, como si se hubiera materializado de golpe.

- ¡Merlín, Sirius! –susurró llevándose la mano al corazón, que se había desbocado al reconocerlo-. ¡Me has asustado!

Él sonrió con picardía.

- Lo siento –aunque lo cierto era que no lo parecía. Mientras se aseguraba de que nadie le veía, Grace apreció que escondía una tela en su túnica que estaba casi segura de que se trataba de la capa de invisibilidad de James. Él le cogió la mano y le colocó una especie de gelatina de color transparente que le heló los dedos-. Vengo de parte de Alice. Quiere que utilices esto por si pasa algo en el interior. Es uno de los trucos de Marlene. Te lo colocas en la muñeca, se fusiona y…

- Conozco el funcionamiento –le interrumpió, al reconocer la mucosa-. Estaba con ella cuando lo inventó.

Sirius sonrió mientras ella se lo colocaba debajo de una pulsera de rubíes que se había colocado en la muñeca derecha.

- Muy bien, chica lista –la felicitó-. Pues ya estás informada.

Sin embargo, no se marchó ni regresó a su puesto sino que la miró lentamente de arriba abajo, con esa mirada suya que siempre le había puesto tan nerviosa.

- ¿Qué? –le preguntó con suspicacia.

Sirius regresó la mirada a sus ojos con una sonrisa insolente.

- Nada. Solo apreciaba a la muggle a la que estás suplantando. Tiene buena… figura.

Grace arrugó la nariz. Nunca cambiaría…

- Podría ser tu madre.

- Mi madre nunca tuvo esas tetas –le soltó a bocajarro.

- ¡Sirius! –le recriminó ella, molesta por esa grosería.

Él se echó a reír y, un segundo después, desapareció tras el árbol. Grace vio que un matrimonio le adelantaba y se quedaba mirándola con curiosidad al verla detenida y allí sola. Ella les sonrió con soberbia y misterio, una mezcla que dominaba y que ayudaba a tener controlada a la alta sociedad cuando creían dar con alguien inferior.

Un momento después, Sirius volvió a aparecer aun riéndose, para su molestia. Con la mano bajo la manga, Grace agitó la varita y le mandó un calambre directo al culo.

- ¡Era broma! –se apresuró a asegurar él, dando un saltito-. Solo bromeaba… Ya me marcho. Y, rubia…

- ¿Qué? –preguntó con cansancio.

Sirius le dedicó su sonrisa más deslumbrante.

- Feliz cumpleaños.

Y ella se quedó boquiabierta, entre sorprendida y maravillada. Se había acordado… No creyó que lo haría.

- Creí que no te acordabas –confesó sin poder evitar una sonrisa complacida. Lo cierto era que solo lo había hecho Lily ese año, además de la carta de su madre que había recibido esa mañana. Grace no se lo reprochaba a nadie. En plena guerra apenas había tiempo que perder en esas nimiedades.

- Jamás olvidaría tu cumpleaños –le aseguró él, acercándose y, de nuevo, invadiendo su espacio físico provocando que un escalofrío le bajara por la columna vertebral-. Si tienes intriga, tengo un regalo especial y privado para ti.

El brillo de su sonrisa y el ardor en su mirada era toda una promesa silenciosa. La estaba tentando y parecía pasárselo bien. ¿Allí en medio? Sirius no tenía remedio. Luchando con las ganas de lamerse los labios que notaba resecos, Grace le dio un manotazo y le echó de nuevo contra el árbol.

- Lárgate a tu puesto, anda…

La risa de Sirius se perdió en la oscuridad cuando él desapareció, justo a tiempo de que los siguientes invitados no le vieran. Ella llegaba a odiar cómo conseguía siempre escabullirse y elegir los momentos adecuados para no ser nunca descubierto. Pero, decidiendo quitarse a su ex novio de la cabeza, se irguió, se colocó la túnica –más escotada de lo que le gustaba pero que venía bien con la personalidad de la mujer que representaba ser- y comenzó a andar a paso seguro, esperando que Fabian y Marlene no fallaran para permitirle el acceso a esa fiesta privada.


Emmeline no respiró tranquila hasta que vio que Grace –transformada en Madame Pasteur- entraba tranquilamente por la puerta. Ya estaban todos dentro. Ahora lo difícil sería lograr lo que querían y salir sanos y salvos.

Mientras seguía siendo la sombra obediente y silenciosa de sus padres no quitó ojo a sus compañeros, que se repartían por la sala mientras conversaban con diferentes invitados y se mezclaban entre ellos.

Marlene y Fabian, con un aspecto tan envejecido que hasta le costaba creer que fueran tan ágiles como ella sabía que eran, mantenían un papel distante y poco hablador pero no perdían detalle de cada conversación que había a su alrededor.

Ella apreció que Marlene tocaba constantemente el anillo que llevaba colocado en su dedo, y que estaba segura de que era parte de alguno de sus inventos. En una vida más justa, en un mundo sin guerra, su amiga habría sido una magnífica y reconocida inventora, no tenía dudas.

A su lado, sin apartarse de ella, Fabian tomó una copa de una bandeja que volaba a su lado y asentía a algo que estaban relatándole con pasión tres magos de mediana edad, aunque sus ojos vagaban por toda la estancia discretamente, pendiente de cada salida y entrada. Conociéndole, seguro que estaba memorizando cada rostro de los allí presentes.

Pero con quien Emmeline estaba secretamente fascinada era con Grace. Era cierto que ambas se habían criado en un ambiente parecido, aunque su familia era bastante menos importante que la de Grace y había ciertos círculos a los que no habían podido acceder. Pero ella jamás había tenido ningún tipo de habilidad social. Su compañera, si embargo, se desenvolvía a la perfección entre la alta sociedad, con la amabilidad adecuada con las mujeres y el coqueteo necesario con los hombres, y manteniendo en todo momento la distancia requerida. Odiaba admitirlo, después de la relación tan tirante que habían mantenido durante meses, pero Grace era toda una experta en ese mundo. Sin ella, estaba segura de que esa misión zozobraría a la primera de cambio.

Sin querer distraerse, pronto regresó la atención a sus padres. Su padre por fin había conseguido que le presentaran a Saloth, al cual tenía delante ahora mismo. Después de haber visto a Voldemort en persona era muy difícil impresionarla, pero reconocía que ese hombre ponía la piel de gallina, aunque por motivos muy diferentes.

Pálido hasta la muerte, con el pelo oscuro, la frente ancha y la nariz delgada, parecía un hombre que no suscitaba una gran amenaza. Incluso en su cara parecía haber un rictus amable que invitaba a confiar en él.

Emmeline no se había imaginado que alguien así fuera el precursor de las ideas de Voldemort en Francia, ya que no tenía aspecto de radical ni de asesino. Él era un político. Su cara fingía bondad mientras que sus ideales eran mortíferos. Se lo recordó, apretando los labios, cuando el hombre desvió un momento la mirada de su padre para dedicarle un simpático guiño, antes de volver a centrarse en lo que estaban hablando.

- Algo que me agrada de su proyecto es que ha sabido imponerse sin necesidad de demasiada violencia –le alagaba su padre con una mano extendida, como si quisiera tocarle y no se atreviera.

Saloth también debió tener esa impresión, porque se irguió, apartándose discretamente.

- Siempre hacen falta sacrificios, señor Vance –replicó-. Pero sin duda a la población se llega mejor cuando primero le convences y luego le demuestras que esos sacrificios son necesarios.

Dirás que primero les envenenas, les fabricas un enemigo y les convences de que aplicar la violencia contra él es justo y además necesario. Para cuando la violencia se extiende, la población está paralizada y engañada. La respuesta que estaba deseando darle se quedó guardada en su boca cerrada mientras bebía un sorbo de su vaso y trataba de serenarse. Le odiaba. Casi le consideraba peor que Voldemort, ya que éste, al imponerse por la violencia, estaba logrando muchos detractores. Sin embargo, Saloth esparcía la misma política de mierda pero lo hacía de un modo en que parecía que sus palabras eran coherentes y de propio sentido común. Así calaba más en la gente.

Y su padre lo había averiguado. Lo entendió cuando le escuchó seguir hablando.

- Yo lo único que puedo lamentar de la campaña del Señor Tenebroso es que no se haya dedicado más tiempo al convencimiento. Se están ejecutando a sangres puras que realmente creo que podrían cambiar de opinión y ser leales a la causa. Si solo se les hiciera ver…

Un momento. ¿Su padre acababa de lamentar que se atacara a hijos de magos? Emmeline miró asombrada, primero a su padre y luego a su madre, que le dirigió una mirada preocupada a su marido, al que agarró el brazo, seguramente temiendo que hubiera sido demasiado sincero. Sin embargo, contra todo pronóstico, Saloth sonrió.

- Exactamente es lo mismo que le dije al joven Malfoy hace unos minutos. Prefiero perder un poco más de tiempo en convencer a magos y brujas de que el enemigo son los impuros que echar a perder sangre mágica. Admiro la campaña que se hace aquí pero aún no puedo hacer gran cosa por la causa del Señor Oscuro. Quizá una vez llegue al poder podría permitirme más fácilmente poner las cartas sobre la mesa.

- No dude en que yo podría serle útil en esa tarea –añadió el señor Vance, solícito.

Y, de pronto, Emmeline se dio cuenta de la verdad: que sus padres querían quitarse de en medio. Los muy cobardes habían apoyado esa nauseabunda política pero era evidente que los secuestros, torturas y asesinatos de magos de sangre limpia les tenía asustados. Parecían considerar que, de ese modo, ellos no estaban a salvo del todo.

Pero lo que ella sintió fue enfado. Si tan asustados estaban por el radicalismo que estaba inundando a las más antiguas familias mágicas, ¿por qué no hicieron nada por tratar de mantenerla como parte de la familia? ¿Por qué la repudiaron y dejaron a merced de los que querían dañarla?

Era evidente que ellos no actuaban movidos por la moralidad. No es que creyeran que matar a personas por sus ideas o por cómo habían nacido estuviera mal. Más bien, probablemente, ellos solo habían cambio de verdad cuando el grado de violencia se había convertido en tal que hasta ellos mismos se han sentido amenazados. Definitivamente era un cambio de pensamiento egoísta. Propio de aquellos que habían estado dispuestos a echar a su hija a los lobos para preservar el status social.

Le costó mucho esfuerzo no dedicar una envenenada sonrisa a su madre cuando ésta le pasó un brazo por los hombros, sonriendo, para llevársela de allí. Al parecer, habían llegado a un punto de la conversación en el que ellas molestaban. Sentiría perderse lo que su padre fuera a hablar con Saloth en privado, pero de todas formas no era ese el punto de su misión. Estaba bien que se movieran.

Miró alrededor, fingiendo un poco de aburrimiento, como siempre hacía Joselyn cuando la atención no estaba centrada en ella. Y, cuando vio con quien se había detenido a hablar su madre, dio un respingo.

La señora Black, alta, morena y atractiva pese a su edad, les miraba con su frialdad habitual, vistiendo una túnica de gala negra con perlas plateadas cosidas en las mangas y el cerrado escote. A su lado, y eso fue lo que la alarmó un poco, estaba su hijo pequeño, Regulus.

Era una sospecha a voces que Regulus pertenecía a los mortífagos, aunque desde el Ministerio no se había hecho gran cosa para comprobarlo. Los Black tenían demasiado poder como para querer importunarlos. Sirius no dudaba de que su hermano estaba metido y ella tampoco lo hacía. Habían ido a clase juntos durante seis años y conocía su debilidad por las creencias puristas y la magia oscura. ¿Sería esa una ocasión para confirmar sus sospechas?

- Es una fiesta encantadora –dijo la madre de él en respuesta a un comentario igualmente absurdo de la suya.

La madre de Emmeline parecía encantada de recibir la atención de dos miembros de una las familias más prestigiosas del mundo mágico. Aunque esa atención fuese a regañadientes y sintiéndose muy superiores a ellas.

- Concuerdo con usted, señora Black –replicó solícita, antes de centrarse en el joven, que estaba mirando alrededor sin darles importancia a las tres mujeres a su lado-. Por cierto, es un placer volver a verte, Regulus. Has crecido mucho desde la última vez; ya eres todo un hombre. Y muy apuesto, además.

Regulus sonrió, sin que la sonrisa le llegara a los ojos.

- Gracias, señora Vance. ¿Qué tal le va todo?

- De maravilla, querido. ¿Recuerdas a Joselyn? –preguntó, haciéndole dar un paso adelante sutilmente para que se fijara en ella.

Emmeline se sorprendió de la jugada de su madre y su titubeo sacó las sonrisas de ambas mujeres, que lo confundieron con vergüenza. Regulus sonrió con condescendencia, sabiendo lo que se esperaba de él.

- Por supuesto –se inclinó para besarle la mano-. Coincidimos de vez en cuando en Hogwarts. ¿Qué tal te va?

Aún confusa por ese intercambio, Emmeline abrió la boca tontamente sin saber qué decir. No esperaba convertirse en la protagonista de la conversación ni tener que responder a preguntas íntimas sobre Joselyn. Sin embargo, la intervención de su madre impidió que tuviera que hablar.

- Ha sacado tres Extraordinarios y Cinco Superas las Expectativas en los TIMOS. Estamos muy orgullosos –pasando las manos por sus hombros fue alisando la túnica mientras aprovechaba para recolocarle los rizos-. Podemos decir que, además de estarse convirtiendo en una belleza, también está demostrando una notable inteligencia.

Emmeline tuvo ganas de quitarse las manos de su madre de encima. Era realmente molesta su actitud. Además, enseguida se percató de su juego, lo que le dio un asco tremendo. ¿De verdad estaban tratando de vender a Joselyn como si fuera un caballo de carreras? Apenas había cumplido quince años, ¿ya estaban pensando en encasquetársela a algún heredero bien colocado?

Lo peor era que su hermana seguramente no vería tan mal esas pretensiones, aunque jamás lo habría imaginado de sus padres. Con ella jamás dieron muestras de querer inmiscuirle en ninguno de esos compromisos que tanto gustaban a los de clase alta. Claro que ya sabían de sobra cómo era su hija mayor.

Solo con el pensamiento se le puso un gesto de fastidio, que eliminó enseguida, sabiendo que era impropio de su hermana.

- Sin duda has crecido mucho, Joselyn –observó la señora Black haciéndole un reconocimiento completo. Emmeline estuvo tentada a abrir la boca para que le revisara los dientes-. ¿En qué materias has destacado?

Vaya… Debió prestar más atención a la vida académica de su hermana. Sin embargo, antes de que pudiera improvisar algo, su madre la volvió a interrumpir, sin dejarla hablar. Algo que siempre le había irritado muchísimo.

- Encantamientos y Runas Antiguas, especialmente. Es una lectora de runas innata. En nuestra familia somos bastante entendidos en esta materia. Una lástima que cada vez se esté perdiendo más su uso, ¿no cree?

- Desde luego.

La señora Black tenía esa habilidad natural de decir una cosa con palabras y otra con el tono y sus gestos. Emmeline comenzaba a recordar cuánto odiaba ese mundillo.

Regulus no era tan hipócrita como su madre, aunque suponía que como el heredero tenía ciertas prebendas para decir lo que de verdad pensaba.

- Hoy en día no necesitamos perder el tiempo en oráculos para conocer el pasado o el futuro, sino que precisamos de luchadores para hacer realidad nuestros propósitos.

Emmeline habría sonreído ante la cara de contradicción de su madre si no se hubiera sentido ella personalmente ofendida por esa observación.

- Cla-claro. Tienes razón, querido.

Y su madre no ayudaba a calmar su frustración siendo tan sumisa. De hecho, no pudo evitar intervenir para dar su opinión.

- Las runas pueden usarse también para mandar mensajes ocultos y descifrar códigos secretos. Eso lo sabría alguien que decide "perder el tiempo" en la materia.

Regulus la miró sorprendido, consciente de que Joselyn jamás se movía ni reprochaba nunca. Emmeline apretó los labios con frustración.

- ¡Joselyn! –le reclamó su madre, escandalizada porque se hubiera enfrentado a él de una forma que ella consideraba tan desagradable. Básicamente le había llamado simple con palabras finas. Para tratar de salvar la situación, le pasó una mano en el hombro para hacerla callar y se volvió a la señora Black-. Realmente a ella le gusta más cursar Encantamientos. Es una experta en cualquier hechizo. Nos han felicitado por su habilidad mágica, sin duda.

Oh, por favor. Era insoportable ver cómo la trataban como un objeto que vender al mejor postor. Le estaba sacando de quicio su actitud.

- Tengo todo el tiempo del mundo para ensayar, debido a que hace dos años mis padres me obligaron a abandonar el equipo de quidditch por ser una actividad poco elegante e impropia de una dama –aseguró pomposamente, sin poder evitarlo-. Perdón, quiero decir que me instaron a dejarlo.

Su madre la miró perpleja.

- Joselyn, querida, no entiendo ese comentario.

Emmeline trató de suavizar su mirada para arreglar su metedura de pata. Sin embargo, en ese momento Regulus intervino para su sorpresa.

- Josylen, ¿te gustaría bailar?

Su madre, visiblemente aliviada, sonrió al joven Black, mientras la empujaba sutilmente hacia él.

- Le encantaría, querido. Sería maravilloso.

Forzando una sonrisa de lo más falsa, Emmeline cogió la mano de Regulus y murmuró entre dientes para sí misma.

- ¿Podré hablar entonces por mí misma?

Aunque, una vez miró a Regulus, tuvo la sospecha de que él había estado pendiente de cada palabra y cada gesto suyo.

En ese momento se dio cuenta de que debía extremar las precauciones. Ese chico había compartido clases y casa con ella durante seis años. La conocía más de lo que le gustaría. Y también a Joselyn. Seguro que estaba intrigado por su cambio de actitud.

Los primeros minutos que bailó con él se sintió incómoda, notando sus manos en su cintura, que le acercaban a él más de lo que le gustaría. Igual que lo habría hecho Joselyn, mantuvo baja su mirada en señal de sumisión. A ella le sirvió para contener sus emociones y ocultarse. Estaba segura de que Regulus sabía legeremancia y no podía permitir que la descubriera.

- No pareces muy contenta de estar aquí –observó él a cabo de un rato.

Ella sonrió suavemente, evitando hábilmente su mirada.

- Discúlpame, Regulus. Sufro un gran dolor de cabeza y hoy no soy una agradable compañía –se excusó con tono suave.

Por el rabillo del ojo percibió la sonrisa de Regulus y le pareció que era algo irónica.

- Tú siempre eres una agradable compañía, Joselyn. Especialmente porque jamás dices una palabra más alta que la otra. Por eso me llama tanto la atención tu actitud de hoy.

Lo sabía. Había percibido el cambio y sospechaba. Procuró relajar el cuerpo y no dar ninguna señal no verbal de que estaba nerviosa.

- Solo me ha molestado un poco que mi madre hablara por mí. Perdona si te he ofendido –dijo escuetamente cuidando el tono.

- No te preocupes –repuso él, dando un giro rápido e inesperado y provocando que ella tropezara contra él-. Aunque a ti nunca te molestó eso. Le ocurría más a tu hermana…

No estaba segura de haber conseguido ocultar la tensión que se apoderó de su cuerpo en ese momento. Mantuvo el tono bajo y calmado cuando respondió, mirando a las demás parejas para evitar fijar sus ojos en él pero alzando la barbilla para fingir que el comentario le había ofendido.

- Espero no parecerme a ella más de lo que creía.

Regulus se mantuvo unos segundos callado, por lo que creyó que lo había convencido. Sin embargo, tiempo después echó abajo sus esperanzas, acercando su boca a su oído y susurrándole con voz grave:

- ¿Estás tratando de engañarme?

Emmeline se apartó de él, incómoda por su cercanía.

- ¿Qué quieres decir, Regulus?

Solo fue un segundo pero cometió el error de mirarle a los ojos. Entonces percibió la sonrisa fría de Regulus a apenas unos centímetros de su rostro.

- Emmeline, ¿vas a explicarme por las buenas qué haces aquí y con la apariencia de tu hermana o tendré que arrancártelo por las malas? –le preguntó con la misma suavidad de un cuchillo bien afilado, pasando deliberadamente su mano por su espalda para hacerle ver su vulnerabilidad.

- Francamente, no sé qué ideas…

- Deja de fingir –la cortó, apretándola más contra él para impedir que se moviera-. Tienes los modos, la frialdad y la elegancia pero a ti siempre te ha delatado el lenguaje corporal. ¿Qué haces aquí?

Era absurdo. La había atrapado. Pero las reglas de un buen Slytherin eran que jamás, bajo ningún concepto, se podía admitir una verdad que te perjudicaba. Negar hasta el infinito, era uno de los lemas no oficiales de su casa.

- Te vendría bien sentarte, Regulus –dijo con una risa divertida-. Me preocupa que puedas estar enfermo o sentirte mareado. Te noto confuso.

Pero la obstinación de Slytherin también caracterizaba a Regulus. Sin aflojar su agarre, clavó en ella su fría mirada, que esta vez no le rehuyó.

- Muy bien. ¿Quieres seguir con este juego? No vas a descubrir nada interesante aquí y solo te servirá para jugarte el pellejo innecesariamente –le susurró, echándole el aliento en la cara-. Díselo a Dumbledore y su ejército de sangre sucias y traidores a la sangre. Por mi parte, es la última vez que voy a encubrirte.

¿Había dicho que iba a encubrirla? Emmeline se quedó sorprendida. Desconocía a ese Regulus por completo. Aunque no podía permitir que descubriera que había más infiltrados aparte de ella misma. La palabra de un mortífago no valía nada. Nerviosamente giró la cabeza tratando de encontrar a Marlene, Fabian y Grace. Debía advertirles de este nuevo problema cuanto antes…


Las cosas no estaban tampoco siendo fáciles para Fabian y Marlene. Escuchar las conversaciones de aquellos que consideraban que los diferentes a ellos no merecían ni la vida no era tarea fácil. De hecho, Fabian admiraba el saber estar de Marlene, que en ningún momento cambió su rictus tranquilo. Ella, cuya familia llevaba años amenazada y escondida por defender todo lo contrario a lo que estaba oyendo.

- No entiendo la política del Ministerio –decía un hombre realmente feo llamado Jugson, que ya había decidido que debían investigar-. Cierto que los secuestros y asesinatos son desagradables pero la mayoría se evitaría si esos sangre sucia no nos provocaran. Quiero decir, ¿por qué ese empeño en vivir entre nosotros? ¿No se dan cuenta de que no los queremos implantados en nuestra sociedad?

- Además cada vez se multiplican más. Son una invasión contra nosotros –repuso a su vez un hombre anciano con aire pomposo.

- Nada de eso cambiará hasta que dejen de tener apoyo entre las altas esferas –intervino un tercero, Thorfinn Rowle, al que recordaba por ser un par de años más joven que él en Hogwarts-. Ese amante de los impuros de Dumbledore no hace más que fracturar nuestra sociedad.

Jugson dejó de beber su copa bruscamente para ofrecer su opinión de forma apasionada.

- Las cosas como son, no han hecho más que provocar en los últimos años con ese impulso de la Ley de Igualdad, los ascensos de sangres sucias dentro del Ministerio y su empeño en introducir cultura muggle en la educación en Hogwarts. Es una invasión directa, son ellos los que han provocado esta guerra y ahora quieren ir de víctimas.

Tras beber un sorbo de la copa donde había escondido la poción multijugos, Fabian sonrió con gesto de asco, aunque estaba seguro de que ellos no notarían la diferencia.

- Señores, ¿saben que lo yo…?

Pero no pudo continuar porque, de repente, Marlene le interrumpió, poniéndole una mano en el brazo.

- Querido, es nuestro vals –y después se volvió a los demás con una sonrisa de disculpas-. Discúlpennos, pero jamás perdonaré a mi marido si no me saca a bailar.

Los tres hombres y las dos mujeres que les acompañaban les hicieron un gesto condescendiente y ellos se apartaron, para fastidio de Fabian. Una vez estuvieron en la pista de baile, lejos de los oídos de los demás, Marlene le susurró entre dientes:

- ¿Qué pensabas decir?

Atónito, él comprendió lo que ella había pensado.

- ¿Tan poco te fías de mí? –le preguntó sorprendido-. Solo iba a soltar un par de comentarios de su estilo para integrarme. Además, si hubiera dicho algo en doble sentido, ¿crees que lo habrían entendido? Son tan estirados que no reconocerían la ironía ni aunque bailara en túnica de playa frente a sus narices.

Marlene esbozó una sonrisa divertida.

- Mejor evitemos el riesgo. Son lo suficientemente inteligentes como para vivir esa doble vida sin que el Ministerio los descubra.

- Como si hicieran un verdadero trabajo por detenerlos –Fabian rodó los ojos-. Son pijos e influyentes, el Ministerio jamás hará nada contra ellos.

Su novia negó con la cabeza, divertida por la ironía.

- Parece que todos estamos en contra de este Gobierno, aunque por razones diferentes.

- Ellos porque no son suficientemente radicales y nosotros porque no hacen nada para frenarlos –coincidió él.

Marlene se abrazó más a él, adquiriendo un aire melancólico.

- Creí leer hace tiempo a un muggle que la neutralidad solo ayuda al opresor, nunca al a víctima.

Fabian sonrió, de acuerdo con la frase.

- Un hombre inteligente.

- ¿Sospechas de Jugson? –le preguntó Marlene al oído, cambiando bruscamente de tema.

Él asintió con la cabeza.

- Y de Rowle. Pero eso no es nuevo. Recuerdo que ese mequetrefe era un purista de los peores en Hogwarts. Gideon una vez hasta le dio un puñetazo. McGonagall le castigó tres días pero jamás vi a mi hermano tan satisfecho con un castigo.

Marlene sonrió. Propio de Gideon.

- Apuntaría a los Crabbe en la lista. No hablan mucho –tampoco es que parezcan tener nada que decir- pero se esfuerzan tanto en pasar desapercibidos frente a desconocidos que es sospechoso.

- ¿Te les imaginas luchando en batallas? –preguntó Fabian recordando la torpeza del matrimonio para coger alimentos de una bandeja.

Su novia se encogió de hombros.

- Hemos dado con algunos mortífagos realmente torpes. Que no te extrañe.

Aprovechando el baile, ambos siguieron compartiendo impresiones. Ambos eran buenos calando a la gente y Fabian tenía memoria fotográfica para las caras. Seguro que no se olvidaba de ninguno de los asistentes y de quiénes habían hablado entre ellos.

Básicamente estaban de acuerdo en la mayoría de sus sospechas y confiaron en que sus compañeras tuvieran la misma suerte. Grace estaba rodeada de un nutrido grupo a los que no parecía tener dificultad en hacer hablar. Cerca de ellos, visiblemente algo nerviosa, Emmeline bailaba con Regulus Black. Seguro que su madre le había obligado. Marlene creyó que la buscaba con la mirada pero en ese momento un par de parejas se interpusieron entre ellos y acabaron con el contacto visual.

Cuando volvió a mirar a Fabian, él la miraba con una sonrisa. Ella le abrazó más por el cuello.

- ¿Sabes? Es la primera vez que bailamos juntos.

- Cierto McKinnon –la sonrisa de él se ensanchó-. Por fin lo conseguí.

Ella fingió ofenderse.

- Pues solo tenías que vestirme de gala, traerme a un baile pijo, ocultar nuestras identidades y ordenar un vals. Creo que ahora que me tienes te lo curras poco, Prewett.

Fabian soltó una carcajada ronca.

- No cuentes conmigo para volver a disfrazarme así. No te imaginas cómo echo de menos mi chaqueta de cuero.

- Pero si estamos a 26 grados –le recordó, sorprendida. Bastante sufrimiento llevaba ella con esa sobria túnica de verano.

Su novio se encogió de hombros.

- ¿Y?

Ella negó con la cabeza, divertida por esa desfachatez que le caracterizaba.

- No haré vida de ti…


Remus soltó el traslador cuando a su espalda alguien aterrizó contra él, provocando que cayera contra Jenna y creara un efecto dominó que llevó al suelo a Ealdian y Herbert, que acaban de aparecerse junto a otras tres personas.

Poco a poco, decenas de licántropos se aparecieron en ese oscuro paraje. A su alrededor solo se veía bosque y maleza allá por donde mirara. En el cielo, entre las nubes, la luna estaba llegando a su cénit y apenas quedaba luz solar con la que poder guiarse. Tuvo la vieja tentación de sacar su varita para iluminarse, notándola en el bolsillo interior de su raída túnica.

- ¿Dónde coño estamos? –preguntó Jenna cuando él la ayudó a levantarse tras disculparse.

Ealdian silbó impresionado, mirando alrededor.

- Pues parece que en el fin del mundo. Ey tímido, ¿te gusta el suspense que nos mantienen hasta el final?

Remus le lanzó una mirada de desdén, harto de las bromitas de las que le había hecho víctima en las pasadas horas.

- Me parto con él –dando otra vuelta sobre sí mismo, se giró hacia su amigo más viejo allí-. Bert, ¿tú sabes dónde estamos?

Éste siguió sacudiéndose el barro de la túnica con mal humor.

- ¿Acaso tengo pinta de mapa, chico?

- ¡Eh, vosotros! –gritó uno de los licántropos que formaban el grupo de Keesha, avanzando entre los hombres y mujeres lobo que se habían apilado allí confundidos-. Dejad de hablar y poneos a caminar. Aún queda un trecho hasta llegar al orfanato y Greyback ya nos espera con los demás.

- ¿Orfanato? ¿Vamos a atacar un orfanato? –preguntó Jenna abriendo mucho los ojos.

La licántropa era consciente de que les iban a soltar en medio de la civilización para que no pudieran evitar hacer daño pero ignoraba que se trata de un orfanato. De niños. Remus, que esa información sí la conocía, se concentró en la novedad.

- ¿Qué quiere decir con Greyback? ¿Es que ha vuelto?

- Tiene sentido con tanto hablar de críos –respondió Ealdian a su amiga, ignorándole a él-. Por fin sabemos de dónde planean sacarlos.

Jenna le dio un golpe, molesta y preocupada.

- No tiene gracia, Ealdian.

Él se detuvo en la marcha, haciendo parar a los que le seguían. La mirada que le lanzó era ahora más seria, menos irónica.

- No me estoy riendo, Jenna. Solo pongo palabras a lo que todos pensamos.

Remus avanzaba rápidamente, dejándolos atrás. Necesitaba encontrar un signo distintivo del lugar en el que se encontraba. Al que iban dirigidos. Y necesitaba sacar un momento para escabullirse y avisar a la Orden porque era su última oportunidad.

- Tengo que averiguar dónde vamos –se dijo escudriñando la maleza, sin encontrar ninguna pista de su paradero.

Solo había arbusto, árboles inmensos y troncos caídos unos contra otros que dificultaban su caminata. Herbert le seguía un poco detrás, como quien vigila a su hijo inquieto.

- ¿Es que eso va a cambiar algo? –le preguntó, rodando los ojos-. Anda y obedece a menos que quieras que sea tu última luna llena, chico.

Pero Remus no había sido hecho para obedecer sin más cuando la vida de los demás estaba en peligro. Era su última oportunidad y la mejor que había tenido en los últimos días. Entre tantos de ellos era más fácil perderse y que Dan y su grupo se despistaran cuando él fuera a dar la voz de alarma.

Si es que conseguía averiguar en qué puñetero lugar de Reino Unido se encontraba. De repente tuvo una idea que le iluminó la mente. Aún había un modo.

- Por favor, cúbreme –le susurró a Herbert, echando a correr hacia su izquierda, ocultándose en la oscuridad.

Puede que fuera la última opción pero debía intentarlo. En su pecho seguía sintiendo el dispositivo que reflejaba que seguía vivo. Éste se había adaptado a los latidos de su corazón, por lo que estaba seguro de que Fabian podía percibir que éstos se habían acelerado.

Ocultándose tras un gran árbol, Remus se llevó la mano a la camiseta interior que había debajo de su túnica y extrajo el otro dispositivo, el que le permitía contactar. Lo apuntó con la varita y éste formó una burbuja invisible entorno a su cabeza, de modo que nada de lo que dijera o le dijeran se podría oír desde fuera.

- ¡Ey! ¿Hola? –preguntó con voz jadeante-. ¿Fabian? ¡Fabian!

Tras unos eternos segundos de silencio hubo un chasquido y se escuchó una voz al otro lado.

- ¿Remus? ¿Estás bien? ¿Aún no te has transformado?

Remus frunció el ceño. Esa no era la voz de Fabian.

- ¿Quién eres?

- Soy Benjy –dijo la voz, después de otro largo silencio. Después titubeó-. Ha habido problemas y Fabian me ha dejado al mando.

- Ah.

Remus se sintió como si acabaran de darle un golpe en la cabeza. De entre todos ellos, no esperaba tener que hablar con Benjy. No le había visto desde antes de que Rachel y él rompieran. Cierto que su ruptura no había sido por causa directa de él pero, durante los pocos instantes en los que se había permitido pensar en Rachel, no podía dejar de pensar en si había ocurrido algo entre ellos desde entonces. Era un tema que prefería no considerar siquiera porque le aterraba.

Pero ahora debía centrarse en la misión, así que escudriñando alrededor para asegurarse de que seguía solo, se lamió los labios y continuó:

- No sé dónde estoy y necesito que me rastrees. ¿Crees que será posible?

- ¿Rastrearte? –preguntó Benjy confuso al otro lado.

Remus asintió compulsivamente con la cabeza antes de darse cuenta de que no podía verle, así que le resumió a toda prisa la situación.

- Nos llevan a atacar a un orfanato que tiene que estar cerca. No sé más y no tengo ni idea de dónde estoy. Solo que Greyback, que lleva días desaparecido, nos espera allí con más licántropos. Nos han traído aquí en trasladores y hemos hecho mucha parte del camino a pie. No parecen fiarse de nadie. Y solo me quedan unos minutos para el cénit lunar y no sé qué más hacer.

- Joder –exclamó Benjy cuando le terminó de contar todo-. Vale, tranquilo. Trataré de rastrearte lo antes posible y organizaré algo. No te preocupes, tú sigue la coartada.

Remus miró la luna por encima de su hombro, presintiendo que solo le quedaban unos minutos. Tenía el corazón desbocado.

- Benjy, date prisa. No hay mucho tiempo. Y tened cuidado. No tengo modo de controlarme una vez me transforme y no podré ayudaros. Me moriré si os hago daño a alguno.

La voz de Benjy sonó calmada, tratando de transmitirle paz.

- Tranquilo, estaremos bien.

Pero no lo consiguió. Cortando la conexión, Remus escondió rápidamente el dispositivo y la varita y salió de detrás del árbol para alcanzar al grupo que había seguido sin él.

- ¡Tú! ¿Dónde coño estabas?

Dan había salido de entre la maleza inesperadamente y se lanzó hacia él, que retrocedió instintivamente dos pasos. Ese matón no le había quitado el ojo de encima desde hacía días y estaba claro que le había seguido la pista cuando no le había encontrado con el resto del grupo. Confiaba en que no le hubiera visto porque, aunque no podía haberle oído, su actitud sin duda habría sido muy sospechosa.

- Yo… me… -tartamudeó, tratando de encontrar una excusa que justificara su presencia tan lejos del camino.

Dan le agarró por la pechera, levantándole y empujándole contra el árbol.

- ¿Qué cojones estabas haciendo? –gruñó a centímetros de su cara. Sus pupilas estaban más alargadas y el blanco de los ojos era más amarillento. Quedaba poco para la transformación.

Remus le mantuvo la mirada, tratando de parecer impasible. Y soltó la excusa más absurda del mundo.

- ¡Que me meaba!

Maravilloso. Sirius se habría reído de una excusa tan impropia de él, más característica del malhablado de su amigo. Estaba claro que la ordinariez se pegaba con los años.

Dan se echó a reír, escupiéndole en el rostro.

- A ver enclenque. ¿Crees que me chupo el dedo? Ya te advertí que no te quitaría los ojos de encima.

La batalla visual continuó hasta que unas pisadas les interrumpieron. De pronto, otro del grupo se hizo paso entre matorrales.

- Dan, se acerca la hora.

- Bien –murmuró éste despacio, soltando poco a poco a Remus, que se alisó la túnica sin bajar la cabeza-. Tú y yo ya hablaremos mañana, enano. No creas que te vas a escapar. Ahora ve con los demás y haz lo que mejor sabes.

Remus sintió asco. Estaba claro qué era lo que él creía que era lo que mejor sabía hacer. Matar. Y confiaba no hacerlo esa noche.


En cuanto Remus se desconectó, Benjy se precipitó sobre la mesita auxiliar en la que guardaba la lista con las guardias de la Orden de esa noche. Tenía que suceder ese día. Justo ese día en el que todo estaba patas arriba.

Frank, Alice, Gideon, Fabian, Marlene, Dorcas y los más jóvenes estaban en la mansión Nott. Eran casi todas sus fuerzas. En la orden se encontraban de guardia Edgar y Anthony, que eran con los que podía contar en primer momento . Pero iba a necesitar a más. A muchos más. Ese día más que nunca lamentó la cobardía de la mayoría de la sociedad que precipitó que fueran tan pocos los dispuestos a plantar cara de verdad a Voldemort y sus locos aliados.

Miró nerviosamente el cuarto en el que había encerrado a Rachel apenas media hora antes. Se mordió el labio, sabiendo que lo que menos quería era dejarla sola esa noche. Pero no había nada de ruido y todo parecía estar en calma. Los hechizos silenciadores habían funcionado. Todo parecía estar bien.

Además, la máxima preocupación de ella esa noche era Remus. "Hoy solo necesito que te asegures de que él está bien", le había pedido. Y él se lo había prometido. Y se esforzaría en cumplirlo como fuera.

Se colocó la capa y se lanzó hacia la puerta, confiando en que ella no tuviera ningún problema esa noche. En situaciones de riesgo había que tirar por prioridades. Tenía que llegar al cuartel y conseguir localizarlo cuanto antes. Después reuniría al equipo, porque estaba claro que Edgar, Anthony y él solos no lograrían gran cosa.

- Fenwick -se sorprendió Edgar Bones cuando le abrió la puerta minutos después-. Creí que esta noche te tocaba vigilar a Perkins.

- Ha habido un imprevisto. Lupin ha contactado advirtiendo de que los licántropos preparan una ofensiva está noche. Contra un orfanato.

- ¿Un orfanato? -Anthony, el hijo de Edgar, salía en ese momento de la habitación adyacente al salón principal-. ¿Y Lupin como lo ha averiguado?

- Tengo que localizarlo -Benjy no quería perder el tiempo en más explicaciones y ya estaba revisando los cajones-. ¿Recordáis dónde guarda Lily la opción localizadora?

Tony se llevó una mano a la frente.

- No queda.

- ¿Cómo que no queda?

- Gisele se ha llevado lo poco que quedaba está tarde. Justo iba a aprovechar la guardia de esta noche para preparar más.

Benjy se desesperó.

- Tengo que localizar a Lupin cuanto antes. No ha sabido decirme dónde está, pero está allí sólo con un grupo de psicópatas y seguramente ya se haya transformado.

- ¿Así que esa era la misión secreta de Remus? ¿Infiltrarse en una colonia de licántropos?

- Tony, no es momento de explicaciones – le riñó su padre-. Fenwick, vete avisando a los demás. Creo que sé cómo localizar a Lupin.

- Están todos en esa puñetera fiesta de impuros.

- Pues tendrán que dividirse –declaró Bones con tranquilidad, moviendo la varita por toda la habitación, para absoluta incomprensión de los otros dos miembros de la Orden del Fénix.

Eso no era bueno. Para ninguna de las dos misiones. Pero no tenían otra opción. Benjy agitó la varita y mandó un rápido mensaje de auxilio a Alice Longbottom. Y que Merlín les ayudara a salir todos con vida esa noche.


Pocos minutos después, oculta entre un puñetero pino que le había arañado varias veces la cara y los brazos, Alice Longbottom maldecía en voz baja.

- ¿Qué pasa? –preguntó Sirius a su lado, estirando el cuello para mirar la entrada de la casa, por si se había perdido algún movimiento vital.

- Hay problemas en la Orden. Nos reclaman.

- Pero, ¿qué iba a ser más importante que esto? –preguntó Sirius confuso.

Alice le miró un momento y sacudió la cabeza, mandando un patronus a Frank, que estaba al otro extremo junto a James, pero no le contestó. No creyó que fuera recomendable que ni Sirius ni James supieran que los problemas estaban relacionados con su amigo Remus. Eran demasiado impulsivos, si averiguaban que su amigo estaba en peligro no actuarían con lógica.

- Quédate aquí y no te pierdas nada de lo que pase ahí dentro–le advirtió antes de moverse sigilosamente para reunirse con su marido.

Afortunadamente, ambos habían tomado prestadas dos viejas capas de invisibilidad del Ministerio porque moverse por esa campiña, incluso ahora que la mayoría estaban dentro de la mansión, era demasiado arriesgado.

La protección de la mansión Nott no era tan fuerte como las casas de otros magos y brujas que sí estaban amenazados. Se notaba que se sentían bastante impunes en medio de esa guerra. Sin embargo, los hechizos protectores no habían sido tan fáciles de sortear y todavía quedaba un pequeño grupo de hechiceros apostados en lugares clave de la mansión para vigilar los alrededores. No tenían máscaras, aunque las túnicas negras y el hecho de no haber podido identificar a ninguno le hizo creer que eran mortífagos. Probablemente de poca monta, pero mortífagos al fin y al cabo.

- Alice, ¿qué ha pasado? –preguntó su marido cuando se reunió con ella, minutos después.

- Fenwick me ha mandado un mensaje. Nos necesitan. Por lo visto, debe haber un problema en la misión secreta que Dumbledore le encomendó a Lupin. Fenwick dice que solo están los Bones y él y ha pedido que algunos de nosotros acudamos. Parece grave.

- ¡No podemos marcharnos! –protestó Frank frunciendo el ceño-. Fabian, Marlene, Emmeline y Grace están dentro y apenas somos suficientes si ocurre algún imprevisto.

Alice asintió de acuerdo, pero trató de conservar la calma.

- Lo sé, pero parece que el caso de Lupin también es desesperado. Y, si mis sospechas son ciertas, su misión ahora mismo entraña aún más riesgos.

Frank asintió pensativamente. Sabía cuáles eran las sospechas de su mujer: que Dumbledore le había encomendado a Lupin algo relacionado con su condición. Con los licántropos. Juró en voz baja, guárdandose para sí todas las palabrotas que le llegaban a la boca. Aunque Lupin le caía bien e incluso Perkins le resultaba soportable, seguía teniendo una opinión muy negativa de los hombres lobo. Y a Alice nunca le había gustado oírla.

- Iré yo –decidió, antes de que su mujer se ofreciera voluntaria para algo así-. Tenemos que ver de quiénes podemos prescindir.

- Yo voy contigo –declaró Alice al instante, pero Frank negó con la cabeza.

- James y Sirius no pueden ir. No serán cautos si Lupin está en medio –aseguró, poniendo voz a los mismos pensamientos que Alice había tenía antes-. Y necesitamos que te quedes a controlarlos.

- Gideon no querrá marcharse estando Fabian dentro –adivinó ella, con una mueca.

Frank asintió.

- Y Lily está con la cría… Quizá Dorcas y Pettigrew puedan venir también.

- No sois suficientes –lamentó Alice, pasándose una mano por el cabello.

Él se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

- Nunca lo somos, de cualquier forma. Voy a avisar a Dorcas.

Pero, antes de que pudiera moverse, Alice le apretó contra su cuerpo.

- Ten cuidado.

- Y tú también –insistió él, dándole un beso suave justo antes de desaparecer.


Poco podían imaginar ellos hasta qué puntos se iban a complicar las cosas en las dos misiones.

En la mansión Nott nadie supo predecir lo que ocurrió apenas una hora después de que Frank, Dorcas y Peter desaparecieran de allí.

Todo había ido sobre ruedas hasta que Lord Saloth había desaparecido hacía escasos minutos con un grupo de colaboradores íntimos y los invitados más selectos de entre los magos y brujas británicos. A nadie le había extrañado especialmente. Era obvio que en algún momento iba a producirse una reunión más extraordinaria que la que les había llevado allí.

Sin embargo, el ambiente distendido de la fiesta se vio interrumpido por unos gritos ensordecedores que procedían del piso superior.

- ¡Lo han matado!

Los murmullos se extendieron por la planta inferior y las decenas de magos y brujas presentes comenzaron a ponerse nerviosos.

- ¿Qué?

- ¿A quién?

- ¡Está muerto! –gritó una bruja inglesa que se precipitó escaleras abajo enredándose con su túnica-. ¡Saloth está muerto!

- ¡Imposible!

- ¿Dónde está Lord Saloth? –insistieron los que no podían dar crédito a lo que acababan de oír.

- ¡Que está muerto, joder! ¡Se lo han cargado! –exclamó a gritos otro mago apuntando con la varita a una estatua de mármol y haciéndola estallar.

Nott se lanzó a la carrera desde el piso superior para evitar que la situación se transformara en un caos que destrozara su casa. Tras él, un grupo de magos franceses se empujaban por las escaleras, unos subiendo para tratar de atender a su señor y los que ya habían comprobado que estaba muerto bajando para enfrentarse a algunos de los invitados.

- ¡Sois unos…! ¿Para esto queríais traerlo? ¿Para matarlo?

- ¿Nosotros? ¡Estaba rodeado de los suyos! ¡Está claro que tenéis un traidor entre vosotros! –exclamó Bulstrode, un mago joven y de apariencia oronda que fue uno de los primeros en enfrentarse a los que les acusaban de estar detrás de ese atentado.

- ¡Que te lo has creído, sucio pijo inglés! –un mago francés de edad avanzada le encaró con rabia, apuntándole con la varita, lo que hizo que otros sacaran las suyas-. ¡Lo habéis matado vosotros!

- ¡Atrévete a repetirlo, gabacho!

El ambiente se estaba alterando por momentos. Muchos habían sacado las varitas y se apuntaban unos a otros. Era cuestión de segundos que alguien lanzara la primera maldición. Nott paseaba entre los grupos tratando de llamar a la calma, buscando con la mirada la complicidad de algunos aliados como Malfoy para evitar que su casa se convirtiera en un campo de batalla.

En la distancia, al fondo de la sala, Fabian y Marlene se cogieron de la mano.

- ¿Han dicho que Saloth está muerto? –murmuró ella, inclinándose hacia él.

Fabian frunció el ceño.

- Esto no estaba en el plan. Dumbledore no nos habría metido aquí si hubiera sospechado…

- Hay que salir de aquí –le interrumpió ella con premura-. Trata de localizar a Grace y Emmy.

En ese momento Fabian lamentó no tener su altura habitual para localizar a sus compañeras solo con estirar el cuello. La cosa se había puesto muy desagradable y solo iba a empeorar según avanzaran los enfrentamientos. Tenían que salir de allí.

Grace fue la primera en tener problemas. Lo supo en cuanto salió del pasillo al que se había apartado para lanzar un mensaje de aviso al exterior. Su acción no había pasado desapercibida y había atraído algunas miradas acusadoras que trató de apagar poniendo su mejor expresión de confusión.

- Lo que está claro es que hay algún infiltrado –insistía un mago de edad avanzada haciéndose oír sobre los gritos de acusaciones de los presentes-. Alguien que no debería estar aquí.

En ese instante una de las brujas ancianas que había pasado la noche mirándola con censura la señaló.

- Madame Pasteur, usted ha estado desaparecida estos minutos.

Grace lo sabía. Sabía que la acusarían en cuanto vio sus rostros. Pero ya tenía una excusa preparada y no iba a dejarse intimidar.

- He estado en el tocador.

A veces la explicación más sencilla es la más creíble. Sin embargo, sabía que no les convencería solo con eso. Debía mantenerse firme. Al lado de su primera acusadora, otra mujer algo más joven emitió una risa fría.

- ¿Tenemos que creer que tras tantos años desaparecida ha decidido volver precisamente en esta fiesta, cuando Lord Saloth es asesinado?

Siguiendo su papel, Grace alzó la barbilla con altivez.

- ¿Qué insinúa? ¡Yo no he estado desaparecida, mi residencia se encuentra en el extranjero! ¿O es que necesito revelarle cuáles son mis relaciones en Marruecos?

Poco se sabía de esas relaciones y ella no había contado nada esa noche, sino que había continuado esparciendo el misterio, consiguiendo que fueran otros los que hablaran de sí mismos. Pero la amenaza de que éstas fueran demasiado influyentes intimidó a la mayoría de ellos.

- ¿Y justo vuelve ahora? –preguntó con sarcasmo uno de los magos a los que no había convencido-. ¡Qué oportuno!

Grace le fulminó con la mirada.

- Quizá yo deba sospechar si se ha aprovechado mi vuelta para cargarme con el muerto…

- ¡Será descarada! –exclamó la segunda mujer que la había acusado apuntándola con la varita.

Grace agarró con fuerza la suya, estratégicamente colocada dentro de la manga de su túnica. Por el rabillo del ojo vio que Fabian llegaba hasta ella, aunque no alcanzó a señalarle que no le ayudara. Si intervenía, él también podía ser señalado.

Pero Fabian no podía dejarla sola y se abrió paso entre la multitud, interponiéndose entre ella y la varita de los que las habían alzado.

- ¡Señores, por favor! –exclamó extendiendo ambos brazos-. ¡Háganme el favor de calmarse! No encontraremos al responsable si caemos en un estado de histeria. Y Madame Pasteur tiene tanto derecho a la presunción de inocencia como cualquiera de nosotros.

Hubo algunos murmullos que le dieron la razón y otros que protestaban por su intervención.

- ¡Lo que hay que hacer es interrogarla! –gritó un mago inglés de mediana edad.

La voz de Regulus Black sorprendió a Grace, que no le había visto acercarse hasta el círculo que la rodeaba.

- No creo que sea buena idea el que sea usted el que dirija ese interrogatorio, señor Selwyn. No parece demasiado centrado.

El mago fulminó con la mirada al que apenas hacía un año había considerado el próximo marido de su hija y que había roto de forma unilateral el compromiso firmado por los padres de ambos.

- Tú precisamente no me vas a hablar de estar centrado, chico -murmuró, mirando de reojo a Yaxilia que, mortificada, había fingido durante toda la noche no conocer a Regulus Black.

- Hay que llamar al Ministerio –propuso una mujer, interrumpiendo ese momento familiar del que la mayoría no se había percatado.

Pero Nott fue firme en este aspecto.

- No quiero aurores en mi casa.

- Yo me llevo a mi familia de aquí –dijo a su vez un hombre, agarrando por el hombro a sus dos hijos mellizos adolescentes y señalando a su mujer con la cabeza que se marchaban.

Varias varitas volvieron a levantarse.

- ¡De aquí no se mueve nadie hasta localizar al responsable!

Pero otros que tenían prisa por marcharse también protestaron.

- ¡El responsable puede estar ya a mucha distancia de aquí! ¡No voy a dejar que mis hijos vivan esto ni un minuto más!

Entre el intercambio de gritos, Grace pegó un respingo cuando sintió que alguien la cogía del codo. Pensó que se trataba de Fabian pero, al darse la vuelta, vio que Regulus la observaba preocupando antes de fijarse en los demás.

- Señora, intente pasar desapercibida –le murmuró en voz baja-. El tema se va a poner desagradable enseguida y podría salpicarla.

Ahí estaba una muestra más del niño que había conocido de pequeña y que no conseguía encajar con un mortífago sangriento. La mirada de Grace se dulcificó al ver su genuina preocupación.

- Gracias, Regulus –le susurró con una pequeña sonrisa, comenzando a alejarse de él.

Pero, de nuevo, una mano la detuvo. Regulus la miraba ahora con sospecha y frialdad.

- ¿Nos conocemos?

Mierda… Le había llamado por su nombre. Estaba tan nerviosa y alterada que finalmente había cometido un fallo. Trató de que su conmoción no se reflejara en su cara y sonrió con tranquilidad.

- Disculpe por tomarme la libertad de usar su nombre de pila. Nos presentaron antes, señor Black. ¿No lo recuerda?

Pero Regulus no aflojó su agarre. Mirándola fijamente, negó con la cabeza. Grace no era una experta en legeremancia pero notó una incursión en su mente, por lo que apartó los ojos instantáneamente.

- En absoluto –aseguró él fríamente-. Todo el mundo ha hablado de usted hoy. Si nos hubieran presentado, me acordaría.

Grace trató de no perder la sonrisa. Tenía que localizar a Fabian cuanto antes. Esto se les estaba yendo de las manos.

- Perdone pero…

- ¿Quién eres? –le espetó él, un segundo antes de que Grace notara un pinchazo en el vientre. Él la estaba apuntando discretamente con su varita.

Miró hacia abajo y tragó saliva. No le daría tiempo a sacar la suya.

- Señor Black…

- ¿Has entrado con ella? –le preguntó a bocajarro, escupiéndole saliva del ímpetu-. ¿Cuántos hay? ¿Habéis sido vosotros? Y luego vais de salvadores y no sois más que unos asesinos. ¡Qué hipócritas!

- Chico, estás molestando a la señora. Te ruego que te calmes.

Bendito fuera Fabian y su intervención. Grace no supo qué le hizo pero Regulus aflojó su agarre durante un segundo. Lo necesario para que ella se soltara y se alejara junto al supuesto señor D'Estot.

Regulus recibió el confundus como un golpe. Pestañeó y agitó la cabeza, confuso, brevemente perdido sobre lo que estaba haciendo instantes antes. Cuando lo recordó, miró alrededor no había rastro de ninguno de ellos. Apretó la mandíbula furioso y se lanzó hacia la única culpable que pudo localizar.

Emmeline estaba tan sorprendida como los demás pero no había podido moverse mucho. Por un momento se planteó intervenir cuando la muchedumbre amenazó con linchar a Grace, pero una mirada de Marlene desde el otro lado la detuvo. Seguía al lado de sus padres, esperando el momento para escapar junto a los nobles que comenzaban a abrirse paso por la puerta. Confiaba en que todos ellos pudieran confundirse en el tumulto.

Pero cuando vio la mirada de Regulus mientras se dirigía hacia ella supo que los problemas se habían redirigido hacia ella.

Ignorando las protestas de los señores Vance, Regulus la agarró de ambos brazos, la arrastró unos metros y la levantó un poco, pegando su enfurecida cara en la de ella.

- ¿Para esto te cubro? –le espetó con los ojos rojos de ira-. Pensé que estabas aquí haciendo el idiota para recabar información. ¡Qué irónico que habéis resultado ser un grupo planeando un asesinato!

Emmeline negó con la cabeza.

- Regulus, por favor…

- ¡Y una mierda, Emmeline! –interrumpió él, colérico-. ¡Te he calado, sé que eres tú, sé que os habéis introducido para asesinar a Lord Saloth!

- ¿Emmeline?

La voz de su madre la sorprendió. Lo había escuchado. Estaba perdida. A su lado, confuso, su padre negó con la cabeza dirigiéndose a Regulus.

- Te confundes, chico. Esta es mi hija pequeña, Joselyn.

- ¿Por qué eres tú, verdad querida? –insistió su madre, quitándole la máscara de golpe y tomándola de la barbilla con más fuerza de la que requería para analizar sus rasgos.

Emmeline abrió la boca para contestar. A su lado, Regulus parecía haberse quedado de piedra.

- ¿Hay alguien aquí que no es quien dice ser? –preguntó entonces el señor Nott abriéndose camino entre un pequeño grupo que había escuchado esa discusión.

- Yo…

Emmeline miró alrededor, buscando a sus compañeros. A lo lejos, vio que Fabian había logrado arrastrar a Grace entre la muchedumbre que se agolpaba a las puertas y que muchos de los cuales estaban marchándose pese a los inútiles intentos de los protectores de la mansión. Todos ellos eran sangre limpia importantes y fieles a la causa, por lo que no se atrevían a lanzar maldiciones para obligarlos a quedarse.

Al menos ellos dos se iban a poner a salvo, pensó. Cerca de ella, Marlene miraba alternativamente la puerta y a ella. Emmeline sabía que estaba analizando cómo ayudarla pero ella sabía que eso solo conseguiría exponerlas a ambas. Con un gesto le indicó que se marchara, lo que pareció convencer a su amiga de hacer todo lo contrario y trató de avanzar hacia ella.

- ¿Quién es ella, Black? –preguntó Nott señalándolos a él y a Emmeline con la varita.

Regulus percibió que aquello se le iba de las manos. Estaba furioso con Emmeline y odiaba a esa panda de traidores a la sangre, casi tanto como odiaba al estúpido de Dumbledore. Pero no deseaba que nadie le hiciera ningún daño a su antigua compañera.

- Señores, tranquilícense. Es una discusión privada –aseguró, tratando de poner paz.

No lo consiguió. Y la confusión de los Vance no ayudó en nada.

- Tiene que tratarse de un error –murmuró alucinada la madre de Emmeline-. Regulus ha asegurado que sabe que es Emmeline, pero mi hija mayor ya no forma parte de nuestro mundo.

- ¿No era una traidora a la sangre? –preguntó entonces una bruja con un grito, comenzando a unir los hechos de esta noche-. ¿Han infiltrado a traidores para asesinar a Lord Saloth?

- ¡Oiga, no le consiento…! –gritó el señor Vance, tratando de salvar el honor de su familia, aunque fue acallado por la multitud.

- Vaya, vaya. Parece que la realidad tarde o temprano sale a la luz –comentó divertido Nott.

Se acercó a Emmeline, que retrocedió, y con su varita levantó un mechón de su cabello. En vez de castaño oscuro y lacio, el mechón se había transformado en un rizo moreno azabache que correspondía a su auténtico cabello.

Mierda… un error de novata. Con todo lo acontecido, ella había olvidado seguir bebiendo de la copa en la que había derramado la poción multijugos. Y la hora estaba llegando a su fin.

Poco a poco, ante el estupor de la mayoría, sus rasgos se afinaron, su altura creció, sus labios perdieron grosor y los ojos se le rasgaron más, adquiriendo un tono más oscuro de castaño. A medida que su rostro iba cambiando, su madre se llevó las manos a la boca horrorizada.

- Oh, Merlín, eres tú.

- ¡Una traidora! –gritó un mago francés apuntándola con la varita.

Emmeline jamás olvidaría el grito de su madre que, tomándola totalmente por sorpresa, avanzó hacia ella para interponerse entre las maldiciones que iban a dirigirle.

- ¡No! Oigan, sé que mi hija está transtornada y estamos absolutamente en contra de sus ideales, pero no creo que sea una asesina.

Su padre, sin embargo, la agarró del brazo con fuerza, haciéndole daño.

- ¿Dónde está Joselyn? –le preguntó con furia-. ¿Qué has hecho con tu hermana?

- ¡Quítese, Vance! –gritó otro mago, empujando a su madre, a la que su padre se apresuró a recoger antes de que cayera al suelo.

Emmeline sabía que estaba perdida pero se horrorizó al ver que Marlene sacaba la varita con intención de defenderla. Negó violentamente con la cabeza. Si lo hacía, ella también quedaría expuesta. Serían dos cadáveres en vez de uno.

El mago francés que la había apuntado llegó hasta ella y la agarró del pelo, haciéndola arrodillarse.

- ¿Cuántos sois? ¿Cómo lo habéis hecho?

- Responde o te freiremos, chiquilla –gruñó Nott caminando a su alrededor, agitando la túnica con cada zancada.

Otro mago, no mucho mayor que ella y que había visto prácticamente pegado a Saloth, avanzó a trote hacia ellos enarbolando su varita.

- Así no hablará nunca –repuso con un marcado acento francés-. ¡Crucio!

Los gritos de Emmeline se clavaron en los oídos de Marlene, que miraba horrorizada la escena, sin apartar la atención de la puerta. ¿Dónde diablos estaban los demás? Fabian ya había tenido que tener tiempo de sacar a Grace de allí y alertar de la situación. Ella tenía que ser práctica, sola no podría enfrentarse a todos ellos y sacar a Emmeline de allí con vida.

- ¡Así no os dirá nada! –gritó, tratando de parecer únicamente espantada por los métodos utilizados. Incluso algunos murmullos estuvieron de acuerdo con ella.

Emmeline seguía retorciéndose en el suelo, gritando como si estuviera sufriendo la mayor de las torturas. Y así era. Estaba segura de ello.

A pocos pasos de ella, sus padres contemplaban la escena horrorizados. El primer instinto había sido defender a su hija, pero no parecían dispuestos ni capaces de intervenir ahora ante esa escena, aunque sus expresiones eran de terror. Sorprendentemente, el que la había delatado, Regulus Black, miraba a su compañera con la tez pálida e intervino, siguiendo su ejemplo.

- ¡Así no vais a conseguir nada! ¡No va a hablar!

El mago que la torturaba sonrió, apartando un momento la varita y dejando a Emmeline jadeosa y dolorida en el suelo, tratando de arrodillarse pese a sus temblorosas rodillas.

- Sí que lo hará, solo necesita algo más de persuasión.

- Pero…

- ¡Crucio! –gritó de nuevo interrumpiendo a Regulus.

Los gritos se reanudaron y Marlene tomó la varita. Era un suicidio pero no podía seguir quedando impasible, viendo cómo la torturaban. Si conseguía llegar hasta ella y aislarse podría realizar un escudo con su anillo sin necesidad de sacar su varita, aunque no sería fácil. Antes de que se lanzara hacia adelante, Regulus tomó el brazo del torturador y le hizo parar.

- ¡No, basta! ¡BASTA! Tengo una idea mejor para localizar a sus cómplices.

Regulus estaba improvisando. No tenía ni idea de nada. Solo se sentía terriblemente culpable y no podía soportar que Emmeline estuviera siendo torturada por su culpa. No, maldita sea. Ya había demasiadas cosas que le torturaban por dentro para añadirle esa carga.

La agarró, apuntándola con la varita para hacerle caminar, y se precipitó hacia la entrada, ahora algo más desierta después de que la mayoría hubiera huido.

- ¿Qué haces? –le cuestionaron furiosos.

- Si tiene cómplices, seguro que están apostados en el exterior. Y saldrán cuando vean que la tenemos.

Confiaba en que hubiera otros perros falderos de Dumbledore allí situados pero también esperaba que no fueran tan inútiles como para caer en una trampa tan evidente. El frío aire de la noche les golpeó cuando la sacó al primer escalón de la amplia escalera de mármol de la entrada principal.

- Vamos, Emmeline. Confiesa de una vez cuántos sois –le instó, apuntándole con la varita en el cuello-. Quizá seamos clementes.

- ¿Qué estás haciendo? –reclamó Nott, siguiéndole los pasos-. ¿Es que quieres ayudarla, chico? ¿Facilitarle la huida?

El sádico francés le dio un empujón.

- ¡Pírate, crío! ¡Yo me encargaré de ella!

Alzó la varita y la apuntó con ella, pero Regulus, desesperado, hizo lo primero que se le ocurrió para ayudarla y no seguir exponiéndose.

- ¡Ahora me toca a mí! ¡CRUCIO!

No era experto en imperdonables. Sus cruciatus no eran ni remotamente tan fuertes como debían ser. Bellatrix se lo había reprochado mil veces. Pensó que quizá eso ayudaría a Emmeline a soportarlo pero ella ya estaba demasiado adolorida y se agitó, gritando, y tropezando hasta el punto de rodar por las escaleras y quedar tendida e inmóvil al pie de ésta, varios metros por debajo de ellos.

Y, entonces, varias cosas sucedieron a la vez. El mago francés apuntó a Emmeline, comenzando a pronunciar la maldición letal. Él se volvió, alertado, justo antes de que un perro inmenso y negro se lanzara contra el cuello del mago y lo derribara, salpicando a Regulus la cara de sangre.

Nott alzó la varita contra el animal que había aparecido de repente y un rayo, salido de no sabía dónde, le dejó fuera de fuego. Los gritos y las maldiciones se sucedieron rápidamente y los pocos que habían salido volvieron corriendo al interior para refugiarse. Mientras, un grupo de hechiceros protectores corría hacia ellos desde diferentes puntos de la mansión y se enfrentaban a un pequeñísimo grupo que había aparecido de repente de entre los árboles, con los rostros algo difuminados.

En ese momento, Regulus vio que la señora D'Estot comenzaba a bajar las escaleras para llegar hacia Emmeline. Temiendo que quisiera dañarla, convocó un escudo de protección entre ambas. Y, justo cuando comprobó que el escudo había funcionado, un rayo le golpeó, haciéndole desmayarse pesadamente contra el suelo.

Lo más extraño de todo era que estaba convencido de haber visto el rostro de James Potter un segundo antes de desvanecerse.


Los presentes en la misión de los licántropos tampoco olvidarían esa noche con facilidad.

No solo porque era la primera vez que la mayoría veía a una colonia de licántropos transformados sino por cómo se sucedieron los acontecimientos esa noche y la carnicería que tuvieron que presenciar.

Al principio los seis miembros de la Orden del Fénix se aparecieron en los alrededores del Bosque de Rothiemurchus, en Escocia. Allí era donde Edgar había conseguido localizar a Remus, a través de un complejo hechizo. Benjy había observado cómo lo había desarrollado y aún seguía impresionado.

Se trataba de un hechizo que sabía que existía, por supuesto, pero que muy pocos magos o brujas podían realizarlo con éxito. Edgar Bones le había confirmado esa noche lo que ya sabía: era uno de los mejores magos de su generación.

Mientras la luna se alzaba imponente, enorme y llena entre las copas de los árboles, el grupo avanzó con cautela, pendientes de cada ruido. Entonces, un potente aullido cortó la noche.

- Muy mala idea –siseó Peter con voz temblorosa-. Humanos cerca de licántropos es buscar un suicidio.

- Cállate –le reclamó Dorcas por encima de su hombro, pues caminaba justo por delante de él, para evitar que siguiera poniéndolos nerviosos-. Sabrás tú nada de licántropos…

- No os separéis –insistió Frank que de forma automática había tomado el mando.

Él lideraba la marcha, seguido inmediatamente por Benjy. Edgar y Anthony cerraban la fila, asegurándose de que nadie les seguía. Enseguida, nuevos aullidos comenzaron a escucharse cada vez más cerca.

- El orfanato queda ya cerca –informó Edgar, que era el que había estudiado brevemente la zona que había localizado-. Apenas es una casa grande de campo.

- ¿Cuál es el plan? –inquirió Dorcas enarbolando su varita, con la cual se estaba iluminando el camino.

Delante de ella, Benjy no paraba de mirar alrededor pero solo veía arbustos, follaje y oscuridad.

- Licántropo que veamos, aturdidlo y amarradlo. No podemos matar a ninguno, no tenemos modo de distinguir cuál de ellos es Remus.

- Si vuestra vida está en peligro, tirad a matar –le cortó Frank con voz dura.

No estaba en su naturaleza jugarse la vida de cinco compañeros y la suya propia por un grupo de licántropos. Confiaba en no tener la mala suerte de dar con Lupin, pero si fuera así sería un sacrificio necesario. Estaba seguro de que el muchacho preferiría morir antes que dañar a nadie.

Peter frunció el ceño.

- Pero, ¿y si…?

- Obedece, Pettigrew. Si ves que tu vida o la de algún compañero está en peligro, no dudes.

Peter miró a Dorcas inseguro, que le devolvió una mirada apesadumbrada. Ella también se había planteado qué ocurriría si mataban a Remus y era algo que también le pesaba. Pero, lamentándolo mucho, le asintió con la cabeza, confirmando la dura orden de Frank.

Peter tragó saliva ruidosamente, aguantándose las ganas de salir corriendo transformado en rata. No quería estar allí. No en su estado humano. Iban a masacrarlos a todos. Además, Remus no había querido decirles cuál era su misión, ¿por qué pedía ayuda ahora? Sin poder controlar el temblor que se había apoderado de su cuerpo deseó con todas sus fuerzas que Sirius y James también estuvieran allí con él y que esa luna llena fuera como una más en Hogwarts, y no el espectáculo sangriento que presumía que iba a presenciar.

Los aullidos y los gruñidos iban aumentando a medida que se acercaban. Pronto comenzaron a escuchar también gritos. Gritos infantiles.

Frank echó a correr, sabiendo que una manada de licántropos solo necesitaría unos minutos para esquilmar un lugar como aquel. Las ramas de los árboles le arañaron la cara y los brazos cuando utilizó la varita para apartarlas de su camino y pronto llegó al claro en el que estaba situada la casa.

Tenía unos tres pisos y era vieja, construida con piedra. Las luces de casi todas las habitaciones estaban encendidas y los gritos que procedían del interior eran ahora ensordecedores.

Frank miró hacia atrás, justo para ver a su lado a Benjy y a los demás algo más rezagados.

- Hay que entrar –le dijo a su compañero.

Fenwick estaba sudado y manchado pero parecía firme cuando analizaba la casa por sí mismo. Asintió y luego le miró.

- Por favor, Frank. No tires a matar si puedes evitarlo. No podría mirar a Rachel a la cara si a Remus le ocurre el menor daño.

- Por el momento me preocupa más el daño que pueda ocasionar él –respondió con dureza.

Sin embargo, algo se le revolvió en el estómago. Quizá era Alice y sus eternos discursos sobre la redención de los híbridos y las segundas oportunidades. Quizá era la súplica en la mirada de Fenwick. O quizá era el recuerdo del que era probablemente el muchacho más amable que había conocido en su vida y que ahora mismo estaba convertido en una bestia de forma involuntaria.

El caso es que cuando vio al primer licántropo, mordiendo con saña la yugular del que parecía el cadáver del vigilante del orfanato, lo único que hizo fue desmayarlo y colgarlo de un árbol por cadenas mágicas que solo podían ser soltadas por manos humanas.

Dentro del recinto percibió la figura de tres niños o niñas que huían despavoridos en dirección al jardín trasero. Un segundo después, cinco licántropos les siguieron a galope. Los dos hombres se lanzaron hacia ellos sin mediar palabra.

Les alcanzaron unos metros después, justo a tiempo de ver que derribaban a la niña que iba la última y que no podía tener más de diez años.

- Por favor, por favor –suplicaba la pequeña, antes de emitir un escalofriante grito al sentir los dientes afilados de dos lobos penetrar en su brazo y su pierna.

- ¡Congela! –gritó Frank, consiguiendo que las patas de uno de los licántropos quedaran atrapadas en un repentino hielo y haciéndole soltar a la niña.

Benjy derribó al segundo licántropo, de pelaje atigrado, y de la varita de Dorcas salieron unas cuerdas que atraparon a otro licántropo de color negro que había estado a punto de morder a otro de los niños, que continuó corriendo e internándose en el bosque. Los dos niños escapaban de allí sin mirar atrás, sin saber que había alguien que les había salvado de un destino peor que la muerte.

Los tres se apiñaron, dispuestos a defenderse del ataque de los otros dos licántropos que quedaban. Pero éstos los ignoraron y volvieron a internarse dentro del edificio, desde donde seguían escuchándose horribles gritos.

- ¿Qué diablos…? –Frank estaba confuso. ¿Desde cuándo un licántropo no ataca en cuanto huele a un humano?

- ¡Corred!

La voz de Edgar les alertó justo a tiempo para apartarse de la trayectoria de un nuevo licántropo, que les atacó desde las sombras.

- ¡Flipendo! –gritó Benjy, evitando que por unos centímetros el hombro lobo mordiera a Dorcas.

- ¡Hay que entrar!

Con esta orden, Anthony lideró al grupo en esa ocasión, seguido inmediatamente por su padre. Dorcas iba la última, mirando alrededor.

- ¿Dónde está Peter? –preguntó, aunque nadie le contestó. Parecía que el chico se había evaporado.

Lo primero que les recibió en la planta baja fue un amplio reguero de sangre y una serie de vísceras que estaban repartidas por el oscuro pasillo de entrada. Los ojos de todos se desorbitaron de horror y pronto, a la derecha, en una sala que parecía una biblioteca, vieron el origen de todo. No menos de diez licántropos estaban dándose un verdadero festín con los restos de varias personas, cuyo número no podían determinar ante la descomposición de los cuerpos.

- ¡Confringo! –estalló Frank, apuntándoles con la varita y generando una explosión que mató a varios de ellos de golpe.

Ellos siguieron avanzando. Ya no podían hacer nada por las personas que estaban allí. O, más bien, lo que quedaba de ellas.

- ¡No, no! –gritaba un niño que en esos momentos corría escaleras abajo.

Ellos se lanzaron a por él, pero no pudieron llegar antes de que un licántropo de color blanco se lanzara desde la segunda planta y le derribara, mordiéndole en la espalda. Frank levantó la varita pero antes de que lo lograra un rayo apartó al licántropo del niño, que quedó tendido en el suelo tembloroso. Benjy se acercó a ayudarle y Frank supuso que había sido su compañero el que había apartado al licántropo, que se sacudía del violento golpe que se había dado contra la pared y se levantaba, fijando en él su mirada.

Frank encuadró hombros, apuntándole con la varita, al tiempo que el licántropo le gruñía.

- ¡Fumos! –exclamó, creando una barrera de humo que se interpuso entre ambos y que cegó momentáneamente al licántropo.

Se precipitó a las escaleras, siguiendo al resto del grupo que ya se había adelantado. En la planta superior encontraron muchos más niños y niñas, aunque la mayoría ya habían sido mordidos. Sorprendentemente, parecía que los licántropos se contentaban con morderles. Solo se entretenían a matar con los cuerpos de los adultos.

Hubo unos pocos –demasiados pocos- niños y niñas a los que consiguieron sacar de allí a salvo, como la niña que estaba oculta dentro de una bañera, completamente empapada y que les miró como si fuesen el mismísimo Voldemort.

Dorcas se encargó de acompañarlos a un lugar seguro, pero regresaba siempre segundos después para seguir ayudándoles. Con la ausencia de Pettigrew, ahora solo eran cinco.

- ¿Cómo pueden controlarlo? –preguntó confuso Anthony mientras atendían a un niño de unos cinco años que había sido mordido en la mano-. ¿Cómo es posible que se contenten solo con morderlos?

- Es como si conservaran su voluntad –aventuró su padre.

- Imposible.

Benjy estaba seguro de que si Lupin hubiera tenido un modo de conservar su verdadero yo lo habría aprovechado a su favor.

- No podemos quedarnos aquí. Nos rodearán –auguró Frank poniéndose en pie y derribando de una patada una de las puertas.

No podía saber lo ciertas que eran sus palabras hasta que cruzaron a otra habitación y se encontraron con tres encapuchados.

- Mortífagos –murmuró Edgar creando un escudo que los protegió a los cinco.

Los cinco atacaron a la vez, pero los tres encapuchados se defendieron de forma magistral, sin apreciar que estuvieran reducidos en número.

- Miren a quién tenemos aquí –dijo una gélida voz justo antes de que un cruciatus atravesara la espalda de Frank-. El señor Longbottom. ¿Mi querida Alice también ha venido?

Bellatrix Lestrange salió por un hueco en la pared que había detrás de ellos, acompañada de otros cuatro personajes, dos de ellos su marido, Rodolphus, y su cuñado, Rabastan.

Dorcas conjuró un escudo y ayudó a Frank a levantarse mientras los demás seguían luchando, cada vez en peores condiciones. Sin embargo, con un movimiento de varita Bellatrix la mandó al otro extremo de la habitación y la golpeó fuertemente contra el techo.

- ¡Pero si es la zorra traidora de Meadows! Tan metete como el capullo de su hermano –se burló Rabastan.

- ¡Expelliarmus! –gritó Frank apuntándolos, aunque ellos crearon fácilmente un escudo para protegerse.

- Creí que a los aurores querían dejaros utilizar maldiciones de adultos. ¿O el Ministerio aún no se atreve? –se burló Bellatrix.

Entonces la lámpara del techo voló y cayó sobre los otros mortífagos que acompañaban a los Lestrange. Con la cara ensangrentada, Dorcas se había recuperado y presentaba de nuevo batalla. Bellatrix enseñó los dientes y la apuntó.

- ¡Avada…¡ ¡AHHHH!

De una manera sorprendente, una asquerosa y gorda rata se había colgado de su mano, mordiéndole la muñeca e impidiendo que lanzara la maldición letal. Bellatrix agitó la mano asqueada y la rata salió volando hacia el fondo de la habitación.

- Así que por eso parece que los licántropos se controlan y solo muerden a los niños –adivinó Frank, gritando por encima de las maldiciones y las explosiones-. Vosotros les controláis. ¿Para qué queréis a los niños convertidos en bestias?

Rabastan se echó a reír.

- ¿Por qué estropearos la sorpresa? –se burló.

- ¡No! –Edgar gritó por encima de los demás y Frank le vio sujetar el cuerpo inconsciente de su hijo con un brazo mientras que con el otro seguía batallando.

Rodolphus, quien parecía haber sido el que había atacado a Anthony, se veía muy satisfecho.

- ¿Qué decís? ¿Os matamos a todos o dejamos a alguno con vida para que relate el cuento de terror de hoy?

Benjy se acercó a Edgar cojeando, tratando de ayudarle a proteger a Tony. Al lado de él, Dorcas se apartó la sangre de la cara con la manga de la polvorosa túnica. Y Frank comprendió que estaban atrapados.

De repente, una explosión voló la pared que daba al jardín, provocando que dos de los encapuchados contra los que peleaban Benjy y Edgar se precipitaran al exterior. Dos licántropos que estaban en el jardín les hincaron el diente y los Lestrange se desconcentraron al ver que perdían el control de los licántropos.

- ¡Desmaius! –gritó Frank, acertándole a Rodolphus en la cabeza.

El hombre se desplomó en el suelo y Bellatrix y Rabastan pasaron al otro lado de la pared para usarla como escudo. El auror dio un paso, tentado a arrestar allí y ahora al mortífago.

- No –le detuvo Dorcas-. Quedarás expuesto.

Y era cierto. Bellatrix y Rabastan no atacaron pero parecían dispuestos a hacerlo en cuanto diera un paso en su dirección. Y la situación les favorecía.

De repente un licántropo de color rojizo taponó la puerta del pasillo, se inclinó y les gruñó, dispuesto a atacar. Edgar y Benjy y Dorcas y Frank, dos en cada extremo de la habitación, le apuntaron con las varitas dispuestos a derribarlo. Pero un hechizo tras el hombre lobo le hizo salir volando con un aullido de dolor.

De repente, en el umbral de la puerta apareció Peter Pettigrew, sudando, asustado, lleno de polvo pero aparentemente ileso.

- ¿Podemos irnos? –preguntó débilmente.

Benjy le apuntó con la varita y Peter se encogió sobre sí mismo, pensando que su compañero se había vuelto loco. Un segundos después, el licántropo de pequeño tamaño que iba a atacarle por la espalda era atrapado por una gran telaraña. Peter respiró aceleradamente.

- Vámonos –propuso también Edgar, sosteniendo el cuerpo ensangrentado de su hijo.

Frank miró a la pared explotada. Al otro lado, dos de los peores mortífagos se hallaban protegidos, a la espera de atacar. Y él tenía que dejarlos escapar porque estaban en inferioridad y ya no quedaba ningún niño allí que pudiera salvarse.

Ni siquiera el hecho de que siete niños y niñas se salvaran esa noche de un horrible destino le quitó esa sanción de derrota.


¿Qué os ha parecido? ¿Me escribís algún review con vuestra opinión?

El final espero que no haya sido muy duro. Solo imaginarme los horrores a los que ha tenido que asistir Remus por su condición y sus misiones en la Orden se me revuelve el estómago. Hemos tenido a Benjy esforzándose por ayudarle. Él se dice que es porque se lo prometió a Rachel pero también es por su propia conciencia. Ese momento en que los dos deben hablar tiene una gran tensión y, aun así, los dos saben separar sus sentimientos de lo más urgente.

Puede que os haya sorprendido la actitud de Peter: primero desaparece transformado en rata porque no se atreve a enfrentarse a los licántropos como sus compañeros, luego salva la vida a Dorcas mordiendo a Bellatrix (homenaje a cuando Scabbers mordió en el dedo a Goyle, único momento en que celebré una acción de Peter en toda la saga), también vuela la pared para que sus compañeros puedan escapar y luego tiene prisa por ser el primero en huir. Creo que en esa época Peter aún tenía un poco de valiente y, al fin y al cabo, en la Orden se le valoraría por algo. No sé en qué momento perdió del todo su valor Gryffindor pero quiero pensar que no se le fue de un día para otro sino que fue una pérdida paulatina.

También la resolución en el baile de máscaras es aparatosa. Regulus ha descubierto a Emmeline aunque no tenía intención de hacerle daño y menos de torturarla. Sus intenciones no eran tan malas, aunque está claro que es un mortífago y no renunciará fácilmente a sus creencias. Además, queda por ver la reacción de Sirius y Grace ante la imagen que han visto de Regulus. No será bonita. Y a ver cómo son las cosas para él a partir de ahora, que los sucesos se precipitarán… Por cierto, ¿qué os parece la actitud de los padres de Emmeline? No sé si son directamente malvados o solo interesados...

Siguiendo con más temas… ¡Gis se va y ahora Anthony está herido! ¡A ver cómo acaba eso! ¿Apuestas?

Ha habido poco de James y Lily pero os prometo que se compensará en el siguiente capítulo que será casi de ellos. Y entonces tendrán que resolver sus problemas, que son más de orgullo que de otra cosa.

Así que, por favor, decidme qué os ha parecido y qué ideas tenéis de cómo seguirá la historia. Gracias por los mensajes que me habéis mandado estos meses. Espero que la espera haya merecido la pena.

Eva.