¡Hola a todxs! Este capítulo lo he escrito lo más rápido que he podido, lo que es llamativo ya que me ha salido larguísimo -no ha sido intencional-. Lo cierto es que en este mes no ha habido una carga excesiva de trabajo y estos días estoy postrada en el sofá con un esguince de tobillo de grado III, así que he tenido más tiempo de avanzar en la escritura.
Le he titulado 'Camino a la verdad' porque es la verdad, el descubrimiento y los juegos por no revelar ésta los que protagonizan el capítulo. Los que me conocéis sabéis que soy periodista y que amo mi profesión bien desarrollada y odio cuando se le ponen trabas. Siempre leeréis en mis historias críticas a la censura y la manipulación, de la que es experta Rita Skeeter en nuestro mundo. También aquí tendremos las consecuencias de lo ocurrido en el capítulo anterior, en ambas misiones algo fallidas de la Orden. Y tendremos un descubrimiento que Regulus merecía saber desde hacía mucho tiempo. Además, el final... Bueno, os dejo ver cómo acaba para que me digáis qué parece.
Capítulo 18: Camino a la verdad
- ¡Por las barbas de Merlín! ¿Me podéis explicar qué demonios es esto?
Barnabas Cuffe, editor del diario El Profeta, entró con un periódico en la mano en la redacción, que aquella madrugada solo albergaba a los pocos que cubrían el turno de noche. Uno de los periodistas más jóvenes de la redacción, Riley Ainsworth, un muchacho entusiasta y brillante, se puso en pie sorprendido por la furia de su jefe.
- Es un bombazo, señor. Información de primera mano. Tuvimos que decidir a última hora cambiar la portada pero creímos…
- ¡¿Creísteis?! –gritó Cuffe, abalanzándose sobre él con la portada en la mano-. ¿Quieres que nos despidan a todos? O peor, ¿que nos maten?
Ainsworth pasaba sorprendido la mirada de su jefe a la noticia de primera plana, que tenía una gran foto de Saloth en portada, seguida del titular: 'Saloth, asesinado durante su visita a Gran Bretaña'.
- Le aseguro que todo lo que está escrito está contrastado, señor –insistió confundido.
Cuffe le tiró el periódico.
- ¡No me importa! Si publicamos esto en portada, antes de mediodía tendré orden de cierre por parte del Ministerio de Magia y Nott estará pidiendo mi cabeza por informar que se ha llevado a cabo un asesinato en su casa.
- ¡Pero es la verdad!
- ¡Me importa un carajo la verdad!-estalló.
Los pocos periodistas que se encontraban allí se sobresaltaron.
- Este tema no va a tocarse hasta que yo tenga las reuniones necesarias que me digan qué se puede y qué no se puede decir.
- ¿Vamos a callar un asesinato de un político extremista que apoya la oleada de terror que vivimos solo porque se ha producido en la mansión de un hombre poderoso? –se sorprendió el joven Ainsworth.
Algunos compañeros soltaron risas despectivas que Cuffe silenció con la mirada.
- Te queda mucho por aprender para saber a qué nos exponemos –le advirtió-. Si quieres conservar la cabeza, además del puesto, no vuelvas a tomar estas decisiones sin consultarme. Afortunadamente he parado la edición antes de que salga en el primer correo de la mañana.
El chico le miró decepcionado por estropearle un trabajo bien hecho que le había llevado horas, pero su jefe le lanzó una dura mirada y se marchó hacia su despacho sin decir nada.
Él se dejó caer en la silla de su escritorio.
- No tiene sentido –refunfuñó.
- Cuffe tiene razón, Riley. Te queda mucho por aprender –le dijo Ambrose Fairchild, un veterano periodista con un poblado bigote que se sentaba justo detrás de él.
Riley se volvió.
- La información era buena –defendió.
- Sí, y si hubiera salido publicada y firmada por ti, puede que esta noche tuvieras la marca tenebrosa en el tejado de tu casa –le refutó su compañero-. No serías el primero al que se cargan por decir la verdad.
Ainsworth se estremeció.
- ¿No nos dedicamos a eso, a fin de cuentas? –discutió, aunque sintió miedo al pensar que una publicación de ese estilo pudiera costarle la vida.
- En estos tiempos la verdad importa menos que la vida. Y siento ser yo quien haya acabado pensando así –le respondió con pesadumbre.
Ambrose tenía razón. No sería el primer periodista que había sido asesinado por publicar información incómoda. No tenía complejo de héroe pero realmente la noticia era buena, era relevante y era totalmente cierta. Y no le había parecido tan peligrosa en primer momento hasta que Cuffe le planteó otras cuestiones.
- No quieras ser como Barbra, Riley. Ella llevó nuestra profesión al límite hasta el final. Y mira para lo que le ha servido.
Riley le miró alarmado por la comparación. Barbra Abramson había sido una de las mejores periodistas que habían pasado por El Profeta. Incisiva, honrada y siempre buscando la verdad sin importar qué o a quién había que destapar.
Quizá se había acercado demasiado o había tocado nombres muy comprometedores. Pero lo cierto era que el año anterior había sido brutalmente torturada y asesinada por mortífagos después de que publicara cómo los partidarios de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado habían secuestrado a un joven muchacho que portaba un arma del que el señor oscuro quería apoderar y cómo después habían sido vencidos por miembros de la resistencia cuyos nombres se había negado a dar, incluso tras una investigación del Wizengamot.
Su trabajo había sido admirable, pero las consecuencias para ella cambiaron mucho las cosas. El Ministerio de Magia comenzó a interesarse cada vez más por el enfoque de las noticias de El Profeta y Bárnabas Cuffe había comenzado a practicar una auto censura que con los meses se había encrudecido.
- Entonces, ¿no tenemos edición matutina? –preguntó otra compañera al fondo de la redacción-. Habíamos cambiado la portada por ello.
- ¿Cuál era la anterior? –trató de recordar otro compañero, rebuscando entre los papeles y mirando la hora. Apenas quedaban unos minutos de margen antes de que tuvieran que cerrar las imprentas mágicas si querían llegar a tiempo al correo de la mañana.
- Tengo información nueva –anunció Cuffe sorprendiéndoles mientras salía de su despecho.
Los hombros de su túnica color esmeralda estaban manchados de hollín y era obvio que acababa de entablar una conversación a través de la Red Flu.
- Ha habido un ataque de licántropos a muggles esta noche –les informó, consiguiendo que todos se estremecieran-. Rita, ven a mi despacho. Te daré los principales datos para que me escribas algo rápido para la portada.
Una joven periodista rubia y de aspecto pomposo dejó de limarse las uñas, como había estado haciendo despreocupadamente hasta entonces, y acudió hasta él. Riley bufó, molesto. ¿Le quitaban la portada a él para dársela a esa inepta chupa tintas? Rita Skeeter representaba lo peor de la profesión, era demagógica, no le importaba mentir y siempre se arrimaba al sol que más calentaba. Aunque quizá por eso estaba escalando tan rápido. Él tenía demasiados valores para conseguirlo.
- ¿Y qué hay de mi información? –preguntó molesto, al tiempo que ella pasaba a su lado y le lanzaba una mirada de suficiencia.
Cuffe le miró con el ceño fruncido.
- La tendrás retenida hasta que yo considere oportuno cuándo y cómo publicarla, Ainsworth. Y dame las gracias porque aún me preocupo por tu miserable vida.
Riley apoyó la espalda contra la silla de forma derrotada mientras el editor del diario cerraba la puerta de su despacho tras él. Eran malos tiempos para la verdad y la honestidad…
El amanecer de esa mañana de julio fue frío y cubierto de niebla en casi toda Escocia. Remus Lupin despertó tirado en lo que parecía ser un descuidado y desvencijado jardín de una ruinosa casa solariega.
El silencio era abrumador. Alrededor solo veía bancos de nubes bajas y no oía ni siquiera a los pájaros del bosque; aunque no le sorprendía. Cuando una manada de licántropos estaba suelta, ningún animal que apreciara su vida se mantendría cerca.
Estaba temblando de frío, con la ropa hecha jirones, sin zapatos y sintiéndose sucio y herido. Le dolía el costado, donde le estaba saliendo un fuerte morado que se le extendía por pecho, estómago y espalda. Y, en la boca, tenía un sabor metálico que le hizo torcer el gesto.
Se llevó el dorso de la mano a la boca y se limpió los labios, que notaba húmedos. Entonces su mano comenzó a temblar cuando se percató de que ésta estaba cubierta de sangre. Asustado y más dolorido de lo que recordaba haber estado en varios meses, consiguió ponerse de pie e inspeccionó su alrededor, aunque se tambaleó ante un fuerte dolor en la pierna derecha que le impedía posarla en el suelo. No consiguió ver a nadie, humano ni animal. Estaba solo. ¿Cómo era eso posible?
No tardó en localizar la puerta principal del orfanato, que estaba arrancada de cuajo y medio destruida. Se introdujo en la casa cojeando, temiendo lo que fuera a encontrarse. ¿Habría llegado a tiempo la Orden? ¿Habrían conseguido parar los planes? ¿Estarían todos bien? Esas preguntas le atormentaban, pero no podría responderlas hasta que pudiera contactar con ellos.
Contactar… De repente se acordó, buscando entre sus mangas el dispositivo con el que se ponía en contacto con Fabian para indicarle que seguía vivo. No encontró ni rastro de él. ¿Qué había ocurrido? Se suponía que era irrompible, resistente a cualquier transformación. El pánico le invadió al darse cuenta de que no sabía cómo podía contactar de forma segura con Fabian o cualquiera de la Orden.
Y sus nervios no mejoraron cuando, en uno de sus agitaciones, alzó la vista y descubrió la horrible escena que había tenido lugar en el salón de estar del recibidor.
- Oh, no…
Allí, por lo menos una decena de cadáveres se descomponía entre el suelo y los sofás. Era evidente que todos los dueños de esos cuerpos eran adultos y que los licántropos se habían ensañado con ellos.
Remus se tuvo que sujetar al quicio de la puerta y, pese a ello, acabó devolviendo su estómago. Intentó sostenerse pero las piernas le temblaban demasiado, las heridas le dolían mucho y solo tenía ganas de llorar. Acabó a cuatro patas, golpeando el suelo con el puño para liberar la frustración y gritando el dolor al doblar su pierna derecha.
Sus peores temores se habían convertido en realidad. Se había convertido en un monstruo. Había superado la prueba en el clan a costa de su propia alma, de echar por tierra su moralidad.
Las lágrimas le nublaron los ojos cuando consiguió incorporarse y arrastrarse hasta la pared contraria a esa macabra escena. No podía seguir mirando. Allí había un gran espejo de recibidor partido en tres trozos desiguales y caminó hacia él para ver su reflejo.
El hombre que le miró desde el otro lado era un desconocido para él. Estaba delgado. Demasiado delgado. El hambre que había pasado las últimas semanas en el refugio había pegado la carne a los huesos de su cara, marcando de más sus mejillas y mandíbula y hundido sus ojos.
Estaba sucio de tierra y alrededor de toda su boca se apreciaba un reguero de sangre, la mayor parte de ella seca. El pelo, un poco más largo de lo que acostumbraba a llevarlo y recogido de mala manera en una pequeña coleta baja, estaba sucio y enmarañado hasta el punto de que parecía pertenecer a James.
Con la respiración acelerada, Remus paseó los dedos por su mentón y sus labios, sacando un poco de su sangre con las uñas, arañándose la cara en el proceso. Cada vez más histérico, estiró con los dedos los restos de la manga de su túnica y se la pasó con fuerza por su cara, tratando de limpiarse el sabor a sangre y la culpa por sus actos. No lo consiguió del todo, solo se reabrió una herida en el labio que sangró más, lo que le frustró.
De un golpe seco rompió más el espejo, buscando eliminar el reflejo que le hacía recordar que se había convertido en un asesino. En algo peor. Estaba fuera de sí. No quería reconocerse. Se agachó rápidamente y cogió un pedazo de vidrio que se había desprendido, acercándose de nuevo al espejo para poder arrancarse el pelo que le hacía parecer un forajido.
Mechones de pelo castaño cayeron sobre sus hombros, eliminando la pequeña coleta y dejándose el cabello demasiado corto en diferentes zonas. No sirvió de nada porque el del reflejo seguía perteneciéndole y él continuaba siendo un asesino.
- ¡Ahhh! –gritó cuando, en su frustración, apretó más el trozo de cristal y éste se le clavó en la palma de la mano.
Temblando, levantó la mano hasta sus ojos y vio el largo tajo que atravesaba la palma en diagonal desde el dedo pulgar al meñique. Su sangre se mezcló con la seca de algún desventurado que había tenido la mala suerte de cruzarse con el camino del monstruo en el que se había convertido.
De repente se sintió pequeño, muy pequeño. Solo quería hundirse en un rincón, seguir llorando y que alguien le dijera que todo eso no había sido más que una horrible pesadilla. Estaba tan distraído con la auto compasión que al principio no escuchó el ruido, aunque sí lo hizo la segunda o tercera vez que sonó.
¡CRASH!
Un cristal rompiéndose le sobresaltó, haciéndole mirar el techo, de dónde provenía el ruido. Eso significaba que no estaba solo. En la casa quedaba alguien más, aunque no sabía si se trataba de víctima o victimario.
Sabía que era imposible que ningún otro licántropo siguiera transformado a esas horas pero eso no impidió que sintiera un escalofrío, temiendo ser testigo de un festín como el que había tenido lugar en el salón de estar. Y quién sabe si él había participado en él.
La idea le horrorizaba tanto que la despejó de su cabeza mientras subía por las escaleras poco a poco. Solo había atravesado el primer tramo cuando se detuvo de golpe.
Había encontrado otro cadáver de esa 'aventura'. Pero, lo que le sorprendió, era que éste no se trataba de ningún niño o cuidador. Era un adulto, una mujer. Y la conocía perfectamente. Jenna, la licántropa que había conocido apenas hacía veinticuatro horas, probablemente la única verdaderamente amable en ese lugar, yacía muerta de cualquier manera en esas escaleras.
No parecía tener una herida clara ni demasiada sangre. Su muerte se había producido por magia. ¿Quién…?
Entonces lo entendió. La Orden del Fénix había estado allí, tratando de impedir una masacre aún mayor. Y, para hacerlo, habían tenido que tomar medidas extraordinarias.
Intentó eliminar los rastros de la ira que se formaba en su pecho porque no tenía sentido. Él había pedido ayuda, que evitaran la matanza a esos pequeños fuera como fuera. Jenna era una buena persona pero, como él, no podía controlarse cuando se transformaba. Lo justo era que les pararan los pies. Aunque no podía evitar el odio que había surgido en él porque la hubieran matado a ella y no a otros que sí disfrutaban con su condición. También le habrían tirado a matar a él si hubiera coincidido, no tenía dudas. Y esa certeza le produjo un vacío inmenso en el estómago, porque indicaba qué valor tenía su propia persona para los demás. Era absurdo pero la melancolía se hizo camino a través de él.
Con dedos temblorosos le cerró los ojos claros a esa inocente chica y siguió avanzando. No podía mirar. Aunque no tenía donde huir. En la segunda planta, mirara donde mirara había muerte, sangre, horror y destrucción. Demasiados niños y niñas que no lo habían conseguido. Pero también el cadáver de algunos de los suyos. Otros parecían haber escapado tras la transformación del amanecer. Le hizo pensarlo el ver diferentes trampas rotas que caían del techo o estaban pegadas a las paredes. Al parecer había alguien que no había tenido la voluntad de ir a matarlos y se había limitado a capturarles hasta que dejaran de ser peligrosos.
El ruido de cristales le alertó de que la persona que seguía allí estaba en el último piso. Le costó más aún subir el último tramo. Le dolía todo el cuerpo y empezó a pensar que algún hueso de su pierna derecha estaba roto porque era absolutamente incapaz de doblarla y posarla en condiciones.
Según llegó a la planta superior, donde encontró el mismo espectáculo dantesco, empezó a escuchar sollozos.
- ¿Hola? –preguntó, revelando su presencia. No quería que nadie se asustara por su culpa.
Los sollozos se detuvieron y él sintió que, quien fuera, estaba conteniendo la respiración.
Avanzó lentamente hacia lo que parecía ser un baño y caminó con cuidado en su interior. El azulejo blanco estaba repleto de sangre y parecía que alguien había arrastrado un cuerpo hacia el exterior, dado el reguero que dejaba.
En primer momento no vio nada, pero enseguida comprendió donde debía estar la persona que estaba buscando. Una enorme puerta de cristal, rota en mil pedazos, temblaba ligeramente, como si algo pulsara bajo ella.
- Cálmate –dijo a quien estuviera allí-. No quiero hacerte daño. No voy a hacértelo.
Escuchó un pequeño sollozo infantil antes de que volviera a callarse. Él avanzó lentamente, entre cristales.
- Me llamo Remus. Solo quiero ayudarte. No tengas miedo.
Pero, quien fuera, no parecía fiarse. Lógico. Había sido testigo de una masacre terrible.
- Voy hacia ti. No te asustes –avisó justo antes de levantar con cuidado la puerta.
Debajo, hecha un ovillo, había una pequeña niña que no podía tener más de tres años. Estaba cubierta de sangre, que no parecía suya en mayor parte, y muerta de miedo. Remus hizo una mueca cuando trató de arrodillarse y no lo consiguió por el dolor de su pierna.
- No temas. Ya ha pasado. Se han ido.
Unos grandes ojos marrones le miraron por encima del brazo con el que se protegía la cara. Parecía estarle analizando.
- ¿A ti también te han hecho daño? –preguntó débilmente.
Remus hizo una mueca.
- Estoy bien, solo son unos rasguños. ¿Tú te encuentras bien?
- Eran unos lobos horribles –se estremeció y Remus contuvo la respiración.
- Sí…
- Dijeron que en este bosque no había lobos –continuó la niña alzando un poco la cabeza.
Remus negó con la cabeza.
- Los han traído de fuera. Querían hacer daño.
- ¿Eran las personas malas que vinieron después?
Remus asintió tristemente con la cabeza. Si supiera que se trataba de los mismos… La niña apartó el brazo y le miró, con lágrimas en los ojos.
- ¿Dónde están Bob y Marie?
Él sentía que tenía la boca seca cuando negó con la cabeza.
- No lo sé… ¿Te han… te han hecho daño?
Lentamente, con miedo y dolor, la niña levantó la pernera de su pierna izquierda y se la enseñó. Una gigantesca herida le había mutilado su pantorrilla y se había llevado una gran cantidad de carne del tobillo.
Remus cerró los ojos derrotado e inspiró hondo, tratando de mantener la compostura. Apartó la mirada, incapaz de buscar las dentelladas que podría ver en su pierna si se fijaba más.
- Tranquila. Te-te curaremos –le dijo con la voz algo temblorosa. Luego le alargó la mano para ayudarle a levantarse-. Ven. Te sacaré de aquí.
La niña pareció fiarse de él, porque acabó agarrada a su brazo mientras ambos cojeaban hacia la salida. En su lento camino hacia el exterior de la casa, Remus la hizo cubrirse los ojos con su túnica para que no viera los horrores que había en cada pasillo. Ya había sido testigo de demasiado.
- Espera aquí –le dijo cuando ya habían avanzado unos metros dentro del bosque. La niña se aferró con más fuerza a su brazo y Remus la tranquilizó-. No te voy a dejar. Solo tengo que ir a buscar una cosa.
Ella parecía reticente pero al final le hizo caso y se quedó ahí, apoyada en un árbol y mirando asustada su pierna herida. A Remus le partió el corazón esa imagen pero trató de darse prisa para avanzar entre los árboles. Pronto dio con el que había marcado, donde había escondido su monedero de piel de moke que le había regalado James y donde había guardado su varita. Ojalá hubiera guardado allí también sus dispositivos de contacto.
Suspiró, mirando su vieja varita. No sabía qué más hacer ahora. No podía volver a la guarida con la niña, se negaba a llevarla allí y que tuviera el destino que habían reservado para ella. Pero tampoco se atrevía a pedir ayuda con sus métodos tradicionales por si los atrapaban. Estaba atado de manos…
Despuntaban los primeros rayos de sol en el amanecer de ese domingo cuando los miembros de la Orden del Fénix fueron apareciéndose en el cuartel de la organización.
Tras conseguir salir todos con vida de la mansión Nott, más de lo que habrían esperado dado que les superaban en número, Emmeline y Gideon habían sido trasladados a San Mungo. La primera estaba bastante mal pero confiaban en que el segundo apareciera en cualquier momento por la puerta.
Alice no les había dejado quedarse en el hospital para esperar por sus compañeros. Bastante habían llamado la atención con su llegada, llevando con ellos a una chica a la que le habían sometido la maldición cruciatus. Además, pese a tener algunos contactos en San Mungo, sus caras comenzaban a hacerse conocidas entre el personal y eso era muy arriesgado.
En lugar de eso, les obligó a esperar en el cuartel de la Orden, donde se trasladó ella misma. Y, pese a que normalmente su carácter era más conciliador, lo cierto era que en ese momento no pudo evitar descargar toda su furia y preocupación contra Sirius.
- ¿Dónde narices te habías metido? ¡Tardaste una vida en aparecer! Casi matan a Gideon y estábamos claramente en desventaja. ¿Con qué te entretuviste, por Morgana?
Sirius aguantó el chaparrón sin quejarse ni protestar porque no podía revelar la verdad. No había podido controlarse. Cuando vio que estaban a punto de matar a Emmeline y que ninguno de ellos tenía la perspectiva adecuada para convocar un escudo a tiempo, solo actuó. Jamás se le habría ocurrido mostrar su forma animaga antes pero le salió instintivamente. Afortunadamente, solo James estaba con él cuando se transformó y su mejor amigo también le cubrió cuando tuvo que cambiar de forma para luchar.
- ¿No vas a decir nada? –le reclamó su madrina más enfadada con él de lo que lo había estado nunca.
Pero él continuó callado, con el ceño fruncido y la mirada en el suelo.
- Nos descubrieron dos vigilantes –intervino James, con esa facilidad para mentir que les había librado de tantos castigos y les había generado tantos problemas a la vez-. Sirius tuvo que quedarse a acabar con ellos para que yo pudiera salir al dar la señal.
Alice miró a James sin saber si creerse su explicación. La aurora era muy perspicaz y no dejó de notar que Sirius había mirado de reojo a su amigo aunque, una vez más, no dijo nada. Pero se distrajo con la repentina llegada de Moody, que cerró furioso de un portazo.
- ¿Qué es lo que ha pasado? –gritó el jefe de aurores-. ¿Por qué no estaba la mitad del operativo en la fiesta? ¿Y de dónde Merlín ha salido el perro ese?
- Es verdad, ¿qué era ese bicho tan grande? –preguntó Fabian sorprendido.
- Es de Grace –improvisó James rápidamente.
La rubia, que estaba al fondo de la sala quitándose la aparatosa túnica con ayuda de Lily, se quedó momentáneamente aturdida. Igual que cuando vio aparecer en escena a ese perro inmenso que tan bien conocía, Sin embargo, su amiga le dio un pellizco en el brazo que le hizo reaccionar.
- ¡Ay! Sí, es mío. Es mi perro. Es un perro guardián que mi padre me ha regalado y pensé…
- ¡Pensaste mal! –la interrumpió Moody furioso-. ¡Casi consigue que nos maten a todos!
- ¡Ey, evitó que le lanzaran la maldición letal a Emmeline! Nosotros no habríamos llegado a tiempo –recordó James, ganándose una mala mirada del auror.
Sentada en una silla, Marlene se mesó el cabello, preocupada aún por su compañera de piso.
- Quizá esperamos demasiado. La culpa es mía. Si Emmeline no se recupera…
- Lo logrará –aseguró Alice con voz suave mientras Fabian abrazaba a su chica-. Es fuerte.
Pero la castaña se estremeció.
- La estuvieron torturando más tiempo ahí dentro. No se me ocurrió un método para sacarla antes de allí. Si Regulus Black no hubiera insistido en sacarla a la calle para provocar a sus cómplices…
- Maldito cobarde –murmuró Sirius con voz oscura.
Era la primera vez que hablaba desde que había acabado la lucha. Todos le miraron con cautela. Se trataba de su hermano pequeño. Eran conscientes de que verle en su actitud de torturador lo había trastornado y no querían añadir más leña al fuego. James le pasó una mano por la espalda.
- Emmeline estará bien –repitió Fabian tras unos segundos de tenso silencio-. Y mi hermano también. Ahora lo importante es averiguar cómo les ha ido a los demás.
- ¿Qué es lo que ha ocurrido con los demás? –preguntó Moody con impaciencia.
Alice aún tenía una mirada sobre Sirius pero se adelantó para informar a su jefe sin querer decir nada que alertara a los demás antes de tiempo.
- Fenwick nos avisó. Hubo un problema de última hora y necesitaban gente. Frank, Dorcas, Edgar, Tony y Pettigrew marcharon a ayudarle.
El jefe de aurores frunció el ceño ante ese cambio de planes.
- ¿Y qué era tan urgente como para dejar este operativo a la mitad? –preguntó, aunque no lo cuestionó de raíz porque sabía que Benjy Fenwick no los hubiera movilizado por nada.
Alice se encogió de hombros.
- Pronto llegarán y nos lo contarán. Quizá están informando a Dumbledore ahora.
Y no le faltaba razón a Alice. El grupo había acudido primero a Dumbledore para que él preparara un refugio para los pocos niños y niñas que habían conseguido salvar de ser mordidos por los licántropos. Edgar, por su parte, había llevado a su hijo a San Mungo.
Pocos minutos después, Frank, Dorcas y Peter entraban por la puerta. Los tres estaban sudados y cubiertos de sangre, aunque Pettigrew parecía más entero y su túnica estaba intacta a diferencia de las de sus compañeros.
- Pero, ¿dónde habéis estado? –preguntó Moody preocupado al ves su aspecto.
- ¿Cómo ha ido? –preguntó a su vez Alice, corriendo hacia su marido para inspeccionarle que no tuviera ninguna herida.
- El caso se descontroló –informó éste-.- Tony está herido en el hospital. Edgar se ha quedado con él.
Los demás, que aún desconocían qué había pasado con sus compañeros, se arremolinaron a su alrededor asustados. James le pasó un brazo por los hombros a Peter, que estaba lívido y parecía realmente asustado.
- Pero, ¿qué…?
Moody frunció cada vez más el ceño al ver que no acababan de aclararle la situación. Pero Alice le interrumpió, sabiendo que ya era el momento de avisar a todos.
- Fenwick nos avisó de que Lupin había dado la voz de alarma con una misión que le ha encomendado Dumbledore. Tuvimos que dividirnos lo mejor posible para atender ambos casos.
James, Sirius, Lily y Grace se acercaron curiosos al oír el nombre de su amigo.
- Dumbledore le pidió que se infiltrase entre un clan de licántropos –informó Dorcas, limpiándose los rastros de sangre de la cara-. Y Lupin se enteró de que ayer, con la luna llena, estaban planeando un ataque. Contra un orfanato infantil.
Lily y Grace se llevaron las manos a la boca, horrorizadas.
- ¿Remus está bien? –preguntó James con el ceño fruncido.
Ninguno de los que habían estado presentes en la misión quisieron responder a eso. Para empezar, porque no lo sabían, y después, porque no se sentían capaces de reconocer que la situación se les había ido de las manos y podían haber tirado a matar a un compañero.
- Nos aparecimos y tratamos de salvar a la mayor parte de niños posible –continuó Frank-. Pero no hemos podido sacar a muchos intactos. Lo curioso es que los licántropos se limitaban a morder a los niños y solo se ensañaban con los adultos.
- ¿Sabían controlar su voluntad? –preguntó Moody con sospecha-. Se supone que la poción matalobos ha sido retirada para evitar que los licántropos accedan a ella.
Era otra de las medidas contra los semi-humanos que estaba tomando el Ministerio de Magia. Cerraban las puertas a toda ayuda para que licántropos y otros seres pudieran normalizar sus vidas dentro de la sociedad. Y la poción matalobos ni siquiera había llegado al mercado aún, por lo que les fue más fácil eliminar los prototipos hasta nuevo aviso. Ni siquiera altos cargos del Ministerio podían tener acceso a la poción.
- No eran ellos –informó Dorcas-. Había mortífagos allí apostados. Les controlaban para que no se pasaran y acabaran matando a los niños. Con los adultos hubo una verdadera carnicería pero la mayoría de los niños fueron solamente mordidos.
- ¿Y para qué quieren niños muggles convertidos en licántropos? –exclamó Marlene preocupada-. Quiero decir, se supone que habían cambiado de táctica y habían comenzado a morder a magos y brujas adultos para tener entre los suyos a más personas instruidas.
Su novio, sin embargo, negó con la cabeza al comprender el razonamiento.
- Si los mortífagos los controlan no querrán que los licántropos sean demasiado autosuficientes. Querrán un ejército raso al que tener controlado y adiestrado. Por eso eligen a muggles y por eso buscan niños huérfanos, para tenerlos bajo control desde pequeños sin que ninguna familia pueda impedir que les laven el cerebro.
- Los Lestrange estaban entre ellos –informó a su vez Frank, que parecía haber debatido consigo mismo sobre si convenía decirlo.
Alice le miró alarmada y volvió a asegurarse de que estaba bien.
- Eso significa que los planes parten desde el círculo más cercano a Voldemort –supuso Moody.
- ¿Remus está bien? –preguntó de nuevo James, que interrogó a Peter con la mirada.
Sin embargo, su amigo fue incapaz de mirarle a la cara. Fue Dorcas quien respondió.
- No podemos saberlo. No había modo de distinguirle ahí dentro y…
- Es la peor imagen que he visto. Lo peor de lo que llevamos de guerra –dijo el joven Pettigrew, hablando por primera vez.
Tanto su amigo como su madrina le pasaron una mano por la espalda, asumiendo que estaba demasiado preocupado por Remus y por lo que podría haberle ocurrido. Sin embargo, sus pensamientos estaban muy alejados de su amigo. Peter se había asustado mucho aquella noche. Era la primera vez que participaba en una misión que no estuviera absolutamente controlada y, aunque antes había sido herido, siempre habían sido heridas básicas hechas por mortífagos mediocres. Hasta esa noche no había sido consciente de lo vulnerable que era.
- Supongo que hasta que no dé señales no podremos saberlo –supuso Marlene-. Quizá por los monitores que le dimos. ¿Ha ido Benjy a revisarlos?
Frank asintió.
- Y a comprobar cómo ha pasado Perkins la noche sin supervisión. Ella no sabe nada de la misión.
El grupo se dispersó un poco, ya que Alice, Fabian, Marlene y Moody se acercaron a los demás para conocer más detalles sobre la misión y cuál era el estado de Anthony. Los más jóvenes cercaron a Peter.
- ¿Llegaste a ver a Remus? –preguntó James con ansiedad.
- No… no lo sé.
- ¿Cómo narices no vas a saberlo, Colagusano? –estalló Sirius tratando de mantener la voz baja-. Te has transformado con él cientos de veces. ¿Cómo podrías no distinguirlo?
- Eran muchos. Y se parecen entre ellos y…
- A un amigo se le distingue –bufó Sirius, que sentía el estómago retorcerse de preocupación.
- Le has visto cientos de veces –insistió James-. Es marrón, de tamaño grande, con una mancha blanca en…
- ¡En ese momento no pude distinguirlo! –se defendió el pequeño mirándoles con pánico-. ¡No estabais allí, no sabéis lo que es ver a tantos… atacando! Cuesta no dejarse llevar por los prejuicios tras esa horrible escena…
Los dos amigos parecían capaces de lanzarse sobre él pero Lily intervino, tratando de poner paz.
- Tranquilos, por favor. Peter ha tenido una mala experiencia esta noche. Dejemos que se calme y luego, quizá, recuerde algo más.
- ¿Y qué pasa si le ha pasado algo a Remus, Lily? –preguntó James preocupado.
- Lo averiguaremos enseguida –respondió ella con la boca seca, intentando no imaginarse esa posibilidad.
Sirius dio una patada a un sillón y se alejó, dejándose caer en otro más alejado con la cabeza enterrada entre las rodillas. Todo el grupo compartió miradas y fue Grace quien les pidió ser ella la que se encargara. Se acercó al sillón y se puso de cuclillas a su lado.
- Ha sido una noche muy intensa –le dijo suavemente, acariciándole levemente un brazo.
- Ha sido una puta mierda –recalcó Sirius, pasándose una mano por la cara-. Primero el torturador de mi hermanito y ahora a saber qué le ha pasado a Lunático…
Grace comprendió que la situación se le estaba haciendo insostenible y pensó que, quizá, si le contaba una parte de la noche que él no había presenciado, eso le ayudaría a calmar sus nervios.
- Si te sirve… Creo que Regulus solo intentaba ayudar a Emmeline.
Sirius levantó la cabeza, mirándola como si estuviera loca.
- Sé que parece absurdo –se adelantó ella-. Pero a mí trató de sacarme de allí cuando casi me linchan. No me reconoció pero trató de calmar los ánimos. Solo que metí la pata, identificó a Emmeline y debió perder los nervios…
- ¿Y la torturó como regalo? –preguntó él sin dar crédito a las justificaciones que estaba escuchando.
Grace hizo una mueca.
- No lo sé. Solo sé que no parecía unirse a la turba asesina que había ahí dentro. Es verdad que después descubrió a Emmeline pero ya has oído a Marlene. La estaban torturando ya ahí dentro y fue idea de Regulus sacarla a la calle.
- Sí, para que reaccionáramos y nos descubriéramos –le recordó él.
- Pero no habríamos podido sacarla de allí si no llega a ser por eso. Quizá fue la única manera que encontró…
La risa amarga de Sirius la detuvo.
- ¿De verdad eres capaz de estar justificándolo después de lo que le ha hecho a Emmeline?
Ella negó con la cabeza.
- Solo digo que es un comportamiento extraño y tiene que haber alguna explicación…
- ¿Y tú criticabas a Lily el otro día? –le preguntó él con sarcasmo.
- No es lo mismo –protestó ella frunciendo el ceño y repitiendo lo mismo que le había dicho días atrás-. Snape jamás ha sido tan ambiguo como Regulus. Reg parecía…
- ¡Joder! –la interrumpió Sirius riéndose más fuerte-. Tantos reparos con mi hermanito, ¿por qué coño no eres tan comprensiva con mis cagadas? ¡Al menos yo no voy torturando a nadie!
Eso dejó momentáneamente en blanco a Grace.
- ¿Qué narices tiene que ver eso ahora? –preguntó, sin comprender el cambio de tema.
Sirius se puso en pie.
- Tiene que ver con que estás buscando desesperadamente una explicación que excuse a un asqueroso mortífago mientras que de tus aliados dudas en lo más mínimo. O quizás es que odias tanto a Emmeline por lo que pasó entre nosotros que te alegras de que le hayan torturado.
Antes de que hubiera acabado de decir la última palabra, Grace le había dado un bofetón.
- No te atrevas a… -empezó a decir, temblando violentamente. Pero la mirada fría que le dirigió Sirius antes de darle la espalda le impidió continuar.
¿De verdad había sugerido que anteponía sus celos al bienestar de una compañera? Estaba tan furiosa que se dio la vuelta y caminó en dirección contraria a la que había tomado Sirius.
James, Lily y Peter observaron la escena en silencio, sin atreverse a intervenir. No sabían lo que se habían dicho pero el intento de Grace de apaciguar a Sirius solo les había llevado a discutir entre ellos.
- Estamos todos muy nerviosos –justificó la pelirroja, apartándose el flequillo de la cara.
Peter tragó saliva, recordando la furia en los ojos de sus amigos.
- Lo… lo siento. Por lo que he dicho. No es verdad que me haya dejado llevar por los prejuicios, y menos contra Remus. Pero, si lo hubierais visto…
- Tranquilo Pet –James le palmeó la espalda con tristeza-. Seguro que ha sido horrible. Ahora lo importante es localizar a Remus. Que no puedo creer que no nos dijera en qué consistía la puñetera misión.
- ¿Le habríais dejado ir de haberlo sabido? –preguntó Lily, antes de posar la varita para volver a hacerse la coleta, que estaba totalmente despeinada.
- ¡Pues claro que no! –aceptó James-. Es un suicidio. No sé en qué narices pensaba Dumbledore.
- Ya sabes cómo es Dumbledore. Cuando tiene una sospecha, actúa. Y no suele fallar…
James asintió con la cabeza, aunque a veces le costaba mantener la confianza ciega en el director de Hogwarts. Especialmente cuando mandaba a sus mejores amigos a misiones suicidas.
- Yo… Voy a… -Peter parecía seguir incómodo e hizo un gesto ambiguo hacia Dorcas.
Ambos amigos asintieron con la cabeza en silencio. Después, cuando se quedaron solos, los dos se miraron a los ojos. Estaban cansados, doloridos, asustados y demasiado alterados. Pero, por primera vez, ambos se dieron cuenta de que habían hablado entre ellos en ese rato más de lo que lo habían dicho en días anteriores. Y eso que tenían muchas cosas que decirse antes de que la situación se volviera normal.
Lily suspiró, viendo cómo su novio miraba hacia Sirius para evitar mirarla a ella.
- ¿No crees que deberíamos hablar?
James suspiró y se despeinó el pelo, visiblemente nervioso.
- Ya… Puede ser…
Ella cogió aire. Estaba claro que tenía que empezar ella. Podía aceptarlo. Esa vez se había equivocado más que él. Y cuando iba a dar su brazo a torcer se había vuelto a equivocar. Y cuando iba a exigirle que dejara de estar enfadado con ella, se había puesto de morros al verle con otra, aunque sabía que no había motivos. Vamos, que sabía que le tocaba a ella comenzar con las disculpas.
- James, no me gusta estar enfadada contigo. No me gusta que discutamos y menos por tonterías.
La mirada de él se endureció.
- ¿Crees que el hecho de que tú dejaras escapar a un mortífago que estuvo a punto de matar a mi mejor amigo es una tontería, Lily?
- No quería decir eso… -se lamentó, acariciándose la frente al ver que aquello sería más difícil de lo que creía.
Pero James la interrumpió, algo más apaciguador:
- Sé que tu intención no era que le pasara nada a Sirius. Pero no sé qué se te pasó por la cabeza ese día –la ira se abrió paso en su expresión al pensar en Snape-. Y menos por él, es que no le soporto…
Lily le agarró por los brazos para evitar que la ira le cegara.
- James, deja de montarte ideas en la cabeza y entiéndeme –le suplicó-. Para mí es muy difícil lidiar con lo que se ha convertido Severus –él bufó al oír su nombre de pila, pero ella le agarró más fuerte del brazo, rogándole que la escuchara-. Solo intenta entenderme un momento. Me crie con él. Era mi mejor amigo, fue él quien me contó todo sobre la magia. Me dijo que no importaba mi origen. Y mira lo que es ahora…
Él negó con la cabeza, ofuscado. Lily sabía que se cegaba mucho cuando se trataba de Severus. A su ex amigo le ocurría lo mismo con él.
- Apuntó maneras durante años. Solo que tú no querías verlo.
- ¡Conmigo era diferente! –se defendió Lily, con dos lágrimas furtivas asomándose a sus ojos, pero consiguió contenerlas con un carraspeo-. A mí no me mostraba esa parte. Tú solo trata de entenderme, por favor. Imagínate que Sirius hubiera seguido los pasos de su familia. Imagínate lo que hubieras sentido.
James se quedó un momento momentáneamente callado, imaginándose esa escena. Pero un Sirius convertido en un sucio mortífago, en un asesino, era tan absurdo que simplemente no conseguía evocar esa imagen. Agitó la cabeza con frustración.
- No es lo mismo.
- Sí lo es… -insistió Lily, agarrándole más fuerte.
- ¡No, Lily! –exclamó él, tomándole a su vez de la muñeca y mirándola a los ojos-. Sirius nunca estuvo enamorado de mí.
Lily bufó, soltándose.
- Estoy harta de tu teoría…
- Teoría… -bufó él masticando con rabia la palabra.
Lily inspiró hondo. Los celos de James eran infundados y estúpidos. Aunque fueran reales los sentimientos de Severus –que estaba dispuesta a aceptar que podría ser cierto-, eso no les afectaba a ninguno de los dos. Y quiso dejárselo claro.
- Mira, no sé qué es lo que Severus siente o no por mí. Pero sí sé lo que yo siento. Y sé de quién estoy enamorada. Con eso debería bastarte.
Si James Potter tenía una debilidad era constatar los sentimientos que Lily Evans tenía por él. Una pequeña sonrisa asomó a sus labios, pero no quiso mostrársela aún a su novia. Aún podía mejorar esa declaración.
- Tú lo tendrás muy claro pero después de eso yo…
- No digas tonterías, James –le interrumpió ella desesperada, sin ver su expresión. Le cogió la cabeza con ambas manos y pasó los dedos por su pelo, tratando de acercar su cara a la de ella-. Sabes perfectamente que te quiero a ti. Sabes que eres mi mundo.
James no pudo ocultar más la sonrisa y finalmente se descubrió. Lily comprendió entonces la jugada y se apartó.
- ¡Oh, por Merlín! ¡Eres un egocéntrico! –le acusó con el ceño fruncido-. ¡Solo querías oírmelo decir!
James soltó una risita divertida, tomándola de la cintura, pese a que ella se resistía un poco.
- A nadie le amarga un dulce después de tantos días enfadados, Lils.
La pelirroja le miró con censura entre sus brazos.
- Con todo lo que estamos pasando y tú jugando…
- ¡Eh, no vayas por ahí! –la calló, poniendo un dedo contra sus labios-. Estoy tan preocupado como tú por los demás. Pero tú eres mi prioridad. Y sí, ya sé que no soy tan maduro como tú y tengo ese maldito gusanillo de los celos todo el día por dentro. Ya quisiera evitarlo pero es que…
- ¿Tienes miedo de perderme? –le preguntó ella entonces jugueteando con su pelo.
Él asintió con solemnidad.
- Pánico. Tengo pánico, Lily. Ya lo sabes. Tú sabes que me tienes a tu lado como un perrito pero yo…
- ¿Crees que yo no tengo celos o inseguridades? –le preguntó a su vez, apartándole el desordenado pelo de la cara y subiéndole las gafas, que se le habían resbalado por haber bajado la cabeza para mirarla-. ¿Crees que soy doña perfecta que no se descontrola nunca o no duda a veces de que encuentres a otra mejor?
Aquello le encantó. Le estrechó aún más la cintura mientras le preguntaba juguetonamente al oído.
- ¿Es que tú también tienes celos?
Ella, sin embargo, torció el gesto, al decidir tocar el tema que le preocupaba.
- El otro día, por ejemplo. Te vi con Jane Green en Gringotts. La abrazabas y yo…
La expresión de James cambió, se volvió más seria y la soltó el agarre. Eso preocupó a Lily, que avanzó un paso hacia él.
- Me la encontré y nos pusimos al día –le informó-. Cuando le pregunté por Josh, me dijo que Johnny y Sarah han muerto. Los mortífagos les han matado. Por eso la estaba abrazando.
Lily abrió los ojos horrorizada. ¿Sarah? ¿Johnny?
- Pero… ¿cómo…? –preguntó tras varios intentos de abrir la boca. Inmediatamente le abrazó con fuerza. Sabía lo que esa chica, guardiana del equipo de quidditch, había significado para James. Había sido su compañera más aventajada en el campo-. Lo siento tanto cariño…
James le devolvió el abrazo con cariño, pero no dijo nada. Hundió la cara en su cuello e inspiró hondo su perfume, aguantándose las ganas de llorar o maldecir que había retenido desde el día en el que había descubierto lo que les había ocurrido. Durante unos segundos se abrazaron en silencio, hasta que Lily le dio un beso en la mejilla.
- ¿Quieres hablar de ello? –le preguntó al oído, acunando su cuerpo.
- No –respondió él escuetamente, aunque eso no le extrañó.
James no era de los que les gustara mantener largas conversaciones sobre ese tipo de temas. Prefería superar las cosas y seguir adelante con temas más livianos. Así que ella decidió regresar a una cuestión más amable. Esos estúpidos celos que le habían carcomido sin motivo. Seguro que eso le levantaba el ánimo a James.
- La cuestión es que tuve celos al verte con Jane –le volvió a pasar los brazos por el cuello y él la miró más intensamente-. Sé lo que tuviste con ella y sé que quedó en el pasado pero…
- Jamás la quise –aseguró él, tajante. Luego la miró intensamente, de un modo que siempre había conseguido que le temblaran las rodillas. Como si ella fuese el sol alrededor del que girase su mundo-. Siempre has sido tú, Lily.
Ella sonrió, encandilada.
- Lo sé. Y sé que jamás me harías daño de manera intencional. Eres la persona más leal que conozco. Pero te quiero demasiado y, por ello, sin pretenderlo, tienes más poder para hacerme daño que ninguna otra persona en el mundo. Y eso asusta.
- Moriría antes que hacerte daño. Hablo en serio, Lily. Si algún día me dejas, no sé qué sería de mí.
Lily se rio suavemente. Cuando ponía esa cara parecía un cachorrito abandonado. Le dio un beso en la boca y le abrazó con fuerza.
- Afortunadamente, no vas a tener que averiguarlo –le aseguró, sintiendo que el peso que atenazaba su pecho todos esos días había pasado. Ahora todo estaba bien entre ellos; su vía de escape, su roca, seguía a su lado.
Para Benjy Fenwick ese sería uno de los peores amaneceres de su vida.
Desde que había tomado bajo su protección a Rachel Perkins había colaborado alguna vez en ayudarles a ella y a Remus tras la luna llena. Algo que se había hecho más duro según aumentaban sus sentimientos por ella, por lo que agradecía que esa tarea solieran llevarla a cabo sus amigos.
Pero jamás había tenido que enfrentarse a ella en esas circunstancias.
Cuando entró a la habitación hechizada e insonorizada, hacía rato que el sol había salido por el horizonte y asomaban los primeros rayos por los edificios de Londres. Rachel colgaba de los cadenas mágicas desmadejada, agotada y herida, aunque afortunadamente solo de forma superficial.
Cuando la desató y la cargó en brazos pensó que estaba inconsciente, como ocurría a menudo tras una noche de transformación. Pero, cuando la llevaba hasta su cama, ella abrió los ojos y le miró.
- Has tardado en venir –le dijo con voz ronca y grave.
Benjy hizo una mueca.
- Perdona. Se me ha ido la hora.
Entre hablar con Dumbledore, esconder a los niños y niñas y mirar la gravedad de las heridas de Tony era cierto que se le había pasado la hora del amanecer y no había podido llegar antes a su casa.
Rachel notó algo en su mirada, porque levantó la cabeza y le miró preocupada.
- ¿Qué ha ocurrido?
Él desoyó la pregunta y la posó en la cama, obligándola a quitarse la túnica para curar sus heridas en las muñecas y las piernas al haber tratado de forcejear con las cadenas. También tenía un hombro dislocado. Rachel le sujetó la muñeca cuando él pasó su varita por su brazo.
- ¿Ha sido Remus? –preguntó seriamente, mirándole a los ojos.
Benjy suspiró.
- Pasó algo anoche –reveló, buscando las palabras adecuadas-. Contactó conmigo poco antes del cénit lunar. Los dirigentes del clan habían preparado una ofensiva y…
- ¿Cómo que una ofensiva?
- Les trasladaron hasta un orfanato muggle poco antes de llegar la hora de la transformación –Rachel ahogó un grito-. Al parecer, el objetivo era morder y infectar a la mayor parte de niños posible. Reuní a los pocos de la Orden que pude y nos aparecimos, pero allí también había mortífagos que les ayudaban a asegurarse de que no mataban a los niños mordidos.
Rachel le miraba con absoluto terror. Probablemente, hasta ahora no había pensado en que la misión en la que estaba a punto de embarcarse supusiera algo tan drástico. Una cosa era convivir con licántropos e informar sobre sus movimientos, que incluso ella lo había hecho antes. Y, otra, aprovechar su condición para infectar a otros inocentes.
- Toma un poco de poción revitalizante –le aconsejó, pasándole un pequeño frasco-. Te vendrá bien.
Rachel obedeció de forma automática, aunque seguía con la mirada perdida. Al cabo de un rato, pareció reaccionar.
- ¿Conseguisteis impedir algo?
- Apenas sacamos a unos pocos intactos –confesó él, mirándose las mangas de la túnica. Había tomado la precaución de cambiarse y lavarse la sangre antes de ir a por ella, porque si no se habría alarmado más-. Pero la mayoría…
- ¿Y vosotros estáis bien? –le preguntó, mirándole a los ojos-. ¿No han conseguido morder a nadie?
Benjy negó con la cabeza.
- Conseguimos mantenerlos a raya a duras penas. Pero no nos mordieron.
Rachel suspiró, aparentemente aliviada por esa información. Se tumbó en la cama y cerró los ojos. Benjy se levantó para dejarla descansar, pero de repente ella se incorporó de golpe y le miró preocupada.
- Remus está bien, ¿verdad?
Él se quedó en silencio un segundo más de lo recomendable.
- ¿Está bien? –repitió, alzando la voz.
- No lo sé –confesó Benjy a regañadientes-. No sé nada de él.
Rachel le miró alarmada.
- ¿Cómo…? ¿Y para qué tienes esos dichosos aparatos?
Trató de incorporarse de la cama pero él le puso las manos en los hombros para dejarla sentada. Estaba aún muy débil.
- Los aparatos no están funcionando –le informó-. Los comprobé al llegar a casa pero no están mandando señal. Quizá él aún no ha despertado. No ha debido ser una noche fácil para él.
Rachel siguió forcejeando con él, preocupada, pero de repente palideció, cambiando su expresión. Se detuvo y le miró a los ojos, con los suyos muy abiertos.
- ¿Cómo conseguisteis mantenerlos a raya? –preguntó lentamente. Benjy tragó saliva pero no contestó, lo que despertó aún más sospechas en ella-. ¿Habéis tirado a matar?
- Rachel…
- ¡Dímelo! –gritó cada vez más alterada-. ¿Habéis tirado a matar? ¿Habéis matado licántropos? ¿Lo habéis hecho aunque eso pudiera significar matar a Remus?
Benjy se incorporó, incapaz de seguir mirándola y se paseó por la habitación.
- Hemos tratado… La mayoría de las veces…
Pero las imágenes de los horrores de esa noche se amontonaban en su cabeza y se unían al terrible remordimiento que tenía de haberse arriesgado a hacer daño a Remus Lupin. Un sentimiento que se había incrementado al ver que los dispositivos no emitían ninguna señal de vida aún.
- ¡No tienes ni idea de lo que ha sido! –explotó de repente al ver su mirada acusatoria y trató de justificarse a sí mismo-. ¡Tú no estabas allí, no has visto esa carnicería, a esos niños, lo que han hecho esos…! –se detuvo al ver el horror en la cara de ella y percatarse de lo que había estado a punto de decir-. ¡N-no sabes lo difícil que ha sido que todos hayamos salido con vida de ahí!
Esta vez Rachel sí consiguió ponerse en pie, aunque seguía pálida y ojerosa.
- No creas, lo entiendo perfectamente –le contestó con veneno-. Los licántropos solo somos bestias semi-humanas. No merecemos cuidado ni compasión. Si hubieran sido magos o brujas hechizados contra su voluntad seguramente hubierais tenido más cuidado pero, con nosotros, ¿para qué?
- ¡No tienes derecho a decirme…! –Benjy ahogó un grito acercándose a ella.
- ¿A qué? –le enfrentó ella, sintiendo que las lágrimas se arremolinaban en sus ojos.
- He tratado por todos los medios… -intentó explicarse él en voz baja-. He pensado en Remus todo el rato. No quería hacerle daño. Sabía que no me lo perdonarías. Pero aquello era un caos y no hacían más que matar personas inocentes.
El silencio de Rachel le pesó más que un grito encolerizado. Ella le miraba, notando en sus ojos o sus palabras algo que a él se le había escapado.
- ¿Solo has pensado en Remus y en mí? –le preguntó al cabo de unos segundos-. ¿Y en los demás? ¿Crees que todos los demás que están allí no son más que bestias inhumanas con sed de sangre? ¿Entre ellos no había derecho a sobrevivir?
Benjy abrió y cerró la boca varias veces pero no supo qué responderle. Realmente no acababa de entender lo que ella quería decirle. Algo le estaba atormentando pero, en ese momento, tan solo podía acercarse a la superficie.
Rachel inspiró hondo, abrazándose a sí misma.
- Soy una estúpida. Creí que podría hacerme entender por completo por alguien que solo vive mi condición desde fuera –se lamentó-. Remus y yo sabemos que nuestras vidas valen menos que las vuestras. Él lo ha asumido antes y por eso está allí luchando por hacer justicia mientras yo me quedaba aquí, auto compadeciéndome y tratando de ser lo que no seré jamás de nuevo.
Se sentó dolorida en la cama, pero con una mirada de determinación que Benjy no le había visto hasta ahora.
- Pero eso se acabó –sentenció ella-. En cuanto esté recuperada del todo yo me uniré a él, si es que sigue con vida. Y puede que a la siguiente que tengáis que matar en defensa propia sea a mí.
Benjy la miró con profundo dolor en sus ojos.
- Yo no creo que vuestra vida valga menos –le aseguró con voz rota.
Rachel meneó la cabeza.
- Me da igual –le dijo-. Ahora solo quiero asegurarme de que Remus está vivo. No sé si es vuestra prioridad o no, pero desde luego sí es la mía.
Era ya media mañana cuando Regulus despertó aturdido, sin poder moverse. Tendido en un mullido colchón, parpadeó varias veces, tratando de enfocar su vista.
Estaba en su habitación. Vio los colores de Slytherin adornar las paredes, las cortinas oscuras que rodeaban su cama, el blasón de los Black encima de él, en el cabecero de la cama, y los libros que había amontonado desde hacía meses en la cómoda sin tocarlos.
¿Cómo había llegado hasta allí? El último recuerdo que tenía era de la fiesta. Pero todo estaba confuso…
Música. Gritos. Agitación. Pánico. Saloth… ¡Saloth muerto! Luego alguien le había llamado por su nombre. ¿Quién? Y él había ido a por Emmeline ante esa incertidumbre.
La había reconocido fácilmente. Era absurdo que se ocultara. Habían vivido en la misma casa durante seis años. De algún modo, no había pasado para él desapercibida esa niña atractiva y solitaria que había crecido en la habitación de al lado, había compartido sala común y clases y, sin embargo, se había negado a confraternizar con ellos a medida que el Señor Oscuro tomaba poder.
Emmeline Vance era una rareza entre los slytherins. Una chica independiente, con ideas propias y demasiado aperturista. Y, aunque la mayoría la odiaban, algo en ella siempre le había provocado una gran admiración. Era libre en el más extenso significado de la palabra. Ella podía decir que nadie, ni padres ni conocidos, habían influido en su modo de pensar. Era única en su propio modo especial.
Pero claro que la había reconocido. Pensar siquiera en que podría pensar en pasar por Joselyn era absurdo. ¿Cómo es que sus padres no lo habían visto? Suponía que nada ciega más como no querer ver algo. Más, cuando está relacionado con tus dos hijas…
La cuestión era que la había descubierto. Hubiera querido resolver las cosas entre ellos pero los demás se habían percatado de su discusión. Y la habían torturado. Las imágenes cruzaron por su mente y le revolvieron el estómago.
Hubo un vacío en su mente. Sabía que había intervenido, que la había sacado de ahí con la excusa más patética del mundo. Pero, ¿cómo había acabado? ¿Estaría bien? Por algún motivo, eso le torturaba más que nada. Era absurdo.
Se levantó de la cama trastabillando, incapaz de controlar sus piernas. ¿Qué maldito hechizo le habían echado?
Incómodo, sintiéndose sin fuerzas y con nauseas en el estómago, se arrastró fuera de la habitación. Buscaba a Kreacher o a su madre. Ellos podrían explicarle cómo había llegado a casa. De repente, como si le hubiera invocado con el pensamiento, su elfo doméstico se apareció delante de él.
- ¡Amo Regulus! ¿Se encuentra bien? ¡La ama está muy preocupada! Cuando la señorita Bella apareció…
- ¿Bellatrix ha venido? –preguntó él apoyándose en la pared.
Preocupado, Kreacher se apresuró a ayudarle a volver a su habitación.
- Sí, señor. La ama estaba muy nerviosa y lloraba por lo que le habían hecho. Kreacher tuvo que darle una pócima relajante. Y la señorita Bella le llevó a usted a la habitación y ordenó a Kreacher avisarle en cuanto despertara. Creo que quieren hablar con usted, señor.
- ¿Cómo está mi madre? –quiso saber, ignorando de momento el requerimiento de Bellatrix.
- Aún duerme, señor. Kreacher creyó que era necesaria una poción fuerte porque la ama estaba realmente preocupada por el amor Regulus. Dijo algo de un asesinato.
- Sí… La verdad es que ha sido una noche demasiado intensa para mi madre –concedió, sabiendo que su madre no estaba acostumbrada a ese estilo de vida.
Él tampoco conseguía estarlo. Creyó que con el tiempo se acostumbraría pero no lo conseguía. De hecho, cada vez se horrorizaba más.
- ¿Dices que Bellatrix te ordenó avisarla cuando despertara?
- Sí, señor. Está abajo, con el señor Rodolphus y el señorito Rabastan. No parecían contentos, señor. Kreacher supuso que los planes que hayan tenido para el Señor Oscuro no han salido del todo bien.
- No es exactamente… -Regulus se detuvo-. No te preocupes, Kreacher. No ha sido nada grave. Si Bella y los demás están abajo, es mejor que baje yo mismo. Tú vete a atender a mi madre.
- Pero, señor…
- Yo mismo le informaré a Bella que ya estoy despierto y disponible. Tú lo has hecho bien –se apresuró a decir.
Conocía a Kreacher y sabía que podría llegar a castigarse si no cumplía a rajatabla una orden dada por alguien de la familia Black. Sin embargo, el elfo agachó las orejas y asintió con la cabeza. No era comparable la devoción que sentía por él a la que sentía por Bella. Y eran sus órdenes las que convertiría en prioridad.
Cuando el elfo se desapareció con un chasquido, Regulus se incorporó lentamente de nuevo y volvió a salir de la habitación. Le costó bajar por las escaleras. Sentía que todo el cuerpo le dolía, como si le hubieran sometido a una sesión de maldición cruciatus. Aunque no lo recordaba. No podía ser…
Cuando estaba por el pasillo de la segunda planta percibió la luz del salón, que se iluminaba torpemente por el sol de julio que se colaba desobediente por las gruesas cortinas del salón. Y, enseguida, percibió las voces de los invitados.
- Tu apellido no va a poder protegerle eternamente, Bella –escuchó la voz ronca de Rodolphus.
Regulus se detuvo, pegándose por completo a la pared. Estaba seguro de que estaban hablando de él. Afinó el oído y escuchó la seseante y molesta voz de Rabastan.
- Ese niñato se ha estado comportando de forma ambigua desde hace tiempo. Es una decepción para los nuestros. Y su actuación de esta noche… me aventuro a decir que roza la traición.
- ¡No te lo consiento, Rabastan! –exclamó de pronto la estridente voz de Bellatrix-. ¡No vas a poner a mi apellido ni a mi familia en duda! ¡Los Black estamos muy comprometidos con la magia oscura!
Regulus se aventuró a dar un paso adelante para observar desde la barandilla. Percibió a su prima, alta, orgullosa, con su habitual mirada desquiciada y su túnica negra de siempre, echada sobre un hombre que debía ser Rabastan, aunque desde esa posición no logró verle la cara. Sí percibió su tono, entre asqueado y burlón, cuando respondió:
- Te recuerdo que no todos…
Entonces sí vio a Bellatrix sacar la varita y ponerla contra su cuello.
- Te he dicho mil veces que yo me encargaré de las ramas podridas de mi árbol familiar –le siseó con la furia saliendo de sus ojos.
De pronto una tercera persona se movió y vio a Rodolphus entrar en acción y apartar a su esposa de su hermano de un empujón suave pero firme.
- Bella, ¿cuánto más vas a defender al inútil de tu primo? –le preguntó-. Todos saben que si la hija de los Vance escapó con vida fue por su culpa.
Regulus se volvió a esconder contra la pared y cerró los ojos, jurando en voz baja. Debió suponerlo. Su movimiento había sido sospechoso y ahora él estaba en el punto de mira. Ni siquiera saber que Emmeline estaba viva le consoló lo suficiente ante el pánico que le entró por el cuerpo en ese momento.
- Por lo que he oído, los presentes eran tan inútiles que por eso se vieron reducidos enseguida. Y eso que los lamedores de culo de Dumbledore eran muy pocos –protestó Bellatrix, casi gritando al mencionar a los aliados del director de Hogwarts-. ¿Nott no se ha avergonzado lo suficiente por ofrecer tan mala seguridad a Saloth y los suyos que ahora quiere cargar las culpas sobre los Black?
- Debería dejarte de preocupar tanto la imagen de los Black. Tú ahora eres una Lestrange –le recordó su marido, un poco molesto por su lealtad a su familia de nacimiento.
Bella hizo un gesto despectivo que Regulus vio porque había caminado hasta la chimenea. Él trató de mimetizarse contra la pared, rezando porque no le viera. No ahora que la conversación estaba tan interesante. Quería saber qué tenían pensado hacer con él Rabastan y Rodolphus. Qué opinión tenían los demás tras su actuación esa noche.
- Eso da igual ahora –intervino la seseante voz de Rabastan-. El tema urgente es Regulus. Ésta no es la primera vez que se le cuestiona. Tú estuviste cuando se echó atrás en la casa de los Bones.
A Regulus se le revolvió el estómago al recordar esa noche. Por supuesto que se había negado a formar parte de eso. Nadie decente querría colaborar en algo así. Sus pretensiones de poder vivir en un mundo que no estuviese limitado por muggles no incluían ese tipo de barbaridades.
- Mi primo se negó a tocar a una traidora a la sangre –espetó Bellatrix violentamente. Regulus tuvo un recuerdo de ella sujetando a Gisele Bones y sintió que podría vomitar en ese momento. No entendía que hablara de aquella noche con tanta tranquilidad después de lo que ocurrió-. Puede que estuviera nervioso pero su intención era obvia. Nosotros no nos enredamos con ellos, ni siquiera para castigarles.
- Bella –murmuró Rodolphus-. Entiende…
- ¿Cómo puedes estar tan ciega? –gritó a su vez Rabastan, haciendo que Regulus se sobresaltase. Era el mas inseguro de los hermanos, el que menos carácter tenía. Ese tono no era habitual en él-. ¡No es la primera vez que ese inútil titubea!
- ¿Qué quieres decir? –preguntó Bella violentamente.
Regulus sintió un latido fuerte en los oídos cuando se inclinó hacia adelante, como un sabueso que inspecciona una zona de peligro.
- El año pasado tuve una interesante conversación con él –relató Rabastan, levantando todas sus alarmas-. Aún estaba en Hogwarts, pero empezó a divagar sobre el futuro, sobre si era necesaria o no la vía armada, sobre la violencia… Se replanteó por completo a sí mismo.
Regulus se envaró. No podía creer que Rabastan recordara esa conversación. Que le hubiera dado tanta importancia. Fue en una fiesta de Navidad, la misma noche que le comprometieron con Yaxilia. Parecía que había pasado una eternidad desde aquello. Él solo… Solo había puesto voz a los pensamientos que Sadie le había hecho plantearse. ¿Lo había tomado Rabastan como un símbolo de debilidad?
- Imposible –terció Bellatrix violentamente-. Lo habría notado como con el inútil de su hermano, que no podía dejar de gritar sus patéticas ideas pro-muggles a los cuatro vientos.
- Regulus no es así. ¿Desde cuándo alardea de su rebeldía? –intervino de nuevo Rabastan, logrando que él mismo le diera la razón. Pero éste continuó y a Regulus se le subió el corazón hasta la garganta-. Y era una chica la que le hizo dudar. Le metió un montón de ideas absurdas en la cabeza; él mismo me lo contó. Y hoy se ha asegurado de salvarle la vida a otra chica. Está claro que a los hombres de tu familia les tira demasiado la bragueta…
- ¡No digas gilipolleces! –espetó Bella.
Regulus frunció el ceño. ¿Ese desgraciado solo podía pensar en una cosa? Había otros motivos para salvarle la vida a alguien. ¿La compasión, por ejemplo? Le revolvió el estómago que Rabastan comparara lo que significaba Emmeline con lo que había significado Sadie. Esta última había sido especial… Ni siquiera le había dado tiempo a pensar en ella de un modo físico antes de darse cuenta de que su voz y su sarcasmo le daban la vuelta al estómago de un modo que solo lo lograba una buena intoxicación de cerveza de mantequilla.
Ni siquiera Grace, que desde que la conoció la había considerado poco menos que un ángel etéreo, le había provocado esa sensación constante en el cuerpo. Y no la había identificado antes porque Sadie tenía la particularidad de enojarle con más facilidad que ninguna otra persona en el mundo. No era la bragueta la que tiraba de él cuando pensaba en ella. Era algo que estaba oculto dentro de su pecho.
- ¿Y de qué chica estás hablando? –preguntó entonces Bella, sacándole de sus pensamientos.
- De la hija de Duncker, el traidor al que querían cargarse los suyos –murmuró Rabastan, aunque Regulus le escuchó perfectamente.
¿Cómo podía saberlo? Él se había encargado muy bien de no desvelar el nombre de Sadie. Incluso cuando creía que su padre era de los suyos, ella se había encargado de desvincularse de él. Y, de repente, sintió como si una piedra inmensa se apretara contra su pecho, impidiéndole moverse aunque el corazón se le había acelerado hasta un ritmo insospechado. Supo lo que iba a decir Rabastan antes de que éste pronunciara las palabras.
- Aunque llegas tarde. Yo me encargué de ella. Está muerta.
Regulus cerró los ojos. Sentía furia, rabia, tristeza, cólera… Quería matar. Por primera vez en su vida quería acabar de verdad con la vida de otra persona. No como lo había hecho hasta ahora, asqueado y reticente. Quería ver a Rabastan Lestrange suplicando por su vida, malherido, apestado a sangre y a sus propias vísceras y ver cómo la luz se apagaba en sus ojos.
Llevaba más de un año buscando al asesino de Sadie. Había torturado a aurores y civiles. Había asesinado para averiguar cualquier dato inútil. Había sido implacable. Era lo único que le movía durante esos primeros meses, hasta que descubrió que debía demostrar valía si no quería acabar muerto él también. ¿Y ahora descubría que siempre tuvo al asesino delante?
"A Sadie Duncker la mataron con magia oscura, una maldición imperdonable. Fuera quien fuera, no era de los míos. Si yo fuera tú, buscaría en tu propio bando", le había dicho ese auror al que torturó hacía meses. Regulus pensó y pensó. Le había dado mil vueltas. Estaba seguro de que le mentía. Cuando murió, a ojos de todos Sadie era la hija de un asesino amigo de los mortífagos. Era el otro bando el que estaría deseando quitarla de en medio…
"Está claro que a esa chica la descubrieron antes de que los demás supiéramos de la inocencia de su padre, o alguien estaba interesado en su muerte por algún otro motivo. Pero ese "alguien" pertenecía a tu bando, Black", había dicho también ese desventurado. Merlín… La solución siempre estuvo delante de él.
Rabastan la había matado. La descubrió. Averiguó quién era, la chica que le hacía dudar, titubear. Y la quitó de en medio porque él no supo mantener la boca cerrada. Para asegurarse de que no se desviaba del camino que habían marcado para él.
Era como si la hubiera matado él mismo.
El vacío que sintió en esos momentos en su pecho no se comparaba con nada. Metió la mano en su bolsillo y sacó la varita, empuñándola con fuerza. Iba a matarle con sus propias manos. Allí mismo, en el salón de su casa.
- Ahora hay que volver a vigilarle, atarle en corto –escuchó que decía entonces Rodolphus. Regulus percibió que su respiración estaba acelerada y sus ojos empañados. Hasta le parecía que todo estaba más rojo a su alrededor-. Si se replantea si está con nosotros…
Bellatrix fue tajante, con la voz fría que le dedicaba a sus víctimas.
- Si lo hace, yo misma me encargaré de él.
Y Regulus supo que estaba sentenciado. Lo estaba incluso antes de que pudiera moverse. Con Rodolphus y una furiosa Bellatrix allí, jamás conseguiría matar a Rabastan a tiempo. Y jamás vengaría a Sadie. Su muerte habría sido en vano. Y él no podía permitirlo.
"Tú no quieres justicia, Regulus. Quieres venganza". Recordaba las palabras de Sadie en su sueño. Ni siquiera sabía si era real pero no le importaba. Era lo único que podía tener de ella. Y pensaba demostrarle que sí quería justicia. No una justicia habitual, no. Les daría una justicia que no se esperaban. Les golpearía donde más le dolía. Pensándolo bien, quizá sí quería venganza.
- De todas formas, no podemos desviarnos de lo más importante ahora –oyó que Bellatrix seguía diciendo-. Ya me encargaré de mi primito, pero ahora necesito vuestra ayuda con cierta sangre sucia…
Pero Regulus ya no la escuchaba. Lentamente, tratando de no hacer ruido, volvió a subir las escaleras. En el último tramo se encontró con Kreacher, al que le hizo un gesto reclamándole silencio y pidiéndole que le siguiera.
- Kreacher, no puedes decirle a Bella que estoy despierto. Es importante –le susurró una vez habían llegado a su cuarto.
Si se enfrentaba en ese momento a su prima perdería los nervios y ella controlaría la situación. Se negaba por completo.
- Baja y dile que estoy inconsciente. Dile que vas a tener que improvisar algo, pero que llevará todo el día que me recupere.
Su elfo asintió con la cabeza seriamente, mirándole con preocupación. Apenas unos minutos después regresó, mirándolo con algo de ansiedad, mientras se sujetaba una oreja que parecía herida.
- La señorita Bella estaba furiosa, señor. Le tiró con el atizador de la chimenea a Kreacher. Pero ella y los señoritos Lestrange se han marchado. La señorita Bella ha pedido a Kreacher que le diga al amo Regulus que hoy puede descansar pero que mañana deberá presentarse ante el Señor Oscuro. Que no puede faltar.
Y en ese momento Regulus recordó algo que había olvidado con tanto acontecimiento y descubrimiento: El Señor Tenebroso había solicitado un favor por su parte. Un favor inusual. Debía llevarle un elfo.
La Orden del Fénix llevaba semanas advirtiendo que sus continuas idas y venidas a San Mungo estaban llamando demasiado la atención.
Después del incidente con Sirius Black, Alastor Moody se vio obligado a dar ciertas explicaciones que, por la improvisación de Alice, habían acabado relacionadas con la Academia de Aurores, lo que había propiciado que se abriera una investigación.
Afortunadamente, la influencia del auror en esos tiempos de guerra había impedido que no llegara la sangre al río –metafóricamente-, pero lo cierto era que debían andarse con mucho cuidado a partir de entonces.
Moody fue consciente de ello ese día, cuando tuvo que echar mano de otros contactos para asegurarse que ni Emmeline Vance ni Gideon Prewett fueran relacionados con él. La protección especial que tuvo que crear para la muchacha, tanto por lo particular de su ataque como por su identidad, requirió varios favores. De no haberse sido por lo que significaba el nombre de Dumbledore realmente no sabía qué habría podido hacer con ella.
Pero no fue hasta por la tarde que pudo reunirse finalmente con el director de Hogwarts. Dumbledore llegó a su casa de improviso, con aspecto cansado y algo derrotado. Algo que no era extraño, dados los acontecimientos de esa noche.
- ¿Cómo están Emmeline y Gideon? –le preguntó a bocajarro sentándose frente a él.
Moody se echó hacia atrás en el asiento del escritorio, que solía usar para recopilar parte de la información que utilizaba en los casos que se llevaba a su domicilio para estudiar con más calma.
- A Prewett ya le han dado el alta –le informó con el ceño fruncido, pensando en ese loco de Gideon-. No era grave, solo que ese chico tiene un serio problema de impulsividad. Te juro que algún día conseguirá que le maten…
Dumbledore se quitó las gafas y se frotó la nariz con cansancio.
- ¿Y Emmeline? –preguntó, más preocupado por ella.
Moody hizo una mueca.
- Estaba despierta cuando me marché. Seguramente en un par de días le darán el alta, pero ya se me acaban las excusas para que personas con esta clase de heridas y tan relacionadas entre sí no paren de visitar San Mungo. Es cuestión de tiempo que alguien del Ministerio sospeche.
- Lo sé –suspiró el anciano-. Tengo que buscar una alternativa pronto.
Su actitud taciturna sorprendió e irritó a Moody a partes iguales. Albus no era precisamente un libro abierto pero después de los acontecimientos de la noche anterior, Moody confiaba en que el comandante de la Orden fuese más resolutivo.
- ¿Se puede saber qué rábanos pasó anoche, Albus? –exclamó, poniéndose en pie dipuesto a hacerle reaccionar-. ¿Tú puedes explicarme cómo ha aparecido Saloth muerto justo cuando nos infiltramos entre ellos?
Albus suspiró y Moody sospechó que había dado en el clavo.
- Tengo una teoría –le confió-. Te la diré cuando lo confirme. Pero esto supone un palo para nosotros.
- ¿Cómo que un palo? ¿Hasta qué punto se supone que puede afectarnos? Un loco menos con el que lidiar. Voldemort ya no tiene un aliado importante con el que contaba.
Dumbledore negó con la cabeza.
- Ojalá fuera tan sencillo. Estoy seguro de que Tom no estaba tan dispuesto a aliarse con alguien que quisiera compartir poder con él. Pero el hecho de que hayan asesinado a Saloth no es tan positivo. Han podido crear un mártir; y me temo que esa es la intención de sus seguidores.
Sacó de su túnica una copia de El Profeta y la tiró sobre la mesa.
- En el periódico de hoy no dicen nada sobre el tema –reveló-. No es que esperara grandes detalles pero llama la atención el silencio sobre el asesinato de un mago oscuro.
- Es probable que Nott no quiera que se sepa que ha sucedido en su casa. Ese cabrón tiene mucho poder –supuso Moody.
Albus asintió pensativamente.
- Puede ser una de las razones. Pero, sin duda, seguro que están esperando a dar la noticia cuándo y cómo más les beneficie. Y me preocupa que sepan la identidad de Emmeline.
- ¿Crees que pretenden cargarle con el muerto a la chica? –preguntó Moody extrañado.
- A saber… No me gusta sentirme tan vulnerable con respecto a ellos. Tienen el poder de la información de su lado ahora mismo. Y más sobre un tema que nos afecta, pero con el que no hemos tenido nada que ver ni somos responsables.
Moody recargó su cuerpo contra la mesa, pensativo. Lo cierto era que solo podían esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Como decía Albus, ellos tenían esa ventaja ahora.
Miró distraídamente la portada de El Profeta, que sí relataba en primera página y con todo lujo de morbosos detalles el ataque de un amplio grupo de licántropos a un orfanato muggle. El tono y la prosa de esa lengua viperina de Rita Skeeter buscaba crear un mayor odio, si cabe, hacia los hombres lobo. Algo que beneficiaba mucho en tener a una sociedad asustada y desquiciada, que apoyaba medidas más represivas sin pensar con la cabeza.
Un caldo de cultivo que el Ministerio no parecía comprender que beneficiaba más a Voldemort que a ellos mismos.
- ¿Y sobre el otro tema? –preguntó al cabo de unos minutos-. ¿Cómo está Anthony?
Dumbledore le miró e hizo una mueca de dolor.
- Mucho me temo que aún inconsciente. Los sanadores no saben qué maldición le golpeó y, sin averiguarlo, la recuperación será más lenta.
- Estupendo… -murmuró Moody desalentado.
- Edgar se quedará con su hijo hasta que mejore –informó Albus, levantándose él ahora para darse un paseo que le ayudara a desentumecerse, física y mentalmente-. Confío en tener días tranquilos porque no podremos contar con él y Caradoc sigue fuera.
Moody se incorporó de nuevo al tocar otro de los temas que creía que debía tratarse cuanto antes.
- Ese también es uno de los principales problemas, Albus. Somos pocos. Demasiados pocos. Y con bajas como las de los Bones o Dearborne…
- Caradoc avisó con tiempo de que estaría fuera estos días. Y solo faltaba que yo me pusiera a cuestionar la vida de nadie, Alastor –le interrumpió Dumbledore-.
- ¡Pero la cuestión es esa misma! –exclamó el auror-. Los chicos me lo han comentado. Somos muy pocos y todo esto cada vez es más arriesgado. Sé que es algo voluntario y no se puede criticar a la gente por no presentarse voluntario en estos tiempos. Pero necesitamos más gente antes de que nos superen tanto en número que puedan hacer lo que quieran con nosotros.
Dumbledore asintió, mesándose la barba. La preocupación se reflejaba en cada una de sus envejecidas facciones.
- Supongo que no ayudan nada las ausencias de Caradoc o tener en la Orden gente tan mayor como Elphias, mi hermano o yo mismo.
- No te incluyas en el lote de los carcamales, Albus –intervino Alastor con una pequeña sonrisa de ánimo-. Tenerte a ti al lado es como contar con treinta de ellos. Un seguro de vida. Pero todos sabemos que no podemos permitirte arriesgarte demasiado en las batallas. Si tú caes, no habrá nadie a quien Voldemort tema.
- Siempre habrá otro –repuso él con humildad, aunque un poco fingida-. Tampoco podemos permitirnos perderte a ti. Pero comprendo el problema del que me hablas. Y trataré de reclutar a más personas. Aunque tú mismo has dicho que está difícil conseguir voluntarios…
- Hazlo, por favor –suplicó Moody-. Ten en cuenta que solo cuento con tres aurores, dos aprendices y apenas una docena de civiles. Cada vez es más difícil plantarles cara. Y no todos son tan temerarios como Lupin.
Dumbledore hizo un gesto de preocupación y suspiró.
- Me temo que Remus es uno entre un millón –declaró con cariño y tristeza.
Moody había sacado el tema a propósito, para poder preguntar por otro tema que les angustiaba a ambos.
- ¿Sabes algo de él?
El anciano negó con la cabeza.
- Nada. Y Benjy y Fabian me han dicho que no hay rastro de señales de él. Frank me describió la escena y… Temo de verdad que algo le haya podido pasar. Algo irreparable.
De repente Moody comprendió que Dumbledore se mostrara tan derrotado. Las heridas de Emmeline y Anthony eran preocupantes, igual que la situación de indefensión en la que quedaban tras ser descubiertos en el escenario del asesinato de Saloth. Pero probablemente lo peor era que ese muchacho se había embarcado en una de las misiones más peligrosas por insistencia de Dumbledore y puede que eso le hubiera costado la vida.
No era el primero que moría a su mando, pero Moody sabía que ese chico tenía un significado especial para Dumbledore. Lo tenía particularmente difícil en la vida y el anciano admiraba su determinación. Merlín, él también lo hacía. Sería irremplazable para todos si le había ocurrido lo peor.
En ese momento, como atraída por el pensamiento, una lechuza picoteó la ventana. Moody se apresuró a abrir y ésta cruzó la habitación volando hasta posarse en la mesa, al lado del brazo de Dumbledore. Era una lechuza pequeña y salvaje; desconocida. Intrigados, ambos hombres se miraron entre sí antes de que Dumbledore se apresurara a abrir el pequeño pergamino que tenía enrollado en una pata.
Era una escueta carta escrita con bolígrafo muggle, lo que le hizo fruncir el ceño. Pero al leer el contenido sonrió con alivio.
- Gracias a Merlín…
- ¿Ocurre algo? –preguntó Moody con el ceño fruncido.
- Precisamente nuestro muchacho ha podido contactar –le informó, entregándole una pequeña carta firmada solo con la inicial de su apellido-. Afortunadamente parece que está sano y salvo. Por lo que Frank me había contado, tenía mis dudas, la verdad…
Moody leyó tres veces las cuatro líneas que había escritas con letra apurada, pero no sacó mucho en claro. El chico no decía nada concreto, solo informaba de su estado y convenía en que debían verse cuanto antes.
- Me alegro de que el chico esté bien –murmuró, tratando de encontrar algún mensaje oculto pero sin conseguirlo-. Ahora a ver si puede mantener la coartada.
- Eso voy a averiguar –aseguró Dumbledore con resolución, recuperando la energía habitual.
Recogió la carta, llamó a la lechuza y se encaminó hacia la puerta.
- Voy a reunirme con él. Parece urgente. Debo encontrarlo antes de que sea tarde. Puede llevar horas esperándome.
- Avisa ante cualquier peligro, Albus –le advirtió el auror como despedida.
Dumbledore se apresuró a localizar a Lupin, quien comprobó que continuaba en el bosque donde había tenido lugar el ataque el día anterior. Tardó otra hora más hasta conseguir llegar al lugar sin ser visto, ya que comprobó que la zona seguía siendo rastreada por algunos mortífagos y licántropos. Probablemente buscando supervivientes.
Remus Lupin le esperaba cerca del lugar convenido y fue el propio muchacho el que le localizó mientras él escudriñaba el lugar. El chico parecía herido, aunque no de gravedad. Cojeaba con la pierna derecha y tenía diferentes rasguños en la cara, el cuello y las manos, así como la ropa desgarrada.
- Profesor –le llamó en voz baja.
Dumbledore se apresuró a silenciar y aislar la zona para que no fueran encontrados juntos.
- ¿Estás bien, Remus? Hemos estado muy preocupados por ti.
- ¿Sabe algo de los demás? –preguntó él apresuradamente.
- Todo está bien, hijo. No te preocupes por nadie.
Por supuesto que eso era una gran mentira pero no ganaría nada angustiando más al pobre muchacho, que le suplicaba con la mirada que le jurara por Merlín que había conseguido ayudar en algo con su alarma. Que ningún compañero había resultado herido. Que habían conseguido salvar a suficientes niños intactos.
Cuando le preguntó por estos últimos había tanto miedo en sus ojos que Dumbledore sintió un fogonazo de compasión.
- Hemos sacado a varios de la casa antes de que los mordieran, Remus. No lo habríamos logrado sin ti.
Él respiraba rápido e irregular, con el miedo en el cuerpo.
- ¿Y los que mordieron? ¿Han conseguido hacer algo con ellos?
Dumbledore negó con la cabeza, apesadumbrado.
- Eran muy pocos y me temo que no daban abasto.
- ¿Así que lo más probable es que la mayoría estén en la guarida cuando yo vuelva?
A Remus se le atoró la voz, aunque ya suponía lo que estaba confirmando. Que tendría que acostumbrarse a convivir con críos que aún no eran conscientes de que acababan de ser maldecidos de por vida. Y no quería ser testigo cuando lo comprendieran.
- Me temo que no podemos hacer mucho sobre eso, hijo –se lamentó Dumbledore-. De todas formas, ¿por qué necesitabas verme con tanta urgencia? ¿Cómo puedo ayudarte? Me doy cuenta de que el ángulo de tu pierna no parece muy sano, pero debiste avisarme de que estabas tan herido; habría traído a Benjy conmigo. Ya sabes que yo no soy experto en magia medicinal.
Remus agitó la cabeza.
- No se preocupe por eso. Llevan horas peinando la zona y buscando supervivientes y, si yo tardo tanto en aparecer y lo hago medio curado, podría ser sospechoso. Mejor que me vean cojo y molido para justificar mi ausencia.
- Entonces, ¿por qué me contactaste, hijo? Ha sido un movimiento arriesgado con tanto mago y bruja alrededor.
Entonces comprendió que estaba realmente muy nervioso. Eso era lógico, dada la situación, pero Dumbledore comprobó que sus ojos se volvían continuamente hacia su espalda.
- Primero he contactado con usted porque no tengo otro medio. Los dispositivos han fallado y estoy incomunicado. Menos mal que siempre llevo encima un bolígrafo muggle y encontré una lechuza dispuesta. El caso es que necesito pedirle un favor. Y no le pediré más durante esta misión.
- ¿Es sobre tu padre? –preguntó el anciano sorprendido-. Si te interesa saberlo, le he visitado esta semana y me he asegurado de que está bien atendido.
- No, no –Remus se lamió los labios que habían quedado resecos-. No es eso.
Comprobó de nuevo todo alrededor, aunque estaban aislados por el hechizo de Dumbledore que, estaba seguro, tenía un efecto desilusionador. Entonces se volvió a su espalda, se agachó y susurró.
- Gaia, puedes salir ya. Vamos, no tengas miedo.
En pocos segundos, una pequeña sombra temblorosa salió de una pequeña gruta que no podía tener más de un metro de altura. La criatura era poco mayor que un bebé, apenas una niña pequeña de unos tres o cuatro años. Su pelo rojo oscuro y lacio le caía revuelto y sucio, con las trenzas desechas por la cara, que estaba manchada de tierra. La niña cojeaba con fuerza de la pierna izquierda aunque, en general se veía bastante molida.
Dumbledore se agachó por instinto para ponerse a su altura. La niña que le miró era desconfiada pero tenía una mirada triste en sus acuosos y profundos ojos oscuros.
- Sé que es irregular, señor –se apresuró a decir el chico-. Comprendo que no tiene sitio pero no puedo llevarla conmigo. No puedo permitir que le conviertan en esto.
El anciano alternó la mirada de Remus a la pequeña.
- Pero, ¿no la han…?
El muchacho tuvo un tic en la boca mientras miraba de reojo la pierna coja de la niña, y Dumbledore suspiró. Ya la revisaría cuando estuvieran a solas. Era absurdo hacer sufrir más a Remus.
- Remus dice que los lobos malos no volverán hoy –comentó la pequeña- con un hilo de voz, como suplicándole que lo confirmara.
Dumbledore debía estar haciéndose mayor porque tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol pero no desfallecer ante esa visión en un ser tan dulce e inocente muerto de miedo y terror. Un intercambio de miradas significativas con Lupin le hicieron ver que la niña no había sido informada de nada.
- Tiene que llevársela, señor –le suplicó-. No puede venir conmigo.
El instinto de la niña fue agarrarse a las piernas de quien consideraba su salvador, resistiéndose a marchar con un adulto que no conocía. El anciano reaccionó ante su gesto de pánico.
- Por supuesto. Me haré cargo de ella –le prometió.
- ¡No! –gritó la pequeña.
- Escúchame, Gaia –el anciano volvió a agacharse frente a ella-. Debes venir conmigo para que te curen y Remus tiene que ir a un sitio peligroso. Tiene que asegurarse de que los lobos malos no volverán.
- Y… ¿y si te pasa algo? –se cuestionó la pobre niña.
Remus pasó un brazo por sus diminutos hombros.
- No me pasará nada. Este señor, que se llama Albus, se encargará de que yo esté a salvo. Te lo prometo.
Costó un poco convencerla pero finalmente el miedo y el dolor hicieron mella en su pequeño cuerpo.
- Están rodeando la zona –le advirtió Dumbledore-. ¿Quieres que te aturda para que te encuentren y no levantes sospechas?
Remus sonrió.
- Sería un buen método.
Inspiró hondo y se enfrentó a la idea de ser apuntado por nada más y nada menos que la varita de Albus Dumbledore. Pero, un segundo después, lo detuvo.
- ¡Señor! Los dispositivos… ¿cómo podré volver a contactar?
- Pronto te enviaré refuerzos. Habrá nuevos métodos de comunicación con esa ayuda. Mientras, mantente vivo.
- ¿Refuerzos? –preguntó el joven confundido-. ¿Qué tipo…?
Pero no pudo seguir preguntando por Albus Dumbledore le tumbó de un hechizo aturdidor, dejándole desmadejado en la hierba del bosque. Malherido, pero lo suficientemente cerca del orfanato para no levantar sospechas.
La niña dio un respingo y miró con pánico el extraño palo que enarbolaba el anciano. Parecía considerar que era una especia de arma.
A Dumbledore le costó algo más convencerla de que debía irse con él aunque, antes, debían mantenerse en silencio para asegurarse de que a Remus no le ocurría nada. Ambos se refugiaron y esperaron a que el joven fuera descubierto.
Cuando uno de los licántropos que rastreaba el lugar le vio, Albus se aseguró de que no sospechaba nada extraño. No se desapareció hasta que se aseguró de que el joven Lupin estaba tan a salvo como podía estarlo en esas circunstancias.
A lo largo del día, Rachel percibió que el ataque de los hombres lobo había provocado revuelo e histeria en la comunidad mágica.
Allá donde iba escuchaba sobre ello, en términos que hacían que las palabras de Benjy fuesen el colmo de la compasión. Aunque no podía extrañarle. La portada de El Profeta y el tono que había usado había buscado precisamente esa reacción.
La noticia había sido excesivamente detallada, dura y cruel. Pero es que lo peor había sido el amplio editorial en el que Barnabás Cuffe había soltado todo el veneno que guardaba dentro contra los semi-humanos.
"Este tipo de actuaciones demuestran que las bestias híbridas que son los licántropos no tienen cabida en una sociedad avanzada como la nuestra", rezaba el editorial. "Por mucho que se empeñen en lo contrario algunos crédulos que componen ese inútil departamento que debería echar la llave, el Registro de Hombres Lobo y Servicios de Apoyo a los Hombres Lobo; su naturaleza les lleva a la violencia y la destrucción. Debemos dejar de lado esa opinión inocente sobre ellos que peca de excesivamente compasiva y comprender que lo mejor para todos nosotros y para los muggles es el control y encierro de todos los hombres lobos. Es por eso que el Ministerio de Magia debe dejar de tratar de integrarlos de modo pacífico y comenzar una campaña en la que su identificación y control sea obligatoria".
Rachel había leído una y otra vez ese párrafo. Sentía repulsión pero, sobre todo, miedo. Cada vez había más gente que exigía que se les identificara obligatoriamente y por ley. Algo que era extremadamente complicado –y estaba segura de que era la razón principal por la que el Ministerio no había iniciado esa campaña-, pero también muy peligroso.
Si más allá de las pocas personas de las de su confianza en la Orden del Fénix se supiera lo que de verdad eran Remus y ella… No quería ni imaginarlo. El estado de indefensión en el que quedarían les haría estar expuestos a la rabia y la ira de aquellos que los usarían de cabezas de turcos. Cada vez había más miedo por esa guerra. Y cada vez había más personas que querían un castigo, aunque fuese contra aquellos que no eran los culpables principales.
Al día siguiente la situación no mejoró, sino que El Profeta volvió a abrir en portada con las actualizaciones del caso, contando cuántos infantes habían desaparecido y habían sido secuestrados por los licántropos. El editorial en ese caso llamó a los padres a extremar las precauciones: Los nuevos objetivos eran los niños.
El estado de psicosis fue tal que varios magos y brujas habían acudido a San Mungo para que les recetaran algún tipo de solución que repeliera a los licántropos de las camas de sus hijos e hijas. Algo que, por supuesto, no existía.
Ella fue testigo de broncas entre el personal sanitario y los padres y madres histéricos cuando apareció ese día para hacer algo que llevaba meses retrasando.
Subió las escaleras de dos en dos hasta la cuarta planta, hacia la sección de Daños Provocados por Hechizos y cruzó las puertas de cristal. En la sala 49, conocida como sala de Janus Thickey, se encontraban pacientes que tenían que pasar largas temporadas en el hospital.
Sus residentes no llegaban a la decena y en las paredes y mesitas había una decoración que variaba según los gustos del ocupante. En la cama de Harold Perkins no había nada más que una desteñida fotografía mágica del hombre abrazando a una atractiva mujer morena y cargando en brazos con una pequeña de expresión tímida que tenía los mismos rizos de su madre y el mismo color de pelo que su padre.
Rachel no pudo evitar observar esa fotografía nada más estuvo delante de la cama de su padre. Una cama de la que no se había movido desde hacía más de un año. Su ocupante era el hombre más tranquilo del mundo, ya que no había habido mejora en su caso. La tortura a la que había sido sometido le había dejado en estado vegetativo, incapaz de despertarse y reaccionar a estímulos ajenos.
Y ella no había ido a visitarlo en varios meses. Su padre había sido un hombre tranquilo y sereno. Habría odiado en lo que se había convertido su hija, estaba segura. Por eso no podía enfrentarse a él.
- Hola papá –le saludó, acariciando su mano inerte-. Siento no haber venido más veces a verte.
Se sentó a su lado y miró su rostro. Al menos no parecía que ese estado le provocara dolor. Su expresión era relajada. El daño estaba en el cerebro y éste estaba muerto.
- ¿Sabes? Estos meses… He estado perdida. Muy perdida. Y ahora lo estoy pagando…
Volvió a mirar la fotografía de cuando era pequeña y sintió unas ganas terribles de llorar. Aproximó su silla y recostó la cabeza en el colchón de la cama, aferrándose al brazo de su padre.
- Perdóname –le dijo, sintiendo las lágrimas inundar sus ojos-. Siento que os he fallado a todos. A mamá, a ti, a Gis… a Remus… Si me hubierais visto en algún momento de estos meses os habríais horrorizado –finalmente las lágrimas cayeron, rodaron por sus mejillas y se precipitaron hasta la fría piel de su padre-. Yo no era así, papá. Yo era más leal y menos egoísta. Y, sin embargo, he tenido tanto miedo… Miedo a que la vida se me fuera, a no tener más opciones… Le he hecho daño a Remus, he tratado tan mal a mi mejor amiga… He ido en contra de todo lo que alguna vez me enseñasteis.
La realidad le había abrumado tanto a raíz de su discusión con Benjy que sentía que el estómago le había dado varios giros a lo largo de todo el día.
- Pero ahora sé que sigo siendo yo misma. Con decisiones horribles pero siendo yo. He estado meses tan obsesionada tratando de que aceptaran a otra persona que no me di cuenta de que, en realidad, no me había ido. Claro que he cambiado porque la vida y las experiencias tratan sobre eso. Pero solo había perdido la esencia… Y ahora sé cómo recuperarla.
El olor de su padre no había cambiado. Incluso aunque llevaba más de un año sin hacer pasteles seguía teniendo ese característico olor a levadura y harina. Y eso le reconfortaba. Le hacía sentirse de nuevo en casa. Restregó su nariz contra su brazo y suspiró.
- Pero ahora voy a tratar de compensarlo, aunque sé que no estarías feliz de que me arriesgue tanto. Hay muchas cosas que tú no entendías de mi mundo pero… es el mío. Y tengo que hacerlo. Sé que mamá lo entendería –hizo una pausa, ante el dolor de mencionar a su difunta madre-. El tío John lo entendería y Richard…
Los sollozos le impidieron seguir hablando al pensar en todos ellos. Su madre, sus tíos, sus primos… Era tan desolador pensar en ellos, en la gran familia que habían sido y de la que solo quedaban ellos dos...
- Les echo tanto de menos a todos –le dijo entre hipidos-. No puedo creer que solo quedemos tú y yo. Y a veces me cuesta sentirte a mi lado. Y me siento tan sola, papá… Por favor, compréndeme y perdóname.
Un grito lejano le sacó de sus pensamientos y temió haber hablado demasiado alto. Aunque creía que no había dicho nada comprometedor. Jamás hablaría de su condición en voz alta en público.
Inspiró para calmar su respiración y se secó las lágrimas con un pañuelo, mirando tiernamente a su padre. Cuando comprendió que quedarse más tiempo no resolvería la situación, se levantó y le dio un beso en la frente.
- Volveré pronto y no volveré a descuidarte –le prometió-. Te quiero papá…
No miró atrás cuando se alejaba de su lado. Sería más difícil si la última imagen era ese cuerpo sin vida y emoción.
Bajó hasta la planta inferior y se dio de bruces con los gritos que había estado escuchando cuando hablaba a su padre. Cada vez había más magos y brujas en el mostrador de recepción, mostrando enfado y reclamando cosas a voces mientras acosaban a los trabajadores.
- Me ha contado Sue que en el Ministerio están igual. Es una crisis colectiva difícil de controlar –oyó que un sanador le decía a una de sus compañeras.
Ella bufó.
- Les reto a cualquiera a tratar las mordeduras de licántropos. A ver si saben de lo que están hablando.
- ¡Señores y señoras, por favor! –gritaba una de las brujas que trabajaban en recepción y que se había subido a una silla.
Se llevó la varita al cuello, apuntó con su varita a la garganta y amplificó su voz.
- Por favor, escúchenme –dijo con un eco que acalló todos los gritos-. No sé quiénes les han informado pero no hay más peligro con los licántropos hoy que ayer. Sé que la prensa puede resultar morbosa pero no hay ninguna plaga ni sus hijos e hijas están más inseguros ahora que hace una semana.
- ¡Son monstruos! –gritó un mago con el pelo gris y la túnica morada.
- ¡Son bestias sedientas de sangre! –aseguró una mujer de unos cuarenta años vestida con túnica esmeralda, que arrastraba a un asustado niño pequeño-. ¿Visteis las fotos? ¿Visteis lo que ha hecho a esos críos muggles?
- ¡Tenéis que darnos algo!
- ¡No hay nada! –exclamó la bruja de recepción con la impaciencia de quien ha repetido las cosas mil veces-. Escúchenme: No existe ninguna poción o hechizo que repela su presencia. ¡Es imposible!
- ¡Mentís! Seguro que algo tenéis…
- ¡Les estoy diciendo la verdad! No tenemos nada porque no hay nada que tener. Los licántropos no son tan fáciles de repeler. Pero existen algunas precauciones que pueden tomar las noches de luna llena. Les daremos algunos folletos con cuestiones prácticas que…
- ¡Eso ya nos lo han dado en el Ministerio! ¡Es basura!
- Señores, por favor. Yo no puedo hacer…
Rachel ya había escuchado demasiado. Pasó de largo el vestíbulo y se dirigió a la salida con resolución. Cuando se abrió camino hacia la red flu un hombre salió por la chimenea, haciéndola tropezar de la impresión.
Él trastabilló al reconocerla y compuso una ligera sonrisa.
- Dumbledore me dijo que estarías aquí –le explicó Benjy, que no esperaba encontrársela de frente.
Rachel mudó su expresión, recordando sus palabras el día anterior.
- He venido a despedirme de mi padre –le confesó brevemente.
Benjy suspiró y tiró del brazo de ella para sacarla del grupo más ruidoso. Encontró una pequeña sala de espera que en ese momento estaba vacía y se introdujo dentro con ella.
- ¿Te vas tan pronto? –le preguntó, un poco de forma retórica.
No hablaban desde el día anterior pero seguro que Dumbledore ya le había puesto al día.
- Cuanto antes –respondió ella-. Dumbledore cree que es lo mejor. Y más teniendo en cuenta cómo están los ánimos.
- Ya me ha dicho que Remus está bien –confesó Benjy mostrando una pequeña sonrisa que buscaba ser conciliadora.
Pero no lo consiguió. Rachel le miró con rudeza.
- Está vivo, más bien –precisó-. Dumbledore me ha puesto al corriente y me ha dicho que le ha contado que pronto le llegará ayuda.
- ¿Le ha dicho que eres tú?
- No creo que lo haya considerado necesario. Ya sabes cómo es…
Ella sabía que debía hacer las paces con él. Se iría pronto a la misión y Benjy era su enlace con la Orden. Debía ser capaz de confiar en él más que en nadie. Además, lo que había dicho no era tan grave, ¿no?. Intentaba repetírselo pero aquello le había dolido demasiado.
Pero él se le adelantó, mirándola con esos ojos tan intensos.
- Rach, quiero disculparme por…
- No, no tienes por qué hacerlo, Benjy –le interrumpió ella. quería acabar cuanto antes. No podían permitirse una conversación eterna-. Lo entiendo perfectamente. Tú nos has visto a mí y a Remus en nuestra vida normal. Nos habéis encerrado en las noches de luna llena y os habéis quedado a una distancia prudente pero no has visto en qué nos convertimos. Y ayer fue la primera vez que viste lo que realmente soy.
Él frunció el ceño.
- No te comparo con ellos, Rachel. Y tampoco a Remus.
- Pero somos iguales –le corrigió ella-. Perdemos toda humanidad. Podríamos matar a nuestro mejor amigo…
Benjy negó con la cabeza.
- Vosotros nunca os colocaríais premeditadamente cerca de un orfanato para destruir la vida de niños. Ellos estaban comandados por mortífagos. Vosotros…
- Los dirigentes, sí –concedió-. No tienen perdón y yo sería la primera en matarlos, te lo juro. Pero estoy segura de que la mayoría de los que visteis ayer no tenían más opciones ni hubieran querido estar ahí. Remus también estaba allí, aunque trató de evitarlo. Y puedo imaginar lo que ha sentido. Sé lo que es ser un monstruo y que la vida no te dé más oportunidades.
- Pero…
- No espero que lo entiendas -insistió-. Es imposible. Yo tampoco lo hacía del todo antes. Compadecía a Remus, me sentía cerca de él… Pero jamás entendí de verdad a los demás. No les veía como personas complejas hasta que me vi en su situación. Hasta que comprendí que transformarme en luna llena era algo que ya no podía elegir. No puedes entenderlo y yo no quiero culparte por ello.
Benjy se quedó callado, analizando sus palabras. Porque tenía razón. A pesar de todo, él no se había planteado tanto la complejidad de los demás licántropos. Había pensado en ellos dos como seres extraordinarios y únicos. Pero la noche anterior no había pensado más que en salvarle la vida a Remus. No había pensado que quizá también había otros que querían estar allí tan poco como él y que no merecían morir por estar haciendo algo que no podían controlar ni habían elegido.
Y había cometido el error de dejarle ver esto a Rachel. Ella no lo olvidaría. Puede que lo perdonara. Era más comprensiva de lo que ella misma creía. Pero llevaba meses huyendo de la incomprensión que veía en los ojos de los demás y, probablemente, era la única debilidad que no le perdonaría con facilidad.
La miró a los ojos y vio esa pena escrita en su mirada, junto a una resolución que había tenido pocas veces. Y, de algún modo, lo supo.
- ¿Por qué siento que esto es el final de algo? –preguntó con la boca seca.
Estaba frustrado. ¿Así de fácil iba a perder lo único que había querido de verdad en su vida? ¿Todo por no llegar a entenderla en toda su complejidad? Rachel le devolvió la mirada, con los ojos un poco llorosos y suspiró.
- Nunca hubo nada empezado, realmente. Eres mi padrino, probablemente el mejor amigo que he tenido siempre. Y sigo sintiendo algo muy fuerte por ti, una atracción que solo había sentido por otra persona antes. Pero no puedes entenderme del todo y tengo que dejar de ser egoísta contigo.
Benjy alargó la mano para tocarla la cara.
- Rach, no quiero perderte. Durante estos meses…
Pero ella se apartó. No le dejó tocarla y él, derrotado, dejó caer el brazo.
- Te quiero, Benjy –le dijo con una triste sonrisa-. No me vas a perder. Pero esta locura a la que no le sabemos poner nombre tiene que terminar. Y yo necesito estar despejada de sentimientos confusos para lo que me voy a embarcar.
Benjy suspiró. Ahí tenía razón. Estaba a punto de marcharse a una misión muy peligrosa. La otra noche había comprobado de primera mano los riesgos de esa misión. Ella necesitaba sus cinco sentidos, no ser la protagonista de una patético triángulo que ni siquiera se podía llamar amoroso.
- Quizá sea lo mejor –reconoció-. Tampoco es bueno que me cieguen mis sentimientos cuando tengo que asegurarme de que no te ocurre nada. De que no os ocurre nada a los dos.
Estaba bien que también involucrara a Remus en ello. No había dejado en ningún momento de tener presente que él era la otra pata en la historia. No le tenía ningún tipo de animadversión a ese chico y ahora también era su responsabilidad. Y para él su vida valía más que cualquier sentimiento que pudiera experimentar.
Rachel sonrió ante sus palabras. Se puso de puntillas, apoyó las manos en sus hombros y le dio un breve beso en los labios.
- Gracias por tratar de aceptar al monstruo que tengo dentro –le susurró-. Siempre serás el primero que lo intentó de verdad.
Y con una última sonrisa se separó de él y abrió la puerta. Los gritos, el jaleo y el ruido se abrió paso. Y ella se marchó, de vuelta a ese mundo demasiado bélico contra los que eran como ella. Y él se quedó allí. Con la sensación de que lo había intentado y, a pesar de todo, no había sido suficiente. Había intentado entenderla, comprenderla y quererla.
- Te quiero, Rachel –susurró cuando ella ya no pudo oírlo.
Seguramente la mayoría pensarían que él no era responsable, que ella se había convertido en un ser voluble, inseguro y caprichoso. Pero él había visto más. Y sabía que esta vez había sido culpa suya. Aunque no había podido evitarlo. La mayor parte de las veces es difícil entender algo que no tienes posibilidad de vivir.
Tras varias horas de espera, Albus Dumbledore se trasladó esa noche a cientos de kilómetros de la enfebrecida Inglaterra para tener una conversación que no podía demorarse más.
Cuando estuvo en el despacho del hombre que, hasta el momento, seguía siendo su aliado, el anciano le miró reprobatoriamente y eludió su invitación a sentarse en el cómodo sillón de estilo Luis XIV y a tomar un relajado té al estilo inglés.
- ¿Habéis sido vosotros, Pryce? –preguntó directamente, comenzando a pasearse por la estancia.
- ¿Ya te has enterado, Dumbledore? –Pryce pareció estar sorprendido, aunque luego sonrió con indulgencia-. Me sorprende. Por el motivo que sea, aún no se ha comunicado en prensa. Aunque tú siempre tienes ojos y oídos en todas partes.
- En esta ocasión demasiado cerca –le respondió seriamente, a lo que Pryce enmudeció, comprendiendo que había ocurrido algo que él no conocía-. Y, aun así, me ha tomado desprevenido. Quedamos en que me informarías cuando se fuera a llevar a cabo.
El hombre hizo una mueca de incomodidad.
- Ya te avisé de nuestras intenciones pero es verdad que no he podido contactar antes contigo.
Cosa que a Dumbledore no le sirvió demasiado.
- ¿Desde cuándo teníais esto planeado? –preguntó directamente.
Pryce bebió incómodo un sorbo grande de té.
- Realmente ha sido improvisado –le confesó-. Algunos de los nuestros se precipitaron. Vieron la oportunidad y actuaron.
- ¿Y por qué en Inglaterra?
Al ver que el interrogatorio se iba a extender, Pryce se puso en pie y caminó hasta Dumbledore, que le miraba tranquilamente aunque con censura.
- Allí estaba más desprotegido –le explicó, dudando sobre cómo exponer el tema para que le comprendiera-. No te sé explicar, Dumbledore. He conocido el plan cuando ya se estaba ejecutando. Por ello no pude avisarte a tiempo. De todas formas no veo por qué te puede afectar tanto.
Cuando Dumbledore comenzó a caminar de nuevo, Pryce supo que se acercaban a la cuestión principal del asunto.
- Me afecta porque precisamente en esa fiesta había colaboradores míos, Pryce –el más joven abrió los ojos, sorprendido-. Magos y brujas que se encontraron en medio de fuego cruzado sin saber qué es lo que iba a ocurrir.
- Ya, comprendo tu incomodidad –lo cierto era que no sabía qué más decirle en esa tesitura.
- Es más que eso. Una de ellas fue reconocida. La descubrieron y llegaron a relacionarla con el asesinato. Ahora tengo en el hospital a una muchacha torturada, a la que sacamos de allí apenas con vida y a la que deberé esconder porque querrán matarla si creen que está relacionada con esto. Y, si la relacionan a ella, podrán relacionarme a mí. No puedo permitirme estos problemas, Pryce. No cuando tengo que liderar una resistencia.
Pryce comenzó a ver la dimensión del problema que le presentaba el gran hombre y comenzó a pasearse también por la estancia, pasándose las manos por el pelo.
- Vaya… -murmuró, casi sin voz-. Ignoraba esto. Comprendo que estés molesto y ansioso. Dime cómo puedo ayudarte a solucionarlo.
Dumbledore le había dado mil vueltas al tema. Era difícil. Los partidarios de Saloth y, a la postre, de Voldemort, tenían la ventaja de poder anunciar su asesinato cómo y cuándo más les beneficiara. Y no sabía qué podrían tener preparado para Emmeline Vance después de haber sido reconocida en la escena del crimen.
Sin embargo, no sería él si no tuviera un as en la manga o una idea de última hora.
- Averigua cuáles son sus planes. Necesito anticiparme a lo siguiente que van a hacer. Cuándo desvelarán el asesinato, de qué modo y, sobre todo, qué piensan hacer con los que creen implicados. Necesito que utilices tus contactos para averiguar a quiénes de los míos han fichado. Es importante.
Pryce asintió solemnemente. Se lo debía.
- Muy bien. Me pondré manos a la obra. Cuando sepa algo y pueda contactar…
- No puedo arriesgarme a que vuelvas a llegar tarde –le interrumpió Dumbledore-. Si ocurre algo más sin que puedas contactarme podría ser difícil.
- ¿Y qué propones? –le preguntó.
Dumbledore sonrió. Una sonrisa característica suya que parecía cálida hasta que leías la preocupación en sus ojos.
- Te enviaré a alguien de confianza que hará de nuestro enlace –le informó, planeando ponerlo todo en marcha antes de que saliera el sol, si era posible.
Pryce le miró desconfiado, imaginando por dónde venía el tema, y suspiró, resignado. No estaba contento porque adivinaba sus intenciones, pero sabía que no tenía elección.
En menos de una hora Dumbledore consiguió reunirse con la persona indicada para esa misión.
- Grace, gracias por acudir tan pronto a mi llamada –dijo cuando la joven salió por la red flu de su despacho en Hogwarts.
Ella sonrió con amabilidad y procedió a sentarse frente al escritorio cuando él la invitó a hacerlo. Por la ventana se veía la azulada luz de la luna que caía sobre los terrenos de Hogwarts e iluminaba el lago negro, cuyas aguas se mecían lentamente bajo la suave brisa del verano que movía las delicadas y florecidas ramas de los árboles de los jardines.
- ¿Para qué me requería de una forma tan urgente, señor? –preguntó nerviosa, recogiéndose las mangas de la túnica.
Todo lo sucedido en las últimas horas les había desquiciado a todos. La prueba era su última y absurda discusión con Sirius, en la que llevaba todo el día pensando.
- Necesito que hagas algo por mí. Necesito que vuelvas a París.
Grace se quedó momentáneamente sin habla, confundida.
- ¿Tienes que ver con el asesinato de Saloth? –preguntó.
- En parte, sí. Sobre todo después de que identificaran a Emmeline en la escena del crimen. Le he pedido a Pryce que investigue cuál será la reacción de sus aliados y cómo nos afectará. Y necesito que tú seas mi enlace de información directo.
Ella asintió. El director ya le había trasladado la conversación que tuvo en su momento con el amigo de su padre y sabía que éste estaba de su parte, por lo que no había riesgo de que la hubiera descubierto. Como sospechaba, era alguien de fiar.
- ¿Con qué excusa iré esta vez? No creo que las prácticas en el buffete funcionen de nuevo.
- No, además confío en que no te lleve tanto tiempo como la última vez –confío el anciano-. Vamos a tener que improvisar, así que hemos pensado que…
Brevemente, Dumbledore le explicó cuáles eran los planes para ella y su nueva estancia en París.
- Necesito que salgas cuanto antes –le dijo con tono sombrío-. Esta misma noche. Como comprenderás, la vida de Emmeline puede estar en juego y a saber cuántas más. Los aliados de Saloth son imprevisibles y los de Voldemort no están nada contentos. Ahora que han identificado a Emmeline tengo que fortalecer su defensa.
- ¿Esta… noche? –preguntó ella con tono inseguro.
- ¿Hay algún problema? –cuestionó el anciano-. Estamos en pleno verano, no tienes que justificar tu salida de la academia y con la urgencia de la situación.
- Sí –se apresuró a responder ella-. Lo entiendo. Solo me gustaría resolver algo que tengo pendiente antes. Nada grave, no me llevará mucho tiempo.
Dumbledore se inclinó en su asiento, juntando sus manos con ansiedad.
- ¿Y no puedes resolverlo esta noche?
- Supongo que sí… -bajó la mirada y murmuró para sí misma-. No es el modo en que habría querido hacerlo pero…
- ¿Disculpa, querida? –le cuestionó el director al verla cuchichear en voz baja-. ¿Te supone un problema o…?
- No –le interrumpió con seguridad. No era un tema con el que podía dudar en ese momento-. No hay ningún problema. Seguro que puedo resolverlo esta noche.
- Estupendo. Hazlo y márchate. Ponte en contacto con Pryce cuando llegues, él se está encargando de encontrarte un alojamiento. Sobre todo intenta pasar desapercibida y cuídate.
- Gracias, profesor.
No importaba cuánto tiempo hiciera que había acabado Hogwarts, siempre acabaría tratando a Dumbledore de profesor de forma inconsciente. Grace se levantó y se despidió, llevándose los buenos deseos de éste con ella. Tenía que darse prisa. Tenía que llegar a París cuanto antes y debía tener una conversación antes de irse. No pensaba repetir errores del pasado de dejar las cosas sin aclarar…
La madrugada empezaba a caer en el cielo cubierto de Londres que, pese a que no amenazaba lluvia, llevaba oscurecido casi todo el verano. Había sido una de las estaciones más frías de los últimos años.
Los muggles se quejaban de la meteorología pero los magos sabían identificar muy bien los efectos de los dementores descontrolados y sueltos por sus cielos. La mayor parte de las veces no bajaban a tierra firme si no tenían permiso expreso, pero eso no les impedía extenderse, acabar con el buen tiempo y repartir la desesperación y el desánimo entre todos. Cuanto más se extendía la desesperanza, mejor se alimentaban ellos.
Pero Sirius Black no necesitaba la ayuda de los dementores para sentirse bajo de moral. Llevaba un par de días sin levantar cabeza, triste y enfurruñado. Algo que no soportaba ver su mejor amigo, que se había trasladado hasta su apartamento para tratar de sacarle de ese estado de ánimo como fuera.
- Canuto, ¿por qué no vamos a dar una vuelta por Candem? –le propuso, desparramado en su sofá mientras su amigo estaba tirado en el sillón a su lado, con los pies apoyados en la mesita de noche y mirando el infinito con expresión enfurruñada. James le dio una pequeña patada para que le hiciera caso-. Venga, te dejo emborracharme.
Sirius resopló con desgana.
- No creo que hacer algo tan carente de mérito me levante el ánimo.
James soltó una risa incrédula pero no protestó. Era cierto que emborracharle era lo más sencillo del mundo. Observó unos segundos a su mejor amigo y se puso serio.
- ¿Sigues preocupado por las sospechas de Moody? -preguntó-. Ya te dije que se tragó que el perro era de Grace.
Sirius soltó un bufido que acabó en un risa sin humor.
- Solo a ti se te ocurre soltar eso.
- Era lo más cercano a la verdad que podía decir –sonrió él, tratando de mejorar su humor.
No lo consiguió. Sirius no había sonreído de verdad desde que habían salido de esa misión. Ver a su hermano torturando a Emmeline, saber que se había dejado llevar por su impulsividad y encima haber discutido con Grace le había encerrado en esa apatía. Había estado más callado de lo normal y demasiado pensativo. Y un Sirius poco activo era mala señal.
- Lo que no sé es por qué aún me miras a la cara, Cornamenta –le confesó tras unos minutos de silencio-. Como a Moody le dé por seguir indagando, pueden pillarme. Y te juro que no voy a delataros a ti ni a Colagusano pero igual tirando del hilo…
- No van a descubrirte –le interrumpió James incorporándose-. Moody se ha tragado lo que dijo Grace y tiene demasiadas preocupaciones. No va a pasar nada.
- La he cagado pero bien –bufó-. Todo por ser tan malditamente impulsivo.
- Si no lo fueras, no serías el Sirius que conozco –le sonrió James, sentándose en el posabrazos del sillón que ocupaba su amigo y pasándole un brazo alrededor de los hombros-. Afortunadamente no tenemos nada que lamentar.
Sirius hizo una mueca. A James le habría encantado saber qué pasaba por su mente en esos momentos. Su mirada era tan oscura, tan desoladora… Sirius tenía muchos demonios interiores. Él lo sabía y lo aceptaba. Nadie se criaba como se había criado él y salía completamente inmune de eso. Pero la parte despreocupada solía ganar al lado oscuro. Siempre había sido así. James siempre había admirado que su amigo se revelara contra una crianza tan radical. Y no sabía cómo ayudarlo ahora.
- Mi hermano es un asesino –murmuró Sirius hundiéndose más en la silla, alejándose del brazo de su amigo como si no mereciera su apoyo-. Sé que parezco de efecto retardado pero, joder James… Ahora lo sé de verdad. Le he visto en su esplendor y… No lo soporto. No soporto ver en qué se ha convertido.
James hizo una mueca.
- No eres responsable de él, Sirius.
Sirius bufó, en desacuerdo.
- Si hubiera hablado más con él cuando estaba en casa…
- Venga, Canuto –le interrumpió James, poniéndose en pie frente a él-. Tu familia está pirada. Tú has salido normal pero eres una excepción. No puedes culparte porque a Regulus le haya tirado la sangre.
Sirius le miró, atormentado. Sus ojos grises parecían casi negros en aquella penumbra solo iluminada por la suave luz de la chimenea.
- Quizá a mí también me tire al final…
- ¡No digas chorradas! –protestó James abriendo mucho los ojos.
- No, no… -insistió Sirius, incorporándose-. Jimmy, salté sobre ese tipo con una rabia en el interior que... Le mordí en el cuello; quería hacerle daño. Aún recuerdo el sabor de su sangre en mi boca.
Se refería al hombre al que había atacado convertido en perro, cuando la rabia le había invadido tan de golpe que no pudo evitar transformarse y atacar. James se quedó momentáneamente bloqueado cuando le vio recordar con ese brillo en los ojos el modo en que había atacado a ese desgraciado en el cuello. La situación también le había paralizado durante un segundo cuando la había vivido.
- Iba a matar a Emmeline –dijo al cabo de unos segundos, justificándole-. No te tortures, amigo. No tienes la culpa de lo que se ha convertido tu hermano y tú no te pareces en nada a él. Y no voy a permitir que lo creas.
Sirius bufó y comenzó a pasearse por la estancia. James siempre con ese alma tan pura, creyendo en él de un modo tan incondicional… Jamás admitiría que había cruzado la línea. Su amigo siempre le justificaría, siempre creería en él pasara lo que pasase. Era la única persona en el mundo de quien podía decir eso.
Y lo que había hecho la noche anterior podía ponerle en peligro. Si Moody le descubría y, por su culpa, también descubría a James y a Peter… No se lo perdonaría jamás. Los tres podían acabar en Azkaban. Podrían afectar también a Remus. La idea de acabar en ese lugar, de arrastrar a sus amigos con él, era de lo más insoportable del mundo.
Pensó en su hermano, en lo que se había convertido, lo que le había visto hacer. Y la rabia le inundó, recordando a Grace tratando de justificarle. Ella justificaba más a Regulus que a él mismo. Puede que él tuviera la plena confianza de James pero jamás la tendría de la chica a la que quería.
- La idiota de Grace aún estaba defendiéndolo –dijo en voz alta, frustrado y enfadado-. Que tiene que tener una explicación, dice…
James le sonrió, tratando de quitarle importancia.
- Las chicas y su manía de querer ser las salvadoras –le dijo como si nada-. Lily es igual. Ya entrará en razón.
Su amigo podía estar ahora tranquilo y hablar del asunto con calma. Había solucionado las cosas con la pelirroja y ambos estaban bien, tan enamorados como siempre. Lily había demostrado que ponía a James por encima de todo, incluso del sarnoso mortífago de Snape. Pero él no creía poder decir lo mismo de Grace.
- ¿Dónde has dejado a la pelirroja? –preguntó a James.
Él sonrió despreocupado, viendo que el tema pasaba a uno más relajado.
- Tiene guardia esta noche. Me avisará cuando salga. Hemos quedado en pasar juntos en su casa un par de días. A ver si nos dan un poco de tregua…
- ¿Ya estás pensando en marranadas, Potter? –preguntó él con una sonrisa pícara.
Su amigo le lanzó un cojín y él lo esquivó con un golpe de varita. James también sacó la suya, dispuesto a hacerle pagar esa impertinencia.
Justo antes de que comenzaran su duelo habitual, un toque en la puerta les interrumpió y ambos apuntaron a la entrada. Era demasiado tarde para recibir visitas.
- ¿Será Peter? –preguntó James, extrañado.
- No creo que pase de April por vernos las caras –comentó Sirius acercándose cautelosamente a la puerta.
- ¿Sirius? ¿Estás ahí? –dijo la voz de Grace al otro lado del rellano.
Ambos se miraron alarmados y confusos.
- ¿Grace? –preguntó James-. Prueba que eres tú.
- ¿James? –se extrañó ella de encontrarle allí-. Bueno… ¿Recuerdas cuando en sexto curso me fuiste a pasar la quaffle en el partido contra Ravenclaw, nos coordinamos mal y la pelota salió volando? Me estabas echando la bronca ya, cuando vimos que milagrosamente se había colado. Luego intentamos repetir la jugada y nunca lo conseguimos.
James se echó a reír y pasó por delante de Sirius para abrir a su amiga.
- Fuiste una torpe, Grace –le espetó cuando la tuvo delante-. No me atreví a soltar la quaffle porque se notaba que no estabas a lo que debías.
Ella le lanzó una mirada acusatoria pero dejó la discusión para otro momento. Miró a su amigo y luego a Sirius, que la observaba en silencio un par de metros más atrás.
- Yo… Me preguntaba si podíamos hablar un momento –dijo, mirando a su ex a los ojos.
Sirius alzó las cejas interrogante y James se giró hacia él, observando su reacción.
- En fin, de todas formas yo ya me iba –comentó-. Tengo cosas que hacer y es muy tarde.
Hizo pasar a Grace y se dirigió a la salida.
- Arréglalo –le susurró a la rubia cuando pasó a su lado, ganándose una mirada airada de ella.
Confiaba en que la chica hubiera ido con ánimo de arreglar las cosas y no añadir más leña al fuego. Sirius estaba ya demasiado alterado.
Grace no apartó la mirada de Sirius cuando la puerta se cerró tras James. Se dio cuenta al instante de que estaba sombrío y alterado. Un contraste enorme con respecto al recuerdo que James le había llevado a su mente. Que no estaba a lo que tenía que estar en ese partido de quidditch… Si él supiera. Evidentemente fue de sus peores partidos, pero no podía ser de otro modo cuando la voz de Sirius le llegaba desde el megáfono del comentarista haciendo bromas picantes y risueñas al lado de una enamorada Kate cuyas risas se oían por todo el estadio. Había sido un esfuerzo titánico no dirigir su escoba hasta la grada y derrumbarla para acabar con esos coqueteos.
Casi tres años después, esa imagen contrastaba demasiado con la del Sirius que tenía delante. Con el que tenía que arreglar las cosas antes de marcharse para no volver a perder los meses que habían avanzado algo en su relación.
- Solo venía a decirte que me voy a París para tratar de averiguar cómo quedan las cosas tras el asesinato de Saloth –le informó, mirándolo a los ojos-. Serán solo unos días.
Sirius, que había esperado que comenzara disculpándose por sus opiniones sobre Regulus, frunció el ceño. ¿Otra vez París?
- Bueno, no es que me extrañe –bufó, apartando la mirada de ella y paseándose por la estancia-. Es tu escondite preferido cada vez que discutimos.
Grace frunció el ceño.
- No me estoy escondiendo, Sirius. Dumbledore me ha pedido que vaya.
- Ya, claro. Muy oportuno para ti. Seguro que te has resistido mucho a la idea.
Ella se enfadó. Quería haberle avisado que se marchaba pero que no tenía nada que ver con ellos y le gustaría haber hablado con calma la situación. Pero la actitud de él la estaba sacando rápidamente de quicio.
- ¡Pero si no me hablas! –le acusó, levantando la voz-. ¿Cambiaría algo que me quedara?
- ¡No te hablo porque me dan ganas de gritarte! –estalló Sirius dando una patada en el suelo de la frustración.
- ¡Pero si ya me estás gritando! –le recordó ella también con el tono elevado.
Sirius se acercó a ella en dos zancadas y resistió las ganas de zarandearla.
- ¡Porque no hay otro modo de hacerte entender las cosas!
- ¡Perdona, pero no tengo 5 años! –insistió la rubia, golpeándole suavemente el pecho y fulminándole con la mirada.
Sirius le cogió ambos brazos.
- No, solo eres ingenua y crédula para lo que quieres.
Los dos se miraron a la cara, a apenas unos centímetros de distancia. Estaban enfadados, furiosos y enardecidos. Como solo conseguían ponerse el uno al otro. Sus ojos echaban chispas e intercambiaban la mirada entre ellos y sus labios, contraídos en muecas molestas.
Sin previo aviso, pero coordinándose con algo más físico que mental, ambos se lanzaron el uno sobre el otro y se besaron con rabia. No era romántico ni era bonito. Era animal, frustrante y salvaje.
Se besaron como queriendo imponerse uno sobre otro. Se mordieron la lengua y los labios, soltaron saliva. Ella le llevó las manos a la nuca y le tiró del pelo sin preocuparse por si le hacía daño. Él la cogió del culo y le apretó las nalgas con ganas de dejarle marca.
No era un beso de reconciliación. Era un beso de deseo animal de dos personas que están profundamente enfadadas el uno con el otro y no sabían cómo dejar de desearse para que aquello fuese más fácil.
Ella enroscó las piernas en su cintura y él metió la mano bajo su túnica de verano, recorriendo toda la columna con las uñas y sintiéndola estremecerse. Quería grabar a fuego su piel. Incluso hacerle daño por lo frustrado que era no poder controlar sus pensamientos. Aunque ella le gustaba así: libre, independiente, tozuda y protestona.
Grace fue consciente de lo que estaban haciendo cuando la estampó contra la pared y notó las manos de Sirius tratando de bajar sus pantalones. Y, de golpe, recuperó la cordura.
- No, espera. No he venido a esto –le murmuró, tratando de ignorar sus dientes mordiendo su cuello.
Sirius paró, aunque siguió sujetándola a la pared, aprisionada contra su cuerpo y haciéndole notar lo excitado que estaba. La miró con esos ojos que parecían casi negros y se pasó la lengua por la boca.
- ¿Y a qué has venido? –bufó él con voz grave.
Grace se soltó, posando los pies en el suelo. Necesitaba distancia y que Sirius se calmara para tener esa conversación.
- No he venido aquí a discutir ni tampoco a acostarme contigo, Sirius.
- Pues no sé a qué has venido –le interrumpió él.
Estaba furioso. No sabía si porque ya lo estaba previamente con ella o porque le hubiera cortado el rollo de esa forma. Pero no podía caer en su provocación.
- Solo quería aclarar la discusión de ayer.
- ¿Cuándo diste la cara por el cabrón de mi hermano?
Grace frunció el ceño.
- No quiero irme a París estando enfadada contigo. Y está claro que no nos vamos a poner de acuerdo en ese tema.
- ¿Entonces cómo pretendes aclarar las cosas si no vas a caerte del burro? –bufó Sirius.
- No lo sé –reconoció ella-. Además, quería dejarte claro que no me voy a París para huir de nada sino porque no queda otra opción. Es importante para Dumbledore.
- Ah, ¿a qué has venido, a darme explicaciones? –se rio él de un modo que no contenía nada de humor-. Pues ahórratelas. No soy nada tuyo, no las necesito.
Grace se quedó algo bloqueada por esa respuesta tan fría.
- No te veo con muchas ganas de solucionar las cosas –le espetó-. No era lo que parecía hace dos minutos.
Ni todos esos meses que había sido él quien iba detrás de ella. Sirius se rio de nuevo de esa forma tan rara.
- El que estuviese dispuesto a echar un polvo contigo no significa que estuviera deseando solucionar las cosas con alguien que cree antes en un mortífago que en mí.
Ella dio un paso atrás como si la hubiera abofeteado. El dolor se hizo paso en sus ojos y su mirada también se tornó fría.
- Muy bien. Si es así como lo ves, me parece estupendo.
Y antes de que él pudiera reaccionar abrió la puerta de su apartamento y la cerró de un portazo. Y en ese momento Sirius comprendió que se había pasado.
- Mierda, mierda –murmuró para sí mismo lanzándose contra la puerta, abriéndola y precipitándose contra la escalera-. ¡Grace, espera!
Pero ella ya se había marchado. De nuevo él, su impulsividad y su mala leche lo habían estropeado todo. Y ahora pasarían días, puede que semanas, hasta que volviera a verla. Si es que quería mirarlo a la cara cuando regresara.
- Eres gilipollas, Sirius…
Al día siguiente, James maldecía por completo a Frank Longbottom.
El auror había tenido que pasar por Gringotts para comprobar unas cámaras que habían recibido una denuncia anónima de portar en su interior elementos de magia oscura. Algo absurdo, en su opinión, pues si sus propietarios quisieran guardar ese tipo de objetos jamás lo harían en cámaras de seguridad media, que eran las que estaba autorizado a registrar.
Sin embargo, su compañero debía seguir el trámite y por eso le había mandado patrullar el callejón Knockturn y asegurarse de que no había ningún trapicheo ilegal. Ninguno fuera del habitual, entendía. A fin de cuentas él no tenía autoridad para detener a nadie, sino que debía vigilar que las cosas estaban en calma.
Vigiló el acceso desde el callejón Diagon, que estaba tan desolado como comenzaba a ser habitual, y fingió que no veía a Mundungus Fletcher intercambiar unas bolsas con un mago con capucha que ocultaba su rostro.
Conocía a Dung por ser uno de los confidentes habituales de Dumbledore y, aunque sabía que no era excesivamente de fiar, no le caía demasiado mal. Sabía que tenía sus propios principios. Más laxos y relajados que los de la mayoría, pero sabía que no comercializaría con mortífagos. Y también sabía que él era experto en identificarlos. Por eso era tan valioso para el comandante de la Orden.
Mundungus se dio cuenta de que alguien le observaba y James distinguió el momento en el que le reconoció. Abrió mucho los ojos, se le pusieron coloradas las orejas y se escabulló por el callejón con apenas una mirada apreciativa que James identificó como un discreto saludo. Él se echó a reír. Le encantaba la idea de provocar incomodidad en los delincuentes de poca monta. Se divertiría mucho a su costa cuando acabara la carrera de auror.
Después miró el mismo reloj que le habían regalado sus padres al cumplir 17 años y bufó. Iba a matar a Frank. Había quedado en esperar a Lily a la salida de su turno de noche y éste había terminado hacía dos horas. Su novia le iba a matar.
Y, efectivamente, Lily hubiera querido matarlo cuando la tuvo más de media hora esperando en la entrada de San Mungo como un pasmarote. Al principio estaba irritada porque estaba convencida de que su novio se había quedado dormido en vez de levantarse para cumplir su palabra.
Pero luego se había comenzado a preocupar cuando no le encontró en su apartamento, donde estaba segura de que había pasado la noche. Él le había dicho que no volvería a casa de sus padres y se quedaría en Londres.
Sin querer dejarse llevar por el pánico, acudió al otro lugar más probable. Pero James tampoco estaba en el apartamento de Sirius, que estaba más irritable de lo normal, aunque la acompañó a buscarle mientras soltaba sapos y culebras por la boca.
Afortunadamente, tras varias vueltas infructuosas en las que despertaron a Peter y April, a ambos se les ocurrió buscar a Frank. Como padrino, si había algún tema de la Orden él tenía que saber el paradero de James a menos que le hubiera ocurrido algo.
Durante el trayecto a casa de Frank y Alice, Lily había desarrollado un fuerte dolor de estómago. Su memoria estaba un año atrás, con un James desaparecido y a punto de morir. Y, aunque Sirius no parecía haber abandonado su mal humor, tenía pinta de estar viviendo la misma mezcla de emociones.
Cuando una agotada y molesta Alice les informó de que su marido estaba en el callejón Diagon, junto a James, ambos soltaron aire a la vez. Fue la única reacción parecida que vivieron.
Por lo demás, Sirius se enfadó por la pérdida de sus horas de sueño y porque su amigo ("ese maldito mendrugo al que le falta una neurona completa para informar de dónde se mete") le había preocupado innecesariamente, por lo que se despidió de Lily soltando un par de palabrotas en el proceso. Y ella se puso en camino del callejón Diagon, dejando la preocupación o el enfado detrás.
Lily entró en el Caldero Chorreante mientras cambiaba la correa de su cartera al otro hombro, ya molesto por cargar con ella a todas partes. En ella llevaba también los documentos de su investigación con Gideon que había olvidado dejar en su casa y la cartera pesaba demasiado.
- Buenos días, Tom –saludó al tabernero del Caldero Chorreante cuando entró en el local.
El local estaba vacío a esas horas y el dueño del bar se dedicaba a recolocar las viejas botellas que adornaban los estantes mientras, con un golpe de varita, mandaba fregar las jarras de cerveza de la noche anterior. Alzó la mirada de forma perezosa y sonrió al reconocerla.
- Vaya, ¡pero si es Lily Evans! ¿Qué tal todo? Cada día te veo más guapa.
Lily sonrió por el cumplido e inmediatamente caminó hacia la parte posterior para acceder al callejón Diagon.
- ¿Buscas a tu novio? –le preguntó Tom, que había vuelto a dirigir, como con una batuta, la ordenación de las estanterías.
- ¿Le has visto? –preguntó casi por amabilidad, porque estaba segura de que James y Frank habían accedido al callejón por ahí.
- Llegó a primera hora con Longbottom. Me pareció que iban en misión oficial. James está preparándose para ser auror, ¿no? –Lily dudó si contestar, aunque no era un secreto. Sin embargo, no quería que se convirtiera en un tema de conversación habitual el que su novio fuera uno de los pocos que se atrevían a convertirse en cazadores de magos tenebrosos en esos días. Tom sonrió, percibiendo su duda-. Vamos, es algo que todo el mundo conoce.
- De todas formas no es auror –puntualizó-. No puede tener ninguna misión oficial.
- Tiene que ser de los buenos para estar protegido por Frank Longbottom –prosiguió Tom sin hacerle mucho caso-. Es el mejor auror del Ministerio. Todos conocemos lo que es capaz de hacer. Así que probablemente considerará a James una promesa. Seguro que pronto tendrá misiones oficiales.
- Sinceramente, Tom –le interrumpió Lily algo impaciente por librarse de él de la forma más amable posible-. No es algo en lo que me guste pararme a pensar mucho.
- Ya. La guerra y todo eso –murmuró él percibiendo la sombra en sus preciosos ojos-. Bueno, no te preocupes por eso ahora. El callejón parece tranquilo estos días. Apenas hay movimiento. ¿Por qué no te quedas a hacerme compañía mientras acaban? Prometieron pasarse a tomar un café cuando terminaran.
Lily titubeó. No sabía cómo rechazar su oferta sin sonar muy maleducada. Tom podía ser muy intenso a veces y costaba encontrar excusas para librarse de él cuando se proponía tenderte una emboscada. Entonces la puerta que conectaba con el mundo muggle se abrió.
- Buenos días, Tom –dijo una voz risueña tras ella.
La pelirroja se dio la vuelta, ya que se le hizo conocida.
- ¡Lily! –exclamó el recién llegado sorprendido-. ¡Mi querida Lily, qué alegría me da verte!
- Profesor –sonrió ella al ver al profesor Slughorn por primera vez desde hacía un año-. Yo también me alegro de verle.
- Oh, ya no soy tu profesor, querida –le recordó con un divertido guiño-. Llámame Horace.
Lily sonrió, sabiendo que jamás le nombraría así. Pero Slughorn parecía simplemente encantado de tropezar con una de sus alumnas preferidas, lo que la distrajo unos segundos de su intención de librarse de Tom.
- ¿Y qué tal te va todo? Mi querido amigo Helbert Spleen me ha informado de que eres una de las mejores de la clase y te augura un gran futuro como sanadora. Espero que no te moleste que le haya recomendado que pruebe especialmente tu habilidad con las pociones. Sé que algún día lograrás algún descubrimiento curativo de gran importancia. A ti te esperan grandes cosas, querida.
Ella sonrió, azorada, y vio que Tom no perdía detalle de su conversación.
- ¿Y qué le trae por aquí tan temprano? –preguntó para desviar la conversación sobre su vida.
- Bueno, ya sabes lo madrugador que soy, querida –sonrió éste-. En verano no puedo estarme quieto. Y quería pasarme por la botica de Jigger. Me ha comentado que podría conseguirme un surtido de huevos de ashwinder para el próximo curso. Hoy en día, tal y como están las cosas, son rarísimos de encontrar pero si, como yo, sabes a qué puertas tocar…
Lily se rio, siguiéndole la corriente. Su profesor no cambiaría nunca.
- Seguro que les sacará partido –auguró, cambiándose la correa de la cartera al otro hombro al volver a sentir dolor por el peso.
Sin embargo, la cartera se deslizó por su brazo y se cayó al suelo, desparramando los pergaminos por el suelo del local.
- ¡Oh, vaya querida! Déjame ayudarte –se apresuró a ofrecerse Slughorn, tardando varios segundos en arrodillar sus rollizas piernas junto a ella, que se había puesto a recopilar los documentos con rapidez.
También Tom salió de detrás de la barra para ayudarla, lo que llevó a que Lily se apresurara. No quería que el tabernero leyera nada comprometedor, no era un hombre precisamente discreto.
- No te preocupes, gracias Tom –le dijo mientras tomaba en sus manos los pergaminos que había recogido éste.
Cuando se aseguró de que no había tenido tiempo de leer nada, se volvió hacia Slughorn con la mano tendida para que le diera los pergaminos que él había recopilado. Pero su antiguo profesor miraba un pergamino fijamente y su rostro estaba completamente pálido.
- Profesor –le llamó ella, preocupada.
Slughorn percibió su tono de censura y pegó un bote, como saliendo de un pensamiento muy profundo. Le devolvió los pergaminos azorado, aunque parecía seguir pensativo.
- ¿Por qué… por qué investigas a ese hombre, querida? –murmuró en voz baja, con los ojos abiertos de terror.
Lily frunció el ceño, confusa.
- ¿De qué hombre me habla, profesor? –preguntó haciéndose la desentendida.
- No bromees –le reprochó con voz funesta-. He leído el nombre de Tom Ryddle y…
- ¿Cómo? –le preguntó al ver que se detenía, tornándose más pálido-. ¿Qué sabe usted sobre Tom Ryddle?
- Yo… No. Mejor no decir. No pasa nada, querida.
Slughorn se levantó, pasándose las manos por su bigote de morsa. Lily se incorporó tras él, mirándole con suspicacia.
- Profesor, ¿usted sabe algo…?
- No –se apresuró a corregir el profesor de un modo tan evidente que dejaba claro que mentía-. Lo siento, querida, pero tengo que irme.
- Pero, profesor…
Aunque fue inútil. Slughorn se despidió y desapareció del Caldero Chorreante hacia el mundo muggle de un modo más rápido de lo que Lily jamás habría creído. Parecía asustado y trastornado. Incluso se había olvidado de lo que le había llevado allí.
- Este hombre cada día está más raro. A ver si es que ha empezado a probar sus pociones en sí mismo –silbó Tom, de nuevo tras la barra del bar sin enterarse de nada.
Pero Lily miraba con curiosidad el lugar por el que había desaparecido su antiguo profesor. ¿Qué podía saber él de Tom Ryddle? ¿Qué ocultaba de su pasado con él? Hizo una nota mental de hablarles a Gideon y Dumbledore sobre ese episodio y enseguida lo desechó de su mente. Ahora no era el momento.
- Bueno, voy a buscar a James. Gracias por todo, Tom –se despidió, dirigiéndose hacia el callejón antes de que éste insistiera en hablar de nuevo.
El tabernero se despidió brevemente de ella y enseguida su melena pelirroja desapareció tras la conocida pared de ladrillos.
Apenas unos minutos después, la puerta se abrió de nuevo y Tom, que esperaba volver a ver a Horace Slughorn aparecer de nuevo, se quedó lívido ante la imagen que encontró.
- Mantén la boca cerrada si sabes lo que te conviene –le amenazó la mujer que lideraba el grupo, apuntándole con su varita amenazadoramente.
Tom asintió convulsivamente con la cabeza y tragó saliva. No se atrevió a moverse mientras cruzaban el bar y se adentraban en el mundo mágico. Cuando desaparecieron, se retorció las manos y pensó en el mejor momento para pedir ayuda sin delatarse. Las cosas se iban a poner muy feas en breve.
Un par de minutos después, Lily por fin localizó el revuelto pelo de su inquieto novio, que se paseaba aburrido por las calles adyacentes al callejón Knockturn mientras golpeaba distraídamente la varita contra su rodilla. Era el único que se encontraba allí, además de los vendedores ilegales de productos de origen dudoso. La mayoría de las tiendas estaban cerradas y las terrazas de los bares y heladerías estaban completamente vacías. La guerra estaba acabando con todo.
- Así que aquí te escondías –comentó con una ligera sonrisa cuando llegó hasta él.
Su novio sonrió de oreja a oreja al verla y extendió los brazos para abrazarla.
- ¡Lily! ¡Me has encontrado! –exclamó-. Oye, la culpa es de Frank. Se piensa que soy su criado y…
- No trates de fingir que no estás disfrutando poniendo nerviosos a los delincuentes de poca monta, anda –le interrumpió, viendo cómo uno de ellos recogía sus cosas mientras no quitaba el ojo de ellos.
James se echó a reír, sin poder negar la evidencia.
- No, pero preferiría haber ido a buscar a mi novia y pasar la mañana con ella –reconoció, apartándole el pelo de hacia atrás y acariciándole suavemente el cuello-. Ya sabes, llevarte el desayuno a la cama, darte un buen masaje para compensarte todas las horas de guardia y…
- Y verme quedarme dormida, que es lo que pasará si toco una cama –completó la pelirroja, colgándose de su brazo, apoyando la cabeza en su hombro y bostezando sonoramente-. Estoy agotada y llevo dos horas buscándote, pensando que te había pasado algo.
- ¿Qué me va a pasar? -preguntó él besándole la punta de la nariz.
- No lo sé, cualquier cosa –Lily apretó su abrazo. Desde que se habían reconciliado no había querido perder el tiempo de estar lejos de él-. Estaba preocupada. Hoy en día nunca se está completamente a salvo.
James la estrechó entre sus manos, siendo consciente de cuánto la había echado de menos esos días que habían estado absurdamente enfadados el uno con el otro. En cambio, en ese momento se sentían como en una pequeña burbuja. Ni siquiera habían percibido que los vendedores ambulantes habían echado a correr, dejándolos solos.
- Qué escena tan tierna –rio de repente una voz escalofriante a espaldas de ellos.
Cuando ambos se giraron, un frío inmenso recorrió sus cuerpos al encontrarse delante a Bellatrix y Rodolphus Lestrange, acompañados de media docena de mortífagos enmascarados.
- El traidor y la sangre sucia –presentó con cinismo Rodolphus, pasando la varita frente a su cara y dejando un rastro de estrellitas.
James les apuntó, aproximándose más a Lily, que sacó su varita al instante.
- ¿Qué hacéis aquí? ¿Qué queréis? –preguntó el joven, tratando de posicionarse discretamente delante de su novia, que dio un paso al lado para continuar al mismo nivel que él.
- Vaya, Potter, veo que mantienes las costumbres de querer interponerte entre nosotros y los sangre sucia –ronroneó Bellatrix, caminando un par de pasos hacia ellos, despreocupada por si la maldecían.
Pero no lo hicieron porque ambos notaron que estaban en clara posición de desventaja. Lily miró discretamente a los lados, buscando la salida, mientras James no quiso que notaran su inseguridad y, con la voz más calmada y firme, les anunció:
Sea lo que sea que pretendáis, tenéis que saber que habéis escogido el peor momento. Un destacamento de aurores se encuentra a pocos metros de aquí.
Rodolphus se echó a reír divertido.
Más bien a muchos metros por debajo de nuestros pies. ¿De dónde crees que ha salido ese chivatazo que les va a tener entretenidos el tiempo suficiente para que nosotros hagamos nuestras… "compras"?
Los dos jóvenes fruncieron el ceño. ¿Significaba eso que todo había sido preparado para atraerlos a ese lugar, actualmente más desprotegido y habitado que nunca?
- ¿Se puede saber qué queréis? –preguntó de nuevo James, mientras su novia tiró de su cartera hacia su espalda para apartarla de sus miradas. Esperaba que no tuviera que ver con lo que ella se temía.
- De ti, nada Potter –le informó uno de los enmascarados con una voz metálica. Era imposible reconocerle pero él sí parecía conocerlos a ambos-. Me temo que tendrás que conformarte con haber sido el cebo.
- Su ego no lo soportará –bromeó Rodolphus, haciéndolos reír.
James frunció el ceño. ¿El cebo? ¿Significaba eso que solo le habían usado para atraer a Lily hacia allí? ¿Qué querían de ella? Miró de reojo a su novia, que cerró la boca para impedir que siguiera temblándole la barbilla. El enmascarado que había hablado, y que parecía muy reticente a revelar su identidad, se dirigió entonces a Lily.
- Evans, entréganos los documentos de esa investigación tuya y todo irá bien.
Ella se echó a reír, nerviosa.
- ¿De verdad crees que me tragaré que vais a dejarnos marchar por las buenas si os los entrego?
- El Señor Oscuro solo quiere asegurarse de que no has metido tus impuras narices donde no te incumbe –comentó Rodolphus con fingida voz suave, dedicándole una sonrisa que le dio escalofríos.
Pero Bellatrix se impacientó, dando otro paso hacia ellos.
- ¿Por qué no nos la llevamos ya? –su marido la atrapó antes de que siguiera acercándose. James había levantado más la varita dispuesto a maldecirla si se acercaba a Lily, aunque eso significase quedar desprotegido. La mortífaga le sonrió especialmente a él-. Tengo mis técnicas para averiguar qué ha averiguado la sangre sucia.
- ¡Por encima de mi cadáver! –gruñó James, empujando a Lily detrás de él, que se resistió a que la protegiera a costa de sí mismo.
Bellatrix sonrió, como si todo fuese tal y como esperaba.
- Eso se arregla fácilmente –anunció, levantando hacia él su varita.
- ¡No!
Lily se soltó del agarre de James y se cruzó entre ambos, al tiempo que Rodolphus bajaba la varita de su esposa. Necesitaban viva a la chica para averiguar qué sabía. Esas eran las órdenes. Antes de que nadie más pudiera reaccionar, Lily hizo explotar la pared de la tienda que estaba a su izquierda y empujó a James tras los escombros.
- ¿Estás bien? –le preguntó, buscando su cara entre el polvo y los amasijos.
James le cogió la cara entre sus manos, que estaban ensangrentadas. Se había hecho un corte superficial en la ceja y las gafas se le habían empañado de polvo.
- Hay que salir de aquí –anunció.
- ¿No podemos desaparecernos? –preguntó Lily, temiendo la respuesta.
Él agitó la cabeza.
- Todo el callejón es zona anti desaparición. Precisamente para evitar este tipo de situaciones, qué irónico…
Las voces de los mortífagos llegaban desde el otro lado y ambos se dieron cuenta de que todos estaban ilesos y posicionándose para cercarlos.
- Creo que estamos atrapados –anunció James, estirando un poco el cuello para ver que, efectivamente, así era.
Lily se quitó la cartera y la apretó contra su pecho, cerrando los ojos con pesar.
- ¿Se puede saber qué buscan? –le preguntó su novio al darse cuenta de su movimiento-. ¿Tiene que ver con la dichosa investigación que tienes con Gideon?
- James, ahora no puedo explicarte nada –lamentó Lily. Solo conseguiría ponerle más en peligro. De repente tuvo una idea-. ¿Has traído la capa de invisibilidad? Necesito que te escondas bajo ella y vayas a pedir ayuda.
James soltó una risa sarcástica.
- No creerás que voy a dejarte aquí sola, ¿no?
- ¡James! –protestó Lily, aunque él la interrumpió enseguida al ver que no tenían tiempo de discutir algo que no iba a ocurrir.
- Mira Lily, no sé qué has estado investigando pero está claro que no se irán de aquí sin esos documentos. Y no voy a dejar que te lleven a ningún lado sin mí.
- ¡Ahora no tenemos tiempo de detenernos en esto! –le recordó ella.
- ¿Los tienes en la cartera? –le preguntó entonces James.
- ¿Qué?
- Los documentos. ¿Los tienes aquí?
- Sí.
- Perfecto, los pondré bajo la capa –le dijo sacando su capa de invisibilidad del bolsillo de la túnica-. Así no darán con ellos ahora y podremos ganar tiempo.
Lily abrió los ojos cuando le reveló su plan. De repente, una explosión voló gran parte de la pared que los estaba protegiendo y ambos se encogieron para que no les hirieran los cascotes.
- ¡Van a tirar la protección en cualquier momento! –le dijo ella, aferrándole la pechera de la túnica con desesperación-. Tienes que meterte debajo de la capa e ir a buscar ayuda.
James negó con la cabeza.
- La ayuda no llegaría a tiempo antes de que accedieran a ti.
- ¿Y qué pretendes? ¿Que muramos ambos como dos patéticos héroes trágicos? ¿Qué les impedirá encontrar los documentos entonces?
James se encogió de hombros.
- Ganaremos tiempo.
- James, nos van a sacar de aquí de un momento a otro… ¡Au! –ajeno a su discusión, su novio le había arrancado un mechón de pelo.
- Lo siento, estoy improvisando –dijo arrancándole la cartera de las manos, extrayendo los documentos y envolviéndolos en la capa.
- Pero, ¿qué…?
Posteriormente, James dejó con cuidado sus pelirrojos cabellos y se arrancó varios pelos de la nuca para envolverlos con cuidado en la capa de invisibilidad, que consiguió colar tras un hueco de la pared.
El escondite sería fácilmente reconocible y Lily estaba a punto de indicárselo cuando James agitó la varita e hizo que la pared de esa zona se recolocara, tapiando la capa. Posteriormente, se cortó la palma de la mano e hizo una marca con su propia sangre en la zona tras la que se escondía la capa.
- Estás loco –le susurró, escuchando cómo las indicaciones entre los mortífagos parecían haberse detenido. No era bueno que estuvieran callados.
James no perdió el tiempo y, del interior de su túnica, sacó un pequeño espejo.
- ¡Sirius! ¡Sirius Black! –susurró apremiante, mirando alrededor por su aparecían de golpe y les sorprendían.
Los segundos hasta que su mejor amigo apareció al otro lado se le hicieron eternos. Sirius parecía recién levantado, somnoliento, con legañas y con aspecto de no haberse afeitado desde el día anterior, lo que para él era mucho.
- Potter –gruñó, sin reparar en el aspecto de su amigo-. Por tu culpa apenas he dormido hoy. Es muy temprano para que me des la lata por segunda vez en un día.
- Canuto, escúchame –le interrumpió James-. Envía a la Orden. Estamos en el callejón Knocturn, rodeados de mortífagos. Están buscando lo que investiga Lily, así que dejamos los documentos bajo la capa. Encuéntrala si es que nos atrapan antes de que lleguéis. También podéis rastrearnos si es preciso.
- ¿Qué? –Sirius abrió los ojos horrorizado. Se enderezó de golpe y analizó las facciones de su amigo, que miraba más allá del espejo a algo que él no podía ver-. ¿Pero qué coño estás…?
En ese momento se escuchó una fuerte explosión, escuchó a Lily gritar y la cara de James desapareció del espejo, que en ese momento reflejaba su mirada enloquecida y preocupada.
- ¿James? ¡James Potter! –pero éste, para su desesperación, no respondió más.
¡Y hasta aquí llegó este capítulo larguísimo! No podéis quejaros de que no ocurren cosas. La triste y desesperada situación de Remus... Que, además, pronto contará con Rachel, que va con la mejor intención pero puede ayudar o entorpecer... Ya veremos. Ella, por lo pronto, ha roto su no-relación con Benjy. Ha aprendido una triste lección: que él puede quererla y apoyarla mucho, pero jamás entenderá del todo su nuevo mundo. Así le pasaba a ella con Remus antes de que le mordieran. Le veía como una excepción maravillosa pero no consideraba humanos complejos a los demás de su raza.
También hemos visto las consecuencias de esas noches. Anthony, que no despierta al no saber cómo le maldijeron. Y Emmelien que se recuperará pero que se encuentra en una situación delicada. y Peter, dando muestras ligeras de que lo más importante para él es su propia seguridad. Además, Moody y Dumbledore han puesto sobre la mesa otra cuestión: que son muy pocos miembros en la Orden del Fénix y con cada vez más dificultades. Ya veremos cómo se solución.
¡Regulus por fin ha descubierto que fue Rabastan quien mató a Sadie! ¿Cómo creéis que se vengará? Por lo pronto, ha sido lo suficientemente Slytherin como para aguantar la rabia y saber que tiene que buscar el momento de vengarse. Claro que el asunto de Kreacher se precipita sobre él...
Por lo demás... Las parejas. Sirius y Grace han estado a punto pero mantienen sus discusiones inútiles. A ella no le falta razón con Regulus pero Sirius no está para pensar en eso ahora. Además, lo último que él le ha dicho es como para no mirarle a la cara. A ver qué ocurre mientras ella esté en París.
Y mis favoritos... James y Lily. ¡Por fin hubo reconciliación! Eran muchos días enfadados, no podían seguir así. Son adorables y, como tal, se adoran. Aunque ese final... ¿Qué pasará con ellos? Tendréis que esperar al siguiente capítulo para averiguarlo. Pero acepto sugerencias y teorías.
Gracias por aumentar las visitas y los favoritos, aunque si queréis manifestaros mediante algún comentario os lo agradeceré mucho.
Mientras... Nos leemos pronto.
Eva.
