¡Hola! Regreso después de una larguísima ausencia en la que he estado trabajando para reconectar con el fic. Son muchos años con los mismos personajes y he llegado, en ocasiones, a dudar de ellos, a plantearme si merece la pena seguir esta línea cuando, en este tiempo, hemos averiguado cosas y más secretos que sacan del canon lo que dábamos por hecho que lo era cuando comencé el fic. Pero aquí estoy, intentando darle la máxima coherencia a la creación que comencé hace tanto tiempo y que sigue formada en mi cabeza de un modo muy claro.

En estos meses me han pasado muchas cosas, tanto a nivel personal como laboral. He publicado mi propio libro, he cambiado de trabajo, he tenido enamoramientos y desengaños, he estado investigando algunas cuestiones para aplicarlas a la historia... Creo que he crecido y espero que eso se refleje en la escritura. Perdonad por mi ausencia. Este es el capítulo que más he reescrito hasta ahora y eso se debe, también en parte, a la dualidad que hay en un personaje conocido por todos y que tanto me cuesta captar. Espero haberle hecho justicia.

Os dejo con el capítulo para averiguar qué ha sido del secuestro de James y Lily. El título es una de mis canciones favoritas, de David Bustamante. Un reflejo completo de James y Lily, sobra decirlo.


Capítulo 19: No sé vivir sin ti

Después de que el rostro de James desapareciera del espejo, envuelto en un sonido de explosiones y hechizos enfrentados, los minutos en los que Sirius tardó en salir de casa y desaparecerse fueron, probablemente, algunos de los más largos de su vida.

Mientras corría, sacó la varita y mandó varios patronus urgentes. A Alice, al cuartel, a Peter… A todos los que se le ocurrió que podrían estar solos y que podrían ayudar. Ni siquiera comprobó si algún muggle del barrio se encontraba lo suficientemente cerca como para verle hacer magia.

Las palabras de James retumbaban por su cabeza, como un dolor latente en la nuca que contenía un mal presagio.

Con un fluido movimiento desapareció y volvió a reaparecer en una callejuela cerca del Callejón Diagon, a apenas unos metros de distancia del Caldero Chorreante. Aún era pronto y apenas se cruzó con un par de muggles en su carrera hasta la puerta de la taberna, que abrió de golpe.

No sabía qué esperaba encontrarse pero no era lo que vio. Un destacamento de aurores, entre los que se encontraba Frank Longbottom, llenaban el local y estaban interrogando a Tom, el tabernero, quien lucía nervioso y sudoroso.

- … Y, hace unos minutos, volvieron a irse arrastrando a dos personas. Les habían puesto capuchas y no vi quiénes eran, lo siento –decía el pálido y asustado dueño del bar.

El corazón de Sirius se detuvo en seco.

- Parece muy premeditado, John –dijo Scrimgeour en voz baja a Dawlish, sin percatarse de que él acababa de entrar a sus espaldas-. Han actuado demasiado rápido.

- Pero, ¿qué van a querer de este crío?

- Tom, tranquilízate –escuchó decir a Frank por encima de los demás, que parecía ser quien lideraba el interrogatorio-. Necesito que me digas quién más ha llegado esta mañana. Quiénes eran y si recuerdas más detalles que ayuden a identificar a alguno de los mortífagos que acompañaban a los Lestrange.

Al escuchar el apellido de la loca de su prima, Sirius dio un paso al frente, ansioso por ser útil y averiguar qué más había ocurrido.

- ¿Qué haces aquí, Black? –preguntó de repente Scrimgeour, percatándose de su presencia.

Él parpadeó, apartando momentáneamente la mirada de Frank.

- Ehhh…

- ¿Qué más da, Rufus? –intervino Kingsley, a quien aún no había visto hasta ese momento-. Necesitamos todas las manos posibles. Y es amigo de James.

- No hace falta ayuda de un niñato inexperto ahora mismo. ¿Cómo has averiguado nada tan rápido? ¿Estáis metidos en algo vosotros dos?

- Ah, Sirius. Por fin llegas.

La oportuna intervención de Frank le salvó. El padrino de su amigo le había visto llegar y, como siempre, había sabido improvisar a la perfección. Se puso entre él y Scrimgeour, a quien miró con autoridad.

- Yo le he avisado. Es el mejor amigo de James y necesito su colaboración.

- A saber si no estarán metidos en algo para que esto haya sucedido –murmuró Dawlish.

- Claro, porque es la primera vez que los mortífagos se llevan a uno de los nuestros solo para tratar de sonsacarle información o, simplemente, para mandarnos un mensaje –ironizó Kingsley.

Sirius estaba perdiendo la paciencia por momentos y habría cometido un grave desacato pegándoles un grito a todos por sus estúpidas peleas si Frank no hubiera vuelto a intervenir en ese momento.

- Bueno, ¡ya basta! Estamos perdiendo el tiempo. Sirius va a acompañarme a inspeccionar la zona. Kingsley, por favor, termina de hablar con Tom. Y los demás id al Ministerio a informar a Moody e iniciar la orden de búsqueda. Cada minuto cuenta. ¡Andando!

Frank sería de los más jóvenes pero nadie en el Ministerio cuestionaba su autoridad. En apenas unos segundos se pusieron en marcha y él arrastró a Sirius hacia el callejón Diagon. En cuanto estuvieron lejos de oídos indiscretos, aceleraron el paso y se dirigió al joven.

- ¿James se ha puesto en contacto contigo?

- Me ha contactado con un espejo que tenemos para comunicarnos. Ha sido muy rápido. Dijo que que estaba con Lily en el callejón Knocturn, rodeados de mortífagos. Algo de unos documentos y de que podríamos rastrearlos… Luego se escucharon gritos y perdí la conexión. ¿Qué ha ocurrido?

- Esta mañana, James estaba de guardia conmigo, en el Ministerio, cuando dieron aviso en Gringotts de una posible bóveda con un artilugio tenebroso dentro. Llegué a sospechar que era una trampa pero tenía que cumplir el protocolo. Imaginé que el peligro estaba dentro, por eso me llevé a un buen destacamento conmigo. No esperaba que el riesgo lo corriera James, que se quedó vigilando fuera… Cuando hemos salido, hemos encontrado esto.

Dieron la vuelta a la esquina, a apenas unos metros de Gringotts, estaba la entrada hacia el callejón Knocturn, donde se encontraron con esa parte de la calle volada por los aires. Los escombros llegaban hasta el callejón Diagon y las paredes de dos de las tiendas estaban esparcidas a lo largo de varios metros. También había signos de lucha, pisadas y huellas como si hubieran arrastrado algo pesado.

Una de las auroras del Ministerio permanecía allí, con la varita en alto y tratando de localizar rastros de hechizos o maldiciones. Los dos hombres se apartaron de ella para seguir hablando. Sirius sentía que tenía la garganta seca.

- James mencionó algo de los documentos de Lily.

- ¿La buscaban a ella? –preguntó Frank sorprendido-. ¿Qué locura es esa? ¿Y por qué no fueron a por ella directamente?

- Quizá pensaban usar a James de cebo –sugirió Sirius, porque era en lo único que podía pensar.

Frank asintió, pensativo.

- Quizá también querían aprovechar que nadie puede desaparecerse en el callejón… Seguro que no esperaban tener tanta suerte de encontrarla también a ella. Hay que avisar…

- He mandado un patronus a la Orden –se adelantó Sirius.

De hecho, segundos después se escucharon pasos rápidos y Alice y Dorcas aparecieron corriendo. La aurora las miró sorprendida pero Frank las apartó para evitar ser escuchados.

Rápidamente les explicó la situación mientras Sirius inspeccionaba la zona por sí mismo. De fondo, le escuchó explicar que, en cuanto había visto el escenario, se había movilizado para encontrar a James y que Tom les había contado que los Lestrange y un grupo de enmascarados habían entrado en su bar para llegar hasta allí. No le sorprendía que su asquerosa prima estuviera involucrada.

Alice y Dorcas le escucharon atentas y se alertaron más aún cuando escucharon que Lily estaba con James y que, al parecer, buscaban unos documentos en los que había recopilado información para Dumbledore.

- Voy a asegurarme de que Gideon está bien –anunció Dorcas, marchándose corriendo una vez estuvo al tanto.

A Sirius ni siquiera se le había pasado por la cabeza que, al igual que habían ido contra James y Lily, podían haber ido contra Gideon también. Los documentos eran una misión de ambos.

- Dijo que podríamos rastrearlos –murmuró para sí mismo, buscando algo que no sabía que podía ser. Alguna pista, algo que no estuviera donde debía.

Se subió a los escombros y rodeó una gran roca que era el doble de su tamaño.

- Black, no toques nada –le ordenó la aurora al verle curiosear.

- No te preocupes, se lo he pedido yo –intervino Frank.

Sus pasos y los de Alice siguieron a Sirius, que analizaba todo lo que tenía alrededor.

- ¿Qué buscas, Sirius? –preguntó Alice en voz baja-. ¿James te dijo algo más?

- Solo que podríamos rastrearlos… Ha tenido que dejar algo. Algo con lo que…

- Bien pensado –le interrumpió Frank ansioso-. Alice, mira el flanco derecho, yo revisaré esta zona.

Sirius lo miraba todo, centímetro a centímetro. Cada piedra, cada mota de polvo, cada grieta de la pared. James tenía que haber dejado una pista por algún lado.

Un sonido de cristales le sobresaltó y, apartándose de un salto, descubrió lo que era. Había pisado, sin darse cuenta, el espejo intercomunicador de James. Estaba roto en tres pedazos y lleno de polvo.

Con el corazón acongojado, se agachó, lo tomó con cuidado entre sus manos y miró una parte de su reflejo, donde sus ojos, enloquecidos y desesperados, le devolvieron la mirada. Con reverencia, sacó la varita y reparó el espejo, metiéndoselo bajo la túnica y envolviéndolo con cuidado. Pronto se lo devolvería a su mejor amigo. En cuanto volviera a tenerlo con él a salvo, se prometió en silencio.

- ¡Aquí! –susurró de repente Alice.

Frank y él casi se empujaron para llegar antes al lugar en el que ella estaba agachada. Era un trozo de pared. El único casi ileso de toda esa zona, lo que ya llamaba la atención. Pero lo más destacado era una huella de mano de lo que, sin duda, era sangre.

El estómago de Sirius dio un salto mientras su madrina hacía estallar una parte de esa pared y metía la cabeza en el hueco.

- ¡Aquí! ¿Qué narices es esto? ¿Es…?

- ¿Qué?

Ante la inmovilidad de Sirius, Frank le empujó y se echó adelante, para ayudar a Alice a sacar un fardo de color plateado.

- Es su capa… Es de James –dijo Sirius abriendo mucho los ojos.

Frank la desenvolvió y extrajo de ella un fajo de pergaminos.

- Estos deben ser los documentos. Han conseguido ocultarlos…

- Pero, ¿cómo vamos a rastrearlos con esto? –se preguntó Sirius, insultando mentalmente a James porque no hubiera utilizado la capa para esconderse. Aunque sabía que eso era inútil, la capa no evitaba las maldiciones y James y Lily no se podían ocultar completos bajo ella.

- Con esto –reveló Alice estirando por encima de su cabeza un mechón largo y pelirrojo que, sin duda, pertenecía a Lily. Al mirarlo con la luz del sol, la auror esbozó la primera sonrisa del día-. Tenemos la poción de Marlene. Podemos encontrarlos. ¡Vamos!


Bellatrix Lestrange lideró al grupo cuando todos entraron en la mazmorra de piedra, arrastrando con ellos los dos cuerpos encadenados mágicamente y encapuchados para impedirles ver el trayecto que habían recorrido.

- Dejadlos ahí –murmuró a sus secuaces, que les dirigían con las varitas en alto.

En cuanto los posaron en el suelo, Rodolphus agitó su varita y las capuchas salieron volando, revelando los rostros de James Potter y Lily Evans, que se agitaban furiosos, tratando de librarse de las ataduras.

La pelirroja se irguió más.

- Lo que buscáis, me concierne a mí. Dejad que James se vaya –replicó, a lo que Bellatrix se adelantó para cruzarle la cara de un bofetón, llena de ira.

- ¡Ni se te ocurra volver a hablar sin mi permiso, asquerosa sangre sucia!

James se revolvió con más ganas, tratando de liberarse y sintiendo un impulso irrefrenable de lanzarse contra ella solo con sus manos.

- ¡Asquerosa hija de…!

Bellatrix le silenció con un simple movimiento de varita y se echó a reír, divertida por su desesperación.

- Vamos, Potter. Encima que también te hemos traído con nosotros… -le rodeó, caminando a su espalda y pasándole la varita por el cuello. Se divirtió rozándole con ella por toda la quijada, apretando especialmente en la zona donde pulsaban sus latidos e, incluso, llegó a arañarle con las uñas, metiéndole la mano por debajo de la túnica, divertida por su reacción de repulsión-. Nuestra intención era usarte de cebo pero, como no sabes estar separado de ella, nos ha tocado el premio gordo.

Su mano se trasladó a su nuca y tiró de su pelo hacia atrás, obligándole a mirarla. Aunque en silencio, James le dedicó una mirada de puro odio que Bellatrix respondió con una maquiavélica sonrisa.

- Como toda tu asquerosa familia, te encanta destrozar la sangre mágica uniéndote con esos asquerosos muggles. Sois una vergüenza.

Lily, que observaba con recelo cada movimiento, dio un respingo cuando notó la mano de Rodolphus en su pierna. La pelirroja se apartó de un salto, ante la diversión del mortífago, que parecía tan desquiciado como su mujer y buscaba divertirse a su costa.

- Seguro que cuando te la tiras es como hacerlo con un animal, ¿verdad, Potter? –bromeó, con una mirada cómplice con su mujer, que tiró del pelo de James para obligarle a mirar cómo Rodolphus volvía a provocar a Lily, tocando su pierna, y ella le devolvía una patada-. ¿Hacerlo con ella es tan sucio como su sangre?

Bellatrix se rió más fuerte al ver a James revolverse. Él estaba desesperado y angustiado, con un sudor frío recorriéndole la espalda ante la dirección que estaba tornando la conversación. Recordaba demasiado bien lo que esos desgraciados habían hecho con Gisele y él estaba dispuesto a morir antes de permitir que le tocaran un pelo a Lily.

Rodolphus se burló de él, encantado con hacerle sufrir, y agarró a Lily del brazo para acercarla a él. La pelirroja se resistió y giró la cara para escupirle, hecho que le pilló desprevenido. La bofetada que le dio Rodolphus la tiró al suelo y la dejó aturdida, ante la desesperación de James, que se revolvió de sus cadenas mágicas tanto que llegó a hacer trastabillar a Bellatrix, que seguía sujetándole por la espalda.

La mortífaga se incorporó molesta y miró a Lily con repulsión.

- Veo que esta no es de las que se acobarda.

- Ya lo veremos cuando acabe con ella… -prometió Rodolphus con una sonrisa irónica, ganándose la risa de los mortífagos presentes.

Lily levantó la cara, que estaba completamente colorada del golpe, y le desafió con la mirada.

- En tus sueños, Lestrange -le retó, sin dejar ver ni un poco de miedo.

Rodolphus se echó a reír ante su actitud.

- Creo que con esta nos lo vamos a pasar muy bien. No hay nada mejor que bajarle los humos a una sangre sucia.

Estaba tan concentrado en ella, que no vio venir la patada que le dio James, a pesar de que apenas podía moverse. Bellatrix reaccionó de golpe, apuntándole con la varita.

- ¡Crucio!

James seguía silenciado pero los espasmos y su expresión denotaba el gran sufrimiento que le asolaron. En su lugar, se escucharon los gritos de Lily.

- ¡Para, déjale! ¡Por favor, déjale!

La pelirroja se había prometido que no iba a claudicar ni a suplicar compasión. Sería una roca. Pero esa resolución murió en cuanto vio sufrir a su novio de un modo tan horrible. Aun luchando contra las ataduras, se revolvió y trató de lanzarse contra Bellatrix, para que dejara de torturarle.

Con un gesto lleno de pereza, Bellatrix bajó la varita y finalizó la maldición que pesaba sobre James.

- A ver si aprendes, Evans, que todo lo que tú hagas, lo pagará él –le advirtió lentamente, señalando con la varita a James, que permaneció inerte en el suelo.

- ¿James? –a Lily se le escaparon un par de lágrimas cuando observó su cuerpo desmadejado en el suelo, que solo se movía para subir y bajar frenéticamente su pecho al ritmo de su respiración.

Con otro movimiento de varita de Bellatrix, la respiración agitada de James se hizo audible. El joven trató de abrir los ojos para tranquilizar a su novia.

- Estoy… bien –aseguró, aunque su voz no se mostraba tan firme como le hubiera gustado.

- Por ahora –auguró Rodolphus con calma.

Lily habría dado lo que fuera por poder estar libre y lanzarse sobre James, para abrazarlo y defenderle con su vida si era preciso.

- ¿Sabéis que el Señor Tenebroso está muy interesado en volver a veros? –les preguntó divertida Bellatrix, consciente de lo que su pregunta provocaría en ellos-. Ya no solo para averiguar lo que has estado removiendo, Evans. El año pasado, se quedó con ganas de terminar una interesante conversación con vosotros. Y hoy es el día perfecto. Me ha pedido que no os haga mucho daño antes de que pueda visitaros.

- Así que ya puedes colaborar y contarnos qué traías en ese maletín tuyo –prosiguió Rodolphus-. Está vacío, ¿dónde dejaste su contenido? ¿Qué has averiguado? ¿Qué tenías que hablar con esa vieja?

- Como siempre, os equivocáis –intervino James, aun jadeando-. Ella no sabe nada… ¡Ahhhh! –otro cruciatus atravesó su cuerpo y, en esta ocasión, sus gritos sí que se escucharon con claridad, aunque trató de reprimirlos.

- ¡BASTA! –gritó Lily.

- ¡No mientas, traidor! –exclamó Bellatrix, antes de volverse hacia ella-. Y tú, habla si quieres que tu novio siga respirando.

Pero no podía. Obviamente, sospechaban algo porque, de no ser así, no habrían intentado atraparles a toda costa. Pero si preguntaban con tanta insistencia es porque no sabían hasta dónde había averiguado. Contárselo sería poner en riesgo todo el trabajo de esos meses, toda la estrategia de Dumbledore para adelantarse a Voldemort.

Había demasiadas vidas en juego, aunque la que más le importaba era la que pendía ahora mismo de un hilo. Y, con esa angustia, Lily lanzó una mirada desesperada a su novio.

James asintió con la cabeza, forzando una sonrisa que parecía más un rictus de dolor. Entendía su dilema y la apoyaba hasta el final. La causa era lo más importante. Los ojos de Lily se aguaron y titubeó cuando le vio contraerse del dolor ante un nuevo giro de muñeca de Bellatrix.

- No –murmuró James con los dientes apretados, pidiendo que se mantuviera firme.

La mortífaga captó el intercambio de miradas y bufó.

- Tú lo has querido. Sacadla de aquí pero no la llevéis muy lejos. Que le oiga gritar un rato, ya veréis cómo se le suelta la lengua.

- ¡No! ¡James! –exclamó Lily cuando Rodolphus agitó su varita y la hizo levitar para sacarla de la mazmorra. Se agitó en el aire y lo último que vio fueron los ojos de James, tan serenos que parecía imposible que acabara de sufrir una tortura y se estuviera preparando para la siguiente.

- ¡Crucio! –volvió a gritar Bellatrix, consiguiendo un prolongado gemido de James que, pese a todo, se forzó a fingirse lo más indiferente posible.

- ¿Es que no sabes hacerlo mejor, Trixie? –escuchó Lily que le retaba con sorna mientras la arrastraban por el pasillo.

Lo siguiente que escuchó fue un alarido desgarrador.

- ¡James!


Remus se sentía tan vacío…

Había matado a niños. No podía recordar nada, ni nada cuántos ni cómo. Ni siquiera, si alguno de los supervivientes que trataban de recuperarse al fondo de la cueva estaba allí por su culpa. Jamás se había sentido tan culpable y tan sucio.

Jamás había sido un monstruo tanto como entonces. La boca aún le sabía a sangre, por mucho que se la lavara. Su propia piel estaba en carne viva por todo lo que se habría refregado para quitarse esa sensación del cuerpo. Para tratar de olvidar que se había convertido en lo que más había temido toda su vida, en un asesino.

Desde que lo habían traído de nuevo a la colonia, había estado vagando por ella sin rumbo, todo lo que le permitía su pierna herida. Como no tenían medios, su herida estaba curándose de modo natural y eso llevaba más tiempo. Ni siquiera tenía los conocimientos básicos para tratarse con la varita cuando nadie le viera, lo que le hizo temer que le quedara una cojera permanente después de aquello.

Afortunadamente, no les habían pedido nada más en los días posteriores a la luna llena. Cosa que agradeció porque se sentía tan aturdido que habría sido incapaz de obedecer ninguna orden a la primera. Aunque no era el único. Ealdian parecía abstraído. No había dicho ni una palabra desde que había descubierto la muerte de Jenna y Remus no tenía suficiente confianza con él como para poder ser su mutuo apoyo. Aunque la había conocido desde hacía poco tiempo, echaría de menos un carácter tan abierto y amigable en ese infierno.

A esas horas, se había dejado caer en una roca cerca de la salida de la cueva, cansado de arrastrar la pierna, que sentía entumecida y cuyo dolor le subía por la cadera. Fue entonces cuando percibió de lejos una escena que no pudo creerse. Y es que era imposible. Ella no podía estar allí.

Sorprendido, se acercó lo más sigilosamente que pudo para escuchar la conversación que estaba manteniendo con Dan, ese retorcido del grupo de Keesha que le tenía ojeriza.

- ¿Y cómo dices que supiste de nosotros? –le preguntaba, acercándose demasiado a ella, que se mantenía impasible.

- En realidad, ha sido una casualidad, sobre todo –la risa de Rachel sonó despreocupada y sincera. Había aprendido a ser buena actriz-. Estaba en el norte cuando oí algo de una gran manada. Así que empecé a rastrear hasta que he dado con vosotros.

- Así que eres buena rastreadora –la sonrisa de Dan se tornó lasciva, como solía ocurrir cuando hablaba con licántropas jóvenes. A Remus se le revolvió el estómago al verle dar un paso más.

Rachel también debió notarlo porque percibió cómo se tensaba antes de responderle con otra sonrisa coqueta.

- Como no tienes idea –ronroneó, claramente habiendo decidido tomar esa actitud en su favor.

Remus apretó los dientes. No sabía qué hacía allí Rachel ni qué papel se suponía que estaba tomando. Y todo ello le enfurecía demasiado. Y ver ese coqueteo no ayudaba a calmar sus nervios.

- Es una habilidad curiosa viniendo de alguien como tú… ¿Eres de la gran ciudad, no? –preguntó Dan.

Remus la vio dudar. Seguro que no esperaba que su acento fuera tan obvio. Debería haber recordado que los sentidos de los más veteranos estaban muy desarrollados y cosas tan sencillas les resultaban muy obvias.

Finalmente, la sonrisa de Rachel volvió a ser firme.

- Sí, soy de Londres.

- ¿Y qué haces aquí?

Buena pregunta, se dijo a sí mismo Remus.

- Buscaba algo más alejado. Los magos están ahora demasiado quisquillosos.

- Eso es verdad. ¿Cómo te llamas?

- Rachel.

Así que esta vez optaba por dar su nombre real, como había hecho él. ¿Sería Dumbledore el que había ideado su nueva estrategia, como ocurrió la anterior vez que ella se infiltró?

- ¿Y no hay un apellido que vaya tras eso? –preguntó Dan, enarcando una ceja con suspicacia.

Remus había aprendido a tener cuidado con él y sabía que era fácilmente irascible. Sin embargo, no supo si Rachel captó el peligro porque se encogió de hombros con fingida inocencia.

- La verdad es que lo ignoro. Desde que me alcanza la memoria, solo he sido Rachel.

- Así que eres una veterana en esto –se sorprendió Dan. Y Remus sabía que se arrepentiría de haberle mentido. No sería difícil para él descubrir que Rachel era una novata en ese estilo de vida-. Me sorprende que no hayamos coincidido antes.

Estaba sospechando. Remus se contuvo la tentación de salir corriendo para interponerse entre ambos porque sabía que solo empeoraría las cosas. No sabía cómo advertirle de cómo tenía que actuar frente a él.

Rachel se mantuvo tranquila, mirándole directamente a los ojos. No estaba mal como comienzo. Los licántropos eran, por lo general, desconfiados y no les gustaban las personas esquivas.

- Casualidad, supongo –le respondió con indiferencia.

- Claro… -murmuró Dan. Estaba sopesando si se fiaba de ella. Le vio analizarla con la mirada, antes de chasquear la lengua-. Bueno Rachel, bienvenida. ¿Por qué no te tomas esto? Es nuestra propia medicina.

Era una pastilla blanca y pequeña. La misma que les proporcionaban a todos cada día. Remus sintió que el corazón se le aceleraba. Había tomado su dosis diaria pero esa sustancia tenía algo especial que le hacía desear tomar más y más. Era adictiva.

Rachel titubeó pero se llevó la pastilla a la boca y la tragó, sin necesidad de ninguna bebida. Se estremeció, como si hubiera tenido un escalofrío, y Remus supo que estaba sintiendo la gran euforia que les albergaba siempre al consumir esa especie de droga. La piel se ponía de gallina y todo el cuerpo se excitaba. Hacía un par de horas que había tomado su última pastilla, pero ya añoraba esa sensación.

Aprovechando que estaba entretenida con las nuevas sensaciones, Dan aprovechó para alargar el brazo y robarle la varita que le sobresalía del bolsillo de su túnica.

- ¡Eh!

- No sé dónde has robado la varita, pero ya no te hará falta. Aquí no –la aleccionó con furia, fingiendo una falsa sonrisa-. Estamos entre hermanos, Rachel. Es una norma esencial, no nos gustan los portadores de varitas.

Ella abrió la boca, quizá considerando discutir. Pero se lo pensó mejor.

- Claro, entiendo.

- ¿No la necesitas, no? –la tentó Dan, ahora algo divertido, mientras se la enseñaba.

- No, claro que no. Me hice con ella para defenderme de los magos y brujas, pero no hay ninguno aquí.

- Eso es. Me alegro que lo entiendas. Eres bienvenida, acomódate.

Al verla alejarse, Remus soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo. Se moría de curiosidad y de rabia por saber por qué Dumbledore la había enviado a su misión, pero no hizo intención de acercarse a ella. Era mejor que fingieran que no se conocían. Podrían levantar sospechas y bastante tenía él con los que ya le veían demasiado refinado para ser uno de los suyos.

Tardó varias horas en encontrar la oportunidad de acercarse a ella sin levantar sospecha. Fue a la hora en la que repartían el rancho, para lo que les obligaban a formar fila y obtener la ración que les tocaba. Su sustento, su pago por todo el trabajo sucio que hacían allí. Con un empujón discreto al hombre lobo que se encontraba detrás de ella, colocó su lugar, apoyándose en una rama que improvisaba un pobre bastón. El anciano gruñó pero era demasiado mayor como para retar a un licántropo más joven y fuerte, a pesar de sus heridas.

- ¿Tan inútil me considera Dumbledore que te ha enviado también a ti? –le susurró, liberando una parte de la frustración que sentía.

Sabía que no había avisado a tiempo del ataque y que Dumbledore tenía derecho a estar cabreado. Pero él mismo era consciente de que no podría salvar todas las vidas y le había aleccionado muy firmemente para que los fallos no le perjudicaran y mantuviera la mente fría. Sin embargo, de repente había decidido que no podría solo con la misión.

La cuestión no era tanto su orgullo como el hecho de que hubiera enviado a Rachel. No estaba preparado para enfrentarla de nuevo. No cuando todo su cuerpo se estremecía solo por tenerla cerca. No cuando su olfato se intensificaba inconscientemente, buscando el olor de otro en su piel.

Rachel pegó un respingo pero localizó su voz al momento. No hizo intención de girarse, lo que Remus apreció, porque demostraba que podía controlar sus nervios.

- Nada de eso, Remus –le aseguró, mirando al frente y manteniendo la voz baja. Nada en su voz reflejaba el profundo alivio que había sentido al localizarle, tras horas buscándole. Llegó a pesar que le había ocurrido algo irreparable mientras estuvo incomunicado-. Simplemente, yo ya he estado antes en una guarida de lobos y sé cómo se mueven.

Él apretó los dientes. Su experiencia previa era inútil. Ella se infiltró cuando la guerra era diferente, cuando no pasaba nada por entrar y salir de las guaridas. Con esa actitud, no llegaría muy lejos.

- No te necesito aquí. Dile a Dumbledore que si no avisé antes del ataque fue por guardar la coartada.

- Dumbledore no ha dudado de ti, no insistas –aseguró ella, dando un paso adelante para avanzar con el resto de la cola-. Solo ha pensado que podríamos unir fuerzas.

Remus chasqueó la lengua molesto, vigilando que nadie les escuchara hablar. Unir fuerzas con ella era de lo más torturador en ese momento. No necesitaba tenerla más cerca, tener que trabajar codo con codo. No podía permitirse la distracción que ella le suponía. Había demasiado en juego.

- Me dirás tú cómo, si no podemos dejar que sepan que nos conocemos y a ti te han desarmado nada más llegar.

- Eso es un contratiempo pero… Espera, ¿conservas tu varita? –ella estuvo a punto de volverse, sorprendida, pero Remus se lo impidió con un pellizco en la espalda, mientras la obligaba a dar un paso más. A esas horas, él cojeaba más que nunca.

- Sí, lo hago. No está mal para un inútil, ¿no crees?

Aquello exasperó a Rachel.

- ¡Ya basta, joder! ¡Nadie te ha puesto en duda! ¡Nadie! –bufó en la voz más baja que pudo mantener.

Era como volver a cualquier momento de ese año pasado en los que el carácter de ella le podía y acababan discutiendo. Había sido la rutina de cada día hasta que sus sentimientos por Benjy lo habían desmoronado todo. Pero, en su defensa, diría que, en esta ocasión, Remus estaba especialmente irascible. Inspiró hondo y su tono volvió a ser más tranquilo.

- Cuando averigüé lo que estabas haciendo, me moría de preocupación y le supliqué a Dumbledore que me dejara seguirte. Solo eso. Es cosa mía.

Remus se quedó en blanco después de su declaración. Ella se había preocupado por su seguridad y había querido unirse a la misión. Por él. Un cosquilleo le atravesó el estómago, antes de que decidiera controlarlo. No podía dejar que los sentimientos que aún tenía por ella le dominaran. No allí y no en ese momento.

Hubo un silencio incómodo que duró un par de minutos, durante los cuales se movió la cola. Rachel, que había tenido tiempo de explorar el lugar, rompió el silencio.

- Hay muchos niños.

Remus suspiró. Querría que la conversación fuese por cauces más cómodos pero ese no lo era. Y era uno de los temas más urgentes, al fin y al cabo.

- Sí, y faltan los que están más graves, que los tienen ubicados en un nivel inferior. Sospecho que están esperando a que curen solos antes de la próxima luna llena, para que la transformación no los mate. Pero he visto el aspecto de alguno de ellos, así que supongo que habrá bajas.

Entre sus rizos, Remus la vio hacer un puchero.

- Aquí no tienen medios para tratarlos.

- Ni medios, ni ganas –puntualizó él-. Solo atienden a los que creen que les serán útiles. Y no sé cómo de resistentes serán unos niños muggles cuando estén transformados. Quizá Greyback decida que no merece la pena el experimento y los mate a todos.

- Merlín…

Él bufó.

- Bienvenida a la guarida del horror –le dijo.


Los nervios estaban crispados en esos momentos en la Orden del Fénix. Frank y Alice habían activado cuanto antes la misión de rescate de James y Lily, en coordinación con Moody que, desde el Departamento de Aurores, se encargaba de desechar otras opciones y de quitar de en medio a cualquiera que pudiera interferir en la labor de la Orden.

Tras comprobar que Gideon se encontraba a salvo y constatar con él la urgencia de que Voldemort no accediera a las investigaciones que habían estado llevando a cabo, estaban tratando de coordinar al equipo que acudiría al rescate.

Eso sí, en cuanto Marlene acabara de localizarlos con las pociones que tenía para tal fin. Afortunadamente, las tenía preparadas con antelación por previsión, gracias a la ayuda de Lily. Pero la tarea se le dificultaba enormemente por la presión que estaba metiendo Sirius, revoloteando furioso a su alrededor.

- ¡Estamos tardando demasiado!

- Sirius, cállate –murmuró la castaña entre dientes, tratando de conservar la calma para no perder la cuenta ni el control de las medidas que estaba realizando y no tener que repetir el proceso desde el principio-. Me estás poniendo de los nervios y así no conseguiré mezclar bien la poción.

Junto a ella, como siempre, Fabian le dedicó un gesto tranquilizador y le palmeó la espalda, indicándole que se alejara un poco y le dejara espacio.

El joven Black no podía controlarse. Acabaría enfermando de preocupación si no se movían ya. Cada minuto contaba y sus amigos estaban en un peligro mortal. Tenían que actuar ya, tenían que sacarlos de allí.

En su mente, no dejaban de repetirse las imágenes del año anterior, cuando James fue secuestrado. En aquella ocasión, él y Lily se habían apoyado el uno al otro y habían tenido que adquirir una posición demasiado pasiva para sus nervios. Ahora, no tenía amiga en quien apoyarse y ambos podían estar muertos en ese mismo instante. No soportaba siquiera contemplar esa posibilidad.

- ¿Estamos ya todos? –preguntó Frank al fondo de la sala, aprovechando los minutos que necesitaba Marlene para terminar.

- Falta Benjy, que está tratando de escaparse del trabajo –informó Dorcas. Nadie preguntó más, aunque ninguno sabía exactamente dónde trabajaba Fenwick. Él era un misterio en sí mismo.

- Edgar supongo que seguirá con Tony en San Mundo. ¿Y Caradoc? –cuestionó Alice.

- No está, tenía un asunto que resolver –informó Gideon que, como responsable de Lily, estaba casi tan preocupado como Sirius-. Joder… Tampoco podemos contar ni con Grace, Rachel, Remus o Gisele. Hay que avisar a Dumbledore.

Tampoco podían contar con Emmeline, que seguía ingresada en el hospital. Y sin contar a los que llevaban fuera varios meses en misiones especiales. Realmente, entre heridos y misiones, la Orden se iba quedando cada vez más pequeña.

- Moody ya lo ha hecho –recordó Frank-. Tenemos que tirar con lo que tenemos, de momento.

Sirius contemplaba esa conversación sin poder creerse que estuvieran perdiendo tanto el tiempo. ¿Lo hacían a posta?

- ¡Mientras discutimos, podrían estar matándolos! –exclamó, gritándoles furioso y consiguiendo que todos dejaran de discutir y le miraran.

Alice se adelantó, abrazándole por la cintura.

- Cálmate, Sirius. No podemos saber a dónde hay que ir hasta que Marlene acabe –trató de tranquilizarle.

- Mientras, vamos a organizarnos –continuó Frank que, como siempre, conservaba la calma y tomaba el mando-. Los aurores también están buscando a James pero Moody se encargará de que no nos rastreen. Tal y como se los han llevado a ambos y cómo han escondido ellos los documentos de Lily, está claro que su secuestro tiene más que ver con sus actividades en la Orden que con otra cosa.

- Pero, ¿qué tienen esos dichosos documentos? –preguntó Dorcas sin poder evitarlo.

La curiosidad les mataba a todos porque era extraño que Voldemort y sus secuaces se hubieran tomado tantas molestias en secuestrar a James y Lily, y no en matarlos directamente en una emboscada. Era evidente que se trataba de un tema delicado y que el mago oscuro no tenía toda la información que necesitaba.

- Eso ahora no importa –repuso Gideon, a la defensiva.

En cuanto llegó al cuartel, lo primero que había hecho tras conocer la captura de sus amigos fue revisar que todos los documentos se encontraban a salvo y los había custodiado en la caja fuerte que Lily había habilitado en el cuartel. Un invento muggle al que había añadido hechizos especiales para que solo pudieran abrir Gideon, Dumbledore y ella. Una muestra más del ingenio de la pelirroja.

- Bien –murmuró Frank para captar de nuevo la atención del grupo, que se habían distraído con la intervención de Gideon-. En cuanto Marlene localice dónde los tienen, nos marcharemos divididos en dos grupos. Fabian, Marlene y Peter… Necesito que os coloquéis en lugares estratégicos y derribéis posibles hechizos defensivos. Habrá magia negra si se trata de una guarida habitual y los que entremos necesitaremos ayuda externa para sortearla.

- Yo también puedo ayudar –se propuso Gideon, sintiendo que ellos cuatro igual eran pocos para romper todas las maldiciones defensivas que habrían colocado.

- No, Gideon, te necesito con Alice, Sirius, Dorcas y conmigo. Nosotros entraremos a buscarlos. Benjy les ayudará, en cuanto pueda unirse.

- Le enviaré un mensaje ahora –aseguró Dorcas, separándose un poco del grupo.

En ese momento, Marlene pegó un grito.

- ¡Lo tengo! ¡Ya sé dónde están!

Alice suspiró, compartiendo una mirada con su marido y preparándose para la acción.

- Bien, vamos. Sirius, no te separes de mí.

El joven Black encabezó al grupo cuando salieron corriendo de esa oficina. Estaba impaciente por llegar y ponerse en acción. Sus amigos le necesitaban. Ni siquiera miró ni un momento a Peter que, nervioso, trató de encontrar su mirada. No hubo miradas de complicidad entre los merodeadores ese día. La preocupación por Cornamenta impidió que Canuto recordara que existían más miembros de la manada allí.


El resto del grupo se encontraban demasiado lejos como para saber la tragedia que podía sobrevenirse sobre ellos.

Mientras Rachel y Remus adaptaban su nueva situación en la guarida de los licántropos, Grace se afincaba de nuevo en París y se presentaba frente a un Pryce que no estaba nada feliz de volver a verla involucrada en esas intrigas. Con la diferencia de que, en esa ocasión, ella no tenía que fingir con él y era su enlace directo con Dumbledore.

Y, en las montañas escocesas, Gisele llevaba un par de días vigilando a las manadas de gigantes de la zona, con creciente preocupación.

El terreno escarpado le había permitido mantenerse oculta lo suficiente como para acercarse a escuchar algunas de las peleas que se habían desarrollado en esos parajes, con el consiguiente ruido que llegaría a las poblaciones muggles del entorno y que, seguramente, confundirían con algún desprendimiento. Lo cual era acertado porque el terreno había sufrido varias modificaciones.

Ella había contabilizado hasta cuatro asesinatos entre los gigantes y la situación no daba lugar al optimismo. Esas criaturas parecían un caso perdido, ya que se les veía cada vez más agresivos y radicalizados. Sin duda, parecían a punto de unirse al lado oscuro. Solo le quedaba confirmarlo.

Ese era el tercer día que vigilaba la zona y acababa de recibir un mensaje de lechuza que no le había dado tiempo a leer porque había desvelado su posición a una giganta que se había alejado de la manada y que, claramente, no estaba contenta de verla allí.

- ¡Detente! –suplicó Gisele, enarbolando su varita pero resistiéndose a usarla, frente a su ataque. Sabía que si hacía magia la giganta se enfurecería más aún-. ¡No busco dañarte!

La enorme criatura trató de aplastarla con un puño cerrado y luego intentó atraparla entre sus manos como si fuese una mosca.

- ¡LARGO!

Afortunadamente, Gis estaba lo suficientemente entrenada y se apartó de un salto.

- Soy magizoóloga, solo estaba investigando.

Pero eso solo enfureció más a la giganta, que arrancó un árbol para tirárselo.

- ¡Otra bruja metiendo las narices donde no le importa!

Gis se tiró al suelo para esquivar el tronco y la vio trastabillar. Entre los densos ropajes que llevaba la criatura distinguió una creciente mancha de sangre.

- ¡Espera, te harás daño! ¡Estás herida, lo veo! ¡Yo puedo ayudarte!

La giganta gruñó y volvió a intentar atraparla.

-¡No quiero ayuda de una bruja!

Pero su voz sonaba más débil según se cansaba. La herida debía ser de consideración. Gis se atrevió a salir de su escondite, con las manos en alto en señal de paz.

- Te juro que no tardaré. Tranquila.

Y, siendo lo más rápida que pudo, le lanzó varias cuerdas que la inmovilizaron, con los consiguientes gritos de protesta de la giganta. A riesgo de enfadarla más, Gisele la enmudeció para impedir que alertara a nuevos gigantes.

Aunque trató de rechazarla, su magia fue más poderosa que la fuerza bruta y consiguió mantenerla reducida hasta que examinó y curó la herida que tenía en un costado y que parecían haberle hecho con un material duro.

- Ya está. Ya estás bien –dijo con voz tranquilizadora. Quizá, al ver que la había ayudado, su agresividad se redujese-. Voy a soltarte, ¿de acuerdo?

- Te aplastaré en cuanto sea libre –murmuró la giganta con furia en cuanto le devolvió la voz, aunque ya no con los gritos de hacía un momento.

Gisele sonrió amigablemente.

- No lo harás. Pareces ser razonable.

- ¡No te atrevas…!

Pero, efectivamente, en cuanto se vio libre de las cuerdas se limitó a quitárselas de encima y a palparse el costado para comprobar que la herida estaba cerrada. No parecía enfadada, así que Gis se aventuró a intentar sacarle información.

- Me llamo Gisele. Solo estaba investigando las migraciones masivas de las manadas. Parece que no siguen el rumbo habitual y nos preocupa que puedan estaros dañando.

- Dirás controlándonos o captándonos –murmuró la giganta, demostrando más inteligencia que la media de los suyos.

Gis sonrió amablemente.

- También. Hace unos días, ha habido un ataque en el que participó uno de los tuyos. Es inusual.

La giganta bufó.

-No lo será a partir de ahora.

-¿Qué quieres decir?

Pero la curiosidad de Gisele le preocupó y se puso a la defensiva.

- ¡Nada! ¡No he dicho nada!

- Vamos, tranquila –volvió a intentar Gisele, volviendo al tono conciliador que tan bien le habían enseñado a utilizar para las grandes bestias-. ¿Cómo te llamas?

La giganta la analizó con cuidado con su grande, verrugosa y fea cara. Parecía decidie¡r si confiar en ella.

- Enapay –dijo finalmente.

- ¿Qué quieres decir con que, a partir de ahora, no será inusual?

Enapay parecía reacia pero, finalmente, decidió hablar.

- La mayoría de la colonia ha hablado. Pronto se unirán a la guerra de los magos. Y no son los únicos.

Eso confirmó sus peores temores. No podía ser. Si solo un gigante había creado tantos disturbios en Heathrow, no podía imaginarse lo que podrían hacer varias colonias.

- ¿Qué? –preguntó con la garganta seca-. ¿Con quién habéis hablado? ¿Qué os han prometido?

Enapay solo dijo una palabra. Todo lo que su especie quería.

- Libertad.

Por supuesto. Voldemort prometería eso y mucho más. No tenía intención de cumplirlo pero eso era lo de menos. Por el momento, era más de lo que les había prometido cualquier otro mago.

- No la tendréis con Voldemort –dijo con voz angustiosa.

Eso pareció enfurecer a la giganta pero no del modo en el que ella creía.

- ¡NO DIGAS SU NOMBRE! –bramó, haciendo vibrar el suelo con su ira.

Gisele se quedó momentáneamente asustada cuando la vio temer al nombre del mago oscuro. ¿Hasta esas criaturas había llegado esa paranoia? La situación se les estaba yendo de las manos.

- ¡Tranquila! –exclamó, levantando las manos en señal de perdón. Necesitaba intentar ser práctica-. De acuerdo. No lo diré. ¿Quién es el Gurg de tu colonia? ¿Crees que se podrá hablar con él?

Enapay negó con la cabeza seriamente.

- No te lo aconsejo. Han matado o expulsado a los que estaban en contra de unirse a él. Esto me lo hicieron solo por preguntar si era necesario hacerlo. La decisión está tomada y los demás magos habéis perdido cualquier oportunidad de congraciaros con nosotros.

No parecía estar de acuerdo con unirse al bando oscuro pero tampoco parecía lamentarlo por los demás magos y brujas. Tristemente, Gisele tenía que darle la razón con que los suyos habían dejado escapar demasiadas oportunidades para darles igualdad, libertad y respeto a otras criaturas. Algo en lo que siempre había estado en contra.

Enapay no se quedó mucho más tiempo y, pronto, Gisele la vio marchar, de nuevo a la colonia, esperando ser aceptada de nuevo pese a su insubordinación. Tampoco había mucho que una giganta pudiera conseguir sin contar con una manada; era cuestión de supervivencia.

No fue hasta un rato después, que recordó que una lechuza le había hecho llegar un mensaje. Pensando en que ya no le quedaba mucho por averiguar y que su jefe la querría de vuelta cuanto antes, desdobló el pergamino, donde identificó la suave caligrafía de su suegro, Edgar.

Cuando leyó el contenido de la escueta nota, el corazón se le paró. Tenía que regresar cuanto antes. Tony estaba herido.


Regulus Black se movía entre su deseo de venganza y su sentido común, que le pedía que actuara con cautela y sangre fría.

Jamás le había costado tanto controlar sus emociones. Sirius era el impulsivo de la familia, no él. Pero escuchar a Rabastan vanagloriarse de haber matado a Sadie y saberse, en parte, responsable estaba siendo demasiado para él.

Además, todo lo que había sucedido con Emmeline Vance y su sentimiento de culpa por haber participado en su ataque le provocaba una gran tensión. Tenía un inmenso dolor de cabeza que era incapaz de aliviar con nada.

Se había equivocado de bando. Llevaba toda la vida en el lado opuesto y había torturado y matado por una causa que se desmoronaba frente a sus ojos. Le torturaba pensar que todo lo que Sirius le había dicho siempre era verdad y él era el estúpido adoctrinado que no sabido verlo.

No era más que un asesino, un títere en un juego de magos y brujas más inteligentes que él que le movían a su conveniencia, como una simple pieza en un tablero de ajedrez. Sentía que en cualquier momento se convertiría en un peón sacrificado para continuar la partida. Una pieza rota y desechada en quien nadie más pensaría en cuanto siguiera el juego.

Quería vengar a Sadie. Era la única resolución que le mantenía en piez. Había buscado a Rabastan desde que había llegado a la guarida del Lord Oscuro ese día, atendiendo a su llamada tras su día de permiso. Pero también sabía que no ganaría nada enfrentándolo de golpe. Debía ser más inteligente que él, para variar.

Estaba tan ansioso que había llegado antes de la hora a la que su Señor le había convocado. Quizá allí se le ocurriera un modo de actuar contra Rabastan sin levantar más las sospechas entre Bellatrix y los demás.

- Black, ¿qué tal? ¿ya estás bien?

La llegada de Snape le distrajo. Estaba justo detrás de él, transportando con la varita unas cajas llenas de pociones diferentes, ocultando sus facciones, como era habitual. Le miraba inquisitivamente, como siempre.

- Por supuesto, Severus –murmuró él con voz monótona. Seguro que le habían llegado noticias de su última incursión y le respetaba lo suficiente como para explicarle brevemente lo que había pasado. Su versión, al menos-. Me hirieron por un fallo técnico. Estaba demasiado centrado en localizar a más vasallos de Dumbledore y no me protegí.

- Sí, ya me han dicho que descubristeis a Vance –repuso Snape sin mostrar ninguna emoción al respecto, como de costumbre-. Y tengo entendido que entre ellos también estaba Potter.

Como siempre que le mencionaba, su voz perdió la calma y se crispó, con una mueca de odio. Usualmente, era entretenido de ver pero Regulus ya no encontraba gracioso nada de lo que le rodeaba.

- ¿Te extraña? –repuso, restándole importancia-. Es uno de los perritos falderos de Dumbledore. Lo raro es que Sirius no estuviera pisándole los talones, siempre a su sombra.

No debería haber mencionado a su hermano. Le había salido sin querer, como un pensamiento en voz alta. Porque verdaderamente le había extrañado no encontrarle junto a su amigo del alma. Aunque lo prefería. Así no había visto en lo que se había convertido. Bastante avergonzado estaba de sí mismo, como para detenerse en qué habría visto Sirius, de ser testigo de lo que se había convertido.

Severus, por su parte, torció el gesto más ante la mención de Sirius. Sus ojos centellearon.

- Hay que acabar con ellos –rugió con un murmullo bajo y ronco.

Aunque era consciente de su odio hacia ellos y no era la primera vez que se expresaba así delante de él, Regulus recibió esa frase como un puñetazo. De repente, todo se había dado la vuelta en su mundo.

Inspiró hondo y cambió de tema. No podía levantar sospechas o no acabaría el día con vida.

- ¿Se ha sabido algo más?

Snape pestañeó y tardó unos segundos en reaccionar, como si Regulus le hubiera sacado de un sueño viviente particularmente agradable. Le costó entender que se refería al caso del asesinato de Saloth.

- No. Y creo que Nott está intentando arreglarlo para que le afecte lo menos posible. Tienen que anunciarlo ya, antes de que se filtre por otros medios. Demasiada gente de la alta sociedad fue testigo de ello.

Cierto. Era sorprendente que aún no hubiese saltado todo por los aires.

- Ya… ¿Y los heridos? ¿Se sabe algo?

- Están intentando averiguar más con nuestros infiltrados en San Mungo –le informó Snape-. Creemos que Vance sigue allí y que hay más heridos. Ya sabes que hay más identidades que se han comprobado que eran falsas. A saber a cuántos habrá colado Dumbledore…

Regulus estaba convencido de que había, por lo menos, dos infiltrados más. La mujer a la que él había ayudado y que le conocía, pero que no conseguía ubicar por más que lo había intentado, y el hombre que la había ayudado a escapar. Pero no diría nada. Nadie volvería a ser dañado por su culpa, si podía evitarlo.

- A saber –suspiró. Su mente volvió a su preocupación inicial y recorrió con la mirada toda la estancia de nuevo-. Oye, ¿has visto a Rabastan?

Era sorprendente la poca actividad que había en la guarida. Era inusual, de hecho. Apenas unos pocos mortífagos, todos cubiertos con máscaras, rondaban el lugar. Frunció el ceño, convencido de que había algo que se estaba perdiendo, pues allí quedaban apenas unos pocos mortífagos, tan novatos y jóvenes como ellos. Pero Snape no parecía saber tampoco el motivo.

- ¿Lestrange? Estaba por aquí hace un rato, acompañando a tu amigo, Crouch. Parece haber escalado mucho en muy poco tiempo –comentó Snape con resentimiento.

Y era cierto. Barty Crouch Jr. había sido una adquisición soñada por parte del Señor Oscuro. Y había ascendido en la jerarquía de la cúpula en muy poco tiempo. Mucho más allá de lo que Regulus estaba autorizado a saber. Sabía que estaba estableciendo una red de contactos en el Ministerio pero ignoraba a quiénes o a qué departamentos afectaba. No creía que lo supiera mucha más gente, al margen del Señor Oscuro.

- De todas formas, no lo quiero cerca del laboratorio. Bastante bien van las pociones para fidelizar a vampiros como para que él lo estropee con sus manazas -añadió Severus, de nuevo refiriéndose a Rabastan-. Necesito que me eches una mano, por cierto.

- No creo que tenga tiempo –anunció Lucius Malfoy apareciendo tras ellos-. Regulus, el Señor Oscuro quiere verte ya.

Había surgido de la nada, aunque su apariencia parecía tan impoluta y tranquila como siempre. Con un elegante movimiento, le instó a caminar por delante de él. Su túnica se movió con elegancia cuando se giró hacia Snape, que había vuelto a centrarse en su trabajo.

- Severus… Necesitamos más hombres en nuestra guarida del sur. Hay un acontecimiento especial en el que no dudo que querrás participar. Ya me lo agradecerás.

El tono jocoso en su voz llamó la atención de Regulus, que miró a ambos con curiosidad. Pero nada en las facciones de Lucius le dio ninguna pista sobre lo que estaba ocurriendo en el sur. Y Snape parecía tan confuso como él.

Sin embargo, no pudo indagar porque Lucius volvió a meterle prisa para no llegar tarde a su cita con el Señor Oscuro. De camino, ambos permanecieron callados hasta que, a punto de llegar, Lucius se permitió darle un consejo arrogante.

- No hables apenas si no quieres acabar achicharrado. La has vuelto a cagar y lo sabe.

Regulus sintió una punzada de miedo. Debió imaginar que sería informado de su errático comportamiento. Sin embargo, cuadró los hombros y compuso una actitud chulesca propia de los Black.

- Estaba convencido de que, con mi estrategia, se desvelarían los espías de Dumbledore. Antes de eso, Nott y los demás fueron demasiado estúpidos como para dejar escapar a la mayoría de la gente donde podría haber más infiltrados.

- ¿Y seguro que no querías ayudar a la chica, Regulus? –le preguntó el marido de su prima en un tono que le hizo ver que Rodolphus y Rabastan habían compartido con él sus sospechas.

- ¿A Vance? ¿Estás loco, Lucius? –preguntó él, fingiéndose ofendido-. Es una traidora a la sangre. Merece el mismo final que Sirius.

Lucius no captó su doble intención sino que sonrió, satisfecho. Regulus cada vez tenía más claro que su hermano, al contrario que él, había acertado en su elección de bando. Al igual que Emmeline. Ambos merecían salir ganadores de esa guerra porque habían sido más inteligentes que él. Habían visto más allá de su jaula de oro y habían conseguido librarse de ser unos asesinos, como se había convertido él. Sentía verdadero asco por sí mismo.

- Solo quiero asegurarme de que no se te ocurre dudar de tus lealtades, Reg –le recordó Lucius, como quien no quiere la cosa cuando llegaron a la puerta de la estancia donde debía reunirse con su Señor-. Tu prima estaba volviendo a hablar de la necesidad de talar las ramas podridas de su familia.

Regulus le encaró, conservando fuertes sus defensas de oclumancia y manteniendo la expresión firme.

- Mi lealtad está con mi familia y mi sangre, Lucius –aseguró, cuidando muy bien sus palabras-. No voy a tolerar ninguna duda al respecto.

Malfoy le sonrió con esa mueca perezosa que indicaba que se sentía superior a todos los que le rodeaban.

- Me alegra oír eso. Estaré pendiente. No sea que… te desvíes.

Y llamó a la puerta, siendo inmediatamente atendido. Regulus accedió a la habitación, oscura y lúgubre, como era lo habitual, antes que él.

- Déjanos, Lucius, y di a los demás que no hagan ninguna tontería hasta que yo llegue –dijo la voz siseante de Lord Voldemort-. Quiero saludar personalmente a nuestros invitados cuando estén más… domados.

De nuevo esa referencia sobre lo que estaba pasando en el sur. Aunque Regulus estaba demasiado centrado en lo que tenía delante como para preocuparse por más. Cuando Lucius se marchó, Voldemort se giró hacia él con la mirada fría y penetrante.

- ¡Crucio! –gritó, sacando su varita tan rápidamente que no le dio tiempo a reaccionar.

Regulus cayó de golpe al suelo, sintiendo como si mil cuchillos le atravesaran la piel y le quemaran por dentro. La tortura duró unos segundos interminables y, cuando Voldemort se cansó, apartó la varita perezosamente.

Regulus se quedó tendido, jadeando con fuerza y reprimiendo los calambres y espasmos que le había dejado en su cuerpo la maldición tortura. No habló ni protestó mientras intentaba ponerse de pie.

- Esto es para recordarte que yo no perdono los fallos, Black. Si aún estás vivo es porque me sirves de algún tipo de utilidad. ¿No habíamos quedado en que me traerías un elfo? –preguntó con voz gélida y tono despectivo.

- Sí, Señor –respondió él, reponiéndose todo lo que pudo, aunque aun jadeando. Tenía que reforzar su escudo si quería mantenerse vivo-. Pensé que no querría que los demás se enteraran de sus planes. Por si se requería discreción, ya sabe. ¡Kreacher! –al instante, su elfo doméstico acudió a su llamada, nervioso y temeroso-. Mi Señor, este es Kreacher, el elfo de nuestra familia.

Voldemort miró al ser como si no mereciera la presentación de la que había sido protagonista.

- Ordénale que me obedezca en todo y marcharte, Black. Ya no te necesito –ante su tono, Regulus dudó, ganándose un gruñido de su Señor-. ¿Es que acaso tengo que repetirlo?

- No, claro –aún dudoso, Regulus se arrodilló para hablar en voz baja a su elfo. Tenía una mala sensación sobre todo eso, pero a su amigo se limitó a sonreírle para tranquilizarle. Las orejas del elfo oscilaban con temor, viéndose cauto, mientras miraba de reojo al Señor Tenebroso-. Kreacher. Es un honor para nuestra familia que el Señor Oscuro nos haya elegido. Acompáñale y obedécele en todo lo que te ordene –y, bajando más la voz, añadió-. Cuando acabes, regresa a casa. ¿Lo has entendido? Regresa en cuanto puedas.

No supo qué le inspiró para añadir eso último pero algo en su interior le dijo que era importante que le ordenara a Kreacher que debía volver. Este se inclinó hasta casi tocar sus pies con la punta de su larga nariz.

- Sí, amo.

Inspirando fuerte para quitarse de encima esa mala sensación del cuerpo, Regulus se incorporó y se dirigió a su Señor.

- Puede disponer de él, mi Señor.

- Muy bien –murmuró este, jugueteando con algo que Regulus no llegó a ver, mientras miraba un viejo estante de la librería que tenía frente a él-. Ahora vete de mi vista, Black. Y jamás vuelvas a fallarme.


Lily ya no era capaz de discernir qué era verdad y qué era mentira. Sentía que habían pasado horas desde que la habían encerrado en esa habitación para que escuchara los gritos de dolor de James mientras era torturado.

Estos le llegaban con tal nitidez que no tenía duda de que estaban amplificados por magia, especialmente pensados para desquiciarla. Al principio, durante lo que pareció una eternidad, ella había gritado junto a él, golpeando las paredes, rasgándose la piel y llorando a gritos por no poder materializarse a su lado. El dolor de saber que le estaban torturando, que estaban quebrando su cuerpo y su alma por su culpa, era tan grande que sentía que no podía respirar. A esas alturas, ya se había quedado sin voz y se sentía incapaz de derramar más lágrimas.

Estaba en el suelo, encogida como un bebé, con la cara enterrada en la piedra de esa fría celda y tratando de volver a escuchar la voz de James, que llevaba un rato sin gritar. Había sido horrible oírle pero el miedo de que el silencio se debiera a que ya le hubieran matado la tenía atenazada.

A ella también la habían visitado varias veces diferentes enmascarados. Ninguno de ellos era Rodolphus Lestrange, quien la había llevado hasta allí, pero todos habían aprovechado para dañarla y torturarla. No demasiado. Parecía que la querían lo suficientemente entera como para continuar jugando con ella. A fin de cuentas, aún no había revelado lo que había descubierto.

Y no lo haría, se dijo con fiereza. Se llevaría todo a la tumba. Ya no tenía nada que perder si le habían quitado a James.

Un chasquido la hizo estremecerse pero no tenía nada que ver con James. Era la puerta de su celda, que volvía a abrirse. Tembló y enterró aún más la cara en el suelo. Frente a ella, un par de botas arrastraron tierra y polvo y se colocaron a su lado.

- ¿Aún no tienes ganas de colaborar, Evans? –le preguntó una voz nueva.

Esta pertenecía a alguien que la conocía. La mayoría de las otras visitas eran enmascarados que no parecían saber exactamente quién era ni le habían hecho preguntas.

- ¿Qué más necesitas, impura? –le espetó la voz, dándole una patada en la espalda-. ¿No quieres volver a ver a tu novio?

La mención de James le afectó aunque intentó que no se notara. Intentó permanecer impasible pero una lágrima rebelde salió de su ojo y cayó por su mejilla hasta perderse en su pelo. El mortífago lo vio y se echó a reír.

- Es patético que sigas intentando mostrarte dura si tu verdadera cara es tan evidente. Dinos lo que has estado buscando sobre el Señor Oscuro y para qué lo queréis. ¿Por qué coño habéis estado visitando a gente de su pasado y qué es lo que has averiguado? Hazlo, y puede que no os matemos a ti y a Potter.

Era la primera vez desde que se había enfrentado a Bellatrix y Rodolphus que uno de los enmascarados le preguntaba algo. Esto era importante, porque implicaba que el enmascarado también tenía capacidad de mando. No se centraba en torturarla mientras seguía órdenes.

Le hubiera gustado ser más dura pero saber que estaba frente a uno de los cabecillas, recordándole lo frágil que era su situación y, sobre todo, la de James, le derrumbó.

- James… -se le escapó, con voz pastosa y llorosa. Era evidente que había gritado durante mucho tiempo.

La risa se filtró detrás de la máscara mientras el mortífago se inclinaba sobre ella y la cogía de la pechera de la túnica para obligarla a apoyar la espalda en la pared y medio recostarse en ella. En cuanto la soltó, Lily se alejó lo más que pudo de él.

- Tu James no sabe nada. Ha sido divertido ver su desesperación la primera vez que te hemos hecho gritar. Sin duda, habría cantado todo con tal de que te dejáramos en paz. Pero tú sí sabes lo que buscamos, Evans. Qué cruel que no lo correspondas lo suficiente como para darnos lo que queremos a cambio de que no le matemos delante de ti. ¿Tan poco vale para ti su miserable vida?

Lily levantó con pesadez los ojos para fijarlos en la cara cubierta que se cernía sobre ella.

- Es lo que va a pasar –insistió el mortífago con dureza, inclinándose sobre ella-. Vamos a seguir torturándolo hasta que su cuerpo no pueda resistirlo más. Y le traeremos aquí, para matarlo frente a ti, y que veas el resultado de tu patética lealtad a los objetivos de Albus Dumbledore.

La idea cruzó su mente. Decirlo todo y que cualquier plan de Dumbledore para adelantarse a Voldemort se fuera por el desagüe. Todo a cambio de que dejaran en paz a James. Pero su resolución se quebró al instante porque la voz de su conciencia le dijo que jamás les dejarían salir de allí con vida. De un modo u otro, debía decidir cómo iban a morir porque, a no ser que los encontraran pronto, era a lo único que podían aspirar. Y no podían irse de este mundo dándole una ventaja a Voldemort. No dejaría que les deshonraran de esa forma a James y a ella.

Apretó la mandíbula e inspiró, buscando fuerzas para no decaer. Aunque las lágrimas furtivas siguieron escapando de sus ojos sin poder evitarlo. El mortífago la miró durante unos segundos en silencio, antes de chasquear la lengua teatralmente.

- Tú lo has querido –murmuró, dirigiéndose a la puerta ondeando el bajo de su túnica.

La puerta se abrió y se cerró de un portazo tras él, con un desagradable chirrido, haciendo que Lily pegara un respingo.

Poco después, los gritos de dolor de James volvieron a inundar la habitación. Y ella se sintió de una forma horrible por tener un momento de alivio al escuchar su voz, aunque fuera en esas circunstancias. Porque significaba que aún estaba vio. Pero todo era tan desalentador que se limitó a esconder la cara en las rodillas y rezar porque todo acabara pronto mientras las lágrimas caían por su rostro y su voz se alzaba, pese a que casi no tenía fuerzas, para tratar de hacerle ver a James que ella sufría con él.


Desde fuera, el castillo de Wardour, situado en el condado de Wiltshire, a apenas dos horas de Londres, era una de las ruinas más famosas de la Inglaterra muggle. Construido a finales del siglo XIV, apenas algunas paredes, almenas y la parte inferior del castillo se mantenían en pie. Los muggles habían demostrado en sus muros su nulo respeto por la historia al destruirlo, al menos parcialmente, durante la guerra civil que asoló al país en el siglo XVII.

Desde hacía unos meses, todos los muggles se habían marchado de allí, temerosos por los acontecimientos sobrenaturales que ocurrían en su interior por las noches y por los sonidos de los animales salvajes que se escuchaban en el bosque cercano. Sonidos que no se recordaban desde hacía siglos en las inmediaciones.

Las leyendas se habían extendido en los pueblos cercanos y la desaparición de varias personas habían alimentado completamente los rumores, así que todos evitaban ese lugar hermoso y siniestro.

Allí les había llevado a los miembros de la Orden del Fénix la poción que Marlene McKinnon había preparado, siguiendo el rastro a Lily Evans y James Potter. Cerca de la entrada principal, un muro de piedra que se había desprendido en varias zonas, estaban tomando posiciones mientras pensaban un plan para acceder a la guarida y sacar de allí a Lily y a James, sorteando a todos los mortífagos que contaban desde donde se encontraban. Algo que se tornaba difícil porque eran demasiado pocos como para poder plantar una buena batalla.

- Es una sede habitual –dedujo Fabian escondiéndose entre los árboles que rodeaban el terreno de las ruinas.

- ¿Cómo lo sabes? –preguntó Peter, surgiendo tras él, viéndose demasiado sudoroso y nervioso.

- Están muy bien pertrechados y son demasiados –respondió por él Marlene, en un árbol al otro lado del camino. Con la varita en alto, repasaba cada uno de los rincones que dejaba ese lugar y analizaba sus puntos débiles-. Este lugar no es improvisado.

- Avisaré a Frank –propuso Fabian-. No pueden entrar por la puerta principal en estas condiciones. Solo vigilando en el exterior ya debe haber una docena de mortífagos. Vosotros empezad a localizar y a echar abajo los hechizos defensivos. Sed cautos.

Y, tocándose con la varita en la nuca, se desilusionó y su silueta se confundió con el paisaje boscoso que le rodeaba. Volviéndose camaleónico, echó a correr para llegar a tiempo. No se atrevía a desaparecer tan cerca del castillo para no activar posibles hechizos localizadores de magia.

Al otro lado del edificio, donde la estructura estaba más precaria y el bosque se hacía más profundo, Frank, Alice, Sirius y Dorcas esperaban instrucciones para saber cómo atacar la fortaleza. La respiración de Sirius era muy acelerada y llevaba muchos minutos mordiéndose la lengua para evitar volver a quejarse de todo lo que estaban tardando. Sabía que Frank no tenía demasiada paciencia y, si le hartaba, era capaz de dejarle fuera vigilando.

- La parte de atrás está más derruida, tiene pinta de contener un hechizo detector de presencia –les informó Gideon, saltando desde el árbol al que se había subido para observar mejor-. He contado unos diez mortífagos paseando por los alrededores.

- Y unos doce más que están en la entrada principal –dijo de pronto Fabian, apareciendo a su lado, con la respiración algo agitada y consiguiendo que Frank, Alice y Dorcas le apuntaran con la varita ante su sorpresiva llegada. El joven alzó la ceja y sonrió-. ¿Estamos tensos, eh?

- No vuelvas a aparecer así, si no quieres que te friamos –le advirtió Alice, bajando la varita al comprobar que era él.

- Hazle caso, hermano -le aconsejó Gideon-. Ya soy el gemelo guapo sin necesidad de que los aurores te arreglen más la cara.

- Entonces, ¿calculamos unos veinticinco mortífagos? –preguntó Dorcas para retomar el rumbo de la conversación.

- Esos, solo en el exterior –calculó Frank, con el ceño fruncido-. ¿Podemos deducir que esta es su sede principal?

- Eso, o que Voldemort está aquí –apuntó también Alice.

- Joder…

Sirius estaba demasiado tenso y trataba de controlarse lo máximo posible. Esa última posibilidad no se le había ocurrido hasta que Alice la había planteado y eso le acojonaba demasiado. Era la segunda vez que James y Lily se las veían ese pirado, la segunda vez que se tenían que enfrentar a su furia. Temía que no tuvieran tanta suerte como la primera vez.

- Entonces, nadie puede quedarse fuera –lamentó Frank, teniendo que improvisar ante esas circunstancias-. Somos muy pocos, necesitamos a todos dentro si queremos sacarlos a los dos. Si es que aún están vivos.

- Ni lo menciones, Frank.

- Sirius, céntrate –le interrumpió Alice golpeándole en el pecho, cuando él dio un paso adelante-. Hay que cambiar de táctica pero tengo un plan. Dorcas, vuelve con Fabian y únete a Peter. Necesitamos estar todo lo equilibrados que podamos y tú sabes cómo sacarle partido. Esto va a requerir más ingenio que demostración de poder.

Alice Longbottom no sería el ojito derecho de Alastor Moody si careciera del ingenio y la audacia necesarias como para elaborar un plan tan loco a la par de exitoso como el que se llevó a cabo en aquel lugar.

Superados en número y sin capacidad de igualar fuerzas ni de moverse con libertad, solo el caos era bienvenido en un caso así. Y, para eso, funcionaba mejor la mente de Alice que la ordenada y metódica de su marido. Además, a pesar de que Sirius era incapaz de mantener la mente fría en un momento así, tenía experiencia suficiente en crear disturbios como para aportar sus propias ideas al plan.


En apenas diez minutos, una densa y extraña niebla cayó sobre el castillo, sorprendiendo a los mortífagos, a los que habían ordenado vigilar los alrededores y aumentar la seguridad ante la inminente llegada del Señor Oscuro.

La niebla, intensa y muy oscura, se extendió por los terrenos en apenas unos segundos e impidió que los enmascarados pudieran ver nada más allá de un metro de distancia.

Lucius Malfoy, que había salido al exterior para ahorrarse seguir escuchando los gritos de dolor, giró sobre sí mismo mientras sacaba la varita.

- Esto no es normal –le advirtió al enmascarado que había apostado en la puerta-. Tiene aspecto de hechizo meteorológico. Estate alerta.

Agudizó el oído, buscando escuchar algo extraño.

- ¡A la derecha! –gritó una voz en la lejanía.

Desorientados, cada mortífago se giró hacia su derecha y terminaron de desagruparse, tal y como esperaban los miembros de la Orden.

Gideon, que había gritado en primer lugar, tumbó de un potente hechizo al mortífago más cercano mientras Frank se encargaba del siguiente.

- ¡Ups, no, perdón! ¡A la izquierda! -se escuchó la voz de Fabian desde otro lado.

Todos ellos se habían colocado un encantamiento para impedir que el hechizo meteorológico les afectara a la vista, por lo que fue más rápido moverse entre los mortífagos, que se iban girando, desorientados, siguiendo con la mirada los diferentes haces de luz que surgían de las varitas y los gritos que llegaban desde lugares que no podían precisar. Lo bueno era que les habían despistado lo suficiente como para haberse acercado pero la buena visibilidad no les hacían inmunes a las maldiciones que los enmascarados comenzaron a lanzar indiscriminadamente al aire, con intención de acertarles.

- ¡Reagrupaos! –gritaba Malfoy entre la confusión de gritos, luces de colores que se veían de fondo entre la niebla y sonidos de cuerpos cayendo. Conjuró una potente maldición que acertó contra alguien a unos metros de distancia, aunque no podía saber si era amigo o enemigo-. ¡No les dejéis entrar!

Aunque el objetivo era que todos entraran a la fortificación, el plan de Alice consistía en que tanto Frank y Gideon como Sirius y ella, divididos en parejas, accedieran primero y se dividieran entre la confusión para tratar de localizar a James y Lily.

El factor sorpresa fue importante pero no determinante, aunque Sirius y ella consiguieron colarse entre dos mortífagos que, sin saberlo, estaban luchando entre sí.

- Les tendrán en la parte inferior –le dijo a su compañero cuando corrieron dentro de las ruinas, escondiéndose de más mortífagos que acudían afuera a la ayuda de los demás-. La estructura está más entera cuanto más bajo es el nivel. El sótano o las mazmorras es el lugar adecuado, seguro.

Se escondieron tras una columna y, ocultos por ella, lograron derribar a dos enmascarados que torcieron por la esquina.

- Entonces dividámonos –sugirió Sirius, cuando una gran explosión les hizo agacharse.

- No –repuso ella, negándose a perderle de vista.

- Alice, no hay tiempo. Quizá les hagan más daño al saber que hemos venido a buscarles. Y no sabemos cuándo podrán colarse Frank y Gideon.

Mordiéndose el labio inferior, la aurora accedió. Su marido y su compañero ya estaban tardando más de lo acordado y tenían que seguir improvisando.

- Ten cuidado. Mándame un aviso si los localizas antes.

Sirius salió corriendo en una dirección, esquivando maldiciones que se colaban del exterior, por lo que ella tomó el camino contrario, rezando para que, una vez más, la suerte acompañara a sus alocados planes.

En el exterior, un potente rayo iluminó todo el terreno y una fuerte capa de lluvia comenzaba a caer. Era el segundo acto, la señal de que Frank y Gideon también habían conseguido entrar y los demás tenían que reagruparse para lograrlo.


Severus Snape descubrió ese día que el cielo y el infierno existían e, incluso, coexistían en la misma realidad.

Cuando Malfoy le instó a ir a la guarida del sur, adelantándole que disfrutaría del espectáculo, no imaginó encontrarse con James Potter siendo torturado por una imaginativa y maniática Bellatrix Lestrange.

No iba a negar que escuchar sus gritos de dolor y verle tan desmadejado, ajeno a su porte altivo, había sido un gran aliciente para él. Pero la satisfacción inicial se vio opacada casi al momento al escuchar los gritos de dolor de Lily Evans.

El estómago se le revolvió ante la idea de que estuvieran haciéndole algo similar a lo que Malfoy le había invitado a observar en Potter. Incluso tuvo que detenerse a sí mismo para no salir corriendo en su búsqueda.

Por eso, en cuanto Malfoy dejó de vigilarle, buscando la sonrisa satisfecha al ver en su sitio al engreído de Potter, él se marchó de allí. A fin de cuentas, Bellatrix no dejaba participantes extra en su obra y él no encontraba ya más interés en lo que pudiera sucederle a ese desgraciado si no podía ser él quien le infringiese dolor. Quizá cuando Bellatrix se aburriera le dejarían a él los despojos…

No tardó en localizar la celda en la que habían ocultado a Lily. Estaba alejada de la de Potter, demasiado si querían que los gritos de él le persuadieran a hablar de algo que ella sabía, por lo que había captado. Pero, extrañamente, los gritos de su némesis se escuchaban altos y claros en esa zona de las mazmorras. Era evidente que habían colocado un hechizo para que no se perdiera ningún detalle de la sesión de tortura creada especialmente para ella.

En ese momento, se dio cuenta de algo que le descolocó y enfureció. Ella gritaba al mismo son que Potter. Sufría al oírle sufrir. Le llamaba, oía la cadencia de su voz al suplicar que le dejaran en paz. Podía distinguir las lágrimas en sus ruegos. La bilis le subió hasta la garganta al apreciar tanto amor en su voz. Era peor tortura que la que nunca conocería ese desgraciado, por mil cruciatus que le lanzaran o por muy bien que Bellatrix usara ese cuchillo.

Dos mortífagos custodiaban la puerta de Lily, por lo que no pudo acceder. Pero sí vigiló el lugar lo suficiente como para saber que también a ella la visitaban para torturarla. En periodos más cortos y destinados, solo, a mantenerla activa y temerosa. Intentó incluso hacer el intento de acceder, pero no se lo permitieron. Por un intervalo de tiempo que se le hizo eterno, solo pudo limitarse a lanzar un imperio a un par de los enmascarados que accedieron a la celda para que cualquier maldición que lanzaran sobre ella careciera de fuerza.

Al cabo de un rato, aunque eran música para sus oídos, se obligó a silenciar su mazmorra para que dejara de escuchar los gritos del idiota de Potter. Era dolorosamente evidente todo lo que la estaba haciendo sufrir saberle torturado, así que se rindió a la evidencia de que, si conseguía callar eso, todo sería mejor para ella. Ya se enteraría al final, cuando le dijeran que por fin estaba muerto. Casi salivó en el momento de pensar que él podría dar la noticia, aunque lo descartó porque no quería que ella fijara su odio en él por ese motivo.

Desgraciadamente, aquel silencio no duró mucho porque, cuando Malfoy salió de la celda a la que había entrado apenas hacía dos minutos, torció el gesto.

- ¿Por qué cojones no se escucha al traidor de Potter ahí dentro?

Con un movimiento de varita, los gritos volvieron a sonar como si estuvieran profiriéndose desde la habitación de al lado. Y, con ellos, los gritos de Lily llamando al imbécil de su novio regresaron.

- ¿Qué haces aquí, Severus? –le preguntó Lucius reconociéndole en un esquina del pasillo.

Él pegó un respingo.

- Tenía curiosidad por saber qué pasaba con la sangre sucia –mintió.

- Hablará –profetizó Malfoy, sin darse cuenta de su nerviosismo-. Está a punto de derrumbarse; solo necesita algo más de aliciente. Le diré a Bella que sea más creativa. Voy un rato a vigilar los alrededores. Entre los dos traidores van a levantarme dolor de cabeza.

Y se marchó, dejándolo olvidado. Severus siguió escuchando los llamados, cada vez más débiles de Lily, durante varios minutos. Se sentía impotente, incapaz de ayudarla a salir de ese embrollo. Ese no era un lugar para ella.

No fue hasta un rato después, cuando todos los mortífagos comenzaron a removerse por los murmullos y gritos que llegaban del exterior, que él deambuló por los pasillos buscando la causa. Y, por primera vez, vio un atisbo de esperanza de poder ayudar a Lily.

Una figura oscura surgió al otro lado del pasillo, tumbando a un mortífago y comenzando a batirse con otro, mientras se sujetaba un brazo, que había quedado inservible del anterior duelo. Le reconoció de inmediato. Jamás se le habría ocurrido colaborar o ayudar a ese desgraciado o a alguno de los suyos pero, por Lily, era capaz de todo.


La mente de Lily estaba tan embotada que le costó un rato distinguir entre los alaridos, que hacían eco en la habitación y se repetían de manera tortuosa por su mente, y los demás sonidos que comenzaron a llegar a lo largo de las profundas galerías de piedra que componían ese inhóspito lugar.

Las explosiones y los gritos de frustración pronto opacaron a la voz de James. A través del umbral de la pesada puerta de madera vislumbró las sombras de diferentes figuras que se movían sin parar, dándose instrucciones a voces.

Con todo el cuerpo dolorido, se arrastró por el suelo hasta acercarse a la puerta. Los gritos se iban haciendo cada vez más cercanos y el quicio de la puerta se iluminó con distintos haces de luces.

Entre todo el ruido que llegaba a sus oídos, una mezcla de maldiciones e instrucciones entre mortífagos, comprendió lo que ocurría. Había intrusos tratando de acceder a la fortaleza. La Orden venía al rescate, tenían que ser ellos.

- ¡Aquí! –gritó, sin poder evitarlo, sin saber siquiera si alguien sería capaz de oírla o su celda estaba insonorizada o siquiera si era verdad que venían a rescatarlos-. ¡Estoy aquí!

- ¡Lily! –gritó una voz de mujer poco después.

El alivio casi le cegó aunque no la reconociera.

- ¡Aquí! –gritó de nuevo.

Tenía la voz ronca y la garganta dolorida. Su cabeza retumbaba, su cuerpo estaba a punto de colapsar y no era capaz de escuchar a James. Pero siguió gritando hasta que escuchó unos pasos llegar por el pasillo a zancadas.

- Lily, ¿estás ahí?

Distinguió, con un alivio inmenso, la voz de Dorcas Meadows. Con toda la fuerza que pudo reunir, comenzó a golpear la puerta.

- ¡Estoy aquí dentro!

- ¡Apártate! –advirtió la mujer.

Hizo caso al momento y, unos segundos después, la puerta salió volando con una poderosa explosión. Dorcas y Peter entraron por la puerta, empapados y sin aliento pero ilesos.

- ¡Lily! ¿Estás bien?

La mujer se inclinó hacia ella rápidamente para examinarla, mientras Peter vigilaba de manera nerviosa la puerta.

- James –logró decir en cuanto pudo hilar sus pensamientos-. Están torturando a James.

- Daremos con él. Pero hay que sacarte de aquí antes.

- No, él no puede estar lejos –le suplicó, mientras aceptaba su ayuda para levantarse-. No he dicho nada… Le están haciendo daño.

- Los demás lo están buscando. Vamos.

La pelirroja trató de resistirse pero apenas tenía fuerzas y Dorcas tiró de ella con ganas. Con un rápido movimiento, Lily vio una figura luminosa desaparecer, seguro que con el mensaje de que la habían encontrado. Sin embargo, la situación no fue tan sencilla una vez salieron al laberinto de pasillos que completaban las mazmorras del castillo. En cuanto giraron una esquina, Peter estuvo a punto de ser alcanzado por una maldición y los tres se reagruparon ante la llegada de cuatro mortífagos que les impedían el paso.

- Peter, al de la derecha –le instruyó a este su madrina.

Lily, que estaba desarmada y herida, se tuvo que limitar a mantenerse detrás de ellos para quedar protegida por sus escudos. Algo que les perjudicaba porque tenían que enfrentarse a los enmascarados al tiempo que trataban de mantenerla a salvo.

- Tienes que salir de aquí –le dijo Dorcas cuando comprendió la situación-. Te cubriremos pero ve hacia ese pasillo. El del fondo. Síguelo y encontrarás a Marlene.

Lily titubeó, confundida y sin sentirse capaz de dar tres pasos seguidos. Dorcas seguía peleando con dos mortífagos a la vez cuando le gritó por encima del hombro.

- ¡Si te quedas, nos matarán a todos! Marlene te espera en el fondo, te juro que no te va a pasar nada.

Aunque no era capaz de comprender si era o no un buen plan, al final tuvo que hacerle caso porque los mortífagos les superaban en número y estaban venciéndoles al tener que comprobar ellos constantemente que ella estaba bien. Trastabilló y, agarrándose a las paredes, avanzó lo más rápido que pudo para alejarse del foco de la batalla. Se sentía tan impotente sin una varita…

Al fondo del pasillo, tal y como le había prometido Dorcas, se encontraba Marlene que, también empapada de pies a cabeza, corrió hacia ella en cuanto la vio aparecer.

- ¡Lily! ¡Oh, Merlín! ¿Estás bien?

La rodeó con un brazo y tiró de ella hacia unas escaleras, que la animó a subir lo más deprisa que podía. Al ver que se alejaban de las mazmorras, Lily se resistió.

- James –dijo, mirando a Marlene con súplica-. Hay que volver por él, no puedo marcharme.

- Los demás están aquí, buscándole. Le sacarán –le tranquilizó ella-. Pero tengo que sacarte de aquí cuanto antes.

Lily quería encargarse ella de buscar a James. Era su culpa que él estuviera en esa situación, ella tenía que ser quien le rescatara. Pero era consciente de que, en su estado, era más una molestia que una ayuda y no quería perjudicar a sus compañeros. Marlene volvió a empujarla y ella se asió a la barandilla de hierro para tratar de subir los escalones.

En ese momento, Lily sintió un ardor inmenso en el hombro izquierda y gritó de dolor. Antes de que Marlene pudiera reaccionar, un fogonazo las cegó un segundo antes de que una enorme explosión las lanzara escaleras abajo.

Cuando cayeron contra el suelo, con Marlene a su lado, Lily sintió como si le hubieran robado la respiración. El golpe fue tan fuerte y sorprendente que las dejó tendidas en el suelo, aturdidas y desprotegidas. La varita de Marlene había salido volando y Lily sentía que se había quedado medio sorda porque los sonidos, gritos y explosiones que había a su alrededor se habían mitigado, como si procediesen de una radio mal sintonizada.

A su lado, Marlene trataba de incorporarse con la nariz aparentemente rota y la cara llena de sangre. Se inclinó y la vio recoger su varita, tirando de ella para levantarla. Lily entró en pánico cuando, al mismo tiempo, sintió que la sujetaban por detrás. Comenzó a patalear y a protestar, tratando de librarse de ellos.

Alguien le estaba hablando y Marlene parecía intentar tranquilizarla. Costó unos segundos que su mente y su cuerpo le dejaran centrarse en lo que estaba viviendo.

- Lily, soy yo. Soy yo –le decía el hombre que la abrazaba por detrás, ayudándola a levantarse.

Cuando consiguió estabilizarla, la giró agarrándola fuerte de un hombro y la pelirroja rompió a llorar, llena de alivio, al reconocer a Sirius. No era el sitio ni el momento, aún no estaban a salvo, pero se lanzó a sus brazos, sollozando, al reconocer a su amigo.

- Tranquila, todo irá bien –le dijo su amigo, que la abrazó con un solo brazo, ya que el otro lo tenía inerte a un costado de su cuerpo.

- James…

- Voy por él, te lo juro. ¿Puedes manejar una varita?

Lily parpadeó.

- Me la quitaron…

- Lo sé, toma –le dijo, tendiéndole tres varitas que guardaba en el bolsillo de la túnica.

En otra situación, eso habría sido muy divertido. Muy propio de Sirius, llevarse recuerdos de los mortífagos que vencía.

- ¿Las coleccionas? –preguntó aturdida, sin dar crédito, mientras portaba una.

Un atisbo de sonrisa cruzó la cara de Black.

- Ya sabes que soy un sentimental –bromeó, con un guiño de ojo.

- Chicos, hay que irse –urgió Marlene, que había encontrado otra salida y les instaba a seguirla.

Sirius puso una varita en la mano de Lily y la empujó para incitarla a andar. Tenía que ayudarla a salir y regresaría por James. Su hermano no le perdonaría si algo le ocurría a la pelirroja porque él la había dejado tirada en mitad del camino.

Subieron a la planta de arriba sin mayores contratiempos, aunque allí se encontraron con una nueva batalla y unas ruinas cada vez más destrozadas. La explosión que las había lanzado por las escaleras había volado una gran parte de la pared que se conservaba en esa zona.

A través del hueco, los tres salieron al exterior, donde una intensa lluvia continuaba cayendo, cegándolos por completo. Acompañando a esta, un viento huracanado mecía peligrosamente los árboles del bosque y amenazaba con derrumbar parte de la estructura que estaba más en precario.

Marlene precedió la marcha, tirando de la mano de una Lily que apenas podía andar. Sirius prácticamente la cargaba, siendo consciente de la debilidad de su amiga.

- ¿No os habéis pasado un poco con el hechizo? –le gritó a Marlene, tratando de hacerse oír por encima del viento-.

- ¡No lo entiendo! Ya debería haber pasado –respondió esta sin comprender lo que estaba ocurriendo.

Y es que la mayor parte de la acción se estaba llevando a cabo en el exterior. En la planta alta, Benjy y Alice, a los que se acababan de unir Dorcas y Peter, tenían a raya a los mortífagos que quedaban y trataban de acceder a las mazmorras para ayudar a defenderlas. La joven aurora estaba subida en lo alto de una viga y parecía dirigir una orquesta mientras lanzaba y desviaba hechizos.

Benjy se libró de su contrincante con una patada y les gritó algo que no pudieron oír por el sonido del viento. Impotente, les señaló con furia la linda del bosque.

- ¡Es Moody! –gritó Sirius al ver al veterano auror tratando de llamar su atención.

Costó cruzar la explanada mientras esquivaban maldiciones perdidas y luchaban contra el viento. Cuando llegaron hacia él, Moody los metió de un manotazo entre el follaje para desviarlos de la trayectoria de cualquier hechizo.

- ¿Cómo vais? ¿Y Potter? ¿Los habéis sacado? –preguntó con voz dura, examinando por encima a Lily.

Parecía recién llegado a la acción, porque examinaba alrededor mientras se recogía las mangas de la túnica.

- ¡Le están buscando los demás, que siguen dentro! Volveré para ayudarlos –informó Sirius que, de hecho, no dio opción a réplica y echó a correr de nuevo hacia el castillo.

- ¡No, Sirius! ¡Yo también tengo que volver! ¡No me voy a ir sin James! –gritó Lily, de nuevo, a quien Marlene tuvo que sujetar porque se le doblaron las rodillas.

- Evans, ni siquiera te tienes en pie –gruñó Moody-. Hay que sacarla de aquí. Habrá que alejarse para activar un traslador.

- ¡No! –gritó la pelirroja-. ¡Es mi culpa que nos atraparan, he sido yo quien ha fallado! ¡No pienso irme sin él!

Una potente explosión cortó la contestación que un furioso Moody iba a replicar y les obligó a los tres a agacharse. Una de las dos torres que se mantenían a duras penas en pie comenzó a derrumbarse. El auror no perdió más tiempo, sino que empuñó su varita con fuerza.

- McKinnon, sácala de aquí. Llévala al cuartel hasta nueva orden. Dumbledore se encargará de mandar instrucciones ¡Ya! –gritó antes de salir corriendo en dirección al castillo.

- ¡Marlene, por favor, no puedo irme sin James! –suplicó Lily, sintiendo sus ojos humedecerse.

Aquello estaba empeorando por momentos y Lily tenía pánico de que Moody decidiera no seguir arriesgando la vida de todos y ordenara retirada, aunque aún no hubieran rescatado a su novio. Tenía una sensación horrible recorriéndole la espalda. Si algo le ocurría a James, ella no podría seguir…

Marlene, que pareció leer sus pensamientos, la miró con pena, sujetando ya una piedra para transformarla en un traslador.

- Lily…

Pero un potente rayo la hizo callar, consiguiendo que ambas se estremecieran. Una tormenta eléctrica se estaba formando justo encima de sus cabezas, con una violencia que prometía ser máxima.

- Pero, ¿qué hechizo habéis usado? –cuestionó la pelirroja, con los ojos como platos, al recordar las palabras de Sirius.

Marlene ahogó un grito, observando el cielo.

- No somos nosotros. Lily, hay que salir de aquí ya…


Severus Snape nunca había jugado a dos bandas hasta ese día.

Sabía que su misión era impedir el acceso a la fortaleza de esos entrometidos de la Orden del Fénix y sabía que era su deber prestar asistencia a sus compañeros. Era lo que debía hacer por conciencia y convicción. Todo lo contrario era traición.

Pero se traicionaría más a sí mismo si no conseguía que Lily saliera de allí con vida. Se lo debía… No, no se lo debía pero sí sentía que no podría continuar si ella moría allí, en manos de los suyos. Su vida se volvería un cascarón vacío.

Por eso, se encontró en el doble juego de tratar de ayudar a su causa mientras facilitaba el rescate de Lily. Incluso favoreció el camino de Black para que fuera directo a la celda donde la tenían encerrada, pero el muy idiota se distrajo deshaciéndose de uno de los mortífagos que parecía a punto de vencer a la señora de Frank Longbottom.

Y, viendo que ese inútil había perdido la perspectiva, lanzó un hechizo a la puerta que contenía a Lily para que sus gritos se escucharan con facilidad por toda la planta subterránea. Cuando una mujer y Pettigrew llegaron a rescatarla, Severus se escondió y les vio sacarla de la celda.

Lily parecía bastante malherida pero confiaba en que se tratara de dolencias superficiales que pronto le curarían. A fin de cuentas, parecía ser capaz de mantenerse en pie por sí sola. La vio encogerse tras los demás y, posteriormente, salir corriendo en busca de otra de sus aliadas.

- ¿Qué haces ahí parado? –le espetó uno de los suyos que, como él, tenía el rostro cubierto. Le había atrapado escondido tras una columna, espiando-. ¡Tira para arriba e impide que bajen más, joder!

La voz tenía tanta autoridad que Severus no dudó en obedecer. Era imposible averiguar quién era. Pocas veces lo conseguía, solo cuando tenía muy tratado al otro, y el Señor Oscuro tampoco permitía que se conocieran más que entre un puñado de sus mortífagos. Además, Lily parecía estar a salvo. Si iba a escapar, tendría que subir a la siguiente planta, desde donde él podría ayudarla.

Usó un pasadizo que conocía y, en menos de diez segundos, se encontraba en la parte superior. La lucha en aquel lugar favorecía a los suyos que superaban por tres en número a los de Dumbledore. La intensa lluvia que caía en el exterior había ennegrecido el cielo por completo, como si estuviera a punto de anochecer en vez de ser pleno día. Aunque enseguida comprobó que el objetivo de estos era escabullirse hacia las mazmorras. Realmente aquella era una misión pura y llanamente de rescate.

- ¡Detenedles! –gritó uno de los suyos en la distancia.

Snape captó dos figuras, entre las que distinguió a Frank Longbottom, que, tras dejar fuera de juego a dos enmascarados, se precipitaron por un hueco hacia la planta inferior. Tropezó al seguirlos para impedirlo. Una cosa era que ayudara a escapar a Lily y otra que dejara que sus compañeros le vieran dejar escapar a sus enemigos.

Sin embargo, esos dos eran mucho más rápidos que él y le iban sacando cada vez más ventaja. El más alto, de cabello castaño rojizo, se giró sobre sí mismo mientras corría y le apuntó con la varita.

- ¡Expelliarmus! –gritó, a lo que Severus consiguió, por poco, esquivarlo, aunque tropezó en el proceso y cayó al suelo.

En ese momento, una intensa rabia le subió por el estómago hasta la garganta. La sonrisita de suficiencia que había captado en el hombre le había recordado demasiado a James Potter, por lo que fue el subconsciente vengativo el que le guio cuando gritó:

- ¡Flamma visceribus!

No era una maldición de su cosecha pero tampoco se usaba mucho en aquellos días. Él la había encontrado en un antiguo libro de artes oscuras y la había encontrado más que interesante. Ni siquiera sabía qué resultado exacto obtendría pero moría por comprobarlo en el cuerpo de alguien que compartía la misma soberbia que su némesis.

El hombre dio un salto hacia adelante y esquivó su maldición, que se perdió escaleras abajo. Severus bufó, molesto. Al mismo tiempo, reconoció la voz de Travers gritando a pleno pulmón:

- ¡Confringo!

Instintivamente, llevó la varita a su cabeza, creando un escudo para protegerse de los cascotes que provocarían tamaña explosión. La onda expansiva le catapultó hacia el otro lado de la habitación, golpeándole en la parte baja de la espalda contra la pared del fondo. Afortunadamente, sus reflejos se mantuvieron, ya que una mujer morena le lanzó un hechizo que él desvió a duras penas por un escudo.

La reconoció de inmediato. Era la mujer que había entrado en la celda de Lily, la que la había rescatado. ¡Lily! ¿Dónde estaba? Frenéticamente, aún protegido por su escudo, la buscó nervioso.

La localizó a duras penas, distinguiendo su cabello rojo en cualquier lado. Huía, acompañada de una mujer y un hombre, alguien que se le hizo conocido. En cuanto distinguió a Sirius Black, sintió dos cosas contrapuestas: rabia y alivio. Porque ese cabrón retorcido, aunque él le odiaba, seguro que haría lo que fuera por sacarla de allí con vida. Todo, con tal de congraciarse con su amo desaliñado, Mr. Potter.

- ¡Auuuu!

El escudo había caído y esa irritante bruja le atacó sin piedad, provocándole una fea herida en la pierna. Severus apenas podía defenderse frente a ella, ya fuera porque estaba en peor posición o porque ella le superaba muchísimo en destreza.

Así que fue una suerte para él cuando otra de las explosiones descontroladas de Travers hizo que la torre del norte comenzara a derrumbarse. Cada uno corrió en una dirección opuesta para ponerse a salvo de los cascotes. El resto actuó igual, quedando los duelos interrumpidos.

Desde donde se había ocultado, vio regresar a Black como una bala.

- ¡Sirius! –gritó una mujer bajita de pelo corto. Alice Longbottom, la auror-. ¿Qué haces? ¿Dónde vas?

- ¡Tengo que regresar por James! –informó Black por encima de su hombro, sin dejar de correr hacia las mazmorras.

Severus gruñó en voz baja. Así que aún no habían conseguido sacar de allí a Potter. Mejor, ahora que Lily estaba a salvo, él se encargaría de que éste jamás volviera a ver la luz del día. Quizá, con suerte, ese día mataba dos pájaros de un tiro y Black también se le ponía por delante para acabar lo que había comenzado hacía pocos días.


La llegada de Lord Voldemort no pilló por sorpresa a ningún miembro de la Orden del Fénix, que sabían que un refugio tan bien pertrechado se debía a la presencia del gran mago oscuro.

Sin embargo, el modo el que arribó les provocó unos escalofríos mayores de los que ya generaba solo con su mera presencia.

El hechizo meteorológico que había ideado Alice para ahuyentar a los mortífagos y hacerlos desplegarse hacía rato que se había salido de control. Ya fuera por la mezcla de magia que había, producto de la multitud de duelos que se estaban librando, o por la acumulación de magia oscura en el lugar. Pero lo cierto era que el hechizo se había descontrolado y ninguno era capaz de manejarlo.

Y ver llegar a Lord Voldemort entre truenos, rayos y relámpagos, como si fuese un jinete del Apocalipsis cabalgando en las funestas nubes del destino, era una imagen que quedaría en la retina de todos ellos.

Incluso sus vasallos, que se aliviaron al verle aparecer, con la consiguiente inclinación a su favor en la balanza de la batalla, se estremecieron ante esa imagen.

Alice Longbottom, la primera que se encontraba en su camino, se preocupó pero no se acobardó. Se apartó las mangas de la túnica y no dudó en ir a su encuentro, varita en mano. Ya le había enfrentado cara a cara una vez anteriormente aunque, entonces, tenía a su marido a su lado. No le necesitaba para luchar pero le consolaba tener su presencia cuando estaba, literalmente, jugándose la vida.

Avanzó y le cortó el paso a ese ser que se aproximaba con parsimonia, aparentemente ajeno al pánico que su presencia causaba si no fuera por su sonrisa cínica. Le vio mirarla y percibió que la reconocía. Sus finos y blancos labios se curvaron en una sonrisa peligrosa.

- Sabía que tenía unos invitados de honor pero ignoraba que contara con la presencia de toda la Orden del Fénix –bromeó con voz afilada, perversamente tranquila-. Siéntase como en casa, señora Longbottom. Con gusto, me encargaré también de usted. ¿Dónde ha dejado a su marido?

Alice tragó saliva y endureció la mandíbula.

Sabía que su vida pendía de un hilo frente a él pero era necesario que le entretuviera lo necesario para que los demás escaparan de las mazmorras. Si él accedía a ellas, con Frank y los demás allí atrapados, jamás podrían salir. Estarían atrapados como en una ratonera.

La ausencia de miedo no caracteriza tanto a un buen Gryffindor como el hecho de reconocerlo en cada célula de tu piel y ser capaz de hacerlo a un lado para tratar de salvar a otra persona. Y Alice siempre fue una leona suprema.


En realidad, encontrar a James no supuso tanto problema como lo que estaba costando intentar acceder a la mazmorra donde le tenían apresado.

Por suerte o por desgracia, los esbirros de Voldemort eran muy previsibles e imaginaban cuál había sido la jugada. Si los habían capturado por la investigación de Lily, como reflejaba el hecho de que los chicos se habían asegurado de mantener a salvo los documentos, sería a ella a la que intentarían hacer hablar.

Y Frank había tenido demasiados contactos con los magos tenebrosos como para saber que su técnica favorita para soltarle la lengua a alguien era haciendo daño a un ser querido. Quizá por eso habían secuestrado también a James, o quizá había sido una coincidencia, pero seguro que aprovecharían su presencia a su favor. Y, si los Lestrange estaban involucrados, no dudaba de que estarían cerca de su amigo para torturarle de todas las formas posibles y sonoras que se les ocurriera.

Así que solo tenían que buscar a ese perverso matrimonio para dar con sus compañeros. Y los habían encontrado, encantados de hacerles frente junto a varios enmascarados. Algunos de ellos, incluso, parecían bastante jóvenes.

Él se encontró acompañado de Gideon y, poco después, de Fabian. Los Prewett y él. Les superaban en número con mucho aunque, como buen estratega, Frank no renunció a atisbar las opciones ventajosas que tenían. El pasillo en el que se encontraban era estrecho, por lo que reducía la superioridad numérica de sus enemigos. Y Bellatrix, siempre tan impulsiva, había cometido el error de poner frente a la puerta de la celda en la que estaría James a los más jóvenes e inexpertos para ser ella quien los enfrentara en primer lugar.

Solo tenían que acabar con ellos y bombardear la puerta. Todo, evitando que los mataran a ellos tres, esquivando las maldiciones que Bellatrix y Rodolphus les mandaban. Y, después, acceder a la celda, sacar de allí a James y evitar que los mataran o atraparan en el proceso. Visto así, aquello no tenía nada de fácil.

- ¿Qué pasa, Franky? Nos hemos cargado a tantos de los vuestros sin que mováis un dedo, ¿y tantas molestias por un simple aprendiz? –le espetó con sorna Rodolphus, enfrentándose directamente a él-. Sí que os mangonea bien Dumbledore como para que valores más la vida de dos criajos que la de tus compañeros de armas.

Frank inspiró hondo. Que Lestrange usara la tortura y el asesinato de todos los aurores que habían caído frente a Voldemort desde que empezó la guerra era algo fácil de suponer. Pero él no era tan temperamental como para caer en una provocación tan evidente.

- ¡Everte Statum!

Rodolphus lo rechazó enseguida y la risa de Bellatrix, que se batía con Fabian mientras Gideon se libraba de los más ineptos, inundó el lugar.

- ¿Así que seguís empeñados en la doctrina del patético Moody sobre las maldiciones imperdonables? ¡Crucio!

Fabian la esquivó de un salto y Frank lanzó unas cuerdas hacia Rodolphus que este apartó a un lado. Cerca de ellos, Gideon dejó inconsciente a un enmascarado y se defendió del ataque de otro.

- ¡Mata a ese y vuelve a la posición, inútil! –gritó Bellatrix al que ahora se enfrentaba al joven Prewett, al darse cuenta de que las defensas de la puerta estaban cayendo.

Intentó dar un paso hacia ella, para interponerse en el camino de la Orden, pero Fabian le lanzó un hechizo que le pegó los pies al suelo. El gruñido que pegó la mujer atravesó el largo pasillo.

- ¿Quieres jugar en serio, Prewett? –preguntó, elevando la voz-. No me vas a durar ni un asalto.

Fabian se rió con desprecio.

- Me temo que no eres mi tipo, Lestrange –bromeó con intención de sacarla de quicio.

Bellatrix lanzó varios hechizos incendiarios que rebotaron por todo el pasillo y que estuvieron a punto de dar a varias personas, aunque Fabian consiguió esquivarlos.

- ¡Crucio!

La maldición le rozó, no lo suficiente como para causarle un gran daño pero sí hacerle tropezar y dejar caer su varita.

- ¡Avada Kedavra!

Fabian se agachó justo a tiempo, con el rayo verde pasando encima de su cabeza. No apartó la mirada de ella, listo para volver a moverse con rapidez mientras palpaba el suelo en busca de su varita.

- ¡Desmaius! –gritó una voz al fondo del pasillo. Bellatrix se agachó pero uno de los encapuchados con los que se batía Gideon sí fue aturdido-. Primita, tú siempre ofreciendo los recibimientos más cálidos –dijo Sirius, apareciendo un segundo después.

La sonrisa de Bellatrix se volvió felina, olvidando momentáneamente a Fabian, que aprovechó para rearmarse.

- ¡Pero si es el heredero destronado! ¿Has venido a que cumpla la promesa que le hice a tu padre en su lecho de muerte? Orion no quería ramas podridas en su árbol familiar, ¿sabes? Fue muy claro al respecto con lo que quería que te hiciera.

Su parentesco era evidente, no solo por su cierto parecido físico como por su humor ácido, por el mismo modo en el que amenazaban con una sonrisa y por el cinismo que desprendían por todo su cuerpo.

Sirius apretó los dientes ante la mención de su padre. Ese era un tema doloroso, como ella bien suponía.

- ¡Confringo! –gritó, apuntándola.

Bellatrix, que seguía pegada al suelo, desvió la maldición, que explotó al fondo del pasillo, haciendo caer una pesada lámpara y obstaculizando, si querer, el paso a más contingentes que bajaban a unirse a la pelea. También rechazó el hechizo que le había mandado Fabian.

Los gritos y el ruido de la planta superior cada vez se oían más cerca, como si el resto de la batalla se hubiera ido aproximando cada vez más a ellos. Se les acababa el tiempo y aún no conseguían avances.

Sirius miró la puerta que custodiaban rabiosamente aún tres mortífagos que se enfrentaban a Gideon, en una pelea en la que tenían que esquivar varios cuerpos inconscientes. Ahí debía ser. Detrás de esa puerta debía estar James.

- ¡Expulso! –gritó, apuntando a uno de los enmascarados pero ponerle las cosas más fáciles a su compañero.

Le dio pero también él recibió la maldición cortante que le mandó su querida prima aprovechando su distracción y que le cruzó la cara desde la frente a la barbilla. La sangre manchó la pared de piedra y Sirius le mandó, casi a ciegas, otra maldición mientras se llevaba la mano a la cara para cortar la hemorragia y que ésta no le entorpeciera la vista. Pero la sangre le entró por los ojos y le obligó a retroceder, adolorido.

Fabian perdió un segundo en convocar un escudo protector sobre su compañero al ver las intenciones homicidas de la mortífaga, momento en el que Bellatrix aprovechó para desarmarlo y herirlo en una pierna.

Con la varita del pelirrojo en sus manos, la mortífaga se libró del maleficio que la mantenía pegada al suelo y les apuntó, sintiéndose victoriosa. Fabian, desde el suelo, se mantuvo alerta pero no era capaz de moverse ni protegerse antes de que ella lo alcanzara.

- Primo. La próxima vez, procura que nadie salga en tu defensa. No querrás ser responsable de la muerte de todos tus aliados, ¿verdad? ¡Avada Kedavra!

- ¡NO! –gritó Sirius.

Se lanzó hacia su prima, olvidando la varita y la tiró al suelo. Las chispas verdes que emitió la varita de Bellatrix le pasaron rozando el pelo. Intentó forcejear con ella pero su propia sangre aún le cegaba y, con una dolorosa patada, Bellatrix se colocó encima de él, apuntándole con su varita y la de Fabian en el cuello.

- Vaya, vaya, Sirius. Precisamente, como quería tenerte.

Él la miró con odio y burla.

- No sabía que compartías el gusto por el incesto de los Black, primita.

Pero acabó la frase con un grito de dolor después de que ella le lanzara una llamarada de fuego directa al cuello. Parecía que, para Bellatrix, el mundo se había detenido. Le miró con una alegre locura, acercándose a él.

- Mi intención era ir matando a todos los que te importan antes de encargarme de ti, como lo hice con la mugrienta de tu mestiza –murmuró, pasando la varita por los contornos de su cara-. Matarlos uno a uno mientras tú te revuelves en la desesperación de no poder evitarlo –hizo un mohín repulsivo-. Pero si te vas a poner tan a tiro, no voy a poder resistirme.

Sirius se removió ante la mención de Kate. Esa hija de puta la había matado y había estado a punto de hacer lo mismo con Grace. No podía dejar que le venciera, tenía que acabar con ella antes de abandonar ese mundo. Era una promesa que se había hecho demasiadas veces.

- ¿Sabes? –prosiguió Bellatrix, disfrutando del odio en su mirada-. A por la siguiente que iré es a por tu gatita rubia –a Sirius le debió delatar su expresión porque ella se echó a reír-. ¡Oh! No creas que no estoy al tanto de tu vida, primito. Me muero por ver la carita de la pequeña Sandler cuando le diga que soy yo quien te ha matado. Luego, la torturaré poco a poco, antes de mandarla contigo. Le dedicaré tiempo a la tarea, puede que días. ¿Qué te pa…?

Pero el discurso de Bellatrix se acalló cuando, de repente, sus ojos se quedaron en blanco y cayó sobre él como un peso muerto. Asqueado, Sirius la apartó de un manotazo.

La mano de Fabian surgió de la nada para ayudarle a levantarse. Empuñaba la varita de Sirius, la cual debió caérsele en el forcejeo.

- ¿Sabes? Lo bueno de las serpientes es que pierden demasiado el tiempo siseando –le confesó, con una mueca parecida a una sonrisa.

Sirius no fue capaz de devolvérsela. Las palabras de Bellatrix le retumbaban en su mente. Le tendió su varita, que le había arrancado a Bellatrix de la mano, y cogió la suya. Sin mirarse ambos se pusieron de acuerdo.

- ¡Desmaius! –gritó Fabian sobre uno de los mortífagos que acosaban a su hermano.

- ¡Coño, ya era hora! –dijo su gemelo.

Pero Sirius se centró en la puerta que aún retenía a James.

- ¡Apartaos! ¡Bombarda!

Los cascotes les alcanzaron a todos, provocando que los gemelos Prewett, el mortífago que quedaba en pie, Frank y Rodolphus cayeran al suelo. Sirius, que había conseguido librarse de la sangre que le empañaba los ojos, se lanzó dentro de la celda sin esperar más.

- ¿Si… Sirius?

James tenía, probablemente, el peor aspecto que le había visto nunca. Pero estaba vivo y estaba consciente. Se arrastró por el suelo, sujetándose el pecho y con la cara y el cuello llenos de cortes sangrantes. Cubierto de tierra, con el pelo casi blanco de todo el polvo que había arrastrado. La nariz rota, los labios hinchados y un ojo morado que casi no se abría. Pero le sonreía.

- No te miento si te reconozco que me alegro mucho de verte, hermano.

Sirius habría sonreído ante su intento de broma pero sentía los músculos de la cara paralizados del miedo. Casi había esperado encontrar ya a un cadáver cuando atravesara la puerta. Y, en medio del alivio de encontrarle vivo, premiaba la congoja por verle tan malherido.

- Hay que sacarte de aquí –apremió, inclinándose sobre él con preocupación-. Lily está de los nervios.

James borró su sonrisa y se apoyó en él, para tratar de ponerse de pie. Estaba cubierto de sangre y las piernas apenas le sostenían.

- ¿Está bien?

- Perfectamente pero cagada de miedo por si no conseguíamos llegar a ti. Ya la hemos sacado, James. Te llevaré con ella.

No sería fácil, ambos lo sabían. La lucha se había retomado y los gritos, las maldiciones y las explosiones les mantenían atrapados ahí dentro. De repente, se escuchaban más voces que antes. La salida sería más difícil. Pero ya estaban juntos. Potter y Black. Dos mentes capaces de provocar el caos y lograr cosas imposibles cuando estaban unidos. Esta vez no sería diferente.


Marlene habían conseguido obligar a Lily a marcharse al cuartel pero ella regresó para ayudar al resto de sus compañeros, pese al pánico que sintió ante la llegada de Voldemort.

Eran tan pocos que era un milagro que no estuviesen ya muertos. Alice, Moody y Dorcas se enfrentaban al mismísimo mago oscuro, en una lucha en la que estaban dando todo de sí pero no era suficiente para vencerle. ¿Dónde estaba Dumbledore? Se suponía que el auror había dicho que pronto enviaría instrucciones.

Los mortífagos que continuaban en pie se enardecieron ante la llegada de su líder. Lanzaban hechizos y maldiciones contra los tres oponentes y trataban de acceder a las mazmorras, donde Benjy se había apostado para impedirles el paso. Lo cual no duraría mucho tiempo, por lo que ella podía apreciar.

Tenía que hacer algo ya, se dijo, mientras lanzaba maldiciones y permanecía oculta tres una columna caída como escudo. "Piensa, Marlene, piensa", se forzó, al ver que Benjy estaba a punto de sucumbir al ataque de los enmascarados.

Uno de los hechizos de Voldemort cayó en una pared a su espalda y ella tuvo que echar a correr para que no se le cayera encima. De repente, tuvo una idea descabellada. Era imposible, una locura. Una idea de Fabian en sus peores tiempos. Pero era todo lo que tenía.

Apuntó a los trozos de columna destruidos que había junto a las escaleras que daban a las mazmorras y donde los mortífagos se estaban agolpando contra Benjy.

- ¡Engorgio! –murmuró, provocando que quintuplicaran su tamaño-. Oh, por dios… Estás demente, Marlene. ¡BENJY, CÚBRETE! ¡LOCOMOTOR COLUMNAS!

Rezó para que su compañero tuviera buenos reflejos porque lo siguiente que sucedió es que las grandes piedras de la columna se movieron a su voluntad y se lanzaron contra los mortífagos, que se dispersaron ante el temor a ser aplastados.

- ¿Qué mierda ha sido eso, Marlene? –gritó la voz de Benjy, poco después, provocándole entre alivio y estupefacción.

Probablemente era una de las pocas veces en las que el joven Fenwick había perdido la compostura y le había gritado a un compañero. Marlene aprovechó la confusión para salir corriendo a su lado.

- No se me ocurría otro modo de abrir camino –le confesó sin aliento cuando llegó hasta él.

Él la cubrió hasta que llegó a su lado y ambos se ocultaron tras las escaleras.

- ¿Lanzando rocas gigantescas sobre la única salida de las mazmorras? Pensé que tú influenciabas a Fabian y no al revés.

No era el único que lo había pensado pero no era el momento para captar la ironía de la situación.

- ¿Se han colado muchos?

- Cuatro o cinco –admitió con una mueca, mientras los mortífagos intentaban volver a hacerse camino para descender al nivel inferior-. Frank y los gemelos siguen abajo, y Sirius ha bajado antes de que yo me pusiera a bloquear la entrada.

- Están en desventaja.

- Lo conseguirán –confió él-. No podemos arriesgarnos a bajar y dejar desprotegido esto.

Una gran explosión les hizo encogerse y, de repente, el piso inferior tembló y las grandes piedras que componían el suelo salieron volando. Por el hueco que dejó el boquete salieron despedidos varios cuerpos, que quedaron desperdigados por la planta.

La explosión fue tan potente que consiguió incluso paralizar la batalla entre Voldemort, Alice, Moody y Dorcas. El mago oscuro trazó un movimiento rápido en el aire y Meadows salió despedida hacia atrás.

- ¡Matadlos a todos y dejadme a los rehenes vivos abajo! –gritó por encima de todo el ruido.

Los mortífagos comenzaron a replegarse y Marlene y Benjy se colocaron espalda contra espalda para tratar de defender su posición. De repente, un movimiento en la parte baja de las escaleras alertó al joven, que apuntó con la varita tras él.

- ¡Gideon! ¿Estáis bien? –preguntó, al ver subir al grupo.

El joven Prewett lideraba la marcha, seguido por Frank, que enarbolaba la varita y miraba alrededor, concentrado. Sirius, cargando a un James hecho polvo pero sonriente iba detrás y, cerrando la marcha, Fabian apuntaba con la varita hacia su espalda, por si alguien los atacaba en la retaguardia.

- Vivos. Que ya es decir mucho para las ideas de este pirado –respondió Gideon señalando a Sirius con la barbilla. Aunque su mirada risueña y la sombra de su sonrisa revelaban que estaba divertido.

James alzó las cejas.

- La idea ha sido mía, Prewett. No me quites el mérito.

- No tienes varita ni fuerza para empuñarla ahora mismo, Cornamenta. Yo soy el ejecutor –repuso su mejor amigo.

James hizo un gesto que parecía ser divertido pero era difícil descifrarlo bajo tanto golpe.

- James, te han usado de afilador de cuchillos –se lamentó Marlene al ver su aspecto.

Él, como era habitual en su carácter, trató de restarle importancia.

- No me digas que no estoy guapo.

No era la primera vez que James tiraba de humor para rebajar tensión pero en esos momentos la situación no tenía gracia por ningún lado.

- ¿Estamos esperando a que el Ministerio nos pase la factura por daños a la propiedad muggle o qué? ¿Por qué no nos piramos? –propuso Fabian.

- Intento pensar –se defendió su novia-. Ahí arriba hay como veinte mortífagos esperándonos, además del mismísimo Voldemort, a quien están enfrentando Moody, Alice y Dorcas.

Frank juró en voz baja al oír el nombre de su esposa.

- Hay que moverse –dijo con determinación, pero sin saber por dónde empezar-. Les dividiremos. Sirius, agarra a James y marchaos de aquí tan rápido como podáis. Convoca un traslador e id al cuartel. Recuerda que el perímetro protegido es grande, así que tendréis que correr.

La situación era tan complicada que esos dos no osaron cuestionar las órdenes, aunque ambos quisieran siempre colaborar en la lucha. Frank no era sobreprotector, así que si esa era su decisión era porque, en ese momento, les consideraba más una carga que una ayuda. Tras un año en la escuela de aurores y en la Orden del Fénix, ambos habían aprendido a las malas que, en situaciones así, debían obedecer sin rechistar ni poner en riesgo a los compañeros.


Frank Longbottom era inteligente, calmado y absolutamente reflexivo. Tenía fama por ser un buen estratega y un líder nato.

Pero había una excepción a su regla y, esa, era Alice. Si su mujer se encontraba en riesgo, como era el caso, Frank se convertía en alguien más impulsivo y dado a improvisar los planes sobre la marcha.

En otras circunstancias, probablemente, habría trazado en su mente la posición de cada uno de los mortífagos y Voldemort y habría creado un elaborado plan que incluía el papel que cada uno de ellos debían tomar.

Pero Alice se estaba enfrentando, cara a cara, al mago más malvado de los últimos tiempos y él no tenía tiempo que perder. Así que improvisó. Y quizá fue lo que les salvó en esa ocasión porque estaba claro que aquel era el día de los planes locos que, por algún motivo, acababan siendo la solución a sus problemas.

Con unas rápidas instrucciones, en apenas unos segundos habían salido de su escondite y se habían lanzado a la batalla con dos objetivos claros: que Sirius lograra sacar a James de allí cuanto antes y que todos salieran de allí con vida, pese a la presencia de Voldemort. Sobre todo Alice. Eso era algo que, por supuesto, Frank jamás diría en voz alta pero, por supuesto, era una determinación que ninguno dudaba de él.

También ese día fue una excepción para Sirius Black. El alocado joven que casi nadie entendía que pretendiese entrar en una carrera que requería tanta disciplina como era la de auror, alguien siempre dispuesto a estar en la primera fila de la batalla y que buscaba dañar y herir mortífagos casi con la misma saña que usaban sus enemigos. Precisamente él, agarrando a un amigo que apenas tenía fuerzas para andar y marchándose del lugar.

Dejando atrás a sus compañeros. Ignorando esa voz en su nuca que le decía que estaba huyendo, rehusando a una batalla cuando él había hecho de esa causa su motivo para seguir adelante. Sirius Black, que siempre supo que prefería morir joven y ensangrentado en una batalla, abandonando una prematuramente. Lo que hacía por el bueno de James Potter.

A duras penas lograron salir del edificio ilesos, pero la impetuosidad de Frank al correr al encuentro de Voldemort había tomado a varios de sus mortífagos desprevenidos y Sirius aprovechó esa circunstancia.

James colaboraba todo lo posible pero apenas tenía fuerzas para poner un pie delante de otro. Realmente lo habían machacado.

Fuera, el viento era huracanado y les era imposible caminar rectos. El cielo estaba oscuro y las nubes formaban un embudo tan sombrío que parecía que en cualquiera momento se convertiría en un agujero negro que los absorbería a todos.

Apenas habían dado unos pasos alejándose de la batalla cuando un enmascarado les salió al encuentro, con la varita en alto y listo para el combate.

- Joder –murmuró Sirius, cargando el peso de James sobre su cuerpo y apuntando al mortífago con la varita.

- ¡Potter! –gritó este, con un asco manifiesto en la voz-. ¡Black! ¿Ya os vais? ¿Tan cobardes sois que abandonáis a los vuestros a su suerte?

Sirius gruñó en voz baja, aun apuntándole con la varita pero manteniéndose en posición de defensa. James, que físicamente estaba destrozado pero mantenía la mente despierta, se inclinó sobre el hombro de su mejor amigo.

- No te dejes provocar, Canuto.

Sirius tragó fuerte, moviendo su nuez arriba y abajo, pero se mantuvo tranquilo.

- ¡Flipendo! –gritó, con la intención de distraerle para poder pasar.

Pero el mortífago apartó el hechizo con un movimiento rápido de varita y se rió.

- ¿De verdad me consideras tan mediocre, Black? Cómo se nota que no sabes con quién estás tratando. ¡Incarcerus! –gritó de vuelta.

Unas cuerdas surgieron de su varita y volaron hacia ellos, aunque Sirius las cortó con un movimiento de muñeca.

- No necesito saber quién eres para saber que te puedo con una sola mano.

Y era una la que estaba usando porque el otro brazo, que estaba casi inerte por una maldición, le estaba usando para hacer palanca y aguantar a James de pie. El mortífago les miró y se echó a reír de nuevo.

Siempre tan soberbios. Os creéis invencibles, par de idiotas. Os creéis que, como actuáis siempre juntos, jamás os pasará nada. Pero hoy estáis en desventaja. Estás herido, Black, te lo noto desde aquí. Y el desgraciado de Potter ni siquiera se tiene en pie, además de que no tiene varita.

Sirius estaba perdiendo la paciencia porque ese enmascarado les hacía desperdiciar la ventaja que les habían dado sus compañeros, aún a riesgo de sus vidas. El tiempo se agotaba. A su lado, James susurró:

- Varita… Canuto, tú tienes una en el bolsillo interior. Yo la cojo.

¡Es cierto! Aún conservaba una de las que se guardó cuando desarmó a varios mortífagos. No podía creer que lo hubiera olvidado. Pero, ¿cómo lo había averiguado James?

- ¿Cómo…?

- Era eso o que, cuando me has ayudado a levantarme, te alegraste mucho de verme –medio bromeó su amigo, fingiendo que se cargaba más en él para meter la mano en el bolsillo interior de su túnica.

- ¡Crucio! –gritó el mortífago, apuntando a Sirius.

- ¡Impedimenta! –exclamó este, mientras James levantaba la varita por sorpresa, apenas sin fuerzas en su cuerpo.

- ¡Everte Statum!

El mortífago, que no esperaba que James estuviera armado, se vio sorprendido y no reaccionó a tiempo, por lo que cayó hacia atrás. Su máscara se desprendió y los dos cuadraron la mandíbula a la vez al reconocer a Severus Snape que, antes de que pudieran hacer otro movimiento, se puso en pie y los enfrentó con la cara descubierta, tirando la máscara a un lado con rabia.

- Quejicus –gruñó James.

- No vas a ir a ningún lado, Potter. El Señor Oscuro tiene pendiente una agradable charla contigo.

- ¡Confringo! –gritó Sirius, aprovechando que Snape miraba a James con el odio habitual.

- ¡Protego! –exclamó este-. ¿Quieres dejar de hacer el ridículo, Black? ¿Tengo que recordarte que yo soy el que casi te envía a la muerte hace apenas unas semanas? Esto ya no es el colegio.

- No –concordó Sirius-. Y, con gusto, te devolveré el favor.

Snape pegó un latigazo al aire y James, que había levantado la varita en su dirección, tuvo que apartarse para evitar las llamas que se dirigieron hacia él.

- ¿Utilizando viejos trucos, Potter? Necesitáis enfrentarme juntos para sentiros seguros.

- Eso lo dices porque no tienes a nadie que te aprecie lo suficiente como para ponerse a tu lado en la batalla, Quejicus –se burló James.

- ¡Tú solo te aprecias a ti mismo, Potter! –gritó Snape, con los ojos más negros y cargados de odio que nunca-. Por eso estás aquí, ¡huyendo! Sin molestarte siquiera en comprobar si tu novia está verdaderamente a salvo!

El brazo de James tembló y Sirius lo percibió.

- No les escuches, Cornamenta. Está tratando de confundirte. Lily ya está fuera de aquí.

- ¿Confías cien por cien en lo que dice tu amigo, Potter? –se burló Snape, que le había escuchado, jugando con su duda-. ¿Tan cobarde eres que no te atreves a comprobar si Black no la ha dejado a su suerte para salvarte el culo a ti?

James tuvo ganas de pegarle con sus manos e, incluso, llegó a avanzar un paso hacia él antes de colapsar por el dolor y caer al suelo, a pesar de que Sirius trató de sujetarlo. Snape se rió.

- Eres patético, Potter. Tan cobarde e inútil que eres incapaz de proteger a una mujer que, hasta hace dos años, te odiaba más que a nadie en el mundo.

- ¡Cállate, cabrón! –estalló Sirius finalmente, ayudando a James a levantarse y sintiendo que esas palabras hacían estremecerse a su amigo y le robaban las únicas fuerzas que podía reunir para defenderse-. ¡Siempre has sido un puto envidioso, un resentido amargado que se ha metido bajo las faldas de un psicópata asesino para sentirse mínimamente importante!

- Que va a decir el perrito faldero de Potter, que es incapaz de tener iniciativa por sí mismo. Eres patético, Black, no me extraña que seas la vergüenza de tu familia.

- ¡Palalingua! –exclamó James apuntándole aunque Snape no tuvo que hacer esfuerzos para bloquearle porque la maldición llegó sin fuerza.

El joven mortífago se rió.

- Sois tan poca cosa sin vuestros admiradores y la protección de Dumbledore. Así es como teníais que acabar…

Tanto James como Sirius estaban furiosos y se sentían impotentes. Era cierto que ambos estaban heridos y jugaban en desventaja. Snape conocía el terreno, estaba rodeado de los suyos y sin un rasguño. Podría haberlos vencido con facilidad pero parecía estar disfrutando con su desesperación por estar perdiendo el tiempo que sus compañeros estaban ganando mientras se jugaban la vida.

Veían el odio y la malsana diversión en sus ojos. James sabía que los odiaba a los dos pero que para él reservaba un sentimiento más intenso, sobre todo por lo referente a Lily. Así que, a la desesperada, decidió aprovecharlo y dio un paso hacia él, separándose de Sirius, para distraerle.

- ¡Depulso! –murmuró, incapaz de reunir fuerza para lanzar el hechizo en condiciones.

Snape lo rechazó con muchísima facilidad pero sus instintos estaban centrados en él. Resoplaba y las fosas de la nariz le temblaban.

- ¡Diffindo! –gritó, apuntándole a la maltrecha cara.

- ¡Expelliarmus! –exclamó Sirius al mismo tiempo.

Un tajo apareció en la barbilla de James pero la varita de Snape también voló por los aires. James se tambaleó y volvió a apoyarse en su mejor amigo, que parecía demasiado concentrado en Snape.

Por un momento, al verle desarmado, Sirius olvidó su prioridad de salir corriendo y solo podía recordar a ese desgraciado pronunciando ese mismo hechizo y rebanándole la garganta. El muy cabrón había querido matarlo. Tenía derecho a vengarse. Alzó la varita con una tranquilidad que hizo que su mejor amigo se pusiese alerta. Snape le encaró sin apartar la mirada ni dar muestras de miedo. Por un segundo, todo se detuvo.

- ¡Petrificus totalus! –exclamó una voz cerca de ellos.

Snape se puso rígido y cayó de cara contra el terreno. Detrás de él, James y Sirius abrieron la boca en un gesto idéntico al reconocer a Peter.

- ¿Qué hacéis aquí? Hay que moverse –dijo su amigo, que sudaba y jadeaba pero parecía ileso cuando llegó hacia ellos.

- ¡Colagusano! –exclamó Sirius confundido-. Tú no… Tú…

No recordaba haberle visto en la batalla. De hecho, no tenía ningún recuerdo de haberse cruzado con él desde que habían salido del Cuartel. Pero parecía habérselas apañado bien y les había librado de Snape. Aunque le había robado la venganza a Sirius.

Una explosión en el interior del castillo les devolvió a los tres a la realidad.

- Hay que marcharse o los demás acabarán matándose en su intento por darnos tiempo –apuró James, mirando sobre su hombro.

- ¡Seguidme, he encontrado un atajo para llegar a la zona en la que podremos desaparecernos! –urgió Peter, echando a correr hacia el bosque.

Sirius apretó los dientes, de nuevo con la mala sensación en el cuerpo de que estaba huyendo. Tuvo que dejar ahí a Snape, sin devolverle el favor que le hizo semanas antes. No podía entretenerse pero sí se aseguró de pisarle cuando pasó a su lado, arrastrando a James.

Tardaron apenas unos minutos pero llegaron antes de lo previsto a la zona libre de protección. Desde allí, los hechizos meteorológicos se percibían algo más lejanos, como si estuvieran a decenas de kilómetros de distancia.

- ¿Nos aparecemos en San Mungo? –preguntó Peter.

Sirius negó mientras recogía una rama caída.

- James no puede arriesgarse a una desaparición en su estado. Y Moody dijo que fuéramos al cuartel antes, mientras Dumbledore nos preparaba el terreno –le tendió la rama a Peter y murmuró-. ¡Portus!

Un brillo azulado envolvió al objeto, que empezó a temblar al convertirse en un traslador. En esos tiempos, el Ministerio estaba demasiado saturado como para poder controlar todos los trasladores ilegales que se hacían. James se aferró también a la rama, con la mano ensangrentada, y así lo hizo él mientras aún sujetaba su varita.

Unos segundos después, con un tirón desagradable en el estómago, los tres se estrellaron contra el suelo de la sala del cuartel general de la Orden del Fénix.

Antes de que les diera tiempo a levantarse, un grito les sobresaltó.

- ¡JAMES!

Y un borrón pelirrojo apartó a Sirius y Peter sin cuidado para abalanzarse sobre su novio.

El dolor que le atravesó al joven Potter por todo el cuerpo al recibir el impacto de su novia no fue suficiente como para evitar que él la abrazara con más fuerza de la que tenía.

- ¡Lily! Menos mal…

Ahora que la tenía entre sus brazos, sollozando sonoramente en su cuello, se daba cuenta de hasta qué punto le había hecho dudar Snape sobre si estaría verdaderamente a salvo o no. La pelirroja también debía haberse puesto en el peor escenario porque no podía parar de llorar mientras le besaba sin parar en el cuello y la cara.

- Lo siento tanto, mi amor. Lo siento tanto –murmuraba con cada beso.

Él la levantó la cara, acariciándole las mejillas sin importar mancharlas con su propia sangre. Sus ojos verdes estaban completamente enrojecidos y llenos de lágrimas mientras repasaba cada herida de su rostro.

- Estoy bien, Lily. Estamos bien –le aseguró con una sonrisa cansada y las gafas rotas y torcidas.

Lily volvió a sollozar y se lanzó a su cuello para enterrar la cara contra él.

Junto a ellos, Sirius les miró con más paz en el espíritu de la que había sentido en todo el día. Les habría dejado disfrutar al uno del otro más tiempo pero ambos tenían un aspecto lamentable que requería cuidados urgentes.

- Chicos, tenemos que movernos. Hay que curaros cuanto antes.

El único indicio de que le habían escuchado es que Lily sollozó más alto y ambos se abrazaron más fuerte. Sirius se rió un poco.

- Vamos, no me hagáis ser el serio en estas circunstancias. Dumbledore y los demás estarán a punto de llegar.

Posó una mano en el hombro de cada uno para tratar de separarlos pero, al instante, Lily pegó un grito que los sobresaltó a todos.

- ¿Qué pasa? –preguntó James mirando a su novia con los ojos como platos.

Lily parecía tan confusa como ellos. Se bajó la túnica por el hombro izquierdo y parpadeó, confusa, al ver la herida que había en él y que parecía extenderse inexorablemente por el brazo y el pecho.

La piel parecía estar quemada, como si fuese un papel viejo y arrugado que se consume en una chimenea. Las ramificaciones desde el hombro hasta el brazo y el pecho estaban creciendo y expandiéndose a simple vista.

James abrió la boca, sin comprenderlo. Ella tendría que haber notado eso antes, ¿por qué no había dicho nada? Cuando Lily le miró a los ojos, percibió miedo en su mirada, que se le pegó a la piel al instante. Trató de preguntar qué maldición era y qué había que hacer pero, antes de pronunciar una palabra, Lily puso los ojos en blanco y se desmayó en sus brazos.

Tardó unos segundos en darse cuenta de que los gritos que le retumbaban en la cabeza los emitía él mientras trataba, sin éxito, de despertarla.


Aquí se queda, tras más de 50 páginas. Iba a ser un capítulo mucho más corto pero no encontré modo de hacerle justicia si no era así...

La dualidad del personaje que me trae de cabeza es, una vez más, Severus Snape. Entre su desesperación por salvar a Lily y su obsesión por matar a James y a Sirius. No entiendo a ese personaje, lo reconozco. Alguien que dice amar tanto y que no le importe el sufrimiento de esa persona por el daño que le puedas hacer a los que más quiere... A mí se me escapa. Por eso, espero haberle hecho justicia y no haber caído en la antipatía que siento hacia el personaje, aunque le he dicho mis verdades a través de la boca de Sirius.

Como veis, he metido en el capítulo otras tramas como la llegada de Rachel a la guarida de Remus. Será interesante verlo venir, no lo dudéis. Remus sacará partes de sí mismo que aún no conoce. El pobre ya tenía una situación muy complicada: herido, tras su primera luna llena en la que, sin duda, ha matado aunque no quisiera... Y ahora con Rachel y los sentimientos que le provoca ahí en medio. Y la trama de Gisele da un giro por cómo se encuentra Anthony, que daré más datos en el siguiente capítulo.

La trama de Regulus se precipita, como podéis ver. Ya se da cuenta de que se ha equivocado de bando y su arrepentimiento es enorme. Y eso que aún no sabe lo que le va a pasar a Kreacher, que le va a revolver el estómago ya del todo y le hará tomar su decisión final. Queda el clímax de su historia y un Black nunca se va en silencio.

No he metido nada de Grace pero en el próximo capítulo la veremos en París, ajena a lo que ha ocurrido y con una gran revelación por delante. Se la ha nombrado, cuando Bellatrix ha amenazado directamente a Sirius. Y no creáis que él lo olvidará ni que no habrá consecuencias de ello en su no-relación.

Por cierto, que tengo un problema inmenso con Bellatrix... Es que la odio y su personaje me encanta porque está loca, es invasiva, histérica, poderosa y disfruta demasiado en poner nerviosos a los demás mientras los corta a cachitos. Al menos, no es difícil de entender ni tan "retorcida" como Snape. A su manera, es peor, pero ella cuando odia, odia y las pocas veces que ama, lo hace por completo. Al menos eso me cuesta menos encajar.

En fin, espero que os haya gustado y me encantaría saber vuestra opinión, sería de gran ayuda. Gracias por los comentarios y también por los privados que me habéis mandado estos meses. Como os dije, solo necesitaba reconectar. Gracias por las conversaciones mantenidas y la preocupación que habéis tenido.

Eva.