¡Buenas!
Esta vez he tardado menos y llego con un capítulo que abre unas tramas y comienza a cerrar otras, como averiguaréis. Pero en este capítulo pasa algo importante para el fic, algo que lo cambiará todo... Y de lo que no voy a dar pistas. Tendréis que leerlo y opinar. Espero que os guste y que cumpla las expectativas.
Paula: Muchas gracias por el comentario y lamento haber tardado tanto la última vez. Han sido unos meses de mucho cambio. Me alegro de haberle hecho justicia a Snape, cuyo carácter y motivaciones no logro entender al 100%. También considero que, en parte, es un hipócrita. Me alegro de haber cumplido con él.
A los demás, gracias por las lecturas y por el comentario privado (que ya te contesté, gracias por no fallar). Nos seguimos leyendo.
El título es el nombre de una canción del grupo Sin Bandera que me tiene totalmente enganchada y que creo que pega con la ocasión. Veamos qué pasó con Lily.
Capítulo 20: Que me alcance la vida
El caos en el que se había sumido la Orden del Fénix era más que evidente dentro de las cuatro paredes del pequeño cuartel general en las que la mayoría de sus miembros estaban encerrados.
Dumbledore había llegado apenas unos segundos después de que Lily se desvaneciera y, ni juntando fuerzas con Sirius y Peter, fue capaz de calmar a James lo suficiente como para quitársela de los brazos. Hubo que desmayarlo a la fuerza.
Fue Sirius quien lo hizo, con gran impotencia al ver la desesperación que estaba dominando a su mejor amigo y que le impedía razonar y dejarse ayudar. Peter se quedó mirándole, con cara de pena y la varita aún levantada, pero Dumbledore no reparó en ello si no que apartó a James y examinó a Lily con una mirada de preocupación.
Afortunadamente, había conseguido arreglar las cosas en San Mungo y él mismo la trasladó hasta el hospital rápidamente, dando la orden de que le esperaran junto a James, al que volvió a recoger pasados unos minutos.
Tras llevárselos a ambos, lo único que hizo fue prohibir a cualquier miembro de la Orden aparecer por San Mungo ni hacer ningún movimiento sospechoso que pusiera más en alerta al Ministerio. Había demasiados miembros de la Orden ingresados por maldiciones imperdonables o desconocidas y sabía que debían cuidarse de no ser descubiertos.
Desde entonces, no habían vuelto a tener noticias de él. El resto de la Orden fue llegando paulatinamente, afortunadamente todos vivos. Dorcas había sido trasladada por Moody a un lugar seguro para ser curada de una fea herida en la cabeza, que Benjy aseguró que no era grave pero excedía de sus conocimientos. Tampoco lo eran los daños de Marlene, a quien Benjy le recolocó un brazo y le obligó a beber una poción de crecehuesos para recomponer toda la zona de la muñeca, el cúbito y el radio.
Peter, con su voz nerviosa y aguda, fue el encargado de dar las explicaciones pertinentes sobre el estado de James y Lily. Sirius se limitó a sentarse en una silla con los hombros encorvados, mirando pensativamente el suelo y sintiéndose miserable. Ni siquiera le dirigió la palabra a Alice cuando ella se sentó a su lado y le pasó una mano por el pelo.
- Déjame ver esa herida–le pidió, tomándole el brazo derecho sin esperar su permiso.
Sirius se dejó hacer sin cambiar su expresión y torció el gesto cuando, con un calor que le atravesó hasta la punta de los dedos, Alice le curó la herida.
- ¿Estás bien? –le preguntó su mentora, dejando la varita a un lado.
Él continuó callado. Alice suspiró.
- Fabian me ha contado que te has enfrentado a Bellatrix.
Sirius emitió un pequeño gruñido pero no aportó nada más. Alice siguió observándolo, apuntando cada herida y apreciando que se sentía culpable.
- Sirius, has hecho bien. Teníais que apartar a James para curar a Lily. Él lo entenderá –le dijo, adivinando sus pensamientos.
El joven bufó, apoyando la cabeza en las manos con pesadumbre.
- No entiendo nada –murmuró al cabo de un rato. Alice le acarició el cabello con cariño-. No lo entiendo… Lily estaba bien cuando la dejé. La pusimos a salvo. No sé qué ha podido pasar. ¿Cómo voy a mirar a James a la cara si no he conseguido mantenerla a salvo?
- No –le interrumpió Alice, levantándole la cara y obligándole a mirarla-. No vayas por ahí. James no te va a culpar por lo que le ha pasado a Lily. La hemos sacado de ahí; tú mismo, junto a Marlene, la acompañaste hasta que estuvo a salvo. Sea lo que sea lo que le ha ocurrido, se lo hicieron antes. No voy a permitir que te culpes a ti mismo por esto.
La mirada de desolación de Sirius hizo que se le encogiera el estómago.
- Es la chica de mi mejor amigo. Yo tenía que asegurarme de que estuviera bien, es lo que él querría. Le dije a James que la habíamos sacado a salvo y… Joder, Alice, si le hubieras visto mientras trataba de despertarla. Si le pasa algo irreparable no sé cómo voy a poder enfrentarme a él.
Pese a su desesperación, no tenía aspecto de ir a llorar. Sirius siempre se rompía por dentro, lo que preocupaba aún más a Alice. Con la mayoría de ellos sabía exactamente cómo actuar pero con Sirius, pese a conocerle más que a ninguno, nunca había conseguido encontrar el modo de consolarle. Y no creía que un buen plato de comida o un vaso de alcohol fuese el tratamiento adecuado en esta ocasión.
Así que se limitó a apoyar la cabeza en su hombro y sujetarle con fuerza la mano que volvía a tener sensibilidad. Él no le respondió pero tampoco se apartó. De momento, era suficiente.
- Estamos vivos –murmuraba Fabian, moviéndose inquieto de un lado para otro y mirando a su alrededor, sorprendido de que todos hubieran conseguido escapar de ese infierno.
- Unos más que otros –reparó su hermano, algo menos positivo tras conocer el estado de Lily.
Por una vez, Gideon estaba más apagado que su hermano gemelo. Permaneció sentado encima de esa mesa, con la cara ensangrentada, la melena revuelta, la túnica sucia y un tic nervioso en la pierna. Pero ileso.
Fabian, por su parte, se paseaba nerviosamente. Volvió, de nuevo, a acercarse a donde Benjy continuaba atendiendo a Marlene y la repasó con la mirada, asegurándose de que no tenía más heridas. Tenía ganas de reír histéricamente y, a la vez, salir corriendo y empezar a pegar saltos para descargar toda la adrenalina que le recorría el cuerpo. Benjy, con una mirada de advertencia, le dejó claro que volvería a echarle, como había hecho unos minutos antes, si molestaba a Marlene.
Su novia tenía un aspecto enfermizo mientras se sujetaba el brazo herido. Debía tener el estómago revuelto por la poción crecehuesos y tenía pinta de estar aguantándose un gesto de dolor.
- ¿Estás mejor? –le preguntó, apartándole, con cuidado, un mechón rebelde que le caía por su ensuciada cara.
Marlene se limitó a hacer una mueca indiferente. Fabian volvió a pasearse.
- Aún no puedo creer que estemos vivos –murmuró, sin poder contener su nerviosismo.
- ¿Quieres dejar eso ya de una vez? –gruñó Frank, que había estado paseándose huraño por la habitación.
Al contrario que él, cuyos pasos eran rápidos e inquietos, los de Frank eran pesados y lentos. Se percibía en él la carga de alguien que se sentía directamente responsable de las heridas de los más jóvenes. A fin de cuentas, los habían secuestrado cuando James estaba trabajando a su cargo.
- ¡No puedo, Frank! –le respondió un excitado Fabian-. Joder, hoy me han lanzado dos putos avadas. Tú mismo te has enfrentado a ese psicópata directamente y estáis aquí para contarlo. Estábamos en tal desventaja que aún no me creo que estemos todos vivos. No puedo estarme quieto.
Frank le miró con ganas de sacar la varita pero Gideon intervino a tiempo, arrastrando a su hermano algo más lejos.
- Te entiendo –le dijo en voz baja-. Pero trata de calmarte o Frank te lanzará una maldición. Ahora está bajo mucha presión.
- Eso ya lo sé –respondió su hermano, algo sorprendido de que sus emociones le estuvieran llevando a ser más excitable aún que su gemelo el alocado. Él era normalmente el tranquilo-. Joder, solo necesito correr un rato o algo. Liberar esta tensión. Encerrarnos aquí no creo que sea muy productivo.
Gideon, cuya pierna continuaba temblando por el tic, suspiró, de acuerdo con él.
- En cuanto nos den permiso nos vamos a ver a Molly, para descargar la tensión con los enanos –le propuso con una sonrisita. Después le pasó una mano por el cuello-. ¿Seguro que estás bien? Esa cabrona de Lestrange casi te da de lleno.
- Se la debo al pequeño traidor –admitió Fabian mirando a Sirius a lo lejos, en alusión a cómo le denominaba Bellatrix siempre que se enfrentaban-. Te juro que, en esos dos segundos, vi mi vida pasar por mis ojos. Pensé que no lo contaba, hermano.
La mirada de Gideon se ensombreció, pese a que Fabian seguía sonriendo, como si no se creyera aún su buena suerte. La preocupación surcó el rostro de su gemelo pero el más torpe de los dos –y su reloj era buena prueba de ello- estaba demasiado excitado y no se dio cuenta. Volvió a pasearse, nervioso, y no pudo evitar acercarse de nuevo a Marlene.
Ella abrió la boca cuando le vio llegar tan resolutivo pero no pudo apartarle cuando la apretujó en un beso rápido. Solo el quejido de ella le apartó.
- Perdona, preciosa. Pero me alegro tanto de que estemos bien –le confesó, con una sonrisa, sintiéndose más vivo que nunca.
- Alégrate un poco más lejos, Fabian, por favor –le pidió Benjy, obligándolo a alejarse de ella-. Conseguirás que se le repare mal la mano a este paso.
Fabian le hizo caso aunque antes le abrazó a él también.
La situación era tan surrealista que todos le miraban boquiabiertos, sin ser capaces de comprender lo que pasaba por esa cabeza.
- ¿Cuándo sabremos algo de San Mungo? –preguntó Peter, rompiendo el silencio en el que todos se habían sumido mientras observaban a Fabian.
- No lo sé, Peter –respondió Alice, aún al lado de Sirius-. En cuanto pueda, supongo que Dumbledore nos dirá algo.
- Pero, ¿estarán bien, no? –insistió con voz aguda-. Quiero decir, Lily tenía muy mal aspecto. ¿Y si no sobrevive? Si ya hubiera muerto, Dumbledore nos habría avisado, ¿no?
- ¡Joder, Colagusano, deja de ser tan agorero! –estalló Sirius que llevaba demasiado rato callado y deseando pegarle un puñetazo a Fabian por su excitación.
El pequeño se encogió en sí mismo pero Sirius pareció envalentonarse contra él porque se puso en pie y se aproximó, con la cara llena de ira.
- ¿Quieres dejar de decir gilipolleces? ¿O es que quieres llamar a la mala suerte? –le gritó, acercándose a él como si fuese a pegarle-. Porque a Lily no le va a pasar nada, ¿entiendes?
- Sirius, cálmate –le pidió Alice, tirando de él con su dulzura maternal característica.
- ¡Joder, es que todavía parece que lo estuviera deseando! –espetó él, mirando a Peter con tanto odio que su amigo se limitó a boquear en silencio.
- ¡Basta! –gruñó Frank, mirando a Sirius con firmeza-. Él solo ha preguntado, Sirius. Todos estamos preocupados por Lily y James pero no tienes derecho a pagar tus frustraciones con otro compañero. ¡Joder, Fabian, estate quieto de una maldita vez! –gritó al ver de reojo a su compañero volviendo a pasearse.
Alice suspiró. Estaban todos nerviosos, excitados y preocupados. Y estaban comenzando a discutir entre ellos. Sabía que, encerrados entre esas cuatro paredes y con esos nervios a flor de piel, aquello podía ser explosivo. Así que sacó su paciencia y trató de mediar entre todos antes de que llegara la sangre al río.
Lo consiguió, más o menos, aunque debió mandar a cada miembro a un rincón de la habitación y el tenso silencio volvió a adueñarse del lugar.
Así estuvieron un tiempo indefinido hasta que Moody llegó con noticias. Dorcas no le acompañaba pero estaba en un lugar seguro, descansando. También había pasado por San Mungo.
- Están tratando a Evans. Tiene aspecto de ser una maldición antigua, que quema por dentro la piel y corroe la carne –explicó, con un gruñido-. Están un poco preocupados porque no es una maldición que se use mucho hoy en día pero están probando con diferentes pociones y hechizos. Intentarán salvarle el brazo y asegurarse, sobre todo, de que la maldición no le alcance el corazón.
- ¿Cómo demonios se la hicieron? –preguntó Marlene-. Parecía estar sana cuando la traje aquí.
- Estaba bien cuando la sacamos de la celda –apuntó Peter, mirando nervioso a Sirius por si volvía a tomarla con él, aunque su amigo ni siquiera le miró.
Moody negó con la cabeza, confuso.
- Pudieron lanzársela en cualquier momento. Es raro que no lo sintiera antes, porque es una maldición incendiaria. Pero, quizá, con la tensión y la adrenalina no se percató hasta que se relajó, sabiéndose a salvo.
No, pensó Sirius. No se relajó cuando se supo a salvo. Fue cuando supo que James estaba a salvo. Él recordaba perfectamente que la pelirroja no parecía especialmente herida cuando se lanzó sobre su amigo al aparecer en el cuartel. Fue después, cuando supo que él estaba bien. Pero no lo dijo en voz alta porque, de todas formas, eso no aportaba nada al caso, más que demostrar el amor que Lily sentía por James. Y apenas unos días antes él se había atrevido a dudar de ello por culpa del asqueroso de Quejicus. Ahora, se sentía terriblemente culpable.
- ¿Cómo está James? –preguntó Frank.
- Se repondrá –anunció Moody-. Le han torturado con la cruciatus pero, sobre todo, tenía muchas heridas infligidas con un objeto punzante. Un cuchillo, probablemente. Está malherido y ha perdido mucha sangre pero ninguna puñalada es letal, así que se pondrá bien. No sé qué pretendían pero no le han hecho tanto daño como hubieran podido hacerlo.
- Querían que Lily hablara –averiguó Gideon, pasándose una mano por la cara-. Por eso no le habrán hecho más daño. Si le hubieran matado enseguida, no habrían tenido ese poder sobre ella. Seguro que consideraban más efectivo torturarle para ver si ella revelaba lo que había averiguado.
Un silencio pesado cayó sobre ellos.
- Se pondrán bien –repitió Moody, aunque no parecía tan seguro-. En cuanto consigan estabilizar a Evans, seguro que saldrán de esta. A Potter mantienen inconsciente porque le despertaron para asegurarse de que no había daños cerebrales pero tuvieron que volver a dormirle porque no dejaba a los sanadores actuar. Así que permanecerá así hasta que encuentren el modo de que se calme.
- Yo puedo…
- No, Black –le interrumpió el auror, averiguando lo que iba a decir-. Cuando puedas ir a verle, te avisaré. De momento, es mejor que nadie se acerque a San Mungo. Dumbledore ha conseguido establecerles en un área apartado, donde solo entran sanadores de su confianza. Pero, si seguimos pululando todas las semanas por el hospital, el Ministerio empezará a meter las narices en todo esto. Así que, hasta nuevo aviso, quedaos aquí.
Los demás suspiraron con cansancio. Habían esperado poder irse a sus casas, moverse y sacar esos nervios haciendo algo productivo. Pero la vigilia parecía que sería larga.
Ajena a todo, en París, Grace Sandler recorría la imponente Plaza Vendome, pisando con fuerza los adoquines de esa mítica zona construida según el urbanismo clásico francés.
Dejó tras ella los hoteles más caros y prestigiosas tiendas como Dior, Chanel o Cartier y entró en uno de los edificios más antiguos, aunque pulcramente conservados. Su andar era seguro y sin titubeos. Conocía la zona y se había criado rodeada de lujo, por lo que la opulencia del ambiente no le intimidaba.
Ella pertenecía a ese mundo y lo demostraba con cada poro de su ser. Y no pensaba permitir que nadie pusiese en duda sus capacidades. Por ello, se había vestido con la túnica más elegante, se había peinado del modo más sobrio y llevaba calzados los zapatos más caros que tenía.
Subió con agilidad pero tranquilidad hasta el tercer piso por la llamativa escalera de mármol y llamó a la puerta. Una mujer bajita le abrió y su expresión mostró su sorpresa por encontrarla allí.
- ¡Grace, mon amour! ¡Qué agadable sogpgresa! –exclamó con una amplia sonrisa y un inglés muy decente pero con un marcado acento.
Grace la saludó al tiempo que se apresuraba a entrar por la puerta. Los umbrales le ponían nerviosa, incluso en Francia, donde no había guerra. Todo lo vivido le había transformado en alguien mucho más cuidadoso.
- Camile, estás estupenda –le dijo, tomándola de la mano con afecto-. ¡Cómo me alegro de verte!
La mujer debía ser de la edad de su madre y había sido especialmente cariñosa con ella durante los meses que vivió en París.
- Pego, ¿qué haces en Fgancia? ¿Gegresas al buffete de Monsieur Dubois?
Grace sonrió despacio. Así que Pryce no había comentado su regreso ni había extendido su tapadera. Como imaginaba, estaba poniendo trabas a su labor.
- Me temo que no, cher. Solo estoy aquí repasando unos negocios inmobiliarios de mi familia. No me quedaré muchos días. De hecho, Monsieur Pryce me está ayudando y necesitaba hablar con él. ¿Está ocupado?
- Está geunido mediante la ged flu –le informó la secretaria del amigo de su padre-. Pego segugo que pgonto acabagá. ¿Pog qué no les espegas conmigo y, de paso, me cuentas cómo te está yendo de vuelta a Londges?
Resignada a esperar, Grace se sentó junto a ella y estuvieron varios minutos hablando, hasta que la chimenea chisporroteó, dando señal de que, dentro del despacho, el diplomático había roto la conexión.
Inmediatamente, Camile se puso en pie y llamó a la puerta para anunciarle su llegada. Grace compuso su sonrisa más adorablemente falsa cuando un Pryce algo ceñudo salió a recibirla. Frente a su secretaria trató de sonar afable pero se le veía contrariado.
- Grace, querida. Menuda sorpresa –dijo, aunque ella sabía que su presencia era, más bien, una molestia. Le dio un teatral beso en la mano-. ¿Cómo encontraste el piso del que le hablé a tu madre?
La rubia se rio.
- Encantador, por supuesto. Tiene usted un gran gusto, señor Pryce. Por eso, me preguntaba si podría ayudarme con una transacción.
- Claro, claro –murmuró el hombre, alto y barrigudo, echándose hacia atrás-. Pasa, por favor.
- Monsieur, n'oubliez pas que vous avez rendez-vous avec le ministre –le recordó su secretaria, preocupada por si llegaba tarde a su compromiso.
Pryce la sonrió cuando Grace ya entró al despacho.
- Bien sûr que non, merci, Camile –le aseguró.
Siguió sonriendo hasta que cerró la puerta y, con la varita, la hechizó para que permaneciera cerrada y no se escuchara desde el exterior su conversación. Cuando se giró hacia Grace, cualquier rastro de amabilidad desapareció de su cara.
- ¿Qué haces aquí, Grace? –le preguntó con un gruñido.
La joven le miró desde su silla, aburrida, mientras él rodeaba su escritorio y tomaba asiento frente a ella.
- ¿Qué quería que hiciera, señor? Se niega a recibirme, a pesar de que aceptó que fuera la interlocutora entre Dumbledore y usted. No me he venido a París de compras precisamente, señor Pryce.
Pryce, que ese día no llevaba su bombín habitual y, por lo tanto, mostraba una gran calva, suspiró, pasándose la mano por la cabeza.
- Grace, ¿eres mínimamente consciente de lo serio que es esto? Se trata de una guerra. Están muriendo personas.
Grace cuadró los hombros, sin perder la elegancia y le miró directamente a los ojos.
- No sé por qué cree que diciéndome eso va a impresionarme. Venir aquí de parte de Dumbledore no es lo más peligroso que he hecho este año, así que puede que sepa mejor que usted lo serio que es esto, Pryce –le dijo en un tono más serio y duro al que él estaba acostumbrado. Le miró directamente a los ojos y decidió que, para que la viera como a una igual, debía empezar por tutearle-. Por eso, Dumbledore me ha enviado aquí. Necesito que me recibas y que me informes de cualquier novedad. Tienes que dejar de tratarme como a una niña porque esto no ayudará a la misión.
Él se resistió, negando con la cabeza y mirándola condescendiente.
- Grace, te trato como lo que eres. Te has embarcado en un juego muy peligroso. Déjame advertirte de que conozco a Albus Dumbledore desde hace muchos años y siempre acaba escudándose en jóvenes imprudentes como tú. Y no todos ellos han llegado a viejos, por cierto.
- Quizá solo se escuda en jóvenes imprudentes porque somos los que estamos dispuestos a arriesgarnos –le respondió ella rápidamente, sin darle opción a comerle la cabeza ni hacerle dudar.
Pero Pryce parecía obcecado.
- Esta no es tu guerra, Grace. Déjame solucionar yo las cosas con el viejo y mantente al margen. Tu padre odiaría saber en lo que estás envuelta.
La mención a su padre provocó en ella la reacción contraria a la deseada. Siempre había estado sobre protegida por sus padres. El dinero, el poder y la notoriedad eran un arma de doble filo y, en muchas ocasiones, habían extremado las precauciones con ella. Y, aunque en otros aspectos había aceptado su ayuda, no iba a hacerlo en esa ocasión. Era ella la que trabajaba en la guerra, la que se había metido de lleno voluntariamente y la que llevaría las riendas de su vida. Y no pensaba permitir que nadie volviese a sobre protegerla.
- Mira, Pryce –dijo, pasándose la lengua por los labios para escoger cuidadosamente sus palabras-. El resumen es el siguiente: Vosotros habéis matado a Saloth, cosa que a nosotros no nos gusta, porque no es nuestro método, pero que tampoco vamos a llorar como si ese hombre lo mereciera. En el proceso, nos hemos visto involuntariamente involucrados. Ahora, como no pueden saber quién se lo ha cargado, es evidente que están guardándose el as en la manga para utilizar esa muerte a su beneficio. Para ello, puede que inculpen a personas inocentes. Y, da la casualidad, de que una de mis compañeras ha sido identificada en ese lugar. No es mi amiga ni nos llevamos precisamente bien pero no estoy dispuesta a tolerar que se le cargue con una muerte de la que no es responsable. Bastante tiene cuando aún permanece hospitalizada por las torturas que le infligieron cuando la descubrieron.
- Estamos tratando de averiguar sus intenciones, Grace –se apresuró a asegurar el hombre-. Yo no te necesito para nada, se lo comunicaré directamente a Dumbledore en cuanto pueda.
- No, eso no nos sirve –repuso ella-. Ya se ha demostrado que vuestra comunicación está viciada y que puede llegarnos tarde. Dumbledore asegura que me necesita a mí aquí. Y la verdad es que, en este caso, solo hay dos opciones y ninguna te gustará. Una, que aceptes que soy la interlocutora escogida por Dumbledore y me ayudes en esta investigación y me mantengas cerca hasta que puedas informarme puntualmente y yo pueda reaccionar a tiempo. O, por el contrario, ya que yo sé que hay más de tu entorno en vuestra organización, puedo dedicarme a investigar quiénes son y conseguir que ellos sí sean más abiertos conmigo.
- Grace…
- Lo malo es que, en esta última opción, cabe de la posibilidad de que cometa un fallo y me toque lidiar con alguien que no aceptaría mis injerencias. Además de que perdería un tiempo precioso.
- Eres increíble –aseguró él con una sorprendente sonrisa-. Asegúrate de empezar a ejercer cuanto antes. Dejarás al Wizengamot sin palabras.
Al menos, parecía extrañamente risueño. Era bueno saber que su impertinencia no le había ofendido.
- ¿Y bien…?
- De acuerdo –concedió él tras unos segundos en silencio-. Te ayudaré. Pero debes prometerme que serás cauta y no harás movimientos sospechosos.
- Como si no hubiera actuado de ese modo hasta ahora.
- Espero que tu plan no consista en tenerme de compras toda la misión hasta que puedas mandarme segura a casa con la información que necesito –le advirtió-. Puedo aportar más trabajo, dame crédito.
La había visto en acción y sabía que era buena moviéndose en su ambiente. Puede que él hubiera adivinado su jugada pero solo era porque contaba con mucha información sobre ella y Dumbledore. El resto, jamás había sospechado de ella.
- Lo hago –le aseguró él. Después, al ver que eso no la convencía, suspiró y se dispuso a darle la poca información que habían reunido hasta el momento-. Muy bien. Este sábado habrá una recepción en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. Hay varias delegaciones invitadas y nos ha llegado que, en la inglesa, habrá un grupo que estuvo presente en aquella fiesta. Confiamos en lograr alguna información a través de ellos.
Otra recepción… Lo malo de su misión era que consistía demasiado en fingirse una insulsa y despreocupada joven adinerada. Aunque sabía que tenía que aprovechar su perfil, en vez de quejarse de sus características.
- Quiero estar en esa recepción –le aseguró a Pryce con una sonrisa.
Él, por su parte, titubeó.
- No sé si es buena idea.
- Vamos, Pryce –ronroneó Grace-. Es una recepción, no una fiesta privada. Me llevaste a muchas durante el tiempo en el que viví aquí. Además, si el Departamento de Cooperación Mágica Internacional la organiza, tengo la acompañante perfecta para mi coartada.
Su sonrisa fue tan deslumbrante que el mago se quedó, momentáneamente, sin palabras. Y Grace supo que tenía que ponerse en contacto con una amiga que le ayudaría a simular el papel de niña rica que no se preocupa de lo que ocurre más allá de su mansión.
Pese a los ánimos que se vivían en el cuartel de la Orden del Fénix, ninguno era consciente de hasta qué punto estaban pendiendo de un hilo.
Que la mitad de ellos estuviese en San Mungo no ayudaba a guardar la discreción necesaria respecto a un Ministerio de Magia que, cada vez, estaba más paranoico sobre sus fieles. El mismo Albus Dumbledore no dejaba de estar bajo sospecha por actuar por libre y guardar sus propios secretos. Ya lo había estado durante el ascenso de Grindelwald.
Pero él mejor que nadie sabía que no podía fiarse del Ministerio, ya que cada vez era más común que hubiera infiltrados y espías. Ese día, ingresar a James y Lily en el hospital había sido todo un reto, ya que Anthony y Emmeline continuaban allí y el joven Potter era un estudiante de la Academia de Aurores. Al igual que había ocurrido con Sirius, sus heridas estaba mucho más vigiladas por el Ministerio de Magia.
Afortunadamente, Dumbledore tenía entre el personal médico fieles colaboradores que no tenían problema en ayudarle a que sus heridos pasaran más desapercibidos. Por ello, la pareja estaba siendo tratada en un apartado del hospital al que solo tenían acceso dos sanadoras, un estudiante y él mismo.
- Jones, ¿qué puedes decirme de los chicos? –le preguntó a una de las dos sanadoras que colaboraba con él en cuanto llegó al hospital.
La joven, de no más de veinticinco años, bajita, de sonrosadas mejillas y de cabello negro, le condujo a una sala apartada para que su presencia no llamara demasiado la atención. Vestía la típica túnica color verde lima y llevaba su oscuro pelo recogido hacia atrás por una ancha diadema de color rojo.
- Ya hemos acabado de intervenir a Evans y parece que hemos llegado a tiempo. Pero por muy poco. Quizá tenga problemas para la movilidad del brazo en el futuro aunque solo el tiempo lo dirá.
Dumbledore hizo una mueca pero, en todo caso, ese era un mal menor. Las heridas de Lily bien podían haberle costado la vida.
- ¿No llegó la maldición al corazón? –preguntó.
- No. La detuvimos a tiempo. Pero es impredecible saber cuándo despertará o si tenía otras heridas internas de otras maldiciones que no hayamos percibido y que le puedan provocar algún daño cerebral. Aún estamos a ciegas en su caso.
Confiaba en haber encontrado mejores noticias pero agradeció la franqueza de la joven sanadora.
- ¿Y James?
- A Potter lo mantenemos inconsciente. Volvimos a despertarle después de tratarle los cruciatus, para comprobar si mantenía su cordura intacta. Pero creo que aún es demasiado pronto para asegurarlo. Se mostró muy agresivo y no respondía a razonamientos. Solo gritaba que quería verla a ella, así que hubo que dormirlo de nuevo para evitar que dañara a alguien o a sí mismo, o revelara su presencia. Hasta que no despierte, no podemos evaluar nada en serio. Y no está siendo fácil.
- Me lo imagino –concedió el anciano con un gesto de agradecimiento-. Por eso, os agradezco tanto las molestias. Me temo que no puedo permitirme a más funcionarios del Ministerio husmeando sobre estos chicos.
Titubeó. Sabía que la joven era de confianza pero, aun así, no había decidido si era preciso contarle toda la verdad sobre la Orden del Fénix y el papel de unos chicos tan jóvenes en esa organización. Ella pareció entenderlo.
- No se preocupe, profesor –Dumbledore sonrió; parecía que nunca dejaría de ser el profesor para las generaciones que habían dejado Hogwarts-. Me imagino que las circunstancias en las que han acabado tan heridos son excepcionales. Me preocupa su juventud, no obstante. Igual que con Emmeline Vance.
Dumbledore se centró en la otra pupila que había mencionado.
- ¿Cómo se encuentra ella, por cierto? Supuestamente su recuperación llevaría un par de días pero aún no recibo permiso para llevármela a casa.
La joven sanadora hizo una mueca.
- Está recuperándose. Físicamente ya casi no tiene secuelas pero, me temo, su mayor problema es el psicológico. Si no supiera que su caso es excepcional, habría solicitado su traslado al área psiquiátrica. Pero no puedo arriesgarme a que cualquier sanador juegue con sus recuerdos y averigüe más de la cuenta.
- Prefiero que esa labor se quede entre Anne y tú –reconoció Dumbledore, en referencia a la otra sanadora-. El joven Marco también puede colaborar.
- Él solo es un estudiante –atajó ella, con una mueca-. Y Anne y yo nos jugamos nuestra licencia si nos saltamos los trámites.
Dumbledore suspiró.
- Déjame llevármela. No está bien pero su estado no mejorará en estas cuatro paredes. Quizá, fuera, sin estar aquí encerrada, se abra.
- Ni siquiera ha abierto la boca desde que despertó –la joven parecía muy preocupada por la chica-. Solo puedo imaginar el horror de la situación en la que fue herida pero es necesario que reaccione. Si usted tiene alguna idea…
- Tú asegúrate de que esta misma tarde le dan el alta y yo me haré cargo. Quizá, lo que más necesita es ver rostros familiares y de confianza.
Ella no podía saber las circunstancias exactas en las que fue herida Emmeline. Él podía equivocarse pero creía que la mayor parte de su daño se debía, una vez más, a la reacción de su familia. Sus padres se habían quedado, de pie, observando cómo la torturaban. Marlene se lo había explicado bien. ¿Qué joven de dieciocho años no sufre un shock al verse tan abandonada por su familia, quienes deberían protegerla?
La sanadora pareció dudar pero finalmente claudicó.
- Me encargaré de que hoy le dejen marcharse. Aunque lo haré bajo mi responsabilidad, así que agradecería que la cuidara bien, profesor. No quedaría bien para mi expediente que la chica tuviera que volver a ser tratada en breves.
- Por supuesto, querida.
- Y quería comentarle algo sobre el otro paciente. Anthony Bones.
Dumbledore, que iba a marcharse a intentar visitar a James y Lily, se detuvo. Por Anthony era por el que menos preguntaba ya que el propio Edgar no abandonaba su lado y sabía que le tenía convenientemente cuidado.
- No ha despertado aún, ¿no? –preguntó, aunque ya sabía la respuesta.
La joven negó con la cabeza.
- No sabemos aún qué le ocurre ni qué maldición le lanzaron. Pero su situación tampoco ha empeorado. Simplemente, parece como congelado. Está provocando mucha incertidumbre entre los sanadores y nos gustaría poder investigar en él algunas opciones para ver si llega a reaccionar.
- No es a mí a quien debería pedir permiso, querida –le recordó él. El joven tenía familia. Padres y una esposa, que eran los encargados de acceder o negarse a esos tratamientos.
La sanadora asintió.
- Soy consciente. Pero sus padres no parecen muy proclives a ningún experimento con él y los Bones tienen mucha influencia. Agradecería que usted intercediera con ellos para que la solución fuera más fácil.
Dumbledore iba a contestar cuando fue interrumpido por dos golpes en la puerta de la pequeña sala, antes de que un joven atractivo de pelo castaño entrara. Era de los pocos que conocía la motivación de la presencia de Dumbledore pero actuaba con cautela para no interrumpir nada importante.
- Lamento interrumpir –dijo con una bonita voz y un marcado acento italiano-. Profesor, Alastor Moody ha llegado buscándolo. Lo he trasladado a la sección privada para evitar que su presencia levante las alarmas.
Dumbledore miró a Jones.
- Hablaré con Edgar, aunque no puedo prometer nada. Al final, su decisión es la principal.
- Lo entiendo –aseguró ella, volviéndose después al joven-. Marco, acompaña al profesor a visitar a los heridos. Yo debo arreglar el papeleo para el alta de la chica.
- Acompáñame, profesor.
El joven estudiante, aunque no estaba involucrado en su organización, conocía bastante más de sus misiones que la mayoría de los trabajadores de San Mungo. Su amistad con algunos de sus más jóvenes colaboradores, especialmente con Grace Sandler y Lily Evans, le convertían en alguien de confianza. Así que no era de extrañar que Dumbledore hubiera pedido que estuviera en el pequeño equipo de confianza que se estaba encargando de los heridos.
Cuando llegó a esa sección, en el ala este del hospital, teóricamente en obras, se encontró en el pasillo con Alastor Moody, que paseaba nervioso de acá para allá.
- Gracias, Marco –le dijo al joven, que se despidió de él con un asentimiento de la cabeza.
Una vez se quedaron solos, él y Moody se acercaron a las puertas de las dos habitaciones que estaban ocupadas. Ambas contaban con sendas ventanitas de cristal desde las que podían ver las camas de los heridos.
- ¿Aún no han despertado a Potter? –preguntó Moody observando al joven, tendido en la cama, cubierto de vendas y con múltiples pociones colgando a ambos lados de su cuerpo y entrando poco a poco en sus venas mediante brillantes hilos dorados.
- Según me han indicado, lo han intentado de nuevo pero se muestra muy agresivo. No saben si por las secuelas de los cruciatus o por el miedo de lo que le haya podido ocurrir a Lily. No podrán tratarlo hasta que despierte y se muestre más tranquilo.
Moody gruñó.
- Black ha sugerido que, quizá, él pueda ayudar a calmarle. Esos dos son un desastre pero igual nos puede ayudar con él. Se entienden como nadie.
- Sí, no veo mal que Sirius le visite. Si alguien puede hacerle razonar, es él –concordó Dumbledore, mirando al joven melancólicamente.
Moody se fijó en su expresión.
- Pareces no estar muy positivo al respecto, Albus.
- No lo estoy –confesó-. No me han dado garantías con la recuperación de Lily. Aún es pronto para saberlo pero la perspectiva es pesimista. Y, sí ella no se recupera, no creo que James lo llegue a hacer del todo. Los perderíamos a ambos.
- No estamos para perder a más gente –advirtió el auror-. Con la ausencia de Bones y Vance, ahora estos dos y los que están en misiones… Y no digamos el hecho de que Caradoc se haya marchado.
- Volverá pronto –aseguró Dumbledore, restándole importancia a eso-. En cuanto consiga localizar a su hija. Pero es cierto que estamos bajo mínimos. Afortunadamente, Elphias me ha comunicado que la misión de Sturgis en Brasil ya está acabando y que pronto le tendremos de vuelta. Nos hace falta.
- Aún somos demasiados pocos, Albus –le recordó el auror-. Voldemort aumenta su ejército de un modo alarmante mientras nuestros números se están reduciendo. Y tener que tener estos cuidados cuando los nuestros caen heridos no ayuda. Nos hace perder el tiempo.
Dumbledore se dedicó a observar a Lily, que tenía todo el hombro izquierdo envuelto en paños de color marrón grisáceo que iban cambiando el tono a medida que la curación iba desarrollándose. Estaba más pálida de lo habitual, lo que hacía que su pelo rojo se viera sin vida. Parecía una niña mucho más joven de lo que era.
- Estoy ultimando los detalles para fijar un lugar al que podamos ir y, en la medida de lo posible, evitar San Mungo –confesó tras unos minutos de silencio-. Tanta visita e ingresos están provocando muchas especulaciones con las que necesito acabar.
- El problema es todo lo que necesitamos para ello –puntualizó Moody-. Tratamientos, material, pociones y, sobre todo, sanadores.
- Me estoy encargando –le aseguró Dumbledore-. Y, de los últimos, estoy considerando una idea. Algo que, quizá, podría acabar con dos problemas de golpe.
El auror le observó pero Dumbledore no dio más detalles. Apartó, por fin, la mirada de Lily Evans y le dedicó una mueca parecida a una sonrisa.
- Trae a Sirius, a ver si consigue calmar a James. Y deséale a Dorcas de mi parte una pronta recuperación. Yo tengo cosas de las que encargarme. A los demás, deja que se vayan a casa pero que extremen las precauciones.
- Por supuesto –Moody encuadró los hombros-. Es lo que siempre digo: Alerta permanente.
En aquel momento, Gisele irrumpió en San Mungo con su nerviosismo habitual y una expresión que revelaba que había recorrido un largo viaje preocupada.
Tardó unos preciosos minutos en encontrar la habitación en la que estaba ingresado su marido. Minutos en los que recorrió a paso rápido los largos pasillos, ganándose curiosas miradas por su atuendo y aspecto desaliñado. Ni siquiera había pasado por casa para cambiarse de su viaje de entre los gigantes.
Cuando llegó a la habitación correcta, su suegro, Edgar Bones, se sobresaltó. Ella le observó. Tenía profundas ojeras, el pelo alborotado y la túnica arrugada. Debía llevar días sin moverse de allí. La miró con sorpresa pero ella apartó la mirada de él para fijarse en Anthony.
Si no le hubieran advertido de su gravedad, creería que estaba dormido. No tenía heridas externas y su cabello castaño, corto y rizoso, se veía limpio y peinado. Habían cuidado bien de él. Pero no había despertado.
- Gis, cómo me alegro que hayas venido –le dijo Edgar, sobresaltándola, pues se había quedado absorta observando a su hijo.
Lentamente, como si temiera asustarla, avanzó hacia ella y le estrechó las manos.
- Dudé sobre si avisarte de su estado. Creía que, quizá, no vendrías.
- Claro que vendría –la voz le salió ronca, producto de la emoción y de llevar días sin apenas usarla-. ¿Dónde está David?
Sus instintos le llevaron a preguntar, lo primero, por su hijo. Edgar le sonrió pero la alegría no le llegó a los ojos.
- Con Regina –le contestó, en referencia a su mujer-. Y, las veces que ella ha estado aquí, lo ha cuidado mi hermana Amelia. El niño está bien. Es fuerte… como su padre.
Se le rompió la voz cuando giró la cabeza para mirar a su hijo, que permanecía en ese estado desde hacía demasiados días. No había cambios, ni evoluciones. Según los sanadores, el letargo podría durar años si no conseguían averiguar la maldición que le golpeó.
Gisele tardó en reaccionar pero, cuando lo hizo, apenas consiguió elevar la voz más que en un susurro.
- ¿Qué os han dicho? ¿Cómo está?
- Los muggles lo llaman estado de coma –le explicó su suegro-. Es un estado de inconsciencia profunda que puede ser persistente. Lleva días sin mejorar pero también sin empeorar. Está… congelado.
- ¿Y qué tratamientos hay? Algo estarán haciendo.
La mirada desolada de Edgar, con los ojos rojos de no dormir, le provocó una gran desolación.
- ¿Nada? –abrió mucho los ojos, sin dar crédito-. No pueden tenerle aquí sin intentar lo que sea, cualquier cosa, para que reaccione.
- No me dan garantías de que vaya a recuperarse –Edgar miró a su hijo con impotencia.
Los dos se giraron a la vez cuando alguien llamó a la puerta. La cabeza canosa, adornada con un puntiagudo sombrero violeta, de Albus Dumbledore se abrió paso.
- Edgar, amigo. Espero no molestar –dijo, un segundo antes de percatarse de la presencia de ella-. Gisele, veo que has vuelto. Me alegro –la joven se limitó a hacer una mueca mientras Dumbledore ingresaba en la habitación-. Necesito hablar con los dos.
- Espero que no sea nada de la Orden, Albus –le advirtió el señor Bones-. Ya sabes que ahora no estoy para nadie.
- Por supuesto. Ni se me ocurriría sacar el tema en estos momentos. Vengo a hablaros de Anthony.
- ¿Le han informado a usted de algo más? –le preguntó Gisele, ansiosa.
Dumbledore cerró con cuidado la puerta para que su conversación se quedara en el ámbito privado.
- Solo me han pedido que hable con vosotros –explicó-. Me han dicho que van un poco a ciegas con Anthony. Y quieren probar algunas cosas para ver si consiguen que reaccione.
- Para –le detuvo Edgar alzando una mano. Gisele le miró extrañada-. Ya sé por dónde vas, Albus. Y no. Ya me han hablado de ello. Se trata de experimentar con mi hijo cosas que no han probado antes, pero no me dan ningún tipo de garantía de que vaya a funcionar.
- ¿De qué habláis? –Gisele les miró a ambos de hito en hito-. ¿Acaso los sanadores han propuesto algún tratamiento alternativo?
Su suegro hizo una mueca de desprecio que no le pegaba a un hombre con un carácter como el suyo.
- Meros experimentos –explicó-. Nada de lo que Anthony necesita. Mi hijo no es un elfo con el que se pueda ensayar una poción. No voy a dar mi consentimiento.
Su tono tajante sorprendió a su nuera, que no estaba tan de acuerdo. Si había una sola posibilidad de sacar a Anthony de ese estado, ¿por qué no aprovecharla?
- Ey, espera, Edgar –le suplicó-. Explícame de qué va. ¿En qué consiste lo que quieren probar? Si no pone en riesgo su salud, quizá no esté mal intentar alguna alternativa.
- No pueden saber si pondrán en riesgo su salud o no.
La voz dura de Edgar no admitía réplicas. En momentos así, contados, Gisele comprendía dónde residía su liderazgo. Imponía e invitaba a callar y obedecerle pero, en este caso, ella no podía limitarse a apartarse. Abrió la boca, dispuesta a replicar pero sin saber cómo proceder. Fue el propio Dumbledore el que volvió a intervenir.
- Pero tampoco saben qué maldición le ha afectado, Edgar. Por eso necesitan experimentar.
- No con la vida de mi hijo –gruñó como toda respuesta.
Pero el anciano profesor no se amilanó.
- La alternativa es que continúe como hasta ahora. Al menos, piénsalo.
Gis observó el intercambio de miradas que estaban protagonizando. La dureza de Edgar frente a la calmada firmeza de Dumbledore. Y ella en medio, sintiendo que tenía que dar su opinión, que ese era su lugar.
- Hay que pensar en lo que querría Tony –recordó, queriendo volver a ponerle a él y a su voluntad en el centro del debate.
Conocía a su marido. Él querría intentarlo todo para volver. No tendría miedo y, desde luego, no preferiría quedarse de forma indefinida como un vegetal por temor a la alternativa. De eso, estaba segura.
- Tú no te metas, Gisele –espetó su suegro, subiendo el tono-. Ya he tomado una decisión.
Esa reacción le hizo fruncir el ceño, como siempre que alguien intentaba ordenarle algo directamente.
- Eso no es justo. Soy su esposa, también tengo algo que decir. Y sé que, si la alternativa es quedarse toda la vida en esta cama, Tony querría arriesgarse.
Edgar la miró con los ojos como platos.
- Esto podría acabar con su vida, ¿no lo entiendes?
- ¿A esto llamas vida? –le preguntó, señalando a Tony, que continuaba tumbado, inerte y ajeno a que se discutiera sobre su vida-. Te repito que, legalmente, yo también tengo derecho a opinar sobre esto. Y creo que deberíamos hablarlo.
Edgar se quedó unos segundos en silencio, enarcando una caja y relajando la cara. Parecía tan seguro de sí mismo que a Gis le provocó un escalofrío, cosa que no había ocurrido cuando lo había enfrentado antes. De repente, se sentía juzgada por él. Una sensación nueva porque sus suegros siempre la habían apoyado mucho, en cualquier circunstancia.
- ¿En serio? –preguntó lentamente Edgar, con un tono hermético pero más distante de lo que le había oído nunca-. Creo que cualquier tribunal médico tendría muy claro que tú no estás para tomar ninguna decisión. No después de lo que te ha ocurrido. No eres capaz de cuidar de tu propio hijo, apenas puedes mantenerte a ti misma y has abandonado a tu familia ante la incapacidad de seguir con tu vida. Así que no estás estable para tomar ninguna decisión que influya en la vida de mi hijo. Te inhabilitaré, si tengo que hacerlo.
A Gisele se le secó la boca ante su declaración. Por el rabillo del ojo vio a Dumbledore fruncir el ceño pero agradeció que no interviniera porque, en ese momento, le temblaron las piernas y se sintió a punto de doblar las rodillas. Era horrible que Edgar usara aquello contra ella, aunque supiera que se debía a la sobreprotección que siempre había sentido por su hijo.
- No puedo creer que hayas dicho eso –las lágrimas no llegaron a sus ojos pero sí hicieron que se le formara un nudo en la garganta.
Se le notó en la voz pero Edgar se mostró impasible. Y ella se sintió ahogada, con necesidad de salir corriendo. Prácticamente lo hizo, sin ser capaz de mirar una vez más a Anthony. Una vez más, solo quería huir, sin importarle nada más. ¿La convertía eso en una persona inestable, como le acusaba Edgar? Quizá tenía razón.
- ¡Gisele! –escuchó a Dumbledore tras ella, que la alcanzó con sorprendente facilidad. Con pocas ganas, se frenó para que le diera alcance y le miró, con ojos secos pero torturados. El anciano entendió perfectamente lo que le pasaba por la cabeza-. No se lo tengas en cuenta. Es un padre asustado. Por supuesto que no hará nada contra ti, sabes que los Bones te adoran.
Ella asintió con la cabeza casi de forma automática. Por supuesto que la adoraban, nunca había tenido dudas sobre ello. Pero Edgar era un padre muy sobreprotector y le creía capaz de cualquier cosa con tal de proteger a su hijo. Por lo que su dilema consistía en ponerse de parte de su suegro o de los sanadores que estaban luchando por sacarle de ese estado. Y, en su opinión, no luchar por la segunda opción era como dejar a Tony abandonado. Y eso ya lo había hecho demasiadas veces. No, esta vez no podría darse la vuelta. Aunque necesitaba reunir fuerzas para luchar.
- Vete a casa a descansar –le recomendó Dumbledore-. Si quieres, mañana te volveré a acompañar para que hables tú misma con los sanadores. No vengas sin mí y así nos evitamos más situaciones desagradables.
Así que, cansada, decidió marcharse hasta el piso en el que había vivido las últimas semanas, sin saber que no había allí amigas a las que recurrir. Grace se encontraba en París y Lily estaba luchando por recuperarse mucho más cerca de lo que ella podría imaginar.
Apenas un par de horas después, Sirius Black entró en San Mungo tras recibir mil instrucciones y consejos, tanto del propio Moody, que era un gruñón irremediable, como de Alice, que estaba genuinamente preocupada por sus amigos.
Él lo había soportado callado y ceñudo porque era la ostia que alguien pretendiese explicarle cómo era el mejor modo de tratar con James Potter en esas circunstancias. Era su mejor amigo, su hermano del alma. Si alguien lo conocía, era él; si alguien sabía cómo se sentía ante las heridas de Lily, era él y, si alguien sabía cómo había que hablarle para calmarle, era él. Vale que él solía ser más irritable que James y era su amigo el que solía saber cómo domar a la bestia pero conocía a James tanto como a sí mismo. Le comprendía mejor que nadie y sabía cómo debía estar sintiéndose, por lo que tenía claro cómo debía actuar para conseguir que fuese más razonable.
Así que, tras un rato en el que tuvo que aguantar su perorata, se marchó hacia el hospital sin apenas haberlos escuchado. Lo que sí siguió a rajatabla fueron las instrucciones de Moody para acceder al área restringida en la que los habían apartado.
Claramente, algo había cambiado en San Mungo desde que habían ingresado a Emmeline y Anthony. De algún modo,ya no podían ir al hospital casi cada semana a tratarse. Alguien sospechaba y Dumbledore había extremado las precauciones, así que no sería él quien levantara la liebre.
Marco Mancinni, ese italiano creído que le había tirado los trastos a Grace en el colegio, le recibió en la sala de espera y, sin mediar palabra, le llevó hasta una sección prohibida donde se reunió con la sanadora de la que el auror le había hablado. Era unos años mayor que él pero aún joven, morena y con las mejillas sonrosadas.
Con un gesto de ella, el italiano volvió sobre sus pasos, dejándolos solos y demostrando que ella estaba al mando.
- ¿Eres la sanadora Jones? –preguntó tras unos segundos de silencio en los que notó cómo le observaba a pesar de que, supuestamente, revisaba unos documentos.
Ella levantó la vista y le miró con sus ojos oscuros. A Sirius no le gustó su expresión. Era demasiado tranquila. Estaba acostumbrado a impresionar solo con su presencia, especialmente a chicas jóvenes, y no solo por su físico si no también por su actitud. Pero la mirada de ella, que le evaluó con aburrimiento y sin interés, le hirió un poco en el orgullo.
- Tú debes ser Sirius Black –le contestó, sin responder a su pregunta. Tras evaluarle, le miró a los ojos con parsimonia-. Dumbledore me dijo que tenías permiso para visitar a Potter. Quiero que te quede claro que no tengo claro que tu presencia aquí sea la mejor porque creo que mi paciente no necesita que le atosiguen.
- Yo no voy a atosigarlo –gruñó Sirius ante esa insinuación-. James es mi mejor amigo y sé cómo tratarlo. Además, me han dicho que se curará más rápido si está despierto y tranquilo, ¿no? Pues para eso estoy yo aquí.
La miró a los ojos, dispuesto a discutir si era necesario, pero, de golpe y sin explicación, ella sonrió.
- Comprobémoslo.
Sin mediar más palabras, se dio la vuelta y le guió por un par de pasillos oscuros y, en apariencia, cerrados desde hacía mucho tiempo. Llegaron enseguida a uno en el que había dos puertas con pequeñas ventanitas en la parte superior. Ella se detuvo en la más cercana a ellos y la abrió.
Sirius miró de reojo la otra, imaginando que allí estaría Lily. Pero él solo tenía permiso para ver a James así que entró rápidamente tras ella y se impresionó demasiado al ver el estado de su amigo. Parecía como si un huracán se hubiera llevado lo poco de la vitalidad que le quedaba cuando que le habían rescatado horas antes. Estaba tendido en la cama, inmóvil, sin parecer en absoluto el hiperactivo James Potter. Su pelo estaba más desordenado que de costumbre, llevaba todo el cuerpo y la cara cubiertos de vendas y múltiples pociones colgaban a ambos lados de su cuerpo y entraban en sus venas mediante brillantes hilos dorados. Daba la impresión de estar al borde de la muerte.
- Parece peor de lo que es –le tranquilizó la sanadora, adivinando sus pensamientos-. No voy a negar que está grave; ha pasado por mucho. Pero se recuperará. Solo tenemos que asegurarnos de que la magia oscura abandone su cuerpo, que cure las heridas muggles y que su mente esté tranquila hasta que haya curado. Por eso, es importante que no se excite.
- Para eso estoy yo aquí –dijo Sirius, después de carraspear para apartarse el nudo que se le había instalado en la garganta. Parecía que lo decía más para sí mismo que para ella.
No le pasó por alto la mirada desconfiada de la sanadora, lo que le irritó.
- Puedes dejarme con él –aseguró, ceñudo-. Le despertaré y le explicaré las cosas. Conmigo se calmará.
La sanadora no se movió y Sirius se giró a mirarla. Estaba seria de nuevo.
- Es importante que no pierda los nervios –le explicó-. Puede ocasionarle daños cerebrales. O agravar los que ya pueda tener.
- Él estará bien, hablé con él cuando le rescatamos y estaba lúcido.
- Esas cosas a veces tardan un tiempo en salir a la luz –atajó ella con resolución-. Tu amigo estaba en shock cuando le sacasteis de allí. Puede que sus daños aún no se hubieran manifestado, como le ocurrió a Evans con su herida. Así que no cantes victoria.
A Sirius, su actitud le estaba sacando de quicio.
- Estará bien –repitió, con los dientes apretados-. Solo necesita calmarse y comprender que debe ser paciente. Le diré que Lily se recuperará y…
- No acostumbro a mentir a mis pacientes –le interrumpió ella.
Sirius frunció el ceño.
- No es mentir. Se pondrá bien.
- No lo sabes. Ninguno podemos saberlo aún. Y, si le aseguras que lo hará y, finalmente, por un motivo u otro, ella muere, todo será peor. Tranquilízale pero sé sincero con él. En todo momento. Creéme, es lo mejor.
Sirius bufó, negándose a creer que era el mejor modo de actuar. Esa tía no conocía a James ni sabía lo muchísimo que necesitaba a Lily. Si le decía que había una posibilidad de que su novia no se recuperara, él iría detrás. No escucharía nada más.
- Si se excita, no puedes permitir que pase un umbral de dolor. Esta poción de aquí mide su estrés cerebral –señaló una bolsa de color morado y particularmente grande que estaba conectada al pecho de James y flotaba al lado de su cabeza-. Es preferible dormirle cuando empiece a pitar o podría tener daños cerebrales severos. Podría quedarse como un vegetal.
El joven se quedó blanco ante esa posibilidad pero ella decidió calmar la situación, con una cálida sonrisa.
- No es lo más probable. Pero, llegados a ese punto, asegúrate de dormirlo. Solo toca con la varita estos tubos y las pociones harán su trabajo –dijo, mostrándole el modo-. Es menos dañino que un desmaius.
Él miró su varita sintiéndose culpable, al recordar que fue ese hechizo con el que él lo había tumbado esa misma mañana, cuando no soltaba a Lily ni dejaba que la atendieran. Ajena a su pesar, la sanadora apuntó a James con la varita.
- Enervate –susurró, despertándole.
James comenzó a pestañear, confuso, y parecía costarle enfocar la vista. Ella se colocó frente a él para mirarle a los ojos y comprobarle las pupilas.
- James, ¿puedes oírme? –le preguntó con voz suave-. Soy la sanadora Jones. Te encuentras en San Mungo.
Él la miró confuso durante un segundo pero, de repente, fue como si algo se activara en su mente.
- ¡LILY! –gritó, comenzando a agitarse y tratando de arrancarse los tubos para levantarse.
La sanadora le sujetó los brazos con una fuerza sorprendente y Sirius intervino antes de que su amigo perdiera tanto los nervios que tuvieran que dormirlo antes de que pudiera hablar con él.
-¡Ey, hermano! Soy yo, Sirius. Escúchame, James, por favor.
Efectivamente, su voz calmó a James, que se quedó quieto y comenzó a buscarle por la habitación entre pestañeos insistentes. Con una ligera sonrisa, Sirius le tendió las gafas que habían dejado en su mesita y James se las puso rápidamente.
- Sirius –susurró, con evidente alivio, cuando enfocó la vista. Luego le miró de un modo que pocas personas habían visto en él: con súplica-. Tienes que ayudarme. ¿Dónde está Lily? ¿Por qué no me dejan verla? ¿Qué está pasando?
Sirius le sujetó un hombro con fuerza.
- Tranquilízate. Te lo explicaré todo pero no me dejarán si sigues pataleando e intentando echar a correr.
La sombra de una sonrisa le cruzó la cara y, aunque no se la contagió a James, pareció darle confianza a su amigo. Viendo su reacción, la sanadora Jones soltó a James y cruzó la habitación, dando un pequeño golpe de apoyo en la espalda a Sirius.
- Estaré en el pasillo, por si me necesitas. Suerte –le susurró.
Él esperó a que la puerta se cerrara para hablarle a su amigo.
- Están tratando a Lily. Creo que está en la habitación de al lado, descansando.
- Ayúdame a llegar allí –le suplicó James, tirando de su mano y mirándole con sus grandes ojos implorantes.
Sirius negó con la cabeza con pesadumbre.
- Estás muy débil, colega. No me dejan ayudarte a salir, los sanadores dicen que debes descansar.
- Joder, Canuto, ¿cuándo hemos hecho caso de las órdenes de nadie? –espetó James, cuya respiración estaba acelerándose al ver que su amigo no quería ser su cómplice.
La poción silbó un poco antes de que Sirius le apretara el hombro y consiguiera calmarle.
- Es por tu bien, Cornamenta –le aseguró-. Me han dicho que, si te excitas antes de tiempo, puedes acabar con el cerebro como un colador. Y estoy seguro de que Lily no querría limpiarte la baba el resto de su vida.
Intentó poner una nota de humor a esa situación porque él mismo sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. James pareció calmarse un poco pero le apretó la mano.
- Lily… ¿Cómo está? ¿Qué le pasó? ¿Por qué se desmayó?
Sirius hizo una mueca. ¿Qué hacer, darle esperanzas o contarle la verdad y decirle que no había nada claro?
- La pelirroja sufrió una maldición en el hombro. Es algo parecido a que la piel se le pudra y se le meta el veneno por dentro. Lo han paralizado antes de que llegara al corazón.
- Pero… –James se veía confuso-. Tú me dijiste que estaba bien. Que no había sufrido ningún daño.
Sirius le soltó, incapaz de seguir mirándolo directamente a los ojos. Se sentó en la silla que estaba al lado de la cama y se frotó la frente.
- Te juro que pensé que estaba bien, hermano. Cuando la sacamos… Lo más que podías decir de ella es que estaba preocupada por ti. No parecía especialmente herida.
Cuando le volvió a mirar, con una súplica enorme en sus humedecidos ojos, temía encontrar acusación en la mirada de James. Pero solo había pena. Su amigo pareció analizarle durante unos segundos.
- ¿Se pondrá bien?
Él se lamió los labios, sin saber qué hacer. Debería tranquilizarle, mentirle y jurarle que sí. Pero ya le había prometido algo ese día que no había podido cumplir. Fallarle otra vez era más de lo que podría soportar.
- No lo sé, Cornamenta –reconoció-. Están haciendo todo lo posible y creen que han llegado a tiempo. Pero, hasta que no despierte, no puede saberse del todo…
James se le quedó mirando, parecía que en shock, hasta que, pesadamente, asintió con la cabeza. Muchas veces, todos olvidaban que James podía ser muy maduro e increíblemente inteligente. Analizando fríamente la situación, seguro que él mismo habría llegado a esa conclusión sin ayuda de nadie.
No le preguntó más durante varios minutos. Ni siquiera se miraron, ambos perdidos en sus pensamientos. Por ello, cuando James volvió a hablar, a Sirius no le sorprendió que su voz estuviera cargada de lágrimas.
- ¿Cómo ha pasado esto, Canuto? ¿Cómo es que no supe ver lo mal que estaba?
¿Verlo, él? Apenas la había tenido en sus brazos durante unos segundos. Era increíble cómo era James. No le culpaba a él por no asegurarse de que Lily estuviera sana y salva y sí se culpaba a sí mismo, que apenas había podido abrazarla. El complejo de héroe y de responsabilidad de su amigo era demasiado grande.
- Ella no lo parecía, James –le recordó él, también tratando de disculparse a sí mismo-. Creo que ni ella misma notó cuándo le dio la maldición. Creo que Lily estaba tan centrada en llegar a ti, en sacarte de allí, que ni siquiera sintió el golpe.
James asintió pensativamente, mientras miraba el techo. Una lágrima rebelde cayó por su mejilla, mostrando su debilidad. Con él, nunca había tenido problemas en dejarse ver vulnerable.
- No puede morir –dijo, con la voz tomada-. Te juro que…
- No morirá –le interrumpió Sirius, poniéndose en pie y mandando al traste la prudencia que le había pedido la sanadora-. Te lo juro, Cornamenta. Algo me lo dice. Es la mujer más fuerte y valiente que he conocido. Se recuperará.
Pero James no parecía haberle oído.
- Puedo morirme sin ella, Sirius –continuó-. Creo que lo haré.
Y para Sirius, verle tan calmado y derrotado fue mucho peor que si le hubiese visto nervioso y tratando de arrancarse los tubos con violencia. Parecía haber aceptado con demasiada calma que era muy probable que Lily muriese y, por lo tanto, que él le seguiría.
Ese derrotismo no le pegaba en absoluto. Ese no era James Potter. Y Sirius Black tenía que hacer algo al respecto.
Gisele acudió al cuartel de la Orden del Fénix cuando encontró el piso de sus amigas vacío y los aurores de la entrada le advirtieron de que llevaban horas sin ver a Lily y varios días sin saber de Grace. Seguro que había alguna misión de por medio y la pelirroja debería estar en el cuartel porque no la había visto haciendo la ruta en San Mungo.
Pero, al llegar allí, allí solo quedaba Alice, que la recibió con gran sorpresa.
- No te esperaba –confesó, cuando la dejó pasar-. Pensé que estabas en el extranjero.
Gis miró alrededor, ya que el cuartel parecía más desordenado que de costumbre. Había mucho polvo y barro por el suelo y los muebles y los enseres de sanación estaban esparcidos y sin recoger. De hecho, una papelera del fondo contenía trozos de vendas ensangrentados que la alarmó sobre manera.
- Me avisaron de que Tony está ingresado. ¿Qué ha pasado, ha habido una batalla?
- ¿No te han dicho nada? –preguntó la aurora con precaución.
Gisele no se percató de que estaba preparando el terreno para contarle lo ocurrido.
- Solo he tenido tiempo de ir a San Mungo y, luego, me he pasado por el piso donde me han dicho que Grace lleva días sin aparecer y que hace horas que no saben nada de Lily.
- Grace ha tenido que volver a París –le explicó Alice, con cautela.
Gis la miró por fin, frunciendo el ceño.
- ¿Y Lily?
La aurora la miró con pena.
- Ha pasado algo grave…
En pocas palabras le explicó la situación con tacto, aunque no sirvió de mucho porque Gisele se alteró igualmente. Con mucha paciencia, Alice consiguió calmarla.
- Tengo que ir a San Mungo –dijo al cabo de un rato.
- Dumbledore nos lo ha prohibido a todos –le advirtió la aurora-. Solo ha dado permiso a Sirius para que trate de calmar a James. Teme que alguien esté vigilando nuestras entradas y salidas de San Mungo, así que debemos ser cautos.
Gisele asintió, pensativa. Así que por eso Dumbledore la había mandado a casa y le había dicho que no volviera allí sin su compañía. No podría haber imaginado, entonces, que tres compañeros más de la Orden se encontraban en San Mungo en aquel momento. James y Lily… Era como si todo se hubiese vuelto del revés en su ausencia.
Se dejó caer en un sillón con cansancio. No sabía qué hacer. No se sentía capaz de volver al piso después de saber dónde y cómo estaba Lily. Y no tenía más lugares a los que ir. El impulso le pedía ir a ver a su hijo pero supo que, dadas las circunstancias, no sería una visita amable. Regina la aceptaría en casa, por supuesto, pero seguro que pensaba igual que su marido sobre el tratamiento de Tony y ambas acabarían discutiendo.
Así que decidió quedarse en el cuartel, hasta nueva orden.
- Deberías irte a casa, Alice –le dijo a su compañera, tras un rato de silencio-. Habéis tenido un día duro. Yo me quedaré.
La aurora se había dejado caer en otra silla y miraba el horizonte perdida. Parecía ilesa pero la piel le brillaba de poción cicatrizante. Era muy difícil que hubiese salido intacta de un enfrentamiento como el que le había descrito.
- No puedo –murmuró, al cabo de un rato-. Estoy de guardia. De todas formas, Frank está arreglando cosas en el Ministerio y no me siento capaz de ir a casa yo sola. Creo que no podré volver a cerrar los ojos sin ver a ese cabrón…
A Gisele se le puso la carne de gallina cuando recordó que le había contado que había mandado secuestrar a James y Lily expresamente. Y que ella misma le había enfrentado directamente. Era aterrador. Ella no podía ni imaginarlo.
- No es la primera vez que te enfrentas cara a cara con él, ¿no? –le preguntó en voz baja, pues recordaba, al menos, un episodio similar el año anterior.
Alice negó pensativamente con la cabeza.
- No, es la segunda. Pero cada vez es peor. Cada vez parece más loco, menos humano. Es aterrador.
Ella no lo dudaba. Ni siquiera podía imaginarse a sí misma enfrentándolo directamente. El estómago se le encogía de miedo al imaginar la sensación de estar directamente a merced de su varita. De hecho, creía que su imagen la perseguiría en sueños a ella también, solo de pensar en lo que había vivido su compañera.
Estaba perdida en sus pensamientos, preguntándose cómo estarían James y Lily, cuando la voz de Alice le tomó por sorpresa.
- Gisele, llevo semanas queriendo hablar contigo –la miró y, poco a poco, se incorporó para sentarse a su lado. Parecía un tema serio. Alice suspiró y le cogió la mano, con esa calidez con la que trataba a todo el mundo-. Es algo un poco delicado. Lo encontramos el día que casi matan a Sirius y, con todo eso, se nos pasó. Luego, Frank y yo hemos hablado mucho sobre si deberías saberlo. Pero yo opino que sí.
- ¿A qué te refieres? –prestándole más atención.
Alice la miró con cautela.
- Encontramos un documento en ese almacén. Algo que podría estar relacionado con… lo que te hicieron. Y creo que podría interesarse.
Las alarmas se activaron en su mente, como si algo muy peligroso estuviese, de golpe, detrás de ella, resoplándole en la oreja. Se tensó, se puso alerta y miró a la aurora con el miedo escrito en los ojos. Pero, a pesar de todo, una voz, la misma que llevaba meses gritando por justicia, le vociferó al oído que pusiese atención a la nueva pista que le llevaría a su venganza.
En unas pocas horas, todas las ventajas con las que los mortífagos habían cercado a la Orden del Fénix se habían desmoronado.
Todos habían salido vivos. Todos. Incluso esos dos críos con los que el Señor Oscuro estaba comenzando a obsesionarse por su buena suerte y su interés en meterse donde no les llamaban.
Lord Voldemort no entendía qué ocurría con James Potter y Lily Evans y por qué era la tercera vez que se escapaban de entre sus garras. Primero, habían rescatado in extremis a ese escuálido muchacho apenas un año antes, después habían conseguido huir de los mortífagos a los que había mandado reclutarlos y, ahora, habían escapado de un modo casi milagroso.
Por no hablar de sus compañeros que, para ser tan pocos, eran realmente molestos. Los aurores habían conseguido frenarle lo suficiente como para que los demás los sacaran. ¡A él! ¡El mago que había encontrado, incluso, el modo de vencer a la muerte! Moody y los Longbottom lo pagarían caro…
Pero, antes, dedicó el resto de ese día a aleccionar a sus mortífagos para que aprendieran a no fallar en una misión tan importante.
Se ensañó durante horas, disfrutando especialmente de humillar a los hermanos Lestrange, que habían demostrado ser tan inútiles como todos los demás. No podía perdonarlos que se hubieran dejado vencer, precisamente en el mismo día en el que él había culminado su labor para protegerse de la muerte.
A Regulus Black no lo torturó. Lo había asustado esa mañana pero, ese día, el muchacho le había sido útil. El elfo había cumplido con su labor perfectamente. Aunque había odiado sus gimoteos cuando bebió la poción. Le había recordado demasiado a sus noches en el orfanato, rodeado de niños llorones y se había alegrado de dejarle atrás por fin.
Algunos de baja escala también se habían librado de la mayor parte de la tortura, aunque ninguno pudo eludir un cruciatus o dos. Era el caso de Severus Snape que, aunque sí había acudido a la misión, al contrario que Regulus, no había sufrido en gran castigo.
A pesar del dolor, él no lo notaba por estar centrado en su humillación. De nuevo. Por parte de Potter y Black. Otra vez, había quedado como un pelele frente a ellos. Un desgraciado que deja que le maldigan por la espalda y que le dejen paralizado y pisoteado. Para el colmo, le había derribado el inútil de Pettigrew. No podía haber más humillación.
Estaba furioso, masticando sus deseos de venganza incumplidos. Había estado tan cerca de acabar con ellos, había visto el miedo en sus ojos. A su lado, Regulus parecía igual de silencioso y metido en su mundo que él.
- Entonces, ¿los de la Orden salieron todos con vida? –le preguntó el joven Black al cabo de un rato.
Severus gruñó.
- Sí, todos. A Potter lo sacó el desgraciado de tu hermano. No podía casi ni andar solo pero, aun así, se nos escapó de entre los dedos.
Estaba tan ofuscado que no se percató de la sonrisa de alivio de Regulus al saber que Sirius había salido sano y salvo de allí.
- Bella no ha aparecido en todo el día –comentó, preguntándose si habría seguido los mismos pasos que su marido, a quien habían oído gritar desde el otro lado de la guarida.
- Estará rindiendo cuentas –auguró Wilkes, también cerca de ellos y con un profundo corte atravesándole la cara-. Fue su información la que llevó a capturarlos, así que era la principal responsable del operativo.
Eso captó la atención de Severus, que no había conseguido averiguar cómo había llegado Lily a parar a ese lugar.
- ¿Cómo lo hizo? –preguntó con fingida indiferencia.
Wilkes se encogió de hombros.
- Le oí comentar a Rodolphus algo de que siguió a la sangre sucia –comentó Gibbon, que estaba al lado de su compañero-. Hubo alguien que la llevó hasta ella y la vio investigando cosas que no debía. Por eso, decidieron llevársela. Y, ahora, hemos perdido la oportunidad de saber qué estaba tratando de averiguar.
- ¿No dijo nada? –preguntó Regulus sin apenas interés.
- Nada. Y mira que Bellatrix hizo gritar a Potter con toda la intención de amedrentarla.
Severus se contentó con que a Lily no le debía importar tanto Potter si dejaba que le torturaran antes que dar la información que le estaban pidiendo. Pero dejó de seguir el hilo de la conversación porque se centró en quien había dado la voz de aviso. ¿Quién podría haberle dado a Bellatrix la pista sobre Lily? ¿Quién sería tan cabrón, tan retorcido y tan absolutamente inútil que…? Hasta que lo entendió. Era él. Él había pasado semanas siguiéndola, observándola desde lejos. Desde esa primera vez que había coincidido con ella en el Callejón Knockturn. Ni siquiera se había detenido a pensar que estaba investigando algo. Solo quería observarla desde lejos y asegurarse de que estaba bien. Pero, obviamente, alguien le había seguido a él y eso había puesto a Bellatrix en la pista de Lily. No sabía por qué iban a seguirlo sus propios compañeros pero eso no le importó en ese momento.
Saber que era el responsable final de que hubieran atrapado a Lily le retorció el estómago pero, al menos, se había asegurado de que había salido de allí ilesa.
- … Pagarán lo suyo. No han quedado tan ilesos como ellos creían –escuchó que la conversación había seguido.
Pestañeó, perdido. Wilkes y Gibbon seguían hablando, bastante animados para lo maltrechos que habían quedado tras el castigo. Black, igual que él, parecía haberse perdido en sus pensamientos.
- Sobrevivirán –auguró Wilkes con una mueca-. Esos dos parecen asquerosamente inmortales. ¿Recuerdas el año pasado? Ni siquiera los elementos les tocaban. Tienen la suerte pegada al culo.
- No eternamente –repuso Gibbon, a quien Severus vio extrañamente contento-. Ya has oído a Malfoy, sus fuentes en San Mungo le han chivado que Dumbledore ha ingresado hoy a dos personas que coinciden con su descripción. El viejo los ha llevado directamente al hospital, así que deben estar graves.
- O no. Quizá solo quiere asegurarse de que salen vivos. Tampoco es como si le lloviesen los colaboradores. Ya te digo que los vi a los dos salir por sus pies del castillo.
- Potter estaba jodido –interrumpió Severus, recordando con placer el estado de su enemigo-. Si no fuera porque Black le ayudaba a andar, no lo habría conseguido.
- ¿Ves? –Gibbon palmeó a Willkes en la espalda-. Con suerte, el soberbio de Potter termina de morir y eso alegrará al Señor Oscuro.
- Él los quería vivos, para interrogarlos –recordó Wilkes-. Y el hecho de que la sangre sucia y el traidor se mueran sin haberlo conseguido es un fallo nuestro.
- Ella no morirá –se le escapó a Severus con vehemencia.
Los dos hombres le miraron con sorpresa y él se apresuró a explicarlo.
- Quiero decir, que la vi salir bastante antes que a Potter. Tenía buen aspecto, se veía ilesa.
Wilkes se encogió de hombros pero Gibbon alzó la mano, dispuesto a soltar la bomba.
- Ah, pero, según me ha dicho Malfoy, los sanadores que tenemos infiltrados le han revelado que esa sangre sucia llegó muy grave al hospital. Al parecer, le habían acertado con una maldición antigua y poco usada. A estas alturas, su cuerpo ya debe estar camino de la descomposición.
La preocupación tensó los músculos de Severus, que trató de fingir delante de sus compañeros. ¿Cómo era posible? No, tenía que ser falso. Lily estaba bien cuando salió de la celda. Él la vio. No había sufrido ninguna maldición antigua. Debían referirse a otra bruja.
Pero la frase sobre un cuerpo en descomposición le daba vueltas por la cabeza sin parar. Porque, de repente, se recordó a sí mismo lanzando una maldición similar. Ni siquiera sabía a ciencia cierta qué producía pero la había leído en un viejo manual de magia negra y la había lanzado contra ese presuntuoso de la Orden con toda la intención de hacerle el mayor daño posible.
Aunque no le había dado, recordó. No, la maldición había pasado de largo y se había perdido por las escaleras…
De repente, el aire en esa vieja guarida era más viciado y le costaba respirar. Tenía ganas de salir corriendo y de tirarse del pelo. Era imposible que Lily hubiera sido afectada por esa maldición. No podía tener tan mala suerte como para ser él el responsable de tenerla al borde de la muerte.
Miró alrededor, confiando en no mostrar el miedo que estaba sufriendo. Parecía que nadie se había dado cuenta de su cambio de expresión. Nadie, excepto Regulus Black, que le miraba con una ceja enarcada. Severus no supo captar su expresión. Y él estaba demasiado ocupado como
Regulus regresó tarde esa noche a casa.
Estaba absorto, pensando en los acontecimientos de ese día. Él había estado alejado, ajeno. Pero últimamente sentía que todo le salpicaba.
Esperaba haber podido esconder su alivio al comprobar que Sirius había salido vivo de esa trampa mortal. Lo que se que le ocurriera a su amigo Potter o a los demás, lo cierto era que le daba igual. Pero seguía sintiendo una fuerte conexión con su hermano, especialmente después de comprobar que había tenido razón en muchas de las cosas que habían discutido en los últimos años.
Entró con cuidado en el salón, asegurándose de no despertar a su madre, que debía llevar horas acostada. Le sorprendió el frío que había instalado en los pasillos y la oscuridad que le acogió al entrar en casa, pero no hizo caso y lo solucionó con un golpe de varita.
Kreacher debía haberse descuidado después de haber cumplido con la misión que le había encomendado el Señor Oscuro. Él tenía curiosidad por saber en qué habría consistido pero decidió dejar descansar al elfo y ya lo interrogaría al día siguiente.
Él tenía demasiadas cosas en la cabeza. Se sentó pesadamente en el sillón de su padre y miró la enorme biblioteca en silencio acariciando, sin darse cuenta, el guardapelo que Grace le había regalado el año anterior.
Habían pasado tantas cosas desde entonces… Se sentía abrumado y agobiado. Atrapado en medio de dos fuegos. Sentía que toda su vida le había arrastrado a ese momento, a una guerra sin cuartel. A una barricada en la que, en el fondo, nunca quiso estar. Cada vez todo tenía menos sentido. Las luchas, las batallas, las muertes…
Se sentía como un ciego que recupera la vista y un mundo oscuro y siniestro se cierne sobre él. ¿De qué le servía haber abierto los ojos si la realidad era tan aterradora? Se sentía perdido y solo. Demasiado solo. Y solo quería sobrevivir, aunque no sabía cómo hacerlo. No podía salir de allí, no había escapatoria, no tenía opción de huir a ningún lado porque no había bando que le ofreciera seguridad. Era como si las paredes de su vida cada vez se fueran haciendo más pequeñas y le apretarán más y más el corazón hasta el punto de reventárselo. Sentía esa opresión en ese mismo momento, en su pecho.
Un ruido en la cocina le sacó de sus pensamientos. Sería Kreacher, aunque pensaba que estaba descansando. Otro ruido le hizo fruncir el ceño y apretar la varita. Se levantó y se dirigió hacia allí, con actitud defensiva.
Al entrar, la imagen le congeló en la puerta de la cocina.
- ¿Kreacher?
El elfo estaba en su alacena, luchando por colarse aún más adentro, agitándose sin control y removiendo, sin querer, un montón de cacerolas y sartenes en su histérico intento por escapar de algo que solo debía ver él mismo. Se veía nervioso y parecía aterrado.
Regulus se agachó a su lado, mientras las orejas del elfo se agitaban con furia y escondía la cara de él.
- Kreacher, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
El elfo gimió. Regulus se preocupó aún más.
- Kreacher –Regulus alargó la mano para tocarlo-. ¿Qué te ha hecho? ¿Qué ha ocurrido?
- El amo… el amo Regulus le ordenó a Kreacher regresar –gimió el elfo con voz temblorosa-. El amo le ordenó regresar y Kreacher ha vuelto a casa.
No paraba de repetirlo y parecía incapaz de decir nada más. Regulus le miró con los ojos abiertos de par en par, preguntándose qué le habría hecho Voldemort para tenerle en ese estado. El Señor Oscuro parecía haber estado complacido con él cuando volvió de la misión. No entendía nada.
Trató de ser paciente y afectuoso. Su elfo no parecía ser capaz de reaccionar.
- Así es, estás en casa. Estás a salvo, Kreacher –trató de tranquilizarle-. Amigo, cuéntamelo todo, por favor. No pasará nada, te lo prometo. Nadie va a castigarte. No ha hecho nada malo.
El elfo tardó un tato en calmarse lo suficiente como para poder relatar todo lo que había ocurrido. Lo que le contó, terminó de cambiar a Regulus radicalmente. Esa misma noche su vida fue afectada para siempre.
Tres días después, James recibió el permiso de las sanadoras para moverse por su habitación y, al día siguiente, le permitieron visitar a Lily, siempre y cuando se mantuviera calmado y no armara ningún escándalo.
Había sido difícil contenerle durante esos días pero Sirius apenas se había separado de él y, por una vez, se había comportado como el amigo sereno y no le había dejado derrumbarse mientras las noticias sobre el estado de Lily seguían sin cambiar.
Su pelirroja no había empeorado pero tampoco había tenido mejoras sustantivas en su salud. Las sanadoras se veían expectantes pero no habían querido adelantarle si eso era muy negativo o no. De hecho, no le decían nada sobre su novia. Las había visto hablar en susurros con Dumbledore a través de la ventana de su cuarto, las dos veces que éste se había pasado a verlos.
Pero el antiguo profesor tampoco soltaba prenda. Le había sonreído como siempre y le había palmeado la espalda, pidiéndole paciencia. James le habría mandado a la mierda si no le tuviera tanto respeto.
Sirius, que prácticamente se había mudado a su habitación, le acompañó cuando fue a visitar a Lily esa mañana, bajo la atenta mirada de la sanadora Jones, que les abrió paso. Ella le pidió que mantuviera la compostura, con esa sonrisa tan tranquilizadora que tenía y que molestaba un poco a James, porque más de una vez le había impedido ser más desagradable con ella por no dejarle ir a ver a Lily. Era irritante pero no podía ser borde con alguien tan amable. Sirius le había confesado que a él también le molestaba un poco.
- Podéis quedaros con ella un rato pero, si tocáis algo, os tendré que echar –les advirtió, abriendo la puerta de la habitación.
- No vamos a hacerle daño –gruñó Sirius, en plan cascarrabias.
James no dijo nada, pendiente de ver, por primera vez en días, a su novia. Estaba tumbada en su cama, con la piel algo amarillenta pero, en apariencia, ilesa. Las heridas externas habían sanado. Los huesos de la cara se le marcaban un poco, al igual que los de la clavícula. Lily siempre había sido muy delgada pero debía haber perdido varios kilos en los últimos días.
- ¿Por qué tiene ese color? –preguntó Sirius mientras él seguía observando con cuidado sus facciones.
- Es por las pociones y los hechizos curativos –explicó la sanadora-. La maldición quema la piel por dentro y come la carne. Va desde dentro hacia fuera. Es muy antigua y hace muchos años que no había un caso como este pero, afortunadamente, yo me he especializado en la curación de la magia negra milenaria. Por eso, el profesor Dumbledore ha contado conmigo.
James la miró al saber esto.
- ¿La curarás, verdad? Del todo, me refiero.
La sanadora le miró con comprensión pero, una vez más, se negó a hacerle ninguna promesa.
-Lo estoy intentando, James. Por lo que me habéis contado, Lily es una bruja muy fuerte. Así que las dos lucharemos duro para que salga de esta.
Él frunció el ceño, insatisfecho por su respuesta ambigua. Miró de nuevo a su novia que, con su pelo rojo extendido sobre la almohada, parecía una princesa dormida a la espera de ser despertada con un beso. Sus labios, gruesos y jugosos, estaban resecos y se veían pálidos. Las pecas de su nariz eran más visibles que nunca. Y su extensa capa de pestañas se posaban en sus mejillas, ocultando de su vista sus preciosos ojos verdes.
Los echaba de menos. Todo de ella. Su sonrisa cariñosa, sus caricias, el tono de su voz. Cómo fruncía los labios cuando se enfadaba por una tontería que él había hecho y como se movía su flequillo cuando bufaba al darle por imposible.
Casi de forma automática, esquivó la mesita en la que había una gran cantidad de pociones de diferentes colores, y se sentó a su lado, tomando tiernamente su mano.
- Está muy delgada –escuchó a Sirius apreciar con preocupación detrás de él.
- La maldición consume la carne, así que ha perdido una gran cantidad de masa muscular. Si despierta, tendrá que recuperarla ella misma a base de ejercicio. Pero, al menos, la carne que queda está sana.
A James le dieron ganas de gritarle ante su apunte, del que no se olvidaba nunca. "Si despierta". No había forma de arrancarle una promesa o un compromiso. Se había cuidado en todo momento de dejar claro que todas las opciones estaban abiertas. Incluso perderla para siempre.
Él la había gritado ya demasiadas veces, mientras la sanadora se mantenía calmada y le miraba con tranquilidad y comprensión. Si no hubiera sido por Sirius, quizá incluso habría tratado de echar mano de la varita para hechizarla. Tal era su desesperación. Pero su mejor amigo le había mantenido los pies en el suelo y no le había permitido caer.
- James, doña sonrisitas tampoco me cae muy bien a mí –le había confesado hacía un par de días, después de que la sanadora les dejara solos tras ser él especialmente cruel-. Pero, si quieres que en algún momento te dejen ir a ver a Lily, vas a tener que calmarte y demostrar que sabes controlarte.
Él no atendía a razones.
- Ha dicho que no hay nada seguro, Canuto. ¡Lily aún puede morirse!
- Vamos, Cornamenta –visiblemente desesperado, Sirius se sentó en la cama a su lado-. Ella tiene que plantearse todas las opciones y ponerse en el peor escenario posible. Por si acaso. Pero no conoce a nuestra pelirroja tanto como tú y yo. No sabe que ella puede con todo.
- Pero, joder, ¿por qué no me deja verla, Sirius? Solo quiero abrazarla…
La voz se le había roto al pensar en su novia, frágil y moribunda a tan solo unos metros de él. Y sola, sin tener a nadie a su lado que la trajera de vuelta.
- Deja pasar un par de días –le recomendó Sirius, tras unos segundos de silencio-. Quizá Jones solo necesita ver que puedes calmarte. De todas formas, tú aún tienes pinta de ficha de ajedrez machacada, colega.
- Me da igual. Solo quiero verla… estar con ella.
Habían sido unos días interminables en los que no había pegado ojo, demasiado pendiente de las idas y venidas que se oían desde el pasillo. Solo quería captar alguna conversación en la que se dijera la verdad sobre el estado de Lily. Estaba desesperado y obsesionado.
- Jamie, tienes que animarte –le suplicó Sirius el día anterior cuando llegó a San Mungo, con un tono en el que se percibía que estaba controlándose por no agitarle como a un zumo de calabaza-. Tienes cada vez peor cara y se supone que te estás curando.
Pero él, que se había pasado la mañana suplicando a la sanadora y al propio Marco Mancinni que le dejaran ver a Lily, estaba hundido.
- Hoy tampoco me dejan verla –le contó-. No sé nada, no oigo nada. Tengo ganas de echar la pared abajo. ¿Tú la has visto? ¿Te han dejado entrar?
Sirius negó con la cabeza, con tristeza.
- No, colega. Pero me han dicho que sigue parecida.
James se llevó las manos a la cabeza, desesperado. Sirius odiaba verlo así. Le hubiera pegado un puñetazo para hacerle reaccionar si creyera que eso funcionaria. Pero no era así. James solo espabilaría si veía a Lily.
- Vamos, hermano, anímate. Si no ven que te ayudo, no me dejarán seguir viniendo a verte.
James no dijo nada. Sirius chasqueó la lengua y siguió intentándolo.
- He pasado por casa de tus padres. Tenía que calmarlos para que, después de tanto días, no se temieran lo peor y se plantaran aquí. Aunque no tengo tan claro que me hayan creído la trola que me he inventado. ¿Qué te parece si le pido ayuda a Frank? A él lo respetan.
James, que creía haber oído voces en el pasillo, lo ignoró. Ante esto, su mejor amigo metió una mano en su bolsillo y sacó una pequeña cajita que le extendió.
- Mira lo que te he traído –se la puso encima de la mano.
Eso hizo reaccionar a James.
- ¿Qué coño…? ¿De dónde lo has sacado? –preguntó, reconociendo la cajita.
- De tu cuarto, idiota. Ahí lo dejaste tú. Supongo que con tanta discusión no querrías tenerlo todo el día encima.
Eso entristeció a James, cuya mirada se perdió en la pequeña cajita en la que guardaba el anillo de su madre. Durante unas semanas, lo llevó encima con la esperanza de encontrar el momento adecuado. Pero, después, Lily y él empezaron a tener problemas y discusiones y decidió que aquel era un lastre que les estaba gafando. Así que lo guardó en su cuarto, sin volver a acordarse de él.
No sabía cómo Sirius había dado con el anillo pero verlo significó para él un enorme revés. Le recordaba todas las oportunidades perdidas durante ese verano para aprovechar el tiempo con Lily y decirle cuánto la quería.
- He sido muy gilipollas últimamente –le reconoció a su amigo, abriendo la cajita y observando el antiguo anillo-. Tanta pelea absurda con Lily por tonterías. Y, si ahora la pierdo, nunca sabrá que solo quiero pasar mi vida con ella.
- Pues no pierdas el tiempo –le recomendó Sirius, el mismo al que le aterraba el compromiso-. En cuanto se despierte, pídeselo y no esperéis más.
- Si se despierta, ya has oído a Jones.
- Lo hará. Aún tiene que reformar al mismísimo James Potter y ya sabes que Lily no ha perdido nunca la oportunidad de meterte en cintura.
Y ahí se encontraba ahora, frente a ella. Viéndola inerte y sintiendo que el tiempo se les escapaba de entre los dedos.
- Cornamenta, te dejo un rato con ella a solas –le dijo Sirius, sobresaltándole, pues se había olvidado de su presencia.
Su amigo le miró con comprensión y le apretó un hombro al pasar.
- Esperaré fuera.
Cuando se cerró la puerta tras él, James acercó más la silla a la cama y apretó su mano, pálida, suave y fría. La llevó a su cara y recorrió con sus dedos la barba de dos días que le había salido. Casi tenía la esperanza de que eso hiciera reaccionar a su novia y se despertara para exigirle que se afeitara, como solía hacer cuando la despertaba con besos, pinchándole en el cuello.
Pero Lily siguió con los ojos cerrados, ignorante de que él estaba a su lado.
Volvió a verla esa noche. La sanadora Jones no le había permitido regresar a su habitación por la tarde y Sirius se había quedado con él hasta después de cenar. Pero, en cuanto el pasillo estuvo vacío, probó a comprobar el cerrojo de su cuarto y se alegró de ver que estaba abierto.
Recorrió de puntillas el escaso metro que separaba ambas puertas y probó, en silencio, la cerradura del cuarto de Lily. La puerta se abrió con un ligero clic. Era la primera vez que ambas puertas estaban abiertas, así que se alegró de comprobar que el guiño que le hizo Marco Mancinni cuando se despidió de él esa noche no se lo había imaginado. Ese italiano era más enrollado de lo que Sirius quería admitir.
Cuando entró en la habitación, ésta estaba en penumbra, apenas iluminada por un candelabro que estaba colocado en una de las mesitas del cabecero de la cama. Lily no se había movido nada.
- Hola princesa –susurró, sentándose a su lado-. Perdona por no haber venido a verte estos días. Esa bruja con sonrisa cándida me tiene muy vigilado.
De nuevo cogió su mano y besó, una a una, la punta de sus dedos. La miró, atento a cada posible gesto o cualquier cambio en su cara.
- Lily, necesito que te despiertes –le suplicó, con voz rota-. No te haces idea de lo mucho que te necesito.
Pero ella no le hizo caso. Seguía igual.
James la observaba de forma obsesiva, recordando cada momento de su cautiverio. Había soportado con estoicidad las torturas solo porque se las estaban infligiendo a él y no a ella. La única vez que la había oído gritar de dolor había sido tan insoportables que hubiera vendido a sus propios padres con tal de ponerla a salvo.
- ¿Cómo es que estás tú así, Lils? –sus ojos se humedecieron y pasó la mirada por las vendas que cubrían su carne quemada-. Lo único bueno de ese cautiverio era que se estaban cebando conmigo. Que no era a ti a quien hacían daño. ¿Por qué yo estoy aquí, despierto, y tú estás atrapada ahí dentro? ¿Qué es lo que he hecho mal? ¿En qué te he fallado?
Apretó más su mano y enterró la cabeza en su estómago, aspirando su olor afrutado, que sobrevivía por encima del de las pociones.
- No puedes morirte, Lily –le suplicó con desesperación contra la manta, donde sus palabras quedaron silenciadas-. Yo soy el alocado. Soy yo el que tendría que estar en una cama por una maldición tan asquerosa, mientras tú me echarías la bronca por ser tan imprudente. Por favor, cariño, no te mueras.
La apretaba tan fuerte la mano que debería haberle dolido. Si hubiera estado despierta.
Cuando se sentó sobre sus piernas para estar más cerca de ella, algo le incomodó en el muslo. Era la cajita del anillo, que seguía en el bolsillo de su túnica. Sin soltar la mano de Lily, la sacó y la miró pensativamente.
- Tendría que haberte dado esto hace mucho tiempo –le dijo a su inconsciente novia mientras abría la cajita y observaba el anillo-. Se lo pedí a mamá en Navidades. No debería haberme pensado tanto las cosas. ¿Cuándo he hecho yo eso, alguna vez? He dejado que el miedo se apodere de mí y me bloqueara. Y, ahora…
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y James se odiaba a sí mismo, pero más al destino por estar arrebatándole a su Lily. Sin pensárselo, sacó el anillo de la caja y se lo colocó a Lily en la mano que aún le sostenía. Le cabía perfecto, parecía hecho para ella.
- En realidad, siempre ha sido tuyo, pelirroja. Igual que mi corazón –le confesó, besándole la palma de la mano-. Pero vas a tener que despertar para poder reclamarlo todo. ¿Lo prometes?
Pero Lily siguió sin reaccionar.
No supo cuándo se quedó dormido. Parecía que habían pasado apenas unos minutos cuando un ligero movimiento lo despertó de golpe.
Su cabeza había estado apoyada en la cama de Lily y seguía tomándole la mano. Apartándose el pelo de la cara, se acercó a ella y la miró, pero ella seguía inconsciente, imperturbable, en la misma postura que la noche anterior.
Decepcionado, James se llevó una mano al dolorido cuello y miró a su alrededor. El pequeño brillo del sol que anunciaba el amanecer se colaba por la pequeña ventana enrejada que había al otro lado de la estancia. Eso suponía que habían pasado varias horas desde que se había dormido. Pronto tendría que marcharse, aunque no quería abandonarla.
- Mmmm…
El sonido le hizo girarse de nuevo y el corazón le latió a mil por hora al ver que su novia su movía y, lentamente, comenzaba a pestañear, molesta por la luz que se colaba en su habitación.
- Lils –rápidamente volvió a su lado y la tomó la mano, acariciándole toda la cara.
A ella le costó unos segundos pero pareció por fin enfocarlo. Y sonrió.
- Ey…
Le reconocía. No sabía a dónde habían llegado los daños pero estaba consciente y le reconocía. James se sentía lleno de dicha.
- ¿Estás bien? –le preguntó, mirándola obsesivamente de arriba abajo. Se incorporó-. Voy a llamar a la sanadora.
Pero ella lo retuvo, sujetando fuerte su mano.
- Espera –le suplicó con voz pastosa. James volvió a acercarse para acariciarle las mejillas, la nariz y los labios. Ella le miraba intensamente a través de sus cansados y enrojecidos ojos verdes-. Déjame memorizar tu cara.
Parecía tan perdida… Se sintió enormemente preocupado.
- ¿Seguro que estás bien?
Pero Lily volvió a sonreír, levantando con dificultad su brazo para apartarle el pelo de la cara.
- Te quiero tanto –le dijo. Sus ojos comenzaron a humedecerse y se pasó la lengua por los labios resecos-. Por favor, prométeme que no creerás que jamás pondría a ninguna misión ni causa por encima de ti.
James se echó a reír. Era inevitable. Volvía casi de la muerte después de varios días y estaba preocupada por algo tan absurdo.
- Preciosa, yo jamás creería eso. Tienes que disculparme tú por no haber sabido protegerte.
- Nos cogieron por mi culpa. Soy yo quien te tiene que pedir perdón.
- No digas tonterías –la besó la mano con fervor y, de repente, se dio cuenta de que ella aún tenía el anillo puesto.
Las mejillas de James se sonrojaron y trató de disimular pero la mirada de Lily también se dirigió a sus dedos, donde había colocado un lujoso anillo de oro blanco coronado por una piedra preciosa.
La pelirroja abrió la boca.
- ¿Y esto?
James se quedó dos segundos en silencio, buscando una excusa creíble. Para su pesar, su novia era demasiado inteligente y no tardó en hilar cabos. Se acercó la mano a la cara y, tras unos segundos eternos, le sonrió.
- La verdad, James, esperaba que si algún día te declarabas esperarías a que estuviera consciente.
Nervioso, se llevó una mano al pelo y lo revolvió.
- Estaba desesperado porque no despertabas y…
Titubeó, se atragantó y tragó fuerte. Volvió a revolverse el pelo. Lily se rio dulcemente.
- Jamás creí que James Potter se quedaría sin palabras.
Él también se rio. No parecía enfadada pero no era así como lo había planeado. Bueno, lo había planeado todo mil veces y ninguna idea le había parecido adecuada. Y, ahora, ya no podía pensar en cómo salir de esa situación.
- Yo siempre me precipito –bufó, decidiendo tirar hacia adelante. Le tomó de la mano y volvió a besársela. A ella le brillaron los ojos-. Pero te quiero, Lily. Más que a mi vida. Y no sé si voy a vivir cincuenta años o seis meses pero sí sé que quiero pasar contigo cada minuto que respire. No tenía intención de dar por hecha tu respuesta pero ya sabes cómo soy. Ya tenía decidido los nombres de nuestros hijos mucho antes de que dejaras de odiarme.
Lily reía y lloraba al mismo tiempo. Estaba emocionada y él estaba diciendo frases inconexas, muy lejos del discurso romántico que había pensado que merecía la ocasión.
Pero a ella no pareció importarle. Su sonrisa era más amplia que nunca, aunque debía estar teniendo muchos dolores. Le acarició las mejillas y le peinó el pelo.
- Yo jamás te he odiado –le aclaró. Y los ojos se le humedecieron más aún, las lágrimas desbordaban-. Y claro que quiero pasar contigo el resto de mi vida.
Él no pudo contenerse. La besó con tantas ganas que la robó el aliento, aunque ella le correspondió, tirando de su pelo y abrazándole por los hombros. Ya no importaban las grandes declaraciones, las cenas románticas o estar bajo un cielo estrellado. Estaban vivos y estaban juntos. Juntos para siempre.
¡Que nos vamos de boda! ¡Ay, qué ganas tenía de que esos dos concretaran! James dándole tantas vueltas, algo muy poco propio de él, y al final la pedida ha sido en el momento más inesperado y sin todos los artificios románticos que él quería. Y mejor, porque ha sido más natural. Lily se ha encontrado con el anillo puesto incluso antes de oír la pregunta -que, encima, no le han hecho-. Pero ella es feliz porque es James y se siente infinitamente amada. ¡Y yo les adoro a ambos! Ahora, para la boda hay que notificar asistencia, chicas, e iremos de etiqueta, no es os olvide.
En cuanto a las otras tramas... Se abren cosas nuevas para Grace y Gisele. Ya iréis viendo. Y, la otra gran trama... El capítulo que viene me va a costar mucho escribirle. El final de nuestro Regulus se acerca... Alguien a quien la vida y la historia no le hizo justicia, que le "obligaron" desde pequeño a tomar trinchera en un bando, que tomó tan malas decisiones y cuyo final nadie más que un viejo elfo conoció durante muchos años. Le tacharon de cobarde y solo era un niño intentando enmendar sus errores y tomar una justicia que nunca alcanzó... Vale, voy a dejarlo o me pondré a llorar. Es lo siguiente que trataremos. Por cierto, si tenéis alguna canción que inspire para el desenlace de la historia de Regulus, acepto sugerencias.
Hasta pronto.
Eva.
