¡Hola! ¡Feliz año! Regresé con un nuevo capítulo. Llevo casi un mes en el que solo me faltaba escribir la última escena pero ha sido especialmente difícil, entenderéis el por qué cuando lo leáis. Además, han pasado las Navidades y he estado de viaje (no quiero daros envidia pero he estado en Londres, en el parque de Hary Potter, al que ya fui en 2013. Es absolutamente maravilloso).
Este capítulo está prácticamente dedicado a los hermanos Black, a Sirius y a Regulus. Solo hay un inciso con la trama de Grace en París que se completará en el siguiente capítulo y algunas pinceladas de las tramas de James y Lily y Gisele. Pero hoy el protagonismo es de ellos. Tristemente.
Hoy nos despediremos de Regulus, algo que me ha costado muy especialmente. Es un personaje complejo y maravilloso... Y es necesario profundizar en Sirius, en lo que va a suponer para él y en todo lo que está cargando sobre sus hombros. Espero que os guste. Gracias por todos los mensajes que habéis mandado en este tiempo, os dejo con nuestros chicos.
El título del capítulo, 'Por mi cuenta' es españolizado, pero está basado en la canción 'On my own', de Los Miserables. Os recomiendo escucharla si no la conocéis porque muestra la soledad que sienten los dos personajes en este capítulo.
Capítulo 21: Por mi cuenta
El 1 de septiembre amaneció frío y lluvioso. Un soplo de cambio anunciaba el final de un oscuro verano en el que la temperatura y los ánimos de los magos y brujas habían descendido dramáticamente.
Ese año, no había baúles arrastrándose con prisa por los andenes de Kings Cross. No se escuchaban risas ni confidencias en los compartimentos. No existían los susurros cómplices de una pareja que vuelve a verse tras el verano, ni el correteo nervioso de los más pequeños por los pasillos, nerviosos por comenzar un nuevo curso. Ni la señora del carrito aparecería al doblar la esquina para ofrecerles suculentos dulces.
Sirius Black pensaba en esos años con nostalgia mientras entraba en San Mungo, tratando de pasar desapercibido, como llevaba haciendo durante toda la semana. Echaba de menos la burbuja que representaba Hogwarts, donde nada malo parecía llegar a pasar. Era un lugar que la guerra no podía franquear; las pérdidas allí estaban más lejanas que nunca.
Era el segundo mes de septiembre que no marchaba rumbo al colegio. Solo tenía 19 años y, sin embargo, se sentía muy viejo… James no llegaría de repente para lanzarse sobre él y describirle, excitado, la nueva escoba que habían sacado al mercado. Peter no le seguiría entusiasmado, deseoso por ser el primero en presenciar una pirueta imposible que su amigo hiciera en el aire. Y Remus no aparecería, detrás, con su indiferente calma, leyendo un libro y comiendo chocolate mientras los vigilaba de reojo, con esa actitud de quien sabe que acabarían liándola tarde o temprano. Todo eso parecía tan lejano que el pecho le pesaba de un modo muy abrasivo.
Recorrió con cuidado los pasillos del hospital, hasta llegar a la sección prohibida, en la que se coló después de asegurarse de que no le veían.
No, sus amigos no estaban. Remus llevaba semanas desaparecido, en esa asquerosa misión de la que ni siquiera había tenido la decencia de explicarles en qué consistía. Habían tenido que averiguarlo de la peor manera, sintiéndose impotentes por no poder ayudarle en algo que podría costarle la vida. Peter estaba ausente y asustado, repartiendo su tiempo entre April, su madre y las pocas misiones de la Orden que había esos días. Solo le había preguntado una vez por James y ninguna por Lily. Estaba sobrepasado por la situación.
Y James… Su mejor amigo era una cáscara vacía desde que Lily había sido herida. Estaba obsesionado, desquiciado y deprimido. Si algo le ocurría a la pelirroja, perdería también a James. Y Sirius sabía que no podría seguir sin ellos dos. Eran el pilar de todos, eran su familia más cercana.
No había nadie en los pasillos a esa hora. Ni las sanadoras ni el fetuchini que tan asquerosamente bien se estaba portando con ellos. Eso hacía que le odiase más aún porque, de algún modo, estaba en deuda con él. Y odiaba estar en deuda con alguien a quien no quería tener cerca de su… bueno, de lo que Grace fuera para él.
Aceleró el paso los últimos metros antes de llegar a la habitación en la que estaba ingresado James y abrió la puerta lentamente. Quizá seguía dormido y tenía que asegurarse de que descansaba. Apenas había dormido esos días, preocupado y alerta por alguna mejora en el estado de Lily.
Pero la cama de James estaba vacía. Deshecha, removida y vacía. Como si la hubiera abandonado de repente. O como si le hubieran obligado a hacerlo. Por su mente pasó, en un segundo, la última vez que James había desaparecido de la habitación de un hospital. Estaba casi muerto cuando lo habían encontrado.
Actuó instintivamente, sintiendo que el corazón se le salía del pecho. Sacó la varita y se dispuso a encontrar al desgraciado que había atacado a su mejor amigo. Porque alguien le había hecho daño, estaba seguro. Y lo pagaría caro.
Un leve sonido en su espalda le alertó de la presencia de alguien y, un segundo después, se giró y lanzó un hechizo. Este dio contra la persona que estaba tras él antes de que acabara de girarse. La sorpresa le invadió al reconocer a la sanadora Jones, atada y amordazada, en el suelo.
- Mierda –murmuró, mientras se agachaba para soltarla.
La mujer parecía sorprendida pero Sirius no tenía tiempo para disculpas.
- James no está, algo le ha ocurrido –le informó con ansiedad mientras le soltaba la mordaza.
Fue a desatarle las manos pero dudó. ¿Y si era una impostora? La sanadora le miró, con los ojos muy abiertos, pero con una actitud tranquila.
- Dumbledore me comentó que eres muy buen duelista, pero no imaginé que serías tan rápido.
- ¿Me has oído? –espetó él, sin dar crédito-. ¡Mi amigo ha desaparecido!
- James está perfectamente –le contestó la sanadora sin perder la calma-. Si me desatas, te llevaré con él.
El alivio casi le cegó de golpe pero una parte de él no se fiaba. Podía ser una trampa. Esa sanadora podía ser, en realidad, su prima Bellatrix que llegaba con poción multijugos para rematarle. La soltó pero mantuvo su varita alerta, dispuesto a lanzar cualquier maldición ante el más mínimo movimiento.
Si la sanadora se percató, no lo dejó ver. Ella se puso en pie, estiró su túnica y le guio fuera de la habitación, rumbo a la de Lily.
- Me he rendido con tu amigo. Aquí, al menos, se comporta –le habló por encima de su hombro, justo antes de abrir la puerta-. Además, tenemos buenas noticias.
Sirius frunció el ceño pero, un segundo después, las rodillas le temblaron al encontrarse con la sonrisa de Lily, que le saludaba desde su cama.
- ¡Sirius! ¡Has venido!
Él se apoyó contra el quicio de la puerta, aún sin creerse que su amiga estaba frente a él, despierta y, en apariencia, sana. James estaba a su lado, pálido y más despeinado que nunca, pero con una sonrisa de felicidad tan grande que iluminaba toda la habitación.
La varita se le cayó al suelo de la conmoción y se sintió avergonzado cuando la sanadora le agarró del brazo para impedir que se le doblasen las piernas.
- ¿Estás bien? –le preguntó esta en voz baja.
Sirius asintió levemente, tragando en seco y sin mirarla.
- Han sido muchas emociones en pocos días –le explicó la sanadora Jones comprensiva, aunque a Sirius le sentó mal que le pillara en un momento de debilidad.
Se apartó de ella y dio dos pasos inseguros, con la vista puesta en Lily. Su amiga le miró con cariño.
- Tu amigo tiene mucho peligro, James –explicó la sanadora detrás de él-. Me ha noqueado al pensar que podía haberte pasado algo cuando vio tu cama vacía.
James le respondió algo pero Sirius no lo escuchó. Analizaba a Lily con mucho detenimiento.
- ¿Estás… bien? –preguntó con la garganta seca.
Hasta ese momento, no se dio cuenta de lo profundamente preocupado que había estado por ella. Hasta qué punto se sentía culpable por lo que le había ocurrido y el miedo que había tenido a no poder volver a hablar con ella y disculparse por haber sido tan descuidado como para no percatarse a tiempo de sus heridas.
Lily, como siempre, parecía mirar a través de la fachada de las personas. Le sonrió con cariño y alzó una mano para tomar la suya.
- Estoy bien. Tendré que tomarme la recuperación con calma pero me repondré.
Sirius asintió, carraspeando. Los ojos comenzaban a arderle y se sentía ridículo.
- Lily… Lo siento mucho. Te saqué de allí y no supe ver lo que te había pasado. Perdóname, por favor.
La pelirroja tiró de él para abrazarle, con ese cariño fraternal que habían desarrollado en los últimos tiempos y que iba más allá de la unión que James suponía para ellos.
- Ni se te ocurra, Sirius. Si estoy viva, es gracias a ti.
Sirius la estrechó con cuidado entre sus brazos, procurando no hacerle daño.
- No vuelvas a darnos estos sustos, pelirroja –susurró contra su pelo.
Saberla despierta y sana le provocó un alivio inmenso. De repente, una losa enorme que no sabía que tenía en el pecho, aflojó. Era su amiga y estaba viva. No había muerto por culpa de su neglicencia. El peso en el pecho se iba pero un dolor diferente lo sustituyó. Una especie de ansiedad que parecía haber estado esperando a que se relajara para atacarle de lleno.
- Ey, ya está bien, ¿no? A ver de cuándo a esta parte os hacéis tantos arrumacos vosotros dos.
James les interrumpió, poniéndose entre ambos con una amplia sonrisa. Era un alivio volver a verle ser el mismo de siempre. Sirius le revolvió el pelo.
- Cómo me alegro tenerte de vuelta, Jimmy. Te has pasado toda la semana siendo un amargado.
Su amigo hizo una mueca y Lily se rio, apretándole la mejilla en un cariñoso pellizco. El movimiento lanzó un brillo desde su mano que cegó momentáneamente a Sirius. Entonces, se fijó en el anillo que llevaba la pelirroja. Lo miró y luego pasó la mirada interrogante de uno a otro.
- ¿Tenéis algo que contarme? –su sonrisa fue haciéndose más amplia.
James y Lily se miraron y miraron, a la vez, el anillo que ella portaba. Idénticas sonrisas azoradas adornaron sus rostros.
- Es justo que seas el primero en saberlo –apuntó James.
La sonrisa de Sirius era más brillante que nunca. Lily se rio, contenta de verle tan feliz por ellos.
- Voy a tener que recuperarme del todo para entonces pero sabes que el padrino tiene la obligación de bailar con la novia, ¿no?
Ante eso, Sirius se quedó en blanco, mirándolos sin comprender. James soltó una carcajada.
- Vamos, Canuto. No creí que hubiera dudas. Si yo me caso, tú tienes que ser mi segundo al mando.
El joven Black sonrió aún más, con una felicidad que no sentía… Ni sabía desde hacía cuánto. Nadie merecía ser tan feliz como James y Lily. Era todo lo que había deseado esos días, que despertaran, se repusieran y siguieran a su lado, tan felices y enamorados como siempre.
El abrazo que les dio fue impulsivo y, por eso, tuvo que apartarse al instante al haber hecho daño a Lily, que le sonrió restándole importancia.
Cuando abandonó la habitación, una hora después, no podía quitarse la sonrisa de la cara. Aunque el dolor en el pecho se mantenía. A veces, el alivio pesa tanto como la culpabilidad.
Durante esos días, Regulus vivió en un estado de shock y furia crecientes.
Lo que Kreacher le había contado era, simplemente, aterrador. Su elfo había sido usado como un instrumento de usar y tirar en un plan asquerosamente maligno. Ya no era que el Señor Oscuro no respetara que se trataba de su sirviente y que, por tanto, no era nadie para disponer de su vida sin su permiso. Era que ni siquiera había tenido en cuenta que era un ser vivo que…
Pero, ¿a quién quería engañar? ¿Desde cuándo ese mago respetaba la vida de nadie que no le proporcionara un beneficio? Incluso le había visto despachar a sirvientes y aliados que se habían vuelto inútiles para él.
- No sé de qué te extrañas, Regulus –le atacó una noche la voz burlona de Sadie-. ¿Acaso tú eres mejor? Le has ayudado en todos sus actos. Has sido testigo de auténticas aberraciones sin mover un solo dedo, has torturado y matado a personas inocentes. ¿Qué diferencia supone ahora tu elfo de las demás víctimas?
- ¡CÁLLATE! –gritó en el silencio de su casa, tratando de apagar la voz que se burlaba de él en su cabeza.
Siempre era horrible que Sadie volviera a su vida para torturarle y hacerle ver todos sus errores y maldades. Pero ahora lo soportaba menos que nunca. Ahora, que sus acciones habían afectado a un ser querido, era consciente de cuan egoísta y ciego había sido.
Por supuesto que él no era mejor. Había torturado a personas como ese auror al que capturaron meses atrás, el que le reveló que a Sadie la habían matado personas de su bando. Le había matado sin que le temblara la mano, diciéndose a sí mismo que estaba siendo hasta compasivo, que estaba acabando con su sufrimiento.
Había sido testigo de cómo sus compañeros mataban, torturaban y violaban. No había participado en muchos de sus actos pero los había presenciado y, apenas, había movido un dedo para mostrar su repulsión.
Apenas hacía unos días había torturado a Emmeline Vance, una chica con la que había crecido y a la que había llegado a respetar en el pasado. Se había odiado a sí mismo pero, incluso entonces, se había justificado con que aquel era el único método de ayudarla a salir con vida de ese lugar. Pero, a fin de cuentas, no había intentado comprobar si había salido bien de aquel episodio.
No. Había continuado su vida como hasta ahora, fingiendo que no tenía más alternativas que actuar como lo hacía. Cerrando los ojos ante las injusticias y su propia culpabilidad.
Había sido un monstruo. Todo lo que había hecho, las atrocidades que había cometido en el último año, se mostraron ante él atormentándolo.
Así estuvo un par de días, en los cuales comprobó que había hecho bien al pedirle a Kreacher que se escondiera porque el Señor Oscuro había dado al elfo por muerto sin darle demasiada importancia. Lo había percibido mientras le observaba durante esos ratos, tratando de desenmarañar el misterio que rodeaba al mago. Le vigilaba. Parecía estar pendiente por si él se atrevía a reclamarle algo. Regulus había aprendido a leer muy bien el lenguaje no verbal cuando había perfeccionado su Oclumancia.
- ¿Has avanzado con las alianzas, Black? –le preguntó una noche con desinterés, mientras la mano de Regulus se apretaba en su bolsillo contra su varita.
Él pestañeó, sin ser capaz de seguir la conversación con suficiente rapidez.
- Eh… Los licántropos se unirán a usted, mi Señor. Apenas hay resistencia en sus círculos y solo piden una cosa a cambio.
- Lo que todas las bestias –murmuró Voldemort, con hastío.
Regulus calló. Compartía la repulsión por los híbridos pero no podía evitar darse cuenta de que el asco del Señor Oscuro por las criaturas se extendía a todos los seres que no eran magos y brujas de sangre pura. Incluso estos últimos, si no compartían su ideología, tampoco se libraban.
Era imposible que considerara que ningún ser, ya sea elfo, licántropo o duende, merecía, al menos, el respeto por su vida. El trauma que había sufrido Kreacher le enfurecía demasiado. Era el único amigo que había tenido en su infancia cuando sus padres le ignoraban y Sirius se burlaba de él. Él había sido un niño solitario y Kreacher siempre había cuidado de él. Por eso, Regulus respetaba más su vida que la de muchos de sus semejantes.
Había sido difícil lograr que se calmara lo suficiente como para explicarle qué había ido a hacer a esa cueva. Todo aquello le intrigó demasiado. Especialmente ese guardapelo de oro del que habló tan detalladamente.
Esa noche, sentado en su cama a oscuras y con otro guardapelo en la mano, Regulus estaba pensativo. Según la descripción de Kreacher, el objeto era parecido al que le había regalado Grace hacía un año pero algo maligno habitaba dentro de él. Le parecía haberlo sentido moverse, haber oído susurros de su interior. Se había sentido aterrado al sentirlo cerca, incluso antes de que le forzaran a beber la poción. Era un objeto que cumplía todos los requisitos descritos en el libro 'Secretos de las Artes más Oscuras'. Sabía lo que era. Y también sabía que no era el único.
Regulus sostuvo en alto el guardapelo de Grace, iluminado apenas por la luz de la luna que se colaba del exterior. Las piedras de jade se confundían con los finos trazados que formaban unas iniciales. Distinguió la B y la S de los Sandler. Aquella era una reliquia familiar de gran valor. Grace se lo había dado para que supiera que podía contar con ella cuando la necesitase. De algún modo, ella había sabido que había dentro de él más compasión de la que él mismo habría imaginado. Había confiado demasiado en una bondad que era más imaginada que real. Incluso le había auxiliado cuando lo había necesitado.
Sabía que no lo merecía. Mirar el guardapelo le hizo sentir triste y culpable. ¿Cómo podía mirarle a la cara y confesarle que había tardado demasiado en reaccionar, que había tenido que cometer atrocidades para haberlo hecho?
Tenía que enmendarse, tenía que compensar el daño causado. Solo así le daría descanso a su alma. No se vengaría sino que, por una vez, tomaría el camino más difícil. Debía actuar. Y, para eso, necesitaba ayuda. Buscaría a Grace. Localizaría a Sirius, si era preciso.
Tras unos días de tensión, visitando a Lily y James en el hospital, visitando a Tony, discutiendo con Edgar y apartando de su cabeza el tema que más le agobiaba, Gisele acudió esa mañana a la casa de los Longbottom para hablar finalmente con Alice.
- Estos son los pergaminos que Sirius encontró aquel día –le explicó la aurora mostrándole un pequeño fajo de documentos que tenía tachones y una serie interminable de listas-. Hemos estado analizándolos durante semanas, buscando pistas de las tropas de Voldemort. Algo que nos permitiera averiguar más identidades. Pero están encriptados y es difícil.
Gisele pasó el dedo por varias listas. Algunas estaban presididas por nombres de mortífagos famosos y prófugos del Ministerio, como Bellatrix y Rodolphus Lestrange; asesinos que llevaban años en busca y captura sin que nadie hubiera podido dar con ellos. Pero la mayoría eran solo una serie de iniciales sin más datos que permitieran identificarlos.
En los pergaminos también había diferentes fechas inconexas y símbolos cuyo significado Gisele desconocía. Revolvió varios de ellos, nerviosa.
- Pero, ¿qué tiene que ver esto con mi caso?
Alice le quitó el fajó y pasó varios documentos con rapidez antes de detenerse en uno.
- Aquí –le indicó con el dedo-. Esta fue la fecha en la que os atacaron. Coincide con los movimientos de varias tropas de Voldemort. Y esta está comandada por Evan Rosier.
El nombre de ese desgraciado se le clavó en el pecho a Gisele como un cuchillo. Su cuerpo se tensó y sus ojos buscaron ávidos su nombre. Bajo ese nombre había una serie de iniciales que debían corresponder a los componentes de su grupo. Los que habían estado esa noche en su casa y la habían atacado.
Miró esas iniciales con los labios tensos, tratando de concentrarse. Pero no sacaba nada. No le sonaban de nada. Podían ser cualquiera. Los únicos que esa noche habían actuado a cara descubierta habían sido Rosier y Bellatrix. Ambos habían sido siempre imposibles de atrapar y el Ministerio no se había esforzado por resolver su caso especialmente.
- No me suenan de nada estas iniciales –murmuró, frustrada al cabo de un rato.
Alice asintió.
- Llevamos semanas trabajando en ello, tratando de relacionarlas con los nombres de algunos sospechosos. Pero no es fácil. Solo podemos tener conjeturas. Voldemort cuida tanto el anonimato de sus fieles que me temo que ellos solo se conocen entre pequeños grupos.
- ¿Y cómo podré averiguar quiénes son?
Alice le pasó un brazo por los hombros, comprendiendo su desesperación.
- Soy consciente de que tenemos muy poco pero hace una semana no contabas con esto. A veces, las pistas llegan solas. Con esta misma documentación yo llegué a sospechar que el apoyo de los gigantes no se limitaba a un caso puntual si no a una alianza masiva. Pero, hasta esta semana, no he tenido la confirmación. Y es gracias a ti.
Gisele separó la mirada de los pergaminó, confusa. La aurora sonrió.
- Ayer Bowen nos ha mandado el informe que le dejaste sobre tus descubrimientos en la colonia. Has confirmado nuestras sospechas y nos has dado datos concretos. Esto ayudará en nuestro trabajo. Y esto, –señaló los papeles- es solo el inicio de tu venganza. Llegarán más pistas si sabemos estar pendientes y las unimos en los lugares adecuados.
La joven asintió, pensativa. Después de un rato en silencio, le preguntó:
- ¿Por qué me los das a mí? ¿No se supone que tienes que presentar un reporte a los encargados del caso?
Casi era una ironía, la verdad. Sabía que el Ministerio había cerrado esa investigación hacía mucho tiempo. Alice le sonrió con pesar.
- A veces, el Departamento no está a la altura de lo que necesitan las víctimas. Por eso, prefiero servirte de ayuda en mi tiempo libre, como amiga. Yo no voy a abandonar tu caso, Gisele. Y sé que tú tampoco lo has hecho.
Era la primera vez que Alice le hablaba como amiga. Era una de las personas más cálidas de la Orden y se comportaba con la mayoría como una hermana mayor y una mentora amable y firme. Pero no podían llamarse amigas. No tenían la relación que Alice tenía con Sirius o con Dorcas. Escucharla hablar así le provocó un sentimiento cálido en el pecho, precisamente en esos días en los que a ella le faltaban todas sus amigas.
- Gracias –le dijo con voz llorosa.
Sus ojos permanecieron secos y ella prefirió aclararse la garganta a mostrar más signos de debilidad. Alice comprendió cómo se sentía y le dio su espacio, aprovechando para recoger de la mesita el juego de té que habían usado.
Gis jugueteó con los papeles, repasando de nuevo las iniciales y dando un par de vueltas a las páginas de los pergaminos. En un momento dado, de pura casualidad, su mirada fue a parar a unas iniciales junto a las cuales se había escrito un nombre, seguido de un signo de interrogación. Frunció el ceño al leerlo.
- ¿Qué es esto? –preguntó, volviendo atrás, a la página cuya fecha señalaba el día en el que la habían atacado.
Alice volvió a su lado. Gis retomó la página y le señaló el nombre.
- Aquí. RAB. ¿Regulus Acturus Black? ¿El hermano de Sirius?
- Es una sospecha pero no podemos confirmarlo –asintió Alice con tristeza.
Pero Gis volvió a la página con el corazón desbocado.
- Pero aquí también está. En ese grupo. RAB. ¿Lo ves?
Alice frunció el ceño y Gis se desesperó.
- ¿Me estás diciendo que el hermano de Sirius fue uno de los que…?
- No podemos saberlo –le atajó Alice-. Son conjeturas, Gisele. No te agobies antes de tiempo.
- Pero, ¿no te has dado cuenta antes de la coincidencia? –se extrañó ella. Pero en los ojos de Alice vio la verdad-. Lo sospechabas. ¿Por qué no apuntaste su nombre en esta página como sospechoso?
- No podía soltarte esa bomba sin antes hablar con Sirius. No me pareció justo. Tienes derecho a sentirte agraviada pero tienes que recordar que, aunque fuera cierto, Sirius es el hermano de Regulus pero él no tiene la culpa de sus acciones. Sois amigos y lo que te pasó fue horrible. No quiero que esto os separe.
Gis estaba confusa y callada. Entendía el punto de Alice pero había algo que la aurora no sabía: Sirius había entrado en sus recuerdos con su permiso y que, por tanto, había tenido la oportunidad de analizarlos al detalle. ¿Pueden dos hermanos conocerse lo suficiente como para ser capaces de reconocerse con tan solo el sonido de la voz o los gestos?
Alice siguió hablándole sobre lo importante que era mantenerse unidos y creer en el otro, sobre que algo como esto no podía llevar al resentimiento entre dos amigos. Pero por la mente de Gis solo podía pasar que ella reconocería a sus amigas en cualquier circunstancia. Era imposible que Sirius no hubiera visto algo que le sonara en su hermano. Y, si lo había visto, ¿por qué había callado? ¿Por miedo a que le juzgara a él, como temía Alice, o para proteger a Regulus?
La bilis se le subió a la garganta y supo que tenía que hablar urgentemente con su amigo.
Apartada de todos y ajena a lo que estaba ocurriendo en Londres, en París, Grace se paseaba por el gran salón de baile entre conversaciones intrascendentes y el sonido de la música clásica.
El señor Pryce la había introducido en la fiesta organizada por los principales patrocinadores del Ministerio de Magia francés, pero no habían compartido más que una mirada desde que había llegado. Ella sabía que lo mejor para su causa era dejar que Pryce mantuviera sus contactos con discreción y que, al final de la noche, le pasara el parte informativo para que ella se lo hiciera llegar a Marlene y, esta, a Dumbledore.
Además, eso le permitía libertad para mejorar las relaciones que había cosechado durante los meses que había vivido allí. Algunas de ellas habían resultado ser una fuente de información muy valiosa.
Se apartó de la multitud para revisar en un espejo su atuendo y asegurarse de que la lujosa túnica que vestía y el elaborado peinado seguían en su lugar. Entonces, la alcanzó Elena, la novia de Marco.
- Si tengo que traducir a un solo empresario más que quiere especular con las tierras expropiadas a los vampiros o que pretenda limitar el uso de la varita a los sangre limpia, prométeme que me mandarás una maldición –gruñó la joven española.
La chica morena, que lucía una elegante túnica roja, trabajaba en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional. Además del español y el inglés, dominaba otros cuatro idiomas y era una de las más fiables relaciones públicas con las que contaba el Ministerio de Magia.
Y estaba harta, con voz hastiada y un visible dolor de pies. Grace le sonrió a su amiga, ofreciéndole una copa de champán.
- Son gajes de tu oficio. ¿O esperabas que las fiestas de gala serían tu única ocupación?
Elena rodó los ojos.
- Cualquier trabajo tiene más glamour visto desde fuera –murmuró. Luego la miró con el ceño fruncido-. Insisto, yo tengo que trabajar pero, ¿qué haces tú aquí en vez de estar esperándome en un bar divertido rodeada de franceses guapos? Estas fiestas han ido perdiendo interés con el paso de los meses.
Grace le sonrió. Elena desconocía su labor para la Orden del Fénix y siquiera conocía el grupo secreto que había formado Dumbledore. Ella no había ido a Hogwarts y apenas conocía al director por su fama internacional. Marco que, aunque no estaba involucrado, sí conocía lo básico de sus actividades para serles de ayuda y encubrirlos en sus constantes visitas a San Mungo, no había querido nunca que su novia estuviera involucrada en ello. Y Grace respetaba su decisión.
Así que recurrió, una vez más, a la excusa de siempre.
- Ya te he dicho que tengo que seguir viniendo en representación de mis padres. Tenemos intereses inmobiliarios en la ciudad y esta gente son los que mueven todo a su antojo.
Elena rodó los ojos mientras tomaba otro sorbo y paseaba su mirada por el salón. Se agarró del brazo de Grace para que pasearan juntas entre los grupos de magos y brujas de la alta sociedad que había allí reunidos.
- Tanto dinero y en tu familia no sois libres ni de poder elegir vuestras amistades.
La rubia se echó a reír.
- Somos esclavos de nuestra clase social con las compañías. Pero no con las amistades, no te equivoques.
Elena se rio divertida y la arrastró cerca de una mesa donde habían servido bandejas de canapés.
- Disculpe la confusión, su majestad. Merlín, estoy muerta de hambre –tomó uno y se lo llevó a la boca, mientras su mirada se perdía por encima del hombro de Grace. De repente, su sonrisa se volvió felina-. Por cierto, dentro de tus amistades, ¿te vas a decidir a incluir de una vez a ese Dios griego que no ha hecho más que mirarte desde que has llegado?
Pillada por sorprendida, Grace se giró y dio con un par de ojos azules que la miraban sonrientes y seductores. El joven rubio levantó la copa para fingir que brindaba con ella y Grace le devolvió una sonrisa vacilante. Después se giró, rodando los ojos.
- Oh, Merlín… Jean…
Era un antiguo compañero de trabajo, que la había perseguido incansablemente durante meses, y ahora aparecía cuando menos lo esperaba. Había sido tan insistente que ella solo se había resistido por el dolor que aún le provocaba la ruptura con Sirius y porque el propio Jean le generaba demasiada desconfianza. En cierto modo, sus maneras le recordaban demasiado a su exnovio Derek. Alguien que la hubiera cegado unos años atrás pero del tipo que había aprendido a evitar.
Elena, sin embargo, le miraba divertida. Siempre había considerado que él era un buen candidato para sacarse la espinita de Sirius.
- Sí, Jean, oh Merlín –le respondió en un tono muy diferente, dejando claro lo atractivo que le encontraba-. Mira, sé que dices que es gilipollas pero, ¿no le ves la cara? Es un bombón que parece tener un lacito alrededor del pecho y estar dispuesto a ofrecérsete como regalo para que superes la tontería de Sirius.
Ante la mención de su exnovio, la cara de Grace se torció.
- Mira, no me hables de Sirius ahora…
No quería pensar en él después de cómo la había tratado la última vez que habían hablado, cuando ella había ido a su casa para contarle que se iba a París pero no estaba huyendo de su discusión. Él se había comportado como un completo cerdo.
- ¿Habéis tenido otra discusión? –preguntó su amiga, bufando-. Bueno, ¿a quién quiero engañar? Siempre estáis discutiendo. Razón de más para que te desquites con semejante hombre que te está desnudando con la mirada.
Grace hizo una mueca. ¿Desquitarse de un gilipollas que le había dicho que solo la quería para echar un polvo, echando un polvo con otro al que le importaba todavía menos? No era algo que le hubiera aconsejado nunca Lily, eso lo tenía claro. Y Marlene, directamente, se habría escandalizado por ese razonamiento. El propio Marco había insistido en sacárselo de la cabeza.
Pero Elena era diferente, más alocada e irreflexiva. Más parecida a ella en algunos aspectos. Le iba a responder pero una joven bruja con una túnica de uniforme las interrumpió, acercándose a ellas.
- Mademoiselle Fernández, s'il vous plait…
Pronunció el resto de la frase con un francés tan cerrado y con tanta rapidez que Grace fue incapaz de seguir el ritmo. No así Elena, que intercambió varias palabras con ella y asintió con la cabeza, con su sonrisa de trabajo perfectamente ensayada.
Cuando la francesa se marchó, Elena miró hacia la pared y bufó.
- Oh, Merlín… Los japoneses de nuevo. Están desatados. Parece que esta noche quieren comprar medio Gales. Debo haber traducido seis ofertas para adquirir castillos en el norte. Además, lord Saloth está deshaciéndose de muchos inmuebles cerca del Canal de la Mancha.
- ¿Lord Saloth? –preguntó Grace, sorprendida.
De entre todas las personas, no pensó que su amiga sería quien más directamente le daría información sobre ese tipo. Elena no parecía sorprendida porque un muerto estuviera vendiendo sus activos.
- Sí. No ha acudido esta noche pero el señor Le Brun está ejerciendo como su representante. Los estadounidenses le han comprado al menos dos locales. Es curioso porque desde hace unos meses, en los que su nombre no hace más que subir en las encuestas para Ministro de Magia, no ha hecho otra cosa que adquirir inmuebles. Es llamativo su cambio de actitud pero, hasta que no afecte a nuestro territorio, no entra en mi terreno laboral.
Y se marchó de allí rápido, dispuesta a seguir haciendo de intérprete. Grace se quedó pensando en lo que había dicho, sorprendida porque los afines a Saloth estuviesen aprovechando que su muerte aún no era pública para hacer negocios. Aunque era un modo muy habitual de actuar y podía explicar, en parte, por qué estaban tardando en anunciar su asesinato.
Debía insistir en ello, tenía que hablar con Elena más tarde y tirarle de la lengua.
Por el rabillo del ojo vio que Jean estaba moviéndose en la multitud, dispuesto a atacarla ahora que se había quedado sola. Así que ella también comenzó a andar por el salón, tratando de evitarle.
Pasó al lado de unos bailarines acróbatas que hacían números complicados dentro de grandes pompas de jabón para entretener a su audiencia y tuvo la mala pata de no alejarse a tiempo cuando se acercó, sin querer, a una sección donde una adivina había sido colocada para leer las cartas a aquellos invitados que buscaran un entretenimiento.
La vieja bruja, que recogía su cabello trenzado en un pañuelo morado y que vestía unas vaporosas túnicas de colores, la vio y sonrió.
- Belle mademoiselle … Permítame leerle el futuro –le dijo, solícita.
Grace frunció el ceño. Odiaba esas artes engañosas.
- Oh, no, gracias –se disculpó, tratando de alejarse amablemente-. No soy el tipo de invitada a la que deba distraer.
- ¿Inglesa? –preguntó la vieja mujer analizándola con sus enormes ojos oscuros-. Y escéptica, por lo que veo. Vamos, querida. ¿Qué puede perder al mirar las cartas? ¿O acaso tiene miedo al destino?
Grace se echó a reír y, como siempre, tiró de humor para librarse.
- Solo si viene acompañado de una guadaña.
Pero la frase pareció sentar mal a la adivina, que la miró con seriedad.
- Con la muerte no se debe bromear nunca, muchacha. Especialmente en estos días.
Es cierto. Grace le concedía que burlarse de la muerte en medio de una guerra, aun estando en el país vecino, era algo que no entendería la mayoría.
- No quería ofenderla –se disculpó, tratando de ser más suave-. Es solo que yo no creo en estas cosas.
La adivina parecía continuar ofendida.
- Estas "cosas" suceden a pesar de la negativa de muchos a creer.
- Claro. Tenga buena noche –le concedió, dándose la vuelta para marcharse. Pero la vieja bruja la retuvo, agarrándola del brazo-. ¡Eh!
Ignorando su queja, la mujer le obligó a extender la mano y observó críticamente la palma.
- Veo a un hombre en su vida –dijo con voz grave-. Un hombre atractivo y de noble linaje.
Grace rodó los ojos. Había dejado claro que no buscaba ese tipo de entretenimiento y empezaba a molestarle su insistencia.
- Por supuesto, déjeme adivinar –se burló con tono ácido-. ¿Me pedirá matrimonio y viviremos felices en nuestra mansión dorada?
La adivina la miró con furia antes de volver a bajar la mirada a su mano, que retenía con fuerza.
- El corazón de este hombre es mitad bondadoso, mitad perverso. Se enfrentará a la oscuridad –Grace, aun sin pretenderlo, se puso seria. Odiaba cuando los adivinos se ponían dramáticos-. Y no saldrá de ella a no ser que creas en él. Si no le ayudas, si no estás ahí para él, si desconfías de su bondad… estará condenado.
Típico y de una gran bajeza moral. Grace había dejado de estar divertida y estaba molestándose. Augurar malos presagios para atrapar su interés era de muy mal gusto, especialmente cuando acababa de amonestarla por burlarse de la muerte.
- Muy original –le espetó entre dientes, inspirando hondo para tratar de conservar la educación-. Pero me temo que se ha equivocado de persona si pretendía picarme y ganarse una propina. Como le he dicho, no creo en estas palabrerías.
La adivina le soltó la mano y la miró con seriedad y tristeza.
- Él caerá, querida. Caerá como ha vivido. Elegante, soberbio y dispuesto a purgar sus pecados. Y tú te ahogarás en la culpabilidad, rodeada de la esencia de su ser. Y todo porque, efectivamente, no crees. Nunca lo haces, muchacha. Nunca confías. En nada y en nadie. Y esa será tu perdición. Y la suya.
Grace dio un paso atrás, con una risa seca.
- ¿Tantas cosas cuenta mi mano? –se burló.
- No. Tu falta de confianza en el mundo se aprecia con solo mirarte a los ojos.
Era el colmo que tratara de hacerle sentir tan incómoda cuando ella había pedido expresamente no ser molestada. Eso último había sido, directamente, una falta de respeto. Abrió la boca, dispuesta a decirle varias cosas y, posteriormente, quejarse al organizador y asegurarse de que la echaba de allí. Pero una voz conocida le distrajo y la revolvió el estómago.
- Ma petite Grace…
Mierda. Se dio la vuelta, encontrándose a su antiguo compañero de trabajo. Jean, tan alto y guapo como siempre, vestía una pulcra túnica de gala y la miraba exudando confianza por todos sus poros.
Grace forzó una sonrisa amigable.
- Jean. Qué placer encontrarte aquí.
Su presencia le distrajo de su anterior enfado con la adivina, que la miró con decepción y negó con la cabeza. Grace, sin embargo, enfocó todos sus sentidos en mantenerse alerta ahora que había sido alcanzada por su excompañero.
Jean la tomó de la mano y se la besó lentamente, regodeándose.
- El placer, querida, siempre es mío. Llevo queriéndome acercar a ti desde que te he visto. Deberías haber pasado a visitarnos si estabas en París.
Precisamente, verle a él era una de las cosas que había evitado directamente. Cuando había llegado a París, aún enfadada y furiosa por su discusión con Sirius, en su mente había retumbado el consejo que le había dado Elena hacía unos meses y que le había repetido esa noche. Le había evitado precisamente para evitar caer en ello. Porque ya no era una adolescente loca e impulsiva, había aprendido a respetarse más a sí misma.
Pero no podía dejarle ver que, obviamente, le consideraba atractivo y que se estaba cuidando de él. Eso le daría ventaja. Así que forzó una sonrisa.
- Me temo que apenas he tenido tiempo. No es un viaje de placer.
- Ya sabes que yo estoy aquí para servirte de ayuda. En cualquier cosa que necesites.
Él era abogado mercantil que estaba especializado en casos patrimoniales y en el terreno laboral estaba muy bien considerado. Pero, aunque fuera verdad que estaba cuidando los inmuebles que sus padres tenían en la ciudad, no habría acudido a él.
- Eres muy amable, como siempre.
Jean le sonrió con picardía y tomó su mano, obligándola a enlazarla en su brazo para que caminara a su lado. Grace se obligó a relajarse aunque miró alrededor, en busca de alguna excusa para escapar de él.
- Y, cuéntame. ¿Cómo te va en Londres, ma belle dame?
Grace forzó una sonrisa. Era propio de Jean tratar de usar su idioma y su acento para ligar con extranjeras. En parte, le recordaba a cuando Marco usaba el italiano siempre que podía cuando llegó a Hogwarts. Pero Marco tenía diecisiete años y era encantador y pícaro. Jean, por su parte, tenía veintitantos y era un depredador que no se quedaría satisfecho con una visita inocente al armario de las escobas. Sabía que, si no tenía que tener cuidado con él, la engatusaría.
Cuando le tenía cerca, sentía la misma alerta que había sentido en su momento con su exnovio, Derek. Era guapo, encantador y peligroso. Algo que le había atraído más con 16 años que con sus 18 muy rodados. Ahora que conocía el riesgo de quemarse con alguien que no era fiable en absoluto, el fuego no era tan atractivo.
- Me va bien –le comentó escuetamente-. He retomado mis estudios.
- Espero que vuelvas a trabajar con nosotros en cuanto tengas tu título.
- Supongo que preferiré quedarme en Inglaterra.
Jean se llevó la mano al pecho dramáticamente.
- Me partirías el corazón. Daría lo que fuera para tener más oportunidades de pasar ratos agradables junto a ti.
Grace se echó a reír.
- Eres incorregible.
- Puedo ser lo que tú quieras que sea.
Y ahí estaba ese tono, esa promesa escondida. Elena tenía razón con que seguramente pasaría un buen rato con él, que quizá le ayudaría a olvidarse por un rato de Sirius. Lo sabía y, lo peor, era que en parte lo deseaba. Pero no pensaba dejarse llevar por sus impulsos y por esa promesa de pecado que le lanzaba con la mirada.
Se lamió los labios, buscando el modo de rechazarle amablemente. Pero él cambió su gesto en ese momento, poniendo una mueca de fastidio, mirando por encima de su hombro.
- Perdona, querida, tengo que encargarme de algo urgente. Pero enseguida estoy contigo.
Grace parpadeó, confusa, y miró tras ella. Discretamente, Jean se apresuró a llegar hacia una esquina, donde una atractiva mujer le esperaba con impaciencia. Sonrió, encantada de que le hubieran dado la excusa de huida tan fácilmente.
Pero algo le hizo replanteárselo. Esa mujer no era un ligue, lo supo apreciar en sus gestos y en el modo discreto en el que ambos desaparecieron del salón. Y tampoco era alguien del trabajo porque ella conocía a todo ese entorno.
Puede que no fuera nada importante pero algo le impulsó a seguirlos con discreción. Jean era uno de los más importantes abogados patrimoniales y Elena le había contado que Le Brun y los suyos estaban vendiendo los inmuebles de Saloth antes de anunciar su asesinato. ¿Tendría relación? ¿Sabría Jean algo más sobre todo ese caso? Tenía que averiguarlo como fuera.
A esas horas, Sirius llegó a su apartamento tras pasar la tarde en San Mungo, acompañando a James y Lily. Su amigo pronto sería dado de alta y, por fin, él podría abandonar el doble juego que estaba teniendo con los Potter para evitar que se enteraran de que su hijo había sido herido.
Subió las escaleras arrastrando los pies, destrozado. Alice le había mandado una lechuza, pidiéndole que fuera a su casa esa noche para comentarle algo pero su madrina tendría que perdonarle porque no pensaba visitarla hasta por la mañana. Necesitaba dormir por encima de todo.
Toda esta situación le estaba desgastando y no podía quitarse ese dolor que se había instalado en el pecho y que no se iba, a pesar de que sus dos amigos habían salido ya del peligro. Lo que no imaginaba era que todo podía empeorar.
Al subir las escaleras de su apartamento, le sorprendió encontrarse con una figura sentada contra su puerta. De inmediato, apretó la varita dentro de su bolsillo, por si necesitaba defenderse hasta que reconoció a la persona que estaba allí.
- ¿Gis?
Su amiga levantó la cabeza de su regazo, con la expresión cansada y derrotada. Le miró con parsimonia mientras se ponía de pie.
Sirius tardó un par de segundos en reaccionar, sorprendido. Sabía que había regresado porque hacía un par de días que la había visto en San Mungo, cuando ella fue a visitar a Lily. Pero no esperaba encontrarla en su casa. Era la segunda vez que aparecía por allí; ellos no eran los más íntimos del grupo y ella nunca había tenido nada especial que ir a hacer a su piso.
- Necesito hablar contigo –le informó la joven de forma monótona.
- ¿Es por algo de la Orden? ¿Qué ha ocurrido?
Ella no le respondió hasta que él abrió la puerta y la invitó a entrar. Estaba aún noqueado y no se le ocurrían muchas razones por las que ella habría ido a buscarle. Pero, en cuanto cerró la puerta, Gisele se giró, más seria que nunca, y le enfrentó.
- ¿Tú lo sabías? ¿Sabías que tu hermano formaba parte del grupo que me violó?
Sirius se quedó blanco ante esa pregunta tan repentina. Tanto, que no supo reaccionar a tiempo. En los últimos días, había apartado de su mente esa cuestión que había discutido con Grace. Y no esperaba que su amiga se enterara de algo así. No de ese modo.
- ¿De… de dónde has sacado eso? –preguntó para ganar tiempo.
Gisele le tendió un pergamino que él revisó. Lo reconoció enseguida. Él mismo lo había encontrado el día que Snape casi lo mató. Había visto el nombre de Evan Rosier y la fecha en la que habían atacado a Gisele y había pensado que era algo que podría interesarles. Pero, ahora, también había una anotación que sugería que una de las iniciales correspondía a Regulus Acturus Black. Él no había llegado a suponer tanto en aquellos pocos segundos.
Ese hecho le tomó por sorpresa. Una cosa era que creyera haber oído la voz de su hermano, haber reconocido sus manos y sus gestos; tener una sospecha. Y otra, era tener una confirmación más tangible aunque fuera a través de unas siglas. Las mismas con las que a Regulus le gustaba firmar en ocasiones, las que también acompañaban al pomposo cartel que había colocado en la entrada de su habitación cuando apenas era un crío.
Su hermano Regulus… ¿un violador? No, en los recuerdos de Gis le había visto negarse. Se había mostrado asqueado por esa situación e, incluso, se había enfrentado a Rosier para que no le obligara a participar. Pero se había quedado allí, mirando, permitiéndolo. Y, a fin de cuentas, sabía que era capaz de muchas barbaridades. Apenas hacía un par de semanas lo había visto torturar a sangre fría a Emmeline Vance.
- ¿No me vas a decir nada, Sirius? –Gis interrumpió sus pensamientos. Sirius parpadeó y la miró-. ¿Me estás diciendo que no sabías nada? Tú entraste en mis pensamientos con James. ¿No reconociste nada familiar?
El joven tragó fuerte, moviendo arriba y abajo la nuez en su garganta. Ahora entendía por qué Alice había insistido en que fuera a verla. Era obvio que quería advertirle de esto. Ojalá le hubiera hecho caso. Su titubeo pareció ser una confirmación para Gisele, cuyos ojos se aguaron.
- ¿Por qué no me dijiste nada?
- No lo sabía, Gis. Es cierto que me pareció notar algo pero me faltaban datos para afirmar tajantemente que era él.
- ¿Y por qué necesitabas tanta seguridad para contármelo a mí? –le cuestionó ella, dando un paso adelante para enfrentarle-. No soy el Departamento de Aurores, no tengo potestad para detenerle. ¿A quién estabas protegiendo realmente?
Sirius abrió los ojos.
- Gis, ¿no pensarás que lo he hecho por él, no?
- ¿Por quién si no? ¿A quién buscabas proteger? –insistió-. ¿A él o a ti mismo? Porque, desde luego, a mí no. Se supone que ibas a ayudarme pero, en cuanto descubriste algo que involucraba a tu hermano, me has mantenido a ciegas. Tenía derecho a mi venganza, se supone que tú ibas a ayudarme con ella, ¿recuerdas? Entonces, ¿por qué me ocultaste esto?
Sirius abrió la boca pero no supo qué decir. Porque realmente no sabía por qué había callado. Lo había hablado con Grace pero ella tampoco había dicho nada. Los dos estaban demasiado sobrecogidos con la idea de que Regulus estuviera involucrado en acciones tan horribles, que hubiera visto todo aquello y siguiera dentro de esa banda. Una cosa eran los prejuicios que había adquirido por el lavado de cerebro que le había hecho su familia pero no conseguía relacionar a su hermano con un monstruo que era capaz de matar y torturar a placer. Todo lo que tenía que ver con Regulus le había superado hacía mucho tiempo y no actuaba racionalmente cuando se trataba de él.
Gis suspiró, consciente de que él no era capaz de responder.
- Pensé que, ante todo, eras mi amigo. Pero está claro que la sangre tira mucho.
- No, Gis. No pienses eso, por favor –la suplicó él mientras ella se guardó el pergamino y se marchó hacia la puerta-. Esto no tiene nada que ver contigo.
Gisele se giró bruscamente antes de abrir la puerta.
- Tiene todo que ver conmigo –le corrigió-. Y lamento decir que no creo que pueda volver a confiar en ti si es más importante, para ti, proteger a un mortífago que ayudar a una amiga.
Y se marchó de allí antes de que Sirius pudiera defenderse.
No habría sabido hacerlo, en cualquier caso. Había sido todo demasiado repentino. La vio marchar con impotencia y ni siquiera tuvo fuerzas para seguirla.
En aquel momento, odió con todas sus fuerzas a su hermano. Y el dolor en el pecho se hizo cada vez más fuerte hasta sentir que le empezaba a dificultar el respirar.
A Grace no le costó demasiado averiguar hacia qué sala había acudido Jean con la mujer misteriosa. Sigilosamente, los siguió y colocó sobre sí misma un encantamiento para evitar ser detectada. Tanta discreción le estaba provocando una gran curiosidad aunque cabía la posibilidad de que se tratase de un asunto privado.
Por si acaso, hizo el mínimo ruido posible cuando se acercó a la puerta de la sala en la que habían entrado y puso el oído suavemente contra la madera de pino. Dentro, se escuchaban murmullos demasiado lejanos, por lo que sacó la varita y susurró:
- Sonorus audis.
De este modo, todo lo que se hablaba al otro lado de la puerta llegaba amplificado a su oído.
- ¿Por qué tanta prisa? ¿No ves que estoy ocupado? –escuchó que Jean preguntaba en francés y visiblemente molesto.
Una voz, suave y sarcástica, le respondió con hastío.
- Sí. Intentando ligarte a esa inglesa.
Grace tuvo que poner toda su atención para comprender lo que estaban diciendo. Hablaba bien el francés pero no lo dominaba y ellos estaban hablando rápido y en voz baja.
- … así que no estés celosa, Marion.
- Tu vida no me importa, Jean –repuso ella-. En cinco minutos te dejo volver con esa rubia descerebrada pero, primero, atiende. Debes cerrar todas las ventas esta noche. No podemos retrasar más el anuncio del asesinato.
- ¿Ya sabéis a quién culparéis?
Grace se acercó aún más, ansiosa. Esa mujer era del entorno de confianza de Saloth y Le Brun. Conocía el asesinato y estaban cerrando los cabos sueltos antes de anunciarlo. Incluso estaban involucrados en el plan de cargarle el muerto a otra persona. Dumbledore estaba en lo cierto al sospechar que estaban guardándose el as bajo la manga para sacar el máximo beneficio.
Hubo un par de frases que no consiguió traducir mientras hilaba todo lo que estaba averiguando pero pronto volvió a atender lo que decía la mujer.
- Buscan huir. Lo han averiguado y quieren usarlo de ejemplo para los demás lameculos que se están empezando a asustar.
- Va a ser una buena lección, desde luego –concedió Jean, que sonaba aburrido y desinteresado-. Lo que me preocupa es que queráis limitar tanto los vendedores. Hay muchos más interesados en adquirir los inmuebles.
- No, deben quedarse dentro del círculo que podamos controlar. Cíñete a la lista.
- ¿Ni siquiera las edificaciones más pequeñas y por las que podríais sacar un beneficio extra? En Cuatine, por ejemplo, está interesado en empresario brasileño que…
La mujer le interrumpió con dureza.
- Cíñete a la lista si no quieres tener un problema con nosotros, Jean.
Ante ese tono, Jean no replicó más. Grace despejó todas sus dudas de la implicación de esa mujer. Puede, incluso, que fuese una mortífaga también.
- Acaba con las transacciones y el lunes lo llevas al despacho a las siete en punto. No quiero errores.
- No los habrá –respondió él escuetamente.
- Perfecto. Pues acaba el trabajo antes de volver con esa rubia insulsa y seguiremos contentos contigo –le aseguró la mujer con un falso tono alegre que apestaba de lejos.
Grace se apresuró a alejarse antes de que salieran de la sala y la atraparan en las inmediaciones.
Regresó lo más calmada que pudo al gran salón de baile, donde trató de serenarse y poner las ideas en orden. Jean estaba involucrado de alguna manera en todo el complot de Le Brun y los suyos. Era uno de los pocos que conocía el asesinato de Saloth. Se estaba enriqueciendo a costa de hacer negocios con ellos y con mortífagos. Y había oído el nombre de a quién querían cargarle la muerte del líder extremista.
Su antiguo compañero sabía demasiado y ella tenía que averiguar el modo de averiguarlo. Tenía que idear un plan rápido y lo más sencillo posible. Tendría que seguir pasando tiempo con él, a su pesar.
- Ey, estás aquí –Elena dio con ella apenas volvió a introducirse entre la masa social-. Te vi con míster sexy y luego, al no encontraros, supuse que te habías lanzado a hacerme caso.
- No, claro que no –murmuró ella distraídamente.
Acababa de ver aparecer a Jean en el salón. Lucía más serio y, rápidamente, procedió a hablar con un grupo. Su mirada se cruzó un momento con la de él, que volvió a ser pícara y le guiñó un ojo. Un escalofrío le recorrió, ahora que sabía los pocos escrúpulos que él tenía sobre sus negocios.
- Grace, ¿estás bien? –Elena la miró preocupada.
Ella asintió, pasándose la lengua por los labios para humedecerlos. Tenía que organizar un plan rápido. Y, aunque reticente, comprendió que no podría hacerlo sola, así que se volvió hacia su amiga.
- Necesito tu ayuda.
Definitivamente, Marco iba a matarla por involucrar a Elena en todo aquello.
No fue hasta primera hora de ese domingo que Sirius pensó en buscar a Gisele en el cuartel de la Orden del Fénix.
Había pasado horas en su apartamento, sumido en sus pensamientos y con ese dolor intenso en el pecho que estaba comenzando a ser parte de él, hasta que había reunido fuerzas para ir a buscar a su amiga. Debía hacerlo, le debía una explicación. Aunque no sabía cuál le daría.
¿Por qué no había delatado a Regulus? ¿Era porque, en el fondo, se negaba a aceptar las evidencias de que su hermano aceptaba y participaba en las barbaridades que llevaban a cabo ese grupo de desagraciados? ¿O quizá había tenido razón Gisele y había sido por él mismo? Tenía que reconocer que se avergonzaba de compartir apellido y sangre con personas que apoyaban y justificaban tanto dolor. Se sentía observado y juzgado por aquellos que conocían su origen. Principalmente, porque el estigma partía de dentro de él mismo.
Al pasar las horas, cuando había conseguido convencerse de que lo mejor era hablar con Gisele, había acudido a buscarla. Pero ella no estaba en el apartamento de Grace y, si había vuelto a casa de sus suegros, él no se atrevía a aparecerse allí. Al ser domingo, Gisele no estaría en el Ministerio, así que lo más probable era que, si no estaba en el cuartel de la Orden, al menos ellos sí podrían saber mejor dónde se había metido.
El cuartel no estaba vacío, a pesar de que apenas estaba amaneciendo. Nunca lo estaba porque, entre todos, se turnaban las guardias para asegurarse de no perderse ninguna alerta. Allí se encontró a Marlene, a la que llevaba días sin ver, como a todos los demás, ya que había estado demasiado pendiente de James y Lily.
- ¿Has visto a Gisele? ¿Ha pasado por aquí? –preguntó a su compañera, que frunció el ceño confundida.
- ¿Tenía que haber venido? ¿Le ha ocurrido algo? –le cuestionó a su vez.
Sirius agitó la cabeza. ¿Dónde podría haberse metido su amiga?
- Sirius, ¿le ha pasado algo? ¿Puedo ayudarte?
Marlene, que tenía los ojos rojos al llevar media noche leyendo documentos, se veía genuinamente preocupada. Pero lo último que él necesitaba era a más personas metiendo sus narices en un asunto que le agobiaba tanto.
- No, no te preocupes –murmuró con voz gruñona-. Necesito hablar con ella de una cosa privada y no la encuentro. Solo eso.
Amable, como siempre, Marlene no lo cuestionó pero continuó mirándolo inquisitiva. Sirius paseó la mirada por la habitación, buscando una excusa para marcharse que no fuese demasiado brusca. Sin embargo, se distrajo al ver un bulto inmóvil recostado en un jergón en una esquina. Estaba cubierto por mantas pero su cabello, largo, negro y despeinado, se extendía por la almohada.
Abrió la boca sorprendido cuando la reconoció.
- ¿No sabías que Dumbledore la había traído aquí? –le preguntó Marlene, adivinando sus pensamientos y colocándose a su lado.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que ella había estado bajando el tono de voz para no molestar a Emmeline Vance. La joven miraba a la pared, dándoles la espalda, por lo que era imposible saber si estaba durmiendo o no. Él no la había visto desde la noche en la que la sacaron de la mansión de Nott. Cuando había acabado medio muerta después de que Regulus le torturara. Otra vez Regulus…
El dolor en el pecho se hizo más intenso, hasta el punto de que necesitaba inspirar hondo para poder llevar algo de aire a sus pulmones. Las palmas le sudaron e intentó analizarla, ver si había mejorado algo desde entonces.
- ¿Se encuentra ya mejor? –le preguntó a Marlene, esta vez en voz más baja.
Su compañera hizo una mueca, mirando el cuerpo tendido de su amiga.
- Los sanadores dicen que está casi curada físicamente. Pero no habla y apenas se mueve. En teoría, no tiene daños cerebrales pero con la maldición tortura nunca se sabe. No sabemos qué más hacer…
- Algo se podrá hacer –dijo él, sintiendo la boca seca. ¿Su hermano había hecho eso, reducir a una chica fuerte e independiente en un cascarón vacío?-. Tenemos…
- Lo estamos intentando –le interrumpió Marlene, que continuaba mirando con pena a su amiga-. Por eso, Dumbledore la trajo aquí. Pero es imposible saber los daños internos que puede tener. No tenéis idea… Soy la única que me quedé dentro, viendo todo lo que le hicieron. Y a veces pienso…
Su voz se quebró y Sirius se giró hacia ella sorprendido y percibió que se le habían llenado los ojos de lágrimas contenidas. Incómodo, le palmeó torpemente la espalda. No sabía que Marlene sentía tanta culpabilidad; se había limitado a pensar en la que sentía él.
- Es tan horrible verla así y pensar que yo pude haber hecho más…
- Te habrían matado si te hubieras descubierto ahí dentro –le dijo como consuelo, frotándole el hombro-. Como mínimo, te habrían hecho lo mismo que a ella. Ya has escuchado mil veces a Moody, hay que intentar pensar en frío cuando estamos en batalla.
Marlene se rio tristemente, secándose las lágrimas.
- Todos sabemos eso pero, llegado el caso, ¿quién lo aplica?
Se lo decía al hombre que había perdido los nervios al ver a su hermano torturando a una chica inocente y se había lanzado al cuello de un cabrón convertido en perro. Le había mordido en la yugular, había sentido el sabor de su sangre en la boca y, lo peor de todo, lo había matado. Era algo que había descubierto esos días de casualidad, al ver su fotografía en las necrológicas de El Profeta, con la fecha marcada a fuego.
Apenas había pensado mucho en él desde entonces. Se lo había prohibido a sí mismo y no lo había hablado con nadie. Así de fácil. La primera persona a la que había matado Sirius Black y apenas se había permitido pensar en él, a pesar de que aparecía en sus sueños todas las noches.
Quizá la sangre de su familia pesaba mucho y, por eso, él se sentía de un modo tan ajeno por haber matado a alguien. No había culpabilidad por eso, no más de la que sentía por las acciones de Regulus. Sentía, en todo caso, una especie de entumecimiento que se extendía por todo su cuerpo.
Pero todo eso Marlene no lo sabía y él no se lo dijo.
- En algún momento, tiene que reaccionar.
Lo dijo con convicción porque, de lo contrario, él se acabaría volviendo loco del todo. Lo haría porque si no Emmeline se convertiría en la demostración viva de que Regulus se había convertido en un monstruo. En uno al que él había auxiliado y había ayudado a encubrir. Un asesino al que él había protegido y permitido que siguiera haciendo daño por su estúpido cariño fraternal.
En ese momento, mirando a Emmeline, pensando en Gis, recordando que él mismo se había convertido en un asesino, odió a su hermano Regulus con toda su alma. Le culpó a él de sus desgracias, sus acciones y, sobre todo, del distanciamiento que había empezado a sentir con alguno de sus amigos y aliados.
Hay acciones y palabras que, una vez suceden, cambian el rumbo de nuestras vidas por completo. No hay modo de detener sus consecuencias y, aunque en ese momento no lo creyéramos, marcan nuestros destinos para siempre.
Sirius Black llevaba mucho peso encima esos días. Una presión y una culpa que se unían a las preocupaciones con las que había cargado en solitario, sin querer ni poder compartirlas con nadie. James y Lily habían estado a punto de morir, su amiga en parte por su negligencia. Lo sabía por mucho que ambos se lo negasen. Gisele le odiaba por ocultarle algo que tenía derecho a saber por puro egoísmo. Emmeline estaba catatónica tras la tortura de su hermano. Y Regulus le había decepcionado de un modo tan profundo que no podía explicarse, porque significaba que tenía más esperanzas puestas en él de las que creía.
No podía compartir todo eso con Peter, que prefería aislarse del mundo con su novia muggle, ni con Remus, alejado de ellos por una misión de la que poco sabían. Y tampoco podía contar con Grace, la cual estaba a muchos kilómetros de él, y no solo por la distancia física. Una vez más, le había demostrado que confiaba en cualquiera antes que en él y eso le dolía.
Le dolía y le preocupaba porque esa distancia significaba que tampoco podía protegerla como quería. Y Bellatrix la había amenazado directamente. Lo había apartado al fondo de su mente dado el estado de James y Lily pero, por las noches, aparecía en sus sueños, junto al hombre que había matado, susurrándole que acabaría arrebatándosela igual que hizo con Kate. El dolor que sentía constantemente en el pecho era más fuerte cada vez que su promesa volvía a su memoria. Necesitaba tan desesperadamente tenerla a salvo…
Estaba solo, enfadado, frustrado, dolido y deprimido. Y aún no lo sabía pero todavía quedaba por llegar lo peor de su vida. Un episodio que ocurriría en esa fría noche de septiembre y del que se arrepentiría cada día, hasta que la muerte llegara a él.
Tras pasar el día buscando a Gisele, se rindió y se marchó a su casa cuando el manto de la noche se le echó encima. No había hecho más que aparecerse en el callejón cuando sintió una presencia a su espalda. Supo al instante que no estaba solo.
La luz de una varita se iluminó a su espalda y él se giró rápidamente y redujo a su atacante contra la pared antes de que este pudiera hacer otro movimiento.
- Sirius, soy yo –murmuró el desconocido, gimiendo por el golpe que se había dado en la espalda.
Sirius le apretó su varita al cuello y tardó unos segundos en reconocer su voz.
- ¿Regulus?
El pálido rostro de su hermano se vislumbró a través de la pequeña luz que iluminaba el callejón. Se veía asustado y agitado pero Sirius no bajó la varita.
- ¿Se puede saber qué quieres? –gruñó.
Regulus se lamió los labios, mirándole visiblemente alterado. Sudaba y tenía las pupilas dilatadas.
- Necesito hablar contigo.
¿Con él? ¿Después de todo lo que le había visto hacer? ¿De todo lo que le había costado? Se había llevado por delante la confianza que su amiga tenía en él.
- ¿Ahora? –se rio sin humor, apretando el agarre del cuello de su túnica-. ¿No tienes a nadie a quien torturar, hermano?
Dijo la última palabra con tal sarcasmo y odio que Regulus se estremeció. Su hermano quizá no sabía que le había visto la noche que torturó a Emmeline porque su intervención, antes de que lo dejaran fuera de juego, había sido en forma de perro. Pero no pareció sorprendido de que supiera esa faceta de él.
Le miró suplicante, con los ojos llorosos.
- Escúchame, Sirius, por favor. Yo…
- ¿Pensabas encontrarme desprotegido? –le interrumpió Sirius, demasiado alterado como para escucharle-. ¿Ibas a por mí, ahora? –de pronto, otra idea peor cruzó su mente y movió a su hermano para usarle como escudo frente a lo que estuviera esperándolos fuera del callejón-. ¿Dónde está la loca de Bellatrix, esperando a tu señal para atacar?
Eso era. Por eso estaba ahí. Bellatrix le estaba usando de señuelo para que bajara la guardia y poder atacarle, acabar lo que había empezado hacía unos días. Solo se alegraba de que Grace estuviese muy lejos y esa loca no pudiera hacerle daño en ese momento. Eso era lo más importante.
Regulus se removió, intentando mirarle a la cara.
- ¡No! Sirius, por favor. Necesito tu ayuda.
Eso descolocó a su hermano mayor, que le hizo colocarse de nuevo contra la pared riéndose, sujetándole el hombro mientras seguía apuntándole.
- ¿Mi ayuda? ¿Para qué? ¿Para torturar a alguien más? ¿Para cargarte a algún sangre sucia, como tú les llamas?
El evidente desprecio en su voz hizo estremecerse a Regulus, que le miró de nuevo suplicante. Sus ojos parecían más grandes en la oscuridad y algo en la fragilidad de su expresión le recordó al pequeño niño que se metía en su cama de noche para huir de las pesadillas y con el que se enfadaba cuando acababa haciéndose pis y empapándolos a ambos.
- Si solo me escuchas un momento… –le suplicó, agarrándole con fuerza la túnica.
Sirius dudó, mirando a su hermano pequeño. Pero empujó esa ternura al fondo de su mente porque Regulus ya no era ese niño. Se había convertido en un monstruo y ya no había nada que él pudiera hacer. Solo apartarse de su camino para que su autodestrucción no le pillara por medio. Tenía a mucha gente a la que proteger y Regulus ya no estaba entre ellos por decisión propia.
Con el dolor y la decepción escritas en la cara, le empujó fuera del callejón, lejos de él.
- Vete a la mierda, Regulus. Ya he intentado escucharte demasiadas veces. ¡No! –le amenazó con la varita cuando su hermano fue a interrumpirle-. No quiero oír nada que venga de un asesino como tú. Un torturador, un sádico que solo disfruta haciendo daño a los demás. ¡Eres igual que la loca de Bellatrix y toda vuestra maldita familia! –le gritó, intentando controlar las lágrimas que se agolparon en sus ojos. Odiaba en lo que se había convertido, odiaba lo decepcionado y solo que se sentía cuando le miraba. Le odiaba a él-. ¡Estoy harto de todos! ¡Me habéis jodido la vida y aún queréis seguir pisando los restos!
El dolor en el pecho era demasiado grande. Sentía que iba a estallarle.
Mirar a Regulus dolía. Debió hacerle daño porque algo se rompió en su expresión pero Sirius no podía más. Intentó regular su respiración, no podía permitir que su hermano le viera llorar. Sería una nueva batalla ganada para él.
Regulus se quedó quieto durante unos segundos y su voz sonó a punto de quebrarse.
- De verdad que lo siento…
Sirius negó con la cabeza. No iba a manipularlo. Esta vez, no.
- Si lo sientes de verdad, pírate antes de que cambie de opinión y te trate como tratáis vosotros a los traidores –le dijo empujándolo. Solo quería que se marchara y no acabar rompiéndose delante de él. Le quería lejos, fuera de su vida por completo. No quería compartir su sangre con él, no quería seguir queriéndolo. Fue ese deseo y no la verdad lo que le impulsó a gritarle-. ¡Te odio!
Su hermano pequeño se alejó de él trastabillando. Le miró con dolor una vez más y Sirius no tuvo dudas de que estaba llorando cuando le miró una última vez antes de girar sobre sí mismo para desaparecerse.
En cuanto se vio solo, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas y dio un fuerte puñetazo contra la pared, quebrándose la mano.
- ¡Te odio! –gritó de nuevo al vacío-. ¡Os odio a todos! ¡Joder!
De pronto, ahí, en ese callejón oscuro y solitario, el peso en el pecho se expandió hasta que lo ocupó todo. No podía respirar, sentía el pulso palpitándole muy rápido en los oídos y perdió el equilibrio, cayendo al suelo de rodillas.
Las lágrimas, la rabia y el dolor lo ocupaban todo. No había hueco para nada más. No había sitio para el oxígeno. Hiperventilaba, luchaba por encontrar aire. Se sintió fuera de sí mismo, como observándose desde otro lugar y le pareció que todo lo que acababa de ocurrir no había sido real.
La cabeza le iba a estallar y era incapaz de recordar cómo se respiraba. Cuando la angustia fue muy grande, supo que tenía que pedir ayuda a alguien. Pero no tenía a quien. James seguía ingresado y no había nadie más para él. No existía nadie más. Estaba completamente solo.
Regulus Black jamás se sintió más vacío que esa noche, después de que su hermano le gritara la verdad a la cara.
Se había visto en los ojos de Sirius y había sentido asco de sí mismo. Durante toda su vida, había estado tan centrado en complacer a sus padres y beber de sus consejos y de su ideología que no se había parado a pensar en si eran correctos.
Él nunca había sido tan libre como Sirius. Nunca había tenido ni un ápice de su sentido crítico. Y, de golpe, todo en lo que se había convertido le cayó encima.
En automático, como había vivido siempre, tomó la decisión más valiente y sacrificada de su vida. Sintiéndose más solo que nunca, merecidamente odiado y apartado, regresó esa noche a casa.
El guardapelo de Grace golpeaba su pecho en el bolsillo interior de su túnica, recordándole todas las oportunidades de redención que había desaprovechado y despreciado hasta que fue demasiado tarde. Seguramente, ella también le odiaría.
En la soledad de su habitación, sacó ese medallón y lo observó pensativo. Era curioso que el objeto que el Señor Oscuro había escondido también fuera un guardapelo de oro. Muy parecido al que le había dado Grace pero con un significado totalmente opuesto. En aquel momento, observando las iniciales de la familia de su amiga de la infancia, se preguntó si todo lo que le había pasado en su vida no era una obra del destino que le había conducido hasta ese momento.
Lloró hasta que el corazón se le quedó seco y, finalmente, la serenidad llegó a él. Cuando salió de su cuarto, a oscuras y cerrando con fuerza el medallón para guardar dentro de él la nota que había escrito, no vio a su madre y no pensó en hacerle una última visita. Se dirigió, mortalmente serio, a la alacena de Kreacher, que había seguido su consejo y llevaba días escondido en ella, muerto de miedo. Otra víctima de sus malas decisiones, aunque se prometió a sí mismo que sería la última.
Le pidió que le llevara a la cueva y no se inmutó cuando el elfo le miró asustado y confuso. Había tomado una decisión.
El recorrido fue pesado y silencioso pero, de algún modo, Regulus fue encontrando la paz en cada paso. Sentía que estaba purgando sus pecados por fin. Era lo único que tenía sentido de todo lo que había hecho durante el último año. Por fin comprendió la respuesta que nunca tuvo para Sadie cuando ella le preguntó qué sería de él cuando el Señor Oscuro ganara la guerra. Nunca había pensado tan a largo plazo en su vida y ahora comprendía que era porque no estaba destinado a vivir tanto. Por fin sabía su cometido, lo que estaba destinado a hacer.
El oscuro lago le puso la piel de gallina mientras lo atravesaba en esa pequeña barca, con un tembloroso Kreacher a su lado. En el centro, en una pequeña isla, vio una vasija. Así que ahí lo tenía. Con una última orden que no admitía réplica, comenzó a beber.
El dolor volvió, multiplicado por mil, con cada sorbo de poción. Escuchó los reproches de Sirius amplificados en su oído. Los gritos de Emmeline mientras la torturaba. Las lágrimas de Grace mientras le curaba, su amabilidad cuando le dio el medallón y le prometió estar ahí para él. El salvaje sarcasmo de Sadie, poniéndolo constantemente contra las cuerdas con sus argumentos. Volvió a leer su nombre en esa lista de muerte, volvió a ver su ataúd delante de él. Por su culpa.
Sabía que Kreacher podría sacarlos de ahí a ambos. Así, podría seguir luchando. Pero Sirius tenía razón, era un cobarde. Ya no tenía ganas, ni fuerza, ni voluntad. No se sentía capaz de continuar. No solo.
Y, cuando Kreacher se marchó entre lágrimas y se quedó solo, les pidió mentalmente perdón a todos. Los vio a su lado, mirándolo. Mientras las cadavéricas manos tiraban de él al fondo del lago, al menos no vio odio ni rencor. Sus miradas no le juzgaban.
No lo habría creído jamás pero su último pensamiento fue para él. Para su hermano. Deseó haberle dejado una nota, hacerle saber que, al final, había estado de acuerdo con él. Quería que supiera que había tenido razón, que se había dado cuenta y que había llevado a cabo un último acto para redimirse. Quería que estuviera orgulloso de él por una vez.
Quiso decirle que no le culpaba por su odio, que lo comprendía. Pero era demasiado tarde. Sirius jamás llegó a saber que el pequeño Regulus todavía le quería y le admiraba más que a nadie en el mundo.
Os juro que he llorado escribiendo algunas partes... Me parece tan cruel el destino de Regulus... El pobre Sirius pasa todo el capítulo agobiado, estresado y acumulando rencor hacia él. Y con razón. Así que justo fue a pedirle ayuda en el peor momento posible. Sirius no podía escucharle en ese momento, no estaba cuerdo ni pensaba con claridad. Se arrepentirá en el futuro pero ya no habrá solución...
Espero haber mostrado bien la desesperación de ambos. Regulus está perdido y Sirius pasa todo el capítulo con un ataque de ansiedad formándose y que acaba estallando en el peor momento. ¿Qué creéis que pasará después, avisará a alguien?
La trama de Grace avanza y en el próximo capítulo se pondrá en riesgo por una información que les interesa. ¿A quién creéis que los mortífagos quieren cargarle el muerto? ¿Cómo creéis que lo averiguará?
Por cierto, hay diferentes pistas en la escena de la adivina que os he dejado para que penséis. Realmente, su predicción casi puede ir para los dos hermanos Black pero os invito a mandarme vuestras conjeturas.
Espero que os haya gustado. Nos leemos pronto ;)
Eva.
