¡Hola! Perdón por la ausencia, no abandoné el fic. Simplemente no tenía ganas de escribir en plena pandemia, con semanas enteras llenas de cientos de muertos todos los días. A mí me está costando mucho adaptarme a esta nueva realidad, con todo pendiendo de un hilo, temiendo el momento en el que vuelva a empeorar... Espero que estéis todas bien y no hayáis perdido a nadie durante este tiempo. Yo he tenido suerte de vivir en una zona poco afectada pero tengo amigas que han vivido en lugares muy golpeados que han vivido un auténtico infierno...

Confío en tapar mi ansiedad y aprovechar esta situación para avanzar en la escritura. Yo he estado releyendo algunos de los libros y pensando mucho en la dirección de los personajes, quiero darles unas reacciones muy realistas y acordes a ellos. Espero lograrlo.

Quiero agradecer los reviews y privados que me habéis mandado estos meses, pese a que FFNet está decayendo bastante. Gracias a Paula por decirme que consideraste que la descripción de Regulus te pareció perfecta, así como su interacción con Sirius. Son dos de mis personajes favoritos y su trama me parece muy triste y digna de ser bien tratada. Me alegro de haberlo logrado bajo tu punto de vista.

A continuación, os dejo con el nuevo capítulo, que cuenta los días siguientes de la muerte de Regulus y de la misión de Grace en París. Ella se enterará en este capítulo de la desaparición de su amigo y os prometo una escena con Sirius de las que nos gustan.

Solo me queda decir que nada de esto es mío si no de la maravillosa Joane Rowling, a la que cada día admiro más.


Capítulo 22: Eclipse total del corazón

- Aún no puedo creerlo. Qué miedo... ¿Qué vamos a hacer?

Elena llevaba más de una hora repitiendo lo mismo y Grace comenzaba a arrepentirse de haberle pedido ayuda. Debía haber contado solo con Pryce pero el amigo de su padre tenía una posición importante dentro de la resistencia francesa y no podía arriesgarse a que lo atraparan y desmontar todo lo que habían conseguido. Su amiga era más discreta para esos efectos.

- Elena, tranquilízate. Tenemos que pasar desapercibidas.

Grace apretó el maletín que llevaba en la mano contra su muslo y se forzó a mantener un paso relajado mientras se alejaban del lugar, aunque llevaba la otra mano en el bolsillo sujetando firmemente su varita y no perdía ojo de lo que sucedía a su alrededor. No parecía que les hubieran seguido.

A su lado, su amiga se tocaba el pelo nerviosa mientras sus ojos vagaban por las elegantes pero vacías calles de París. Aún era muy temprano.

- Es que son mortífagos… Mortífagos, Grace –repitió Elena en voz baja-. ¿Desde cuándo lo sabías? ¿Cómo estás tú metida en todo esto?

Grace suspiró, consciente de que aquello era muy nuevo para su amiga y de que se había enterado de demasiadas cosas de golpe.

- No lo sabía. Y no podemos asegurar que Jean sea mortífago. Aunque sí que trabaja para ellos, eso está claro.

- ¿Y tú cómo has acabado involucrada en todo esto?

- Es una larga historia –dijo enigmáticamente. Marco iba a matarla; siempre insistía en dejar a Elena fuera de todo-. Pero tú despreocúpate de esto. Intenta no pensar en ello.

- Pero, ¿cómo voy a hacerlo? ¿Cómo podemos saber si no hay más personas en el Ministerio que estén involucrados? Merlín, puedo estar trabajando codo con codo con mortífagos…

Grace inspiró hondo y se recordó a sí misma que, para Elena, hasta ese día, la guerra había sido algo lejano. Era consciente de lo que estaba sucediendo pero solo a través de las hojas del periódico y de lo poco que su novio le contaba que sucedía en San Mungo. En su puesto en el Ministerio había estado muy alejada de los horrores de la guerra y lo veía desde la distancia. Tenía que tener paciencia porque era normal que estuviera asustada al darse cuenta de que los tenía más cerca de lo que creía. La cogió discretamente del brazo y la llevó hasta el portal de un edificio, vacío a esas horas.

- Escúchame –le dijo cuando estuvieron solas-. Esta gente está metida en todos los estamentos del Ministerio y son peligrosos. Si no eres capaz de mantener la calma y la discreción con lo que hemos averiguado, quizá sería mejor que te desmemorice.

Sacó la varita del bolsillo pero su amiga la agarró de la muñeca, con mirada suplicante.

- ¡No, por favor! ¿Cómo voy a protegerme a mí misma si no recuerdo nada de esto?

Ahí tenía un punto. Grace bajó la varita.

- De acuerdo. Pero tienes que calmarte y tratar de actuar con normalidad. Te quedan dos días más en París y puede que coincidas con alguno de estos personajes. Debes de ser absolutamente discreta y no llamar la atención. Yo no puedo quedarme para ayudarte.

- ¿Tienes que ir a avisarles, no? –preguntó Elena, con aprensión-. A las personas que tratan de involucrarles en ese asesinato.

- Sí –respondió ella, aunque, dado de quiénes hablaban, prefería ponerlo en conocimiento de Dumbledore y que él tomara las medidas que considerara oportunas. Podría haber contactado con Marlene para pasarle la información, pero, de igual modo, tenía que entregar los documentos que había obtenido cuanto antes-. Tengo que salir esta misma mañana para Londres. ¿Estarás bien?

Elena inspiró hondo varias veces, aprovechando la soledad del lugar. Sus ojos parecieron calmarse un poco después de varias respiraciones.

- Sí, estaré bien. Pero, ¿qué hago si me encuentro con ese…? –no supo cómo llamarle y Grace, pese a la tensión del momento, tuvo ganas de sonreír al pensar en lo pronto que había dejado de referirse a Jean como míster sexy-. ¿Crees que me preguntará por ti? Oh, Morgana, ¿y si te busca?

- No va a buscarme –le prometió ella-. Por lo que a él respecta, ya ha tenido de mí lo que quería. Y no sospecha de nada más. Así que tranquilízate. Tengo que llegar a la Oficina de Trasladores.

Rápidamente, se despidió de ella con un par de instrucciones y se apresuró a llegar a la Oficina de Trasladores antes de que su transporte se fuera sin ella. Esos centros estaban habilitados por los Ministeriores mágicos para facilitar el traslado de magos y brujas a otros países, ya que la aparición estaba restringida al territorio nacional de cada uno. De ese modo, podían controlar de algún modo los viajes entre la comunidad mágica para que no alertara a los muggles de su existencia.

Ella había reservado un viaje en traslador para Londres que saldría en apenas una hora. Mientras acudía, recordó lo vivido la noche anterior cuando, consciente de la cita que esa misma mañana Jean había concertado con los aliados de Saloth, ella había aceptado salir con él.


- Solo una copa, de verdad. ¿Tú no trabajas mañana?

La voz de ella sonaba risueña y arrastrada, síntoma de su ebriedad, mientras se dejaba guiar dentro del apartamento del joven.

- Sí, pero no voy a perder la oportunidad de pasar un rato más contigo, mon amour –bromeó él, con una sonrisa cegadora-. Bastantes meses me ha costado que aceptes esta cena.

Jean cerró la puerta tras de sí, apoyándose en ella y mirándola como si fuera una presa. Grace se tambaleó con un alegre y coqueto baile mientras examinaba el piso en penumbras.

- Me encanta tu casa. La decoración pega contigo. Oh, y tienes unas vistas estupendas.

Desde el pequeño balcón del salón, la Torre Eiffel le saludaba imponente y luminosa a lo lejos, protegida por el Sena en esa clara y cálida noche de septiembre. Al abrir la ventana, el aire de la noche le hizo pestañear e inspiró hondo.

- Sabía que te gustarían –Jean apareció tras ella con un andar felino y Grace se obligó a sí misma a relajarse en su presencia. Él no pareció darse cuenta de nada y le sonrió-. ¿Una copa de champagne?

Ella le devolvió la sonrisa.

- Por favor.

Cuando él se giró hacia la cocina, aprovechó para lanzar chispas con su varita. Tenía que avisar de su ubicación. Un minuto después, el joven francés volvió a su lado, ofreciéndole una generosa copa de champagne. Parecía resuelto a emborracharla un poco más.

- Brindo por los tiernos corazones de las frías mujeres inglesas que, por fin, se compadecen de los siervos como yo –murmuró, chocando su copa y bebiendo, sin apartar la mirada de ella.

Grace también bebió, dejando escapar una risita risueña y obligándose a no rodar los ojos. Él se acercó. Su mirada la atravesó cuando le apartó el pelo de la cara y le rozó el cuello con los dedos. Ella se estremeció. Elena tenía razón en que sabía lo que se hacía y que era perfectamente capaz de seducirla. O lo hubiera sido en otro momento en el que ella no supiera la poca moral que tenía ese hombre.

Un fuerte golpe en el pasillo los sobresaltó y Jean, con el ceño fruncido, dejó la copa en la mesilla que estaba a su lado para comprobar que no hubiera ningún intruso en el edificio. Agradecida a su amiga, Grace deslizó rápidamente una pequeña poción incolora en la bebida y le esperó, sonriente.

- ¿Pasa algo? –preguntó, con fingida curiosidad.

Jean sacudió la cabeza con una sonrisa.

- Habrá sido un gato –cuando volvió a acercarse a ella, parecía un cazador a punto de disparar-. ¿Por dónde íbamos?

La cogió de la cintura y Grace le frenó, alzando la copa, coqueta.

- Me tocaba brindar. Por los franceses insistentes que nunca se rinden.

La risa de Jean se asemejó a un ladrido cuando chocó su copa y acabó su contenido de un trago. A Grace se le removió el estómago porque eso le hizo recordar por un momento a Sirius. No porque ellos se parecieran exactamente, aunque el ruido canino había sido una especie de dejavu.

Llevaba días sin poder quitarse a Sirius de la cabeza pero esa noche en particular, con toda la parafernalia que había tenido que aceptar, lo había tenido constantemente presente. Si no hubiese estado tan enamorada de él, hacía tiempo que hubiese tenido una cita como esa. Habría sido presa fácil para alguien como Jean. Y después se habría odiado a sí misma cuando averiguara quién era. De algún modo, sus sentimientos por Sirius la habían protegido una vez más frente a su horrible gusto por los hombres. Y lo que tendría que hacer esa noche no le hacía sentir orgullosa.

Se había distraído pensando en él, por lo que le pilló por sorpresa cuando Jean le agarró con fuerza de la nuca y la besó. Se sintió mareada y atrapada. Asqueada. Pero, por el bien mayor, se obligó a relajarse en sus brazos y pasarle las manos por el pelo.

Sabía que tenía que cumplir un papel. No era una persona aprensiva y el sexo sin amor nunca había significado nada para ella. Solo le había dado importancia cuando sus sentimientos estaban involucrados. Por lo demás, lo consideraba un trámite incluso bastante frío. Pero esa noche tenía delante a alguien peligroso y sin escrúpulos. Así que no pudo desconectarse de su cuerpo mientras él pasaba sus manos por su figura, apretando sus nalgas y sus pechos mientras su lengua recorría toda su boca.

Se obligó a relajarse y dejó que la guiara hacia el dormitorio, con una nota de pánico abriéndose paso en su garganta. ¿Cuánto tardaría en hacer efecto la poción? ¿Y si algo fallaba? ¿Tendría que acostarse con él de verdad?

Las manos de Jean estaban por todas partes, invasivas y sin cuidado. Le sobaban y la apretaban. La empujaron contra la cama y ella cayó, sin aliento, contra las sábanas. Las manos tiraban de su túnica, apartaban el cuello de esta para dejar que su boca descendiera por su garganta. La tocaban el pecho, trataban de acariciar su estómago por debajo de la ropa.

Cada vez era más difícil seguir la corriente, devolverle los besos y consentir sus caricias. Se sentía sin aire, llena de pánico porque algo hubiera salido mal. Había confiado tanto en las pociones de Lily que no había preparado un plan B; Elena no tendría modo de saber que necesitaba ayuda. El corazón le iba a mil por hora y, de repente, se acordó de Gisele y se asustó. ¿Así se había sentido su amiga? ¿Con ganas de gritar y encogerse en un rincón? No, no era justo que lo comparara. Ella se había metido en esa situación porque lo había decidido.

Pero su pánico estaba creciendo demasiado al sentir los dedos de ese hombre en su piel, forzándole a abrir las piernas, con sus dientes mordiendo suavemente su clavícula. Se quedaba sin aire. No iba a poder continuar la farsa y lo iba a echar todo a perder. Sentía que no podía respirar… Hasta que se dio cuenta de que el cuerpo de Jean había caído a plomo sobre el suyo. La poción por fin había hecho efecto.

Aliviada, le empujó contra la cama y se incorporó rápidamente.

Elena la esperaba en el pasillo cuando abrió la puerta. La preocupación se reflejó en su mirada al verla despeinada y tratando de arreglarse la ropa.

- ¿Estás bien? ¿Has tenido que…?

- ¡No! –le interrumpió, asqueada, sin el tono arrastrado y ebrio que había fingido durante la mitad de la noche-. Pero la poción ha tardado demasiado en funcionar. Vamos, hay que empezar a buscar, no sé cuánto tiempo durará el efecto.

Elena miró nerviosa hacia la habitación, desde donde se escuchaban los ronquidos de Jean.

- ¿Estás segura de esto? –preguntó, dudosa.

- Cuando lo veas, sabrás que es necesario –le prometió Grace-.

Y lo supo. Vio todos los documentos que probaban las compra-ventas que había cerrado Jean y que tendría que entregar al día siguiente a los aliados de Saloth.

- Por Morgana, esto es absolutamente ilegal –se espantó, revisándolos.

- Ya me imaginaba que no tirarían por el camino de la legalidad para deshacerse de estas propiedades –murmuró Grace sin darle importancia mientras revisaba los documentos por encima-.

- No lo entiendes –le corrigió su amiga que, a pesar de ser solo traductora, conocía por experiencia ese tipo de contratos mejor que ella-. Estos terrenos son públicos. Algunos de ellos están catalogados como protegidos porque albergan a criaturas mágicas. Es ilegal que pasen a manos privadas porque les daría un poder ilimitado sobre esos seres. Pero todas las ventas cuentan con el sello de aprobación del Ministerio de Magia. Eso no es posible.

Grace comprendió enseguida lo que pasaba. No era solo que estuvieran aprovechando la muerte de Saloth para hacer negocios con sus propiedades. Estaban acumulando poder para formar un ejército. Y tenían poder dentro del Ministerio para llevarlo a cabo.

- Sí lo es si tienen infiltrados en todos los departamentos –chasqueó la lengua, al darse cuenta de que la corrupción era mayor y estaba más extendida aún de lo que creían.

Elena estaba confusa.

- Pero, ¿para qué iban todas estas familias a querer estos terrenos? Es absurdo…

- Para controlar a las criaturas que viven en ellos. Para usarlas en la guerra –le explicó ella sombríamente.

Elena se quedó mirándola. Hasta ese momento, no había caído en la gravedad de todo lo que le había contado.

- Por Merlín…

- Necesito sacar una copia de todo esto –resolvió Grace rápidamente-. Tienes que llevártelas tú, no puedo arriesgarme a que Jean me atrape.

- ¡¿Te vas a quedar?!

- Tengo que hacerlo para que crea que nos hemos acostado. Además, así será más fácil seguirle mañana a la reunión.

- No creo que eso sea seguro, Grace –le advirtió su amiga preocupada.

Grace le sonrió con calma.

- No te preocupes. Tengo que ir. Aún no consigo averiguar a quién pretenden culpar de la muerte de Saloth.

Elena asintió con la cabeza. Parecía asustada pero era más valiente de lo que creía.

- Entonces te acompañaré. Mañana, temprano, estaré esperando en la calle para seguir a míster sexy a donde vaya a reunirse con esta gente. Si tiene amigos dudosos, lo averiguaremos.

Por primera vez esa noche, Grace no se sintió sola. Le sonrió a su amiga y se armó de paciencia para lo que restaba de madrugada.


Afortunadamente, no había tenido que acostarse con Jean. Él se había despertado una hora después y tuvo que aceptar menos caricias en esa segunda ocasión, hasta que la nueva dosis de la poción de sueño hizo efecto.

Los sueños se mezclaron con la realidad y Jean había despertado esa mañana, convencido de haber pasado una noche ardiente. Y ella cumplió su papel, fingiéndose dormida, mientras él se marchaba y dejaba una escueta nota de despedida. Como imaginaba, una vez creía haber obtenido lo que buscaba de ella, había perdido el interés.

Pero eso fue positivo, porque le había permitido seguirle hasta la reunión, fichar a sus cómplices y escuchar la información que necesitaba. Elena había estado asustada pero había sido verdaderamente útil para descifrar los pasajes que más le hubieran costado a su francés más básico.

Le hubiera gustado escuchar otro apellido pero ahora sabía quién cargaría el muerto de Saloth y por qué. Y no podía perder el tiempo o Dumbledore no podría hacer nada por ellos. No es que a ella le importara pero seguro que su compañera querría impedirlo.

En apenas unos minutos, llegó al Ministerio de Magia francés y subió a la tercera planta, donde una malhumadorada bruja comprobó que tenía permiso para coger el traslador habilitado que saldría hacia Londres a las nueve en punto.

Los viajeros a la capital estaban hacinados esa mañana. Tuvo que escurirse entre, al menos, quince personas para poder tocar con la punta del dedo la lata de aluminio que había sido transformada en traslador. El viaje, como siempre, fue rápido pero desagradable y le dejó un mareo considerable por todo el cuerpo.

Cuando llegó a Londres, trastabilló y, a su alrededor, los viajeros se repusieron con dificultad e hicieron una fila para salir del habitáculo en orden, mostrando su varita para que fuera revisada por los funcionarios ingleses que les esperaban. Un mero trámite que le llevaba más tiempo del que tenía si quería llegar a tiempo donde Dumbledore pero contra el que no podía hacer nada.

El mago que la atendió, calvo y bajito, revisó su varita para comprobar su identidad y que no había cometido ninguna ilegalidad durante el tiempo que había estado fuera. Ella había llevado a cabo ese procedimiento varias veces, por lo que supo al instante que algo estaba mal cuando el hombre frunció el ceño y se apartó, llevándose su varita, para hablar con una bruja que se encontraba en una mesa al fondo.

La bruja la miró y, de un golpe de varita, mandó un mensaje que salió volando de la habitación. Nerviosa por si algo había salido mal, Grace apretó el maletín contra ella. Debía proteger los documentos que había conseguido copiar. La bruja se levantó y ambos se dirigieron hacia ella.

- ¿Es usted Grace Sandler? –le preguntó.

Ella asintió, tratando de mostrar una cara neutral.

- ¿Ocurre algo?

- Hay un requerimiento del Ministerio de Magia para hablar con usted. Llevamos horas buscándola.

Grace apretó más fuerte el maletín. ¿Cuándo la habían descubierto? ¿Qué mortífago infiltrado la habría atrapado? ¿Estarían Moody o los Longbottom de guardia para hacerles llegar la información antes de que la requisaran? De reojo, captó que dos magos que parecían investigadores llegaban a la habitación y se quedaban en una esquina, observándolos.

- ¿Por qué requerirían mi presencia? –preguntó con fingido desconcierto.

La joven bruja no parecía especialmente preocupada por su caso.

- Se trata de una investigación del Ministerio. Acompañe a esos caballeros, por favor.

Reticente, pero consciente de que no tenía alternativa, Grace se mostró tranquila mientras se apartaba de la fila de magos y brujas, que la miraban con curiosidad y comenzaban a cuchichear.

- Señorita Sandler, si no es molestia nos gustaría hacerle unas preguntas –le dijo uno de ellos, el más amable, cuando llegó hasta ellos.

- ¿Sobre qué, si puedo saberlo?

El otro mago, moreno y con un poblado bigote, fue más brusco y lo soltó todo a bocajarro.

- Se trata de la desaparición y posible asesinato del señor Black.

El corazón de Grace se paralizó por completo al escucharle. El mundo se detuvo y el tiempo pareció congelarse mientras el miedo se apoderaba de ella a través de todas sus extremidades.


No muy lejos de allí, en una habitación del Ministerio, Sirius se mesaba el pelo y apoyaba la cabeza contra la mesa en la que estaba sentado. A su alrededor, un cuarto oscuro, solo iluminado por la luz de la varita del hombre que estaba con él, daba una sensación fantasmal y tétrica. Las sombras se ceñían sobre ellos, formando extrañas figuras que se confundían en la oscuridad.

Llevaba horas allí y aquello se le estaba haciendo demasiado pesado. Desde que habían ido a buscarle y le habían dado la noticia de la desaparición de Regulus, todo parecía demasiado irreal.

- Cuéntame la verdad, chico –le decía el hombre que llevaba horas interrogándole-. ¿Por qué tu madre iba a señalarte como posible responsable de la desaparición de tu hermano si llevas un año sin verle?

El hombre parecía comprensivo y dispuesto a creerle. Quizá porque Alice ya había hablado en su favor.

- Ya se lo he dicho. Porque es una perra psicópata que me culpa de todos los males del mundo desde que era un crío. ¿Por qué cree que me largué de casa? –murmuró él con hastío sin levantar la cara de la mesa.

Regulus había desaparecido. Nadie sabía nada de él desde hacía cuarenta y ocho horas. Su madre había denunciado su desaparición y había alertado de que todo apuntaba a que algo le había ocurrido. En el Ministerio ya trataban el tema como un asesinato por los indicios que habían encontrado.

Y él se sentía vacío y culpable. Su hermano había acudido a él para pedirle ayuda. Necesitaba contarle algo y él no había querido escucharlo. Si lo hubiera hecho, puede que le hubiera salvado la vida. Puede que ahora estuviera en casa, con la bruja de su madre y rodeado de psicópatas, pero a salvo.

Y él no podía contar nada de ello porque le haría parecer aún más sospechoso de lo que era por culpa de la inquina de su desgraciada madre, asó como que no tenía pistas sobre el paradero de su hermano. Además, no le había contado nada a Alice. No podía reconocer que la había mentido; ella se sentiría decepcionada. Y a Sirius no le quedaba tanta gente a la que no hubiera decepcionado.

Sin levantar la mirada de la mesa, recordó lo que había ocurrido ese fin de semana, cuando la crisis de ansiedad que se estaba formando en su pecho estalló en mitad de la calle tras discutir con Regulus.


No sabía cómo había sacado fuerzas para conjurar el patronus. Fue como si lo hubiera hecho otra persona. Pero tenía claro quién era la única a la que podía pedir ayuda en esas circunstancias.

Alice estuvo a su lado en apenas unos minutos, aunque el tiempo no significó nada para él. Se encontraba en una nebulosa cuando unas manos pequeñas y frías le acariciaron la cara.

- Ey, ya pasó. Ya estoy aquí –le dijo con voz suave, que le llegaba como desde una radio mal sintonizada.

Le obligó a ponerse de costado y colocó una mano en su pecho para ayudarle a regular su respiración.

- Venga, respira conmigo. Inspira, expira… ¿Estás herido? ¿Te ha atacado alguien?

Sirius negó con la cabeza con dificultad.

- Solo… no puedo… respirar…

- Ya tardaba en pasarte factura todo –se lamentó su madrina, que parecía haber adivinado hace tiempo lo que estaba por pasarle-. Sabía que acabarías explotando en algún momento. Tienes que dejar de contenerte siempre tanto, de guardártelo todo para ti.

Alice había sido, desde el principio, como una hermana mayor para él. Habían desarrollado una relación especial. Ella sabía leer muy bien su carácter cínico y huraño y lo compensaba con esa personalidad tan abierta y generosa que tenía. Sirius le contaba a veces cosas con las que solo se permitía abrirse con James. Y sus consejos siempre eran diferentes, más maduros y más centrados.

No supo cómo lo hizo pero, como era habitual en Alice, consiguió darle vuelta a la situación y lograr que su respiración se ralentizara y el aire volviera a sus pulmones. Cargó con él, Merlín sabía cómo porque la sacaba dos cabezas, y se desapareció en su casa, tumbándole en el sofá.

- Te has cargado con demasiado peso con respecto a lo de James y Lily. Y tú no tienes la culpa de nada.

Sirius agitó la cabeza. No quería hablar de eso.

- Ya están mejor, afortunadamente.

Alice se sentó a su lado, tras encender una lámpara y le acarició el hombro. Después de que su respiración se calmara, se sentía agotado.

- Sí, pero sé que te has comido mucho el coco. Además… Fabian me contó tu encuentro con Bellatrix.

Él se removió, incómodo. Claro que aquello le había afectado. Si no hubiera sido por su compañero y por la manía de su prima de jugar con la comida antes de devorarla, ahora sería un cadáver descansando bajo tierra.

Pero no quería hablar de ello porque sus amenazas seguían demasiado presentes en su mente, le perseguían en sueños y no quería mostrarse débil frente a Alice. Su silencio no apaciguó a su madrina.

- Sé lo que te dijo. Sé cómo te amenazó. Y a Grace y a todos los que te queremos.

- No dejaré que haga daño a nadie –le prometió, con un brillo de furia en la mirada.

Alice asintió, mirándole muy seriamente.

- Lo sé. Pero no tienes que enfrentarla solo. Ella está loca pero tú no. Tú tienes a personas que se preocupan por ti.

- Y puede que eso os haya puesto en su punto de mira –le recordó él.

- Yo ya estaba en su punto de mira mucho antes –apuntó su amiga con una sonrisa sin humor-. La he enfrentado mil veces y conozco cómo actúa. Quiere hacerte sentir asustado y vulnerable. Quiere que te aísles y te quedes solo. Y, entonces, irá a por ti. No voy a dejar que se meta en tu mente.

Sirius no podía apartar la mirada de Alice. Sabía que tenía sentido lo que le decía. Bellatrix solo quería asustarle amenazando a sus seres queridos. Quería que él se alejara de ellos porque sabía que solo sería más vulnerable. Pero no sabía cómo luchar contra la necesidad de proteger a su gente, a Grace, dejándolos apartados mientras se enfrentaba a esa loca. Sabía que era tan malvada y poderosa como para cumplir sus amenazas. Lo había hecho antes con Kate.

- Todo esto te ha pasado porque has acumulado demasiados sentimientos dentro de ti –le explicó su amiga, tocándole el pecho, donde ahora su corazón tenía un ritmo más normal-. Porque has intentado ser fuerte demasiado tiempo tú solo. No permitas que te venza con sus armas. No dejes que te lleve a su terreno. Ahora, más que nunca, tienes que aprender a pedir ayuda.

Pedir ayuda… Precisamente lo que había venido a hacer Regulus. Sirius pensó en él y, por un momento, tuvo ganas de contarle todo a Alice. Pero, para que lo entendiera, tendría que explicarle que Grace y él le habían ayudado meses antes. Al mismo que había torturado a Emmeline frente a sus ojos. No se sentía capaz de enfrentarse a la decepción de Alice si le reconocía que había ayudado a un mortífago y se lo había ocultado.

Así que se calló y no le contó nada sobre su hermano. La siguió escuchando hablar sobre cómo iban a acabar con Bellatrix entre todos y de que ella misma le ayudaría a que nada le pasara a sus amigos. Que nada le ocurriría a Grace. Era increíble lo bien que le conocía sin necesidad de contarle nada.

Frank los encontró cuando regresó de trabajar, él tumbado y Alice a su lado, cogiéndole la mano y tratándole como alguien más joven, para una vez que él se lo permitía. Por una vez, cuando Alice le explicó lo que había ocurrido, no protestó porque Sirius se quedara a dormir en el sofá esa noche. Fue reconfortante ser cuidado por unas horas hasta que tuviera que volver a ponerse la careta y regresar a San Mungo al día siguiente a ser el fuerte frente a James y Lily.


En San Mungo, le dieron la buena noticia de que sus amigos serían dados de alta y lo celebró con ambos, contento de haberse librado de la opresión que hacía días le golpeaba el pecho.

Pero la alegría no había durado muchas horas. El Ministerio de Magia le había requerido pronto para interrogarle por la desaparición de Regulus. El mundo se le cayó encima en ese momento, al darse cuenta de que su hermano realmente había necesitado ayuda cuando había acudido a él. Podría estar muerto por su culpa, por haberlo rechazado.

- Dawson, recuerdo haber dejado claro que no he autorizado aún ninguna detención y creo recordar que dije que, hasta tener más pruebas, no trato este tema como relacionado con la magia oscura.

La rasposa voz de Alastor Moody sacó a Sirius de sus pensamientos, que levantó la cabeza. El jefe de aurores estaba en la puerta de la habitación, tan imponente como siempre, taladrando a su interrogador con la mirada. Estaba claro que Alice le había avisado después de horas sin tener noticias de él.

El hombre se puso en pie, nervioso, y titubeó.

- Lo sé, señor. No he practicado ninguna detención. Solo… El Departamento de Seguridad Mágica me pidió que hiciera un interrogatorio a fondo. Necesitan recopilar información cuanto antes.

Moody gruñó.

- Eso no explica por qué estáis utilizando instalaciones del Departamento de Aurores, aunque imagino que impresionan más a los ingenuos. Pero Black es un alumno de la Academia y no se deja engañar con trucos baratos.

El hombre del Ministerio, del que Sirius acababa de enterarse que definitivamente no era un auror, boqueó varias veces, sin saber qué responder al verse pillado. Moody entró en la habitación medio cojeando y miró a Sirius, analizándole bien para asegurarse de que había sido bien tratado.

- Además, si no está detenido. ¿Por qué ha pasado aquí la noche? No tenía a Black como alguien fetichista que disfruta durmiendo en salas de interrogatorio.

Lo cierto era que no había pegado ojo. Pero Sirius no dijo nada. Se sentía demasiado vacío y no se quitaba a Regulus de la cabeza. Ni siquiera había sabido que no estaba verdaderamente detenido. Mientras Moody y el tal Dawson discutían, el tiempo pasaba para su hermano. Y si él era la mejor pista que tenían sobre su paradero, jamás le encontrarían. Si es que quedaba algo por encontrar.

Salió de sus pensamientos cuando el hombre salió de la habitación, con la cabeza agachada, y se quedó a solas con Moody. El auror le inspeccionó.

- ¿Estás bien, Black?

Sirius asintió lentamente.

- ¿Es cierto que no cree que la desaparición de Regulus tenga que ver con la magia oscura?

- No lo parece, por lo que hemos investigado. Pero eso tampoco tiene que ser una buena noticia. Quizá, los responsables han escondido bien sus huellas. Pero no podemos probarlo así que, a menos que encontremos algo oscuro, se encargará de ello el departamento de Seguridad Mágica.

Sirius asintió, inspirando hondo. Aquello no tenía buena pinta.

- ¿Seguro que no sabes nada, Black? –preguntó Moody, sin apartar la vista de él-. Cualquier pista sobre su paradero sería de gran ayuda. No olvidemos las sospechas sobre tu hermano. No podemos descartar nada.

Por segunda vez, tuvo la tentación de hablar sobre la visita que había recibido el pasado sábado. No le había dado ninguna información sobre qué le ocurría o que le permitiese adivinar dónde podría estar. Pero quizá…

No. No había nada en las reuniones que había tenido con Regulus que le diera ningún tipo de pista. Solo confirmaría lo que ya sospechaban: sus alianzas con el lado oscuro. Y, por desgracia, no tenía más indicios que le condujeran a su paradero. Regulus no había querido contarles nada antes a él o Grace, precisamente para protegerlos. Y eso les había dejado ciegos.

Suspiró y miró a la mesa de nuevo, mientras negaba con la cabeza. Moody suspiró también, mirándole inquisitoriamente.

- De acuerdo. Voy a sacarte de aquí.

Sirius no vio la última mirada que le lanzó. Moody era perro viejo y, como tal, supo instantáneamente que no le había contado toda la verdad, lo que le hacía sospechar. Puede que solo callara dolorosos recuerdos sobre su infancia o que sí que supiera algo sobre el paradero de su hermano pequeño. Pero a Moody no le cupo duda de que Sirius Black ocultaba algo.


Tras contarle el motivo por el que querían hablar con ella, Grace fue dirigida a una habitación del Ministerio con el objeto de hablar en privado. Se trataba de un amplio despacho, iluminado y con un gran ventanal desde el que se podía ver el gran atrio del Ministerio de Magia, atestado de personal.

Los memorándum interdepartamentales cruzaban el aire a esa altura del segundo piso y los retratos de la sala se giraron a observar a la atractiva joven que fue conducida con amabilidad hasta el interior.

- Siéntese, señorita Sandler, por favor –le solicitó con suavidad el mago de frente amplia y mejillas gruesas que había tomado el papel de amable, sentándose frente al escritorio.

Ella obedeció de manera automática, sin saber capaz aún de reaccionar. Ni siquiera había sido consciente del camino recorrido hasta llegar allí, ya que solo era capaz de pensar en Sirius. No podía haber desaparecido. Hacía apenas unos días que le había visto. Que habían discutido. Que se habían besado. No era posible. No podían haberlo matado.

Necesitaba aclarar ese asunto, todo aquello requería respuestas. Pero, al mismo tiempo, tenía miedo de confirmar sus peores temores. ¿Por qué nadie de la Orden se había puesto en contacto con ella?

- ¿Cuándo fue la última vez que habló con el señor Black? –preguntó el hombre borde de poblado bigote que se había quedado de pie mirándola con el ceño fruncido.

Grace no tenía fuerzas ni para indignarse por su tono desagradable. Miró de forma automática el retrato de una mujer anciana que le devolvió la mirada con curiosidad.

- Hace unas dos semanas –respondió casi con un hilo de voz. Entonces, miró al hombre amable y se inclinó hacia él con actitud de súplica-. Pero, ¿qué le ha pasado? ¿Cuándo ha desaparecido? ¿Cómo…?

- Tranquilícese, por favor –le pidió este, tomándole la mano con calma-. Desapareció hace dos días, según han denunciado. El qué le ha ocurrido es lo que estamos tratando de averiguar.

Dos días. Era poco tiempo, aún podía estar vivo. Pero, si lo habían denunciado ante el Ministerio era porque temían que la cosa no tuviera remedio o la Orden hubiera intentado solucionarlo por su cuenta. A no ser que su desaparición se hubiera producido durante su entrenamiento como auror, algo que no se había planteado hasta ese momento.

- Pero, ¿ha sido algo relacionado con su… trabajo?

No supo cómo preguntarlo de modo más discreto. Quizá no era seguro hablar de ello abiertamente. ¿Y si le oía alguien que no debía y le ponía más en riesgo? Su paranoia aumentaba a medida que las dudas y el miedo se amontonaban en su cabeza.

No obstante, no se le escapó la mirada de curiosidad que compartieron ambos hombres.

- En realidad, no sabemos mucho de sus ocupaciones –le dijo el hombre que le sujetaba la mano. Parecía estar midiendo muy bien sus palabras, lo que la puso en alerta-. ¿Usted podría ayudarnos con eso?

- ¿Cómo? –preguntó confusa, soltándole la mano. El trabajo o la ocupación de Sirius no era ningún secreto en el Ministerio-. Ustedes lo sabrán mejor que yo.

- Me temo que no –el hombre borde se sentó en la silla que estaba a su lado, invandiendo un poco su espacio personal hasta el punto en el que Grace se sintió incómoda-. El señor Black no es una persona de la que pueda averiguarse mucho fácilmente, a decir verdad.

- Pero tiene que haber registros o…

Ella calló de golpe al pensar en la otra posibilidad. Su desaparición debía estar relacionada con sus actividades con la Orden del Fénix. Puede que, incluso, el Ministerio supiera más de lo que le hacían ver y querían sacar de mentira, verdad. Eso le hizo replantearse su colaboración porque, si Dumbledore tenía algo claro, era que no confiaba en que no hubiera topos en el Ministerio que buscaran conocer los integrandes de su organización. Quizá, si hablaba, estuviera poniendo realmente en peligro a Sirius.

Los dos hombres la miraron en silencio, esperando a que terminara, pero su desilusión fue palpable cuando ella cerró la boca y les miró. El hombre amable se recostó contra el respaldo de su silla.

- En realidad, solo tenemos especulaciones. Black no es precisamente una persona muy transparente y no hemos logrado encontrar muchos amigos que actualmente tuvieran contacto con él. Tenemos entendido que ustedes dos tuvieron una especie de amistad en el pasado y, dado que le ha visto hace poco, probablemente ha sido una de las últimas en tener noticias de él.

Grace frunció el ceño. Aquello no tenía sentido.

- ¿Cómo que no han encontrado amigos que estuvieran relacionados con él?

Por supuesto que Sirius tenía muchos amigos que mantuvieran el contacto con él. James y Lily no habrían dejado de buscarle, estaba segura. Al igual que Peter, Alice y los demás. No, aquello no encajaba para nada, a no ser que todos se hubieran puesto de acuerdo en callar.

¿Y eso de hablar de su antigua relación como de una especie de amistad? Aquello era el eufemismo del siglo.

- Desde que abandonó Hogwarts el año pasado, apenas se le ha visto en público –prosiguió el hombre-. Y la señora Black ha denunciado que…

¿La señora Black? Aquello se complicaba por momentos. ¿La madre de Sirius había sido quien había denunciado su desaparición? ¿Qué quería de él? Nada bueno, sin duda. Por lo que no podía ayudar al Ministerio a dar con él. No si esa mujer se encontraba en medio de todo aquello.

El mago seguía hablando, ajeno a que su mente había desconectado durante los últimos minutos.

- …De hecho, el último evento en el que se le vio en público fue hará cosa de un mes, en la mansión de Fiztirald Nott. Salvo su madre, nadie reconoce haberle visto posteriormente. Excepto usted.

La mansión de Fiztiral Nott… Aquello le aclaró todo por completo y su cuerpo se relajó de golpe. Sirius estaba bien. No había desaparecido. No le había pasado nada.

- Espere, a ver si lo he entendido. ¿El desaparecido es Regulus Black? ¿No Sirius Black?

El hombre frente a ella asintió despacio. Pero, en ese momento, se sintió culpable por la ola de alivio que se extendió por su cuerpo. No era una buena noticia que fuese Regulus el que estuviera en paradero desconocido.

- ¿Creía que nos referíamos a su hermano mayor? –preguntó el más borde de los dos, arrugando su poblado bigote.

Ella no contestó, lidiando aún con la mezcla de descanso, preocupación y culpabilidad.

- La señora Walburga Black nos ha pedido investigar a su hijo mayor –repuso el primero, explicándole la situación-. Cree que podría haberle hecho daño a su hijo, ahora que ha sido expulsado de la familia y desheredado.

Aquello trajo a Grace de nuevo.

- ¿Qué? ¿Qué locura es esta? –cuestionó mirándolos de hito en hito.

- Él niega haber tenido ningún tipo de contacto con su hermano desde hace meses –gruñó el segundo, como si no estuviera convencido.

Esa frase le hizo darse cuenta de otra cosa más importante para ella.

- ¿Sirius está aquí?

Pero no la contestaron, si no que continuaron con su retahíla.

- Tenemos fuentes contradictorias que nos dicen que usted ha mantenido una relación con el hermano mayor.

Aquello era más directo.

- Sí, estuvimos juntos –admitió, sin ánimo de negarlo a esas alturas. No era un secreto para nadie-. Y, claro… No, quiero decir… Sirius no ha podido tener nada que ver con la desaparición de Regulus.

- Entonces, ¿es cierto que no se han visto desde hace un año? –preguntó el hombre de grandes mejillas con extrañeza.

De hecho, claro que se habían visto hacía poco. Ella misma había llevado a Regulus a casa de Sirius aquella noche, ese mismo verano. Pero estaba claro que él lo había negado, como se lo habían dejado entrever en ese interrogatorio tan torpe. Y ella no iba a negar su versión en ningún caso.

- Totalmente. Y yo tampoco –añadió-. Es a Sirius al que vi hace dos semanas, antes de marcharme de viaje.

Los dos hombres asintieron, comprendiendo entonces su actitud. Grace aún tenía que lidiar con sus sentimientos contradictorios. El alivio por saber que Sirius estaba bien era demasiado grande, pero también estaba preocupada por Regulus y se sentía culpable por el hecho de que él fuera el desaparecido le hubiera producido consuelo.

- ¿Tiene idea de lo que ha podido ocurrirle a Regulus Black? –le preguntaron al cabo de un rato.

Ella negó con la cabeza, aún metida en sus pensamientos. Los dos hombres suspiraron a la vez. El que le había tomado la mano, se puso en pie.

- Bien… Lamento haberle molestado, entonces, señorita Sandler.

El otro hombre y ella se pusieron también de pie, dando por terminada la reunión. Pero ella se giró de nuevo, tras dar dos pasos hacia la puerta.

- Hablaron de posible asesinato. ¿Creen que está… muerto? –la palabra dolía casi tanto como si se hubiese referido a Sirius.

- Todo apunta a que así es –respondió el hombre de bigote, ya menos brusco-. Hay informes que le sitúan en compañía de mortífagos. ¿Tiene conocimiento de algo así?

Ella hizo un gesto ambiguo. No tenía nada que confirmara esa teoría, aunque tampoco era quien para exponer ante esos desconocidos las dudas que tenía sobre Regulus. Si estaba vivo, ella no sería la responsable de su detención. Se sentiría demasiado culpable por ello. Pero si estaba en peligro por ese motivo…

- Los Black tienen sus ideas –admitió -. Sirius se marchó de casa por ello.

- Eso mismo nos ha dicho él –murmuró el hombre de mejillas redondas-. En fin, señorita Sandler. Si averigua algo del tema, agradeceremos su colaboración.

- Por supuesto –aseguró ella, saliendo del despacho.

Debía encontrar a Sirius cuanto antes.


Le habría gustado ir a buscarle al momento pero era consciente de lo importante que era que hablara con Dumbledore y le pusiera sobre aviso sobre quién sería inculpado del asesinato de Saloth si no actuaban a tiempo.

Varias horas después, una vez el comandante de la Orden del Fénix se había puesto en marcha y no había sabido decirle nada de Sirius, ella acudió al cuartel con la esperanza de encontrar a alguno de sus amigos allí.

- ¡Grace!

Marlene, quien le había abierto la puerta, la recibió con un gran abrazo.

- ¿Por qué no me dijiste que volvías? Lo último que me dijiste ayer fue que ibas tras una pista y que me informarías en cuanto pudieras.

- Se ha precipitado todo y tuve que volver –le contó entrando apresuradamente mientras Marlene controlaba el umbral y arrojaba varios hechizos de protección-. Ya me he reunido con Dumbledore para informarle.

Marlene frunció el ceño y abrió la boca para preguntar, pero Grace se adelantó, alarmada por lo concurrido que estaba el cuartel a esas horas, al apreciar un grupo reunidos en el otro extremo de la habitación.

- ¿Ha ocurrido algo?

- Alice ha reunido a varios por algo que le ha sucedido a uno de nosotros. En realidad, no a él. Él está bien pero es que…

Grace se dio cuenta de que su amiga divagaba por miedo a su reacción y comprendió que se trataba del tema de Sirius y que tenía miedo a su reacción.

- Sé que Regulus Black ha desaparecido –le informó-. Me interceptaron nada más llegué a Londres para interrogarme. ¿Sirius está aquí?

Su amiga parecía preocupada, aunque Grace notó que suspiraba al comprender que no tendría que explicarle la situación desde el principio.

- No. Moody avisó hace horas de que lo habían soltado, porque le han tenido retenido en el Ministerio pensando que tenía algo que ver. Pero nadie sabe nada de él. Alice está muy preocupada. Aunque seguro que está bien –se apresuró a decir al ver la alarma en su rostro.

Pero ella ya no la escuchaba; se adelantó a zancadas al fondo del local, donde Alice estaba hablando a un pequeño grupo que se encontraba a su alrededor.

- … Probablemente, necesite estar solo y por eso ha desaparecido. Ya sabéis cómo es. Pero, si esta noche nadie tiene noticias de él, propongo ponernos de acuerdo para buscarle. Me importa un carajo en lo que estuviera metido su hermano, no voy a dejar que le salpique.

- Tiene una manía de no llevarse el puñetero espejo cuando desaparece… Si me dejarais ir a buscarle, ya le habría encontrado –protestó James que, raro en él, se encontraba sentado en uno de los sofás y no dando vueltas por la habitación.

Frank, que estaba junto a él, le presionó el brazo sobre el hombro, impidiéndole incorporarse cuando hizo el amago.

- Tú te quedas descansando. Lily y tú ni siquiera deberíais estar aquí. Solo os han dado de alta en San Mungo porque en el hospital estaban a punto de descubrir nuestras habitaciones secretas y no podemos permitir que todos se enteren de la existencia de la Orden. Pero no estás para corretear por Londres.

Grace se detuvo a unos pasos, aún sin ser vista por los demás, al escuchar la conversación. James había sido herido. Eso explicaba que estuviera cómodamente sentado en vez de estar de pie, caminando nerviosamente de un lado a otro como era habitual en él. Al fijarse en él, apreció que tenía una herida en la ceja que estaba en proceso de curación y le faltaba su saludable bronceado habitual. A su lado, una extremadamente pálida Lily le apretó la mano, entrelazando sus dedos. Grace le alarmó ver el estado de debilidad de su amiga que había adelgazado notoriamente, hasta el punto de que se le marcaban demasiado los pómulos. Olvidándose momentáneamente de Sirius, preguntó:

- ¿Qué os ha ocurrido? ¿Os han atacado?

Todos se volvieron alarmados. Fabian sacó su varita para apuntarla y Marlene corrió hacia él para bajarle el brazo.

- Veo que has vuelto, Grace –suspiró Alice, tomando de nuevo la palabra como una de las líderes que indiscutiblemente era.

Grace no contestó, si no que miró a su mejor amiga, que le saludaba con una hermosa sonrisa pese a que, al sobresaltarse, había contenido un gesto de dolor.

- ¿Qué ha pasado mientras he estado fuera?

Tardaron unos minutos en explicárselo todo. Había ocurrido demasiado en pocas semanas. Durante el tiempo que tardaron en ponerle al día, ella acabó sentada al lado de Lily, con un brazo alrededor de sus hombros. Su pequeño y delgado cuerpo era mucho más menudo ahora y, vista de cerca, su piel tenía tenía un tono amarillento muy poco saludable. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar que pudiera haber muerto sin que ella hubiera estado siquiera presente para intentar ayudarle.

- Pero estamos bien –insistió James por enésima vez-. ¡Incluso habrá mucho que celebrar cuando estemos totalmente recuperados!

Y alzó la mano de Lily que aún sujetaba y donde brillaba un precioso y antiguo anillo. Grace abrió los ojos como platos y miró a su amiga para confirmar sus sospechas. La sonrisa de la pelirroja iluminó sus facciones y pareció mejorar su aspecto de un segundo a otro.

- ¡Oh chicos, cómo me alegro! ¡Felicidades!

Trató de abrazarlos a ambos a la vez pero solo consiguió hacerle daño a Lily, por lo que todos se apartaron bruscamente.

- ¿Y Emmeline ha mejorado? –preguntó, al ser informada de que Dumbledore había acelerado el alta de todos los que pudo para evitar sospechas y suspicacias que pudieran afectarles.

Marlene torció el gesto, mirando hacia una de las habitaciones, que estaba a oscuras y con la puerta abierta.

- No creo que sea tan fácil –reconoció, y Grace sintió una punzada de culpa al saber que las noticias que tendría serían más devastadoras para su compañera.

- En cuanto a Sirius, ya veréis como aparece. Tiene esa tendencia a huir y aislarse cada vez que pasa algo malo.

- Entonces, ¿crees que es cierto que Regulus ha muerto? –preguntó Peter, que había estado muy callado.

Grace compartió una mirada con James y supo que ambos estaban pensando lo mismo.

- Todo apunta a ello –suspiró-. Ojalá le encuentren con vida pero el que su madre haya presentado denuncia implica que ninguno de su familia sabe nada de su desaparición. No es alguien que desaparezca sin avisar y ya sabemos cómo se comportan los mortífagos si se ha salido un poco de su línea.

- Puede que, incluso, haya sido la loca de Bellatrix y no le haya dado más importancia que a una varita rota –se aventuró a suponer James.

Alice hizo una mueca ante la mención de esa desgraciada. Tan solo un par de días antes había hablado con Sirius sobre ella y el odio que esa loca le tenía. Esperaba que no le hubiese hecho nada. Esa idea le hizo estremecerse.

- De todas formas, prefiero tener a Sirius vigilado hasta que el Ministerio encuentre al responsable –les dijo. Los demás asintieron en silencio.


Muy lejos de allí, las cosas se complicaban por momentos en la guarida de los hombres lobo que lideraba Fenrir Greyback.

Remus llevaba allí una vida aún más difícil de la que había tenido hasta entonces, después de los sucesos la pasada luna llena. A la desconfianza y el recelo mutuo habitual de todos los integrantes de la manada, se unía el dolor y la soledad en la que se sumieron muchos tras las bajas que se produjeron aquella noche.

Él seguía renqueando con su pierna y temía que la lesión le provocara una cojera permanente, lo que podría poner en peligro su continuidad si creían que ya no sería útil. Ya había tenido algún encuentro con Dan, el matón de Keesha, después de regresar a la guarida. Ese tipo le odiaba y estaba deseando pillarle en un renuncio y tener el permiso para quitarle de en medio.

Tenía que reconocer que Rachel había sido buena distrayendo a ese capullo, por mucho que le fastidiara. De algún modo, consiguió sacar la dulzura que antaño le había caracterizado y había conseguido caerle en gracia. Quizá demasiado para el gusto de Remus pero, como habían decidido fingir que no se conocían, no había mucho que pudiera hacer al respecto. Dan no había olvidado su promesa de que se encargaría de Remus tras la luna llena pero Rachel había logrado aplacarlo mientras lo distraía y solo habían protagonizado algunos encontronazos.

Remus se perdía observándola desde lejos, asombrado por encontrar parte de su antiguo encanto mezclado con la fina inteligencia, sagacidad y cinismo que caracterizaban más a su nueva personalidad. Parecía que había conseguido que ambas partes de sí misma conviviesen dentro de ella.

Que esas habilidades fueran dirigidas a mantener a raya a Dan y asegurarse de que no le daba su anunciaba paliza, le humillaba y le enfadaba. Y también le provocaba unos celos terribles, tenía que reconocerlo. Dumbledore debió dejarle a su aire. Habría soportado mil palizas de ese cabrón y habría acabado progresando dentro de la organización. No necesitaba a Rachel para nada. Se lo repetía todos los días, hasta que aquello había dejado de tener sentido. Lo que fuera con tal de no tener que verla coqueteando con otro tipo delante de él.

Durante esas semanas, había sido fácil apartarla de su mente, no pensar en ella ni en lo que había podido hacer con Benjy cuando él se fue. Ahora que su presencia estaba tan cercana era todo mucho más difícil.

- Putos retorcidos… ¿Qué milagro quieren que haga?

Bert apareció a su lado, devolviéndole a la realidad y obligándole a apartar los ojos de Rachel. Su amigo se sentó a su lado, sin reparar en su presencia y gruñendo en voz alta.

- ¿De qué milagro hablas? –le preguntó, esperando que esta vez se le soltara la lengua.

Durante varios días, habían requerido a Bert en la caverna interior de la cueva, donde habían llevado a los niños mordidos y desde donde se oían continuos lamentos. Remus no sabía exactamente por qué, pero, a través de varias conversaciones, entendió que su amigo tenía conocimientos de medicina. Sabía que había sido mordido de mayor, cuando ya tenía una vida hecha como mago, así que era factible. Y le había ayudado a curar su pierna como había podido. Pero éste no soltaba prenda sobre lo que había estado haciendo con los niños.

Sin embargo, la frustración que cargaba encima le hizo ser más sincero en esa ocasión.

- Se mueren, joder. ¿Qué quieren que haga? Cada vez quedan menos críos y todo apunta a que no acabarán el mes con vida. Es lo que hay.

Remus le miró sobrecogido.

- ¿Los niños están muriéndose?

Bert le miró sorprendido, como si se hubiera olvidado que estaba allí. Pero su rostro se volvió neutral mientras miraba al fondo de la cueva, pensativo.

- Son muggles. No hay nada probado, pero, por lo que he visto, me juego a que los muggles no toleran especialmente bien las mordeduras de licántropo. Y, por mucho que le joda a Greyback, no hay mucho que yo pueda hacer al respecto.

- ¿Greyback ha estado aquí? ¿Está enfadado?

Bert le miró durante unos segundos y decidió saltarse la primera pregunta y pasar directamente a la otra.

- Ese loco nunca está contento. Y si, encima, sus planes se van al traste, te lo puedes imaginar…

Así que el super ejército que Greyback planteaba organizar a costa de morder niños inocentes no estaba saliendo como éste quería. Era una buena noticia, aunque hubieran tenido que morir tantos inocentes para demostrarlo. Aunque él hubiera tenido que convertirse en un asesino, como se repetía noche tras noche entre pesadillas.

- Supongo que ahora renunciarán a tratar de convertir a niños –murmuró esperanzado.

- Lo único seguro es que los muggles servirán únicamente de cena –gruñó Bert, indiferente.

Remus reprimió un escalofrío y se dijo que tenía que encontrar un momento para hablar con Rachel e informarle. Debían pasar información a Dumbledore en cuanto pudieran.

Se le escapó una mirada hacia donde ella hablaba con Dan que Bert, con su habitual perspicacia, no dejó de notar.

- ¿También te ha llamado la atención la nueva? –le preguntó, hosco.

Remus apartó la mirada rápidamente y no contestó, lo que el hombre tomó como un gesto de azoramiento.

- No es fea y es de tu edad. No es que haya muchas licántropas, y menos tan jóvenes, por aquí. Supongo que por eso ha levantado tanta expectación pese a esa mala leche que se gasta. Nada que ver con la otra cría –añadió, en referencia a Jenna, la fallecida más joven de esa última incursión-. Pero Dan ya le ha echado el ojo, así que yo que tú no me metería. Ese tipo es posesivo y retorcido con lo que se le mete entre ceja y ceja.

Preocupado, Remus miró de soslayo a su exnovia. Esperaba que no se estuviera metiendo en una situación comprometida por ayudarle. Ella se había acostumbrado a lidiar con situaciones difíciles, pero bastante en precario estaba por todas las mentiras que había dicho sobre su origen y que tenía que sostener como para añadirle esa presión.

- ¿Has visto a Ealdian? –preguntó para cambiar de tema.

El joven licántropo se había vuelto aún más retraído. La muerte de Jenna le había convertido en un tipo completamente solitario y rencoroso, cuando apenas había comenzado a confiar en ellos dos. Cualquier pequeño avance en ganarse su confianza había retrocedido tras el fallecimiento de su amiga. Remus lo lamentaba especialmente porque él también había llegado a apreciar a la chica y podía imaginar lo que había supuesto para él la pérdida de su única amiga.

Bert se encogió de hombros.

- Con ese, nunca se sabe. En fin, tengo que irme. Cuídate chico, y vigila esa pierna. Quizá pueda conseguirte algunas hierbas para el dolor.

- Estoy bien –mintió él.

Bert asintió, sin creerle, y se alejó de nuevo. Y Remus luchó para no volver a mirar a Rachel tejiendo sus hilos.


Tuvieron noticias de Sirius esa misma tarde, aunque él no apareció por ningún lado, por más que Grace intentó dar con él y Peter se pasó el día en casa de su novia, esperando escuchar ruidos en el apartamento de al lado.

Fue a través de Frank quien, sorprendentemente, recibió una lechuza de la Academia de Aurores. Los aurores participaban en la última parte de la formación de los nuevos, en una actividad más práctica que consistía en acoger a un par de alumnos y enseñarles todo lo que necesitaban sobre el trabajo de campo. Era un modo de acelerar su preparación y tenerlos listos cuanto antes para hacer frente a la guerra. Moody lo había arreglado para que él se encargara de Sirius y James y que, de ese modo, pudiera excusarlos siempre que la Orden los necesitara.

La lechuza que le llegó venía a decirle que la renuncia a la Academia de Aurores por parte de Sirius Black les obligaban a buscar otro alumno para asignarle para cubrir el cupo y que sería informando en breve de su nuevo pupilo.

- Es imposible –exclamó James, arrebatándole el pergamino de las manos.

Él, Lily, Grace y los Prewett eran los únicos que estaban en el cuartel cuando el auror llegó con esas noticias. James no entendía que su mejor amigo hubiera tomado una decisión tan radical sin consultarle.

- No puedo creer que haya decidido abandonar la academia sin hablarlo conmigo antes –dijo, releyendo de nuevo la carta que revelaba muy claramente que Sirius había abandonado sus estudios.

Lily, que se había levantado poco a poco y seguía haciendo movimientos dolorosos, le apretó hombro con cariño.

- James, ahora Sirius no está pensando con claridad. Hay que darle un poco de espacio.

- Al menos sabemos que está bien –comentó Frank, práctico como siempre-. Aunque me sentiría más cómodo si le tuviera ubicado en un lugar y no vagando por ahí. ¿Seguro que no está en su casa?

- Peter dice que el apartamento está vacío y, aparentemente, sin encantamientos –comentó Grace algo ausente, pensando en qué estado podría estar Sirius para llevar a cabo una resolución tan definitiva sobre tu vida-. Claro que podría haber puesto un hechizo silenciador pero no es el tipo de detalles de los que Sirius se preocupa normalmente.

- Seguramente anda por ahí de borrachera. Gideon y yo podemos ir a buscarle, si eso os tranquiliza –intervino Fabian, que esos días estaba teniendo un humor más risueño del habitual.

Compartió una mirada socarrona con su gemelo, que sonrió perversamente.

- Eso es. Seguro que está celebrándolo como hizo cuando palmó su padre. Aparecerá cuando se coja una buena cogorza y eche un buen… -al ver la mirada de Grace, Gideon se calló y carraspeó-. Bueno, cuando se canse de celebrarlo.

La rubia dejó pasar el comentario picante.

- Sirius jamás celebraría la desaparición de Regulus –comentó tajante.

Gideon silbó de forma burlona.

- Claro, rubita.

- Ella tiene razón –intervino James-. Su padre era un desgraciado racista y clasista al que Sirius odiaba. No es lo mismo.

- Me parece una descripción bastante cercana de lo que es Regulus Black –Fabian se rio, aunque los demás no encontraban gracioso burlarse de un chico que, probablemente, estaba muerto. Por mucho que hubiera hecho en el pasado.

Lily le miró con tristeza.

- Es su hermano. No lo entenderíais –les dijo a Gideon y a él. Y paseó la mirada sobre los demás-. Ninguno entenderíais lo que les une.

Y era una revelación extraña y sincera. Porque, aunque los gemelos podrían ser los más proclives a conocer el dolor que podría suponer perder a un hermano al que se adora, ella sabía que no podrían comprender lo que unía a Sirius y Regulus. Ellos dos lo compartían todo, eran dos complementos perfectos que jamás se abandonarían, amigos y cómplices más allá de ser familia. Pero, de entre todos, Lily era la única que podía comprender a Sirius en ese sentido. Ella también tenía una hermana a la que aborrecía, a la que no le unía nada, con la que no podía compartir nada, pero por la que daría la vida. La que la destrozaría si algo le ocurriera.

Hubo un extraño silencio de compresión a sus palabras, que fue roto por el extrañamente eufórico Fabian.

- Entonces, ¿no vamos al Soho a buscarle?

Gideon le dio una palmada y evitó las miradas furibundas de los demás.

- Creo que podemos irnos tú y yo a tomar una, hermano. Aquí no nos necesitan.

A fin de cuentas, Sirius parecía estar a salvo.


Media hora después, la puerta del cuartel se abrió y Gisele entró por ella, arrastrando los pies.

Había pasado una nueva jornada sin que Edgar le permitiera ver a Anthony y su ánimo cada vez estaba peor. Había estado en casa de los Bonnes, visitando a su hijo, pero su suegra tampoco había sido especialmente comprensiva. Y, cuanto más tiempo tardaran en intentar hacer algo por Tony, más difícil sería traerle de vuelta.

Además, quería saber si tenían noticias de Sirius porque, desde que se había enterado que había desaparecido tras ser interrogado por la desaparición de Regulus, tenía una mezcla de pesar y culpa.

El cuartel estaba casi vacío, aunque se sorprendió al ver una corta melena rubia inclinada sobre una mesa, como si estuviera muy concentrada en la madera.

- No sabía que habías regresado –le dijo a Grace, cuando se sentó a su lado.

La rubia, que miraba fijamente una taza de té que tenía entre las manos, se sobresaltó.

- Ey –le sonrió sin ganas-.

- ¿Has venido por lo de Sirius? –preguntó su amiga.

Ella hizo una mueca.

- En realidad, no. Esta mañana conseguí la información que necesitábamos y decidí no esperar más. Lo de Sirius me lo he encontrado cuando he llegado.

Gisele se quedó un rato pensativa. Por su cabeza pasó la idea de preguntarle qué opinaba de todo aquello. Se sentía mal por desconfiar de Sirius, pero le parecía demasiado extraño que Regulus hubiera desaparecido justo después de que ella acusara a su hermano de traicionarla por culpa de él. Sirius no era malvado, pero sí demasiado impulsivo. ¿Y si había ido tras él para pedirle explicaciones y… se le había ido la mano?

Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Miró a Grace, que no lo había percibido.

- ¿Habéis sabido algo más? –le preguntó.

La rubia agitó la cabeza.

- No lo hemos encontrado, pero, al parecer, ha estado en la Academia de Aurores para anunciar que deja la formación.

- ¿Abandona? –Gis abrió mucho los ojos, sorprendida.

Grace se mordió los labios y suspiró.

- Lo de Regulus ha debido dejarle muy tocado. Creo que él es más consciente que nadie de que probablemente…

No terminó la frase, pero para su amiga no fue necesario. Sabía a qué se refería.

- ¿Crees que está muerto?

- Sí. Eso creo –le respondió apesadumbrada.

Ambas se quedaron unos minutos en silencio, digiriendo esa realidad. Gis no sabía si alegrarse. En los últimos días no había pensado más que en encontrar a Regulus Black y enfrentarle, hacerle pagar por todo y obligarle a revelarle el nombre del resto de sus cómplices. Y ahora, todo apuntaba que estaba muerto. Era una extraña sensación.

- ¿Cuándo regresaste tú? –la pregunta de su amiga le sacó de sus pensamientos.

- Hace unos días. Tony no mejora…

- Ya, Lily me lo ha contado. ¿Has vuelto a habla con tu suegro?

Gisele negó con la cabeza.

- Ni siquiera me dejan entrar a verle. Es frustrante. Edgar no quiere escucharme, ni tenerme en cuenta. He intentado hablar con él, pero, cuando me mira, solo ve a una chica traumatizada por lo que ocurrió. Como si aquello me impidiera pensar con claridad o tomar decisiones a partir de ahora- se mesó el pelo y dio un pequeño golpe en la mesa-. ¡No es justo! Me hicieron algo terrible pero no estoy incapacitada de por vida. Solo estoy defendiendo lo que Tony querría. Estoy segura.

Grace la miró atentamente durante unos segundos.

- Las personas no siempre son justas y parece que estos tiempos sacan lo peor de nosotros.

- Sí…

Gisele se mordió los labios. Abrió la boca varias veces, pero siempre se contenía. No sabía si se atrevería a reconocer en voz alta lo que había ocurrido. Grace podría enfadarse con ella. Pero, por otro lado, la había apoyado durante ese tiempo y había sido comprensiva.

- Precisamente, el otro día discutí con Sirius sobre su hermano. Cómo iba a saber que un par de días después éste desaparecería…

Esa novedosa información atrajo la atención de Grace que, hasta el momento, le había hablado con la mirada puesta en su taza de té.

- ¿Cómo que discutisteis? –le cuestionó frunciendo el ceño.

- ¿Recuerdas cuando les pediste a él y James que me ayudaran con mis recuerdos de… aquella noche? –la rubia asintió, sintiendo un nudo en el estómago-. Pues Sirius vio algo… Creyó reconocer a Regulus pero no me lo dijo.

Grace se quedó momentáneamente en blanco. Claro que lo sabía. Sirius lo había hablado con ella. Pero no podía reconocérselo a Gisele o también se enfadaría con ella. En su lugar, preguntó suavemente:

- ¿Cómo… cómo lo has sabido?

- Me lo confesó hace un par de días cuando le enfrenté. Alice encontró unos papeles con las iniciales del comando que acompañaba a Rosier esa noche. Unas coinciden con las de Regulus y Sirius me confesó que creyó reconocerle.

Grace asintió. Era propio de Sirius. Le había costado callarse y lo había hecho a su pesar, porque se trataba de Regulus, y porque, como él mismo le había dicho, su hermano había sido el único en negarse a hacerle daño a su amiga. Pero sabía que no lo negaría si le enfrentaba directamente.

- Bueno, si no te lo dijo es porque no lo tendría claro –dijo para ponerse de su lado.

Gis asintió. Durante todo el día había tenido mucho tiempo para pensar en ello.

- Lo sé, pero… Merlín, no me juzgues –suspiró, enterrando la cara entre las manos. Se sentía terriblemente culpable por sus pensamientos-. Cuando dijeron que le había pasado algo a Regulus y que se habían llevado a Sirius… Te juro que llegué a pensar que le había hecho algo después de que yo le echara en cara que le estaba protegiendo. Es horrible, pero, por un momento, se me pasó por la cabeza que hubiera pagado con él la desconfianza que le he echado en cara; que se le hubiera ido la mano. Me siento fatal, es un pensamiento horrible…

Sí, era horrible. E injusto. Pero Grace no podía culparla porque ella lo había sido también. Hablar con James y Lily le había hecho darse cuenta de que había una parte de sí misma que había estado considerando la idea de que Sirius pudiera haberle hecho daño a Regulus. La confianza ciega de sus amigos la hacía sentir sucia.

Pero solo ella sabía que Regulus había estado en el apartamento de su hermano y, por tanto, solo ella sabía que no era imposible que hubieran coincidido y pudiera haber pasado algún conflicto entre ellos. Pero no, no era justo pensar así. La que le susurraba al oído era la eterna desconfianza que siempre sentía hacia Sirius. Él se lo había echado en cara más de una vez. Siempre parecía estar intentando protegerse de él.

- No. Es normal… Supongo que es normal –le aseguró a su amiga, dubitativa.

Gisele la miró extrañada y, entonces, cayó en la cuenta.

- ¿Tú… también?

Era horrible confesarlo en voz alta por lo que apenas le salió la voz cuando lo hizo.

- Hubo un momento en el que creí… Pero no. Sirius no lo haría. No a Regulus. Lo vi claro cuando Lily le defendió. Soy tan estúpida. No sé cómo pude creer…

- Como has dicho, esto está sacando lo peor de nosotros. No te flageles.

Pero claro que era un motivo para preocuparse. ¿Cómo podía llevar meses pensando en si podría o no perdonar a alguien en quien se empeñaba en no confiar?

En ese momento, volvieron a llamar a la puerta del Cuartel y apareció Peter, que llegaba alterado. Grace se levantó preocupada, seguida de Gisele.

- ¡Peter! ¿Qué ocurre? ¿No estabas en casa de tu novia?

- Sí, por eso he venido. ¿Dónde está James?

- Se han ido a casa a descansar, aún están convalecientes –le explicó la rubia-. Pero, cuéntame. ¿Ha pasado algo nuevo?

Peter asintió.

- Han empezado a oírse ruidos en el apartamento de Sirius. No sé cómo ha entrado, pero creo que está allí, aunque no me contesta ni me abre la puerta. Por eso venía a buscar a James, a él le escuchará.

Gis le dio un pequeño codazo a su amiga.

- Deberías ir tú. Creo que contigo sí hablaría.

Grace miró a sus dos amigos, dudosa. Su último encuentro con Sirius no había sido especialmente amable ni conciliador y no mentía si reconocía que le ponía nerviosa quedarse a solas con él. Pero tenía que apoyarle, estar ahí para él.

Finalmente, tragó saliva y asintió. Si él la necesitaba, ella iría.


- Espero que sea urgente. Crouch no es de los que perdonan las faltas –gruñó Alice la aparecer en el despacho del director de Hogwarts esa tarde.

Estaba molesta por su jefe, al cual cada día le costaba más soportar, y se encontraba especialmente irritada por la preocupación que sentía por Sirius. Desde que Frank le había contado las novedades a través de una lechuza no se quitaba de la cabeza que su amigo estaba pasándolo mal.

En su obcecación, no había visto que Moody ya se encontraba allí, junto a Dumbledore, y que Frank estaba al lado de uno de los ventanales que daban a los jardines del colegio, hablando en voz baja con Marlene y Dorcas. La reunión de todos le hizo ver que la situación era seria.

- Tienes mi permiso, Dawlish te sustituirá hoy –le contestó Alastor bruscamente.

Sin esperar más réplica, Dumbledore se adelantó y les invitó a sentarse frente a él.

- Como ya os he dicho, es urgente. Os necesito esta noche. Es una misión delicada, así que debe hacerse con sigilo y efectividad.

- Solo tenemos una oportunidad –acotó el jefe de los aurores.

Alice y Frank compartieron una mirada cómplice. Era usual que les requirieran a ellos dos para los asuntos más delicados, al igual que a Dorcas, Caradoc y Edgar, que eran los más veteranos y expertos en la Orden. Era un poco sorprendente la presencia de Marlene que, si bien era una miembro muy valiosa, su trabajo estaba más destinado a la investigación que a la acción.

Pero Caradoc no estaba esos días, se había marchado del país por un motivo que solo conocían Dumbledore y Moody. Y no podían contar con Edgar mientras Anthony estuviera tan grave en San Mungo. Si elegían a Marlene por encima de los Prewett es que aquello requería más mano izquierda que acción.

- ¿Qué hay que hacer?

- Grace averiguó en París lo que estábamos buscando –les explicó Dumbledore, a lo que Marlene asintió, claramente ya al día como era lo normal, dado su papel con Grace-. Sabemos a quién pretenden culpar de la muerte de Saloth. Y va a ocurrir en breve. Así que tenemos que tomar medidas de protección cuanto antes.

Frank, Alice y Dorcas se miraron cautelosos. La preocupación de sus dos superiores era palpable y la joven Marlene se veía angustiada. ¿Serían reales sus preocuapaciones?

- Entonces… ¿Emmeline? –se aventuró Dorcas.

- Casi –suspiró Dumbledore, recostándose en su asiento-. A su padre, Joseph Vance. Tanto él como su mujer estuvieron a punto de intervenir cuando la torturaron, es decir, vacilaron. Algo imperdonable para sus aliados. Y están buscando el modo de salir del país. Voldemort no perdona a los desertores, ni siquiera a los que solo lo han apoyado económicamente.

- Los Vance concuerdan con las políticas de Voldemort pero nunca se han manchado las manos. Por lo visto, la creciente violencia ha debido asustarles y están buscando un plan de huida. No es un secreto –completó Moody.

- Y tampoco son los únicos –repuso Frank.

- No pueden hacerles daño – comentó Marlene que, como compañera de piso de Emmeline, estaba más interesada en lo que afectaba a su amiga-. Ella no superará la culpa.

Dumbledore asintió.

- Por eso hay que avisarlos y ponerles en un lugar seguro.

- Será difícil que colaboren –adivinó Dorcas.

Alice, sin embargo, ya se había puesto en pie, seguidamente de Frank. Ambos demostraban siempre su disposición y liderazgo en estas ocasiones.

- ¿Y a qué esperamos?

- Id los tres –ordenó Moody, en referencia al matrimonio y a Dorcas-. Marlene y yo nos quedaremos en la retaguardia, por si la cuestión se complica. Tened en cuenta que deben tenerlos ya vigilados y controlados, así que id con los ojos muy abiertos. En serio Alice –dijo mirándola directamente a ella-. Tened cuidado.

La aurora contuvo una mueca y se puso en marcha. No había tiempo de pensar en el orgullo y en por qué siempre temían tanto su impulsividad, ya que nunca les había metido en problemas por ella y sí había logrado siempre grandes resultados. Pero era una pelea que podía posponer para después.


- No tengo muy claro que quiera hablar conmigo.

Por primera vez, Grace expresó en voz alta sus pensamientos. Ella y Peter acababan de aparecerse en Newham y caminaban a paso ligero por la calle que llevaba al apartamento de Sirius.

Peter se encogió de hombros.

- Al menos, tú tienes posibilidades. Siempre pasa de mí. Y ante la ausencia de James… Aunque es una pena que Remus no esté. Él siempre sabe meter en vereda a Sirius.

Grace torció el gesto ante la mención de su mejor amigo. Prefería no pensar mucho en Remus. Se preocupaba en exceso por él, todos lo hacían. Se sentían tan impotentes que habían acordado con Fabian que solo les daría información si le ocurría algo malo. Por lo demás, trataban de no pensar mucho en lo que estaba haciendo, porque era mejor eso que comerse la cabeza con que su amigo estaba literalmente jugándose la vida sin que ellos pudieran hacer nada por ayudarle.

- Mantente cerca por si necesito tu ayuda, por favor –le pidió a su amigo mientras subían las escaleras del destartalado edificio.

No quería ni pensar en tener que cargar con un Sirius borracho ella sola. Tenía la insana costumbre de ahogar sus penas y frustraciones con alcohol y una buena dosis de sarcasmo. Y quizá se convirtiera en un trabajo muy pesado para ella sola. Peter asintió, comprendiéndola.

- Estaré en el apartamento de al lado –le dijo, llamando al apartamento de su novia, que se sorprendió al encontrarse con Grace pero la recibió con una pequeña y comprensiva sonrisa. Peter debía haberle contado algo de lo ocurrido, sin entrar en detalles.

Grace esperó a quedarse sola en el rellano antes de plantarse frente a la puerta. Inspiró hondo un par de veces porque le costaba encontrar un poco de valor. Con una nueva bocanada de aire, llamó a la puerta.

- ¿Sirius? –el silencio fue su única respuesta, aunque acababa de oír pisadas ahí dentro-. Soy Grace. Sé que estás ahí, ábreme.

Los pasos se reanudaron y eso era algo. Espero impaciente y, al cabo de pocos segundos, llamó de nuevo a la puerta.

- Me he enterado de lo de Regulus.

Un par de segundos después, la puerta se abrió de golpe. Sirius tenía un aspecto lamentable. Vestía una camiseta blanca, manchada con una especie de líquido negro y los pantalones arrugados. Tenía el pelo casi tan despeinado como el de James, una descuidada barba de dos días, los ojos rojos e hinchados y unas ojeras que le llegaban a la barbilla. Pero lo que más llamó la atención de Grace era que parecía estar totalmente sobrio.

- Las buenas noticias vuelan, ¿eh? –su voz sonó grave y tomada pero en absoluto arrastrada. No había bebido. Y eso era nuevo.

- ¿Puedo pasar? –le preguntó suavemente, al ver que él se había quedado quieto en el umbral de la puerta.

Eso pareció hacerle reaccionar, pues la cogió por la cintura y tiró de ella hacia dentro con rapidez, mientras escrudillaba el hueco de la escalera. No eran tiempos para quedarse en las puertas y él pareció recordar las medidas de precaución necesarias.

Mientras Sirius cerraba la puerta con magia, Grace observó el piso. Estaba sucio y desordenado, aunque en él era extraño lo contrario. Tenía una personalidad expansiva y la manía de tirar sus cosas por todas partes.

Pero lo más llamativo era que, en medio del salón y sobre multitud de periódicos manchados de aceite, había una imponente y gigantesca moto.

- ¿Eso es una… moto? –preguntó estúpidamente.

Sirius pasó de largo, se tumbó en el suelo, estirando sus largas piernas y se arrastró bajo la moto.

- Una Triumph 650 T 120 Bonneville de 1959 –le explicó, auque eso no significó nada para ella.

Era una moto muy grande, negra y con una barra metálica gris que rodeaba toda su estructura. Le pareció inmensa, pero también era verdad que era la primera vez que veía una tan de cerca. Sirius había tenido que apartar los sofás para que cupiera en medio de la sala.

Le observó durante unos segundos trabajar sobre ella, tanto con la varita como con herramientas muggles. Parecía muy concentrado, con las cejas fruncidas, los labios apretados y una gota de aceite cayendo por su mejilla.

- ¿Te has comprado una moto? –preguntó de nuevo, anonadada.

No era que él no hubiese repetido mil veces que tenía intención de comprarse una y conseguir hacerla volar. Se lo había oído mil veces desde que, a los catorce años, vio una en una revista muggle que un chico de último curso se dejó en la sala común en Hogwarts. Estaba obsesionado con las motos. Incluso le gustaba hacer planes para cuando la tuviera en su poder. Cuántas veces, al enfadarse en broma con ella, le había dicho que no pensaba llevarla a dar un paseo.

Pero no se la había comprado aún durante estos meses porque el dinero que su tío Alphard le había legado no era infinito y buena parte se iba en la matrícula de la academia de aurores. Vivía en un piso destartalado, pero adecuarlo también supuso un pico de dinero. ¿De dónde había sacado lo necesario para comprarla? Y de pronto lo comprendió.

- ¿Por eso has dejado la academia? ¿Has decidido gastar el dinero de la matrícula en esto?

Su tono, más sorpresivo que reprochador, hizo que Sirius la mirara por primera vez en varios minutos. Se apartó de la moto y se incorporó sobre un codo, limpiando con descuido su varita, que también se había manchado de aceite.

- ¿Qué haces aquí, Grace? Ni siquiera sabía que habías vuelto.

La rubia suspiró, intentando mantener la calma. Había ido allí a ayudarle, no a regañarle.

- Venía a ver cómo estabas –le explicó, suavizando el tono-. Sé que en el Ministerio te han dado la lata.

Sirius frunció el ceño y apartó la vista.

- Eso da igual…

- También han hablado conmigo sobre Regulus –continuó ella. Y pensó en cómo elegir las siguientes palabras con cuidado-. Ellos… no creen que…

- Creen que está muerto –la interrumpió él.

Grace tragó saliva. Era muy difícil escuchar eso en voz alta.

- Yo también lo creo –le dijo Sirius con voz grave.

Ella le miró, aunque él continuó mirando las sombras de la pared.

- ¿Cómo puedes saberlo? –le preguntó suavemente.

Sirius se quedó durante un rato en silencio, tenso y pensativo. Cuando Grace iba a volverle a preguntar, él suspiró.

- Vino a hablar conmigo –reconoció. Hizo un gesto de desagrado y agitó la cabeza-. Más bien, lo intentó. Yo… no quise escucharle. Simplemente…Con todo lo que pasó la última vez…

Así que era eso. Sus sospechas no eran erradas. Regulus había ido a ver a Sirius. Pero no parecía que hubieran discutido, a él se le hubiese ido la mano y hubiese hecho daño a su hermano. O eso quería creer. Lo miró intensamente a los ojos, aunque él evitaba su mirada.

- ¿Qué ocurrió?

- Le llamé asesino -murmuró él-. Dije que era un puto torturador, un sádico que solo disfruta haciendo daño a los demás. Que era igual que la loca de Bellatrix y toda esa maldita familia… Él necesitaba ayuda y yo…

Grace vio las lágrimas contenidas de sus ojos y sintió un nudo en el estómago.

- Estoy segura de que él sabe que no piensas así. No del todo –añadió.

Sirius soltó la varita y se incorporó un poco.

- ¿Qué iba a saber? –murmuró, mesándose el cabello-. Durante los últimos años apenas hemos hablado un puñado de veces. La mitad de ellas, para echarnos cosas en cara. Y, si está muerto, eso es lo último que le dije.

Ella se mantuvo en silencio, sin saber qué decirle. Todo apuntaba a que le había pasado algo irremediable a Regulus y a Sirius le destrozaría haberle tratado así en su última oportunidad de redención.

- Era mi hermano, Grace –gruñó Sirius, mirándola por fin-. Al margen de todo lo demás… Y le di la espalda. ¿Y si venía a pedirme ayuda? ¿Y si está muerto por mi culpa?

- No –repuso ella, dando un paso hacia él. Después se lo pensó y se quedó algo alejada-. No digas eso. No pienses eso. Tú no tienes la culpa de nada. Él sabía que podía recurrir a ti, a nosotros.

Sirius negó con la cabeza y pestañeó para ahuyentar las lágrimas. A Grace se le partió el corazón. Tenía que hacerle ver que el error había sido de Regulus por no aceptar su ayuda cuando se la ofrecieron, meses atrás.

- Pudo haberlo hecho mucho antes. Cuando ha hecho lo de Emmeline... Es culpa de él si no pidió ayuda antes de torturarla frente a todos. Y con todo lo que sospechábamos de Gisele… Si hubiera venido a mí, tampoco lo habría escuchado en ese momento.

Seguramente era así. Cuando le ayudó durante el verano, apenas sabía que estaba involucrado con los mortífagos pero no le habían visto protagonizar hechos tan horribles contra sus compañeras. Puede que él, incluso, la hubiera buscado. No habría podido encontrarla porque estaba en París pero creía que ella tampoco hubiera sido capaz de escucharle.

Sirius, sin embargo, no lo veía tan fácil.

- Eso no cambia el hecho de que era mi hermano pequeño –murmuró. Por su voz, parecía estar haciendo esfuerzos por no llorar-. Y ha muerto después de que yo le mandara a la mierda y no quisiera escucharle.

- No sabemos a ciencia cierta…

- ¡Joder, Grace, mi madre ya está preparando el puto funeral! –estalló él, harto de que intentara dejar abierta la esperanza de que Regulus seguía vivo-. Tengo que asumirlo y vivir con ello.

Grace se calló. A ella misma le costaba aceptarlo. Era duro pensar que el pequeño Regulus seguramente estaba muerto. Después de haber hecho cosas horribles, sin duda. Pero su final era demasiado triste pese a todo.

Sirius la ignoró y volvió la atención de nuevo a la moto. Durante varios minutos, el silencio invadió el lugar. Grace se planteó marcharse pero no podía dejarle así. No estaba bien.

Comenzó a recoger la ropa tirada por el suelo y la colocó encima del sofá.

- ¿Has comido algo? –preguntó, aunque no obtuvo respuesta-. Seguro que no. Voy a prepararte un bocadillo.

- Grace, no hagas esto –gruñó Sirius desde debajo de la moto, de donde salían varias chispas-. No eres mi madre. Y mi madre nunca fue un ejemplo maternal, por cierto.

La rubia le ignoró y le preparó un rápido bocadillo, que le acercó a donde él estaba junto a un vaso de jugo de calabaza. Sin preocuparse de mancharse, se arrodilló a su lado y le acarició la rodilla.

- Vamos, come algo. No querrás que James tenga que venir hasta aquí en su estado.

Él obedeció, pero mirándola con censura por su chantaje. Se incorporó, le arrebató el bocadillo y dio un gran mordisco, mirándola de forma sospechosa.

- ¿Por qué has venido? –preguntó con la boca llena.

Ella le miró. Estaba hecho una pena pero, aun así, era el hombre más guapo que había conocido. El corazón se le encogió por su dura mirada. No era así como le gustaba que la observara.

- Estaba demasiado preocupada por ti –le confesó en voz baja-. Esta mañana, cuando me interceptaron para preguntarme por Regulus, por unos angustiosos minutos pensé que el que había desaparecido eras tú. Creí que te habían matado o que te tenían en sus manos, que no sé qué es peor. Y…

No supo continuar. Aún no sabía exactamente lo que quería decir. ¿Qué se alegraba de que él no fuera el fallecido? Era muy injusto.

Sirius no dijo nada, si no que siguió comiendo en silencio. Durante unos minutos, Grace aprovechó para apreciar la moto de cerca. Era preciosa e imponente. Pegaba con él, ruda, masculina, peligrosa y hermosa.

- Así que al final te saliste con la tuya –murmuró, acariciando la suave carrocería. Se preguntó si conseguiría hacerla volar y algún día la llevaría a dar una vuelta.

Al mirar a Sirius, se dio cuenta de que él seguía el rastro de sus dedos por la superficie metalizada. Concentrado y absorto. Incluso había dejado de masticar. Una corriente le atravesó la espalda y se estremeció, lo que hizo que él la mirara a los ojos.

- Grace –murmuró él, deteniéndose para beber un largo trago de jugo-. Siento haber sido un gilipollas la última vez que nos vimos, cuando viniste a verme. No pensaba nada de lo que dije.

Sus labios estaban húmedos y se pasó la lengua para secárselos. Grace se mordió el labio y le sonrió. Tras una duda interna, alzo la mano y le acarició la mejilla, apartándole un mechón rebelde de la cara.

- No te preocupes. No merece la pena hablar de ello ahora.

Él negó con la cabeza, tomando su mano.

- He estado meses quejándome de que eres injusta, de que no escuchas ni me das opción a explicarme. Y, cuando tratas de hablar conmigo de forma adulta, me comporto como un cerdo.

Grace intentaba concentrarse en sus palabras pero sentía una corriente de energía en la mano que él sujetaba. Su cuerpo estaba sensible ante su mirada. Hasta ese momento no había sido consciente del alivio que le había producido verle vivo. Destrozado y dolido, pero vivo.

Quiso decírselo. Que era cruel pero que al menos aún le tenía con ella. Por segunda vez en poco tiempo, había creído que le había perdido. Y no hacían más que perder el tiempo y meter la pata el uno con el otro.

Antes de que encontrara en su mente lo que quería decirle, un patronus en forma de gacela les sorprendió, entrando en el piso.

- Grace, te necesito ahora mismo –dijo la pausada voz de Marlene. Ella que la conocía, sabía que no estaba tan tranquila.

Fingiendo tranquilidad, se despidió torpemente de él y se marchó. Sirius no había sido convocado y ahora no estaba para pensar en otras cosas. Probablemente tuviera que ver con los padres de Emmeline y Sirius no necesitaba nada más que le recordara a Regulus.

En el rellano, encontró a Peter que salía apresuradamente de casa de al lado.

-Menos mal que April estaba en la cocina cuando ha aparecido el patronus. He tenido que espantarlo antes de que lo viera –le contó angustiado-. ¿También te han llamado a ti? Pensé que Dorcas solo me necesitaba a mí.

- Vamos –repuso ella seriamente.

No sabía a cuántos habían llamado pero si Alice no había buscado a Sirius, ella no iba a hacer que se enterara en un momento como ese. No podían hablarlo allí.


¡Hasta aquí llegó! Parece que la misión para rescatar a los padres de Emmeline se complica, hasta el punto de que nos ha cortado el rollo con Sirius y Grace... En el próximo capítulo habrá más de Remus y de James y Lily.

¿Os ha gustado el capítulo? ¿Impresiones? Cualquier comentario ayuda.

¡Gracias y nos leemos espero que pronto!

Eva.