¡Hola! Llega un nuevo capítulo, retomado desde la noche en la que Grace y Peter salieron corriendo a una misión. Gracias por los reviews tan largos y los análisis de los personajes. Se agradece y me ayuda muchísimo. Hoy tendremos una mezcla de historias de varios personajes, comenzando por Grace pero avanzando por Emmeline, James y Lily y Remus y Rachel, que los tenía un poco abandonados.
El título se lo debemos esta vez a los Rolling :P
Capítulo 23: No siempre puedes obtener lo que quieres
La esquina con Chester Square, en el sur de Londres, estaba tranquila y silenciosa a esa hora de la noche. Solo se escuchaban los pasos de Peter y Grace, que caminaban rápidamente hasta el punto de encuentro que ella había concertado con Marlene.
Ella estaba allí, esperándolos, con su contención habitual y esa mirada hermética que ponía siempre que quería mantener la situación bajo control. Precisamente, la misma mirada por la que Grace supo que algo había fallado en el plan.
- ¿Qué ha ocurrido? –preguntó, apenas sin aliento, cuando llegó hasta ella.
Peter la alcanzó al cabo de pocos segundos, buscando a Dorcas con la mirada sin encontrarla.
. La cosa se está complicando. Peter, acompáñame. Dorcas ha dicho que me ayudes. Tenemos que asegurar la zona.
- ¿Los Vance siguen por aquí? –preguntó Grace en voz baja, mientras seguía a Marlene perderse por las sombras de la calle.
La noche ya estaba cerniéndose sobre ellos, por lo que la calle estaba vacía. Era un silencio inquietante, de los que se notan forzados.
- Pero, ¿qué pintan los padres de Emmeline? –preguntó Peter confuso tras ellas.
Grace no le había puesto al día, esperando que la propia Dorcas lo hiciera. Era un tema espinoso que prefería no ir revelando por ahí hasta tener el permiso expreso de Dumbledore.
- Van a por ellos. Tenemos que ponerlos a salvo –explicó rápidamente Marlene, hablando en susurros sobre su hombro-. En teoría, nosotros cinco nos habríamos bastado, pero hay hechizos y maldiciones alrededor que nos impiden llegar hasta ellos.
- Eso ya lo sospechaba Dumbledore –repuso Grace.
Su madrina asintió.
- Sí, pero es peor de lo que imaginábamos. Y no hay tiempo que perder si ya están adentro. Cubríos y no soltéis la varita.
Cuando dieron la vuelta a la esquina, percibieron el problema. Una enorme burbuja de energía rodeaba una de las grandes casas, un chalet unifamiliar elegante y de construcción antigua que apenas se diferenciaba del resto de viviendas de la zona. Las varitas de Frank, Alice, Dorcas, Moody y los Prewett la apuntaban, intentando derribarla.
- ¿Los muggles no notan nada? –preguntó incrédulo Peter, mirando el poderoso campo de fuerza con la boca abierta.
- Si no fuera por Moody, nosotros tampoco lo habríamos notado –le explicó Marlene, apartándose las mangas de la túnica y disponiéndose a trabajar.
- ¿Se lo han puesto ellos o alguien más? –cuestionó a la vez Grace, apuntando ya con la varita el núcleo de energía.
Era importante saber qué estaban intentando echar abajo, una protección especial que una familia poderosa había colocado en su casa o una trampa de alguien externo para evitar que sus ocupantes salieran y, a su vez, entrara ayuda. Saberlo, ayudaría a ver si habían llegado a tiempo.
- Esto lo han hecho desde fuera y a la mala leche –explicó Fabian cerca de ellos, con los dientes apretados del esfuerzo y una sonrisa sin humor.
Al escucharle, Grace se dio más prisa. Dumbledore ya le había advertido esa mañana que tendrían que actuar con premura, pero, dada su reacción, supuso que contaban con algo más de tiempo.
Durante unos minutos, aunaron esfuerzos en romper la burbuja de magia que les impedía el paso. El pelo rubio de Peter estaba mojado del sudor, que le caía a borbotones por el cuello. Grace se sentía desfallecida y el resto de sus compañeros parecían estar en una situación similar.
De repente, Moody dio un paso hacia atrás, alzando el brazo y su hechizo chocó con el de Alice, uniendo sus fuerzas y consiguiendo hacer una escisión, que aprovechó la aurora para saltar adelante.
- ¡Vamos! –gritó, seguida de Frank, Dorcas y los Prewett.
- Nosotros nos quedamos –gritó Marlene por encima del intenso zumbido que atravesaba la calle y que indicaba que el campo de fuerza estaba derrumbándose-. Tenemos que vigilar la zona y facilitarles la huida.
Tanto ella como Moody mantuvieron sus posiciones y Grace y Peter tuvieron que imitarlos, aguantando sus últimas fuerzas.
La confirmación de que se les habían adelantado fueron los gritos, maldiciones y explosiones que se escuchaban en el interior de la vivienda.
- ¿No se supone que esto sería sencillo? –preguntó Marlene a Moody a gritos.
El auror hizo una mueca pero no contestó.
- A la de tres, conmigo. Tenemos que derribar definitivamente el campo de fuerza cuanto antes –bramó con voz autoritaria.
Tras hacerlo, una potente explosión retumbó en el aire, empujándolos hacia atrás y haciendo que todos cayeran sobre sus espaldas. El campo de fuerza se desmoronó con un millón de chispas de colores, mientras los gritos y las maldiciones les llegaban desde el interior de la casa.
- ¡Hay que ir! –exclamó Grace incorporándose alarmada por el gran número de voces que oía-. Pueden verse superados en número.
- Ni te muevas, Sandler –le ordenó Moody con voz dura, sin apartar la mirada de la vivienda, desde donde salían los haces de luces de las maldiciones y se proyectaban las sombras de los combatientes desde las ventanas-. Si nos necesitan, avisarán.
- Hay que asegurar el perímetro y proteger el vecindario –repuso Marlene, dándole un golpe en el brazo a Grace para pedirle que se concentrara.
La rubia se colocó junto a su amigo Peter y comenzó a trabajar en los hechizos de protección, pero la mirada se le iba continuamente hasta la casa. Allí dentro parecía estar formándose una batalla campal. Pese a la confianza de Moody, tenía miedo de que sus compañeros se vieran superados en número y alguno saliera herido. Sería culpa de ella, porque había sido su información la que les había llevado hasta allí. Y todo por salvar a los padres de Emmeline, que no merecían nada de su esfuerzo…
- ¡Grace, cuidado!
El grito de Peter la sacó de sus pensamientos justo antes de que una sombra se cerniera sobre ella. Con agilidad, saltó hacia un lado, justo a tiempo para que una túnica le golpeara en la cara. De repente, un frío inesperado le recorrió todo el cuerpo y la hizo caer sobre su espalda.
Se sintió congelada, inmóvil y petrificada. Como si fuera una estatua de hielo. Antes de poder verlos, los sintió dentro de su piel.
- ¡Dementores! –gritó Marlene, entre sorprendida y aterrada.
- ¡Convocad patronus, ahora!
La orden de Moody sonó fuerte e imperiosa, pero ella se sintió incapaz de moverse. La varita se le había escapado de entre los dedos y estaba temblando de frío, apenas apoyada en sus codos, sin ser capaz de moverse. Mirando las figuras acercándose a ella con decisión.
Contó, al menos, cuatro figuras encapuchadas flotando alrededor de ellos. Las luces de los patronus iluminaban la escena, permitiéndole ver con claridad el dementor más cercano, agitando su raída túnica frente a ella.
- ¡Pettigrew, convoca tu patronus de una vez!
- ¡Grace, reacciona! ¡Grace!
Las voces de Moody y Marlene se iban alejando más, como si una burbuja se hubiera establecido entre ellos y ella. Grace no podía moverse y apenas era capaz de apartar la mirada del dementor que, dirigiendo su capucha hacia ella, se aproximó lentamente.
Los temblores se hicieron más fuertes y, dentro de su cabeza, comenzaron a sonar otras voces. Voces que pertenecían a personas que no estaban allí, como su madre, su padre, Sirius…
- La otra tarde, tu padre había quedado con unos socios y sufrió un pequeño ataque. Todo se quedó en un susto.
La voz de su madre volvía a repetirle en su cabeza el día que se enteró que habían intentado matar a su padre. Había sido algo leve; afortunadamente había aurores protegiéndole. Pero fue la primera vez que supo que su familia era un objetivo, vulnerable.
Otra voz, desconocida, gruesa y rasposa le llegó a los oídos.
- Se trata de la desaparición y posible asesinato del señor Black.
Esa frase la había escuchado esa misma mañana. La peor frase de su vida. Creía que Sirius había muerto. Saber que, en verdad, había sido Regulus no era mejor pero sí le traía un alivio que le hacía sentirse muy culpable.
La voz de Gideon la sorprendió, estallándole en los tímpanos.
- Grace, ven a San Mungo. Han herido a Sirius y creo que puede ser grave.
La había pronunciado hacía pocos meses, cuando Snape le había cortado el cuello. El patronus había aparecido en su casa, de repente, y le había congelado la sangre. Era la primera vez que creía que podría haberle perdido.
- ¡Grace! –los gritos de Marlene se oían muy lejanos, como desde una radio mal sintonizada.
Ella no podía apartar la vista del dementor que se acercaba poco a poco a ella, atraído, sin duda, por el miedo que ella le profesaba.
La risa maniática de Bellatrix Lestrange inundó su cabeza, haciendo que se encogiera de miedo.
- Supongo que mi querido primito se pondría muy triste si te pasara algo, ¿no, querida?
La falsa melosidad de su voz, su cinismo y su crueldad. Era como si estuviera volviendo a tenerla delante, en las calles de Hogsmeade, susurrándole esas palabras a Kate justo antes de matarla. Aún recordaba el brillo verdoso de la maldición letal atravesando la calle, el cuerpo de su amiga cayendo a plomo, como una marioneta a la que han cortado sus hilos y sus ojos azules abiertos de terror. Y el dolor que vino después… La lenta tortura que siguió a aquello mientras ella se retorcía en el suelo, viendo el cadáver de Kate a pocos pasos. Había deseado ocupar su lugar y, al mismo tiempo, había temido tanto morir ese día…
Todas esas imágenes se mezclaron en su mente. Kate muerta, a unos pasos de ella, el rostro preocupado de sus padres cuando les dijo que se quedaba en Londres, la expresión de Lily en el entierro de su madre, la cara vacía de Remus cuando se le había partido el corazón, Sirius besando a otra chica, haciéndola una carantoña a Kate, enamorándose de ella y olvidándola…
Las lágrimas rodaban por sus mejillas y las fuerzas le vencían mientras sus compañeros intentaban librarla del acoso al que estaba siendo sometida. Ella no lo sabía, pero Moody ya se había librado de dos dementores y Marlene luchaba contra sus propios demonios para lograr un patronus lo suficientemente robusto como para ahuyentar al que la acosaba.
Antes de desfallecer, la voz de Sirius se coló en su cabeza, saludándola apenado y cohibido.
- ¿Te ha pasado algo? –su propia voz sonaba preocupada, como había estado meses atrás al verle tan deshecho al volver de esa misión. Recordaba que parecía estar ileso, pero se veía destrozado-. Tienes una pinta horrible, como si hubieras visto un muerto. ¿Alice está bien? ¿Es Emmeline?
- No, hemos salido enteros. Alice no nos acompañó. No pudo.
- ¿Y lograsteis encontrar lo que buscaba?
- No exactamente… Hubo una complicación.
- Sirius, me estás asustando. Tienes una cara muy mala.
- He hecho algo horrible. No era consciente. Se nos cayó una poción encima. Ni siquiera era consciente.
- ¿Qué ha pasado?
- Yo no… Te juro que fue algo superior a mí. Alice insiste en que no debería decir nada. Que solo voy a hacer daño y no cambiará nada. Pero no puedo… Yo no soy así. Tú sabes que yo no soy así, ¿verdad?
- Te juro que me estás asustando. Dime qué ha pasado.
- Me he acostado con Emmeline…
El dolor entonces la había cegado, rasgado el pecho y le había impedido pensar con claridad.
Pero fue ese recuerdo lo que le dio claridad en ese momento, irónicamente. No podía seguir siendo un recuerdo tan malo para ella. No después de lo que habían sufrido y lo que habían perdido de verdad. Eso no importaba realmente. No si ambos estaban vivos y aún había una oportunidad para recuperar todo lo bueno que había entre ellos. No podía ser tarde para eso. Ese pensamiento le dio tanta esperanza que le permitió reponerse lo suficiente como para alargar la mano, coger su varita del suelo y apuntar al ser que se aproximaba a ella.
- ¡Expecto patronum! –gritó con decisión.
El dementor se vio expulsado de golpe, impulsado por el patronus robusto de una gata poderosa que brincaba y arañaba a su paso.
El hechizo fue potente y poderoso, hasta el punto de que agotó a la chica que lo había convocado. Con sus últimas fuerzas, se dejó caer mientras escuchaba a Marlene llamarla a gritos.
- Nunca confías. En nada y en nadie. Y esa será tu perdición. Y la suya –le dijo una voz desconocida al oído en sus últimos instantes de conciencia. Ella no supo distinguirla, pero algo se agitó dentro de ella al escucharla.
- Ponedla aquí, rápido.
- Está muy malherida.
- ¿Los demás estáis bien?
Las voces llegaban poco a poco a sus oídos, mientras Grace iba recuperando la conciencia. A su alrededor, escuchaba mucho ajetreo y movimiento de muebles. Las voces de varias personas se mezclaban entre reclamaciones y ella apenas podía distinguirlas.
Se sentía terriblemente cansada, presa de un gran sopor y sentía un frío sudor recorriendo su espalda. No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí. Sus últimos recuerdos estaban cubiertos de una bruma que le impedía pensar con precisión.
- ¿Sandler está bien? –Una voz preguntó por ella, llamando su atención.
- Sí, solo necesita descansar.
La rugosa y grave cadencia de Alastor Moody le llegó de forma más clara esa vez.
- Fenwick, dime que puedes hacer algo. No querría tener que pedir favores en San Mungo a estas horas.
Al reconocerle, Grace intentó incorporarse, pero apenas tuvo fuerzas de abrir los ojos y levantar un poco la cabeza.
Se encontraba en el cuartel general, rodeada de varios compañeros. Pudo distinguir a Frank y los Prewett sujetando un cuerpo por sus extremidades, el cual se removía nervioso, y a Alice y Dorcas despejando una enorme mesa y acercándola rápidamente al grupo.
- Vale, dejadme trabajar, me estáis agobiando. ¡Todos, un paso atrás!
En medio de todos ellos, Benjy Fenwick se encontraba mirando fijamente a la persona que tenía que atender, con las mangas de la túnica recogidas sobre los codos y la varita preparada. Su rostro se veía concentrado y con una gran tensión.
Aún atontada, a Grace le costó procesar toda la escena.
- Joder el pequeño Benjy cómo manda cuando quiere –escuchó comentar jocosamente a Fabian, dándole un codazo a su hermano, que le pasó un brazo por los hombros.
Alice dio un paso atrás, pero se mantuvo cerca de Benjy, mirando preocupada por encima de su hombro.
- Merlín, tiene una pinta horrible.
De repente, Grace miró alrededor y se asustó al no encontrar a Marlene por ningún lado. Su reacción fue torpe y débil, pero atrajo la atención de la aurora, que corrió hacia ella.
- ¿Grace? ¿Estás bien?
Mareada por haberse levantado tan deprisa, Grace se agarró a Alice para evitar caer.
- ¿Qué ha ocurrido? –preguntó.
La aurora la obligó a volver a recostarse, aunque Grace siguió buscando a Marlene con la mirada. Tampoco veía a Peter por ningún lado y estaba empezando a preocuparse al recordar el ataque de los dementores.
- Perdiste la conciencia por los dementores –le explicó Alice, con su tono conciliador-. ¡No, espera! Tienes que descansar. Toma un poco de chocolate, te ayudará.
Grace la obedeció, pero más por el cansancio y la debilidad que sentía en sus miembros. Tomó el chocolate que le ofrecía con parsimonia y mordió un trozo pequeño. No le gustaba demasiado el dulce y en ese momento se le hizo pastoso en la boca, pero un calor reconfortante le recorrió el cuerpo.
Era la primera vez que se enfrentaba a esos seres en la vida real. Había sido más fácil aprender el patronus en un aula y solo verlos en simulaciones. Pero tenerlos cerca era realmente abrumador. Se había sentido inútil al tenerlos delante.
- No entiendo nada. ¿Cómo podían estar ahí los dementores? –preguntó al cabo de unos segundos, con su voz aún débil, sintiendo que el chocolate realmente comenzaba a hacer efecto en su organismo.
La mirada de Alice se ensombreció.
- Eso es algo que tenemos que averiguar. Hay que descubrir por qué se han unido a él y cuántos son.
Grace asintió con la cabeza.
De repente, unos gritos de dolor le trajeron a la realidad.
- ¡Sujetadla! –gritó Benjy, levantando la varita para evitar dañar por error a su paciente con algún hechizo de curación por error. Frank y los Prewett volvieron a sujetar el cuerpo-. Tranquila, tienes que quedarte quieta para que pueda curarte.
- ¿Qué le ha pasado a Marlene? –preguntó Grace angustiada.
Alice negó con la cabeza.
- No es Marlene.
Grace se sorprendió, aunque eso le hizo comprender que Fabian estuviera tan tranquilo.
- Estoy aquí, Grace –dijo su amiga, saliendo de una puerta a su izquierda y dejándola entre abierta.
Tenía ojeras, estaba pálida y su cabello castaño estaba más enmarañado que nunca, pero se veía sana.
- Menos mal –suspiró la rubia-. ¿Y Peter?
- Estaba algo débil, pero se encontraba bien. Dorcas le ha mandado para casa. Ya no hay más que hacer.
Esa frase, dicha con ese pesar, llamó la atención de Grace. Marlene no la miraba siquiera. Su rostro demostró preocupación al mirar a la chica que estaban atendiendo. Grace no entendía nada. La miró a ella y luego a Alice.
- ¿Qué está pasando? ¿Los Vance están bien? ¿Ya se acabó?
- Sí, ya se acabó –suspiró Marlene, sin mirarla.
- Pero, ¿qué ha pasado?
- Los han matado –le explicó Alice sombríamente-. Solo hemos conseguido sacar a la hermana pequeña de Emmeline. Está malherida.
Grace miró a la chica, de la que solo se veían sus brazos y piernas agitándose. Seguía gritando de dolor y pronto empezó a maldecir a los que la sujetaban de un modo en que estaba segura que chocaba mucho con cómo las educaban a las señoritas de su clase social.
Grace no conocía apenas a la hermana de Emmeline. Solo de vista. Era tres años más joven que ella y pertenecían a círculos diferentes en Hogwarts. Aunque había jugado al quidditch, lo dejó pronto y no parecía especialmente interesada en otras actividades sociales y educativas más allá de su propia persona. Además, sus padres, aunque ricos, no llegaban al mismo nivel que los de Grace por lo que apenas coincidían en las reuniones sociales cuando los Sandler estaban bien integrados.
Por lo que le había oído a Emmeline, Jocelyn era muy distinta a ella. No cuestionaba en absoluto los ideales de sus padres, era frívola y egoísta. Pero había percibido una preocupación en su compañera al hablar de ella. Algo que ella no comprendía pero que reconocía en Sirius cuando hablaba de Regulus o en Lily con Petunia. Una conexión inexplicable entre hermanos.
- ¿Joselyn?
Marlene, Grace y Alice se sobresaltaron a la vez al escuchar la voz de Emmeline. Fue surrealista verla de pie, sujetando la puerta por la que había salido Marlene, y mirando a su hermana con rostro preocupado.
Había estado tanto tiempo catatónica, perdida en su mente, que llegaron a creer que jamás se recuperaría. Y ahora estaba ahí, despertada por fin por los gritos de dolor de su hermana, luciendo desaliñada y desorientada, pero con un porte tan digno como siempre.
Marlene reaccionó la primera, corriendo a abrazarla.
- ¡Eline, has despertado!
Emmeline apenas reaccionó a su abrazo dejándose caer contra ella, débil por todo lo sufrido.
- Mi hermana –susurró, sin apartar la mirada de ella.
- ¿Emmeline? –preguntó angustiada la adolescente, con la voz cargada de lágrimas y de terror.
Emmeline dio un paso hacia ella, pero trastabilló, sin fuerzas. Marlene la atrapó y le ayudó a sentarse, mientras le acariciaba el pelo con cariño.
- Están curándola, no te preocupes. Ahora las dos estáis a salvo.
Emmeline parpadeó confusa y paseó su mirada por la habitación. Grace y Alice la miraron con compasión. Pese a todo lo ocurrido, Grace sintió una inmensa ola de empatía con ella, con lo que le había ocurrido entre ellas y con lo confusa que debía sentirse en ese momento.
- No entiendo nada –confesó la joven morena.
Alice se unió a Marlene, tomándola del otro brazo al verla flaquear.
- Tranquilízate. Han pasado muchas cosas que tenemos que explicarte.
- Déjame revisarte –le pidió Marlene, sacando la varita-. Tú confía en Benjy. Tengo que asegurarme de que estás bien.
Aún se encontraba bastante débil pero no podía fallar a su amigo en un momento así. Peter le había contado que apenas había intercambiado unas palabras con él y no había coincidido aún con Grace para saber su opinión, que estaría más fundada. Con ella seguro que se había abierto algo más.
Así que James se escapó de su reposo obligado en casa de Lily para ir a ver a Sirius. No debía haberse desaparecido aún convaleciente pero no tenía otro modo de llegar allí rápido. Cuando su mejor amigo le abrió la puerta, supo que no había dormido en unos días.
- Cornamenta, deberías estar descansando –le dijo con voz monótona mientras le dejaba pasar.
- Lo haría si no estuviera preocupado. ¿Qué mierda es esa de que has dejado la academia? ¿Por qué no lo has hablado conmigo antes? ¿Eso es una moto?
James perdió el hilo al ver la impresionante motocicleta que estaba en mitad del salón.
- Una Triumph 650 T 120 Bonneville de 1959 –informó Sirius, limpiándose las manos con una bayeta sucia.
- Ha debido costarte una pasta –opinó su amigo, mirando la moto embelesado.
Sirius hizo una mueca.
- Creo que he tenido suerte. Pero bueno, he reordenado gastos.
- Como la matrícula de la Academia, ¿no?
Vuelta al tema, James se centró y miró a su amigo con el ceño fruncido.
- Canuto, si querías darte este gusto haberme pedido la pasta. Pero no dejes la Academia, joder. Te necesitamos.
Sirius negó con la cabeza.
- No, Jimmy. Nadie me necesita. No quiero volver.
- ¿Es por lo de tu hermano?
Si algo tenía James Potter es la sinceridad. Directo y sin paños calientes, tal y como también le gustaba a Sirius Black. Por eso se llevaban tan bien, porque no tenían que fingir el uno con el otro ni andar con cuidado por los sentimientos de su amigo.
Sirius no le miró y tampoco contestó. Se fue a la cocina y regresó con dos cervezas de mantequilla.
- Déjame resolver esto a mi modo, Cornamenta –le pidió.
James le aceptó la bebida y se revolvió el pelo con un suspiro.
- Colega, no dejes que esto te hunda. No podías hacer nada para ayudar a tu hermano si él no se dejaba.
- Pero me pidió ayuda –le contestó abruptamente, tras dar un buen sorbo a la cerveza.
James se atragantó.
- ¿Qué?
- Vino a buscarme. Me pidió ayuda. Un par de días antes de desaparecer.
Su amigo no supo qué decirle. Estaba claro que no se esperaba esa declaración y Sirius no había pensado en confesárselo a nadie más que a Grace. Pero no había podido evitarlo. Era James. Si no confiaba en él, ¿qué le quedaba?
- Doy por hecho que le rechazaste –adivinó su amigo al cabo de unos minutos.
Sirius se limitó a seguir bebiendo. James chasqueó la lengua, haciéndose una idea de lo que había ocurrido.
- Es lógico, yo también le hubiera mandado a la mierda –concluyó.
Sirius le miró.
- ¿No vas a preguntarme si le hice algo, o nos peleamos, o…?
James dejó de beber abruptamente.
- Canuto, no me seas gilipollas –exclamó ofendido porque pensara que iba a dudar de él.
Sirius estuvo a punto de reír ante ese arrebato de normalidad, pero enseguida se dio cuenta de que James había hecho una mueca de dolor.
- ¿Qué pasa?
- Nada –gruñó su amigo, molesto porque se le hubiera notado.
Sirius percibió que James se llevaba discretamente una mano al costado y le obligó a mirarle.
- ¿Te duele?
- Solo cuando me río; no seas blandengue –bromeó James.
Aunque Sirius no se dejó engañar y le levantó la camiseta, para descubrir una herida sangrante. Se le habían abierto los puntos de uno de los cortes.
- Joder, James, no tendrías que haber venido. No habrás sido tan imbécil como para haberte desaparecido, ¿no?
Este hizo una mueca y le dio un manotazo, pero no le contestó. No había podido ir por otro medio, aunque reconocía que no había sido su idea más brillante.
- Si aparecieras a la primera, no tendría que haberlo hecho. Y déjalo, ya le diré a Lily que me lo arregle cuando vuelva a casa.
- Los cojones –protestó su amigo-. Para que luego la bronca me caiga a mí. Siéntate, anda.
James rodó los ojos, pero obedeció. Era agradable ver al Sirius malhablado de siempre y no al mustio depresivo que le había recibido. Quizá solo necesitaba tiempo para superar lo de Regulus. Le conocía, sabía lo que le había dolido y que esas cosas prefería pasarlas él solo.
- Ya que no puedo hacer nada por lo de la Academia, al menos prométeme que pasarás pronto esta fase depresiva –le comentó, intentando hacerse el fuerte, pero frunciendo el ceño porque su amigo le estaba haciendo daño mientras urgaba en su herida. Aunque se fiaba de él; Sirius tenía buena mano para sanar, por mucha rabia que le diera que aquello pudiera afectar a su imagen de guerrero-. Necesito a mi padrino de bodas bien activo.
Sirius suspiró, pero no le contestó. Para bodas estaba él…
- Ahora mismo te vas a pirar a casa y vas a descansar, Cornamenta. Pienso escribir a Lily yo mismo.
- Lo que me faltaba, vosotros dos con notitas –James rodó los ojos, pero le dejó hacer. Al menos, algo había vivo dentro de su amigo.
Cuando Grace regresó a casa de Sirius, ya se sentía recuperada y dispuesta a volver a enfrentarlo.
Tenía el recuerdo vívido de su experiencia con los dementores y cómo eso le había hecho sentir. Esa esperanza que se había abierto paso en su corazón al pensar que no podía ser demasiado tarde para ellos dos. Eso le había hecho sacar fuerzas de donde no tenía. Fue inspirador; le reveló sus verdaderos sentimientos y la fortaleza que necesitaba para superar aquel episodio.
Por eso regresó pronto a casa de él. Estaba preocupada. No le había dejado bien tras la muerte de Regulus y quería verle. Saber si él podría recuperarse, volver a ser él, al menos en esencia. Poder comprobar si era cierto que aún no era demasiado tarde para los dos.
Cuando él le abrió la puerta, tenía peor aspecto aún que días pasados. La barba le había crecido unos cuantos centímetros y no se había cambiado de ropa; su camiseta blanca estaba arrugada y manchada de aceite y grasa.
- Has vuelto –murmuró, dejándola pasar.
Al menos, esta vez no se hizo de rogar.
Grace miró alrededor al apartamiento cuando entró. Aquello iba empeorando por momentos. Todo estaba sucio y desordenado, pero de un modo mucho más caótico y descontrolado de lo que era normal en Sirius.
Solo la brillante y reluciente moto que estaba en el centro de la sala parecía haber recibido un cuidado exquisitio. Seguía aposentada encima de un montón de periódicos antiguos y rodeada de herramientas muggles de todo tipo.
- Veo que sigues trabajando en ella –repuso.
Sirius pasó a su lado y se sacó la varita del bolsillo trasero del pantalón, para después tumbarse de nuevo bajo el vehículo.
- Creo que pronto conseguiré que vuele –le contó.
Grace le miró trabajar, pensando en cómo abordarle. Tenía aspecto duro e infranqueable. Tal y como se ponía cuando algo le hacía mucho daño.
- Sirius, hoy ha habido reunión en la Orden y no has venido. Alice me ha dicho que te avisó.
Él fingió no oírla y continuó trabajando. Las chispas salían de su varita y conseguían que el motor comenzara a rugir suavemente.
- ¿Cuál es tu plan? –le cuestionó Grace, armándose de paciencia y sentándose en el sofá, a su lado-. ¿Dejar la Orden como has dejado la academia? Claro que puedes hacerlo, pero no es tu estilo. Yo creo que no nos dejarías a los demás ahí y tú pasarías de todo.
- Si no lo crees, ¿Qué haces aquí? –preguntó Sirius, saliendo de debajo de la moto-. Déjame pasar esto solo y ya volveré.
- Estoy preocupada por ti.
- Ya –murmuró él, desconfiado.
La miró de tal modo que Grace pudo leerle la mente. Él dudaba de la preocupación de ella. ¿Había llegado a hacerle dudar de sus sentimientos por él? Imposible. Sirius sabía que le quería, que se preocupaba por él. Había sido dolorosamente obvio incluso cuando intentó negárselo a sí misma. Le había visto divertido alguna vez por su tonto intento de esconderlo. Aunque, en esa circunstancia, quizá estaba dudando de todo. Era lógico.
- Dime qué necesitas ahora –le suplicó-. Dime cómo puedo ayudarte, qué quieres hacer. Pero no te alejes, por favor.
Sirius la miró intensamente durante unos segundos.
- Solo quiero un cambio –suspiró finalmente, abriéndose un poco-. Quiero que… merezca la pena. Si me negué a escuchar a mi hermano, si ha muerto sin que le ayudara… Tiene que tener un significado. No puede haberse ido sin más. Necesito darle sentido.
Dejar la academia y comprarse una moto no otorgaría a la muerte de Regulus de ningún significado especial. Pero Grace entendió al momento que todo eso se refería a su necesidad de un cambio. Enmendar aquello no estaba en sus manos y él lo sabía, pero no podía continuar con su vida como hasta ahora. Necesitaba modificar algo, pagar una penitencia. Y él era demasiado entregado como para abandonar la Orden del Fénix. Si tenía que sacrificar algo, arriesgaría su carrera, no sus principios ni a sus amigos.
No entendía muy bien sus motivaciones. Probablemente él tampoco lo hacía porque Sirius nunca había sido una persona de caminos rectos sino de senderos sinuosos. Pero no estaba en posición de ser coherente, aún tenía demasiado dolor dentro. Por eso supo que ese no era el momento de confesarle que seguía queriéndole. No era tiempo de reconstruir relaciones, pero sí de darle su amor del único modo que podía en ese momento.
Se sentó junto a él en el suelo y sacó su varita.
- ¿Has probado el hechizo Tía Freyre? Puede que funcione para hacerla volar.
Sirius la miró boquiabierto unos segundos, antes de sonreírle. Sus ojos grises apenas brillaron, pero Grace captó algo. Agradecimiento por comprenderle y estar ahí para él. Aún no era el momento de decirle que aún le quería, pero podía demostrárselo de otro modo.
- ¿Segura de que no estás aún muy débil para esto?
James sujetaba la cintura de Lily de un modo muy posesivo. Estaban en casa de él, en la cocina, preparando algo para que los padres de James y el de Lily picaran. Había llegado el día de darles la gran noticia.
La pelirroja se apartó el pelo de la cara y le miró con un poco de cansancio.
- James, tienes que dejar de sobreprotegerme. Estoy bien, solo me siento cansada y tengo que recuperar algo de peso.
- Y hacer rehabilitación –apuntó él, impidiéndole tomar una jarra de jugo de calabaza para que ella no forzara el brazo herido-. La sanadora Jones dijo que tenías que ejercitar el brazo si quieres recuperar toda la movilidad.
- Vale, pero tienes que dejar de atosigarme –le suplicó su novia-. Sobre todo aquí. Tus padres se acabarán enterando si sigues insistiendo.
- No sé si sospechan algo –confesó él preocupado-. Mi madre lleva días muy rara y te ha hecho una inspección completa en cuanto has llegado.
La pelirroja le miró cómplice.
- Cariño, hemos estado una semana desaparecidos y llevas días pasando por tu casa lo menos posible. Y, por mucho que tratemos de disimular, ambos tenemos una pinta horrible. Tus padres no son tontos. Si no han averiguado más es porque no han querido, eso es así.
Tenía sentido, aunque a James le extrañaba que su padre no le hubiera atosigado ni insistido más. Siempre había sido muy sobreprotector y no se había cortado en decirle lo mucho que censuraba su elección de carrera. Y eso que no sabía de su colaboración con la Orden del Fénix.
Sin embargo, ahora no tenían tiempo de esas elucubraciones. Miró sobre su hombro por el pasillo, que daba a la sala de estar donde estaban sus padres.
- ¿Cómo quieres decírselo?
Lily compartió una mirada nerviosa con él.
- No lo sé. ¿Y si lo abordamos directamente? O podemos aprovechar la excusa que se inventó Sirius y decir que nos hemos ido de viaje y me lo has pedido allí. O…
James la interrumpió, riéndose, al verla tan nerviosa.
- Preciosa, estás como una moto. No deberías estar tan nerviosa –acarició sus mejillas con cariño-. Mis padres se van a volver locos de felicidad cuando se lo digamos.
- En realidad, es la reacción de mi padre la que me preocupa.
James frunció el ceño.
- ¿Por qué? ¿Crees que no estará de acuerdo? Yo le caigo bien –protestó, un poco a la defensiva.
Lily se rió, dándole un rápido beso.
- Te adora –le aseguró-. Pero no es por eso. Una cosa es que te aprecie y otra que me case con 18 años. No es lo que él esperaba de mí. Yo era la pequeña, de la que tenía altas expectativas laborales y…
Al verla dudar, James entendió lo que quería decir.
- Sabes que eso no va a cambiar. Jamás te pediría que renunciaras a nada porque nos casemos.
Lo dijo con tanta naturalidad y sinceridad que a Lily le enterneció el corazón.
- Lo sé, cariño. No quiero decir eso. Es solo…
La verdad era que no sabía explicar sus temores. Probablemente serían en vano. Era cierto que eran muy jóvenes, pero se querían y estaban viviendo tiempos muy peligrosos. No quería retrasar más su vida, estar lejos de él por algo tan absurdo como la edad.
Pero él se vio genuinamente preocupado cuando la miró con tristeza por detrás de sus gafas.
- ¿Crees que nos estamos precipitando? Si te has sentido presionada o crees que vamos muy deprisa…
- ¡No! –le interrumpió, enredándole los brazos en el cuello-. No, mi amor. Quiero casarme contigo. Y quiero hacerlo ya. No quiero pasar un día más sin que vivamos juntos, sin despertar a tu lado cada mañana. Solo estoy nerviosa.
El James inseguro duró pocos segundos, afortunadamente. A Lily no le gustaba verle dudar en ese tema. No le pegaba. La miró, con esa sonrisa arrogante que siempre conseguía que le temblaran las rodillas y la besó, muy lentamente, saboreándola y haciéndola olvidarse por un minuto dónde estaban.
Cuando se separaron, Lily estaba sin aliento y James apretó su abrazo.
- Mejor se lo decimos cuanto antes. ¿Te parece bien? –propuso el futuro novio, volviendo a besarla.
Tardaron aún unos minutos en volver con sus padres. Estaban demasiado ocupados besándose y acariciándose, como llevaban haciendo desde que se habían reencontrado. Todos sus problemas habían quedado atrás, no había ya discusiones ni estúpidos celos. Habían estado a punto de perderse y se habían recuperado. Ese episodio les había ayudado a darse cuenta de lo que realmente importaba.
Cuando se sentaron frente a sus padres, trayendo la bandeja con las bebidas y la comida, se les veía algo acalorados. Para tratar de disimular, ambos se irguieron, lo que hizo que Lily tuviera que ocultar una mueca de dolor cuando un pinchazo le atravesó el hombro hasta la punta de los dedos.
- Lily, cielo, ¿seguro que estás bien? –preguntó repentinamente su suegra, al percatarse-. Llevo un rato viendo que se te escapan muecas del dolor al mover el brazo.
Lily palideció y James casi tira el plato que le estaba acercando al padre de su novia. Con una mirada cómplice, ella trató de poner su mejor sonrisa.
- Gracias por preocuparte, Dorea, pero estoy bien –le aseguró-. Me caí hace unos días, en el viaje, y me rompí el hombro. He estado tomando diferentes pociones para el dolor.
- ¿Por eso has adelgazado tanto? –preguntó su padre, demostrando ser más observador de lo que Lily creía.
- Sí, papá –le sonrió-. Algunas tienen ese efecto secundario.
James vio a su madre fruncir el ceño y abrir la boca. Dorea sabía lo suficiente de pociones como para saber que esa mentirijilla de Lily era falsa. Así que se apresuró a cambiar de tema para distraerla.
- Queríamos hablar con vosotros –anunció.
De forma inconsciente, Charlus colaboró con su hijo al exclamar:
- Eso es, estamos en ascuas. ¿Por qué nos habéis reunido? No me malinterpretéis, me ha encantado conocer a William. Ya era hora –añadió un poco como regaño a su hijo porque hubiera tardado tanto en juntar a los consuegros.
- Sí, papá, a eso iba –le dijo con una sonrisa de disculpa-. Hay algo que tenemos que anunciaros.
Era el momento de la verdad. Se miraron el uno al otro nerviosos y parecía que no acababan de encontrar las palabras adecuadas. Dorea pegó un brinco y contuvo ruidosamente la respiración mientras se llevaba las manos a la boca.
- Oh, Merlín. ¿Estás embarazada?
- ¿Qué? ¡No! –exclamaron ambos a la vez.
De repente, a James le entró la duda y miró a su novia dudoso.
- ¿No? –preguntó para asegurarse.
- ¡No! –Lily parecía ofendida por la pregunta y James respiró aliviado y se giró hacia su madre, ceñudo.
- ¡No, mamá! Solo… Es más sencillo que todo eso. Veréis…
- ¡Nos vamos a casar! –gritó de pronto Lily con una voz increíblemente aguda. Entonces miró a su padre y comenzó a hablar a toda velocidad-. ¡Y te juro que no estoy embarazada, papá! ¿Estás decepcionado? No lo estés porque es algo que deseo muchísimo y soy muy feliz. Y esto no va a frenar mi carrera porque James es el hombre más maravilloso del mundo y me apoya en todo. Y yo…
- Lils, respira –le suplicó su novio al verla tan alterada, abrazándola con cariño.
La pelirroja apartó la mirada de su padre, que parecía estar en shock y miró a sus suegros. Ambos sonreían de oreja a oreja. Dorea, incluso, parecía estar a punto de derramar unas lágrimas de emoción.
- Y se supone que la tranquila eres tú –bromeó, mientras se ponía en pie, se abanicaba la cara para evitar llorar y extendía los brazos hacia ellos- ¡Felicidades!
Los atrapó en un cariñoso abrazo que, por supuesto, incomodó demasiado a James.
- Gracias, mamá –contestó, con la respiración aún contenida por el abrazo.
Se soltó del abrazo, lo que aprovechó su madre para estrechar más a Lily hasta el punto de hacerle daño en el brazo sin darse cuenta, por lo que tuvo que reprimir una mueca de dolor para que no les pillaran. James quiso interrumpirlas, pero los brazos de su padre le estrecharon.
- Estoy muy orgulloso, James. No podrías haber elegido mejor –le aseguró.
Aún abrumado, James sonrió de felicidad.
- Afortunadamente, ella ha dicho que sí.
- Papá, ¿estás bien? –Lily se soltó de Dorea y se arrodilló frente a su padre, que parecía seguir en estado de shock por la noticia y no se había movido.
William Evans hizo un movimiento parecido al frenazo de un coche y se aclaró la garganta.
- Sí… Lo siento, cariño –confirmó. Parpadeó varias veces y miró al asiento vacío que había ocupado su hija segundos antes-. Me he quedado en blanco. Por un momento te he visto con seis años, con esas trenzas que tu madre solía peinarte, y diciéndome que te casabas. Ha sido raro.
Lily se echó a reír, divertida por la imaginación de su padre. Pero entendía el trasfondo y era exactamente lo que había temido.
- Comprendo que te parezco muy joven.
- No… Bueno, sí –reconoció William, mirándola con nostalgia. Alzó la mano y, con la punta de los dedos, le acarició la cara con mucho cariño-. Pero siempre has sido tan madura… Es lógico. Y has conocido a un chico estupendo. No, calabacita, me alegro muchísimo. Estoy muy feliz por ti. Ojalá tu madre estuviera aquí. Sus dos niñas casándose el mismo año, las dos tan felices. Me he hecho viejo de golpe.
La mención de su madre hizo que Lily se echara a llorar y se lanzara al cuello de su padre para refugiarse en sus brazos.
- Te quiero, papá –murmuró contra su cuello.
Su padre se emocionó.
- Y yo a ti, calabacita. Oye, ¿me vale mi traje de siempre o tendré que comprarme ropa de la vuestra?
Ese cambio brusco de tema rompió la burbuja de la tristeza y consiguió que todos se rieran. Las dudas eran lógicas, era la primera boda mágica a la que acudiría.
Los padres de James empezaron a explicarle las cosas más básicas y, en cuestión de pocos minutos, James y Lily se dieron cuenta de que ya les habían secuestrado su boda y ellos no tenían potestad para decidir nada. En poco tiempo, la madre de James decidió que debían casarse allí, en el jardín, y ambos padres comenzaron a discutir sobre si quedaría mejor al estilo muggle, completamente mágica o, quizá, una mezcla de ambos mundos.
Estaban tan absortos tomando decisiones que no se habían dado cuenta de que no dejaban hablar a los futuros novios ni habían tomado en cuenta sus deseos. Aun así, ellos estaban bien porque se habían quitado un peso de encima.
Mientras sus padres se atropellaban unos a otros y hablaban a la vez, James se inclinó sobre Lily y le besó en la cabeza.
- Parece que ha ido bien, ¿no? –le susurró ella al oído-. Aunque habrá que controlar a tu madre si no queremos un evento de 200 invitados y cisnes voladores.
James esbozó su sonrisa más contagiosa y le rozó con cariño la nariz con la suya.
- Habrá que poner límites, calabacita mía.
- No empieces –murmuró ella, molesta de que hubiera escuchado aquella expresión por parte de su padre. No se libraría de ese apodo jamás.
James se echó a reír.
- Vale, captado –le aseguró, aunque sonrió perversamente. No pensaba olvidarse de ello en la vida.
La rápida recuperación de Emmeline llamó la atención tanto como lo había llamado su estado de catatonia durante semanas. La benjamina de la Orden parecía haber logrado un objetivo, tener de repente un motivo para vivir. En muy pocos días logró recuperar la movilidad completa y no parecía haber sufrido secuelas cerebrales ni psicológicas de gravedad. Todo un milagro.
Marlene había estado apoyándola, aliviada de volver a ver a su amiga activa. En pocos meses, se habían conocido lo suficiente como para que ella supiera que su compañera de piso era una chica fuerte y reservada, pero a quien había tenido que afectar mucho lo que había sucedido con sus padres. Emmeline no hablaba de ello, pero Marlene captó enseguida que la extraña relación que tenía con su familia iba mucho más allá de lo que su apariencia sosegada daba a entender.
Una prueba era que Emmeline no se apartó del lado de su hermana, quien pasó varios días a duermevela hasta que, una tarde finalmente, despertó.
Emmeline, que había obligado a Benjy a contarle cómo debía hacerle las curas para encargarse ella personalmente, saltó de la silla cuando la vio abrir los ojos, antes de que empezara a moverse y se reabriera las heridas.
- ¡Despertaste! ¿Estás bien? –le preguntó, inclinándose sobre ella. Joselyn la miró extrañada y, de repente, trató de levantarse, asustada. Emmeline se lo impidió poniéndole las manos en los hombros-. No te incorpores rápido. Llevas días medicada y has estado muy débil.
La adolescente miró alrededor, alarmada de no reconocer el entorno ni a las pocas personas que estaban en la habitación, aunque fingieron estar ajenos a la conversación. Marlene se alejó discretamente y se sentó junto a Fabian. Después, Joselyn miró a su hermana y frunció los labios.
- ¿Qué hago aquí, Emmeline? ¿Quién es toda esta gente?
Aunque pretendió dar enfado y autoridad a su tono, en su voz se percibía el miedo que estaba sintiendo y la debilidad que atravesaba su cuerpo. A pesar de que nunca habían sido cercanas y en los últimos años se habían distanciado de forma irreconciliable, Emmeline sintió lástima por ella y suavizó el gesto para tratar de darle confianza.
- No te preocupes. Trabajan para Dumbledore.
Joselyn abrió mucho los ojos al escuchar ese nombre.
- ¿Habéis vuelto a secuestrarme?
- Te han salvado la vida –aclaró Emmeline. Cuando su hermana miró de nuevo alrededor, le preguntó-. ¿No te acuerdes de nada?
Joselyn tenía muchas lagunas en el recuerdo de esa última noche. Durante unos segundos se perdió en sus pensamientos y se sentía tan insegura que, cuando volvió a hablar, su tono fue mucho más suave de lo pretendido.
- Solo que el señor Nott vino a casa. Acompañado de un hombre francés y otro al que no reconocí.
- ¿Y nada más?
Joselyn agitó la cabeza un poco frustrada.
- No sé… ¿Dónde están papá y mamá? –y de repente su mirada volvió a ser acusadora y su tono se endureció-. ¿Por qué habéis vuelto a secuestrarme? ¿Tú has tenido algo que ver?
Estaba claro que lo que había ocurrido hacía semanas en la mansión Nott perjudicaba a la credibilidad que Joselyn les daba. Sus padres debían haberle contado algo o haberle transmitido sus temores, porque había sabido que Lily la había dejado, inconsciente y sana y salva, en su casa antes de que ellos pudieran volver. Por su propia experiencia, Joselyn no podía recordar que la habían mantenido unas horas cautiva.
En esas circunstancias era capaz de comprender que ella no confiara en ellos. Y aún no sabía lo peor… Tenía que ser muy paciente y comprensiva con ella. Dos rasgos que no formaban parte de lo mejor de su personalidad.
- No te hemos secuestrado, Joselyn –le aseguró, tratando de acercarse a ella, aunque su hermana puso distancia-. Y yo ni siquiera estaba consciente. He estado recuperándome desde ese día.
El gesto de Joselyn se tambaleó y la inspeccionó.
- Mamá dijo que te habían herido. Ha estado preocupada por ti.
Emmeline se quedó en blanco, tanto por esa confesión como por la preocupación que se oía en su voz. No la esperaba.
- ¿Ah, sí?
Joselyn pareció incómoda, pero siguió hablando.
- Papá le decía que no tenía por qué. Que estarías bien con los tuyos. Pero ella se preocupó. Incluso les oí hablar de ir a buscarte. Ella quería.
Eso sí que era más difícil de creer, dada la experiencia previa que había tenido con sus padres.
- Ya, claro –murmuró, incrédula.
Joselyn se ofendió por el tono.
- ¿Por qué voy a mentir? –le reclamó-. No soy yo la que ha sacado a alguien de su casa a la fuerza.
Emmeline bufó, desviando la conversación sin darse cuenta.
- Ya vi lo que intentaron ayudarme el año pasado, cuando casi me matan el colegio. Me amenazaron y fueron a por mí. Papá y mamá se desentendieron. Solo Dumbledore me ayudó.
Joselyn se quedó sin argumentos, porque ella también había girado la cara a su hermana en esa situación vulnerable. Ambas cayeron ante un silencio incómodo. Al cabo de un rato, la pequeña miró a su hermana mayor con tristeza.
- No sé por qué has tenido que complicarlo todo tanto, Emmeline. A todos nos cuesta entenderte.
Ella suspiró.
- Porque sois incapaces de pensar por vosotros mismos y…
- Mira, me da igual –le cortó Joselyn, retomando ese tono imperativo y repipi que le caracterizaba-. Solo quiero ir con papá y mamá. Ni siquiera voy a denunciaros por secuestrarme otra vez; solo dejadme ir.
Eso le hizo recordar todo lo que estaba pasando e inspiró, armándose de paciencia. Se acercó un poco a su hermana y le tomó la mano, lo que, sorprendentemente, esta le permitió.
- No lo entiendes, Joselyn. Ya te he dicho que no estás secuestrada. Te han salvado la vida. ¿No lo ves? Papá y mamá ya no están. Los han matado.
- ¡No! –gritó la pequeña, apartándose de un salto y mirándola horrorizada-. ¿Qué habéis hecho? ¡Es mentira!
Emmeline se dio cuenta de que sus compañeros se giraron hacia ellas, pero bajaron enseguida las cabezas, dándoles intimidad. Una mirada de Marlene le dio las fuerzas que le estaban flaqueando.
Joselyn no se percató de nada. Las lágrimas que comenzaron a caer por sus mejillas eran tan desesperadas que le provocaron a Emmeline un nudo en la garganta. Sin embargo, no tenía ganas de llorar. Se sentía un poco ajena a todo ello después de haberlo asimilado.
- No lo es –repuso con voz distante-. Y no hemos hecho nada. No hemos sido nosotros. Han sido los vuestros.
Joselyn había perdido por completo los nervios, lo que era llamativo porque era la primera vez que Emmeline controlaba sus emociones más que su hermana pequeña. Lloró, pataleó y su voz sonó aflautada cuando insistía una y otra vez:
- ¡Eso es mentira!
Emmeline tragó el nudo de su garganta y negó con la cabeza.
- No lo es, Joselyn. Papá y mamá estaban buscando el modo de irse del país. Se asustaron y no querían seguir involucrados en esto. Pero los descubrieron y han aprovechado para dar ejemplo con ellos, para que nadie más se atreva a desertar. Así, Nott se ha quitado un problema de encima y ya nadie le responsabilizará de que se cargaran al francés ese en su casa.
No le quedó claro que Joselyn estuviera escuchando toda su conversación, porque había enterrado la cara entre sus pequeñas manos y no paraba de llorar.
- No pueden estar muertos –murmuró entre hipidos al cabo de un rato.
- Ojalá no fuera verdad –respondió Emmeline. Y lo sentía de verdad. Sus padres habían renunciado a ella, pero sus muertes seguían doliéndole.
De repente, un flash le llegó a la memoria y recordó a su madre, desesperada, intentando interceder por ella mientras la torturaban. No de un modo valiente pero sí más de lo que había hecho en toda su vida. Se sintió pequeña y sola, oyendo los sollozos de Joselyn, y pensando en su madre. No le gustaba sentirse así de vulnerable pensando en ella, necesitando creer que le había importado algo en algún momento. No era buena idea, pero al final se animó a preguntarle, con la voz más infantil que había tenido en años.
- ¿De verdad mamá se preocupó por mí?
Joselyn no fue capaz de contestarle, pero se lanzó a sus brazos y enterró su llorosa cara en su cuello. Emmeline no necesitó nada más en ese momento. Era el primer abrazo que compartían en muchos años. Pero es que ambas se habían quedado huérfanas.
- ¡¿Se puede saber qué has hecho?!
Cuando salió esa mañana de su piso, rumbo a la Academia de Derecho Mágico, Grace habría esperado cualquier cosa excepto encontrarse con su amigo Marco en la calle, esperándola, furioso.
Los dos magos que custodiaban la entrada del edificio se echaron las manos al cinto, en busca de la varita, pero Grace los detuvo con un gesto de la mano.
- Marco, ¿qué ha pasado?
Aunque lo preguntó más bien para hacer tiempo. Tendría que haber supuesto que Elena no tardaría en confiar en él tras descubrir sus afiliaciones a la Orden y las intrigas en las que estaba metida, pero había estado tan distraída con Sirius y el ataque en la casa de los padres de Emmeline que lo había apartado de su mente.
Marco la miró con furia, con sus expresivos ojos marrones.
- Solo te pedí una cosa, Grace. Una sola cosa –levantó un dedo, enfatizando la palabra-. Quería a Elena al margen de todo esto.
- Lo sé –suspiró ella-. Lo siento de verdad, pero te juro que he tratado de involucrarla lo menos posible. Fue una emergencia, no tenía a nadie más.
- ¡Ella no es como tú! –exclamó él furioso, aunque se dejó llevar por ella cuando Grace le instó a apartarse de la entrada para que nadie más pudiera escuchar su conversación.
Grace miró alrededor y, con la varita en el bolsillo, convocó un encantamiento para evitar que nadie los espiara. Marco se percató de que había sido impulsivo e, incómodo, suspiró y la miró algo más tranquilo.
- Ella no sabe desenvolverse en estas intrigas, no disfruta como tú de estas situaciones. Se ha visto abrumada, está muerta de miedo. Ahora cree que su vida está en juego a todas horas, no sabe de quién fiarse y ve enemigos en todas partes.
- Teniendo en cuenta dónde trabaja, tampoco está mal que sea más precavida –repuso ella, práctica.
Marco la miró furioso y Grace suspiró.
- Solo quiero decir que ella, sin darse cuenta, ya estaba cerca de personajes muy dudosos, ayudándoles sin percatarse en sus negocios ilegales. ¿No es mejor que esté alerta sobre ellos?
- Sí, si sabe moverse entre ellos para que no la descubran. Pero eso lo haces tú, Grace, no ella. Si le hacen daño yo…
Marco se llevó una mano a la frente, aguantando la respiración. El pánico se abrió paso en sus ojos y Grace se sintió terriblemente culpable. Él solo le había pedido que Elena estuviera al margen y ella, en su desesperación, le había fallado.
- No tiene por qué pasarle nada –le aseguró, acariciándole el brazo tranquilizadora-. Ella no está metida en ninguna organización y me ayudó de un modo muy indirecto.
- ¿Y si la vieron? –preguntó él preocupado.
- Si nos hubieran visto, yo ya habría tenido noticias de ellos –le aseguró Grace sombríamente.
Eso, sin duda. Si Jean hubiera tenido la más mínima sospecha de que le había utilizado para sonsacar información, ya habría movido fichas en su contra. Se había dado cuenta de que su compañero era más peligroso de lo que aparentaba.
Marco parecía aún preocupado.
- Tú te marchaste ese mismo día. Ella se tuvo que quedar, y coincidió con uno de esos tipos en una reunión de trabajo. Está asustadísima pensando que él sabe algo.
- ¿Por qué? –preguntó Grace preocupada-. ¿Le dijo algo? ¿Habló con ella?
Podía ser Jean pero también habían visto en la reunión que había espiado a un par de hombres que Elena conocía del Ministerio de Magia francés. Tenía que tirar más del hilo.
- No –contestó Marco-. Igual es solo sensación de ella, pero está tan asustada. Odio verla así de vulnerable. Joder, Grace, ¿por qué tuviste que involucrarla?
Cuando perdía los nervios le salía ese acento italiano que tanto le había encandilado a Grace hacía un par de años. Le miró con arrepentimiento, comprendiendo su sufrimiento y preocupación. Hasta que conoció a Elena, no era capaz de pensar que él fuera tan vulnerable con otra persona. Y ella la había puesto en peligro. Aunque, afortunadamente, todo había salido bien y no pensaba volver a involucrar a Elena.
- Perdóname –dijo rotundamente-. Fue una cuestión de emergencia. No tenía a nadie más y su ayuda me sacó de una mala situación. Pero no volverá a pasar, prometido. ¿Quieres que hable con ella? El otro día me tuve que ir corriendo, pero luego puedo pasarme por tu casa. La tranquilizaré.
Marco la miró durante unos segundos inseguro, pero, finalmente, claudicó.
- De acuerdo. Pero no vuelvas a involucrarla más. No la quiero en medio de esta guerra.
Antes de dejarle responder, él se dio media vuelta y se marchó. Grace suspiró viéndole alejarse. Como si pudieran elegir que la guerra les tocara o no. Qué ingenuo era a veces, teniendo en cuenta todo lo que veía a diario en San Mungo.
Remus percibió cómo crecía la desesperación de Bert durante todos esos días. Después de la corta charla que habían mantenido, en la que a este se le escapó que Greyback estaba presionándolo para que salvara la vida a los niños mordidos, había estado observándolo de cerca. Estaba adelgazando muy rápidamente y su piel estaba tomando un tono cada vez más pálido. Cada vez aparecía menos por las zonas comunes y se le veía cansado y ojeroso.
Esa mañana, cuando no lo vio cumpliendo su rutina habitual se extrañó, pero no fue hasta mediodía que entendió cuál había sido el problema.
Estaba ayudando a cargar las provisiones, aun arrastrando la cojera de la última luna llena, de la que ya se acercaba una nueva etapa, cuando escuchó el alboroto en el interior de la cueva. Junto a otros dos licántropos, se acercó con cuidado a la multitud que se estaba formando y se abrió paso en el corro para ver lo que ocurría.
Al principio, no entendió qué ocurría hasta que el grupo se despejó y pudo ver lo que estaba pasando.
Greyback en el centro, acompañado de varios acólitos, estaba pateando un cuerpo en el suelo, que apenas se movía por la inercia de los golpes. Entre la sangre y los moratones, le costó distinguir el rostro de Herbert.
- ¡Bert! –gritó, espantado, por encima de la multitud.
Instintivamente, dio un par de codazos y trató de hacerse paso hasta que un brazo fuerte lo retuvo. Era Ealdian, que miraba la escena pasivamente.
- No te metas –gruñó, en voz baja.
Remus trató de soltarse, indignado, y ayudar a su amigo, pero el licántropo le tenía fuertemente sujeto, le sacaba una cabeza y su espalda doblaba la de él. No podía librarse fácilmente.
A los pocos minutos, Greyback se detuvo, sudando y apartándose las mangas de la túnica con parsimonia. Sus uñas estaban anormalmente grandes y las cicatrices que surcaban su cara y sus brazos eran más visibles que nunca. Mientras sus acólitos seguían pateando a un inconsciente Bert, Greyback evaluó a los presentes con una sonrisa irónica y fijó su mirada en Remus, que le observaba con un odio manifiesto.
Pasándose la lengua por los labios, le analizó. Remus le mantuvo la mirada.
- ¿Tienes algo que decir, chico? –preguntó, con soberbia-. El viejo ha incumplido un mandado que le di. ¿Te parece que estoy siendo muy severo con el castigo?
Remus frunció el ceño ante ese tono burlón y no pudo evitar una réplica.
-Habría que ver si ese mandato era posible antes de decidir matar a un hombre de una paliza.
Se había pasado. La reacción de quienes le rodeaban se lo dejó claro, si es que el apretón en el hombro de Ealdian no era suficiente pista. Greyback le miró, pasándose la lengua por los labios de nuevo y pareciendo divertido. Le estaba evaluando concienzudamente, como si se preguntara de qué se conocían.
Entonces, su rostro se iluminó y una sonrisa con los dientes más afilados que había visto se formó en su cara. Era una sonrisa de terror.
- ¿Eres el chico Lupin? –preguntó con regocijo.
Remus le mantuvo la mirada, pero no contestó. Aunque no había ocultado su identidad, una cosa era mantener su nombre frente a los demás y otra revelarse frente al hombre que le había condenado. Ese desgraciado sabía muy bien quién era él. O le había seguido la pista o le había reconocido de las facciones de su padre. Eso también podría ser.
Tragó saliva y vio que Greyback parecía muy divertido.
- Te has convertido en un lobo muy fiero –murmuró el licántropo, acercándose a él, encantado al parecer con el descaro que Remus había demostrado. Su sonrisa se torció-. Me pregunto si tu padre se sentirá orgulloso de ello.
Remus arrugó los labios, dispuesto a hacerle pagar la burla sobre su padre, sobre su opinión de los licántropos y cómo se le había roto el corazón al ver a su hijo convertido en uno. Pero su parte racional ganó y se calló. Tenía una misión por cumplir y el orgullo no le ayudaría en eso.
Greyback le miró durante un minuto más antes de alzar una mano.
- Se acabó. Dejadle –murmuró con voz ronca.
Dio media vuelta y la multitud se apartó para dejarle pasar hasta el interior de la caverna, donde Keesha y su grupo habían estado observando la escena con parsimonia. El resto de los licántropos detuvieron la paliza y dejaron a Bert en el suelo, totalmente inmóvil.
Ealdian no pudo frenar a Remus esta vez, que se lanzó contra su amigo. Su cara estaba totalmente ensangrentada. Su nariz parecía rota, su ropa estaba rasgada y sucia y allá donde miraba se veían cardenales. Buscó frenéticamente su pulso en el cuello hasta que respiró de alivio. Lo notó débil pero firme. Estaba vivo.
Solo un par de licántropos, además de él, se habían acercado a Bert, y Remus necesitó su ayuda para alzarle y llevarle hasta una de las literas improvisadas en las que dormía, para que pudiera descansar. Ealdian había desaparecido y, de lejos, distinguió a Rachel, que les observaba con preocupación, pero no hizo nada por acercarse.
Una vez ubicado en una de las literas, Remus le abrió la camisa y evaluó los daños. Tenía varias costillas rotas y el torso completamente magullado. No sabía cómo reparar aquello sin magia y no podía revelar que aún conservaba su varita en su monedero de piel de moke. De nuevo, la misión se imponía, a su pesar.
Pasó los dedos por la piel roto de su torso y Bert se estremeció. Remus se giró a mirarlo y lo vio abrir los ojos con dificultad.
- Ey, ten cuidado –le advirtió-. No te incorpores. ¿Puedes respirar?
Bert le miró, pestañeando y con evidente dificultad para distinguir lo que estaba ocurriendo.
- Han muerto todos. Ya dije que no podrían soportarlo. Los muggles no…
- Tranquilo, Bert –le dijo Remus, al verle acelerado.
Le acarició un hombro y le obligó a relajarse. Era todo cuanto podía hacer por él. Quizá, a la hora de la cena, pudiera traerle algo de sopa.
Pero no hubo reparto de comida a la hora habitual. Los licántropos comenzaron a apilarse, nerviosos e incómodos, en el centro de la caverna según pasaban las horas. Remus aprovechó el barullo para acercarse discretamente a Rachel, que llevaba un rato haciéndole discretas señales. Eso de fingir que no se conocían era lo mejor para repartirse misiones y llegar donde el otro no podía, pero muy contraproducente.
Cuando llegó hasta ella, ambos fingieron mirar alrededor, luciendo tan nerviosos como los demás.
- El plan de los niños ha fallado –le susurró él, por un costado de la boca-. Han muerto todos.
- Lo sé –respondió Rachel, poniéndose de puntillas para mirar alrededor-. Les he oído comentar algo.
- ¿Has sabido más? –preguntó él. Ella no le habría indicado que quería hablar con él si no tuviera un buen motivo.
Rachel le miró de reojo durante un segundo.
- Greyback, Keesha y los suyos están reunidos. Solo pude escuchar la primera parte de su discusión. Hablaban de que, ahora que había fallado este plan, no les quedaba más remedio que aceptar las condiciones que les habían impuesto.
- ¿Qué condiciones? ¿Quiénes?
- No lo sé –gruñó Rachel-. Se alejaron antes de que pudiera escuchar más. Y no podía seguirlos sin que me vieran.
En ese momento, un ruido se formó al fondo de la caverna y los licántropos que lideraban el clan se hicieron paso hasta un nivel superior de las rocas, que solían usar para observar el trabajo que hacían todos.
Greyback iba en cabeza, con expresión contenida. Remus no supo averiguar qué estaba rondando su mente.
Cuando dio un paso adelante, desde las alturas, los murmullos se ampliaron. Todos tenían hambre y miedo a que su ración diaria hubiera acabado y que las condiciones para optar a una se hubieran endurecido. Era fácil jugar con criaturas como ellas cuando vivían tan en precario.
Greyback les observó unos segundos y alzó una mano, pidiendo silencio. Lo consiguió al momento.
Amigos míos –anunció, en su tono frío habitual-. Cada vez es más difícil lograr nuestra manutención por nuestra cuenta.
Ese aviso puso en alerta a los licántropos, que ya se temían lo peor. Pero Remus estaba confuso. La expresión de Greyback era demasiado calculadora como para que su preocupación se centrara en algo tan trivial. Y no era la primera vez que se tiraban varios días sin comer.
Sé que estáis bajos de moral –insistió Greyback, y algo en su tono le indicó a Remus que no estaba tan disgustado con la situación como quería fingir-. Sé que a muchos de vosotros os cuesta aceptaros tal y como sois. Nos han despreciado toda nuestra vida. Se han encargado de que no tengamos las más mínimas opciones de tener una vida decente. Los magos y las brujas han dedicado todos sus esfuerzos en hacernos creer que somos bestias sub-humanas, que no merecemos vivir. Hasta el punto en que han conseguido que nos odiemos a nosotros mismos.
¿A qué viene este discurso ahora? –susurró Rachel, y Remus se encogió de hombros sin comprender la motivación.
Greyback pareció escoger cuidadosamente las siguientes palabras.
Sé que muchos estáis horrorizados por lo que sucedió la pasada luna llea. Es normal, forma parte del lavado de cerebro que, durante siglos, los magos nos han impuesto. Hoy os digo que ya no tenemos que avergonzarnos ni escondernos más. Tenemos derecho a llevar la vida a la que nos impulsa nuestra naturaleza, sin tener que esconder nuestras necesidades, nuestras capacidades, nuestra fuerza…
No sabían si era el hambre, la indignación o el hartazgo del odio de la sociedad, pero alrededor los murmullos de asentimiento fueron incrementándose cada vez que Greyback hablaba.
No debemos pasar hambre nunca más. Ahora tenemos una alternativa para dejar de vivir en la clandestinidad y comportamos como los lobos que realmente somos. ¡Tenemos que dejar de ser esos perros obedientes en los que quieren convertirnos!
A su exclamación, le siguió un grito unánime de apoyo y Remus se estremeció, comprendiendo de repente lo que estaba ocurriendo. A su lado, Rachel frunció el ceño.
Así que esto es lo que hacen ahora en las manadas –murmuró.
Y Remus negó con la cabeza, apartando la vista de ella y observando al grupo de líderes.
No, esto es nuevo. Hasta ahora, Greyback se limitaba a tratar de captar al máximo número de entre los nuestros para ponerlos a trabajar a cambio de un plato de comida y cobijo. Pero este discurso es nuevo.
Rachel le miró a él.
¿Y qué significa?
La atención de Remus estaba en las reacciones de los demás. No pudo captar expresiones de desconcierto o rechazo. Parecía que los licántropos estaban de acuerdo con sus líderes, para su decepción.
Significa que ya han decidido qué papel van a adoptar en la guerra –le respondió al cabo de un rato-. Y, dado el entusiasmo que ha generado, creo que hemos perdido una oportunidad enorme…
Tenían que avisar a Dumbledore cuanto antes. La guerra había dado uno de los giros que él tanto temía.
