¡Hola a todos! Vengo con una entrega corta, porque voy a operarme y estar un tiempo inactiva del ordenador (más aún de lo habitual, pero esto ya viene de lejos), y no quería irme sin dejaros el nuevo capítulo. Espero que os guste, es una continuación de cómo se desarrolla todo tras la muerte de Regulus y con nuevas misiones que se van asignando en la guerra.
El título está dedicada a la canción de John Mayer, 'Waiting os the world to change'. Espero que os guste.
Capítulo 24: Esperando que el mundo cambie
La lluvia golpeaba el asfalto mientras el viento silbaba con fuerza en esa fría mañana de octubre. El silencio era tan absoluto que, a través de la calle, se escuchaban los pasos de los pocos asistentes a la ceremonia, solo rotos por el ruido de los coches que cruzaban la avenida principal, unos metros más lejos de ellos.
Sirius estaba en el parque situado frente a su antigua casa. Igual que meses atrás, cuando había tenido lugar el funeral de su padre. Entonces no habría podido imaginar que Regulus le seguiría poco después.
Igual que aquella vez, había colocado un encantamiento para que su familia no se percatara de su presencia. Pero no había hecho nada para evitar que la lluvia le empapara y le atravesara la ropa y la piel hasta los huesos. Se sentía entumecido de igual manera, así que le daba igual.
Vio a su madre, que parecía haber envejecido cien años, atravesar la calle escoltada por su desagradable tía Druella y su estirado tío Cygnus. Narcisa y el pomposo de su marido caminaban detrás y, obviamente, no había rastro de Bellatrix. Eso era todo. No había nadie más para despedir a Regulus. Tanto esfuerzo por agradar a todo el mundo y su funeral se limitaba a cinco personas.
Sirius sintió la rabia recorrerle el cuerpo entero. Tenía la tentación de cruzar la calle y maldecirlos a todos. Hacerles pagar por haberle presionado para ser el hijo y sobrino que siempre soñaron y después dejarle a un lado cuando había dejado de serles útil. Los odiaba a todos.
Y, por encima de todo, se odiaba a sí mismo. Había temido siempre por Regulus y le había dado rabia que se hubieran separado tanto con los años, aunque reconocía que no había hecho lo suficiente para acercarse a él, por salvarle. Pero jamás había pensado en serio que su hermano moriría antes que él. Había odiado que se hubiera unido a un ejército de asesinos y le asqueaba imaginar lo que tenía que hacer para mantener a su amo contento, pero era un ejército grande, que crecía cada día. Regulus debía haber estado protegido en medio de esa multitud, pese a todo. Él era el que estaba en la resistencia, el que se la jugaba cada día. ¿Por qué, entonces, había tenido que ver cómo su hermano pequeño era arrancado de ese mundo?
El pequeño grupo pasó cerca de él, sin imaginarse que Sirius estaba a pocos metros. Detrás de ellos, llevado por las varitas de dos empleados vestidos de negro, flotaba un ataúd que Sirius estaba vacío.
No habían encontrado el cadáver de Regulus. Nunca lo harían. Las evidencias indicaban que había sido asesinado por mortífagos, pero nunca recuperarían su cuerpo. Era una tortura extra que no había previsto. Tener que vivir sin saber dónde había muerto su hermano, qué había sido de su cuerpo y si habría recibido una sepultura digna o acabaría desintegrándose, olvidado en la cuneta de cualquier carretera. Era casi peor que su muerte. Impedía cerrar el dolor que ésta le provocaba.
Odió la pomposidad de su familia de pretender enterrar un ataúd vacío, pero, una vez lo pensó, supuso que era algo que le daría algo de calma a su madre. Solo que a él le era indiferente su calma. Era una bruja sin corazón ni sentimientos que había hecho a su hijo a su imagen y semejanza y había dejado que eso le jodiera la vida. Se merecía sufrir todo lo que pudiera en este mundo.
Le tomó toda su paciencia no saltarse el perímetro de su encantamiento y cargar contra ellos. No se habría contenido si no se lo hubiera prometido a su prima Andrómeda que, sorprendentemente, se había aparecido en su piso el día anterior para suplicarle que tuviera mesura. No supo cómo había descubierto dónde vivía ni que el Ministerio le había estado molestando, porque llevaban casi un año sin hablar y solo se relacionaban lo justo. Pero se había preocupado por él como para ir hasta su casa para darle el pésame y pedirle que tuviera cuidado con su familia.
Así que, por ella, reunió su fuerza de voluntad y, con una última mirada a ese ataúd vacío, se giró sobre sus pies y dio la espalda a aquellos a los que odiaba llamar familia. Fue entonces cuando vio la figura que le observaba al otro lado del parque.
Inmóvil, con un encantamiento que protegía del agua su carísima y estilosa túnica, Grace le miró impasible. Su pelo estaba recogido en una pequeña coleta y su cara lavada y de aspecto fresco. Pero le miraba con tristeza.
Sin dar crédito a su paciencia, se acercó a ella poco a poco, como si algo tirara de él. La lluvia era cada vez más fuerte, le empapaba el pelo, la cara y la ropa. Tuvo que quitarse el flequillo que se le había pegado a la cara, contra los ojos, y parpadeó furiosamente para quitarse el agua de las pestañas y poder mirarla.
- ¿Qué haces aquí? –preguntó con voz tomada, producto de llevar tanto rato expuesto al mal tiempo.
Grace le sonrió, aunque no le llegó a los ojos.
- Lo mismo que tú.
- ¿Reunir fuerzas para no cargarte a ese grupo de hipócritas? –preguntó con sarcasmo.
La sonrisa de Grace tembló un poco.
- Despedirme de Regulus.
Él sabía que eso era lo que verdaderamente estaba haciendo allí, pero reconocerlo como tal era demasiado doloroso. Se permitió una última mirada por encima de su hombro para comprobar que el cortejo fúnebre ya había seguido adelante.
Cuando volvió a mirarla, se dio cuenta de que le miraba con mucha tristeza. Le dio rabia, porque odiaba despertarle lástima. Pero le pareció que nunca la había visto tan guapa, con esa mirada de protección en sus ojos.
- Sabía que vendrías –dijo ella, a lo que él no respondió.
- No ha venido casi nadie –dijo, en cambio-. Voldemort tiene mucho apoyo, pero parece que no demasiado a nivel público. No quieren que les vean en el funeral de un crío que ha muerto bajo sus órdenes. Supongo que es mejor darle dinero y apoyo a escondidas hasta que tengan el poder.
Grace hizo una mueca. Ella sabía, incluso mejor que él, cómo se movían en esos círculos. Mucho odio, clasismo y racismo, pero demasiada cobardía para exponerla en público hasta que tuvieran claro que era el caballo ganador.
Lo habían hablado mil veces, aunque no le pareció que sacara en nada seguir con ese tema en ese momento. Le miró de arriba abajo, el pelo goteando, la ropa empapada, las manos blancas y frías y las gotas cayendo por su cara y sus labios. Acabaría enfermando. Puede que a lo estuviera porque en los últimos días había perdido mucho peso.
- ¿Quieres venir a casa a tomar el té? James está pasando unos días allí con Lily.
Sirius torció la boca. No tenía ganas de nada de aquello y ella lo sabía. Pero Grace sabía darle donde dolía.
- Lily aún no te ha visto desde que salió del hospital. Me ha pedido que te diga que te echa de menos. Está preocupada por ti, y no le viene bien moverse mucho, aún está convaleciente.
Ante la mención de Lily, preocupada por él pese a que aún no se había recuperado de sus heridas, algo se rompió en la expresión de Sirius. Quería a su amiga. Era uno de los seres más puros que conocía. Y mantenerla preocupada no era una opción.
Se sentía apático y sin ganas y, sin duda, no sería una buena compañía. Pero se encogió de hombros y dio un asentimiento.
Grace dio un paso hacia él, le apuntó con la varita y una corriente de aire caliente le envolvió. Un segundo después, estaba seco y bajo el encantamiento repelente del agua que la protegía a ella. Estaban apenas a un paso de distancia. Se miraron a los ojos y se preguntó si ella también había sentido ese escalofrío. Solo tenía que inclinarse un poco… El instinto le invitaba a ello y, durante un instante, no dijeron nada, pero el modo en el que ella le miró hizo que algo se removiera dentro de su pecho. Quizá estaba pensando exactamente lo mismo.
Entonces, sintió los dedos de Grace entrelazándose con los suyos, pegó un respingo y miró hacia sus manos unidas. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que habían compartido ese gesto. Luchó contra el impulso de estrecharla más y tirar de ella hacia él. Estaba tan cerca… Entonces ella le apretó la mano y un tirón en el ombligo le anticipó la desaparición hacia su piso.
La elegancia con la que se quitó la capa era tan innata en ella que su marido no se sorprendió cuando el velo de la prenda voló hacia el baúl, ubicado en la entrada de la mansión, formando un círculo perfecto. Al instante siguiente, Dobby, su joven elfo, se hizo cargo de ella y trastabilló al recoger el bastón que él le lanzó con descuido.
Lucius miró el rostro pensativo de Narcisa. Apenas había hablado durante todo el día, y no había abierto la boca durante el funeral, ni siquiera para darle el pésame a su tía.
Pese a que estaba muy entera y su rostro se mantenía pétreo, él sabía que la muerte de Regulus le había afectado. Apreciaba a su primo pequeño casi más que a su propia hermana. Lo había demostrado hacía meses, cuando le había pedido que intercediera por él cuando había comenzado a caer en desgracia dentro de sus filas.
La observó caminar por su mansión con resolución, aunque no parecía llevar un rumbo fijo. Él la siguió en silencio.
- ¿Te preocupa algo, querida? –preguntó, finalmente, al cabo de un rato.
Narcisa le miró, casi con parsimonia.
- Dime la verdad. ¿Sabes qué le ocurrió?
- Sabes que no –le respondió rápidamente. Porque ya habían tenido esa conversación otra vez.
Entonces, ella había aceptado su palabra sin dudarlo. Le extrañaba que insistiera de nuevo.
- Es un misterio, como tantos otros que ocurren en la guerra –explicó-. No es el primero que desaparece sin dejar rastro.
- ¿Y esas investigaciones que dicen que lo ha matado alguno de los nuestros?
Lucius avanzó hasta colocarse a su lado, ambos mirando los extensos jardines de Malfoy Manor, que ese día estaban empapados y encharcados por la tormenta que no cesaba.
- Es el Ministerio. A saber si están contando la verdad.
- Realmente no importa –repuso ella-. No cambia nada. Pero sí me pregunto qué podría haber ocurrido. Él quería hacer méritos, crecer entre los nuestros. No entiendo a quién pudo haber molestado en su ascenso, si es que es así.
Lucius se encogió de hombros.
- Este es un camino peligroso y solo los mejores entre nosotros conseguimos llegar a la cima ilesos –le explicó, ocultando de muy mala manera su soberbia al creerse más valioso que los demás.
Narcisa hizo una mueca inexplicable, pero no añadió nada más. Tras unos minutos pensativa, volvió a hablar.
- ¿Has sabido algo de Bella? Sabía que no vendría al funeral, pero me ha extrañado que no apareciera por casa de la tía Walburga.
- Apenas he hablado con ella en semanas –le respondió él.
- ¿No habéis hablado de Regulus?
No es que le extrañase porque Bellatrix no era una persona cariñosa ni apegada a su familia, pero sí creía que el pequeño Reg significaba algo para ella, al menos.
- Está molesta –le confesó él. Pero cuando Narcisa le miró, supo que no era por los mismos motivos que tenía ella-. Considera indigno que haya muerto por una torpeza o algo menor, en vez de en una batalla por la causa de nuestro Señor. Ahí hay que reconocer que tu primo fue torpe. No ha habido ninguna gloria en su muerte.
Narcisa se estiró, molesta por su comentario.
- Era un crío.
- Como la mitad de los nuestros –repuso él, indiferente.
Narcisa sabía que eso era verdad. Sabía que en el mundo en el que vivían no había tiempo para los sentimentalismos y que su primo había sido consciente de ello. Pero le dolía que trataran su muerte de un modo tan frío.
Puede que estuviese casi sola en ello, pero ella sí había querido a Regulus y lamentaba profundamente su muerte. Era temprana, injusta y dolorosa. Y, si hubiera podido hacer algo para evitarla, lo habría hecho. La cuestión era esa. Había acudido a ella antes, ¿por qué no entonces?
Pero no compartió sus inquietudes con su marido porque él no lo comprendería. Lucius era demasiado práctico. Cuanto había hecho por Regulus, lo había hecho por ella, confiando en que una esposa tranquila le haría la vida más fácil.
Le sintió moverse a su lado, pero no apartó la mirada de los jardines.
- He de irme, querida. Tengo una reunión. No me esperes despierta.
Narcisa solo le despidió con un ligero gesto y suspiró cuando se quedó a solas.
Las preguntas la atormentaban por dentro, aunque se cuidara mucho de guardarlas para sí. Si Regulus no había acudido a ella esa vez, quizá era por otros motivos. Quizá era lo que explicaría por qué todo apuntaba que había muerto de una mano amiga. ¿Y no pidió ayuda a nadie? Por primera vez en años, pensó en Sirius y consideró… No, Regulus no habría acudido a él y este no habría movido un dedo por ayudarle. El intento de Walburga por acusar al díscolo de su primo había sido más con intención de dañarle que porque hubiera creído que había tenido contacto alguno con Regulus. No sabía qué había ocurrido, pero Reg no habría acudido a su hermano. Era de lo poco que estaba segura.
Dumbledore tardó unos días en poner algunas cosas en orden pero, en cuanto pudo, congregó a sus principales colaboradores en una reunión de la que no informó a los demás. Había varios asuntos delicados que tratar antes de involucrar a toda la Orden del Fénix.
Fabian y Benjy llegaron antes que los demás, juntos y serios. Los susurros entre ambos le indicaron que había importantes nuevas dentro de la misión de Remus y Rachel.
- ¿Ha ocurrido algo? –preguntó, yendo al grano.
Benjy miró a Fabian y este se adelantó.
- Remus ha contactado. Todo indica que los licántropos se han posicionado. El plan de lograr un ejército de niños muggles ha fracasado, ya que todos han muerto. Y eso parece haberles precipitado en otra decisión, pero aún no sabemos por qué. El caso es que Greyback lanzó un discurso bastante incendiario que les coloca en el bando de Voldemort. Y fue muy bien acogido.
Dumbledore suspiró, reclinándose contra el respaldo de la silla. Había temido ese momento. Tras el posicionamiento de los gigantes, los licántropos eran otro colectivo que tenía todas las papeletas para unirse por completo al bando oscuro.
El fracaso del plan que involucraba a los niños era previsible, porque había visto la evolución de los pocos heridos que habían conseguido rescatar. La mordedura de licántropo parecía ser como un veneno para ellos, al menos en la mayor parte de los casos.
Benjy y Fabian volvieron a mirarse.
- La cuestión es que no sabemos cuánto cambia esto, señor –repuso el primero, cuyas ojeras bajaban por sus mejillas e indicaba que no estaba descansando como debía-. Quizá Rachel y Remus ya no sean útiles allí, una vez sabemos su posición.
El anciano se mesó la barba, pensativo.
- Aún no sabemos muchas cuestiones. ¿Han visto a más mortífagos en la guarida?
- No desde hace semanas –aseguró Fabian-. Mucho antes de que nosotros les viéramos controlarlos en la pasada luna llena.
- Así que aún no sabemos qué papel tomarán en la guerra.
- Podemos imaginarlo –murmuró Fabian sombríamente.
Pero Dumbledore no le oyó. Seguía mirando al vacío, pensativo.
- Aún podrían seguir siéndonos útiles allí.
- Pero, si las cosas se ponen peor, quizá no podamos sacarlos –temió Benjy.
Fabian le miró. Sus temores también iban en esa dirección. Sin embargo, el anciano no se movió.
- La próxima semana es luna llena. Manteneos atentos a los eventos que ocurran, por si acaso, y ya tomaremos una decisión.
Ambos hombres tuvieron la tentación de protestar por lo arriesgada de la situación, pero en ese momento llegaron Gideon, Dorcas, Alice y Marlene, cortando la conversación.
- Amigos, gracias por venir –dijo Dumbledore, poniéndose en pie y cambiando por completo su semblante a uno más animado-. Moody llegará enseguida y podremos comenzar.
- ¿Por qué tanto secretismo? ¿Y por qué nos reunimos aquí, señor? –preguntó Alice.
A todos les había extrañado ser los únicos convocados y que el lugar de reunión fuera en el despacho del director de Hogwarts, aunque ya estaban acostumbrados a este tipo de situaciones.
Dumbledore se levantó, mirándoles con calma.
- Solo me pareció adecuado poner algunas cosas en orden antes de asignar misiones a todos. Como sabéis, algunos de los nuestros están pasando momentos complicados y prefiero centrar los esfuerzos en los que parecéis mantener la cabeza en vuestro sitio.
Mientras hablaba, paseó por el despacho hasta llegar a un armario del fondo, el cual abrió, dejando escapar una potente luz que salía de una vasija de su interior. Todos reconocieron el objeto, por lo que apartaron discretamente la mirada mientras el anciano se llevaba la varita a la sien y extraía un recuerdo, para guardarlo en el pensadero. Estaba claro que el hombre también tenía muchas cosas en la cabeza.
No tuvieron que esperar mucho a Moody, que llegó desde la chimenea con un golpe sordo, agitándose la túnica para limpiarse las cenizas.
- Lamento la tardanza –comentó con voz ronca, sentándose al lado de Alice.
Dumbledore, con el rostro impasible, procedió a sentarse de nuevo y mirarles a todos.
- Hay que discutir qué va a ocurrir a partir de ahora. El asesinato de los Vance marca un antes y un después entre las fuerzas de Voldemort y Saloth. Alastor, ¿qué más has averiguado?
- Como sospechábamos, esto se produce para tratar de apaciguar a los seguidores de Saloth. El tratamiento en prensa y cómo han buscado relacionarlos con el asesinato son obvios. Pero no tengo tan claro que les esté sirviendo. Sin su líder, los franceses han perdido parte de sus motivaciones en nuestra guerra. No tienen tanto que ganar si no tienen un líder con el que capitalizar dentro de su país el resurgimiento de su ideología. Los documentos que consiguió Sandler prueban que están buscando salvar el negocio más que ampliar su presencia entre las filas de Voldemort.
- Eso es una buena noticia –repuso Dumbledore tranquilamente.
- Al menos, en apariencia –apuntó el auror.
- Pero en los documentos que trajo Grace se probaba que estaban moviéndose compras de terrenos donde habitan criaturas mágicas –recordó Alice, preocupada por ello-. Eso muestra que los de Voldemort se están moviendo por ese lado y que siguen teniendo apoyos entre los franceses.
Ante eso, Moody extrajo un fajo de documentos arrugados de su túnica.
- De hecho, así es. Cuentan con cómplices, entre franceses, japoneses y belgas –enumeró, entregándole el documento a Dumbledore-. Eso, que hayamos podido comprobar de los documentos obtenidos. Tenemos que investigar más.
- ¿Y qué hay del contacto en el Ministerio que ha avalado esa compra? –preguntó Gideon-. Sin la firma de un pez gordo, no podrían pasarlos por legales.
- Ese es uno de los problemas a los que nos enfrentamos –coincidió Dumbledore-. No sabemos quién es el topo, así que no es un tema que podamos tratar abiertamente. Pero tengo un plan al respecto que quería consultar con vosotros, antes de plantearlo a otros compañeros que ya tienen otros problemas añadidos.
Durante unos minutos se dedicó a explicar lo que había trazado en su mente, ganándose el apoyo inmediato de todos.
- Me ofrezco a unirme al grupo, señor –se ofreció Dorcas, a lo que Dumbledore agradeció con un asentimiento-. Lo que no tengo tan claro es que Edgar esté dispuesto a dejar a Tony para liderarnos.
- Tengo que convencerle, no hay nadie mejor que él para esto –insistió el anciano-. He pensado que Sturgis y Caradoc serían adecuados, ahora que regresan.
- Señor –habló Alice, dispuesto a ofrecerse voluntaria.
- A ti te necesito aquí, Alice. Pero durante estos días cerraremos el tema. Tengo varios asuntos que solventar antes de hablarlo con los demás.
Todos asintieron y Dumbledore asintió, conforme.
- Por el momento, creo que eso es todo. Marlene, ¿cómo se adapta la hermana de Emmeline?
La joven, que no había intervenido hasta el momento, hizo una mueca. Joselyn se había mudado con ellas al piso y la verdad es que estaba siendo todo un dolor de cabeza.
- Es difícil –dijo, con la suavidad que le caracterizaba-. No está conforme aquí, no quiere quedarse con nosotras y no sé hasta qué punto es de fiar. Personalmente, no me siento cómoda con ella en casa, aunque comprendo que no tiene a dónde ir.
- Según tengo entendido, antes de su asesinato sus padres habían estado gestionando su traslado a la academia Beauxbatons –interrumpió Moody-. Por eso no había vuelto al colegio en septiembre.
- Es lo que me dijeron, así es –confirmó Dumbledore.
- Pues podríamos cumplir sus deseos. Comparto la inquietud de McKinnon. Puede que no sea una traidora, por edad es poco probable, pero no es bueno teniéndola aleteando entre nosotros. Supongo que Vance no llevará bien alejarse de ella, pero quizá sea la mejor solución. Allí, la niña estará a salvo.
Dumbledore asintió, considerándolo.
- Lo hablaré con ambas cuanto antes.
Después se puso en pie.
- Bien, pues de momento eso es todo. Hablaré con Edgar y formaré un equipo. Tenemos que movernos rápido.
Los demás fueron levantándose para marcharse y su comandante les fue despidiendo a medida que salían por la chimenea. No se le pasó por alto la mirada de disconformidad que compartían Benjy y Fabian, pero consideraba que Remus y Rachel aún podían serles útiles en la guarida de licántropos. Por supuesto que había riesgos, pero ambos los habían asumido.
Cuando Alice pasó a su lado y le despidió con una sonrisa, Dumbledore le sujetó de la muñeca.
- ¿Has sabido algo de Sirius? –le preguntó en voz baja.
El chico llevaba días desaparecido y había faltado a las últimas dos reuniones. Él comprendía el mal trago que debía suponer para el joven la muerte de su hermano y el que el Ministerio hubiera estado indagando sobre él. Pero habían pasado días y Moody ya había solventado la situación. El que hubiera renunciado a la academia de aurores le hacía pensar que estaba bastante inestable.
- Creo que lo mejor es dejarle espacio, señor –propuso ella con la comprensión que le caracterizaba-. Le he visto un día y estoy en contacto con James y Grace, que están pendientes de él. Volverá pronto, estoy segura. Solo que no debe sentirse presionado.
El anciano asintió con la cabeza, conforme, y le soltó la mano. Ella desapareció por la chimenea y Gideon iba a seguirla cuando recordó que quería hablar con él.
- Gideon, quédate un momento si puedes, por favor –le pidió.
El hombre miró a Moody, que se encogió de hombros y se marchó el último, activando la red flu.
Dumbledore se dirigió a un mueblebar y sacó una botella de hidromiel, que le ofreció a su joven colaborador.
- ¿Quieres un poco?
Gideon asintió, tomando un vaso y sentándose relajado frente al escritorio. Habían sido muchos años acudiendo castigado a ese despacho y, posteriormente, como colaborador cercano al director.
- Usted dirá.
- Es sobre la investigación que habéis estado realizando Lily y tú.
Gideon se incorporó un poco y adoptó una pose más seria.
- Sé que con el secuestro y la hospitalización de Lily ha quedado algo estancada –se apresuró a excusarse.
Dumbledore alzó la mano, deteniéndole.
- No estoy reclamándote nada. De hecho, quiero agradecerte por el gran trabajo que habéis realizado. Tanto las pesquisas de Lily sobre sus actividades juveniles en el callejón Diagon como las tuyas en su viaje por el extranjero han dado frutos muy interesantes. Creo que hemos avanzado mucho.
- Lily ha sido de una gran ayuda –aseguró el joven-. Es muy buena investigando y se involucró mucho. Demasiado, creo.
- Yo también lo creo –opinó-. Está claro que ha tocado un punto clave. De no ser así, no les habrían secuestrado a James y a ella. Es por eso que creo que es mejor que, de ahora en adelante, yo me haga cargo de la investigación. Considero que ya os he puesto demasiado en riesgo.
- Aún quedan pesquisas por solucionar en el tema de Albania, señor –insistió Gideon.
Dumbledore negó con la cabeza.
- En serio, amigo, yo me ocuparé. Os agradezco muchísimo a los dos este trabajo, pero creo que ahora podéis ser más útiles en otras cuestiones aquí.
- Como prefiera –murmuró.
Dumbledore sonrió mientras bebía un sorbo. Era habitual en sus colaboradores que se resistieran a dejar una línea de investigación cuando se habían involucrado tanto. Pero consideraba, de verdad, que ya les había pedido demasiado a ellos dos.
- ¿Cómo ves a Lily? ¿Crees que esté ya lista para reincorporarse a la Orden?
- Tendrá que seguir en rehabilitación para recuperar la movilidad del hombro, pero la veo bien. Entera, con fuerza y con ganas de seguir al pie del cañón.
- Ya me he enterado de las buenas nuevas. Espero que, aunque James y ella se casen, eso no afecte a los grupos asignados. Ya sabes que prefiero tener a las parejas separadas. En mitad de una batalla, los sentimientos pueden nublarnos el juicio.
- Creo que ella estaría de acuerdo con usted, señor –dijo Gideon con una sonrisa divertida.
Dumbledore no lo dudaba. El problema, en ese caso, siempre habían sido James y su sobreprotección. No creía que fuera a mejorar después de la boda.
Después de darse una ducha, Lily se miró al espejo una última vez antes de marcharse a la cama.
Su piel aún no había recuperado su tono pálido habitual, si no que conservaba un color amarillento, producto de la lesión y la gran cantidad de pociones que había tenido que tomar para sanar.
En el hombro, tapado con una amplia camiseta blanca de invierno –a esas alturas, ya tenía frío por las noches-, se apreciaba una cicatriz triangular, de color oscuro y arrugada, en el mismo lugar donde le había golpeado la maldición. Parecía una quemadura fea y demasiado vistosa, pero era magia negra, así que la conservaría el resto de su vida.
Era algo menor, teniendo en cuenta que había sobrevivido, pero Lily había tenido que luchar contra el complejo de llevar para siempre esa marca en un lugar tan visible de su piel. Solo el amor y la dedicación de James le habían ayudado.
Él le esperaba en su habitación, ya metido en la cama con esa camiseta negra desgastada que usaba para dormir. Desde que habían anunciado su boda, se había quedado todas las noches con ella. Era un alivio no tener que ocultarlo ya.
Aún tenía las gafas puestas y ojeaba, con una mueca graciosa, uno de sus libros de sanación.
- ¿Vas a cambiar de profesión? –preguntó ella divertida, apoyándose en el quicio de la puerta.
James alzó la mirada y le sonrió. Con esa sonrisa tan amplia y pura que solo tenía él. Su estómago se contrajo y sus labios le devolvieron la sonrisa sin que ella se percatara. Solo él tenía ese efecto en ella.
- Me aburría mucho sin ti –le confesó él-. No entiendo qué aliciente le ves.
- Eres demasiado impulsivo. Si apreciaras de verdad el estudio, verías que lo has dejado en un capítulo interesante. La curación de maldiciones oscuras.
Subió las rodillas a la cama y trepó hasta colocarse a su lado. James abrió los brazos al instante y la acunó. La mención a las maldiciones oscuras le recordó la que casi le cuesta la vida y apartó suavemente el cuello de la camiseta, para observar su cicatriz.
- Os lo dejo a los expertos –murmuró, besándole la cicatriz con la boca abierta.
Lily echó para atrás la cabeza, suspirando mientras le dejaba aún más espacio para que continuara besándola. Así había conseguido quitarle los complejos. Era una cicatriz fea, pero le parecía imposible sentirse repulsiva cuando James se empeñaba en demostrarle lo sexy que la encontraba.
- Ya te he dicho que tu ropa de dormir es muy contraproducente –murmuró él, siguiendo el reguero de besos húmedos por su hombro.
Lily se rió, pero se olvidó de lo que iba a contestarle cuando él mordió, con mucha suavidad, una zona concreta de su cuello. En su lugar, se le escapó un gemido y se apretó contra él.
Buscó a tientas la varita en su mesilla de noche, dispuesta a hacer un hecho silenciador. Se moriría de vergüenza si Grace les escuchaba hacer el amor. Extendió la mano y se colocó encima de su novio, aún a ciegas. De repente, perdió el equilibrio y habría caído de la cama si James no le hubiera sujetado por las caderas.
Soltando una carcajada, su novio la apartó para mirarla con una sonrisa divertida, y Lily se sonrojó.
- Y eso que no he hecho más que empezar –bromeó él, sacándola una azorada sonrisa.
Lily apoyó la frente en su pecho, avergonzada, y murmuró:
- Estaba buscando la varita. No quiero que Grace nos oiga ahora que está en casa.
Divertido, James alcanzó la suya sin mirarla y lanzó un hechizo. Tiró la varita al suelo despreocupadamente y alzó una ceja con soberbia. Lily se debatió entre pegarle en el hombro y morderle un labio. Se veía tan sexy cuando se mostraba seguro de sí mismo.
- ¿Estarán bien, verdad? –preguntó James.
Lily, que se había perdido mirando sus labios, parpadeó.
- ¿Qué?
- Grace y Sirius. Les he notado muy apagados. Sé que Canuto estará triste por lo de su hermano durante una buena temporada, pero siento que hay algo raro entre ellos.
- Solo se echan de menos –comentó ella, bajándose de su regazo-. Él lo está pasando mal y ella ha estado muy confusa estos meses. Se añoran y no se atreven a confesarlo. Es eso lo que les pasa.
- ¿Y qué podemos hacer? –preguntó James, pensativo.
Lily le acarició la mejilla. Era tan dulce por su parte preocuparse por sus amigos…
- Solo apoyarlos. Creo que, si nos metemos en medio, será peor. Yo he intentado hablar con Grace, pero solo he conseguido que se cierre más. Así que es mejor que se den cuenta solos. A fin de cuentas, ella ha conseguido traerle aquí. Le hace bien estar con ella, reacciona. Y ella está más pendiente de él que nunca. Acabarán encontrando el camino hacia el otro.
James la sonrió, quitándose las gafas y abrazándola.
- Siempre tan inteligente e intuitiva –susurró, mientras ella se apoyaba en su pecho, respirando su olor.
Por unos segundos, ambos se relajaron en brazos del otro. La pasión no olvidada, si no postergada. Siempre que posaba la cabeza contra su corazón, Lily sentía que pertenecía allí. A ningún otro lugar. Y él acarició su cabello, regalándose con su tacto y la sensación de las piernas de Lily enredadas en las suyas.
- Por un momento, querría tumbarme aquí contigo y creerme que estamos solos en el mundo –dijo ella al cabo de un rato.
James sonrió.
- No sería mala idea. Solos tú y yo. Alejados de todo y de todos. No necesitaría nada más –coincidió-. Casi parece que no existe nada más. La guerra, la Orden, Voldemort, San Mungo…
Lily suspiró, regodeándose de ese mundo imaginario. James no dijo nada durante un rato, pero, cuando habló, se notaba que había pensado mucho en ello.
- Lo llegué a pensar, ¿sabes? Cuando no despertabas. Me dije que, si volvías a mí, lo abandonaría todo y te llevaría lejos, donde no pudieran volver a hacerte daño.
Lily alzó la cabeza parar mirarlo a los ojos, mientras apoyaba la barbilla contra su pecho.
- No podemos pensar así, James. No se trata solo de nosotros.
James suspiró. Lo sabía. Ambos estaban demasiado involucrados. No podrían irse y dejarlo todo atrás. Aunque significara volver a ponerla en riesgo. Ella no daría su brazo a torcer y él la acompañaría al fin del mundo.
La acarició con calma, suavemente, trazando sus facciones con la yema de los dedos. Querría perderse en sus ojos para siempre y se sintió lleno de amor por ella. Iba a casarse con ella, ¡le había dicho que sí! Esa promesa de futuro le daba una esperanza que no solía atreverse a sentir. Acabarían venciendo y el mundo sería suyo.
- Algún día sí será solo cosa nuestra –le aseguró, peinando un mechón pelirrojo tras su oreja-. Cuando la guerra acabe, podremos estar juntos sin más preocupaciones. Solo disfrutando de nosotros. Y nada más volverá a hacerte sufrir. Te lo prometo.
Lily se inclinó para besarle, suavemente.
- Estoy contando los días hasta entonces –murmuró contra sus labios-. Aunque, primero, tendré que convertirte en un hombre formal.
No habían puesto la fecha, aunque la madre de James les había robado la boda por completo y ya estaba planeando un evento muy distinto al que tenían pensado. Ambos habían soñado con un día de primavera, un jardín y sus seres más queridos, nada más. Sabían que deberían luchar para que se quedara solo en eso.
Sin embargo, nada de eso importó cuando profundizaron el beso. Los suspiros dieron paso a los gemidos, y estos a caricias atrevidas bajo la ropa. Poco después, ya completamente desvestidos, comenzaron un baile más antiguo que el propio mundo y Lily se sintió plenamente colmada al sentirle en su interior y disfrutar de su mirada de adoración.
- Te quiero –le dijo entre gemidos, tirándole del pelo en un arrebato de pasión.
James no podía articular palabra. De todas formas, siempre había sido más de acción que de discursos. El resto de la noche se dedicó a demostrarle, de la forma más carnal posible, lo muchísimo que la amaba.
Cuando Grace visitó a su amiga Elena ya se imaginaba que estaría nerviosa, pero no esperaba verla tan consumida y ojerosa. Era evidente que estaba sometida a una gran tensión y que llevaba días sin descansar.
Desde el marco de la puerta, donde se había quedado para darles intimidad, Marco observaba a su novia con preocupación e impotencia. Grace compartió una mirada alentadora con él, pidiéndole en silencio que las dejara solas.
- Si hubiera sabido que te afectaría tanto, no te habría pedido ayuda –le dijo cuando él se marchó, tomándole de las manos.
Los ojos de Elena parecían más grandes que nunca, tan hundidos y ojerosos en su pálido rostro. Poco quedaba de su atractivo y despreocupado semblante. Su piel, normalmente bronceada, estaba blanquecina, producto de no haber salido apenas de casa. Y su largo pelo negro estaba sucio, despeinado y raído.
Elena la apretó las manos y se inclinó hacia ella, hablando en susurros.
- Creo que me vieron, Grace. Me han reconocido, siento que hay gente observando mis pasos cada vez que voy al Ministerio.
Grace frunció el ceño, preocupada por su estado nervioso. Agitó la cabeza y trató de sonar lo más calmada posible.
- Elena, he estado indagando y no he apreciado que nadie esté más pendiente de ti que antes. ¿No crees que es posible que te lo estés imaginando? La mente provoca pensamientos horribles cuando tenemos miedo.
Elena miró alrededor, aterrada, y se pasó la lengua por los labios, que estaban resecos. Probablemente también tenía algún problema de hidratación. Marco le había dicho que la había tenido que alimentar a la fuerza durante los últimos días.
- Quizá –reconoció, dudosa. Sus ojos se aguaron de lágrimas contenidas-. No lo sé. Creo que me estoy volviendo un poco loca. ¿Crees que puedo estar paranoica?
Grace sí lo creía, pero le parecía una palabra muy fuerte para reconocérsela.
- Creo que estás asustada y es normal –le aseguró con delicadeza-. Es lógico que vivas ese miedo al verte involucrada en algo así. Pensé que me ayudarías en algo puntual y no supondría nada serio para ti, pero creo que te he metido en algo que no puedes asumir. Lo siento de verdad.
Elena la miró, las lágrimas comenzado a caer por sus mejillas.
- ¿Por qué lo haces? ¿Por qué meterte en problemas con gente tan peligrosa?
No era una pregunta que Grace hubiese esperado contestar nunca y tampoco tenía una explicación demasiado racional.
- Alguien tiene que hacerlo –respondió, encogiéndose de hombros.
Elena le apretó de nuevo las manos.
- ¡Pero mataron a esa familia! Los Vance… Les oímos hablar de ellos, ¿te acuerdas? Dijeron de ir a por ellos y cargarles el muerto. Y el otro día leí en El Profeta que les han matado. ¡Son asesinos! ¿Por qué enfrentarse a ellos?
Grace solo atinó a abrazarla, consciente de que nada de lo que le diría le serviría a su amiga. Claramente, estaba fuera de su comprensión involucrarse en una guerra tan desigual. Lo estaba para la mayoría. Casi todos preferían fingir que ese conflicto no iba con ellos. Pero ellos sabían que llegaría un día en que esa ilusión se desvanecería y toda su sociedad se vería involucrada. Estaba muriendo demasiada gente como para seguir fingiendo que eran casos puntuales y que el modo de no sufrir daño era mantenerse al margen.
- Puedo desmemorizarte. Quizá sea lo mejor, Elena, ya te lo dije –propuso-. Ahora mismo, me da más miedo que tu actitud llame más la atención sobre ti misma que otra cosa.
Elena se apartó de golpe y la miró con sus grandes ojos.
- ¿Y volver a relacionarme con ellos sin saber que son unos asesinos? ¿Me harías eso?
Grace suspiró y negó con la cabeza. No había una buena solución para esa situación. Solo que no sabía cómo evitar que Elena se descubriese a sí misma y mantenerla a salvo.
Los días pasaron lentamente mientras el otoño se iba abriendo paso entre los resquicios de las ventanas y los huecos de las puertas viejas. Hogwarts solía ser un castillo en el que el frío se metía en los pasillos, solo templado por la magia, que no podía cubrir que en los últimos años el ambiente se había vuelto más sombrío.
Cada vez se veía menos a menudo a Dumbledore en el colegio, dirigiendo una institución que intentaba mantener al margen de la guerra, aunque cada día llegaran noticias de muerte a través de las cartas y los periódicos.
Y, cuando estaba, como era el caso, solía tener la mente en cuestiones más graves que el currículum académico de sus estudiantes. Esa noche, revisaba bajo la luz de una vela todo lo que quedaba por cerrar del plan que había estaba elaborando en los últimos días. No sería tan bueno como había pensado, pero tampoco podía obligar a nadie a colaborar a la fuerza.
Un destello en la chimenea le alertó y, antes de que el extraño pusiera un pie en su despacho, el anciano director le apuntaba con la varita con una agilidad que no aparentaba.
- Soy yo, Albus –dijo el recién llegado, alzando las manos-. Me pediste ayuda para la misión de la compra de terrenos protegidos y te rechacé porque debo cuidar de mi hijo. Pero me instaste a venir a buscarte si cambiaba de opinión. Tú mismo me diste el salvoconducto para llegar aquí.
Al comprobar que era el verdadero, Dumbledore bajó la varita.
- Edgar, amigo, me alegro de verte. ¿Puedo ofrecerte algo?
Edgar Bones se ajustó la túnica, dando un paso más.
- Te agradecería un trago de hidromiel, si tienes a mano.
El anciano se apresuró a preparar dos copas y se sentó tras su escritorio, mirando a Edgar con tranquilidad.
- ¿Estás aquí porque te lo has pensado mejor?
Edgar bebió su copa sin prisas. Su rostro estaba más ceniciento que de costumbre y los huesos comenzaban a marcársele en sus pómulos. Las semanas pendientes de San Mungo comenzaban a pasar factura.
- Mi familia me necesita. Anthony no mejora, Regina está enfermando de preocupación y los niños… Se está complicando todo.
- Te dije que comprendía tu postura –insistió el director sin presionarle.
Edgar asintió en silencio.
- No he dejado de pensar en toda la información que me diste. Es preocupante. Muy preocupante. Hay demasiada gente involucrada. ¿Has hablado con la ministra Bagnold? Es un tema a tratar directamente con ella. No podemos saber quiénes de sus colaboradores trabajan para Voldemort. Y si consiguen de verdad el control sobre estas criaturas…
- Lo sé, puede ser catastrófico –concordó Dumbledore.
Edgar había sido un hombre muy importante en las relaciones entre las diferentes especies mágicas. Sus intereses por las culturas y las diferentes condiciones de vida de diferentes especies era lo que les había unido a ambos, años atrás.
- Millicent no sabe en quién confiar –prosiguió Dumbledore-. La situación está descontrolada. Por eso creo que es importante la investigación la llevemos nosotros y no el Ministerio.
Edgar asintió, muy consciente de cómo era el ambiente en el Gobierno.
- Caradoc podría encargarse de esta situación perfectamente, si ya ha acabado en Brasil.
- Llegará en un par de días. Trae a Sturgis con él –informó Dumbledore.
- ¿Han sabido algo de...?
- Me temo que no. Pero están en un punto muerto, no hay nada más que se pueda hacer.
Se quedaron en silencio un tiempo hasta que Dumbledore habló.
- Entiendo tu situación, Edgar. Y si dices que no, no tendré nada que reprocharte. Pero no te lo hubiera pedido a ti que coordinaras la misión si no creyera que eres el más adecuado. El equipo estaría mejor dirigido por ti.
- Sabes que puedes confiar en Caradoc.
- Con mi vida –insistió el anciano-. Pero, en este tema, tú eres más experto.
Edgar asintió.
- Así que serían Caradoc, Sturgis y Dorcas, ¿no?
- Le he pedido a Benjy que se una también –dijo Dumbledore-. Necesito alguien con experiencia en sanación por si algo no sale bien. Gideon se encargará de ayudar a Fabian con Remus y Rachel.
- Son un buen grupo. Si me uno a ellos, necesito que tengas clara mi situación. Quiero estar en contacto constante con Regina y, si hay cambios con Anthony, regresaré de inmediato.
Dumbledore asintió.
- Por supuesto.
Tras dejar esto claro, el cabecilla de los Bones suspiró hondo y se relajó. En el fondo, él mismo sabía que no habría podido negarse a colaborar en algo así. Su responsabilidad con la Orden y el amor a su familia lo dividían demasiado.
- Entonces, está resuelto. ¿Cuándo salimos?
- A final de semana, si es posible –le informó Dumbledore. Después, se recolocó en el asiento-. Edgar, quería hacerte una petición.
Edgar le miró y Dumbledore eligió cuidadosamente sus palabras.
- No la he convocado para este grupo sin consultarte, pero quiero que consideres incluir a Gisele en el grupo –alzó la mano cuando Edgar frunció el ceño-. Soy muy consciente de que tu relación con ella ahora mismo es difícil. No comparto que no la dejes ver a Anthony, pero es vuestra vida personal. Sin embargo, en este caso, es una de las mejores en su campo. Todo sería mejor con ella y tú mismo lo sabes.
Edgar inspiró hondo, cerrando los ojos. Tardó un par de minutos en claudicar.
- Supongo que hay que mirar por el bien del equipo y de la misión, ante todo –claudicó. Aunque no se le veía conforme.
- Este mes vamos a probar algo diferente, muchachos –propuso Greyback, mirando al grupo de licántropos desde lo alto de la barandilla con una sonrisa socarrona-. Quiero saber de qué pasta estáis hechos.
Esa noche era luna llena y los habían reunido a todos en el centro de la caverna. Los jadeos por el más mínimo esfuerzo, las ojeras y la palidez se extendían por todos los rostros de los licántropos allí reunidos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores. La cercanía de la transformación era muy evidente para la mayoría.
Un escalofrío recorrió toda la espalda de Remus al apreciar el placer en el rostro de Greyback, que les observaba, con Keesha tras él, aburrida e indiferente.
En el momento en que su líder retomo la palabra, el resto de los licántropos dejó de murmurar entre sí.
- Es un modo de entrenamiento diferente. De cuerpo a cuerpo. A estas alturas, tenéis que demostrar ser los lobos de pesadilla que tanto han temido magos y muggles durante siglos.
Los demás le escuchaban expectantes, fascinados. Aunque Remus lo odiaba, Greyback se había convertido en un líder para los suyos de un modo incondicional. Sería difícil detenerlos sin cortar su cabeza y era casi imposible acceder a él solo. Cualquier idea que había pasado por la cabeza de Remus, la había descartado de inmediato por imposible.
- Esta noche probaremos algo más extremo. Os encerraremos a unos con otros durante la transformación. Espacios cerrados y controlados. Quiero que dejéis ir a vuestro lobo interior. Quiero un buen espectáculo. Mañana por la mañana, veremos quién tiene lo que hay que tener para sobrevivir entre nosotros.
Los murmullos en esta ocasión no eran tan entusiastas. Había entre ellos varios licántropos de edad avanzada que, más que pelear entre sí, apenas valían para aportar algo de trabajo físico al grupo a cambio de llevarse algo a la boca. Estaban allí porque no tenían a donde ir, hastiados de la sociedad y odiando todo cuanto los rodeaba. Pero no eran guerreros, ya fuera convertidos en lobo o en magos.
- Quizá querréis elegir pareja, pero no os aconsejo escoger a nadie a quien tengáis un mínimo de cariño –propuso Greyback con diversión en su voz.
Remus trató de mantenerse neutral, pero buscaba a Rachel con la mirada, preocupado. Por el camino, encontró a Herbert, que apenas había comenzado a recuperarse de la paliza que le habían metido. Él mismo aún tenía una ligera cojera, pensó algo preocupado.
Se contuvo de pegar un salto cuando un enorme brazo se posó sobre sus hombros. Se giró, y se encontró a Dan, el lacayo de Keesha, que le miraba con una sonrisa siniestra.
- Me encantaría formar pareja contigo, campeón. ¿No tienes ganas de demostrarme lo que sabes haces?
No tenía ningún tipo de intención de mostrarse asustado frente a él, por lo que Remus se zafó y le dedicó un asentimiento que trataba de aparentar indiferencia. La sonrisa de Dan prometía dolor, pero él mantuvo la expresión neutral.
Quien dejó ver su horror fue Rachel, cuyo rostro vislumbró por encima del hombro de su oponente. Estaba centrada en ellos, lívida y con el miedo escrito en su cara.
Dan miró por encima de su hombro para seguir la trayectoria de su mirada, encontrándose con los ojos almendrados de Rachel. Cuando volvió a mirarle, Remus supo que aquel intercambio solo le había enardecido más.
- Esta noche nos vemos, chico. Prepárate –le advirtió, con una mueca de asco, dándole un golpe fuerte en el hombro.
A Remus se le encogió el estómago pero no quiso demostrarle que tenía miedo.
Hasta aquí ha llegado el capítulo. Corto pero quería dejar ahí la historia de Remus. Tendrá mucha importancia en los siguientes. Nuestro lobito está en apuros, pero nadie más valiente que él para salir victorioso.
Nos leemos todo lo pronto que pueda.
Eva.
