¡Hola de nuevo! Regreso después de un tiempo, ya operada y después de un periodo de mucho trabajo para recuperar el tiempo perdido durante mi baja laboral.

En este capítulo retomo varios temas principales:

- La misión de Remus y Rachel con los licántropos.

- La misión de Gisele con las criaturas mágicas.

- Grace y su investigación de París.

- La recuperación de Sirius tras la muerte de Regulus.

Espero que os guste, porque supondrá un antes y un después para varios de ellos.


Capítulo 24: Tonada de luna llena

Cuando Remus despertó, sentía una enorme presión en la cara y no era capaz de mover su cuerpo sin que una corriente de dolor le atravesara la columna vertebral. Tenía la sensación de que le habían aplastado la cara contra algo, y no debía andar tan desencaminado porque apenas pudo abrir, con dificultad, uno de sus ojos y su nariz parecía tener un ángulo extraño.

Todo a su alrededor daba vueltas, veía haces de luz y escuchaba todo como a través de una enorme pared que le separaba de los demás. Trató de hablar para pedir ayuda, pero el dolor en la garganta apenas le permitió emitir un corto quejido.

- Ey chico, no te fuerces –dijo alguien cerca de él.

Una sombra se cernió sobre él y le preguntó algo que no llegó a sus oídos. Parpadeó el único ojo que se le abría y la forma de Bert se hizo más nítida, aunque seguía viéndole como a través de un cristal difuminado.

- ¿Me escuchas? –repitió el viejo.

Cuando Remus enfocó un poco su rostro, se dio cuenta de que tenía un labio partido y sangre seca en la nariz. Aunque tenía mejor aspecto de cómo se sentía él.

- Parpadea una vez si me entiendes, Remus –le pidió el hombre.

Le costó, pero lo consiguió y vio a Bert suspirar de alivio.

- Mmmm –consiguió decir, sin poder articular palabra. Parecía que le habían pisoteado la tráquea y sentía los labios como si fuesen dos trozos inservibles de madera seca.

- Ssshh, no fuerces. Ese cabrón te ha dado una buena paliza esta vez. Cuando miré para acá y te vi, llegué a temer que no lo habías contado.

De repente, todo volvió a su mente. El jueguecito de Greyback, los encierros en jaulas por parejas y la sonrisa maligna de Dan cuando la puerta se cerró tras ellos.

No, eso había sido la noche anterior. Ahora lo recordaba. Era la segunda mañana que despertaba así, aunque esta vez había sido mucho peor. Ya fuera porque la primera noche de luna llena Dan la consideró como una toma de contacto, el día anterior, al menos, pudo levantarse del suelo. Ahora estaba luchando solo por sentir sus piernas. Aunque aquello era absurdo, ¿podía Dan siquiera controlar sus impulsos cuando él estaba transformado? Él ni siquiera recordaba nada de lo que ocurría durante la noche.

Volvió al presente cuando Bert le hizo daño al pasarle un paño para limpiarle la sangre de la cara. Temía que también le había roto uno de los pómulos.

- Tienes que reponerte como sea, chico. Esta noche te volverá a tocar con él, y no saldrás vivo si no encuentras el modo de neutralizarle.

En esos momentos no era capaz ni de pensar con claridad, como para conseguir levantarse y reponerse. Estaba destrozado. Había estado dispuesto a todo por no fallarle a Dumbledore, pero, a fin de cuentas, parecía obvio que no tenía madera para enfrentarse a una situación así. No sobreviviría esa noche y Rachel quedaría sola en esa misión, tratando de que no la atraparan.

Al recordarla a ella, sintió una corriente tan fuerte que consiguió abrir el ojo totalmente amoratado y sentarse de golpe. Se mareó y todo comenzó a dar vueltas.

- ¡Te he dicho que no fuerces! –le regañó Bert-. Tienes apenas unas horas para curarte un mínimo.

Cuando consiguió reponerse, la mirada de Remus vagó por la estancia, buscando a su compañera. ¿Estaría bien? A su alrededor, los demás iban incorporándose con mayor o menor medida, aunque captó algunos cuerpos abandonados donde antes habían estado las jaulas, en posiciones imposibles. Ese día no le impresionó tanto. Ya había visto varios muertos el día anterior.

Bert le obligó a recostarse y le lanzó una mirada furiosa.

- ¿Estás buscando a ricitos? –bufó, mirando sobre su hombro-. Está allí, perfectamente.

Remus miró en la misma dirección y vio a Rachel vendarse una pierna con la manga de una chaqueta que le había arrancado a un cadáver, mientras hablaba con un licántropo mayor. Parecía desaliñada y herida, pero bastante entera. Ella había tenido suerte de ser emparejada con alguien mayor y débil, aunque el día anterior se había mostrado mortificada por haberle causado tanto daño a su oponente sin poder remediarlo.

Tras comprobar que estaba bien, miró de nuevo a Bert, dándose cuenta de lo que él había dicho. Su amigo tenía un aspecto horrible pero, dado que apenas había podido recuperarse de la paliza que le había dado Greyback, podía darse con un canto en los dientes por seguir vivo.

- No sé qué te traes con ella, hijo –comentó este en voz baja-. Pero ándate con ojo. Ya sabes lo posesivo que es ese pirado con las pocas chicas jóvenes que hay aquí. Y creo que ya has pagado esta noche suficiente.

Tenía razón. Él mismo también lo había pensado. El día anterior, cuando despertó, Rachel estaba a su lado mirándole preocupada. La mirada furibunda de Dan le había taladrado cuando ella le ayudó a incorporarse. Finalmente, esa preocupación, unida a su rabia, humillación y decepción por no estar logrando nada en su misión, se mezcló y acabó estallando contra ella. Le prohibió volver a acercarse a él en público.

Y ella le había hecho caso. Remus no podía explicar por qué se había decepcionado tanto al darse cuenta de que ella no había intentado insistir ni una vez, a pesar de que era consciente de que era lo mejor para su salud y la misión en ese momento. En el fondo, aunque sonara absurdo y no lo reconocería en voz alta, le habría gustado que ella no le hiciera caso de una forma tan fácil. Agitó levemente la cabeza. No tenía tiempo para esos sentimientos.


La lluvia torrencial acompañó todo el camino al grupo que partió de Londres, en dirección a las tierras escocesas protegidas que se habían vendido ilegalmente. Madrugaron antes de que amaneciera y tomaron un traslador que los dejó en la región de los lagos. Desde allí, emprendieron la ruta a pie.

Edgar Bones lideraba la marcha, siendo muy consciente de qué terrenos debían explorar y haciendo una lista mental de las dificultades que encontrarían, así como del tipo de criaturas que anidaban en esos parajes.

Para su propia intranquilidad, Edgar tenía una gran capacidad de ponerse en los peores escenarios e imaginar la posibilidad mortal de cualquier situación inofensiva. Por ello, sus preocupaciones no iban solo destinadas a criaturas claramente peligrosas como gigantes, trolles, mantícoras o quimeras, sino que podía vislumbrar el peligro de controlar el hábitat de criaturas de las que el Ministerio solía preocuparse menos.

Era vital mantener a salvo a los cangrejos de fuego, los cuales se habían convertido en un anhelo muy preciado por los cazadores furtivos y cuyos caparazones estaban muy cotizados en el mercado negro. El tráfico de estas criaturas podía proporcionarle a Voldemort demasiado dinero para seguir comprando apoyos políticos e impunidad ante sus acciones.

También le preocupaban otras criaturas en apariencia inofensivas, como las ahswinder, cuyos huevos podían destruir grandes edificaciones en apenas unos minutos. O los gorros rojos, apenas insignificantes para los magos, pero que podrían resultar mortales en ataques a muggles. Las posibilidades eran infinitas, lo que le quitaba el sueño.

- Puedo escucharte pensar, amigo.

La aparición de Caradoc le pilló desprevenido, y Edgar dio un respingo.

- Solo repasaba las posibles criaturas de las que pueden apropiarse y cómo podrían usarlas. Me temo que tengo una imaginación demasiado vívida –sonrió con pena-. Regina siempre me dice que podría dar las peores ideas a hombres menos decentes que yo.

Caradoc le respondió la sonrisa, pero Edgar se dio cuenta de que ésta no le llegaba a los ojos. El aspecto de su amigo había empeorado drásticamente en los últimos meses y no era para menos.

- Por eso eres tan valioso para nosotros, no lo olvides.

Edgar aceptó el cumplido con un asentimiento. Era consciente de que era lo que mejor podía aportar a la Orden, al margen de sus contactos. El único con una mente tan imaginativa como la suya para adelantar los pasos de los mortífagos era el propio Caradoc. Aunque Dorcas estaba mejorando muchísimo en ese campo también.

- ¿Cómo vas, amigo? –le preguntó a éste, tras unos minutos caminando en silencio.

Caradoc se encogió de hombros, sabiendo a lo que se refería.

- Te puedes hacer una idea. Me desespera no haber podido encontrar noticias de May. Quise pensar que Sturgis no había sabido buscar bien durante estos meses, que tendría que haber alguna pista de su desaparición. Pero al llegar a Brasil me he dado cuenta de que no hay nada que encontrar. Es como si se la hubiera tragado la tierra.

- ¿Crees que han podido hacerle algo?

Caradoc se estremeció.

- Espero que no. En la universidad, todos decían que no habían notado un cambio de comportamiento y que, simplemente, un día se despidió. No hay nada que indique una desaparición forzosa.

- Quizá solo necesitaba un tiempo a solas. No es la primera vez que se pierde una temporada –sugirió Edgar, tratando de tranquilizarlo.

Caradoc asintió pensativamente, observando el terreno pantanoso que se extendía hasta donde llegaba su vista.

- Antes, al menos, le dejaba alguna pista a su madre. Desde que ella murió, ha sido muy hermética.

Edgar le escuchó, sin intervenir mucho. La relación de Caradoc con su hija siempre había sido muy distante. No compartían forma de ser ni aficiones y sus respectivos trabajos no les habían permitido establecer mayores lazos cuando May se hizo adulta.

Sin embargo, como padre, y más con la situación de Anthony, podía empatizar con su angustia por la incertidumbre de no saber qué le había podido pasar a su hija.

En el grupo de atrás, Gisele miraba ceñuda la espalda de su suegro mientras buscaba en su mente la mejor línea de acción para que éste le dejara colaborar. Sabía que había aceptado su presencia a regañadientes y, conociéndole, estaba segura de que boicotearía cualquier aportación que pudiera hacer. Pero ella había trabajado analizando los acuerdos entre los gigantes y tenía muchas ideas de por dónde podían empezar a tantear los mortífagos.

- La mejor técnica es demostrarle empíricamente que eres imprescindible –le propuso Dorcas.

Había estado mascullando con sus compañeros sobre sus temores y estos, conociendo el carácter de Edgar, habían coincidido con ella.

- Dorcas tiene razón –repuso Benjy-. Tú eres más de actuar que de hablar. Cuando llegue la ocasión, podrás demostrarle que te necesitamos.

Gis suspiró, dándose cuenta de que todos coincidían en que debía ser paciente para esperar el momento apropiado. La paciencia no era precisamente su fuerte.

- Lo importante es centrarnos en lo que tenemos ahora por delante –insistió Dorcas-. Paso a paso. Listado de lugares y de criaturas, clasificándolas en menor a mayor peligrosidad.

Sturgis se rio.

- Eres demasiado centrada, Dorcas. Me temo que los listados pronto dejarán de tener efectividad en este viaje.

La mujer miró al joven de pelo color paja y se burló.

- ¿Unos meses de investigación en Brasil y ya has vuelto siendo todo un aventurero? Hasta donde yo sé, te has pasado más tiempo encerrado en el despacho de la profesora Ribeiro que en cualquier otro sitio.

- Bueno, también aprovechó para hacer otras investigaciones –murmuró Benjy.

Sturgis torció el gesto. No le gustaba recordar que había fallado a Caradoc en localizar a May mientras estuvo allí. Sin embargo, enseguida cambió el semblante y miró divertido a Dorcas.

- ¿Quieres apostar a que tu listado tan pulcro y ordenado acabará por no tener ningún valor?

Dorcas le tendió la mano, divertida, y él se la estrechó, cerrando el trato.

Gis, que había conseguido relajarse un poco con su charla, le cuchicheó a Dorcas:

- Yo espero que él gane la apuesta. Pocos méritos puedo ganar haciendo listados, la verdad.

La mujer enroscó su brazo con el suyo y la instó a seguir caminando. Ya habría ocasiones en los que todo se torcería, eso lo sabía mejor que nadie, pero prefería mantener su mente relajada hasta entonces.


Horas más tarde, en un lluvioso Londres, Grace suspiraba, frotándose el sueño de los ojos mientras trataba de beberse el café que Lily le había puesto por delante.

- ¿Algún día crecerás y aprenderás a madrugar? –se burló su amiga, al verla sufrir por hacer el más mínimo esfuerzo.

Grace la miró con odio, incapaz de comenzar una guerra dialéctica. Lily siempre era una persona que estaba lista, fresca y digna hasta a la hora más intempestiva. Daba igual que estuviera de buen humor, preocupada o nerviosa, siempre estaba alerta y despejada para lo que hiciera falta. Ella tenía un despertar horrible y solía necesitar una o dos dosis de cafeína para ser una persona receptiva.

- ¿A qué hora salías hoy de clase? –siguió preguntando su amiga, mientras soplaba su café para enfriarlo y se sentaba en el taburete al otro lado de la barra que usaban para desayunar.

Grace tomó un gran sorbo antes de contestar.

- A las tres.

Su voz sonó ronca y sin fuerzas, por lo que dio otro sorbo grande.

Lily sonrió encima de su taza.

- Si tienes la tarde libre, me vendría bien un poco de ayuda. He quedado con Dorea para planificar la boda y necesito un poco de apoyo moral.

- Te dije que mi madre acabaría agobiándote –dijo la voz de James, saliendo de la habitación de su novia.

Iba en calzoncillos y con una camiseta de manga corta, y su pelo estaba más revuelto que nunca. Ajustándose las gafas, abrazó a Lily por detrás y le dio un sonoro beso en la mejilla.

Grace, que ya estaba acostumbrada a que su amigo recorriera su apartamento en paños menores, respondió a su saludo con un gruñido. Necesitaba otro sorbo de café.

- No digo que me agobie –acotó Lily-. Pero las veces que quedo sola con ella, soy incapaz de negarle nada. ¿Seguro que no puedes saltarte las clases esta tarde?

James hizo una mueca.

- Lo siento, es la parte práctica que tengo que pasar sí o sí.

- Pero estamos a principios de curso y has estado herido -protestó, enroscando los brazos en su cuello-. Seguro que lo entienden.

James no se pudo resistir y asaltó el puchero de su novia con un beso demasiado voraz, que la hizo perder el equilibrio y terminó por despertar a Grace.

- ¡Ey! ¡Que esté dormida no significa que no esté presente! ¡No necesito ver tu lengua a estas horas, James! –exclamó, un poco asqueada.

Lily se aguantó la risa y sacó la varita para limpiar el café que había derramado ante el ataque sorpresivo de su novio. Aún mascullando, Grace se apartó hacia la ventana, donde le sorprendió ver a una lechuza picoteando el cristal.

James se revolvió el pelo con una sonrisa chulesca.

- No puedo saltármelo, Lils, lo siento –dijo, retomando la conversación, pero alejando sus manos de ella, ya que era consciente de que no tenía tanto control sobre sí mismo.

Lily suspiró. Dorea estaba totalmente entusiasmada por la boda y ella agradecía realmente su ayuda para asegurarse de que James no lo decoraba todo con motivos de quidditch e insistiera en servir pizza en el menú, pero las ideas de su suegra eran demasiado grandiosas. Ella quería algo más simple e íntimo.

- Tendré que luchar contra la coreografía de los cisnes yo sola –auguró. Entonces se volvió hacia su mejor amiga, que estaba de espaldas a ella-. Grace, ¿vendrías hoy conmigo como dama de honor, por favor?

Grace no la escuchó, si no que siguió leyendo la carta que acababa de llegarle. Al principio, le había costado entender la caligrafía tan caótica que había en ella, pero era un pergamino corto y estaba firmado, lo que le explicó todo.

Grace,

Necesito que vengas a casa a verme cuanto antes. He descubierto algo terrible y creo que me han pillado. Esta vez, te juro que no exagero.

Por favor, ven ya.

Elena.

Grace suspiró. Esa carta le habría alarmado muchísimo si no hubiera recibido, al menos, veinte como esa, en los últimos días. Elena estaba totalmente paranoica, hasta el punto de la enfermedad. Marco le había contado que los últimos días no había dejado que fuera a trabajar y temía que tendría que acabar internándola. Él mismo se había planteado desmemorizarla sin su permiso porque la situación se estaba tornando insostenible. Él y Grace habían discutido varias veces al respecto y la rubia estaba bastante frustrada con ese tema.

Por eso, tuvo claro que era otra exageración de su amiga. No había ido a trabajar en los últimos días, no había salido de su apartamento, y su novio la cuidaba todo lo que podía cuando no estaba trabajando en San Mungo. Estaba claro que había vuelto a confundir sueños con realidad.

- ¿Grace? –preguntó de nuevo Lily.

Ella levantó la mirada de la carta.

- ¿Eh?

- Esta tarde –le recordó la pelirroja, con una sonrisa tentativa-. Que si puedes venir.

Grace le sonrió a su mejor amiga.

- Claro. Allí estará tu dama de honor para ser tu segunda al mando –le prometió.

Posteriormente, le dio la vuelta al pergamino y escribió apresuradamente:

Elena,

Hoy estoy muy liada, lo siento. Mañana por la mañana me pasaré a verte. Te prometo que estarás bien. Si necesitas cualquier cosa, estoy segura de que Marco podrá ayudarte.

Nos vemos mañana.

Grace.

Lo dobló, lo ató a la pata de la lechuza y, tras darle una golosina, la lanzó a la calle de Londres. Tenía que hablar con Marco para saber cómo iban a tratar el tema antes de que Elena enfermara más de preocupación. Ella ya estaba harta y necesitaba solucionarlo antes de que llegara a Dumbledore.


"Al menos no ha perdido el apetito", pensó Alice, al ver a Sirius atacar con voracidad la pasta italiana que le había cocinado.

La joven aurora había aprovechado que ese mediodía no se requerían sus servicios para visitar a su amigo y tratar de sacarle del cascarón en el que se había metido.

- Cuando James me dijo que habías perdido peso y te alimentabas solo de pizza, pensé que iba a ser más difícil convencerte –reconoció, girando el tenedor alrededor de sus espaguetis.

Sirius levantó la mirada. Tenía la boca llena y su cara y su camiseta estaban manchadas de salsa de tomate, así como de la gasolina de la moto que seguía ocupando la mayor parte del salón.

- No he tenido mucha hambre –reconoció. Luego hizo una mueca-. Tampoco es que cocine muy bien y solo me han visitado James y Grace, que son peores que yo. Y a la pobre Lily no iba a molestarle.

Alice sonrió.

- Tendría que haber supuesto que solo necesitabas un poco de mi comida. Al margen de eso, ¿Cómo has estado?

Sirius volvió a concentrar la atención en el gran bol que tenía entre sus brazos.

- Bien –dijo escuetamente, con la boca repleta de espaguetis.

Alice suspiró. Lo de la comida era un paso, pero no un milagro.

- Sirius, sabes que apoyaré todas tus decisiones. Pero necesito que medites bien todo. Se trata de tu futuro.

Tras tragar duro, Sirius se limpió la cara con el brazo.

- No voy a volver a la academia.

Alice vio la determinación en su mirada.

- Sabes que a tu hermano no lo ha matado nadie del departamento, ¿no? –inquirió-. No han podido saber a ciencia cierta qué ha sido de él, pero todo apunta a que han sido los mortífagos.

- Lo sé –reconoció él, con un suspiro. Hastiado, apartó el bol y se limpió las manos con un trapo sucio de grasa-. No es que tenga miedo de trabajar con los asesinos de mi hermano. Es solo… No puedo explicarlo. No puede continuar todo como hasta ahora.

Alice le estudió durante unos segundos, tratando de encauzar el tema con calma.

- ¿Y esto afecta también a la Orden? ¿Vas a dejarla?

Sirius le miró con curiosidad, y a Alice le recordó a un perro alerta con las orejas en alto.

- ¿De dónde sacas eso?

- No has venido a las últimas reuniones.

Sirius bufó, recordándole de nuevo a un cánido.

- No ha habido nada gordo, que yo sepa –se excusó.

- Ya sabes cómo son estas cosas. Unos días de calma solo preceden a la tormenta. Necesitamos estar alerta y preparados –Alice le analizó con cuidado-. Si quieres dejarlo, todos lo entenderemos. Dumbledore también. La cosa se está volviendo muy arriesgada.

- No soy un cobarde –exclamó Sirius ofendido.

- No te lo he llamado –recalcó su madrina, sin perder la calma-. Solo digo que tienes mi total apoyo en lo que decidas. Pero que, si quieres seguir con nosotros, tienes que espabilar y volver a ponerte en acción. No tienes por qué regresar a la Academia, pero en la Orden necesitamos a los nuestros al 100%. La vida de todos está en juego. Si decides seguir, comprométete por completo y regresa. Si no, yo se lo comunicaré a Dumbledore. Sigue buscando más voluntarios y necesitamos saber con quiénes podemos contar.

Alice se puso en pie y, con un toque de varita, la vajilla se trasladó al fregadero y comenzó a limpiarse. Con otro golpe en el aire, recogió la mitad de los periódicos y trapos que había repartidos en el salón. Después se giró hacia el joven.

- Tú decides, Sirius. Soy tu amiga, te apoyaré siempre. Pero, como madrina, tengo que decirte que tu actitud nos está poniendo en riesgo. Así que tienes hasta mañana para decidir qué vas a hacer, o lo decidiré yo por ti.

Se dio la vuelta para evitar que la pena que sintió por su mirada desamparada le inundara y y acabara dándole un abrazo, lo que eliminaría la dureza con la que le había hablado. Sirius ahora necesitaba comprensión, pero, ante todo, determinación. Había pasado el plazo de darle espacio y no podía permitir que siguiera hundiéndose.

Cuando cerró la puerta tras ella, Alice suspiró y cerró los ojos.


Los terrenos escarpados, los barrancos, los lugares inhóspitos… La magia no llegaba a todas partes, por mucho que sus cuerpos cansados lo hubieran deseando.

Benjy trastabilló subiendo la enésima colina durante ese día y Dorcas le miró por encima de su hombro, para asegurarse de que estaba bien. La marcha la seguían liderando Edgar y Caradoc, que ya reflejaban un evidente cansancio. Gisele y Sturgis, los más jóvenes y los que estaban más frescos, cerraban la marcha y vigilaban sus espaldas.

- ¿Esta zona es la que dominan los gigantes? –preguntó Sturgis a su compañera en voz baja, cuando le dio la mano para escalar una última roca.

- Los clanes se enfrentaron y dividieron hace unos meses- explicó ella, estirándose y señalando el fondo del valle, cubierto por numerosas y enormes rocas-. ¿Ves ese gran derrumbe? A los muggles les dijeron que se había roto una presa, pero nunca hubo una presa aquí. Debajo había un pueblo de 200 habitantes. Los aplastaron a todos.

Sturgis miró el destrozo con los ojos de par en par. La lucha debió ser encarnizada.

- ¿Y si hemos llegado tarde?

- Lo averiguaremos pronto. Los gigantes no son especialmente discretos ni se reservan sus opiniones –respondió Gisele, lúgubremente.

No tardaron en dar con uno de los clanes, dispersos y confundidos con las propias rocas en el fondo de un gran valle. Edgar y Caradoc trazaron un plan para estudiar el terreno y los demás quedaron a la espera de órdenes.

- Cuento doce –susurró Caradoc a su amigo.

- Falta el Gurg –apreció Edgar, a su vez.

Recorrió con la mirada todo el valle, buscando al líder de la manada. Había algo que estaba fallando ahí, una paz que no era normal entre esa especie. No eran ruidosos ni estaban discutiendo, pero parecían alerta. Algo le escamaba de esa situación.

- Edgar –la voz de Gisele le llegó a sus espaldas y le hizo apretar los labios. Había aceptado su presencia a regañadientes, pero no quería interactuar con ella. La ignoró-. Edgar.

Gisele suspiró. Sabía que sería difícil lidiar con él, pero no podía poner en riesgo a los demás por sus desavenencias. Lentamente, sin dejar de vigilar, se acercó a él y, por encima de su hombro, le susurró:

- Me da la sensación de que están esperando alguna indicación. No están comiendo, ni buscando comida, ni están relajados.

- Eso ya lo he supuesto –gruñó por encima de su hombro, sin mirarla a la cara.

Lo cierto era que no había caído en el tema de que ningún gigante estaba alimentándose, lo que era raro en esa especie. Pero no iba a permitir que ella le viera en un momento de fallo. Siguió recorriendo con la mirada el valle.

- Sí, pero…

- Ahora no –gruñó él, cortante.

Gisele se detuvo, sorprendida por su fría respuesta. No era que no esperara que fuera reticente a tenerla en el equipo, pero confiaba algo más en su profesionalidad y apertura de mente. Ese no solía ser el Edgar que conocía. Estaba demasiado cegado por su preocupación por Tony.

Dio un paso atrás y giró sobre sí misma, analizando todo el perímetro. El misterio estaba en la ausencia de comida. Los gigantes eran voraces, capaces de agotar ecosistemas con facilidad. Solo se detenían cuando luchaban entre ellos o cuando se disponían a migrar. La ausencia del gurg era el principal motivo de su extraña actitud pero, ¿Dónde estaba? Era raro que se alejara mucho. Sin duda Edgar y Caradoc se estaban preguntando lo mismo.

Miró de nuevo a la giganta que había llamado su atención. Guardaba entre sus piernas a una cría, que seguía siendo gigantesca, y parecía ansiosa, mirando en una dirección concreta. Las gigantas no se caracterizaban por su instinto maternal y su delicadeza, así que su actitud tenía que tener una explicación. Algo que Edgar no parecía querer escuchar.

Siguió su mirada y achicó los ojos, buscando algún indicio. De repente, una sombra la alertó.

- ¡Cuidado! –gritó, abalanzándose sobre Edgar y tirándole al suelo.

La maldición pasó por encima de ellos y los demás se ocultaron rápidamente entre las rocas, respondiendo al ataque y buscando ponerse a salvo unos a otros.

Con la agilidad de alguien mucho más joven, Edgar se puso en pie y tiró de ella hasta un saliente, con el fin de usarlo como protección. Ambos se ocultaron tras él, sacando rápidamente sus varitas y guardándose las espaldas.

- ¡Son dos! –gritó Edgar, localizando dos encapuchados que, una vez perdido el elemento sorpresa, se replegaron. - ¡Poneos a cubierto antes! ¡Vienen por la derecha!

Benjy y Dorcas atacaron, haciéndoles retroceder y Caradoc levantó la cabeza con cuidado para seguir su dirección.

- Retroceden por la colina –le informó a Edgar-.

- No les sigáis –ordenó este, vigilante.

Su intuición fue la acertada, porque un gigante mayor que los demás, probablemente el gurg, apareció un segundo después, golpeando la explanada con sus inmensos puños. Habría pillado por debajo a cualquiera que hubiera salido de su escondite.

El aire se llenó de bramidos y golpes, y el grupo apenas pudo hacer nada más que ver a los mortífagos huir. Ante el ataque de su líder, los demás gigantes se revolvieron, lo que empeoró notablemente su situación.

- Hay que salir de aquí –le gritó Gisele a Edgar, apenas haciéndose oír en mitad del estruendo.

Este asintió con el rostro tenso, sintiendo la tierra moverse bajo sus pies por los golpes de los gigantes, y se desenroscó la bufanda del cuello para convertirla en un traslador.

- ¡A mí a la de tres! –gritó al resto del grupo, que estaba dispersándose con rapidez. Tenía que actuar cuanto antes o habría heridos. Agarró con fuerza la mano a Gisele y gritó por encima del estruendo-. ¡Uno, dos y tres!

Obedientes, todos salieron a la vez de su escondite y agarraron la bufanda como pudieron. Gis acertó a sujetarse con fuerza a su suegro y al extremo de la prenda, y miró hacia arriba, viendo al gigante cernirse sobre ellos. En el momento en el que el puño caía sobre el grupo, sintió el familiar gancho en el ombligo y todo desapareció.

El grupo cayó desordenado sobre un terreno húmedo y embarrado. A su alrededor, unas enormes marismas se extendían por el horizonte. El cielo estaba más nuboso y amenazaba lluvia. De fondo, se reconocía el lamento de un augurey. Gisele se puso de rodillas, jadeante y con el cuerpo dolorido, sin saber dónde podían estar.

- Creo que hemos perdido a los gigantes –murmuró Sturgis, con cansancio.

Ella miró, uno a uno, a cada miembro del grupo. Parecían ilesos. Captó por un momento la mirada de Edgar, que le hizo un gesto ambiguo.

- Entonces, ¿Qué hacemos ahora? –preguntó Dorcas, asumiendo también que los gigantes eran un tema perdido.

Edgar suspiró y se puso en pie.

- ¿Alguna propuesta, Gisele? –le preguntó a ella, sorprendiéndola.

Ella la miró, esperando aún que volviera a su actitud fría una vez hubiera pasado el peligro. Pero agradeció el voto de confianza. Se sintió algo pequeña con la atención de todos puesta en ella, pero pronto se repuso.

- Deberíamos ir a Gales. A asegurar la reserva de dragones.

Edgar la miró largamente antes de asentir.

- De acuerdo –concedió-. Pues en marcha.

Cuando iniciaron el camino, no volvió a mirarla ni a hablar con ella. Pero Gisele supo que se había ganado una pequeña parte de su confianza.


La luna estaba cerca de su cénit cuando volvieron a reunir a los licántropos y separarlos por parejas. Durante ese día, Remus apenas había conseguido recuperarse lo suficiente como para poder ponerse de pie. Sentía el dolor recorriendo todo su cuerpo, veía mal por un ojo y le costaba respirar. Estaba seguro de tener, al menos, una costilla rota pero nunca se le había dado bien la sanación y, a pesar de conservar su varita, fue incapaz de curarse a sí mismo. Y no podía rebelarle a Bert que tenía una varita sin levantar sospechas.

Se colocó en la plataforma e intentó parecer lo más signo posible, mientras esperaba a que Dan se acercara. Este atravesó el espacio que les separaba con parsimonia, mirándole con superioridad. Le vio detenerse junto a una figura pequeña que estaba de espaldas. Hizo una mueca al reconocer el pelo rizoso de Rachel, cosa que su rival captó y le hizo sonreír más.

Le vio alargar la mano y acariciarle el cuello.

- Deséame suerte –dijo con voz jocosa, y suficientemente alto como para que Remus le oyera.

Él intentó mantenerse sereno, pero no supo si lo consiguió. Vio a Rachel apartarse y girarse apenas para verle a él detrás de ella. Ni siquiera llegaron a conectar sus miradas.

Pese al dolor, Remus se irguió cuando Dan subió a la plataforma. Cuando vio la mirada perversa que le dedicó, seguida de una lenta sonrisa, Remus se sintió más cerca de la muerte que nunca. Podía estar viviendo sus últimos momentos de vida y, en ese momento, se sintió indiferente.

Era la primera vez que no tenía miedo de ese matón, la primera vez que le miraba directamente a los ojos. No había sido casual su gesto con Rachel y el que se asegurara de que él le escuchara hablarle. Quizá era como decía Bert, que había notado sus interacciones y lo había interpretado como interés al ser de las pocas chicas jóvenes que había allí.

Pero quizá había supuesto algo más. ¿Y si había averiguado algo de ellos? La sola posibilidad… Ella podía estar en peligro, más allá de esta noche. Si él moría, Rachel aún podía proseguir la misión. Pero si algo la ocurría a ella…

Se desconcentró cuando las jaulas cayeron sobre ellos, haciendo un fuerte sonido metálico. Dan le sonrió aún más, seguro de su victoria.

- ¿Preparado, cachorrito? –murmuró con satisfacción.

Remus no le contestó pero, desde el rabillo del ojo, controló una vez más la luna. Cada hueso de su cuerpo le dolía, la transformación estaba cerca. Lo sentía en cada palmo.

Le habría gustado mirar alrededor para buscar a Rachel, advertirle del peligro que suponía Dan. Pero no podía desconcentrarse. Ella apenas se había girado a mirarle. Lo último que vería de él sería esa humillación intencional que Dan le había hecho. Ni siquiera habían hablado en todo el día. Él la había apartado y ella no había insistido en volver a acercarse.

Todo aquello le provocaba una rabia y una decepción inmensas, le estaban cegando. Tenía que controlarse, tenía que concentrarse, pero no podía. El último pensamiento racional que tuvo, fue que quería matar al desgraciado que tenía delante. Y la deshumanización llegó después.


Aún no había amanecido cuando Grace y Lily se despertaron sobresaltadas por los golpes que llegaban desde la puerta del apartamento.

Esa noche, para variar, la habían pasado solas, ya que James había dormido en su casa. Se encontraron en el pasillo, aún en pijama, aturdidas y alerta, con las varitas preparadas.

- ¡Señorita Sandler, abra la puerta! –se escuchó al otro lado.

Ambas amigas se miraron, confundidas.

- Parece Frank –susurró Lily.

Su amiga dio un paso adelante, al haber escuchado su nombre, pero extrañada por la formalidad de su tono. Aquello no era normal.

- ¿Frank? Identifícate. ¿Cuál es la palabra clave?

Hubo una pausa que las hizo mirarse expectantes.

- Su identidad es correcta, señorita –le informó la voz de uno de los vigilantes del edificio, fácilmente reconocible-. Lo he comprobado. El auror Longbottom asegura que viene por un asunto oficial.

Aún confundida, Grace volvió a mirar a Lily, que asintió, bajando su varita, aunque manteniéndola aún alerta. Cuando abrió la puerta, se encontró con la cara de Frank Longbottom, despeinado y con aspecto de cansado. A un par de metros detrás de él, uno de los vigilantes del edificio le vigilaba.

- ¿Qué ocurre?

Frank controló mucho su tono y su expresión, sabiéndose observado.

- Necesito que me acompañe, por favor. Ha ocurrido algo a las afueras del Ministerio y creemos que usted puede sernos de ayuda.

- Pero, ¿qué…?

- Cámbiese y acompáñame. Es urgente –la insistió él, lanzándole una mirada aguda.

Grace comprendió que no podía hablar más delante del mago que le vigilaba las espaldas, así que asintió y entró corriendo a su cuarto para ponerse algo de ropa. Dos minutos después, regresó y compartió una mirada preocupada con Lily, quien se cuidó de apenas dirigirse a Frank.

- Estaré aquí –le dijo su amiga, quedándose preocupada.

Grace asintió y siguió a Frank por el pasillo, que emprendió la retirada con rapidez. No podía seguirle el ritmo, una zancada de él valía por dos de las suyas. Cuando salieron del edificio, seguidos del vigilante, este se unió a su compañero en la entrada y les miraron con evidente curiosidad, pero sin atreverse a intervenir ni preguntar.

Ambos conservaron la formalidad hasta que dieron la vuelta a la esquina y se perdieron de vista. Aún era de noche y la luz de las farolas era la única iluminación que le permitía seguir los pasos de su compañero, ya que la luna llena estaba oculta tras unas espesas nubes. El adoquinado de la calle estaba aún húmedo, ya que esa noche había llovido.

Como Frank no se detuvo, Grace le agarró del brazo.

- ¿Qué ha pasado, Frank?

Este la agarró del codo para instarla a seguir andando a su lado.

- No podemos pararnos. Ha aparecido un cuerpo a las afueras del Ministerio y creo que es alguien que tú conoces.

Grace no pudo evitar detenerse al sentir que el corazón se le paraba.

- ¿Sirius…?

- Sirius está bien –la cortó él-. No es ninguno de los nuestros. Ven.

La atrajo hacia un callejón y, antes de que recuperara el aliento, sintió el gancho en el ombligo que anunciaba su desaparición.

Le sorprendió ver la cantidad de personas agolpadas a la entrada del Ministerio a esas horas. Quedaba aún tiempo para que este abriera, pero, si había un cadáver, era normal toda esa expectación.

- Tranquilízate e intenta no reaccionar –le advirtió Frank-. No es justo, pero necesito que la identifiques antes de que me quiten el caso para saber si esto nos incumbe desde la Orden. Siento hacerte pasar por esto.

Todo fue muy atropellado. La noticia, la llegada, las disculpas y la imagen que se presentó ante ella. Los aurores agachados alrededor del cadáver se hicieron a un lado cuando Frank llegó a ellos.

Grace parpadeó confusa, aún sin asimilar la situación, cuando su mirada se fijó en la figura que estaba postrada a sus pies, en una posición extraña y antinatural. Solo el apretón del brazo que le dedicó su compañero le impidió gritar al reconocer a la persona que estaba frente a ella. Era Elena.


Cuando Remus abrió los ojos, su mente seguía nublada.

Le costó hilar pensamientos y darse cuenta de que seguía vivo. De que la luz que le cegaba era la del sol, cuyos rayos entraban perpendiculares a través de la abertura de la cueva. Sentía frío y dolor en cada fibra de su cuerpo. Pero estaba vivo.

Esa revelación consiguió darle fuerzas para moverse, apenas arrastrándose por el suelo y dándose la vuelta para colocarse boca abajo e intentar arrodillarse. No lo consiguió, su cara raspó contra la dura roca y un palmo de polvo se levantó cuando resopló por el esfuerzo. ¿Por qué Dan le había dejado vivo, si tan magullado estaba? Le pareció clara su intención de matarle esa noche. Se había despedido del mundo cuando perdió la racionalidad.

Los sonidos fueron llegando a él, apagados y distantes. Quejidos, conversaciones cortas e inconexas, llantos… Era el día de después. Se había acabado la luna llena, el ciclo había terminado hasta el siguiente mes. Se acabó el experimento de las peleas enjauladas, al menos de momento.

Cuando consiguió sacar fuerzas suficientes para levantar un poco la cabeza, vio unos pies acercándose a él. El caminar era fuerte, seguro y depredador. No era una persona herida ni nadie que venía en su ayuda. Pese a que apenas podía moverse, se puso en alerta. Una mano le agarró con fuerza el hombro, sin importarle hacerle daño, y le dio la vuelta con brusquedad, para que quedara bocarriba. Tras el inicial mareo, parpadeó repetidamente para acostumbrarse a la luz, y el rostro de Greyback se cernió sobre él.

- Vaya, vaya –murmuró este, enseñando sus feos dientes amarillos en una sarcástica sonrisa-. Parece que el cachorro Lupin por fin se ha convertido en un lobo de verdad. Tu padre estaría orgulloso de ti, muchacho.

Había tal burla en su voz, ese insulto claro hacia su padre, que Remus se habría lanzado contra él si hubiera podido incorporarse. Sí se limitó a lanzarle una mirada dura, que no consiguió que Greyback se diera por aludido. Este le sonrió con más ganas y miró por encima de su hombro, claramente satisfecho.

Remus inspiró hondo e ignoró el dolor que le atravesaba las cervicales, y se dio la vuelta para ver qué observaba con tanta alegría. Era un cuerpo, tirado como una marioneta sin cuerdas en mitad de la plataforma. Una marioneta desmadejada y ensangrentada.

Era Dan. Y estaba muerto. Él le había matado. En ese momento, la broma de Greyback tomó sentido. Su padre le odiaría si supiera en lo que se había convertido.


Y me quedo aquí. Mi pobre Remus... Y Grace no superará esto con facilidad tampoco. ¿Os ha gustado? ¿Alguna teoría de cómo sigue?

Nos leemos.

Eva.