¡Hola! Hoy regreso antes. El mes de julio ha sido menos ocupado con el trabajo y la inspiración me ha acompañado. Supongo que sabía que venía un momento que sé que querríais leer y yo también estaba ansiosa por escribirlo. En este capítulo cierro alguna trama, hay momentos que suponen un cambio total para los personajes y dejo algunas pistas para las siguientes tramas. Son sutiles, a ver si los averiguáis.
El título se lo debo a una canción de Pablo Alborán, a ver si pilláis el por qué.
Capítulo 26: Te he echado de menos
- ¡Tengo que salir! ¡Ya han pasado tres días, tengo que hablar con Marco! –gritó Grace, exasperada.
Sentada en el sofá, Lily suspiró buscando paciencia. De todas las misiones que le podrían tocar, habría preferido enfrentarse a mil dementores antes que seguir un día más vigilando a Grace, ambas encerradas en su apartamento.
Tras confirmar sus peores temores, Frank había tomado enseguida el control de la situación y había obligado a Grace a volver a su casa, prohibiéndole salir. Lily, que aún estaba convaleciente, había quedado a cargo de asegurarse de que cumplía las órdenes. Nadie entraba y nadie salía del apartamento por orden del propio Dumbledore, así que tenía que aguantar a su exasperada amiga sin el consuelo ni la compañía de James.
Las únicas comunicaciones que habían tenido había sido a través de lechuzas y una llamada por la red flu que había hecho Marlene para repetirle a su amiga que no tenía permitido moverse, y que el propio Frank se había encargado de asegurarse que los vigilantes del edificio no la dejarían salir, por creerse que era una orden ministerial.
- Es por tu seguridad, Grace –le recordó, por enésima vez-. No sabemos si te están buscando ni qué han averiguado.
El asesinato de Elena había sido un jarro de agua fría. Su trabajo era inofensivo y no la ponía en la órbita de ningún pez gordo a quien los mortífagos quisieran acceder a través de ella. Afortunadamente, Frank había estado de guardia cuando había aparecido el cuerpo y había recordado que la chica era amiga de Grace y solían coincidir en París cuando esta iba a investigar.
Una aturdida Grace le reconoció que su amiga le había ayudado en la última misión, lo justo para no saber nada de la Orden del Fénix, pero sí para averiguar que había una trama urdiéndose con los terrenos mágicos y contra los Vance.
No era la única línea de investigación que había abierta pero sí la que les preocupaba de un modo especial, por lo que Moody se aseguró de que le dieran a él el control del caso. Su preocupación principal, ahora, era averiguar quién la había matado, qué sabía y si la tapadera de Grace se había descubierto.
Grace se desplomó en el sofá, cansada de dar vueltas.
- No puedo entenderlo… Investigué todo su entorno. Parecía a salvo, nadie la seguía –murmuró.
Llevaba tres días dándole vueltas a lo que había ocurrido. La desesperación se unía a la gran culpabilidad que sentía. Elena había muerto por su culpa. Aún no había nada confirmado, pero ella lo tenía claro. Su amiga no había tenido problemas antes, y se había comportado de un modo desquiciado desde que había vuelto de París. Si no la hubiera involucrado…
Lily se sentó a su lado, abrazando su hombro con cariño.
- Estoy segura de que has hecho todo lo que has podido –le aseguró-. Estamos en guerra, Grace. Desafortunadamente, no existe eso de estar a salvo.
- Esto no hubiera pasado si no la hubiera involucrado –dijo ella, respirando fuerte, y poniendo por fin palabras a sus pensamientos-. Marco me lo dijo: "No la metas en nada peligroso". "Mantén a mi novia al margen de tus movidas". Tendría que haberle escuchado…
Lily le acarició el pelo, tratando de tranquilizarla, pero no fue capaz de responderle. Nada de lo que le dijera bastaría. Es cierto que era probable que, si no hubiera acudido a ella, Elena ahora estaría viva. Pero era su única opción en ese momento. De no haberlo hecho, podría haber sido la propia Grace la que no hubiera vuelto de París. Cualquiera de esas palabras solo le provocarían más dolor, así que simplemente calló.
Grace estuvo mascullando un rato, en silencio, dejándose acariciar. Pero los nervios que tenía eran demasiado insoportables y pronto se encontró paseando de nuevo.
- Me va a odiar.
- No lo hará –le aseguró Lily, siguiendo su línea de pensamiento-. No es culpa tuya.
Grace asintió con la cabeza.
- Me lo advirtió, me dijo que la dejara al margen. Y ahora está muerta. Me odia y yo no puedo ir a explicarle… A decirle que lo intenté, que…
De repente, respirar se hacía mucho más difícil.
Lily, que llevaba tres días esperando esta reacción, corrió hacia ella y la obligó a sentarse e inclinarse sobre sus rodillas.
- Controla la respiración, no te aceleres –le indicó, poniendo una mano sobre su pecho-. Intenta imitarme, que sea una respiración pausada.
Tardó un rato en calmarse y, cuando levantó la mirada, Lily vio que tenía los ojos abnegados de lágrimas, aunque consiguió no llorar. Eso sí, la miró de tal modo que a la pelirroja se le rompió el corazón.
- El día anterior, me había escrito –le dijo-. Lo había hecho varias veces durante las últimas semanas, realmente angustiada, pensando que la seguían. Lo comprobé varias veces y todo parecía indicar que era una paranoia suya. Y esa vez no lo comprobé. Dije que iría a verla al día siguiente y preferí acompañarte a mirar los trajes de novia. Y, perdóname, Lily, pero ahora no paro de pensar en si le estaban haciendo algo horrible mientras yo me divertía al verte lidiar con tu suegra y…
- Shhhhh –Lily la atrajo hacia sí con rapidez, abrazándola con fuerza, sintiendo su culpabilidad-. No podías saberlo. Intentaste cuidarla, revisaste su entorno y todo parecía en calma. Quizá hizo algo que llamó la atención de alguien… No lo podemos saber. Frank está en ello. Pero tú no podías saberlo. Intentaste mantenerla a salvo y Marco lo sabe. No sé si ahora mismo podrá entenderlo, pero lo sabe. Sabe que jamás la hubieras puesto en peligro a sabiendas.
- No sé si llegará a aceptarlo alguna vez –auguró Grace, con pesimismo.
No había podido contactar con él aún, lo que, sin duda, era peor. Solo imaginaba lo horrible que sería para él, solo, en un país extranjero, lidiando sin ayuda con el asesinato de su novia y con la ausencia total de su amiga, a quien seguro consideraba responsable. No sabía si llegaría a perdonarla alguna vez.
- ¡Siempre usa el baño cuando yo quiero entrar! –protestó Joselyn, a gritos.
Marlene dejó caer la cabeza en la mesa en la que estaba trabajando. La hermana de su compañera de piso era un enorme dolor de cabeza. Desde que se había recuperado, había acordado con Emmeline que Joselyn viviría con ellas hasta que Dumbledore encontrara una solución para ponerle a salvo, pero aquello se estaba eternizando y su paciencia se estaba agotando.
- Joselyn, ahora saldrá, déjale –escuchó decir a Emmeline, en un tono mucho más sosegado.
Era imposible que fueran hermanas. Se parecían mucho físicamente, pero, por lo demás, eran el agua y el vino. Emmeline siempre tan precavida, tranquila y reposada, haciendo gala de la educación que le habían dado, intentando no decir una palabra por encima de otra. Y Joselyn tan mimada, remilgada, caprichosa y mandona. Cierto que aún era una niña, pero convivir con ella se estaba haciendo insostenible.
- ¡Lo hace a posta! –gritó Joselyn, sin escucharla-. ¿Quién se ducha a media tarde?
Derrotada, Marlene se puso en pie y salió de la habitación. Joselyn estaba aporreando la puerta del baño y Emmeline la observaba masajeándose las sienes.
- ¿Qué ocurre? –le preguntó en voz baja a su amiga.
- ¡Que tu novio siempre quiere fastidiarme con el baño! –respondió la adolescente, encarándola.
El agua de la ducha se oía correr al otro lado de la puerta y la voz desafinada de Fabian le hizo saber a Marlene que estaba disfrutando de hacer rabiar a la chica. A veces, dudaba de quién era peor.
- Saldrá enseguida –le aseguró, aún sin tenerlo claro. Fabian había cogido el gusto de llevar a esa gritona adolescente al límite y tanto Emmeline como ella estaban hartas de ese juego.
Joselyn bufó de un modo que no lo haría en una de las fiestas de la alta sociedad a las que tanto le había gustado ir en el pasado. Emmeline se acercó un poco más a Marlene, con una disculpa en la mirada.
- Siento que sea un dolor de cabeza.
No era la primera vez que tenían esa conversación durante los últimos días, pero Marlene no la culpaba a ella. Si a ella solo le hubiera quedado una hermana, aunque fuese tan insufrible como Joselyn, también hubiera querido hacer todo lo posible por ella.
Marlene negó con la cabeza.
- Ella es una adolescente. Mi novio, en cambio, no tiene disculpa posible.
Emmeline sonrió un poco y Marlene le apretó el hombro, antes de apartar a Joselyn de la puerta, que seguía aporreando.
- Le sacaré de ahí –le aseguró.
Entonces, sacó la varita y abrió la puerta, introduciéndose dentro. El vaho llenaba la habitación y Fabian seguía cantando con un volumen mucho más alto y chirriante del acostumbrado, muestra de que quería que se le escuchara desde fuera.
Sin dudarlo, abrió de golpe la cortina de la ducha y le encaró, seriamente. Fabian se calló de inmediato y la miró, con el pelo mojado sobre la cara, la barba de varios días, y el cuerpo enjabonado. Al verla, le dedicó una sonrisa centelleante que le provocó un salto en el estómago, aunque mantuvo una expresión serena para no darle el gusto.
- Hola, preciosa –dijo, con un entusiasmo muy elevado.
Llevaba varias semanas con una gran euforia, a cualquier hora y en cualquier circunstancia, y a veces había conseguido ponerla de los nervios. Como ahora.
- ¿Has venido a ducharte, o a mirar? –bromeó Fabian enarcando una ceja con un gesto pícaro.
- ¿Te recuerdo tu edad? Porque dedicarte a enrabietar a una adolescente no te va a convertir en el adulto del mes.
Fabian soltó una carcajada.
- Oye, acabo de volver de ayudar a Frank con la investigación de Grace. Necesitaba una ducha.
- ¿De una hora? –insistió ella.
Fabian le dedicó una sonrisa.
- No me habría tirado una hora aquí, si no hubieras tardado tanto en unirte a mí.
- No voy a meterme en la ducha contigo –le insistió ella, alzando un dedo con advertencia.
Pero su aviso fue inútil porque, con un rápido movimiento, Fabian la agarró de la cintura y la metió, vestida y calzada, bajo la regadera. El grito de Marlene atravesó la puerta y alertó a Emmeline, que llamó a la puerta.
- ¿Está todo bien?
Fabian miró a su novia con travesura, encantado de ver cómo se le marcaban las curvas del cuerpo a través de la túnica empapada. Marlene le devolvió una mirada furibunda, que tuvo poco éxito porque el pelo se le pegaba a la cara y no le daba preciosamente aspecto peligroso.
- Sí –gritó por encima de su hombro-. Que tengo un novio gilipollas.
- Eso no es una novedad –gritó Joselyn, furiosa-. ¡Sácalo de ahí!
Pero, de nuevo, Fabian tenía otros planes y acorraló a Marlene contra la pared.
- Muy desacertado, esto de ducharse vestida –bromeó, tirando hacia arriba de su túnica, tratando de sacársela por la cabeza.
Marlene se resistió.
- Ah no, ahora no.
Fabian no se rindió y acarició las mejillas empapadas de su novia, apartando su pelo de su cara. Se inclinó y la besó con la boca abierta, haciendo que Marlene claudicara en cuestión de segundos.
Cuando los besos de él fueron bajando a lo largo de su mandíbula y su cuello, Marlene no pudo resistirse más a que le quitara la túnica. La euforia de la que no se libraba en los últimos tiempos también era una ventaja en algunos aspectos, por mucho que le costara reconocerlo.
Intentó mantener la voz baja cuando se le escapó una risa por sus caricias, pero no tuvo tan claro si lo había conseguido.
- No podemos monopolizar el baño –le advirtió, entre jadeos, tratando de mantenerse racional.
Fabian sonrió contra su piel.
- Qué impaciente… Me daré prisa.
- ¿Qué? ¡No! –se rió ella sin poder evitarlo-. ¡Nos van a oír!
Marlene se tuvo que sujetar a la pared para evitar resbalar cuando sintió los labios de su novio descender por su estómago. Para probar su punto, Fabian volvió a besarla en la boca y evitar que hiciera más ruido, a lo que ella respondió con entusiasmo esta vez.
Al otro lado de la puerta, Emmeline reconoció perfectamente los gemidos que llegaron hasta ella, y bufó. Sin ganas de escuchar otra sesión sexual más, silenció la habitación y agarró a su hermana del brazo.
- Tendrás que esperar.
- ¡Pero tengo que entrar! –protestó Joselyn.
- ¡Pues te vas a la calle, Jo! –le respondió Emmeline, elevando un poco el tono al sentirse repentinamente exasperada.
- Como puede ver, la última orden ministerial la recibimos la semana pasada y, desde entonces, todo ha estado en orden.
Edgar comprobó los papeles que la encargada de la reserva del Galés Verde le estaba enseñando. Como era bastante conocido entre las altas esferas del Ministerio, no le había costado hacerse con credenciales oficiales, gracias a su hermana Amelia y sus distintos contactos, por lo que habían conseguido entrar sin muchos problemas en la reserva de dragones para inspeccionar la zona y asegurarse de que todo seguía en orden.
- ¿Han reforzado la seguridad? –preguntó.
- En los últimos meses se han incorporado veinte nuevos cuidadores –respondió la mujer de pelo cano y actitud militar-. Todos pasan controles rutinarios y nos aseguramos diariamente de que no están bajo ningún encantamiento ni ha habido ninguna suplantación de identidades. Somos una comunidad pequeña, lo que hace más fácil el control.
Edgar asintió, pensativo.
A su alrededor, todo parecía estar en calma. El grupo se había dispersado para reconocer la zona, pero todos permanecían a la vista, por si acaso. El galés verde era, probablemente, la especie más inofensiva de los dragones y no buscaban conflictos con los seres humanos si no eran previamente provocados, pero nunca se sabía.
A esas horas, solo dos ejemplares estaban despiertos y a la vista. Uno de ellos miraba con curiosidad al grupo, pero trataba de mantenerse a distancia. El otro, una hembra, según había escuchado decir a Gisele, tenía la mirada más esquiva. La presencia de varios huevos de color marrón terroso moteados de verde a sus pies, le indicó el motivo de su desconfianza.
- Ha habido avistamientos de mortífagos en la zona –advirtió a la mujer, a la que conocía brevemente de otras ocasiones-. Deberíais reforzar más la seguridad, por si acaso.
Ella frunció el ceño, lo que ocasionó más arrugas a su envejecido rostro.
- ¿Cree que es probable que intenten adueñarse de alguno de nuestros dragones, señor Bones?
- Yo no les dejaría desprotegidos. No es la especie más peligrosa y no suelen buscar enfrentamientos con los humanos, pero, en malas manos…
- Conozco a estas criaturas mejor que a mí misma –insistió la mujer, que llevaba el pelo blanco recogido a la nuca-. Son dragones y, por tanto, imprevisibles. No trata con una joven ingenua e idealista.
Edgar sonrió, apaciguador.
- No lo dudo. Solo queríamos pasarnos para asegurarnos que toda la reserva está bajo control y advertirle de la situación. Estoy seguro de que usted sabrá controlar muy bien a su gente.
- Le agradezco su preocupación –coincidió ella, caminando hacia la salida como una sutil invitación a que sus invitados se marcharan cuanto antes-. Estaremos alerta ante cualquier comportamiento inusual.
Edgar no se hizo de rogar y, con un silbido, convocó al grupo. Después se giró para despedirse.
- Gracias por su hospitalidad. Ya le he mostrado cómo ponerse en contacto con nosotros si precisan ayuda. Estaremos un par de días más en Gales antes de continuar hacia el norte.
La encargada de la reserva asintió y se cuadró firme, a la espera de que se marcharan.
Cuando emprendieron camino a la salida, Edgar compartió una mirada con Caradoc que, a su vez, le señaló sutilmente a Gisele. Pese a su reticencia, Edgar acabó suspirando.
- ¿Y bien? ¿Has visto algo inquietante? –le preguntó sin nombrarla.
Ella parecía haber estado esperando su pregunta, porque empezó a relatar todos los detalles que había percibido en su inspección de la reserva, desde la morfología del lugar, la actitud de los dragones y las medidas de seguridad.
- Han construido la reserva cuidando respetar el ambiente natural, pero teniendo en cuenta la seguridad –concluyó, con un toque de aprobación-. No influyen en su hábitat, pero parece que están controlándolos de cerca. En la pizarra junto a la caseta de salida se puede ver un recuento exhaustivo del número de dragones, de huevos y su estado de salud.
Gisele continuaba caminando, mirando al frente, mientras resumía todo lo que había apreciado en su inspección. Sus ojos le brillaban y una pequeña sonrisa de satisfacción asomaba por sus labios.
- Estás en tu elemento –dijo Sturgis al ver la emoción con la que hablaba Gisele.
Edgar no pudo menos que estar de acuerdo en silencio. Trabajar con dragones siempre había sido que el sueño de su nuera, desde que él la conoció, cuando apenas era una niña. Probablemente, si sus padres no hubieran sido asesinados, ese sería el camino que habría escogido. Pero lo fueron, y ella priorizó la Orden y también a Anthony.
Edgar siempre había dudado de si Gisele se habría casado con su hijo como un modo de escapar del dolor y la soledad que le supuso la muerte de sus padres, lo que le generaba sentimientos encontrados. Quería a esa chica, se preocupaba por ella, pero odiaba pensar que había usado a su hijo, incluso aunque no lo hubiera hecho a propósito.
Tony había estado loco por ella desde que la conoció, pero Gisele había sido siempre más distante, más independiente. Su actitud cambió radicalmente cuando murieron sus padres y se vio sola, pero él creía que, por dentro, seguía siendo la misma chica aventurera. Quería a Tony, estaba seguro de ello. Pero no tenía claro si le importaba tanto como a él y temía si, por eso, estaba tan dispuesta a arriesgar su vida en ese tratamiento experimental que se empeñaba en que tenían que probar con él.
Sin hacer caso a la conversación, metió la mano en su bolsillo y miró el espejo del tamaño de su palma que tenía ahí escondido. Estaba inmóvil y en silencio, como había estado desde que partieron de Londres. Si hubiera ocurrido algo con su hijo, Regina le habría alertado.
- Bien –exclamó, interrumpiendo la animada conversación-. Pues parece que está todo en orden en la reserva. Creo que lo mejor será revisar los terrenos cercanos que figuraban como intento de compras y colocar encantamientos protectores y para repeler a los humanos.
- Buena idea –aprobó Caradoc.
Cerca de él, Gis asintió con la cabeza, pero no dijo palabra ni volvió a mirarle. Edgar lo agradeció.
Pasaron un par de días, durante los cuales todo se desarrolló a tiempos desiguales. La investigación por el asesinato de Elena iba arrojando muy pocos datos, al menos oficialmente. De forma extraoficial, Frank sí había encontrado alguna referencia que, efectivamente, llevaba a Francia, por lo que informó a la Orden del Fénix de inmediato.
Mientras la investigación oficial tomaba otros derroteros, Albus Dumbledore movilizó a su gente para tratar de controlar la situación.
Esa tarde había mantenido una reunión a distancia con sus contactos en París, los cuales le confirmaron la desactivación de parte del movimiento de apoyo a Saloth, tras el asesinato de este. Los nobles franceses habían perdido a su líder y nadie parecía dispuesto a dar un paso al frente de forma pública para ayudar a extender las ideas de Voldemort en el extranjero. Era una buena noticia, pero no le aclaraba si la identidad de su espía se había visto comprometida, ahora que todos estaban tan nerviosos por desvincularse del caballo perdedor.
Por ello, había convocado a parte de la Orden esa tarde a una reunión de urgencia. Entró en el cuartel poco antes de la hora acordada, donde encontró a Marlene McKinnon acompañada de los gemelos Prewett.
- Buenas tardes, muchachos –les saludó, mostrando una afable sonrisa.
El grupo farfulló y se pusieron en pie. Parecían cansados. Habían ayudado en las sombras a Frank a investigar sin resuello y debían estarlo.
- Alice llegará enseguida, señor –le informó la joven Marlene-. Ha mandado una lechuza diciendo que se retrasarían.
- Estupendo –asintió el anciano, apartándose las mangas de la túnica. Se acercó a ellos y se sirvió un vaso de agua de una jarra que había de una cómoda en la esquina de la habitación-. ¿Cómo va todo con la joven Joselyn?
Fabian soltó una risotada, ganándose una mirada de censura de su novia. Gideon se removió en la silla, aguantándose la risa para no incitar más a su hermano.
Marlene suspiró.
- Es difícil, pero solo es una niña. Echa de menos a sus padres, su antigua vida… Ella y Emmeline no se llevan muy bien, aunque Eline lo está intentando. No sé cuánto tiempo aguantaremos con esa situación.
- Solo un poco más –la reconfortó Dumbledore-. Esto era un arreglo provisional, pero no podemos tener a esa chiquilla rondando entre nosotros. Ya sé qué haremos con ella.
Marlene le miró desconfiada.
- Eline no permitiría dejarla desamparada –le advirtió.
Dumbledore la miró con los ojos bien abiertos.
- Lejos de mi intención. No te preocupes, Joselyn estará bien, cómoda y vigilada. Te lo aseguro. Hablaré con Emmeline y con ella más tarde, cuando haya cerrado todo.
Marlene no acababa de entender a lo que se refería, pero, cuando abrió la boca para preguntar, la puerta volvió a sonar. Era Alice, quien venía acompañada de Sirius y James. Ambos se habían reincorporado a la Orden en los últimos días. James seguía curándose aún de las últimas cicatrices que le habían quedado de su secuestro, y Sirius permanecía con una actitud seria y distante. Pero ambos se habían puesto a disposición de Dumbledore sin dudarlo cuando la situación se complicó.
- Bien, ya estamos todos –dijo el anciano cuando les vio llegar.
Alice llevaba consigo la documentación que le había dado su marido, quien no había podido escaparse a la reunión, así que fue la que se sentó a su derecha cuando todos ocuparon su lugar en la mesa.
Rápidamente, les puso al día de lo que había averiguado Frank.
- El día antes de que la mataran, la chica accedió a una sala restringida del Departamento de Cooperación Mágica Internacional–finalizó Alice.
- Trabajaba en el departamento –recordó Dumbledore-. ¿Se saltó algún control?
- No, ella tenía permiso –apuntó Alice-. Pero llevaba días sin ir al trabajo, supuestamente enferma. Ese día tampoco se había reportado pero los registros no mienten, accedió al Ministerio. Accedió a la sala con permiso, pero sin motivos. Pero no sabemos qué vio ni si llegó a contactar con alguien. Las huellas están borradas.
Dumbledore frunció el ceño.
- Muy conveniente.
- Demasiado –coincidió la aurora-. La cuestión es que, más allá de ser un comportamiento errático, no hay pruebas que respalden nada. La línea de investigación está muerta.
- ¿Pero…? –insistió el anciano.
Alice recogió los papeles y miró a los Prewett, alzando las cejas. Gideon asintió, tomando la palabra.
- Hablamos con sus vecinos. Pese a que la mayoría no la conoce, hay algunos que la recuerdan. Dicen que era una chica seria, formal y con una rutina muy establecida. Pero que, en las últimas semanas, dejó de aparecer por los horarios habituales y que las pocas veces que la han visto, estaba desmejorada y desorientada. No parecía la misma.
- Justo coincide con su regreso de París –comentó Marlene, en tono lúgubre.
Fabian chasqueó los dedos para darle la razón, pero su hermano le dio un codazo y este se volvió a recostar en el asiento, dejándole continuar. Dumbledore observó la interacción extrañado. Fabian solía ser el más responsable y Gideon el más relajado, era extraño ese intercambio de roles. Sin embargo, este último volvió a hablar y le hizo volver a centrarse en la conversación.
- Parece que, sea lo que sea, ese último viaje le afectó mucho.
- ¿Sabemos fijo si está directamente relacionado con lo de que Grace le pidió?
- Su novio cree que sí –interrumpió James. A su lado, Sirius frunció el ceño, pero permaneció callado-. Dice que aquello le afectó de un modo especial. Eran personas que conocía, con las que había tratado. Saberlas en contacto con los mortífagos le hizo sentir insegura y asustada.
- Pero no hemos encontrado pruebas concluyentes de que alguno de ellos tuviera que ver con su asesinato –repuso Alice, apesadumbrada.
- Solo tenemos dos pistas –insistió Marlene-. La carta que le envió a Grace el día anterior y la declaración de una vecina un poco desequilibrada que asegura que ese mismo día la vio hablar con un desconocido al que no vio el rostro y que tenía acento francés.
- Acento francés –murmuró Dumbledore, pensativo.
Fabian se encogió de hombros.
- La señora tenía aspecto de estar senil y de no hilar bien pensamientos, pero, ¿cuántas posibilidades hay de que coincida algo así? –preguntó, con una mueca sarcástica.
Ciertamente, muy pocas. Todos lo sabían. Pero eso apenas limitaba la búsqueda. Dumbledore lo consideró en silencio durante unos instantes.
- Hay que investigar a todo el entorno que estuvo en París ese fin de semana –concluyó-. Alguno debió venir, o debió mandar a alguien. No es casual. Necesitamos saber si Elena se puso en riesgo por un traspiés o si han llegado a averiguar la identidad de Grace. Mientras, ella tiene que seguir controlada.
Marlene compartió una mirada con James, ambos sabedores de que la peor parte se la estaba llevando Lily, al tener que tenerla constantemente vigilada. Sirius continuó mirando a Dumbledore, muy serio.
- Podemos ir nosotros. Fin de semana en París –bromeó Fabian, dándole un codazo a su hermano, que sonrió a pesar de la mirada de censura de Alice.
La aurora los ignoró y habló directamente con Dumbledore.
- Puedo ir yo. Frank tiene que seguir guardando las apariencias, pero yo podré moverme con facilidad y regresaré el lunes con todo lo que pueda averiguar.
- ¿Te puedes librar de la salvaguarda de los Crouch? –le preguntó Dumbledore, también ignorando a los gemelos.
Alice sonrió.
- Seguro que usted puede convencer a Moody.
Dumbledore lanzó una pequeña risa ante el descaro de una de sus cómplices más queridas.
- Yo te acompañaré –propuso James, solícito y deseando volver a estar en activo.
- No, lo haré yo –le interrumpió Sirius, hablando por primera vez y mirando seriamente a su mejor amigo.
James enarcó una ceja.
- ¿No te fías de mí? –preguntó con burla.
- No me fío de tu francés –puntualizó Sirius, rodando los ojos.
Fabian y Gideon aguantaron la risa, lo que les hizo ganarse una mirada furibunda del joven Potter. Dumbledore observó el intercambio con parsimonia.
- Preferiría que descansaras, James –le dijo, observando aún marcas de su pasada aventura en su rostro. El joven fue a protestar, pero Dumbledore levantó una mano con calma-. Además, prefiero tenerte por aquí. Aún no sabemos lo que saben de Grace ni si intentarán acceder a ella. Los encargados de la seguridad de ese edificio te conocen, no se extrañarán que pases por allí para vigilar. Me sentiría más tranquilo si tú estás con ellas.
Aunque todos sabían que esa tarea también podrían haberla hecho Sirius o Marlene, también habituales en el piso de Grace y Lily, callaron. El propio James estuvo conforme cuando pensó en el riesgo que podría correr su novia.
- Es una lástima que Caradoc esté fuera, con el equipo de Edgar. Nos habría venido bien su francés fluido y sus contactos en París, pero seguro que tú nos serás de ayuda, Sirius –compuso Dumbledore, asintiendo con aprobación en su dirección.
Alice miró seriamente a Sirius, con el que tuvo una charla silenciosa que solo comprendieron entre ellos. Sirius había regresado al día siguiente del ultimátum de Alice y había estado eficiente, aunque esquivo. Ella no tenía claro de si su discurso había tenido más peso para su vuelta o si lo ocurrido a la amiga de Grace había sido decisivo, porque todo se solapó en el tiempo. Pero necesitaba que él estuviera centrado y con las emociones controladas, si iba a acompañarla.
A su pesar, había recibido una formación muy clásica en su familia, por lo que hablaba un francés bastante fluido. Sin duda, mejor que el suyo e incomparable al de James. Sería de ayuda si ya estaba listo. Su mirada decidida le hizo creer que así era y, en silencio, le dejó claro que confiaba en él y no aceptaría ningún fallo.
- Sirius y yo partiremos mañana a primera hora –aseguró a Dumbledore, esperando su aprobación.
Tras obtener un asentimiento, los demás dieron por terminada la reunión.
- Necesito pedirte un favor, Alice –repuso Dumbledore, llevándola aparte.
Sirius les miró, pero una mirada de su madrina hizo que no les siguiera. Había vuelto con más rabia que ganas, pero ese tema era demasiado personal para él. Grace estaba en peligro, lo que le ponía alerta y le quitaba las ganas de jugar o compadrear.
Así que no recibió con mucho agrado la palmada en la espalda (con un poco más de fuerza de la deseada) que le dio Fabian.
- Así que has regresado, Black –bromeó, de buen humor.
- Cual caballero de brillante armadura –añadió Gideon, claramente divertido.
Sirius les miró seriamente, pero no dijo nada. James, que conocía a su mejor amigo como nadie, le pasó un brazo por los hombros y le apartó sutilmente.
- En el fondo, mi colega no quería perderse un fin de semana en París.
- Nos ha quitado la oportunidad de una buena juerga a la francesa –bromeó Fabian de nuevo, ganándose un codazo de su novia.
Sirius frunció el ceño.
- No es un juego, Grace podría estar en peligro –masculló, apenas manteniendo la paciencia.
Gideon sí percibió su actitud, así que levantó las manos.
- Era broma, amigo. Sabes que podéis contar con nosotros. Nunca pondríamos a la rubia en peligro.
Fabian rodó los ojos, divertido, y fue a abrir la boca, cuando Marlene le apartó.
- Vámonos –farfulló, temiendo su siguiente comentario. Le arrastró hacia la puerta, mientras los demás la oyeron reprocharle-. Te juro que no sé qué te pasa. Últimamente, no te reconozco.
Gideon observó a su hermano marcharse, pero no le dio importancia.
- Está en modo celebra la vida desde que evitaste que tu prima le friera el cerebro –le dijo a Sirius-. No se lo tengas en cuenta.
Él no tenía muchas ganas de ser comprensivo con las gilipolleces de nadie, y estuvo a punto de decírselo, pero el regreso de Alice le interrumpió. Parecía haber empeorado su humor tras la conversación privada con Dumbledore.
- ¿Ha pasado algo? –le preguntó James.
Alice bufó.
- Un contratiempo sin importancia. Nos toca hacer de niñeras.
Un rato después, James acudió al apartamento de las chicas, donde se acabó apiadando de Grace. Habían pasado demasiados días y estaba desesperada por ver a Marco y hablar con él. Le estaba carcomiendo la culpa y la incertidumbre de imaginar cómo estaba, pero no haber podido dar la cara le comenzaba a afectar directamente a la salud.
- Tiene que haber un modo de permitírselo –le había dicho Lily a su novio, totalmente sobrecogida-. Es una tortura tenerla tantos días así. Al menos, que hable con él.
- Dumbledore ha insistido en que tiene que estar vigilada y a salvo –insistió él, indeciso, mirando cómo su amiga se paseaba de lejos.
Acabaría arrancándose el pelo por la pura desesperación.
- Pues acompáñala tú –propuso Lily-. Ida y vuelta. Al menos que dé la cara. Se siente una cobarde y eso sí que tiene solución.
- No tienes ni idea de cómo está –le advirtió él, que sí había visto al italiano-. No será comprensivo. Esto no va a acabar bien.
Había hablado con él el día siguiente del asesinato, por orden de Frank. Nunca había tratado mucho con el joven italiano, pero era capaz de reconocer a un hombre destrozado cuando lo veía. Parecía tener una máscara encima de su expresión, seria, furiosa y contenida. Era fácil para él empatizar con ese sufrimiento porque hacía poco que había pensado que perdería a Lily, así que pudo imaginar el odio que latía en su interior hacia todo el mundo.
Trató de mostrárselo a su novia crudamente. Grace no encontraría a un amigo en él en ese momento. Para él, ella era la causante de la muerte de su novia. Lo tenía claro, se lo había visto en su mirada cuando le relató que Grace había desoído sus peticiones de no involucrar a Elena en sus misiones. Y no creía que hubiera nada que le hiciera cambiar de opinión.
Lily suspiró, imaginándoselo. Ella conocía más a Marco. No era impulsivo, ni le consideraba rencoroso, pero acababa de tener la peor pérdida del mundo. Ella tampoco creía que fuera a ser una experiencia agradable para Grace, pero esta tenía que afrontarla. No estaba en su naturaleza ser esquiva con las adversidades y esa sensación de cobardía la estaba afectando mucho.
- Llévala –insistió, con firmeza.
James suspiró, y se rindió.
Una hora después, tanto él como Grace salieron del edifico bajo la atenta mirada de los vigilantes, que solo lo permitieron porque James tenía la acreditación oficial del Ministerio que le había dado Frank.
En apenas unos minutos, entraron en el edificio en el que Marco vivía.
- Te esperaré aquí –le dijo suavemente a su amiga, cuando llegaron al pasillo donde se encontraba el piso.
Ella asintió, en silencio. Apenas había hablado desde que habían salido de su casa y ahora sentía un nudo en la garganta. Pero cuadró los hombros y se armó de valentía. Tenía que afrontar lo que había pasado. Esconderse no era una opción. Si lo hacía, Elena no dejaría de estar muerta y ella se convertiría en una cobarde.
Le tembló la mano cuando llamó a la puerta, pero no dudó. Los pasos que se escucharon al otro lado sonaban arrastrados y sin vida. El corazón se le apretó y luchó por mantenerse serena. Ella no tenía derecho a sentirse mal. Marco ya estaba sufriendo por los dos. Se lo repitió como un mantra y aguantó la respiración cuando le escuchó descorrer el pestillo.
Apenas le reconoció cuando abrió la puerta. Su pelo estaba revuelto, tenía unas ojeras que le recorrían media cara, se veía pálido y llevaba varios días sin afeitarse. No era su encantador amigo. Nada de su chispa, ni de su sonrisa pícara, ni su mirada preocupada cuando creía que estaba cometiendo una locura.
A cambio, la miró con dureza cuando la reconoció.
- ¿Qué haces aquí? –gruñó, con voz pastosa, producto de llevar días sin hablar en voz alta.
Grace boqueó, sorprendida. ¿Pero, por qué se sorprendía? Su novia acababa de morir, era lógico que estuviera mal. Se recordó que había ido a dar la cara y que tenía que afrontar su desprecio con valentía. Le debía eso.
- He estado días tratando de venir –trató de explicarle-. Marco, yo lo s…
- Ni se te ocurra decirlo –la interrumpió él, alzando la mano.
Por un segundo, Grace pensó que iba a golpearla, pero solo había levantado un dedo, enfatizando el silencio que le pedía.
- Por favor, solo quiero…
- No –insistió él, sin dejarle hablar-. Ni me hables.
Grace pensó si le cerraría la puerta en las narices, pero Marco parecía tener algo que decir. Las aletas de su nariz temblaban con fuerza.
- Solo te pedí una cosa –la recordó, con voz rota-. Una-sola-cosa. Que no la involucraras. La quería viva. La necesitaba viva.
Su voz se rompió al decir lo último y Grace dio un paso, destrozada. Le había visto cambiar del chico despreocupado que había sido a enamorarse de esa alocada chica que había conocido. Ella misma los había presentado, un año antes. La culpable de unirlos y de separarlos. Debía ser un monstruo a sus ojos.
Luchó contra las lágrimas. No podía llorar. Eso era derecho pleno de Marco.
- Si hubiera sabido…
- ¡Sabes perfectamente que, donde estás metida, es una bomba de relojería! –gritó él, furioso. Alargó un brazo y la zarandeó, furioso. Grace vio por el rabillo del ojo que James dio un paso adelante, pero extendió el brazo para pedirle que se detuviera. Marco ni siquiera se percató de su presencial-. Lo que no pensé es que jugaras con la vida de ella, en vez de con la tuya.
La soltó con gesto asqueado y Grace se envalentonó, dando un paso hacia él.
- No creí que la estuviera poniendo en riesgo –insistió ella, aunque sabía que hablaba con una pared-. Su papel fue ínfimo, te lo juro. No sé… Pero te juro que averiguaré qué ha salido mal y…
Marco negó con la cabeza, y la miró con tal vacío que se estremeció. Era casi peor eso que si la hubiera seguido gritando.
- ¿Sabes? –dijo, al cabo de unos segundos de reflexión-. Cuando te conocí, en Hogwarts, pensé que eras una chica llena de vida. Ahora, cuando te miro, solo puedo pensar en la muerte.
Aquello dolió más que un golpe. Hubiera preferido el golpe.
- Marco…
- Márchate, Grace –le ordenó el joven. Su mirada esta vez fue definitiva, su respiración se estaba acelerando de nuevo-. Non voglio vederti di nuovo nella mia vita.
Si estaba hablando de nuevo en italiano, era porque estaba perdiendo la calma. Grace se lo vio en los ojos y trató de llegar a él, como antaño.
- Por favor –le suplicó ella, una vez más.
Y todo lo que recibió fue un portazo en la cara. Jamás olvidaría la expresión de él la última vez que la miró. La perseguiría en sueños el resto de su vida. Grace se apoyó en el marco, con ganas de ir tras él, pero sin fuerzas de insistir. Él tenía razón. Todo lo que tocaba, lo destruía. Había matado a Elena y a él y le había robado la vida. Se merecía vivir con su desprecio.
No supo cuánto tiempo pasó antes de que sintiera los brazos de James atraerla hacia él.
- Vámonos, anda –le dijo su amigo, con voz pausada.
Ella se dejó llevar sin oponer resistencia. Recorrió sin fuerzas el pasillo por el que tanto había caminado cuando iba a ver a sus amigos, llenos de recuerdos de fiesta, amistad y jolgorio. Nunca imaginó que la última vez que lo atravesara fuera entre el dolor y el odio.
En el camino de vuelta a su casa, Grace acabó de derrumbarse. Lily se lo había avisado, pero aun así James no estaba preparado para lidiar él con su reacción. Su amiga no era como su novia, no revelaba sus sentimientos tan a la ligera y era difícil saber cómo consolarla. Él, desde luego, no era un experto. Había aprendido a tratar a Lily, con sus fallos y errores, pero con Grace se sentía impotente. Afortunadamente, se le ocurrió una idea cuando emprendieron el camino de vuelta.
Grace estaba catatónica. No había derramado ni una lágrima, pero estaba ausente y destruida. La culpabilidad y la pena la embargaban, estaba escritas en cada centímetro de su rostro. Se dejaba llevar por él como una marioneta y ni siquiera cambió el gesto cuando se desaparecieron.
También la costó reaccionar cuando, frente a ellos, apareció una inmensa y brillante moto, montada por un atractivo chico vestido con ropa muggle.
Grace le miró, parpadeando, y tardó en reconocerle.
- ¿Sirius? –preguntó en voz baja.
James, que la había escuchado, sonrió levemente y se dirigió a su mejor amigo.
- Gracias por venir tan pronto.
Grace miró confusa a uno y a otro. ¿Cuándo había avisado James a Sirius? Ni siquiera había sido consciente de ello. Sirius la miró con preocupación y se bajó de la moto.
- Si quieres, adelántate tú, Jimmy –le propuso a su mejor amigo-. Yo la llevaré en un rato a casa.
Ella aún no había dicho ninguna palabra, pero tampoco trató de detener a James cuando este la empujó levemente hacia Sirius y giró por la esquina, en dirección a su piso. Sin dejar de mirar a Sirius, vio que él la evaluaba con detenimiento mientras se acercaba a ella. Parecía medir sus movimientos con cautela.
- Imagino que Marco no ha reaccionado bien –dijo, finalmente.
No le preguntó cómo estaba, entre ellos era innecesario. Y Grace se percató de que era la primera vez en su vida que se dirigía a Marco por su nombre y con respeto. Hasta entonces, la burla siempre estaba implícita en su voz cuando hablaba de él, nombrándole fetuchini.
Sirius se detuvo finalmente a solo un palmo de distancia y Grace le miró a los ojos.
- Me odia –dijo con voz rota.
Sirius negó con la cabeza.
- No. No lo hace. Solo está dolido y lo paga contigo. Pero sabe que no es tu culpa. En el fondo, lo sabe.
Grace tuvo que hacer grandes esfuerzos para no ponerse a llorar por la dulzura con la que le estaba hablando. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de la falta que le había hecho.
- ¿Cómo lo sabes? –preguntó, tragándose el nudo que se le estaba formando en la garganta.
Sirius la miró. Tenía las ojeras marcadas y se veía pálida por los días de encierro y la falta de sueño. El pelo no estaba tan lustroso como era habitual y los labios los tenía cuarteados. Seguro que ni siquiera se había hidratado como debía. Pero los ojos le brillaban por las lágrimas contenidas y tuvo que respirar un par de veces por cómo le afectó su mirada, incluso en ese momento.
- Lo sé, porque yo reaccionaría igual si te perdiera a ti –le dijo. Alzó la mano con cautela y le acarició la mejilla con la punta de los dedos-. Me sentiría destruido. Y cargaría contra todo el que creyera culpable de ello, incluso aunque supiera que estaría siendo injusto. El dolor a veces es así. Perder a la persona a la que quieres te convierte en alguien de quien puedes no estar orgulloso. Pero en el fondo, él sabe que no es tu culpa.
Escucharle hablar con tanta calma de lo que le supondría perderla, fue lo que acabó rompiendo a Grace. Apoyó la mejilla contra la palma de su mano y cerró los ojos, dejando escapar las lágrimas contenidas.
- Sssshhh… No te preocupes.
Sirius se apresuró a estrecharla en sus brazos y ambos se abrazaron con fuerza.
El tiempo se congeló mientras se mantenían unidos, atrapados por el calor de sus brazos y sus cuerpos, con la cara de Grace cobijada en el cuello de Sirius y las manos de él acariciándole la espalda y el pelo. Nunca había sido tan tierno con ella, nunca lo había necesitado de ese modo hasta entonces.
El mundo siguió girando a su alrededor. La gente caminaba por las aceras, pasando por su lado, y los coches y autobuses continuaron circulando. La tarde caía sobre Londres y el viento se hizo más intenso, cuando Grace finalmente se separó de él, secándose las mejillas.
- Te he mojado la chaqueta –murmuró, pasando los dedos por el cuero que cubría su hombro.
Sirius se encogió de hombros y le secó las pestañas con el dedo pulgar.
- ¿Quieres dar un paseo?
Hasta que lo dijo, Grace no recordó la imponente motocicleta con la que le había visto llegar. Miró detrás de él, fascinada.
- ¿Conseguiste arreglarla?
Sirius la abrazó por los hombros para instarla a moverse con él. Cuando llegaron junto a la moto, aparcada en un costado de la acera, le cogió la mano y la posó en el manillar. Grace acarició la estructura de metal con suavidad, pasando los dedos por el suave cuero restaurado del asiento.
- No ha sido fácil, pero ya puedo abrir mi propio taller –comentó él con picardía.
La broma consiguió sacarle una sonrisa. Le miró, infinitamente agradecida por el alivio que suponía su presencia.
- Me encantaría dar una vuelta –le respondió a su pregunta inicial.
Sirius compuso una de sus sonrisas más encantadoras y se montó, haciéndole hueco para que ella montara justo detrás de él. El motor sonó fuerte y limpio cuando arrancó y Grace sintió un movimiento brusco cuando él quitó el caballete que sujetaba ésta al suelo.
Sirius miró por encima de su hombro y, con una sonrisa genuina, le añadió:
- Y también vuela, claro.
Su risa se fundió con el jadeo de sorpresa de Grace al tener que agarrarse con fuerza a él mientras aceleraba.
Pronto estuvieron corriendo por las calles de Londres, a una velocidad mayor de la permitida, y sorteando coches y autobuses. Grace enrolló con fuerza los brazos alrededor de su torso y apoyó la cara en su espalda para librarse del viento que azotaba su pelo contra su cara. Era la primera vez que montaba en moto y sentía una mezcla de ingravidez y euforia por la sensación de libertad.
Las caras de los transeúntes se desdibujaban por la velocidad y el ruido del motor lo cubría todo. Cuando se detuvieron brevemente en un semáforo, Grace se encontró con la mirada de un grupo de chicas muggles de su edad que les miraban admiradas. Se imaginaba la imagen que transmitía Sirius, él, que con su presencia solía alborotar sin necesitar nada más, unido a esa imponente moto. Y les sonrió con complicidad porque ella también se sentiría igual de fascinada.
Cuando llegaron a las afueras, Sirius tomó una carretera secundaria y, una vez solos, apretó un botón y se elevaron por el aire. Grace jadeó, agarrándose con más fuerza a él y mirando maravillada cómo iban separándose cada vez más del suelo.
- Es mejor que montar en escoba, ¿verdad? –le gritó Sirius, por encima del ruido del motor.
Ella se rio.
- Eso es discutible –le contestó al oído, esforzándose por hacerse oír.
El ruido era bastante molesto, sin duda una escoba no tenía ese inconveniente. Pero Sirius tampoco era de los que pasaba de puntillas y en silencio por la vida.
La risa de él sonó como un ladrido por encima del motor y aceleró en el aire, metiéndolos en las nubes. La sensación era húmeda y fría, pero Grace ya la conocía tras haberla experimentado mil veces con la escoba. La fuerza del motor entre sus piernas hacía la experiencia diferente, vivirlo abrazada a él lo convertía en algo especial.
De repente, se dio cuenta de que estaba en paz. Era una sensación que casi había olvidado durante esos días de agitación. No había olvidado lo de Elena, nunca lo haría. Pero la presencia de Sirius, su locura y sus aventuras, eran un bálsamo que la distraían. Pasó sus dedos por su nuca, apartando varios mechones de su cuello mientras su mirada se perdía por el horizonte, y le sintió estremecerse y le vio apretar el manillar, lo que la hizo sonreír.
- Gracias por venir –le gritó al oído, apoyando la barbilla en su hombro.
Sirius se giró brevemente, sin sorprenderse de encontrarla tan cerca. Su sonrisa esta vez fue triste, comprensiva.
- Tú has venido cuando te he necesitado.
Habían pasado muchas cosas en muy poco tiempo. Muchas tragedias, mucho dolor. Y sí, irónicamente, tras tantas vueltas, habían estado el uno para el otro en el peor momento.
- Bueno, es lo que hacemos –suspiró, apoyándose más contra su espalda-. Fallarnos miserablemente, complicar muchos las cosas, y estar para el otro en los momentos más graves.
Sirius profirió una risa seca.
- Al final Lily tendrá razón con que tenemos que trabajar en nuestra toxicidad.
Grace sonrió, recordando las charlas de su mejor amiga.
- Lily siempre tiene razón en todo –repuso.
No hablaron mucho más durante ese paseo. La situación no era proclive y ninguno tenía demasiadas ganas. Pero no querían separarse y, afortunadamente, fue Grace quien lo dijo en voz alta. Cuando le pidió que la llevara a su apartamento, Sirius sonrió y emprendió el rumbo, sin decir nada más.
Este estaba diferente a la última vez que Grace le había visitado, cuando él aún estaba recluido tras la muerte de Regulus.
Cuando entraron, él se quitó la chaqueta y la tiró con desorden al sofá, aunque el lugar tenía un mejor aspecto. Grace miró alrededor, recordando el suelo lleno de papeles de periódico, los platos y vasos sin limpiar, las botellas vacías esparcidas por el piso y la aceitosa moto en medio del salón.
- Me alegro de que hayas limpiado.
- Tenías razón –le dijo él, ofreciéndole una bebida que ella rechazó-. Tenía que espabilarme.
Grace se sentó en el sofá y le miró mientras daba un buen trago a la cerveza de mantequilla que acababa de abrir.
- ¿Vas a volver a la Orden? –le preguntó.
- Ya he vuelto –le informó Sirius-. Mañana me voy a París con Alice –Grace abrió la boca, sorprendida y preocupada. Era por su investigación, no podía ser por otra cosa. La última vez que alguien se vio involucrado en ello, murió. Sirius vio su expresión y sonrió con confianza-. Tendremos cuidado, te lo prometo. Solo echar un vistazo.
Grace se planteó protestar, pero imaginó que todo partía de órdenes de Dumbledore y era inútil. Sin embargo, sí le preguntó otra cosa.
- ¿Has vuelto por mí? ¿A raíz de esto?
Sirius lo pensó antes de contestar.
- No. Ya había decidido volver antes –dijo, finalmente-. Es cierto protegerte a ti ha sido un aliciente. Pero no voy a mentirte. He decidido volver por mí, porque no quiero ser alguien que deje a mis amigos tirados y se oculte en su dolor. Regulus no está y ya no podré reparar cómo actué con él. Pero puedo convertirme en alguien de quien en el futuro pueda estar más orgulloso.
Grace sonrió.
- Me alegro de que quieras ser esa persona. Y de que me cuentes la verdad.
Podría haber utilizado aquello para ablandarla. Le habría funcionado, se sentía vulnerable. Pero la había respetado lo suficiente como para tratarla con sinceridad. Sirius le sonrió también, comprendiéndola. Había llegado a madurar lo suficiente como para saber que ganaría más si la trataba con respeto, sinceridad e igualdad, que si intentaba dar la imagen de caballero andante. De todas formas, nunca se había sentido cómodo con esa pose.
- Quiero contarte siempre la verdad –le dijo-. La cagué esa noche que traté…
- Ahora no –le detuvo ella, poniéndole un dedo en la boca. No quería recordar esa noche, cómo él le dijo que no había habido otra y ella se encontró la prueba de lo contrario en ese mismo sofá-. Han pasado demasiadas cosas y creo que ambos hemos aprendido de aquello.
Sirius asintió, en silencio. Abrió la boca varias veces para decir algo, pero, o todo lo que se le ocurría era asquerosamente cursi, o no conseguía encontrar mejores palabras.
Quería decirle que la quería, y quería decírselo en ese momento porque al día siguiente se iría y, con tanta muerte alrededor, empezaba a pensar que les rondaba. Pero eso sería un modo de presión que ella no aceptaría y él tampoco se sentía cómodo llevando el tema por ese lado. Ella ya conocía sus sentimientos, y él también los de ella. Era la confianza lo que había que reparar.
Ella había dicho que habían aprendido de aquello, ¿significaría un avance? La miró. Ella se había relajado contra él, pasando los dedos con parsimonia por el dorso de su mano y su brazo. Era lo máximo que le había tocado desde hacía tiempo. Se había asegurado de estar ahí para él desde que Regulus había muerto, pero apenas se habían tocado. Era un terreno movedizo. Pero ese día le había tocado mucho, de hecho. Desde que se habían abrazado en la calle, un muro había caído entre ellos.
Volvió a mirarla, su expresión tranquila y su cabeza apoyada en su hombro. Abrió de nuevo la boca, pero nada salió. Grace alzó la mirada y le sonrió, con esos labios finos estirados en su pequeña boca. La habría besado en ese momento; lo pensó, de hecho. Pero, tras hacer el amago, se detuvo.
Grace, que captó perfectamente sus movimientos, alzó la mano para acariciarle la nuca y fue ella quien se acercó para besarle. Él respondió, adaptándose a su ritmo suave y acariciándole la espalda con cariño.
Así pasaron una hora, relajados en el sofá, abrazados, besándose esporádicamente y contemplando en silencio la puesta de sol a través de la ventana. No tenía grandes vistas, pero se apreciaba un buen trozo de cielo que, encapotado por las nubes, mostraba diferentes tonalidades que se iban apagando.
- Marco nunca me perdonará –murmuró Grace con pena y resignación, apoyada en el pecho de Sirius.
Él, entretenido en acariciarle los brazos, suspiró.
- No ha sido culpa tuya, Grace. Estas cosas pasan. Estamos en guerra.
Ella lo sabía, pero también sabía que era responsable de lo que le había ocurrido a Elena. Eso nunca abandonaría su conciencia.
- No le habría pasado nada si no la hubiera involucrado. Marco tiene razón, es culpa mía. Si le hubiera lanzado un avada, no sería más responsabilidad mía de lo que es ahora.
- No podías saber que esto iba a ocurrir –le recordó él, sin detener sus tranquilizadoras caricias-. Solo le pediste ayuda porque no te quedó más remedio. Cosa que agradezco, porque no querría que te hubieras tenido que enfrentar sola a ese desgraciado.
Grace levantó la cabeza, sorprendida por la concreción de sus palabras y su tono duro.
- ¿Cómo sabes eso?
Sirius se encogió de hombros. El tema le había enfurecido por lo cerca que se había puesto de ponerse en peligro, pero ahora ella no necesitaba regañinas. Subió su mano, le acarició el cuello y el pelo y apreció que sus labios estaban más gruesos tras su larga sesión de besos.
- Marlene me lo contó –le confesó-. Quería saber todo lo que te había pasado. Perdóname.
Ella negó con la cabeza. No le reprocharía que se preocupara. Además, estaban siendo completamente sinceros. Le miró, intentado tranquilizarse por la familiaridad del áspero tacto de su barba incipiente y la forma torcida de su nariz.
- No puedo quitarme la sensación de que la he matado yo, con mis propias manos.
Sirius sonrió con tristeza.
- Por desgracia, matar es mucho más sencillo.
Ella le miró, extrañada por esas palabras, y Sirius sonrió.
- Yo he matado a un hombre.
- ¿Qué? –de la sorpresa, Grace se incorporó y quedó sentada en el sofá.
También él se sentó, colocando los codos en sus rodillas y apartándose el pelo de la cara. Tenía que contárselo.
- El día de la fiesta en la mansión Nott. Cuando me transformé en perro y mordí a uno de los torturadores de Emmeline. Le maté –confesó-. Vi su esquela días después en el periódico y le reconocí, pero justo acababa de pasar lo de James y Lily y no me pareció el momento de regodearme en ello.
Grace se llevó la mano a la boca, sobrecogida.
- ¿Llevas todo este tiempo cargando con ello tú solo?
Sirius se encogió de hombros, fingiendo que no le molestaba. Como si ese desgraciado no se le hubiese aparecido en sueños cada noche, acompañado de Bellatrix y sus amenazas de hacer daño a Grace.
- No tiene importancia –dijo, con poca convicción-. Además, no merezco menos. Le maté a sangre fría y apenas he pensado en ello más que por las noches. No pensé que convertirse en un asesino fuera tan fácil. Muerdes en una yugular, notas el sabor de la sangre en la boca y una persona muere. Y la vida sigue. Quizá he sacado esa indiferencia de mi familia.
No lo decía con indiferencia en absoluto. Tenía la mirada atormentada y ausente, y Grace se sintió culpable porque todo había estado frente a sus narices todo ese tiempo y no lo había visto. Lo de Regulus solo había sido la punta del iceberg.
- No, no sientes indiferencia –le aseguró, obligándole a mirarla-. De ser así, no te estaría persiguiendo. Tú tienes bondad y conciencia, claro que ha significado algo para ti. Pero eres un superviviente y darías la vida por salvar a los tuyos. Eso fue lo que te llevó a hacerlo, no la maldad. No eres como ellos.
Con inseguridad, Sirius sonrió. Necesitaba oír eso en voz alta, por parte de ella. Y no lo sabía hasta que la escuchó decirle las palabras que le purgaban parte de su culpa y le devolvían la fe en su bondad. Si ella lo creía, él podía creerlo también.
- Parece que, después de todo, aún piensas bien de mí –murmuró, acercándose su frente a la suya.
Grace le dio un tirón de pelo.
- Eres idiota –le reprochó, antes de volver a besarle.
Al día siguiente, aún no había amanecido cuando Sirius llegó al cuartel de la Orden del Fénix.
Había quedado allí con Alice para ir pronto a la Oficina de Trasladores, y cumplir también con el encargo de Dumbledore. A él tampoco le hacía gracia cargar con la hermana de Emmeline hasta Beauxbatons, pero, al final, había sido la mejor idea que había tenido el director, continuar con los planes de los Vance y trasladarla a la academia de Francia. La directora, madame Maxime, se encargaría de ella y dejaría de ser un problema.
Entró en el apartamento taciturno y sin ganas de hablar. Tenía sueño, apenas había dormido. Había acompañado a Grace a su piso pasada la medianoche, cuando ya no pudieron estirar más el tiempo juntos, y no eran ni las seis.
No sabía exactamente en qué términos estaban en ese momento. No habían hablado mucho, menos aún de su relación. Solo se habían besado, pero habían recuperado una cercanía que parecía un gran aliciente. Quizá, cuando volviera, podrían aclarar qué pasaba entre ellos. De momento, él no necesitaba más.
- Llegas tarde –le riñó Alice cuando atravesó la puerta.
Él no respondió, se limitó a ponerse a su lado mientras Dumbledore seguía dándole instrucciones a la aurora.
Todo estaba arreglado por su parte y ellos escoltarían a Joselyn Vance a Beauxbatons antes de dirigirse a París. En teoría, tendría que ser un trámite sencillo y rápido, pero a Sirius no le hacía gracia. No tenía ganas de perder un tiempo valioso en esa niña, a la que recordaba como caprichosa y mañosa. Alice tampoco parecía especialmente contenta con el encargo.
Joselyn esperaba su destino al fondo de la habitación, con todas sus cosas y acompañada de Emmeline y Marlene. La mayor de las Vance parecía hablarle en voz baja pero su hermana no le hacía mucho caso. Su actitud hizo que Marlene rodara los ojos y se alejara de ambas.
Sirius escuchó de fondo las instrucciones de Dumbledore, pero no prestó mucha atención tampoco. Quería ponerse en marcha cuanto antes. Cuando el anciano acabó, Alice se adelantó a hablar con Joselyn para presentarse y tratar de hacer la transición de una forma más fácil. Siempre tan considerada. Él, desde luego, no tenía intención de intercambiar ni una palabra con esa niña.
Sin embargo, Emmeline sí se acercó a él tras dudar un par de veces. Él frunció el ceño. Tenían un acuerdo tácito de evitarse el uno al otro, y no quería romperlo ahora que él y Grace comenzaban a mejorar.
- Sirius, ¿podemos hablar un momento? –le preguntó la chica en voz baja.
Dudó, pero tampoco pudo negarse. Emmeline también lo había pasado mal por su culpa y esa conversación parecía importante para ella.
- Tendrá que ser rápido, hay que salir ya –apresuró, aprovechando la hora para evitar que la conversación se alargara.
Emmeline se apartó un poco de los demás, instándole a seguirla, y le miró. Estaba tan seria como siempre.
- Quería agradecerte por aceptar esta misión –le dijo. Sirius abrió la boca para decirle que no había tenido opción, pero ella continuó-. Sé que será muy incómodo, tratándose de mi hermana, pero te agradezco que no hayas puesto pegas.
Sirius sopló un poco el aire retenido en su garganta y trató de pasar el tema rápido.
- Emmeline, yo no tengo nada en contra de ti, te lo prometo –ella le miró con un poco de incredulidad y, molesto, se vio obligado a admitir-. Sé que no hemos vuelto a hablar después de aquello y que no hemos sido especialmente amigos… En realidad, solo me sentía violento. Quería disculparme y, al mismo tiempo, olvidar lo que ocurrió.
Era cierto. El tema también le había afectado a ella y sus dramas con Grace la habían puesto en la mira de los cuchicheos de los demás, cosa que tampoco era justo. Ella siempre se había visto molesta con ello, pero tampoco había montado nunca ninguna escena, si no que había tratado de alejarse de él y de Grace.
- No fue culpa tuya. Ni mía –puntualizó ella-. Fuimos víctimas de la situación. Yo tampoco te culpo. Y espero que Grace y tú consigáis superarlo. Por mi bien también.
¿Eso era una broma? Sirius no la esperaba, así que se le escapó una sonrisa, que ella contestó con timidez. Ninguno había olvidado el ataque de Grace a eso hacía unos meses. Tampoco cómo él había cargado contra Gideon de un modo totalmente vergonzoso. Habían involucrado a demasiada gente en sus dramas y malos entendidos y era bochornoso, visto a posteriori.
- En realidad quería haber hablado contigo antes –le aseguró ella, llamando de nuevo su atención. Sirius la miró con curiosidad-. Sobre Regulus.
La expresión de él enmudeció y su rostro se volvió más sombrío. No podía hablar de Regulus. Y menos con Emmeline. La tortura a la que vio que su hermano la había sometido había sido la gota que había colmado el vaso, y que había impedido que le escuchara cuando Regulus le pidió ayuda.
- Él solo acabó pagando sus malas decisiones –murmuró con voz dura, tratando de apaciguarla por si ella quería hablar de esa noche. Prefería acabar la conversación cuanto antes.
Pero Emmeline no opinaba igual.
- Me salvó la vida.
Sirius la miró. Esta vez de verdad, no a través de ella, evitando sus ojos. Lo que decía no tenía sentido.
- ¿Qué dices? Te torturó, todos lo vimos. Es algo que nunca podré perdonarle.
Ni a mí mismo, se dijo por dentro. Nunca me perdonaré no permitirle disculparse o explicarse. Pero eso era un tema con el que tendría que aprender a vivir él.
- Lo hizo para tener la excusa para sacarme de allí –le explicó Emmeline-. Me estaban destrozando, él actuó así de cruel, pero me sacó a la calle, os dio la oportunidad de rescatarme. Ya me habían torturado con saña durante un rato antes.
Sirius no entendía lo que quería decir, pero intentó cortarla, no quería seguir con el tema.
- No hace falta que le justifiques. Fue imperdonable.
- No lo digo para justificarle ni para que tú pienses mejor de él ahora que está… -Emmeline se detuvo, incapaz de terminar la frase. Suspiró y le miró seriamente-. Digo la verdad. Me reconoció, incluso un rato antes de que me descubrieran.
Sirius frunció el ceño, tratando de entender.
- Fue él quien te descubrió.
- Creo que eso fue sin querer –repuso ella-. Se enfadó y trató de pedirme explicaciones a mí de lo que había ocurrido, creyendo que estábamos involucrados en lo de Saloth. No esperaba que le oyeran. Pero él ya me había descubierto antes, habló conmigo y me dijo que era la última vez que me encubría.
Eso acabó por descolocarle.
- ¿Por qué haría algo así? –preguntó.
- No lo sé –reconoció Emmeline-. Nunca fuimos amigos, aunque nos respetábamos. Tu hermano era alguien con quien, al menos, se podía hablar. No era un fanático. Por eso fue tan duro verle caer en esto, transformarse en alguien tan intolerante. No merecía ese final.
Sirius ignoraba que Emmeline y Regulus hubieran tenido tanto pasado en común, pero comprendió perfectamente lo que quería decirle. Él también había pensado en lo injusto que era que su hermano hubiese acabado arrastrado por el odio. Era más inteligente que eso, valía más que esa maraña de violencia que había acabado con su vida.
Pero, de nuevo, la voz interior que le había impulsado a hacer caso a Alice, le dijo que no ganaba nada con esos lamentos. Perdería el tiempo y ya no le servía de nada a Regulus.
- Ya es tarde para arrepentimientos –le dijo, tras un silencio entre ambos-. Te agradezco tus condolencias, pero vamos a centrarnos en los vivos.
Y, con una pequeña sonrisa de agradecimiento, Emmeline le vio dirigirse con Alice hacia la puerta.
Ella captó la atención de su hermana por un momento, pero Joselyn, tras un gesto ambiguo, se despidió de ella desde la distancia. Ni siquiera la abrazó y no sabía cuándo volverían a verse. Ella tampoco hizo el amago de darle un gesto de cariño como despedida. Sí sintió el brazo de Marlene rodearle el hombro, en señal de apoyo.
Esa vez sí se sintió más cálida. Agradecida de tener a alguien con quien contar. La familia a veces no te la daba el nacimiento, si no que se encontraba por el camino de la vida.
¡Sirius y Grace! No sé cuánto se han echado ellos de menos, pero yo a ellos mucho. Quiero pensar que han aprendido mucho y van a dejar de ser tan tóxicos el uno con el otro, pero también es verdad que siempre serán ellos dos, genio y figura. Eso sí, a partir de ahora, lo que les pase, será juntos.
También hemos estado en la cabeza de Edgar para saber qué le ocurre con Gisele. Les dejaremos con su viaje, a ver cómo avanzan.
Y os juro que cada vez me cae mejor Emmeline. No puedo evitarlo, es tan huraña y desconfiada como yo pero las dos tenemos nuestro corazoncito jeje
Dejadme comentarios sabiendo qué os parece, se agradece cualquier ánimo. Espero volver pronto, en el siguiente regresamos con los licántropos.
Eva.
