¡Hola! He regresado. Madre mía, estoy desconectadísima de FFNet y tenía demasiados mensajes privados sin leer. Quiero disculparme públicamente, igual que lo he hecho en privado, porque no me ha llegado ninguna notificación sobre esos mensajes y los he dejado colgados sin pretenderlo.
He estado de vacaciones, tratando de retomar la rutina pese a la pandemia y el mes de septiembre ha consistido en recuperar mucho trabajo, así que no he podido terminar el capítulo hasta hoy. Pero quería traéroslo calentito, recién salido del horno.
En este, me centro mucho en la misión de Remus y Rachel, y también hay un par de pinceladas que continúan en varias tramas, para que tengáis una idea de cómo van a seguir. Además, doy la bienvenida oficial a un personaje al que le tenía muchas ganas, porque tengo muchas cosas previstas para él o ella. Os dejo con la intriga.
El título va por la letra de una canción de Julieta Venegas, creo que acorde a lo que sucede durante el capítulo.
Capítulo 27: Que explote todo por aquí
- Parece que quitarse de en medio a ese bravucón tenía más ventajas de las que creía –se burló Bert, cuando Remus puso frente a él un plato de comida más suculento que el habitual.
Las cosas habían mejorado levemente para él desde la pasada luna llena, durante la que había conseguido sobrevivir, pese a que había tenido que matar a Dan. Se había ganado el respeto, o quizá el temor de la mayoría de los presentes. Si había conseguido vencer a uno de los tipos más rudos, el pensamiento general era que quizá los demás le habían menospreciado. Lo que había conllevado a mejores repartos en la comida y en los trabajos, y a que le dejaran colocarse en un lugar más acogedor para dormir, lejos de las corrientes y la intemperie. Bert se había beneficiado también de ello, como su compañero más cercano.
Remus agarró su bol de comida, también más lleno que de costumbre, y no dijo mucho. No había hablado gran cosa durante los últimos días. Darse cuenta de su ferocidad también había supuesto un cambio en él. Le había asustado.
Sabía que había tenido que defenderse, era cuestión de vida o muerte. Y que Merlín le perdonara, no lamentaba la muerte de ese desgraciado. Precisamente eso le perturbaba tanto, la facilidad con la que había aceptado que no le había quedado otra que matarle y había superado la cuestión. Ni siquiera sentía remordimientos. Pero no le gustaban las nuevas miradas que atraía en los demás. No le gustaba el respeto, si obligatoriamente tenía que ir acompañado de miedo.
- La próxima vez, pregunta si no hay un poco de carne, chico –sugirió Bert, divertido-. Con lo popular que te has vuelto, seguro que, si tú se lo pides, corren a cazar un ciervo.
Remus hizo una mueca asqueado y apartó lo que le restaba de comida. Realmente no tenía hambre. Le dolía el cuerpo entero y no sabía cómo curaría todas las heridas que estaba acumulando en los últimos tiempos. Con su nueva fama de tipo duro, muchos debían pensar que no lo necesitaba, pero no era así. La cojera se le estaba haciendo permanente y los músculos los sentía agarrotados.
Lejos de él, Rachel le observaba con disimulo. No habían vuelto a hablar desde la luna llena y no sabía qué pasaba por su cabeza, pero ella le conocía mejor que los demás para adivinar el tormento que se escondía en su gesto sombrío.
Él la echó de su lado la primera mañana tras la luna llena, lo que le dolió, pero acabó por comprender. No era estúpida, sabía que Dan era el típico al que le gustaba controlar a la manada, especialmente los bienes escasos, que eran como consideraban a las licántropas jóvenes. Si ellos apenas eran considerados humanos, las mujeres lobos estaban por debajo de ellos. Su juventud solo la colocaba más en la diana. Afortunadamente, ese baboso había acabado muerto antes de hacer ningún avance especial y que ella hubiese tenido que frenarle.
Era el segundo motivo por el que se alegraba de que estuviera pudriéndose con los gusanos. El primero, por supuesto, era que Remus había salvado la vida. Pero, a pesar de que ya no suponía tanta una amenaza acercarse a él, Rachel había mantenido la distancia. Ahora Remus se había vuelto demasiado popular y tenían que guardar las apariencias, nadie podía enterarse de que se conocían previamente.
- Nadie sabe de dónde ha salido –escuchó susurrar a su alrededor.
Ella tragó su última ración de comida. Ni se inmutó. Sabía que volvían a hablar de él. Dan y su grupo los tenían aterrorizados y que un muchacho que, hasta el momento, había pasado desapercibido, hubiera acabado con él, les generaba curiosidad, miedo y respeto. Llevaban días intentando averiguar más del pasado de Remus, afortunadamente, sin logros.
- Greyback parece conocerle, pero no es de su círculo –comentó otro.
Sí, Greyback le había reconocido y parecía mantener un ojo sobre él. Pero la actitud del líder de la manada era más divertida que otra cosa. Rachel imaginaba que encontraba irónico que Remus se hubiera convertido en un licántropo tan fiero, con el odio que su padre siempre les había profesado. Sentía asco en su interior cada vez que veía su sonrisa satisfecha dirigida hacia su ex.
Rachel paseó la mirada por los demás, en un intento de captar más conversaciones. Dado que él se había colocado, involuntariamente, en una posición visible, tenía que ser ella la que obtuviera información con discreción.
En su barrido por la cámara en la que se escondían, captó algo que le llamó la atención. Era Keesha y su grupo, alejados, como siempre, y arrogantes y superiores. Pero también parecían murmurar con la mirada fijada en Remus. Algo no le gustó de ellos. No eran miradas temerosas ni admiradas, eran las propias de quien vigila a un rival y decide si merece la pena enfrentarlo.
Abrió la boca, preocupada, y miró directamente a Remus, tratando de captar su atención para advertirle. Pero él evitaba conscientemente mirar en su dirección. Quien sí la vio fue Bert, que miró a Remus, luego a ella y sonrió. Rachel apartó su mirada, molesta por ser atrapada. Se removió y trató de fingir indiferencia, sin saber si lo conseguiría.
- Cada día se esfuerzan menos –murmuró asqueado un licántropo cerca de ella.
Era Ealdian, que removió el escaso contenido de su plato con asco. Cuando vio que ella lo miraba, enarcó una ceja.
- No me dirás ahora que la cena es de cinco tenedores, ¿no? –bufó, con un humor seco.
Al menos había uno que no estaba enfermizamente pendiente de Remus. Rachel se permitió relajarse y le enseñó su bol vacío.
- Al menos, llena el estómago –repuso.
Este hizo una mueca.
- Podemos llamarlo así –admitió a desgana.
Ella sonrió, mirando de nuevo a Remus de reojo. Seguía sin mirarla.
- La técnica la tiene cada vez más pulida, pero aún no se ha recuperado del todo. Fijaos en el movimiento de pies, llega un segundo tarde en cada ataque –dijo uno de los instructores, mirando al muchacho desde la puerta.
- La técnica nunca ha sido su problema, destacó desde el primer día –le contradijo una de sus compañeras, más veterana.
El pequeño grupo que se había arremolinado en la entrada de una de las salas de práctica de la Academia de Aurores llamó la atención de Frank. Se había trasladado allí para ir a buscar a James, el cual se había excusado de la reunión ordinaria para recuperar las clases perdidas durante su convalecencia.
Los instructores, que estaban reunidos y observando la práctica de alguien, no se habían percatado de su presencia y siguieron analizando al alumno que estaba dentro. Los elogios y las miradas críticas pero conformes le dieron una pista de que había encontrado a su ahijado.
Dio un paso más y, efectivamente, por encima del hombro de los demás, vio a James peleando con los muñecos que la Academia usaba para que sus alumnos practicaran duelos en solitario. Tenía tres a su alrededor, y esquivaba sus maldiciones la mayor parte del tiempo sin dificultad; aunque tenían razón, aún no se había recuperado del todo.
- Le fallan las rodillas, pero las recuperará –comentó, fijándose en sus movimientos y conociendo sus heridas mejor que los demás.
Su voz alertó a los demás, que rápidamente le reconocieron.
- ¡Frank Longbottom! –le saludó uno de sus antiguos profesores con ánimo-. ¡Qué alegría verte por aquí! Uno de mis mejores pupilos. Seguimos muy de cerca tu carrera por El Profeta.
Brígida Hughes le agitó el brazo con alegría, al saludarle. Era una aurora veterana, de las mejores, una pionera para las mujeres. Hacía tiempo que se había retirado de la carrera y se dedicaba a instruir a los más jóvenes. Frank había sido uno de sus alumnos aventajados.
- Has superado todas mis expectativas, Longbottom –reconoció, con orgullo. Él sonrió, satisfecho. Había sido todo un hueso como profesora, así que su felicitación no era gratuita-. Leí que dirigías la investigación sobre el asesinato de la funcionaria en la entrada del Ministerio. ¿Hay novedades?
Frank hizo una mueca.
- Me temo que nada que pueda revelar aún –aseguró.
Y realmente no había habido grandes avances en esa materia, al menos de forma oficial. Alice le informaría de lo que ella había podido averiguar cuando regresara de París. Pero, de todas formas, no podía compartir ninguna información de la investigación con los demás, aunque fueran colegas.
- ¿Has venido a vigilar a las nuevas generaciones? –preguntó otro de los instructores-. Hay alguno que podría ser un fichaje prometedor, está claro –apuntó, señalando a James con la barbilla.
Frank vio a su compañero, que continuaba practicando concentrado, y sonrió.
- De hecho, sí. Moody me ha pedido que eche un vistazo a su evolución. Potter es uno a los que ha echado el ojo–dijo. Era la excusa perfecta para que nadie sospechara de su cercanía a James.
- Buena elección –concedió Hughes-. El año que viene podría estar listo para unirse en activo. Es uno de los mejores.
Frank no tenía dudas de ello. Había luchado lo suficiente junto a James para saber que sería un auror de los más destacados. Sin embargo, se estaba forzando demasiado y, sin continuaba así, podría lastrar su regreso a la lucha activa.
- Pues, si me disculpan, voy a comprobarlo por mí mismo –murmuró, haciéndose paso entre ellos.
Se adentró en la sala, en la que James continuaba concentrado, ajeno a todo. Pensativo, pensó en probar sus reflejos y, sacando su varita, le lanzó un hechizo silencioso y bastante inofensivo mientras estaba de espaldas. Quería probarle, no lesionarle.
Como si hubiera escuchado sus pasos, James convocó un escudo por encima de su hombro y se dio la vuelta, desactivando al tiempo los muñecos con un movimiento fluido. Estaba sudoroso, con la respiración agitada y las gafas torcidas. Pero sonreía satisfecho.
- Bien hecho –le felicitó Frank-. Aún tienes las rodillas un poco débiles, pero tus reflejos y tu vista periférica son tan buenos como siempre.
James hizo una mueca.
- Aún no he recuperado el ritmo habitual –admitió.
- No te machaques –insistió el auror-. No he oído quejas de tus profesores, así que me temo que la mayoría de tus compañeros sigue por debajo de ti pese a todo el tiempo perdido.
- Aun así –repuso el joven, encogiéndose de hombros.
Frank le miró satisfecho de ver que la autoexigencia estaba superando su vanidad, un síntoma de madurez. Se recogió las mangas de la túnica y sacó su varita.
- ¿Qué tal un duelo de verdad? Tenemos público.
James miró por encima de su hombro, al grupo que había crecido ante la expectación de ver de nuevo a Frank Longbottom en acción, y sonrió. Agarró la varita e hizo una revenerencia rápida, poniéndose rápidamente en actitud defensiva.
Unos minutos después, James fue derrotado pero la pelea que dio le valió la aprobación de su padrino y la admiración de sus profesores. Frank le ayudó a levantarse y le golpeó el hombro como camaradería.
- Vas a ser una leyenda aquí –auguró.
James sonrió, un poco pagado de sí mismo.
- ¿Sabes algo de Alice y Sirius? –preguntó en voz baja, recogiendo sus cosas.
Ahora estaban a solas. Tras el duelo, los demás habían abandonado el lugar satisfechos.
- Regresan esta noche –respondió Frank-. No tengo claro que haya habido grandes avances, pero esperemos a ver qué tienen.
James hizo una mueca. No le gustaba que quedaran flecos sueltos. No solo porque el asesinato de esa chica quedara impune, sino porque Grace podía seguir en peligro si no atrapaban al culpable.
Sirius acudió al piso de Grace y Lily al día siguiente, temprano. Él y Alice habían llegado de madrugada, y no había querido asustar a nadie, ya que, de todas formas, todo lo que tenía que decir podía esperar. Había acordado con ella que sería él quien hablaría con las chicas.
Accedió al edificio sin problemas y, cuando se identificó, Grace le abrió la puerta corriendo. Tenía un mejor aspecto que la última vez que le había visto, hacía días; como si hubiese dormido el sueño que tenía atrasado. Sus labios ya no estaban cuarteados, pero sí tenía el pelo completamente enmarañado y vestía el pijama.
De hecho, era sorprendente que estuviera despierta a esa hora, sin necesidad de ir a la universidad. Incluso parecía de buen humor al verle, lo que era extraño en ella nada más levantada.
- ¡Has vuelto! –exclamó, sonriendo.
Sirius captó el alivio en su voz y sonrió mientras pasaba y ella cerraba la puerta.
- De hecho, llegamos de madrugada–le dijo.
Se inclinó para besarla, pero ella se apartó, dejándole perplejo. Creía que habían avanzado esa última tarde.
- Lily está aquí –le susurró. Y gritó hacia el interior del piso-. ¡Lily, mira quién ha vuelto!
La pelirroja salió en ese momento del baño, con su apariencia fresca de siempre. Al contrario que Grace, ella siempre parecía lista para comenzar el día, daba igual la hora y las circunstancias. Su pelo estaba perfecto, su ropa preparada y su apariencia era serena y tranquila.
- ¡Sirius! –sonrió. Corrió a abrazarle, lo que le alivió algo en su orgullo al ver que esta vez no era rechazado-. ¡Por fin! ¿Qué tal en París? James se acaba de ir.
- Luego le veré –descartó él-. He quedado en un rato con él y con Colagusano. He venido a informaros a vosotras.
Ambas se pusieron serias. Le invitaron a pasar y, una vez los tres estuvieron sentados en la sala, abordaron el tema cuanto antes.
- ¿Y bien? –preguntó Grace.
A su lado, Lily le cogió la mano. Sirius suspiró, sabiendo que no estaría contenta con el resultado.
- Todo apunta a que han destruido rastros, así que está claro que tu amiga tocó algún punto sensible o puso a alguien sobre aviso –comenzó.
- ¿Qué quieres decir?
Por sus estudios, Grace sabía que el borrado de pruebas era siempre un problema extra para cualquier investigación. Estas no se concluían nunca con indicios.
- Hemos investigado a todo el entorno, todos los nombres que nos diste, pero no ha habido resultado –reconoció él-. No hemos podido probar ninguna relación entre ellos, lo que es curioso porque sí hay testigos que les relacionan en otros negocios. Pero han borrado hasta ese rastro.
- Pero eso es un error suyo, ¿no? Eso los hace más sospechosos –intervino Lily. A su lado, en contraposición, el gesto de Grace se volvió más sombrío.
- Sí, pero, por desgracia, Frank no podrá usar eso porque nuestras fuentes no son precisamente públicas. Además, han borrado todos los rastros de sus conexiones, no hay modo de saber quién de todos la ha matado –explicó Sirius.
A él le había costado entenderlo, pero Alice había pasado horas explicándole que una cosa eran los indicios y otra las pruebas. Y que, sin lo segundo, la investigación se vería irremediablemente enquistada.
- ¿Qué quiere decir eso? –preguntó entonces Lily, temiendo la respuesta y mirando a Grace, que estaba comenzando a alterarse. Ella lo había entendido desde el principio.
- Que la investigación queda paralizada –contestó Sirius, viendo a la rubia a punto de estallar-. Es muy probable que el asesinato de Elena quede sin resolver.
- Pero… ¡No podemos! –exclamó Grace de repente-. ¡Marco! Se lo debemos. Sirius, tenéis que hacer algo.
Él la miró tanto a ella como a Lily sintiéndose impotente.
- Tiene que haber un resquicio, algún hilo del que tirar –insistió Grace-. ¿Seguro que habéis investigado bien a Jean? ¿A todos los funcionarios del Ministerio? ¿A los franceses? Os hice una lista de nombres.
- Sí, lo hemos mirado todo –repuso él, comprendiendo su frustración. Era la misma que había tenido él el día anterior.
- ¿Y esa mujer que servía de contacto de Jean? La que habló con él en fiesta –intervino Lily, acordándose de ese detalle que le había contado su amiga.
- Marion. La llamó Marion –apuntó Grace, aunque ese dato también se lo había dado a Alice y Sirius.
Él suspiró, maldiciendo ese nombre. Había buscado todo sobre ella, pero parecía ser un fantasma.
- No hemos oído nada sobre ella ni hemos encontrado a ninguna bruja que encaje con esa descripción.
- Tiene que estar –gruñó Grace.
Sirius bufó, también frustrado.
- Mira, al menos hemos investigado bien y no hemos visto nada que nos haga creer que tú estés en peligro –la tranquilizó él. Al menos, a él le había aliviado un poco, pero no del todo-. Dentro de lo frustrante que es, al menos tú estás a salvo.
Grace se desplomó contra el sofá. No podía aceptarlo, Elena no podía convertirse en otro número, otro asesinato más sin resolver. Había habido ya demasiados y sospechaba que no estaban cerca de terminar.
- ¿Qué ha dicho Dumbledore? –preguntó al cabo de un rato.
- Que puedes salir a la calle y retomar tu vida, pero que estés atenta –le advirtió, lúgubremente-. Si ves cualquier cosa sospechosa, avisa a alguien. No te hagas la heroína.
- Eso es bueno –coincidió Lily, que peinó con cariño el cabello despeinado de su amiga-. ¿Lo has oído, Grace? Sin actuar por tu cuenta.
Ella le miró, un poco rebelde.
- ¿Por qué me lo preguntas a mí, Lily? No soy él –dijo, señalando a Sirius y su tendencia real a hacerse el héroe y negarse a pedir ayuda.
Lily sonrió y compartió una mirada cómplice con Sirius, que rodó los ojos por la pulla innecesaria.
- Bueno, al menos tú pareces estar a salvo –le dijo, con cariño-. Y podrás salir. Así dejarás de gastar el suelo del apartamento.
Al menos algo más tranquila, sabiendo que Sirius había vuelto sano y salvo y que no parecían amenazar de cerca a su mejor amiga, Lily se puso en pie.
- Tengo que irme a San Mungo, ya llego tarde. Regresaré por la noche. Prométeme que no entretendrás a James; esta tarde tiene que acompañar a su madre a probarse el traje. ¿Cuidarás de ella? –le preguntó a Sirius, a quien le acarició con cariño la cabeza al pasar por su lado.
Sirius le sonrió, viéndola marcharse. No entendía que Grace quisiera ocultarle nada a ella; Lily siempre parecía averiguarlo todo. Seguro que ya sospechaba lo que había entre ellos, fuera lo que fuera, pero era demasiado discreta para decirlo en voz alta.
Cuando ambos se quedaron a solas, Sirius se levantó y se sentó en el sofá, junto a Grace, que permanecía callada y ofuscada.
- Siento no haber logrado más –le dijo, imaginando el hilo de sus pensamientos.
Grace chasqueó la lengua.
- No, habéis hecho todo lo que habéis podido. Lo peor es por Marco… Dejarlo sin resolver será peor para él, le dificultará el superarlo.
Él suspiró, apoyando la cabeza contra el respaldo.
- La mayoría de los asesinatos hoy en día quedan sin resolver. Es lo malo de la guerra.
- No quiero convertir a Elena en un simple número –Grace le miró con los ojos tristes, poniendo palabras en voz alta a sus temores.
- No lo es para ti –comentó él. Dudó un momento, pero elevó su mano y echó para atrás su pelo y despejó su cara-. Ni para nosotros.
Apenas había tratado a esa chica, pero, si era importante para Grace, lo era para él también. Ella le miró seriamente, y, cuando Sirius pensó que iba a decir algo, le sorprendió inclinándose hacia él y besándole, solo un roce de labios.
Él no dejó de notar la diferencia entre cómo se había apartado de él, hacía un rato, y esa muestra de cariño. Había esperado a que se hubieran quedado a solas para hacerlo. Con fuerza de voluntad, se apartó de ella y frunció el ceño.
- Oye…
Pero Grace no le dejó continuar. Se inclinó de nuevo sobre él, con la boca completamente abierta, y le dio un beso que consiguió que perdiera todo pensamiento coherente durante un buen rato.
- ¡Tú! ¿Qué estás haciendo?
El grito congeló a Rachel en el lugar, pillada in fraganti mientras intentaba acceder al lugar en el que guardaban sus varitas confiscadas.
Tras ella, Keesha la miraba con una sonrisa petulante.
- Así que tú eres la pequeña traidora. Llevaba días sospechando que teníamos un topo, pero no imaginaba que la infiltrada sería una insignificante como tú –murmuró, satisfecha.
Rachel se irguió, sabiendo que la habían atrapado de un modo tan obvio que no había nada que pudiera hacer para demostrar su inocencia. Tras Keesha, varios de sus aliados la fueron rodeando poco a poco.
Nerviosa, ella miró por encima de sus hombros, tratando de encontrar a Remus. Pero él no estaba cerca.
Había estado días alerta y distanciada, preocupada por la atención que estaba generando Remus y nerviosa por las intenciones del grupo más fiero de los licántropos.
Él también estaba tenso, lo podía percibir incluso de lejos. Estaba más callado y huraño de lo habitual y su mandíbula estaba constantemente endurecida. Además, el gesto de dolor que ocultaba cada vez que apoyaba la pierna derecha y su mirada huidiza mostraban que se había percatado de que había captado más fama de la que les convenía y trataba de mostrarse inaccesible para no delatarse.
Nadie más notó nada extraño porque poca gente había reparado en él antes, así que su actitud fue tomada como la de un chico duro. Tampoco nadie más captó que en el grupo de Keesha estaban poniéndose nerviosos con su repentina fama ni que estaban haciendo planes al respecto.
La tarde anterior, Rachel consiguió captar algunas frases sueltas de su conversación.
- A mí lo que me preocupa es que se vuelva tan popular alguien a quien no conocemos y que parece haberse ganado el respeto de los demás de un día para otro –decía uno del grupo.
- A ti lo que te asusta es que un enclenque semejante se haya cargado a Dan –se burló otro-. Da qué pensar, a saber qué más puede hacer que desconocemos.
- No, tiene razón –dijo entonces Keesha, siempre altiva y acostumbrada a estar rodeada y protegida, pero manteniéndose misteriosa. Rachel estaba especialmente interesada en su opinión-. No sabemos de dónde viene ni por qué está aquí y, de repente, todos hablan de él. Es un riesgo no controlado, no puedo creer que Greyback no vea el peligro que supone.
- ¿Propones eliminarlo? –sugirió uno de sus acólitos.
- Quiero saber más de él –convino-. Luego, sí. Probablemente sea lo más conveniente.
Era por eso que se había jugado el tipo para tratar de encontrar el lugar donde habían escondido las varitas que les habían requisado a su llegada. Necesitaba tener la suya, solo con la de Remus, que había conseguido mantenerla al ocultarla en su cartera de piel de moke, no bastaría para defenderle si decidían hacer algo contra él.
Él, por recomendación de Dumbledore, había mantenido su verdadera identidad. Greyback podía reconocerle y sería difícil explicar tantas mentiras. Era más fácil hacer creer que era un licántropo asqueado por no poder adaptarse al mundo de los magos que explicar que había intentado ocultar su identidad. Pero, si investigaban a fondo, era posible que llegaran a conocer su conexión con Dumbledore. Y todo se iría al garete.
Sin embargo, en ese momento, su principal problema era salir con vida de aquella peliaguda situación.
- Siempre son las más calladitas –se burló uno de los acólitos de Keesha, un tipo bajito pero fuerte que se movió para atraparla en un círculo.
Cada vez más licántropos se iban dando cuenta de que algo ocurría, pero la mayoría decidieron mantenerse distantes. Los más osados dieron unos pasos en su dirección, únicamente interesados en presenciar mejor todo. No había rostros de aliados entre ellos.
Keesha se acercó a ella, caminando con confianza, y se sacó una varita del cinturón. Eran los únicos que habían podido mantenerla al llegar a ese refugio.
- ¿Para quién trabajas? –preguntó, enarbolando la varita con descuido.
Rachel siguió su movimiento, dándose cuenta de que no era una experta duelista.
- Para nadie –dijo, tratando de mantener la voz neutra, pero un toque de miedo subyacía en su voz.
- ¿Así que estabas intentando robar varitas… sin la orden de nadie? No eres muy inteligente, ¿verdad, querida?
Puede que no hubiese sido su plan más brillante. La estúpida impulsividad que le había caracterizado desde su transformación, producto del miedo que le había dado comprobar el peligro al que se exponía Remus y la misión.
- ¿No vas a contar para qué querías las varitas? –gruñó Keesha, agitando la varita en el aire.
Un corte apareció en su rostro y Rachel se encogió de dolor. Un jadeo colectivo llamó la atención de más licántropos, que fueron reuniéndose alrededor de ellos, pero aun manteniendo la distancia.
- ¡Cuéntamelo! –gritó la licántropa, furiosa.
Sus cejas, rubísimas, casi transparentes, se alzaban furiosas y las aletas de su nariz se expandían rápidamente, al ritmo de su respiración furiosa. Agarró a Rachel por el pelo y le colocó la varita en el cuello.
- Querías volverte contra nosotros, ¿eh? ¿Quién más está contigo? ¿Cuántos traidores más hay entre nosotros?
Desde su posición, de rodillas, subyugada a ella, Rachel la miró retadora. No se dejaría amedrentar.
- ¡Habla! –gritó Keesha, haciéndole otro corte en el hombro.
El gruñido de dolor de Rachel atravesó toda la estancia. Quería buscar a Remus con la mirada, pero era incapaz de mover la cabeza, Keesha mantenía sus rizos aprisionados entre sus dedos, su cabeza atrapada por sus rodillas. La líder licántropa le pegó otro tirón y el cuero cabelludo le ardió. Sentía la sangre recorriendo por su brazo.
- Sé que no estás sola. ¿A quién más querías armar?
- A nadie –gruñó, apenas sin voz.
Keesha le dio una patada en el estómago, Y Rachel se dobló en el suelo. Había murmullos a su alrededor, pero era incapaz de distinguir nada. Sentía todo perdido.
- No te creo –tirando de su pelo para obligarla a incorporarse.
Dirigió lentamente, casi como una amenaza, la varita hacia su estómago, y Rachel pudo imaginar sus tripas cayendo por el suelo. Iba a morir allí mismo.
Keesha la miró con una diabólica sonrisa, mostrando sus colmillos anormalmente grandes, y Rachel actuó impulsivamente. Cuando la licántropa pronunció el hechizo cortante de nuevo, ella desvió la varita de su estómago, golpeándole el brazo.
Keesha gimió, sorprendida. Los ojos azul clarísimo se abrieron asustados y la soltó, llevándose las manos al vientre. El hechizo se había desviado y le había abierto en canal, de derecha a izquierda. El movimiento fue tan repentino que nadie supo actuar, y cuando Keesha se desplomó, Rachel dio un paso hacia atrás asustada y tropezó con el charco de sangre que se estaba formando rápidamente. Cayó al suelo, golpeándose el codo en el proceso.
El sonido de un desagradable gorgoteo hizo ver que Keesha se estaba ahogando en su propia sangre. Varios de sus aliados acudieron en su ayuda, mientras dos de ellos sujetaron a Rachel y la incorporaron a la fuerza. Ella, en shock, miraba la escena espantada.
- ¿Qué ocurre aquí? –gritó una voz con autoridad.
Unos segundos después, Greyback se hizo camino entre el gentío, que estaba bastante alborotado. La imagen que se encontró le dejó paralizado. El cuerpo de Keesha tirado en el suelo, en medio de un charco de sangre, inmóvil. Sus ojos vidriosos abiertos y fijos en la nada. Después miró alrededor hasta dar con Rachel, que estaba aterrada.
Cuando la miró a los ojos, Rachel, tuvo la sensación de que su muerte era más inminente aún que antes.
- Tú…
- Estaba intentando robar varitas –gruñó uno de los acólitos de Keesha, tirándola al suelo de una patada.
Greyback recorrió la zona con una mirada, comprendiendo todo lo que había pasado.
- Así que tú eres la perrita de Dumbledore –murmuró-. Mis sospechas iban por otro lado.
Compuso una sonrisa sádica y les hizo un gesto con la barbilla.
- Traedla –ordenó, dándose la vuelta y alejándose del lugar.
Pisó el cuerpo de Keesha por el camino, pero ni se inmutó. Nadie lo hizo. Rachel fue arrastrada por la multitud, y no pudo evitar mirar el cadáver desmejadejado y olvidado que dejaban atrás. Alguien que había tenido tanto poder, ahora estaba siendo pisoteada y olvidada en cuestión de segundos. ¿Qué le tocaría a ella?
Los rostros pasaron rápidamente por delante y, por fin, dio con la mirada de Remus. Él estaba alejado, tieso y quieto como una estatua de sal. En su rostro vio el conflicto, pero no hizo nada para dar un paso para ayudarla. Ella se tragó su nombre, que estaba intentando salir a modo de grito por su garganta. En su mirada captó algo que no entendió, pero tenía claro lo que le generaba tantas dudas.
Su tapadera se había descubierto y, si él la ayudaba, todo se echaría abajo. Por el bien de la misión tenía que dejar que la mataran sin intervenir. Lo sabía. Pero, aun así, el miedo era más fuerte y se encontró forcejeando y llorando, tratando de liberarse. No podía morir.
- ¿En esta casa no hay alcohol? –preguntó Gideon, mirando la alacena con gesto resignado.
Desde el sofá en el que había estado tirado toda la tarde, su gemelo se estiró y bostezó.
- Llevo semanas quejándome de ello y nada –se quejó.
Después se volvió hacia Emmeline, que estaba arrodillada en la chimenea, intentando hacer funcionar la red flu. En todo ese tiempo de convivencia, no habían conseguido conectarla. Esa tarde, ella se había hartado de esperar a que el técnico del Ministerio volviera y se puso manos a la obra.
- Emmeline, ¿no comprasteis alcohol cuando fuisteis al mercado?
La aludida sacó la cabeza de la chimenea y le miró con dureza.
- ¿Tengo pinta de ser tu criada? –espetó-. Seguro que en tu casa tienes alcohol.
- Sí, pero paso mucho tiempo aquí –respondió él, sonriéndole con sorna.
Emmeline bufó.
- Ya lo he notado -murmuró, volviendo a meter la cabeza en la chimenea.
Ella y Fabian siempre habían tenido una relación cordial pero distante, que había ido tornándose algo más complicada a lo largo de las últimas semanas. Él había encontrado muy divertido meterse con Joselyn y, aunque la relación de Emmeline con su hermana no era la mejor, eso no había ayudado a crear lazos entre ellos.
Marlene, que se encontraba en el escritorio junto a la ventana enterrada en libros y cachivaches, miró a su novio con censura. Era culpa de él. Eline era introvertida y con una forma de ser poco alegre, pero intentaba tener la fiesta en paz. Era él quien siempre la pinchaba.
- En el fondo me odias, ¿eh? –bromeó Fabian, dándole la razón.
Se incorporó, caminó hasta donde Emmeline tenía la cabeza metida en la chimenea y se inclinó sobre su hombro.
- ¿Por qué no me soportas, Emmeline? –preguntó a su oído.
Esta no se esperaba tenerlo tan cerca, por lo que dio un bote y se golpeó contra la parte superior de la chimenea.
- ¡Porque no sabes respetar la distancia personal, por ejemplo! –gruñó, llevándose la mano a la cabeza.
- Ya vale, ¿no? –intervino Marlene, molestándose cada vez más.
Su novio la ignoró y se paseó alrededor de su compañera de piso que, tras fulminarle con la mirada, volvió a ocuparse de la chimenea.
- No me aguanta –le dijo a su hermano, como si fuera un secreto.
Gideon negó con la cabeza, divertido. No era propio de Fabian, pero era un pasatiempo inofensivo y ellos siempre se apoyaban el uno al otro, así que se sentó en el sofá, tendiéndole a su hermano una bebida de calabaza, y declaró con solemnidad:
- En el fondo, creo que está celosa. Se nota que está loca por ti, hermano.
Fabian se rio, sentándose junto a él. Un gruñido desde la chimenea les dijo que estaban llevando a Emmeline al límite de su paciencia. Desde su escritorio, Marlene agarró la varita y decidió darles una lección. La agitó hacia ellos en silencio, mientras bebían al unísono con los pies sobre la mesita, y, dos segundos después, ambos saltaron a la vez con idéntico gesto de sofoco.
Alarmada, Emmeline salió de la chimenea a tiempo de ver a los gemelos abanicándose la boca, soltando humo por la cavidad y con los ojos rojos y llorosos. Todos ellos, síntomas evidentes del maleficio de aliento de pimienta. Miró a Marlene y ambas soltaron una divertida carcajada.
- Por fin algo de silencio –celebró esta, guardando ceremoniosamente la varita.
Antes de que los gemelos pudieran recuperar el aliento para quejarse por el juego sucio, algo empezó a pitar con fuerza.
- ¿Qué…?
La pregunta de Marlene quedó en el aire cuando se dio cuenta de lo que era. El dispositivo que Fabian siempre llevaba encima para contactar con Remus. Su novio, que seguía sudando y parpadeaba con fuerza, tomó torpemente el objeto y lo miró durante dos interminables segundos.
Pareció tener problemas para reaccionar, pero, de inmediato, se puso blanco.
- Hay que reunir a la Orden. ¡Ya! –declaró, echando a correr.
La situación se estaba volviendo insostenible por momentos. Había dado el aviso hacía unos minutos, pero se sentía como si hubieran pasado horas. Estaba claro que, si la Orden tardaba mucho más en aparecer, sería tarde para Rachel. O él tendría que actuar por su cuenta.
Rachel estaba a los pies del gran agujero que usaban para deshacerse de la basura y los deshechos, de rodillas, siendo sujetada por dos de los esbirros de Greyback, mientras este paseaba frente a ella, relatando orgulloso sus sospechas, relacionándola con otros incidentes y convirtiendo todo en una trampa imposible de sortear. Rachel ya estaba ajusticiada y condenada.
Mientras veía la escena, Remus sentía que su cabeza daba mil vueltas. Su seguridad era lo prioritario, pero también la misión que les había encargado Dumbledore. Se sentía dividido por la responsabilidad, porque sabía cuán importante era que mantuviera la coartada; que, al menos, uno de los dos se mantuviera cerca de los licántropos.
Por eso estaba agotando el tiempo, sin hacer nada. A su lado, Bert observaba la situación, mortalmente serio y, de vez en cuando, le lanzaba miradas de reojo. Su amigo había notado su interés por Rachel, o al menos así lo había considerado. Un interés comprensivo de un chico joven por una muchacha de su edad. Por eso, Remus se aseguró de enmudecer su rostro y no dejar pasar ninguna expresión delatora. Observó la escena, esperando mostrar la misma seriedad, gravedad e incertidumbre que los demás.
Cerca de él, algo más adelantado, estaba Ealdian, a quien había visto en varias ocasiones hablando brevemente con Rachel. Él también parecía desconcertado e indiferente, pero captó que apretaba los puños a su costado. En ese momento, el licántropo giró la cabeza por encima de su hombro y recorrió la multitud con la mirada, hasta que dio con él. La mirada que compartieron desconcertó por completo a Remus. No pudo interpretar qué significaba. ¿También él les había visto compartir miradas? ¿Estaba interesado en ella y le había considerado un rival? Trató de pensar fríamente en la situación, valorando las posibilidades, pero Bert le sobresaltó.
- No me habría imaginado que esa chica fuera un topo –murmuró, a su lado.
- ¿Y si la estuvieran usando como cabeza de turco? –propuso Remus, para despistar-. No da el tipo.
Bert frunció el ceño.
- No, no lo da. Y del grupo de Keesha me lo creo todo. Estaban molestos por haber perdido algo de poder entre la gente. Especialmente contigo.
Remus frunció el ceño, ante ese pensamiento. ¿La actitud alocada de Rachel de intentar robar varitas tenía que ver con que él hubiera ganado protagonismo y notoriedad? ¿Se había enterado que él corría peligro y él, preocupado por mantenerla alejada de las miradas y molesto por su lejanía, no le había dado la oportunidad de advertirle?
Miró a Ealdian, que había vuelto a mirar a Rachel, y frunció más el ceño. Bert le dio una palmada en la espalda.
- Si de verdad planean sacrificar a esa chica para asustar a los demás y no perder el poder, tú no tienes la culpa, chico.
Sus palabras, que trataban de ser tranquilizadoras, no le ayudaron en nada. Remus tuvo que hacer serios esfuerzos para mantener la expresión neutra. Su mano a veces se acercaba peligrosamente a la costura rota de su túnica donde había escondido el estuche de piel de moke, en el que guardaba su varita. Quizá debía mandar la misión al carajo y sacar a Rachel de ahí. Tenía la sensación de que la Orden no iba a llegar a tiempo. Y no podía ser testigo de su muerte sin hacer nada.
En ese momento, la voz de Greyback se elevó por encima de sus pensamientos.
- Eres una traidora a tu raza y una vergüenza para los nuestros. Trabajes o no para Dumbledore, está claro que no estás en nuestro bando. ¿Cuántos apoyáis que la tire al vacío?
El rugido de la multitud hizo eco también en la gran caverna, a los pies del profundo acantilado, cuyo fondo se perdía en la inmensidad de la tierra. Rachel giraba la cabeza nerviosamente y él vio que unos pocos, entre los que se incluían Bert y Ealdian, no se unían al coro. Pero eran muy pocos y tampoco parecían dispuestos a detener aquello. Lo único que hicieron fue no unirse a la multitud sedienta de sangre.
Cuando algunos de los esbirros de Greyback comenzaron a empujar a la multitud, deseosos de ser ellos los que empujaran a Rachel, él se abrió paso también entre la gente, resuelto a sacarla de allí.
Y entonces pasaron varias cosas a la vez.
Una mano se aferró a su muñeca, deteniéndolo. Un grito de dolor llegó desde la entrada de la caverna. Y varios haces de luz iluminaron el sombrío espacio.
Un segundo después, el caos se apoderó del lugar. Remus vio a la Orden del Fénix entrar en ataque. Estaban casi todos. Viejos amigos a los que llevaba meses sin ver. No pudo encontrar en la multitud ni a Gis ni a Benjy, cosa que le desconcertó, pero le alivió. No le apetecía verle como el salvador de Rachel en ese momento. Pero sí vio a James, Sirius, Peter, Lily y Grace. Vio a Fabian, entrar tropezando en el lugar a la zaga de su gemelo. Y vio al propio Dumbledore, quien no habría esperado que se uniera a esa misión.
Con un gesto brusco, se libró de la mano de Ealdian, que ya no lo sujetaba, y se adelantó hacia donde estaba Rachel. Greyback y sus pocos hombres de confianza sacaron sus varitas, porque eran los únicos autorizados para usarlas, y se lanzaron a una batalla muy desigual.
La mayoría de los licántropos se desperdigaron, buscando refugio, pero algunos de los más jóvenes y fuertes se lanzaron a pelear cuerpo a cuerpo. Él aprovechó la confusión para moverse hacia Rachel.
Dumbledore se colocó en lo alto de una roca, imponiendo con su presencia casi sin necesidad de enarbolar la varita. Cuando le reconocieron, varios licántropos huyeron despavoridos. Remus supo el momento en el que le encontró, aunque la mirada del anciano apenas se demoró en él más que lo necesario, para no levantar sospechas.
Estaba a unos metros de Rachel, cuando Lily y Grace llegaron antes que él y la recogieron del suelo en el que había caído al ser abandonada por sus captores. Parecía estar bien, no había sido demasiado maltratada aún. Él se quedó paralizado, en medio del caos, intentando hacer funcionar su cerebro a toda velocidad. Si rescataban a Rachel, él tendría que salvar la misión. Eso era lo que había querido decirle Dumbledore con su mirada, estaba seguro.
Con una rápida mirada, buscó a sus amigos, que cargaban contra la multitud. Aunque la mayoría huían, sin atreverse a enfrentarse a los magos y brujas, unos pocos les estaban dando batalla. Preocupado, vio caer a Fabian, cuando un licántropo particularmente corpulento se lanzó sobre él. Marlene se lo quitó de encima enseguida, pero eso le dio una idea a Remus.
Con un rápido escaneo, vio que James era su amigo más cercano en ese momento. Y se lanzó contra él.
Los reflejos de su amigo seguían siendo perfectos, y James detuvo el hechizo que iba a usar para repelerle un segundo después de reconocerle. Sin embargo, al verle atacarle, se desconcertó y Remus consiguió derribarlo. Ambos quedaron frente a frente, y Remus se aseguró de tener la expresión más fiera del mundo. El gesto de dolor que hizo James le desconcertó, pero se aseguró de mantener su papel. Todo dependía de ello.
- ¿Qué…? –James le sujetó por los brazos, impidiéndole pegarle un puñetazo.
- Atúrdeme –gruñó Remus entre dientes, fingiendo que estaba intentando morderle.
James le golpeó en un hombro, lo justo para intercambiar las tornas. Se puso sobre su amigo y le colocó la varita contra el cuello, consciente de que cualquiera podía estar viéndolos. Había captado perfectamente la intención de Remus. Por eso se había alegrado de que fuera James el que estuviera más cerca, su amigo le entendía sin necesidad de palabras. Peter se habría puesto nervioso y no le hubiera escuchado, y Sirius era imprevisible.
- Si te dejo fuera de juego, podría darte cualquier hechizo perdido –le murmuró James.
Remus siguió fingiendo que forcejeaba con él, y aprovechó para pasarle el estuche con su varita y metérselo en el bolsillo interior de su túnica.
- Hazlo –le apresuró-. Te doy mi varita y los dispositivos de ayuda, seguro que nos registran a todos después de esto. Poned a Rachel a salvo y no os preocupéis por mí.
James le miró seriamente durante un segundo, admirando una vez más la valentía y el desinterés de su querido amigo. Un amigo que iba a renunciar a su exigua protección por el bien de una misión. Un amigo que ponía a todos por encima de sí mismo. Y un amigo al que había visto cojear mientras se lanzaba hacia él. Seguro que tenía demasiadas heridas sin curar. Remus no se arriesgaría a que atraparan su varita por curarse a sí mismo.
Así que, ignorando un poco su petición, dirigió la varita a su pierna y murmuró un hechizo sanador. No tenía la habilidad de Lily, ni siquiera la de Sirius, pero sí había aprendido lo básico para luchar contra el dolor. Vio el rostro de Remus relajarse brevemente y le apuntó con la varita.
- Cuídate, amigo –le susurró, antes de dejarle sin conciencia.
Y se levantó para seguir la pelea.
Tardaron pocos minutos en conseguir salir de allí, llevando a rastras a una herida Rachel y a un Fabian que había quedado inexplicablemente inconsciente, para la extrema preocupación de todos ellos.
En poco tiempo, los miembros de la Orden llegaron al cuartel. Una vez más, Dumbledore les había dado instrucciones de no moverse hasta su vuelta. Necesitaban ayuda médica urgente, especialmente para Fabian, quien respiraba, pero no reaccionaba a ningún intento por que recuperara la conciencia.
- Lily, ¿puedes hacer algo? –le preguntó Gideon a su pupila, apartándose brevemente de su hermano inconsciente.
- Dumbledore dijo que pronto traería a alguien especializado –le recordó Marlene, con la mano en la frente de Fabian.
La joven estaba haciendo serios esfuerzos para mantener la calma, porque esa incertidumbre le estaba afectando a los nervios. Fabian estaba bien. Le había quitado al licántropo de encima casi al momento, estaba segura. Además, este no estaba transformado y solo tenía un par de rasguños suaves en el cuello. Ningún mordisco. No podía ser tan grave, ¿verdad?
Gideon la ignoró, agarrando el brazo de Lily y apartándola de Rachel, a quien ésta estaba atendiendo en ese momento.
- Está bien, pero no te separes de ella –le dijo ésta a Grace, cuando se vio arrastrada.
Había cerrado las heridas cortantes de Rachel y revisado los golpes que había encontrado, pero parecía más disgustada que dañada. Grace asintió seriamente, pasando un brazo por los hombros de su amiga. Un fuerte contraste de la frialdad con la que se habían tratado meses atrás, tras la ruptura de ésta con Remus.
Gideon tiró de Lily hacia Fabian, con una expresión tan seria que no parecía él mismo.
- No tiene sentido que haya perdido la conciencia. Ya entró débil a la gruta, lo sé. Ha debido llegarle algún hechizo perdido. Revísalo.
La pelirroja avanzó insegura. Fabian no tenía muy mal aspecto, pero sí parecía muy pálido. Compartió una mirada silenciosa con Marlene, preguntándole lo que más temía, y ella, apoyada en Emmeline, negó con la cabeza. No le habían mordido, estaba convencida.
Sus manos temblaban terriblemente mientras escaneó el cuerpo de su compañero con la varita, en busca del mal que le aquejaba. El silencio que se formó entre los demás le ponía los pelos de punta y le crispaba los nervios. Había demasiada expectación en sus movimientos.
Hizo el proceso varias veces y movió la cabeza, tratando de concentrarse.
- Hay algo –dijo, lamiéndose los labios resecos-. Una mezcla… No consigo identificarlo, pero es una acumulación de magia que no debería estar ahí.
- ¡Pues arréglalo! –la instó Gideon.
- ¡No le grites! –intervino James, molesto, aunque gruñó y dio un paso atrás ante la mirada de advertencia de su novia de que no se metiera.
- Vamos a calmarnos, por favor, que estamos muy nerviosos –intervino Alice, poniéndose junto a Gideon.
Los sollozos silenciosos de Rachel se escuchaban de fondo, pero nadie más que Grace, que la mantenía abrazada, se dirigió a ella en ese momento.
Lily volvió a inclinarse sobre Fabian.
- Creo que no es grave, pero… No sé, yo no puedo. No sé hacerlo –dijo frustrada.
Gideon resopló, comenzando a pasear por la habitación. Marlene se llevó las manos a la cara, suspirando. A su lado, Emmeline le frotaba los brazos y miraba a Fabian mortalmente seria.
- Ahora es cuando necesitaríamos a Benjy –se lamentó Gideon, conteniéndose las ganas de dar una patada a algo.
- Lily es perfectamente capaz –intervino Frank, dispuesto a darle valor a la chica, que le miró insegura de merecer esa confianza-. De todas formas, Dumbledore dijo que volvería enseguida con ayuda.
- ¿Y dónde está? Quizá mi hermano no tenga mucho tiempo –lamentó este-. ¿Y si se está…?
- Si se estuviera muriendo, lo sabríais –comentó una voz desde la puerta del cuartel.
La mujer joven que había hablado, estaba allí junto a Dumbledore. Todos estaban tan centrados en la conversación, que ninguno les había escuchado entrar.
La desconocida morena se abrió paso entre la gente y se acercó a Fabian, que estaba tumbado sobre una mesa. Lily se apartó al reconocerla, y acudió a los brazos de James, quien también estaba confuso al ver quién había entrado. Junto a ellos, la expresión de Sirius era hermética.
- ¿Qué hace aquí? -murmuró, inseguro de alegrarse.
Lily no supo qué contestar, tan confusa como él. Pero ella sí sintió alivio al saber que Fabian estaba en buenas manos. Miró a James por encima de su hombro.
- ¿Estás bien? -le preguntó, al sentirle temblar contra ella.
Este apretó su abrazo sobre ella y besó su cabeza.
- Sí. Solo que aún no estoy del todo en forma.
No le dijo nada aún de su encuentro con Remus y que llevaba los pocos instrumentos que éste había conseguido colar para su defensa escondidos en el bolsillo interno de su túnica. Ya informaría de todo cuando se aseguraran de que Fabian estaba fuera de peligro.
Tras un rápido repaso al hombre inconsciente sobre la mesa, la mujer se irguió, con una candorosa sonrisa.
- No es grave –afirmó. Y, pese a que Lily también lo había dicho, su seguridad provocó un suspiro generalizado-. Varios hechizos se han mezclado en su organismo y le han hecho colapsar. Nada más.
Comenzó a rebuscar en una especie de riñonera de cuero que llevaba atada a la cintura y sacó varios frascos, que mezcló rápidamente. Se inclinó hacia Fabian y miró a Marlene, que permanecía firme junto a la cabeza de Fabian.
- Sujétale la cabeza hacia atrás, por favor.
Gideon se había acercado de nuevo y miró expectante a su hermano, mientras la mujer le hacía tragar el mejunje que había elaborado en un momento.
- Ahora, apártate –le advirtió ésta a Marlene.
Ella dio un paso atrás, insegura, pero pegó un bote cuando Fabian se levantó de golpe con un grito ahogado, los ojos desorbitados y las piernas en tensión. Gideon caminó hacia él, alarmado y Fabian le miró. Abrió la boca y de ella salió humo.
- ¡Agua! –exclamó.
Lo raro de la petición dejó paralizados a todos, pero, enseguida, alguien le llevó un vaso que Fabian engulló con rapidez. La joven sanadora le miró divertida.
- Así que el maleficio del aliento de pimienta era lo que no acababa de descifrar. Sabía que no era peligroso y que era reciente, pero no imaginaba que fuera eso.
Marlene ahogó un grito. Ella misma se lo había lanzado cuando estaban en su casa, para castigarle por meterse con Emmeline. No podía creer que una broma tan inofensiva hubiera puesto en peligro a su novio.
La mujer morena la vio y negó con la cabeza, aún con esa sonrisa perpetua.
- No te alarmes, estará bien después de beber un litro de agua y descansar. Ese hechizo solo ha hecho reacción con otro que llevaba en su organismo desde hace un tiempo. Por eso se quedó inconsciente. El empujón de un bebé le habría tumbado después de que ambos hechizos se mezclaran. Literalmente, le dejó sin fuerzas en el cuerpo.
- ¿Cómo que tenía otro hechizo en su organismo? –preguntó Marlene, preocupada y desconcertada al saber que Fabian había estado un tiempo indeterminado con los efectos de un hechizo dentro de él.
La mujer miró a Fabian, que seguía sentado en la mesa bebiendo agua, y a quien su hermano palmeaba suavemente la espalda.
- Según mis cálculos varias semanas. Una maldición no especialmente grave, pero sin tratar. Probablemente un hechizo de cerebro de gelatina. ¿Nadie ha notado nada raro en su comportamiento? ¿Quizá un poco más risueño y despreocupado de lo habitual, incluso rayando lo impertinente?
Todos se quedaron en silencio. Claro que habían notado que Fabian no se comportaba como él mismo, incluso parecía despreocupado o tomarse a broma cosas que antes habría considerado más serias, como cuando propuso que fueran él y Gideon a París a investigar la muerte de la amiga de Grace y aprovechar para irse de fiesta. Lo habían notado, pero lo achacaban a un aprecio mayor por la vida. Así lo había manifestado él después de que…
Cuando rescataron a James y Lily. Ahí se había obrado el cambio. Ese enfrentamiento en los subterráneos había traído más consecuencias de las que habrían creído ninguno.
- No me di cuenta –se lamentó Gideon, culpándose por haber apreciado como una etapa despreocupada lo que eran síntomas de que su hermano no era él mismo.
Marlene se quedó callada, sintiéndose aún más culpable por no haberle dado importancia.
Ante la gravedad de las expresiones, la joven mujer declaró:
- Bueno, afortunadamente se le ha mezclado con un maleficio muy suave e inofensivo, así que no hay nada que no cure un buen sueño reparador. Y más agua, por lo que veo -añadió, levantando una ceja.
Ajeno a ellos, Fabian seguía rellenando su vaso. Tras lanzarle una mirada divertida, la mujer se guardó la varita en el cinto.
- Podría haber sido grave si se hubiera unido a una maldición complicada, pero no ha sido el caso. Nada que lamentar.
- En esta ocasión, y gracias a ti –comentó Dumbledore, caminando hacia ella-. Pero esto da la razón a lo que me advertiste de que sería conveniente que todos los integrantes pasaran exámenes médicos periódicos, especialmente antes de una misión.
- Lo cierto es que ilustra bien los riesgos que se puede correr –repuso ella, con una carcajada divertida-. Una maldición normal mezclada con un hechizo inofensivo puede ser letal, o incluso recibida mientras uno está enfermo o bajo de defensas.
Dumbledore también parecía relajado, y miró alrededor, el resto del grupo miraba hacia la recién llegada algo confusos aún por su presencia.
- Bueno, varios de vosotros ya le debéis la vida a nuestra nueva integrante –anunció, mirando a James, Lily y Emmeline, que se mostró confusa, y miró a la recién llegada sin reconocerla-. Para los demás, os presento a la nueva sanadora oficial de la Orden del Fénix, Hestia Jones.
¡Hestia! ¿Quién más había adivinado que la sanadora Jones era ella? Moría por incluirla en la Orden. He leído mucho de ella y, aunque se dice que no hay pruebas de que participara en la primera Orden del Fénix, pero tampoco pruebas de lo contrario. Y tengo mil ideas para ella. Cuando pensé en su momento en la trama de Hestia, no podía dejar de imaginarme escenas sobre ella, incluso tengo varias escritas ya. Es joven pero ya es sanadora. Lo que está claro es que no era una luchadora. Y me gusta imaginarla como una mentora de Lily. Además, la visualizo como una de esas personas siempre risueñas, positivas y excesivamente alegres. De las que incomodan a los serios. En la vida real puede que me tocara un poco las narices, pero adoro todo lo que imagino de ella, esa alegría, seguridad y pasividad. No es alguien fácil de perturbar, aunque no está exenta de carácter. Ya iréis viendo y me diréis.
Las que estabais en contra de la presencia de Rachel en la misión de Remus, espero que ya estéis tranquilas. Él sigue siendo el protagonista de la misión, ella no ha ido a rescatarlo ni hacerlo de menos, aunque su presencia le ha ayudado a deshacerse de las posibles sospechas de Greyback. Veréis más en los siguientes capítulos. Ahora está totalmente solo e incomunicado, y ya es respetado y temido tras haber matado a uno de los líderes. Comienza lo duro de su misión.
¿Nadie notó nada raro en Fabian? Dejé pistas por ahí sobre su comportamiento, pero quizá no llamaba demasiado la atención. Nadie lo comentó.
Y ha habido poco de parejas, tanto de Sirius y Grace como de James y Lily, pero avanzará en el siguiente capítulo. Mientras, podéis aportar sospechas.
¡Nos leemos!
Eva
