Capítulo 16

Nueva York

Dakota, Central Park West

Apartamento de Eleonor Baker

El automóvil finalmente se detuvo una vez que entró por la puerta de la cochera del impresionante edificio Dakota en Central Park West, uno de los domicilios residenciales más prestigiosos de la ciudad. Eleonor salió tan pronto como el chofer abrió la puerta. Terry ya había abierto la suya y había puesto las muletas en el pavimento, intentando salir del maldito auto. Su estado de ánimo podría describirse, en el mejor de los casos, como endemoniadamente irritado. La fractura había sido confirmada. Su pierna izquierda estaba metida dentro de un yeso que le llegaba hasta la mitad de su pantorrilla. Se sentía malditamente pesado y jodidamente incómodo, y eso no incluía el dolor que sentía no solo en la pierna, sino también debido a las magulladuras que tenía a los costados.

Robert, por supuesto, estaba desatado. El accidente de Terrence significó el final de la temporada para él, a todavía diez días de que terminase. Tendría que hablar con el suplente para asumir el papel de Hamlet. Tenía que llamar a la prensa. Sin embargo, ese era el menor de sus problemas. Siguiendo el consejo del médico, no debería involucrarlo en absoluto con las actuaciones en Londres. Ese anuncio estuvo al límite de la catástrofe para el director de la compañía de teatro. El tobillo se curaría para comienzos de julio, pero tener que subirse al escenario durante horas todos los días durante un mes, ejercería una presión considerable sobre su pie, cuando debería estar tomándoselo con calma. Habría que encontrar un reemplazo. Sin embargo, el suplente no iba a dar la talla. La colaboración con el teatro de Londres se realizó con la condición de que Terrence Grandchester iba a ser Hamlet. Cualquier otro actor de teatro por debajo de la lista de los de primera categoría no iba a ser suficiente.

Eleonor, que había sido llamada por su hijo por la mañana, estaba con él cuando recibieron la noticia. Lo cual fue afortunado para Terry. De lo contrario, Robert podría haberle hecho algo de lo que luego se arrepentiría. Lo había mirado fijamente como si quisiera cometer un asesinato. Sin embargo, Eleonor tenía un plan que discutiría con Robert más tarde ese día. Tal vez podría salvar el día y el pellejo de su hijo con relación al asunto, ya que el director no quería escuchar ni siquiera un pío que saliera de la boca de Terry. Tan cerca estaba de estallar con toda la pesadilla de situación. Lo principal por ahora había sido llevar a su hijo a su apartamento a descansar.

Disgustado, como siempre, le dirigió una mirada molesta a su madre, que apareció delante de la puerta abierta, estirando los brazos hacia él y ofreciéndole ayuda. "¡Puedo hacerlo solo, gracias!", le dijo, con su voz sonando rígida. Extendió su pierna sana, mientras levantaba con el brazo la otra.

Ella se inclinó hacia delante, sin hacer caso de la ira de su hijo y tomó su brazo libre, que estaba sujetándose por el costado de la puerta abierta, en busca de apoyo y tiró de él suavemente.

"Querido... no resolverás nada siendo tan gruñón...", dijo con una voz dulce, una vez que Terry salió y puso las muletas debajo de sus brazos. Ya había supuesto que la actitud de su madre lo volvería loco. Tan pronto como la llamó esa mañana lo supo.

"Fue culpa tuya Terry... salir a dar un paseo en la tarde está bien... ¡perderse en East Harlem no lo es!", agregó ella, sintiendo temor ante la idea de lo que podría haber sucedido si no hubiera sido solo una paliza lo que recibió su hijo.

"¡No fue mi culpa, Eleonor!", dijo alzando la voz, para entonces ya sudando cuando llegaron a los ascensores, "¡es mi maldita suerte!"

Eleonor presionó los labios de su hijo con su dedo índice. "¡Ah! ¡No digas groserías por favor!", dijo y apretó el botón del quinto piso para ir a su apartamento.

"¡Arghhhh!", Terry dejó un fuerte gruñido en respuesta al gesto de su madre. "¡Y tampoco ningún sonido de gorila!", agregó con un acento elocuente. Ella le dirigió una amplia sonrisa, luciendo tan radiante como siempre.

"Si sigues molestándome... ¡te lo juro! ¡Me encerraré de nuevo en mi apartamento!", la amenazó cuando estaba abriendo la puerta. Entraron al lujoso espacio de su apartamento. Ella caminó con brío hacia el gran salón que daba al parque. Sus tacones bajos resonaban en los suelos de caoba pulida cuando le pidió que la siguiera. La brillante luz del sol de finales de la primavera entraba por las grandes ventanas. Las abrió para que la ligera brisa aireara la habitación. Ella lo incitó a sentarse en su silla reclinable, que estaba colocada a la sombra, cerca de una de las ventanas.

Le quitó las muletas y sostuvo sus brazos mientras se sentaba, estirando su pierna sobre la silla. "Ponte cómodo querido... nos prepararé un poco de té", dijo sonando excesivamente feliz.

Puede que Terry se hubiera roto el tobillo, pero Eleonor se deleitaba con la oportunidad de malcriarlo, a pesar de hacerlo sentir incómodo por ello. Hacía tiempo que había desaparecido el odio adolescente que sentía hacia ella. No eran el típico dúo madre-hijo en modo alguno. Él todavía se ocupaba de sus propios asuntos y había hecho imperativo que Eleonor hiciera lo mismo, si ella lo quería en su vida. Aunque, en el fondo, no le importaba algún mimo casual. Simplemente disfrutaba durante esos raros momentos mantener las apariencias. Después de todo, no le convenía darle más aliento de lo que le estaba dando. Le das un dedo y te tomará un brazo... ese era su lema en lo que respectaba a Eleonor, así que estaba ahorrando ese dedo para solo momentos especiales como este de ahora. Una vez confirmó las noticias sobre su lesión, no había otro camino a seguir. Tendría que dejar que su madre se hiciera cargo.

Robert, que había guardado resquemor hacia él desde la noche anterior, solo sonrió cuando ella sugirió cuidarlo. Él conocía a Terry. Sabía que se pasaría maldiciendo los días bajo su cuidado. Así que, si había algo de Justicia Divina que le enseñara una lección para que no fuese irresponsable con su vida, esa tendría que estar en manos de Eleonor.

Regresó después de varios minutos con el carrito de té, acompañada de scones y otros surtidos que alimentarían a un pequeño grupo de amigos, en lugar de solamente a una famosa actriz de Broadway que controlaba su peso y a su frustrado hijo. Le sirvió un poco de té y se lo puso en las manos. Ella tomó el suyo y se sentó en un sillón frente a él.

"¿Puedes decirme cómo perdiste la cabeza anoche, Terry?", le preguntó, entrelazando su voz con su desaprobación parental.

"Tenía cosas en la cabeza", dijo, encogiéndose internamente al saber que ella había comenzado a someterlo a un interrogatorio.

"¿Qué cosas...? ¿Tu viaje a Londres...?", Le preguntó de nuevo tomando un sorbo de su té.

Seguro como el infierno que no quería hablar de eso con ella. Sin embargo, dado su estado, ella tendría que llevarlo a todas partes... y él tenía en su mente planeada una visita para el día siguiente, antes de que el chofer los llevara a Martha's Vineyard, la casa de vacaciones de Eleonor. Entonces sabría que algo estaba pasando, por lo que decidió compartir el secreto.

"Ayer encontré el diario de Susana", dijo como un hecho.

La sorpresa de su confesión se convirtió en una expresión de asombro en su rostro. No era algo que ella esperara, o algo que quisiera escuchar de él. La forma en que Terry lo dijo sin una discusión previa la sorprendió aún más. "¡Oh, Dios mío! ¿Su diario? ¿Cómo? ¿Dónde?", le preguntó una vez que se calmaron los latidos de su corazón.

Terry la miró. Tenía que soportar todo eso ahora. "¡Mierda de suerte, así es cómo fue!", pensó, sin querer volver a maldecir en voz alta frente a su madre.

"Estaba limpiando... lo encontré en un compartimento secreto, en uno de los cajones de la habitación", respondió a su pregunta, manteniendo su voz neutra, esperando que eventualmente ella se aburriera.

"¡¿Y?!", ella seguía haciéndole preguntas, ya que Terry era conocido por sus pocas palabras.

"Y... ¿qué crees que Eleonor?", respondió, sintiéndose nervioso. El picor en su pierna empeoraba además de esa incómoda "conversación" con ella. "¡Jesús! ¡Preguntas unas cosas! ¿Qué esperabas que Susana escribiera en su diario?", agregó elevando su voz, cortando todas las posibilidades de que ella preguntara algo más.

Ella vio que el humor de Terry cambiaba claramente a ira y presionó sus labios en su rostro severo. Él respiró hondo y dejó escapar un suspiro, decidiendo contarle de una vez por todas toda la historia, superando sus preguntas incesantes. "Ella escribió sobre mí lo bastardo que fui con ella ... eso era lo que tenía en mente cuando me perdí, ¿de acuerdo? ¿Feliz ahora?", le preguntó, tratando de calmarse.

"Lo siento, cariño... no sabía...", se disculpó reflejando con su mirada la tristeza por la historia de su hijo con la actriz. Era doloroso para ella, más allá de lo creíble, verlo luchar y torturarse a sí mismo como lo hacía, pero no había nada que ella pudiera hacer. Era extremadamente reservado y había dejado claro sus deseos. No interferir o de lo contrario...

Por supuesto. Ella había llegado a aceptar con mucho pesar, que no era la madre que Terry se merecía en el pasado. Una vez que Terry llegó a Nueva York y le anunció que quería probar a ser actor, aunque la puso nerviosa, también fue uno de sus recuerdos más felices. Sin embargo, su negativa a revelar en público que él era su hijo, hacía mucho tiempo, cuando crecía como el hijo bastardo del duque Grandchester en Inglaterra, había hecho su daño. Terry la aceptó en su vida pero bajo dos condiciones, la principal era su independencia y la segunda mantener su secreto intacto. Después de todos esos años de negarse a reconocerlo, estaba condicionado a sentirse más normal, sin tener que hablar de sus padres en público. A él le convenía aún más en lo respectivo a la actuación. Si alguien hubiera sospechado sobre su relación, habría habido muchas personas dispuestas a desestimar su carrera, argumentando que fue construida a costa de la famosa Eleonor Baker. No, no podría haberse subido al carro de la maternidad, incluso si hubiera querido. No después de todo por lo que él había pasado... siendo su hijo secreto. Su vida era su vida y la de ella era la de ella. Sin mezclar los dos. Esa era su postura y Eleonor tenía que aceptarla sin negociaciones, si quería mantenerse en contacto con él.

"No lo sabías... bueno, ahora ya lo sabes Eleonor ...", dijo, con su voz apagándose para rastrear pensamientos en su mente. Sacó un cigarrillo de su paquete y lo encendió. Tomó la primera calada y dejo caer su cabeza en la comodidad del sillón reclinable. Volvió los ojos hacia ella. Debería estar agradecido porque ella estuviera allí para él, y se merecía una disculpa.

"Lamento haberte gritado... tu hijo es un gruñón malna...", dijo con voz suave, deteniéndose antes de que otra palabrota dejara sus labios.

Sus ojos, azules como el cielo de verano, sonrieron una vez más. "Lo siento, Terry... debería haberte dejado en paz... perdón por molestarte así...", se disculpó ella también con él, haciendo ambos las paces por sus comportamientos.

"Ohhh... eres una verdadera lata...", se burló de ella y miró hacia otro lado, sonriendo.

Ella se unió a él con una suave risa sintiéndose aliviada de que el ambiente se volviera un poco más ligero. Después de todo, sería genial tener a Terry bajo su cuidado durante un tiempo, dos semanas de hecho. Gruñón o no, él era su hijo.

Lynedoch Street, East End de Londres

En la casa de Billy

Entraron en la casa como dos hombres con una misión. Billy lideraba el camino, dirigiéndose a la cocina. Los niños estaban con los abuelos, la esposa en la sala de bingo, el lugar estaba vacío. Dentro de la cocina, se detuvo. Arrodillado frente a una de las alacenas inferiores, la que estaba al lado de la estufa. Lo abrió y comenzó a vaciarlo de las ollas y sartenes que la esposa guardaba allí. Luego tomó un cuchillo, lo metió en el borde del panel de madera, que estaba en el fondo del armario. Con poca fuerza y perseverancia, el panel se despegó. Lo levantó un poco, metió los dedos debajo y le dio un buen tirón, quitándolo completamente desde dentro. Había un hueco detrás, revelando parte del piso de piedra de la cocina. Se giró y miró a Christian que esperaba detrás de él.

"¿Listo amigo?", Le preguntó.

Christian abrió el maletín y vació su contenido sobre la mesa. Sacó el fondo falso de la bolsa al final. Con un movimiento lento y cuidadoso, sacó un paño doblado.

"Echemos un vistazo a lo que tenemos por aquí", le dijo Billy, sonando ansioso por echar un vistazo rápido.

Él le mostró una sonrisa perversa, dándole la tela. Billy la puso en el suelo y la desdobló. Los diamantes aparecieron a la vista y brillaron como estrellas en sus ojos, llenándolos de luz. Había todo tipo de joyas allí. Pulseras de oro, anillos de diamantes, collares de perlas.

"Hombre... buenas cosas saldrán de todo esto...", dijo, doblando la tela como estaba.

Tomó el bulto y lo metió en el hueco, lo más profundo que pudo, debajo de la alacena.

"¿Satisfecho?", Christian le preguntó mientras volvía a guardar sus cosas en el maletín.

"¡¿Estás bromeando?! La gente está pobre. Esos bastardos andan por ahí con miles de libras encima", le dijo Billy con voz tensa por el esfuerzo que estaba haciendo para colocar el panel de madera firmemente en su lugar. Le dio unos pocos golpes para asegurarse de que el ajuste fuera hermético, volvió a colocar todo el contenido del armario en su lugar y cerró la puerta. Se levantó, se echó el pelo hacia atrás y miró a Christian. Estaba listo para irse.

"Entonces... ¿qué era lo que querías decirme?"

Christian respiró hondo. No sería fácil decirlo y Billy seguramente no iba estar contento. Pero lo había decidido. "He terminado con" plumas negras ", Billy, ", le dijo con una voz decidida.

Su boca se abrió ampliamente. Durante un par de segundos agitó los párpados con incredulidad y comenzó a pasearse por la pequeña habitación. "¿Qué quieres decir con que has terminado?", le preguntó mientras se movía. "Déjame liar un cigarrillo aquí", se detuvo y se sentó, sacando la bolsa con rápidos movimientos nerviosos.

"Hombre, ya he tenido suficiente... necesito dejarlo... tengo una novia ahora...", trató de hacerle ver su punto. Los ojos de Billy se movían entre su cigarrillo a medio liar y a Christian.

"¡Has tenido muchas novias!", protestó.

"Es diferente con esta...", respondió a las palabras de su amigo.

Sus ojos se entrecerraron como si estuviera evaluando las palabras de Christian, en el momento en que dio una larga calada con un silbido saliendo de sus dientes.

"Entiendo... eso es lo que quisiste decir con "mi chica tenía problemas"... ella te quiere por el buen camino", dijo con un tono de desaprobación en su voz.

"Déjalo... no entiendes... ¡Dije que quiero dejarlo y lo digo en serio!", alzó la voz, sin poder evitar que su frustración aumentara por dentro. Billy sacudió la ceniza de su cigarrillo, mirando el cenicero sucio.

"Una vez delincuente... siempre serás un delincuente...", murmuró entre dientes. Sus palabras no tuvieron tiempo de viajar en el aire. Christian lo agarró del cuello de la camisa y lo levantó en un instante, dejando su cigarrillo encendido en el cenicero. Acercó su rostro al suyo, con la ira centelleando dentro de sus ojos.

"¡Yo... nunca he sido... un delincuente, cabrón!", dejó que las palabras salieran entre dientes una a una, golpeando la cara de su compañero. "¡Encuentra a otro tipo para poner comida extra en tu mesa!", dijo y lo liberó de su sujeción. Billy volvió a caer en su silla, sin palabras. Sus ojos, oscurecidos por la intimidación a la que Christian le había sometido, todavía estaban pegados a la figura del hombre caminando en su cocina.

Entendió lo que quería decir. Efectivamente, él no era un delincuente en el sentido más amplio de la palabra. Ni siquiera se quedaba con una parte del botín. Todo iba hacia los londinenses pobres que pasaban apuros por llegar a fin de mes. Como solía decir, riéndose, solo estaba redistribuyendo la riqueza. O eso pensaba...

Como con todo lo demás en el mundo, las buenas intenciones no fueron suficientes. Ni siquiera cuando el fin justificaba los medios en su caso. Christian, o el Cuervo como se lo conocía en los círculos de la sociedad, no frecuentaba fiestas glamorosas y eventos extravagantes en mansiones llenas de riqueza, podría haber sido la figura de "Robin Hood", durante bastante tiempo y, efectivamente, el primer par de botines todos se habían dedicado a alimentar a los más desamparados e indefensos de la ciudad. Y eso era algo bueno según Billy o según cualquier otra persona que se beneficiara de lo que estaba haciendo. Pero en trabajos como este, entregar solo el botín y esperar que llegara a su destino... después de un tiempo, había un montón de fisgoneo en los círculos clandestinos. Los cuales no tenían intenciones tan honorables. Los que manejaban hilos de otras formas, sin importarle mucho la vida humana. Por supuesto, la decisión de Christian de ahondar en los bajos fondos de la ciudad de Londres fue suya, por razones que ocultó. Sin embargo, el resultado fue el mismo para todos los Billies en Londres. Fue un desastre... que tuvo que aceptar. De lo que no estaba seguro era de las repercusiones que esta decisión tomaría en los rincones más oscuros de esta ciudad.

"Está bien, está bien... lo siento, Chris, me retracto amigo", dijo al final, levantando el cigarrillo entre los dedos.

Se giró y lo miró, habiéndose calmado después del estallido de ira que sintió, por lo que pensó que era un comentario injusto de su parte. "Lo siento hombre... Parece que ya no me atrae más...", le dijo mientras se preparaba para irse.

"Tengo que advertirte, sin embargo. La gente comenzará a preguntar por él... Algunos pueden no ser muy amables...", comentó Billy, queriendo advertirle.

"Déjalos... Me mantendré en contacto, ¿de acuerdo?", Le dijo a su amigo.

Se puso de pie sintiéndose triste. Ese botín oculto tendría que ser la última ayuda que se encargaría de esparcir. Se aseguraría lo mejor que pudiera de no dejar que cayera en las manos equivocadas esta vez. "Así que esto es todo...", extendió su mano hacia Billy. Él la estrechó y tiró de Christian para acercarlo. Los dos hombres se abrazaron y se dieron palmaditas en la espalda.

"Nos mantendremos en contacto... y gracias... por todo", le dijo a Christian antes de dejarlo ir.

"Hasta luego", le respondió y salió de la casa.

En la calle Christian se subió a su bicicleta y tomó el camino de regreso a casa. Era una sensación agridulce la que llevaba dentro. "Plumas negras" volaría hacia la oscuridad. Respiró hondo, acelerando por las calles, dejando atrás a personas, tiendas y casas. Como la vida. Hay cosas que vienen y cosas que se van. Esa era la norma. Para él, era una buena decisión. Estaba avanzando en su pintura y tenía a su chica a su lado.

Aunque su relación era tensa en este momento por lo que él le había dicho durante la noche anterior, esperaba que estuvieran bien.

Una vez que le reveló que ella y su ex novio se habían separaron debido a su " honorable deber " para desviar su atención hacia otra mujer, Christian no pudo evitarlo. En ese momento, si tuviera a ese tipo frente a él, estaba seguro de que lo noquearía.

"Honorable deber... ¡Mis cojones, Rose!", dijo y se levantó, habiendo estado sentado el tiempo suficiente para escuchar esa mierda. Ella había abierto mucho los ojos ante su reacción. Pero ella no dejó su enojada declaración sin respuesta. Ella misma se enfadó bastante.

¿Cómo se atrevía a decir tal cosa?, ¿no era suficiente que se lo hubiese contado?, ¿tenía que despreciar lo que había hecho su ex novio? Se había disculpado en el acto, pero se mantuvo firme en su posición. "¿Hay algún deber mayor que seguir al amor de tu vida...? ¿En lo bueno y en lo malo? ¿En las alegrías y en las penas?", le había preguntado.

Ella le había recordado que eran jóvenes. "Bueno, si eso es así... entonces eras joven e imbécil... y ahora has engrandecido este amor hasta proporciones míticas solo porque terminó así...", dijo sin ver ninguna otra opción.

Ella se puso de pie, con sus fosas nasales moviéndose con ira y ojos que brillaban. Le dijo que era un error habérselo contado... que no se quedaría allí ni un minuto más para escucharlo lanzar insultos. Agarró su bolso y su chaqueta y se fue sin decir nada más. Él había corrido detrás de ella, deteniéndose en la puerta, diciéndole que lo sentía pero ella no se giró.

Él Llegó a su departamento, entró pero no le gustó el silencio. La estaba extrañando. Pensó en volver a llamarla. Aún así se abstuvo. La había llamado antes, después de haberle enviado flores en la mañana. Al menos ella le había hablado. Él le preguntó si la vería, pero ella le dijo que estaba en cama con un resfriado. Estaba mintiendo... él lo sabía cuando ella insistió en que estaría bien... no había una razón importante para que él la visitara en su estado miserable. Por el momento, la dejó sola. Le dio el beneficio de una duda, al menos actuó como que era verdad y volvería a intentarlo al día siguiente.

Antes de colgar, había dicho que lamentaba lo que había ocurrido la noche anterior, poniendo todo su remordimiento en el tono de su voz. Ella había dicho que sabía que lo sentía... y ella también...

Como fuera, no iba a renunciar a ella tan fácilmente...

1 de mayo de 1925

Oficinas comerciales de la familia Ardley, Londres

Habían pasado dos días desde su fuerte discusión con Candy. Su apariencia aún conservaba los efectos de ese día, porque se veía agotado y exhausto. El trabajo lo mantenía ocupado, pero el resto del día lo sentía vacío y pasaba las noches en vela. Oscuras ojeras habían aparecido bajo sus ojos, la palidez del cansancio emocional y físico era evidente en su rostro.

Cómo podría levantar el teléfono o ir por su casa… no sabía si podía hacerlo. Se mantuvo firme en su opinión. Lo que ella había hecho aquella noche era inaceptable. Sin embargo, su mente trataba de encontrar excusas que lo enojaran, haciéndolo regresar a sus creencias con un gran fervor renovado. Durante esos dos últimos días, estuvo repitiendo constantemente esas mismas acciones. Además de eso, tuvo que soportar las conversaciones telefónicas de Annie, en las que tenía que mantener las apariencias, Candy estaba bien, enviándole sus saludos, todo estaba bien y era aburrido, dado que el trabajo consumía la mayor parte de su tiempo. La voz de ella sonaría triste y neutra, castigándolo por haberla dejado atrás y al mismo tiempo dejando caer la culpa, como una pesada losa, de que lo necesitaba de vuelta en Chicago, pero él estaba a miles de kilómetros de distancia.

Era tarde en Londres y todavía estaba en su oficina. Estaba completamente solo. No tenía ánimos para volver a su habitación de hotel vacía. Realmente necesitaría encontrar y alquilar un lugar propio, pero en este momento estaba desesperado por hablar con alguien, tomar una copa de vino y relajarse, olvidarse de sus problemas por un momento, por el amor de Dios. Estaba mirando la tarjeta de Isabel mientras la giraba entre los dedos. No se había olvidado de ella desde aquella noche. Habiendo actuado frente a ella con ese estallido de ira lo hacía sentirse reacio a contactarla. Las palabras de ella en aquel momento también habían dado en el clavo, lo cual había intensificado su ola de ira.

No tenía otra opción. Él la llamaría, le preguntaría si estaba libre para tomar una copa. O eso, o encerrarse en su habitación nuevamente, dándole vueltas a su discusión con su prima, bebiendo grandes cantidades de licor en el proceso. De todos modos lo analizó, reunirse con Isabel podría ser lo único bueno que sucedería en su miseria actual. Tendría que tragarse su orgullo y hacerlo, pensó mientras marcaba al centro de llamadas, esperando la conexión. Su corazón latía más rápido con cada segundo que pasaba.

Cementerio Mount Hope,

Condado de Westchester, Nueva York

Se paró delante de la tumba, agarrando un ramo de flores durante Dios sabe cuánto tiempo. Era consciente de que su madre estaba esperando en el auto, pero ahora no le importaba. Él había tomado la decisión de visitar la tumba de Susana y se quedaría allí todo el tiempo que le tomara, para hacer lo que tenía en mente hacer. Las cosas que quería decir. Luchó por encontrar palabras con el recuerdo de su entierro todavía fresco en su mente.

"Las cenizas a las cenizas... el polvo al polvo...", las palabras del sacerdote en aquel entonces seguían girando en su interior, nublando sus pensamientos.

Sintió que su agarre de las flores se humedecía. Su palma estaba sudando.

No podrían haber elegido un día más sombrío para enterrarla hacía un año y medio. De pie allí, le pareció que era aquel día. La niebla era tan espesa que se podía ver flotando con el viento frío y amargo que soplaba entre los árboles del cementerio. La multitud reunida alrededor del ataúd, que se mantuvo en silencio, con la madre de ella como excepción. Sus sollozos dolorosos seguían a su hija a su lugar de descanso final.

Recordó el coche fúnebre Ford, de color negro, entrando en el cementerio. Él estaba de pie allí mismo cuando bajaron su ataúd, vestido de negro, completamente inmóvil. Tan inmóvil, que provocó extrañas miradas a su alrededor. Ninguna emoción torció su rostro. No salieron palabras de sus labios. Sus ojos inyectados de sangre y cansados parecían completamente vacíos. No sabía lo que estaba sintiendo. Su corazón se sentía como si estuviera cubierto por la misma niebla de esa mañana de su entierro. Tristeza, ira, incluso alivio cargado de culpa... realmente no podría definirlo.

Volviendo rápidamente hasta el presente, este cálido día de primavera, el primero de mayo, no podría ser más diferente que esa fría mañana gris de diciembre. Las flores florecían en las ramas de los árboles. Los cantos de los pájaros en el aire eran los únicos sonidos en este lugar sereno, que traían agitación en su corazón. No necesitaba leer su diario para explicar la miseria que sintió aquella mujer, ni la agonía por su parte.

Había ensayado en su mente qué decirle la noche anterior. Ahora, mirando la lápida blanqueada, su nombre, longevidad, unas pocas palabras escritas en caligrafía negra, le habían sacado todo de la cabeza, de una manera que se sentía estúpido allí, pidiendo paz para los dos.

Él decidió, al igual que ella en sus últimas entradas de su diario, susurrar una disculpa. Esas dos palabras... "Lo lamento" ... trajeron amargas lágrimas en las esquinas de sus ojos, nublando la imagen de los bordes de su lápida. Lamentaba no haber detenido sus enamoradizas fantasías antes de que fuera demasiado tarde. Lamentaba por no haber sido tan fuerte como hubiera deseado para seguir siendo solo un amigo y no un futuro esposo solo de nombre. Lamentaba no haber sentido el amor de un hombre por ella. Su corazón lo dijo todo, una vez que el sonido de su disculpa salió de sus labios.

La ligera brisa de la primavera hizo temblar los pétalos de las flores apostadas en el ramo. Se sintió en paz, mientras otro tipo de vacío, de naturaleza tranquila, descendía en su alma. Dejó que las flores cayeran suavemente delante a la lápida. Le susurró un adiós, esperando que algún día, en otra vida, ella encontrara felicidad, y se fue.

"¿Estás bien, Terry?", le preguntó su madre con ansiedad, una vez que él logró entrar al auto.

Era evidente que había estado llorando y se había tomado su tiempo para alcanzar este punto. Eleonor observó a su hijo con preocupación. "Estoy bien... podemos irnos...", dijo con pesadumbre en su voz. Su humor era sombrío. Aun así, su corazón sintió ganas de comenzar a respirar de nuevo, una vez que volvió la vista hacia atrás mirando al cementerio, el auto lo dejaba atrás en la distancia.