Capítulo 22
Ella dejó a los dos hombres atrás, mientras se dirigió al tocador. Sus mejillas se sentían enrojecidas y sus ojos le ardían. Tenía que contenerse para no salir corriendo. Así había sido siempre su relación con Terry. Una secuencia de eventos repentinos, prácticamente encontrándola cada vez que ella doblaba la esquina. Un continuo camino de subidas y bajadas, poniendo a prueba los límites de las emociones. Entró al baño. Menos mal estaba sola, caminó hacia los lavamanos. En la intimidad en la que se encontraba, se dio cuenta de que había solo una puerta que la separaba del hombre que ella había amado y que había tratado de dejar atrás por tanto tiempo. Una puerta y diez años. ¿Cómo podría ese espacio de tiempo superarse entre ellos?, la enormidad de lo que acababa de pasar la golpeó. La golpeó en su pecho. Respiraba con dificultad, acelerada. Entró en pánico. Se sostuvo por un momento del lavamanos de porcelana tratando de calmar su respiración, como si tratara de luchar por salir de arenas movedizas. Tenía que regresar. Abrió la llave y salpicó un poco de agua fría en su cara. Se miró en el espejo. Por muy desesperada que estuviera porque alguien la aconsejara, su reflejo no era el que le iba a dar ningún consejo. Tenía que aceptar los hechos. Terry estaba en Londres. No solo eso, sino que en el espacio de una hora había conocido a su amante y todo lo que su vida con él implicaba.
Con todos sus pensamientos y sentimientos transformados en plantas rodadoras, moviéndose sin rumbo bajo el viento, debió permanecer de pie apoyada en el lavamanos por quien sabe cuánto tiempo, pero se dio cuenta de que debió haber sido bastante, en el momento en que la puerta se abrió de repente y le hizo saltar el corazón. Parpadeó un par de veces y giró su cabeza. Una joven había entrado. Se sonrieron mutuamente. Era hora de que Candy saliera. Respiró hondo antes de tirar de la puerta para que se abriera.
De regreso al espacio común de la galería, más personas se habían agrupado. El lugar estaba repleto. Sus ojos se movieron en la multitud, buscando a Christian y Terry. Después de dar algunos pasos vio a Christian. Todavía de pie frente a la Rosa Escarlata, hablando con dos hombres. Sus ojos viajaron más lejos. Y mientras más lo hicieron se dio cuenta de que Terry no estaba allí. No lo esperaba, pero su corazón se hundió al comprobarlo. Él se había ido.
Puso una gran sonrisa en su cara y se acercó a Christian, entre toda la gente que había allí. Él estaba conversando, con Robert Hathaway y John Barrymore. Christian hizo las presentaciones. Ellos eran encantadores.
"Desafortunadamente el señor Graham tenía unas obligaciones importantes y tuvo que irse." Le dijo Robert enseguida.
"Él se disculpó. Un tipo muy peculiar", remarcó Christian sobre el comentario de Robert.
"¡Ah, pero usted sabe!, los actores son una diferente clase de animal mi querido amigo", Barrymore lo cortó en seco, "Gobernados por todo tipo de impulsos".
Candy no pudo evitar darse cuenta de que Hathaway la analizaba con la mirada. ¿Él sabía algo?, se preguntó. Una pregunta tras otra hizo que su cabeza girara. Le costaba concentrarse en cualquier cosa que se dijera.
"Rose, cariño, ¿estás bien de verdad?", le preguntó Christian una vez más motivado por su mirada vidriosa. Ella casi no había dicho ni una palabra. Estaba allí de pie, afirmando con la cabeza, sonriendo, pero parecía una autómata.
"¿Rose…?", Christian repitió su nombre un par de veces más sin obtener ninguna respuesta de ella.
Al contacto de su mano sobre su hombro ella saltó. Había confusión en su mirada cuando sus ojos se encontraron con los de él. Ellos portaban preguntas.
"Por favor no te preocupes por mí querido", ella desestimó sus palabras, tratando de poner una tapadera a todas las preguntas que deberían estar brotando de la mente de él.
Ella necesitaba alguna distracción. Christian se estaba poniendo pensativo. Se esforzó tanto como pudo para cerrar la puerta a sus pensamientos sobre Terry, una puerta que a estas alturas era tan gruesa como una pared de piedra de un castillo, pesando tanto como un caldero de plomo. Pero tenía que hacerlo. Se giró y le mostró a Christian su sonrisa más deslumbrante. "Estoy bien", le dijo, tomó una copa de champaña y empezó a mezclarse con la gente. Después de todo, su nombre estaba en los labios de todos en la sala, tanto como el de Christian. En una la cálida velada de junio, Candy se convirtió en la comidilla de Londres. Bajo otras circunstancias, lo habría encontrado extremadamente emocionante. Ahora, de la manera como las cosas habían resultado, ya no estaba tan segura. A pesar de lo que había pasado antes, esperaba que Terry apareciera más tarde. Ella conocía su temperamento y no se sentía muy tranquila al saber que él se encontraba completamente solo, en alguna parte de Londres. Solo, y únicamente con ella y su amante en su mente.
Candy se había ido a toda prisa. En el momento en que ella les dio la espalda un silencio incómodo cayó sobre los dos hombres. Los sentimientos de Terry una vez más, ardían con la intensidad del sol, con el riesgo de quemar a todos a su alrededor. Incapaz de contener su lengua y manteniendo escasamente el control de su genio, lo había arruinado todo de una manera abrumadora. Parte de él se sentía satisfecho por haberla hecho enojar tanto. Al menos había descubierto que él no era solo un leve recuerdo en un rincón oscuro de la mente de ella, a pesar de tener a otro hombre en su vida… en su cama… ¿en su corazón?, esa era la única pregunta que le había empezado a carcomer su interior.
Con el rabillo del ojo se dio cuenta de que Robert y John se estaban dirigiendo hacia él. Antes de que estuvieran a una distancia en que pudieran escuchar su conversación giró su mirada hacia Christian, quién aún se veía molesto. Más que nada por sus rudos comentarios y su insistencia en comprar la Rosa Escarlata, surgido de la nada, como un rayo en un claro cielo de verano.
"Lo siento mucho Christian", se las arregló para decir en voz baja, entre dientes. "No estoy habituado a salirme con la mía y a veces hiero sensibilidades". Christian se mantuvo callado. "Este no es el lugar para seguir analizando mis faltas, así que por favor acepta mis disculpas", le repitió elevando el tono de su voz solo un poco.
La mirada de Christian sobre el rostro de Terry se mantuvo firme. Entrecerró los ojos como tratando de entrar en la mente de Terry antes de aceptar sus disculpas. Sus acompañantes estaban allí. Terry se giró para saludarlos.
"Caballeros, este es el artista, Christian Blake", dijo después de haberse tragado todos esos sentimientos que lo quemaban y que se habían quedado atascados en su garganta como un ladrillo. "Tengo que decir… que me ha impresionado"
Dejó que los hombres se presentaran y se giró hacia Robert.
"Robert, tendrás que excusarme", le dijo, sonando casi urgente, mientras Christian estaba conversando con Barrymore, él mismo gran admirador del arte. Los ojos de Robert se abrieron con preocupación.
Desde el momento en que decidió partir, no quería quedarse ni un minuto más. Tenía que irse antes de que ella volviera del tocador. Parte de él estaba tentado a calladamente desaparecer y dirigirse al baño, ya que se preguntaba qué estaría ella haciendo, qué debería estar pensando. Pero eso solo empeoraría las cosas. Lo mejor que podía hacer era marcharsse. Beber algo. Extinguir lo que le quemaba. Ese maldito pintor, la imagen de ella en su mente. La apariencia que tenía cuando entró a la galería. Ya no era más una adolescente con coletas, labios inocentes y ojos tímidos. Era toda una mujer. Quizás no totalmente consciente de la atracción que causaba en las miradas de los hombres, pero mostraba la confianza de una mujer bien amada en términos físicos.
"¿Está todo bien Terrence?", le respondió, alejando el hilo de pensamientos de Terry.
"Sí, todo está bien… pero prefiero dar una paseo si no te importa", Terry trató de calmar la preocupación repentina que su comentario había causado en Robert.
"Por supuesto hijo mío…", le dijo, no sintiéndose absolutamente seguro de la excusa que Terry le había dado, "por favor, ten cuidado, ¿sí?"
Terry le prometió que lo sería, luego se giró hacia los otros dos hombres quien aún estaban conversando acerca de las pinturas.
"Caballeros, si me excusan, recordé que tengo algunas llamadas telefónicas que hacer a Nueva York, así que me disculpo por mi abrupta partida".
"Christian, fue un placer haberles conocido a ti y a Rose. Por favor ofrécele mis disculpas", le dijo, les mostró una breve sonrisa y salió.
De regreso en las calles de Londres, el sol del verano estaba descendiendo. Su luz luchaba con las sombras en cada esquina. Se colaba a través de las ventanas, coloreando el polvo flotante dorado. Se había sentado en un taburete de un bar en el primer pub que se encontró. Mientras esperaba por ese whiskey doble, observaba ese polvo como perdido. Por un momento, había bloqueado en su mente todo lo que había ocurrido en esa galería. Había demasiado ruido en su cabeza, muchas cosas para procesar, sentimientos, recuerdos. Tenía que parar un momento, para dejar espacio para el silencio. Dejar ese polvo dorado asentarse. Si no, pensó que iba a explotar. Sacó su pitillera, encendió un cigarrillo y tomó una larga y bienvenida calada. Se tomó el whiskey intercalando bocanadas, liberando el humo mezclado con la combustión del alcohol. Con ojos humedecidos, pidió otro.
Por fín… Ahora, podía dejar que sus pensamientos sobre ella volvieran uno por uno. Empezando por esa pintura… tenía que ser cuidadoso. Como los corredores de maratón que entrenaban para aguantar el dolor físico causado por correr la distancia completa, él también tenía que aprender a mantener todo bajo control. Todo lo que estaba sintiendo. Podría haber derribado a Christian. Tomar a Candy por el brazo y arrastrarla fuera de esa maldita galería, sin importar si ella lo odiara o no. ¿Pero resolvería él algo de esa manera?
Había tomado una decisión. La había tomado. Había cruzado un océano por ella. Un océano y diez años. Estaba dispuesto a pelear, dándose cuenta de que él nunca había luchado por ella en el pasado. Ni una vez. Bien, que lo condenasen si no fuera a luchar por ella ahora.
Tomó la carta de la señorita Pony y la leyó de nuevo. Parecía que no hacía mucho que Candy se había mudado a Londres. ¿Y por qué había hecho eso?, él lo averiguaría. Lo que más le complacía era que su relación con Christian debería ser algo reciente, unos pocos meses más o menos. La esperanza creció en su interior.
Por lo que a él le concernía, era juego limpio. No se habían intercambiado anillos. No estaba seguro si se habían intercambiado juramentos de amor, pero si él jugaba bien sus cartas, podría averiguar qué tan profundos eran los sentimientos de Candy por ese tipo.
Lo que él sabía era lo que ambos habían sentido cuando rompieron. Esa fatídica noche de invierno cuando el destino hizo que el futuro de ambos se separara. Durante todos esos años había una certeza en su mente. Lo de ellos había sido el amor de sus vidas. Él se había acostado con otras mujeres. Incluso había tenido breves aventuras amorosas en secreto. Pero su corazón había permanecido cerrado. No porque hubiera elegido hacerlo, sino porque ninguna otra mujer había llegado tan profundamente para despertarlo.
Él podría haberle dicho a cualquiera que sí, que era egoísta de su parte pensar que lo mismo aplicaba para Candy. Pero en ese momento, cuando ella estuvo entre sus brazos, él lo supo. Ella lo estaba dejando, pero el amor de ella era real. Candy no era una mujer que tomaba el amor a la ligera. Sí, ella había cambiado. Y había cambiado bastante por lo que había visto y experimentado, ¿Se sentía cómodo con eso?
Se dio cuenta que eso lo enojaba, justo porque ellos no habían experimentado ese cambio, el haber madurado hasta ser adultos juntos. Los celos podían destruir todo. El hecho de que él sabía que había otro hombre con Candy justo en ese momento y disfrutaba de todos sus afectos, hacía que sintiera fuego dentro él, tras sus ojos, apoderándose de su mente. Esto era peligroso.
Habiéndose tomado su segundo whiskey doble se sintió mejor. Iría a esa fiesta más tarde. Incluso se quedaría por algún tiempo en Londres. Podría ser tan galante y caballeroso con Candy como aquellos caballeros del rey Arturo. Sir Lancelot y ella su Guinevere. Y se aseguraría de no meter la pata en lo que ella respectara. Esta era una actitud a la que él no estaba acostumbrado. Pero las cosas cambiaron. Candy había cambiado. Y quizás era hora de que él cambiara también.
