CAPITULO 25

La pequeña furgoneta negra se balanceó y tambaleó mientras aceleraba por las calles empedradas. En la parte de atrás, Christian sintió como si fuera unos dados de póker a punto de ser tirados dentro del vaso. Una analogía apropiada, dado que no tenía idea de a dónde iban. Más o menos sabía el por qué y quién. Charles "Wag" McDonald, el jefe de los Chicos Elefante requería su presencia. Deseó que donde cayeran los dados, cayeran a su favor. El polvo llenaba la parte trasera de la camioneta, el aire se sentía cálido y seco en sus fosas nasales. La mirada de los tipos frente a él estaba en blanco, sin dejar pistas. Caras de póker. El rastro de una gota de sudor corrió por su sien.

"¿Todo bien muchachos?", Preguntó, mientras sonreía, en un intento por aligerar el estado de ánimo.

"Te sugiero que mantengas tu ingenio para más tarde, Plumas...", el tipo con su gorra muy calada, que ensombrecía sus ojos azul claro, murmuró entre dientes a Christian.

La mirada de Christian se congeló en la cara del matón, se convirtió en una pared de hielo, ocultando todos sus pensamientos detrás. Él ya sabía que este viaje no era bueno. Rose vino a su mente. La preocupación apareció. Mezclada con miedo. ¿Qué le diría a ella? Si pudiera y cuando pudiera escapar. Estaba casi seguro de que este viaje improvisado estaba relacionado con el hecho de que había decidido que el Cuervo dejara de aterrorizar por el robo de las cajas fuertes de las mansiones ricas y famosas de Londres. No más Plumas Negras le había dicho a Billy. Billy le había advertido, pero decidió ignorarlo. Sin embargo, "Wag" McDonald sabía cuándo atacar. Sabía cuándo era mejor deslizar la navaja. Justo en el maldito día de inauguración de su exposición. Cuando la gente notara que él había desaparecido. Cuando tendría que dar excusas. Cuando maximizaría su miedo. Ponerse del lado equivocado del "Wag" era algo serio.

El momento que eligió para retirarse de su vida secreta no podría haber sido peor. La guerra entre McDonald y sus Chicos Elefante que se habían puesto del lado de Billy Kimber contra ese psicópata Sabini, se estaba volviendo cada vez más violenta. Las apuestas sobre quién gobernaría Londres estaban más altas que nunca.

Billy Pike, de quien Christian se había hecho amigo en una noche invernal de borrachera en el Duque de Waterloo Road hacía un par de años, había sido uno de aquellos muchachos. Nació entonces Plumas Negras. Producto del atrevimiento empapado en alcohol y la ira por su verdadero padre aristócrata, el Cuervo abrió sus alas esa noche. Billy estaba intrigado. Aquí estaba este tipo que seguía comprando pintas para todos, obviamente no pertenecía a su vecindario, y definitivamente no había vivido sin comodidades en su vida, extravagante, ruidoso y loco de remate, habiéndose bebido la mitad del bar cuando maldijo a todos los bastardos ricos, enamorados de su dinero y diamantes. ¡Que les den a todos por el culo! había gritado. ¿No sería bueno si alguien pudiera hacerlos desaparecer? Christian le había susurrado al oído a Billy, como muestra de amistad.

"Eres un loco bastardo", había dicho Billy entre carcajadas. Le gustaba este tipo Christian.

"¡Muy cierto hombre!" Christian había gritado, golpeando su mano contra la mesa, haciendo saltar y tintinear los vasos de pintas. "¿Quieres ver lo loco bastardo que soy?", le había preguntado.

La gente miraba hacia aquel rincón con miradas divertidas, volviéndose lentamente por curiosidad. A Billy no le venía bien llamar la atención. Y tampoco a este pobre chiflado que no paraba de hablar de esta jodida arpía rica que lo dejó en la estacada por otro bastardo rico. Rodeó el cuello de Christian con el brazo y lo impulsó a avanzar hacia la puerta.

"Escucha Christian, amigo... ¿qué tal si salimos para que el aire frío sople en nuestra cara, eh?", le había preguntado.

Salieron en el momento en que la lluvia era casi horizontal, viajando a gran velocidad en la dirección del viento. La cara de Christian se puso seria, como si se hubiera vuelto sobrio en un minuto. Se estaban empapando.

"Billy, ¿estás conmigo?", preguntó con respiración entrecortada y con los dientes que castañeteaban por el frío que penetraba hasta los huesos, pero con un fuego ardiendo dentro de sus ojos azul cielo. ¿Cómo podría decir que no? Él era parte de los jodidos chicos Elefante, cualquier tipo de alocada aventura ya formaba parte de su sangre.

Asintió, se rio, lo llamó loco bastardo una vez más y ambos fueron tragados por la oscuridad de las calles por las que comenzaron a caminar. Billy iba a ser sus ojos allí afuera, comprobando que no hubiese policía a su alrededor. Todo lo demás, en el interior, era el dominio de Christian. La forma en que se movía y la facilidad con la que se había colado dentro de la casa, era como una sombra que se arrastra desde las grietas de la pared. Billy no había visto a ningún otro tipo tan ágil y rápido moviéndose. Como si hubiera nacido para hacer esto. Christian podía sentir la adrenalina apoderándose de todo dentro de él. Se convertiría en su dosis, su droga. Mandando al carajo su vida anterior. La que había sido falsa de todos modos. Entonces, ¿por qué no aceptarlo? La vida falsa no es real. Nada es real. Sus padres no habían sido reales. Un bebé robado de un duque aristócrata que ni siquiera se había molestado por observarlo. Quién sabe quién era su verdadera madre...

Entró, y salió con la misma tranquilidad. Los ojos de Billy se pusieron como platos cuando le echó una mirada rápida al botín. Anillos de diamantes y cadenas de perlas, brazaletes dorados. Christian no quería nada de ello. Para él, era el acto lo que importaba. Billy podía tomarlo todo y asegurarse de que fuera para personas que necesitaban el dinero. Pero él no tuvo más remedio que mostrar el botín a su jefe. Si lo mantenía en secreto, y para Charles no había secretos, se arriesgaba a que le rompieran las piernas. Y ese habría sido el mejor resultado, pues podría ser aún peor. Quizás incluso podría ser su fin, para terminar flotando en el Támesis.

Los neumáticos chirriaron al detenerse. Los mismos frenos que los detuvieron, hicieron que sus pensamientos sobre el Cuervo se dispersaran como el polvo de la carretera. Su corazón se aceleró. La puerta trasera se abrió y se le pidió que saliera. No tenía idea de dónde estaban, la calle estaba tranquila. ¿Podrían estar en el Elephant and Castle? McDonald era conocido por mantener en secreto su cuartel general, lo cual era una medida inteligente teniendo en cuenta los asuntos que tenía con Kimble y Sabini. Entraron en un viejo almacén. Estaba mayormente vacío, aparte de algunas cajas de madera dispersas al azar, grandes cadenas viejas dejadas en el suelo, cubiertas de óxido. Olía a abandonado mientras se adentraban en el edificio, iluminados solo por rayos del sol de la tarde que pasaban a través de las ventanas, chocando contra las losas de piedra del piso como si fueran barras de oro. Sus pasos resonaban en el aire. Christian había concluido que este lugar no era la sede de los chicos Elefante. Quizás era solo un lugar que usaban para liquidar cuentas que habían caído en atrasos. Como la suya. En la parte posterior el lugar no tenía ventanas, con el olor a humedad procedente de las paredes. La luz salía de las bombillas colgadas del techo. Un escritorio había sido colocado allí. Había unos pocos hombres de pie, incluso un par de mujeres. Las miró y reconoció al menos a una que había estado en el evento de su exhibición. Él había hablado con ella. Inusualmente alta y ancha de hombros para ser una mujer, era difícil que no llamara la atención. Todos iban muy bien vestidos, las mujeres con vestidos de noche con cuentas, largas plumas en sus peinados, los hombres con refinados trajes de tres piezas, el cabello peinado hacia atrás, luciendo elegantes con brillantina. Casi todos fumaban. Una nube de tabaco llenaba el lugar.

Se detuvieron a unos tres metros del escritorio.

"Bueno, bueno, bueno, si no es otro más que el jodido Picasso", Christian escuchó la voz grave del hombre detrás del escritorio.

Charles "Wag" McDonald debía tener unos cuarenta y tantos años. Parecía distinguido y tenía la apuesta cara de un demonio. Pero su mirada... era intrépida, haciendo equilibrios entre en el límite de parecer fiable y malévolo al mismo tiempo. Podría cambiar debido a cualquier cosa, como la chispa que enciende la dinamita. Ante él, la cara de Christian se convirtió en piedra, el último rostro que llenó su mente fue Rose. Maldijo el momento en que ella lo conoció. Quería una vida honesta para los dos, pero su pasado parecía haberles alcanzado. Deseaba poder volver a ella esa noche. Mientras tanto, guardando silencio, el hombre volvió a hablar.

"Debes saber quién soy...", dijo.

"Sí", respondió Christian después de un momento de silencio. Las voces resonaron en el espacio vacío.

Captó con el rabillo de su mirada los ojos preocupados de su amigo, Billy, que estaba a cierta distancia a su izquierda.

Como si McDonald hubiera seguido este ligero movimiento de la mirada de Christian, se volvió y miró al propio Billy.

"Tu amigo, aquí Billy, nos ha dicho que también te haces llamar por el nombre de Christian Blake", comentó y volvió a mirar a Christian. "¿Es eso cierto?"

"Lo es" Christian respondió una vez más. "Christian Blake es mi nombre"

"Pero... sabes Christian... yo y aquí los chicos preferimos llamarte Plumas Negras...", su voz profunda reivindicó cada una de las palabras que le valieron el nombre de su alter ego. "¿Te importa?", preguntó mientras cruzaba los dedos de las manos sobre el escritorio.

"Puedes llamarme como te de la puta gana", dijo Christian en un repentino estallido de ira, que había estado cociéndose a fuego lento en el fondo de su mente.

Como un rayo, un puño cerrado cayó con fuerza sobre sus costillas. Su cuerpo se dobló reaccionando al agudo pinchazo de dolor que le había robado el aliento desde el interior de sus pulmones. Uno de los matones de McDonald's que lo acompañaba no había dudado. La arrogancia frente a su jefe no iba a ser tolerada.

Escuchó a McDonald hacer chasquidos con la lengua. "Si eres tan descuidado con tu pincel, como lo eres con tu boca muchacho... dudo que valgas las pinturas que usas para tus malditos cuadros".

Christian dejó que sus palmas descansaran sobre sus rodillas, inclinándose hacia adelante todavía por un minuto, tratando de recuperar el aliento. Tosió un par de veces y se levantó.

"Ahora ven aquí y siéntate", ordenó McDonald y uno de los muchachos trajo una silla.

Dio unos pasos y se sentó. Podían mirarse el uno al otro desde lados opuestos del escritorio. La sonrisa en los ojos de McDonald era dura, sin verdaderas emociones. Christian esperaba a escuchar lo que quería decir.

"¿Cuál es ese asunto de retirar a Plumas Negras que he escuchado, mi muchacho?", finalmente hizo saber su argumento. Christian más o menos también sabía que esta era la causa de sus últimos problemas. Respiró hondo, sin apartar los ojos del duro criminal.

"Puedo hacer lo que quiera con Plumas...", dijo Christian con voz mesurada, "Y no soy tu muchacho..."

Escuchó un ruido detrás de él, los muchachos acercándose. Levantando la palma de la mano, el jefe les ordenó que se detuvieran.

"Me parece justo", comentó y se encogió de hombros, "una descripción errónea de mi parte, perdóname".

Los jefes de bandas nunca piden perdón. Y si lo hacen, generalmente no es una buena señal. Es más como la maniobra lateral de una cobra, cambiando de posición para atacar desde otro ángulo.

Un silencio frío y pesado se extendió durante los siguientes minutos. Justo cuando Christian comenzaba a perder la paciencia y estaba casi listo para levantarse y alejarse de todo eso, la mención de un cierto nombre hizo que su interior se congelara por completo.

"La Rosa Escarlata..."

La voz resonó entre las viejas paredes húmedas. El miedo frío humedeció la piel de Christian. Se mantuvo en silencio y quieto como una estatua.

"Escuché que es una gran pintura...", agregó y se volvió hacia una de las mujeres, que Christian recordaba de la Galería. "¿No es así, Alice?", Le preguntó a la mujer.

"Oh, es algo para observar bastante", dijo ella con un acento simuladamente elegante, mientras que sus ojos parecían astutos cuando cayeron sobre Christian, bajo la pobre luz que venía de las bombillas que colgaban.

"¿Cómo se llama esa mujer en la pintura?", Le preguntó a la mujer.

El cuerpo de Christian se tensó. Podría lanzarse y agarrar el cuello de McDonald. Apretarlo, hasta que se le apagara la vida. Lo matarían, sin duda, pero Rose estaría a salvo. ¿Para qué necesitarían a Rose con él muerto?

"Rose White, creo", respondió ella. "Americana... se ve forrada en dinero"

Christian había alcanzado su límite. Saltó de su asiento. La ira ardía en su mente, con los ojos en blanco.

"Te mataré", logró gritar, antes de que dos hombres lo agarraran de sus hombros y lo arrastraran hacia atrás.

"Déjala fuera de esto", su voz salió áspera mientras lo retenían.

McDonald se levantó y caminó hacia Christian. Se detuvo frente a él. Sus ojos lo retaron.

"Denle una paliza y luego arrójenlo en alguna parte", dijo sin apartar los ojos de su rostro aturdido.

"Plumas negras desaparecerá cuando yo lo deje desaparecer... muchacho", dijo con la cara a centímetros de la mirada de Christian.

"Si quieres mantener a tu Rose a salvo", concluyó con una sonrisa fría.

Se dio la vuelta. El sonido de sus pasos fueron cubiertos por los puños que golpeaban sin descanso el cuerpo de Christian, hasta que cayó. Su respiración era difícil. Pinchazos de intenso dolor perforaron su torso. Todo era su culpa. Pasara lo que pasara, su principal prioridad era mantener a salvo a la mujer que había terminado amando. Los hombres que lo golpearon, lo agarraron, lo levantaron y lo arrastraron de regreso a la camioneta. Después de andar por veinte minutos hacia un destino desconocido, las puertas se abrieron y fue echado fuera. Se giró para mirar al tipo que lo había empujado.

"Billy Pike se pondrá en contacto", gritó antes de cerrar las puertas y la furgoneta desapareció de su vista.

Con movimientos lentos, logró ponerse de pie. Se abrazó los costados y gimió de dolor. Entró al primer pub que encontró y se dirigió al baño. Se paró delante del lavabo, examinando su rostro en el espejo. Estaba hecho una mierda, aunque no lo habían golpeado en la cara, probablemente porque necesitaban que volviera a la mansión de Lord Wooster para su fiesta. La que se organizó para la apertura de su exposición. Se rio con un sabor amargo en la boca. Tenía que ir allí rápido. Hacer acto de presencia y sacar a Rose de allí. ¿Quién sabe quién más la estaba vigilando allí?

Se levantó la camisa. Grandes manchas rojas, algunas de las cuales ya se estaban volviendo azules cubrían su torso. Se estiró y metió la camisa dentro de los pantalones con cuidado. Se echó agua en la cara y se peinó con los dedos. El fuego en sus ojos todavía estaba allí. Tenía muchas ganas de encontrarse con ese bastardo, Billy, cuando fuera que sea. Por ahora, el plan era conseguir un taxi. No mucho después, Christian se dirigía a Belgravia.

Lord Richard Wooster era conocido por ser un gran mecenas de las artes. Los artistas se peleaban por tener su respaldo. Para fortuna de Christian, él se había sentado en la mesa de Sir Witt en Rules, la noche en que había tenido su primera cita con Candy. Al salir del restaurante, Christian había visto a Sir Witt y se habían sentado en su compañía un rato con Candy.

Cuando se conocióla noticia de que Christian había conseguido un espacio para una exposición en la prestigiosa galería Whitechapel, lo visitó en su apartamento en Chelsea. Christian le mostró algunas de las pinturas, Richard también le dio consejos sobre ciertas obras, ya que había sido considerado como uno de los mejores críticos de arte. Mostró mucho entusiasmo cuando vio su Rosa Escarlata. "¡Esta debería ser tu pieza central, Christian!", había dicho en aquel entonces. Después de una conversación que Christian tuvo con ella más tarde esa misma noche, se decidió. La Rosa Escarlata se mostraría en la exposición.

Nunca antes Candy había revelado tanto de sí misma a la gente. No era su desnudez. Pero la intimidad que revelaba, su rostro en toda su vulnerabilidad, sin esconderse detrás de sonrisas esperanzadoras o lágrimas de tristeza. Lo más verdadero de ella había estado en esa pintura, para que todos lo vieran.

La fiesta estaba en pleno apogeo. Solo que la persona homenajeada no estaba allí. Lord Wooster había querido decir algunas palabras en algún momento y ese punto había llegado y estaba a punto de irse para siempre.

La gente estaba cada vez más embriagaba con el mismo ritmo que el champán llenaba sus altas copas para curar su sed entre el loco ritmo del Charleston. Él se secó el sudor de la frente y caminó hacia Candy. Ella estaba bastante ocupada en una conversación con dos tipos los cuales no tenía idea quiénes eran, pero parecía que los conocía bastante bien.

"Rose, querida", dijo, tratando de ser escuchado entre todo el ruido de la fiesta. Candy, Archie y Terry se habían levantado del sofá que estaban compartiendo cuando Lord Wooster llegó frente a ellos.

"¡Lord Wooster! Permítame presentarle a estos dos caballeros", dijo de inmediato con una amplia sonrisa en su rostro. Quizás él tenía noticias de Christian...

"Este es mi primo de Chicago, Archibald Cornwell", presentó a Archie a su derecha, "Actualmente aquí por negocios", continuó mientras los dos hombres se daban un apretón de manos.

"Y este es mi querido amigo de Nueva York, Terrence Graham", dijo y se volvió para mirar a Terry, que ya había estrechado la mano de Richard para saludarlo.

"Ha organizado aquí una gran fiesta, Lord Wooster", observó Terry.

"¡Oh! ¡Un inglés!" elogió el hombre al escuchar el acento de Terry.

"Sí, Lord Wooster, lo soy", respondió Terry, "me fui de Gran Bretaña por amor al teatro y Broadway, me temo, hace muchos años", continuó mientras daba un sorbo a su champán. "Mi compañía estará representando Hamlet en un par de semanas aquí en Londres"

"¡No me digas!, ¿es la que lleva al gran John Barrymore para el papel principal?", Preguntó Lord Wooster con entusiasmo.

"¡Efectivamente señor! Yo solo me uní para darle apoyo, aproveché la oportunidad para visitar mis antiguos lugares de paseo... solía vivir aquí", dijo Terry, consciente al mismo tiempo de la mirada de Candy sobre su rostro. Se preguntaba qué estaría pensando ella en ese momento, con él lanzando fragmentos de información para que ella los escuchara.

"No me diga...", exclamó Lord Wooster y se volvió hacia Candy.

"Rose querida... Christian...", comenzó a decir con una cara inquisitiva, "¿Dónde está él?"

Entonces él tampoco tenía noticias. Una nueva ola de preocupación la inundó por dentro. Aunque tenía que continuar.

"Creo que un posible comprador lo detuvo", dijo, mintiendo entre dientes. "Muy entusiasta por lo que parece", agregó tratando de hacer la mentira más convincente.

"Estoy segura de que estará aquí en cualquier momento, Lord Wooster", agregó, al ver que la cara del pobre hombre estaba ensombrecida por pensamientos.

"Espero que sí, querida", finalmente levantó los ojos para decirle. "Había preparado un discurso tan bueno para él"

No tuvo tiempo de decir nada más. Una mujer muy glamorosa llamó su atención. Ella quería presentarle a sus amigos.

"Por favor envíame a Christian cuando esté aquí", se las arregló para decir antes de partir para encontrarse con sus otros invitados.

"¡Pero por supuesto Lord Wooster! ¡Inmediatamente!", exclamó.

En el momento en que su anfitrión giró la cabeza, toda la simulación se desvaneció de su rostro. Sus ojos se oscurecieron. ¿Dónde demonios estaba Christian? Tenía ganas de estallar en lágrimas. Desesperada por un poco de aire fresco, volvió la cara hacia la puertas principal. Archie y Terry la miraron con preocupación en sus rostros.

"Por favor, ustedes dos... ¿puedo tener un momento a solas? Necesito un poco de aire", se giró y los miró a ambos, dejando que sus ojos permanecieran un poco más en el rostro de Terry, que parecía más serio de lo habitual.

No les permitió responder a su súplica, pero comenzó a caminar rápidamente hacia las puertas abiertas. Si pudiera, hubiera corrido pero tenía que mantener su creciente angustia bajo control. En el momento en que salió y la suave brisa le acarició la cara, respiró hondo y sus ojos se volvieron lagos ondulantes.

"¡Por el amor de Dios Christian!" murmuró entre dientes. Sus dedos estaban temblorosos cuando abrió su bolso de noche para sacar su pitillera. Encendió el cigarrillo tan rápido como se lo puso en la boca e inhaló, tomando tanta nicotina como pudo.

Archie miró a Terry sin poder encontrarle ni pies ni cabeza a lo que estaba sucediendo con Christian. Lo que sabía sin embargo, era que Candy se esforzaba mucho por ocultar su preocupación y que a medida que pasaba el tiempo, las señales de su fracaso se volvían más obvias a sus ojos.

"Ve con ella, Terry", casi le ordenó Archie. Terry se volvió sorprendido. Si alguien le hubiera dicho en el pasado que Archie sería quien lo alentara, empujándolo a acercarse a Candy...

"No creo que sea una buena idea Archie", dijo. "Realmente no quiero enfrentarla en este momento", no importaba cuánto él realmente quería correr hacia ella. Pero ella no era suya, su vida era de ella y solo de ella. Solo porque tenían un pasado, no le daba el derecho de entrometerse de esa manera en sus asuntos y podía imaginar a Candy diciéndole estas cosas a él.

"¡Estupideces!", Archie levantó la voz con frustración. "Te digo que Graham, el hombre con el que Candy ha estado involucrada, no es bueno para ella". Sus palabras fueron rápidas, con una urgencia que Terry había encontrado extraña.

"Sé que piensas que estoy exagerando, pero no viste la expresión de su cara cuando el sugirió que partiéramos por nuestra cuenta a la fiesta", dijo tratando de borrar las dudas que vio en la cara de Terry quien se mantenía en silencio.

Archie respiró hondo. "Está bien, escucha... siempre he tenido corazonadas sobre las cosas", comenzó a decir, con una cara seria, "Es por eso que me va bien en los negocios...", continuó.

"También sentí un mal presentimiento con mi hermano cuando se fue a la guerra", dijo, y las razones por las que había sido tan inflexible para que Terry fuera junto a Candy comenzaron a aparecer en la mente de Terry.

"Debería haber intentado mucho más de lo que hice para tratar de detenerlo...", dijo Archie con una niebla sobre sus ojos, "Y no lo hice"

Todavía Terry estaba en silencio. "¿Ves ahora mis razones sobre el amante de Candy?", Dijo y esa habría sido su última advertencia.

Terry se volvió y fijó su mirada en los ojos de Archie, queriendo convencerse a sí mismo. Archie no tuvo que decir nada más, ya que Terry se fue tan pronto giró su mirada hacia la entrada principal. En el momento en que su figura solitaria apareció ante su vista, un taxi negro se detuvo frente a ella.

Apenas había tomado tres caladas de su cigarrillo, un taxi negro giró hacia la entrada de la mansión. Sus ojos lo siguieron con ardiente anticipación. Se detuvo justo en frente de ella. Con movimientos lentos, salió Christian.

Los ojos de Candy se abrieron de alivio. Las lágrimas le escocían dentro de ellos, pero ella trató de contenerlas. Arrojó el cigarrillo, lo aplastó debajo de la suela de su zapato y bajó corriendo las escaleras, deseando desesperadamente arrojarse a sus brazos.

Los ojos de Terry siguieron toda la escena desde una parte de la entrada que estaba bajo las sombras. Ella había corrido con fuerza al abrazo de Christian. Terry examinó intensamente la cara de Christian. Parecía preocupado para decir lo menos. ¿Fue una punzada de dolor lo que notó en sus ojos, en el momento en que Candy lo abrazó con fuerza? Christian la había empujado suavemente hacia atrás, la había mirado a la cara durante un buen minuto, le había echado el pelo hacia atrás y la había besado con extrema ternura.

"Vamos imbécil...", murmuró Terry para sí mismo. "¿A qué estás jugando?"

Terry era actor y, como tal, había aprendido a estudiar incluso los detalles más minuciosos de las expresiones de las personas y todos los sentimientos asociados. Observar a la gente siempre fue su punto fuerte, mientras permanecía en las sombras. Siempre quedándose en las sombras. Incluso desde el momento en que crecía junto a la familia de su padre. Con la madrastra abusadora, sus hermanos apáticos, su padre ausente. Entre las sombras era donde se sentía más cómodo. Mientras más permanecía allí, mirando a Candy y a Christian, más las palabras de Archie resonaban en su mente. Pensó que había algo allí... alguna verdad en ello. Se dio la vuelta y volvió a entrar. Tendría a Christian en su punto de mira. Eso era seguro. Así que tendría que ser el tercero en discordia por un tiempo. Le dolía pensar en eso. Pero de ninguna maldita manera dejaría a Candy estar con este tipo mientras tuviera dudas sobre lo que estaba escondiendo detrás de las cortinas. Estaba decidido a descubrirlo.

—-