Capítulo 26
Candy sintió que el cuerpo de Christian se tensaba en el momento que lo abrazó. Todo el alivio que ella sintió se transformó en un abrazo fuerte. Su cuerpo sobre el de él, sin ni siquiera un milímetro libre para que el aire pasara entre ellos.
"Rose…", él le susurró en el oído, con su voz arrastrando algo más que tiernos sentimientos.
La empujó hacia atrás y sus ojos azules se sumergieron en los de ella, tratando de atrapar su alma. Mantenerla a salvo.
Una pequeña semilla de un pensamiento había empezado a esparcir sus tempranas raíces en la mente de Candy. Era algo sobre él. Como si todo hubiera cambiado pero desesperadamente tratara de mantenerse igual. Ella no podía precisar exactamente lo que su instinto le estaba diciendo. En cambio, dejó que su manos frías le peinaran su cabello hacia atrás. Sin más palabras, pero manteniendo su mirada captiva en la suya, él bajó su rostro y la besó. Fue casi un beso de temor, muy tierno y suave, preciso en su movimiento.
Recordó el momento en que se habían encontrado a un cervatillo en un día que había llovido en Londres. Se había hecho presente ante sus miradas dentro del parque de Richmond, como si se hubiera escapado de un mundo de sueño paralelo al real. Ellos se habían movido con el mayor de los cuidados, sin perderlo de vista, esperando poder persuadir a la bella criatura de que no les temiera. Que podía confiar en ellos.
Así se sintió el beso de Christian. En vez de calmarla añadió más nerviosismo a sus venas. "Christian, ¿en dónde has estado?", le preguntó cuándo sus labios la abandonaron.
"¿Puedo decírtelo más tarde mi amor?", le respondió. Ese no era el lugar o el momento. Todavía en su mente estaba probando varias excusas que le sonaran suficientemente veraces para poderlas usar. "Llego más que lo elegantemente tarde y lo lamento muchísimo", añadió.
Candy trató de leer todo en él. Su cara, su voz, la forma como se movía. Pero él tenía razón. Este no era el lugar ni el momento para que hablaran. Tendría que esperar. Alejó todos sus temores. Él estaba allí, y eso tendría que ser suficiente por ahora.
"Lord Wooster, Christian", le empezó a decir mientras subían las escaleras y entraban en la mansión. Los ojos de él se movieron entre la multitud. La antítesis de donde había estado y de lo que le había pasado hacía una hora. La juerga de la que estaba siendo testigo… no podía haber mayor distancia de lo que su corazón y mente estaban sintiendo justo en ese momento. Pero tenía que mantener las apariencias.
"Él quiere verte de inmediato", se giró Candy y le dijo, dándole tiempo para que absorbiera toda la atmósfera de júbilo. "Gran fiesta, ¿ verdad?", añadió ella y sonrió, en un intento de empezar a sentirse normal de nuevo.
"Sí lo es Rose", sonando ausente. "Vamos a buscar a Richard". Añadió y se adentraron en el vestíbulo, mezclándose con todo el mundo mientras avanzaban.
La mirada de Terry se mantuvo sobre ellos. Quizás había sido influenciado por las palabras de Archie, pero sentía que algo estaba fuera de lugar. Sin embargo mantuvo su palabra. Candy no era suya. Si por él fuese, se la habría llevado. Muy lejos de allí.
Entendió que ella había madurado, había cambiado. Los acontecimientos son los que le dan forma a nuestras vidas, o para decirlo mejor, nuestras reacciones a ellos. ¿No lo sabía él mejor que nadie?, sola después de su ruptura, ella había perdido más personas que amaba. Personas muy cercanas a su corazón. Así que había alcanzado sus límites. Candy había reaccionado a toda esa pérdida, rebelándose contra tal destino injusto. Manteniéndose feliz. Ese era su trato. Pensar que ellos podrían recrear lo que tuvieron hacía tantos años, habría sido la mejor falacia romántica, un sueño de verano bajo un cielo estrellado. En el peor de los casos… insensata locura. No, él no estaba listo para transformar este viaje en su propia misión quijotesca. Había entrado a este terreno con la mente clara. Tanto como podía por supuesto. Enfrentarse a sus sentimientos por Candy siempre había exigido un esfuerzo consciente por su parte para no perder esa claridad. Mantener el control, se había vuelto bueno en eso. Habiendo tenido que vivir con una mujer que no había amado.
No obstante, no podía acostumbrarse a la forma de ser de Candy ahora. Sin embargo era pronto para poder decirlo con una absoluta convicción. Solo hacía unas pocas horas se habían encontrado de nuevo. De lo que él si estaba seguro era que ella estaba hecha de otra pasta. Razonable, atrevida, con los pies a tierra. Sus mejillas se tornaban rojas como manzanas maduras de un árbol, si sus manos rozaban la piel de ella por accidente, cuando estaban sentados uno al lado del otro en su lugar secreto de los terrenos del San Pablo, observando la ciudad de Londres. El deseaba que ella lo regañara de nuevo por fumar. En cambio ella fumaba ahora. Y bebía bastante. Y besaba aún más, por lo que se había percatado. Maldita sea, incluso se había desnudado para que todo Londres la viera. Se estremeció. Una ola de ira reprimida brotó a la superficie entrelazada con deseo.
"¿Christian está aquí?", la pregunta de Archie fue bienvenida, sacándolo de ese fuego que había empezado a ebullir dentro de él.
"Así es…", respondió Terry. "Creo que Candy lo está llevando a ver a Lord Wooster".
"¡Menos mal!", Exclamó Archie. "Me había empezado a preocupar que a Candy le diera un ataque"
"Él apareció justo en el último momento Archie", Terry dejó oír su último pensamiento. "Vamos hacia donde están", añadió.
Los dos hombres caminaron hacia la gran escalera en donde estaba la pareja de pie. Lord Wooster estaba subiendo la escalera. Parecía que él iba a dar el discurso después de todo.
"¡Oh, vaya, ustedes están aquí!, dijo Candy en voz alta en el momento en que vio a Terry y a Archie aproximándose hacia ellos. Ella parecía apenas feliz. Christian se giró al mismo tiempo hacia ellos.
"¡Hola caballeros!", dijo sonando más mesurado que previamente en la Galería, de acuerdo a la impresión de Terry. "Terry… Archie", los saludó a los dos. "Mis disculpas por tan larga ausencia", dijo con una sonrisa avergonzada. "Había un antiguo conocido a quién no había visto hacía años y…"
"No hay necesidad dar explicaciones Christian", Terry lo interrumpió antes de que siguiera. "Rose aquí se estaba preocupando un poco…", dijo mientras miraba a Candy, examinando su rostro, "pero ahora que estás aquí, todos nos podemos relajar", concluyó con una amplia sonrisa.
"¿Y en dónde está ese conocido tuyo, Christian?", soltó Archie repentinamente. "¿No lo invitaste a tu fiestón?", con el sarcasmo chorreando con cada palabra. "¡Debe ser un gran amigo para que hayas desaparecido durante tanto tiempo!"
Fuegos esmeralda ardían dentro de los ojos de Candy cuando se giró para mirar a Archie. Christian mostró una sonrisa forzada, tan falsa como su excusa.
"Su desmedido sarcasmo me ofende mucho Mr. Cornwell", respondió Christian, que parecía como un fuelle comprimido a punto de ser liberado, "pero por el bien de muchas cosas, especialmente por Rose, a quien tú tienes en tanta estima", añadió girándose hacia ella, quien le rogaba en silencio mantenerse calmado.
"Estoy bien mi amor…" añadió, suavizando su voz, apretando su mano en la suya. Sus dedos se sentían fríos en la piel de ella.
"Y por Lord Wooster quien organizó este jovial evento, preferiré ignorar sus insensibles comentarios". Fueron las palabras finales de Christian, y no iba a darle ninguna continuidad a los rudos comentarios de Archie. Por mucho que él parecía lo deseaba.
Terry podría haber tirado a Christian al suelo al escuchar que llamaba a Candy su amor. Apretó la mandíbula. También se dio cuenta de que los ánimos estaban enardecidos. La insistencia de Archie sobre que había algo en Chirstian que no cuadraba, el nerviosismo tenso de Candy sobre los asuntos de Christian… el mismo Christian que a pesar de estar simulando que estaba bien, se veía incómodo.
Terry se encontró en una posición única e inédita. En una que él nunca hubiera imaginado estaría.
"¿Caballeros, podríamos por favor mantener la paz?", intervino con la voz más autoritaria que tenía en su interior, tratando de ejercer control sobre todos ellos. Como barcos a la deriva en el mar abierto, arrastrados por repentinos vientos de tormenta, él tenía que dar un paso adelante para mantenerlos a todos unidos.
Christian lo observó perplejo pero aliviado al mismo tiempo. Su encuentro en la Galería no había empezado con buen pie, pero aquí estaba él. Siendo el más calmado de los cuatro. Archie estaba molesto con la reacción de Terry, pero entendía lo que quería decir. También sabía que se le había desatado la lengua. Debería haberse controlado más. Pero se sentía bien atacar a Christian donde le dolía. Y él había evitado dar una respuesta directa…
De todos ellos, la que no podía creer lo que escuchaba y de quién, era Candy. Lord Wooster gritó desde las escaleras para que la música parara. No hubo interrupciones en la mirada de ella que se mantuvo pegada a la Terry, quien se giró y le sonrió. Después de todo, ser el más calmado tenía sus ventajas algunas veces, pensó.
Mientras Lord Wooster estaba exaltando las habilidades de Christian como pintor, Terry observaba su rostro. Se veía modesto, y casi un poco incómodo por la atención atraida sobre su nombre. Y había que decirlo. No se veía que estuviera del todo allí. Su mirada estaba demasiado fija en el vacío, viajando a unas profundidades y distancia que solo conocía Christian. No había dejado la mano de Candy, sin embargo. Su pulgar seguía acariciando su piel delicada sobre sus nudillos. Ella apretó su mano en respuesta, queriendo sobre todo tranquilizarle.
A pesar de que eran rivales, y se pudieran caracterizar como tal, por aquellos pequeños detalles que Terry había notado, surgió dentro de él una gran diversidad de sentimientos. Conflictivos y confusos. Durante ese pequeño espacio de tiempo casi se rindió. Candy estaba con otro. Y él… él sintió que había aterrizado en su vida como si fuera de la luna. Christian… ¿era posible para Terry sentir rabia a la vez que pesar por el amante de Candy?. Algo malo había pasado, él casi podia sentirlo. Pero que Christian mantuviera la mano de Candy en la de él… ciertamente parecía que a él le importaba ella mucho. Al mismo tiempo, ¿podría ella estar involucrada de alguna manera en lo que le había pasado a Christian mientras este se había ausentado? Terry sintió que tendría un fuerte dolor de cabeza. El discurso había terminado. Christian le agradeció a Lord Wooster y a todos el estar allí. La fiesta se retomaría desde donde se había dejado. La banda se volvió a agrupar.
"Veo que después de todos los años que han pasado, en el fondo sigues siendo una maldita peste Cornwell", Terry se giró hacia Archie y le comentó en voz baja.
"¡Ten cuidado Graham!", le respondió Archie con un destello en sus ojos, "No vayas a pensar que hemos enterrado el hacha completamente", añadió con una mirada burlona en su cara.
Terry soltó una muy necesaria fuerte risotada. "Por Dios hombre, tú realmente no has cambiado", se las arregló para decir, mientras recuperaba su aliento. Archie se veía bastante divertido por su conversación también. Después de su destello de ira con Christian, necesitaba la distracción. "Al menos tú le diste un buen golpe, hablando figurativamente", añadió y le dio palmaditas en la espalda a Archie. Sus ojos se giraron con interés hacia Candy y Christian quienes se habían detenido en la pista de baile.
"Y no pienses que no la vas a escuchar, más tarde". Fueron las últimas palabras de Terry antes de que su mirada se perdiera en sus pensamientos, siguiendo los movimientos de la pareja mientras bailaba.
Archie dejó salir una media sonrisa. En una inusual oleada de simpatía por Terry – quizás porque él también había estado en la misma posición, en ese lado de la barrera – giró sus ojos a su antiguo rival. Después de tantos años, sintió que ahora había encontrado a un amigo.
"Qué dices si nos vamos por un cigarrillo afuera?", le preguntó Archie. "El aire se está poniendo cargado aquí".
Terry asintió estando de acuerdo. El ver a Candy en los brazos de otro, divirtiéndose, habiendo descansado su cabeza en el pecho de Christian, viéndose tan en armonía con él… fumar fuera con Archie parecía ser una mejor opción. Los dos hombres se volvieron y se dirigieron hacia una de las puertas abiertas del balcón.
Sin embargo, no habiendo avanzado unos pocos pasos fueron detenidos por una rubia bastante alegre. Tenía sus ojos sobre Archie y parecía que ya lo conocía.
"¡Mr. Cornwell! ¡Archie!", gritó y casi se lanzó a sus brazos. "¡Qué casualidad verle por aquí!"
"¡Miss Carolyn!", respondió Archie, algo desconcertado. El tono de su voz no era muy entusiasta.
"Papá y yo estamos aquí… él compró una pintura de Christian", añadió ella con una sonrisa, con sus ojos alternando entre Archie y Terry.
"Eso está muy bien", respondió Archie.
"Por favor dígame, ¿bailaría conmigo?", le preguntó ella sin dejar que él hiciera alguna presentación.
Archie dudó por un momento.
"Espero no haber interrumpido nada…" añadió, impulsada por el silencio de Archie.
Los ojos de Terry mostraban que estaba divirtiéndose con la escena completa. "Anda Archie", le dijo, tomando la decisión por él.
Solo, continuó hacia los balcones abiertos. Tomó un copa de las bandejas que flotaban por todos lados, y sacó un cigarrillo. Salió, tomó una gran bocanada del aire fresco nocturno. Se había olvidado del olor de los jardines veraniegos británicos. El cesped recién cortado, las madreselvas trepando por las ventanas, arbustos impresionantes por el tamaño de sus rosas rojas bajo los balcones. Qué lástima que estaba solo. Si mientras estaba en el barco transatlántico alguien le hubiera pedido imaginarse cómo sería su primer encuentro con Candy, no hubiera sido capaz de adivinar los eventos de esa noche. Ni en un millón de años. Encendió el cigarrillo y dejó que sus ojos descansaron en la distancia. A pesar de la soledad, se sentía bastante agradecido por estar solo justo en ese momento.
Christian y Candy habían dejado que sus cuerpos se balancearan con la música. De alguna forma, después de lo que había pasado, cada uno había encontrado esta experiencia tranquilizadora, pero por sus propias razones privadas. La verdad, era más doloroso para Christian, pero al menos era el cuerpo de Rose sobre el suyo y no la fuerza de puños cerrados. Un estremecimiento corrió a través de su piel.
Ella elevó su cabeza y lo miró. "¿Estás bien mi amor?", le preguntó.
"Sí cariño, estoy bien… deja de preocuparte por mí", le respondió con una leve protesta y le mostró una cálida sonrisa.
"Estaba preocupada Christian", le escuchó decir. La acercó más hacia sí, las palabras de McDonald todavía hacían eco en su mente. El prefería morir a dejar que algo le pasara a ella.
"Lo sé…", le susurró en el oído antes de hacerla girar en la pista de baile. "no lo estés", añadió.
Sus palabras se escucharon más susurrantes que antes. Los ojos de ella siguieron a Terry y Archie mientras salían. Ella sabía que Terry la había estado observando mientras estaba en los brazos de Christian. Encontraba difícil de creer lo que había ocurrido ese día. Para hacer las cosas todavía más confusas dentro de su corazón, justo en el momento en que Terry se giró para irse con Archie, ella sintió una punzada de decepción. Se preguntó por qué y la pregunta llegó casi de inmediato.
El estar siendo abrazada por el hombre con el que estaba, a la vez que Terry la observaba había sido excitante. ¿Sería la champaña corriendo por sus venas, haciendo que surgieran esos sentimientos inconfesables? ¿O el estrés que finalmente había sido liberado?, de cualquier forma, las excusas eran inútiles, porque esos pensamientos probaban ser tan aterradoramente provocativos, incluso para su recién encontrado espíritu bohemio era ir un paso demasiado lejos. ¿Desear a dos hombres? Siendo Terry uno de ellos… Inquieta al tomar conciencia de ello, empujó esos pensamientos lejos, muy lejos, en lo profundo de su mente de donde esperaba no serían capaz de escapar de nuevo.
Archie estaba a su vez en la pista de baile. Estaba bailando con Carolyn Spencer. Su padre, un empresario rico, con negocios que se extendían tan lejos como China e India estaba interesado en colaborar con el grupo de negocios de los Ardley. Su hija se había entusiasmado con Archie. Él no se veía muy impresionado por decir lo mínimo. Se lo merecía por ser tan grosero como lo había sido con Christian previamente. Todos parecía recibir su justo castigo al final, pensó, y una sonrisa de satisfacción se mostró en sus labios.
Varias rondas de baile, un par de canciones habían ido y venido y la diversión finalmente había empezado a penetrar en sus huesos. Aparte del dolor en las costillas, Christian podría aún pretender que su infortunado encuentro con el jefe de los Chicos Elefante era solo parte de una pesadilla. En todo caso, tiraban de él en todas direcciones. Casi todo el mundo quería unos pocos minutos con él. Hablar con el artista, estar cerca de él para sentir su carisma, el talento del cual había sido dotado por las propias musas. Para mucha gente era lo más destacado de esta fiesta.
Un gran grupo de ellos, incluyendo los amigos de Candy lo habían rodeado. La conversación era bastante animada, y para ser honestos, después de todo el alcohol y baile, era más como una alegre juerga que una conversación esclarecedora con el artista del momento.
"Así que Rose… por favor dime", su amiga Marion, quien coincidía y que estaba a su lado en el círculo de amigos, "¿Quién es el muy atractivo hombre con el que te he visto hablando en varias ocasiones hoy?, incluyendo aquí", le preguntó, sin tratar de ocultar ni su curiosidad, ni su entusiasmo.
Por un momento, su mente quedó en blanco. Se giró y miró a su amiga. Marion Lewis, la hija de E. Lewis, el secretario permanente del Tesoro de Su Majestad, era todo un personaje de armas tomar. Era considerada una de la más destacadas chicas de la sociedad londinense, una chica menuda de cabello castaño, con ojos azules y bellos rojos labios de muñeca a la moda, tan ultra moderna y con gran estilo, que no tenía escasez de hombres haciendo fila para cortejarla. Parte de los círculos más íntimos de The Bright Young Things, la columna de chismes, llenaban páginas de diarios, escribiendo reportajes sobre su salvaje estilo de vida. Manejando veloces autos después de salir noches enteras de fiesta y esnifando cocaína además de hábitos extravagantes. Inclusive se había escrito que tomaba baños en champaña con sus amantes. Ella no había aceptado o negado dichos rumores. En esencia, ella amaba ser ese personaje que los medios habían cultivado para ella, pero que le daba un constante dolor de cabeza a sus padres, para describirlo de forma simple.
¿Quién?, le preguntó Candy, tratando de escuchar con el ruido de la gente alrededor de ella.
"El hombre alto misterioso, con los más preciosos ojos verde azules … "¡su sonrisa es para morirse!", fingió desmayarse como si él estuviera a su lado. "él parece conocerte muy bien por las miradas que te lanza…"
Ella no se las pudo arreglárser para darle una respuesta a Marion, cuando Terry apareció ante su vista, acercándose hacia el grupo. Se dio cuenta en ese momento a quién estaba haciendo referencia Marion también.
"Hablando del rey de Roma…" le dijo entre dientes. Los ojos de Terry se aferraron a los de ella mientras se acercaba.
"Terrence", le dijo una vez estuvo allí, "Quiero presentarte a mi amiga Marion Lewis", añadió.
"Marion, este es Terrence Graham", se giró hacia ella quien no tenía a nadie más a la vista además de él, "Nos hemos conocido hace poco en la Galería. Expatriado, que vive en Nueva York", ella dio el resumen introductorio necesario. "está aquí con el grupo de teatro de Nueva York que representará Hamlet. Es actor…"
"¡Oh por Dios! ¡Simplemente amo a Shakespeare!", ella expresó con mucho deleite, enganchando el brazo de Terry. Tomado un poco por sorpresa él miró a Candy por un breve momento, preguntándose si esto era una broma, antes de girar su ojos a la sobre excitada animadora que casi había saltado sobre él desde el primer momento. Decidió seguir el juego. Él estaba acostumbrado a sobre expresiones de adulación de ese tipo. ¡Demonios!, sería interesante ver si podría conseguir alguna reacción de Candy también.
"Que bien, ¿tenemos algo en común entonces?", le dijo con una sonrisa burlona.
"¡Oh, sí!, ¡Lo tenemos!" añadió y mordió su labio inferior mientras sus ojos brillanban como si todas las navidades hubieran llegado al tiempo sobre la cara de Terry.
Candy conocía esa mirada. Después de ella no muchos hombres se las arreglaban para escapar a sus redes.
"¿Quién te ha quitado tu dulce, prima?", escuchó una voz muy cerca. Sacada de sus pensamientos se giró hacia ella. Archie se había acercado y parecía divertido.
Puede que se hubiera reido de él teniendo que soportar bailar con Carolyn Spencer, pero sus cejas fruncidas mientras miraba a su amiga Marion coqueteando escandalosamente con Terry… y Terry aceptando ¡de todos los hombres! En su interior felicitó a Graham. Era obvio, él sabía como jugar el juego por las miradas y sonrisas que estaba observando.
"Te ves como el gato, cuando alguien le ha quitado el ratón…", le susurró muy cerca, tras su sonrisa.
"¿Qué?", le preguntó ella con una voz más fuerte, encontrando difícil mantenerla baja. Archie estaba dando en el clavo cada vez con su comportamiento irritante esa noche, consiguiendo que tensara sus nervios aún más. "Definitivamente no!", ella continuó, tratando de mantener el nivel de su voz al alcance del oído. "¡Y no trates con trucos baratos de distraerme sobre lo cretino que has sido esta noche!"
"Puede que lo sea…", le respondió, "pero si quieres seguirle… es mejor que saltemos a la pista de baile, o te romperás el cuello por la forma en que lo estiras". Soltó él, lo cual le hizo sentirse muy bien. Quizás él todavía tenía cabos sueltos con Candy, después de aquella noche desastrosa en el club de tango y su igualmente dramática pelea. Pero para ser honesto, muchas más cosas estaban en juego en su mente y en su vida en ese momento, lo que podría excusar su comportamiento.
Isabelle Dupin era uno de esas cosas, o para decirlo mejor, la ausencia de Isabelle después de la noche que estuvieron juntos. Trató y trató de encontrarla todo lo pudo, pero incluso del estudio de danza en donde trabajaba estaba ausente. Voló, como pájaro de primavera. Había cantado en su vida, dejando entrar el sol y después… él se rindió. Se sintió como un tonto. No como alguien de quien se habían aprovechado. No de ese tipo. Los dos habían dado y los dos habían tomado. Pero era su ego de hombre. ¡Solo habían estado juntos una noche!, ¡Eso fue todo! ¿cuánto esfuerzo debería poner para encontrarla, antes de verse como un desdichado y triste hombre que se comportaba como si nunca hubiera conocido una mujer antes?... se quejó bastante, se lamentó. Fue muy crítico con las personas en el trabajo. En general no era muy buena compañía.
"¡Por Dios, Archie, no podrías sonar más como una novia plantada en el altar!", Candy lo atacó en igual medida. -Archie se había vuelto insufrible y ella no se sentía muy caritativa en ese particular momento. Casi lo opuesto de hecho. Se sentía llena de ira. Tal oleada de ira no podría ser solo atribuida al comportamiento infantil de Archie. Tampoco a la ausencia inexplicable de Christian. Aunque los dos habían añadido sus iguales partes de fuego en sus venas.
Marion estaba en los brazos de Terry, moviéndose por la pista de baile como si fueran las dos únicas personas del salón. ¿No podría él ser más discreto?, ella conocía a Marion. Cuando ella ponía a alguien en su punto de mira… en su mundo no existía el fracaso. A quien quería Marion lo conseguía. En ese momento, en esa noche, parecía que ese alguien no era otro que Terrence Grandchester.
"¿Sabes qué?", se giró hacia Archie, pareciendo estar lista para empezar una pelea. "¡No voy a quedarme parada aquí aguantando tus estupideces!" elevó su voz, cortando el aire con su mano. "Es suficiente Archie", su rostro se estaba volviendo cada vez más rojo, una tormenta se estaba acumulando en su mirada. La noche completa se estaba colapsando a su alrededor, como un castillo de cartas. "Si no fueras tan cretino, te darías cuenta de que estaba buscando a Christian", continuó cargando su frustrada ira en la cara silenciosa de Archie. "Si Archie, el hombre con el que estoy y que amo y es mejor que te acostumbres y rápido"
Los sentimientos caían y rodaban dentro de sus palabras. ¿Amaba ella a Christian? O ¿era solo su reacción a todo lo que había ocurrido desde la apertura en la Galería?, nada había ocurrido de la forma en la que ella había imaginado. Estaba tan poco preparada para todo eso como un río seco después de una tormenta de verano. Inundada de inmediato, desbordando sus orillas, y el agua arrastrando todo a su paso. Se mantuvo de pie allí en frente de Archie, ambos mostrándose como si les hubieran caido un rayo. Sin decir nada más le dio la espalda a un sorprendido Archie y se fue. Ni se había dado cuenta de los ojos de Terry sobre ella. Tenía que encontrar a Christian. ¿A dónde se había ido de nuevo?
Esta era una noche en la que había pasado de todo. Había que decirlo. Con todo tipo de extremos, si hubiera que preguntarle a Christian su opinión. La primera parte de la tarde, en el almacén, todavía ocupaba una parte central de su mente, pero las líneas se estaban volviendo difusas. Al menos eso era bueno. No sentía que tenía que esforzarse mucho para mirar la parte del pintor que había probado su primer gran éxito. Incluso aquel tipo extraño, Graham, había actuado de manera más civilizada comparado con el primo de Rose, quien todavía era un enorme fastidio. Simplemente tenía que aceptarlo. No importaba como actuara, o si se comportaba más caballerosamente con ella en frente de él, todavía se mostraba dudoso sobre sus motivos. ¿Qué demonios Rose? ¿Era su familia parte de un clan monástico? ¿Quizás puritanos?
Sin embargo, esa noche no sería aquella en la que Christian dedicaría más pensamientos al disgusto de Archie hacia él. Esa era una noche para hacer contactos. Todo el mundo tenían que hablar con él. Y él agradecido como era normal. Se había separado de Rose y sus amigos. Marion había puesto su mirada en el nuevo amigo de su chica. Libre, deambuló. Lord Wooster lo agarró. Lo presentó a muchas personas de su círculo quienes estaba deseosos de obtener una obra de Blake, y no, la Rosa Escarlata no estaba en venta…
Y entonces… su mirada se oscureció. Se puso tan oscura como nubes de una tormenta que se unían, justo antes de estallar y soltar el plomo líquido que cargaban. La figura alta de una mujer caminó cerca de dónde él estaba, conversando con un par de potenciales clientes. Sus movimientos eran elegantes pero estudiados.
Él imaginó las horas que ella debió ensayar frente a un espejo sobre cómo moverse de esa manera, como si perteneciera a los altos círculos de la sociedad. Las líneas de su cara. No era desagradable a la vista, pero estas eran líneas marcadas de otra vida. Si alguien la estudiara como lo estaba haciendo Christian en ese momento, con sus ojos de pintor. Una vida que se mantenía oculta detrás de vestidos caros y la hilera de anillos de diamantes, uno en cada dedo de la mano derecha. Una manopla de hierro hecho de diamantes. Muy apropiado. Lo que ocurrió en esa almacén se levantó de la bruma de champaña dorada, y se hizo tan claro como el día una vez más, por lo que él no iba a quedarse quieto. Se disculpó de inmediato. Con pasos rápidos y firmes llegó hasta ella. La tomó del brazo, apretandolo sus dedos fuertemente. Había una delgada línea de una sonrisa forzada en su cara, mientras sus ojos la miraban fijamente.
"Ven conmigo", le susurró. Casi la arrastró. Parecía que ella casi disfrutaba este movimiento suyo. La forma como se movía con él y la mirada que le devolvió parecían de burla. Abrió la primera puerta que encontró frente a él. Entraron a la biblioteca. Menos mal no había nadie allí. Cerró la puerta tras de sí. Se giró hacia ella. La misma estatura que él, se observaban cara a cara. La empujó hacia atrás con fuerza. Golpeó su cuerpo contra los estantes de libros detrás de ella. Una figura de porcelana saltó, cayó en pedazos en el suelo de parquet. A él no le importó el ruido al estrellarse y tampoco a ella.
"Ahora, dime ¿qué estás haciendo aquí Alice? O que Dios me ayude y te mataré aquí mismo sin importarme nada", le dijo, forzando las palabras que salían entre sus dientes apretados. Ella podía sentir el calor de su cara sobre el suyo. Sus labios rojos curvados en una sonrisa maliciosa. Su reputación era cierta. Ella realmente era temeraria. Había sido capaz de escapar de la policía justo después de robar, simplemente deslizando el botín en los bolsillos de ellos, mientras la sacaban de las tiendas. Su mirada era la de una lunática, sin temor. Las manos de él apretaron su garganta como respuesta.
Ella lo había buscado por todas partes. El hecho de que por segunda vez en unas pocas horas Christian pareciera haberse desvanecido del todo no le ayudaba a calmar su rabia. De hecho, se estaba poniendo peor. Esta vez pediría explicaciones. Sin importar si estaban celebrando, si estaban en una fiesta o no. ¡Esto había ido demasiado lejos!, Sus pasos se detuvieron por un ruido. La caída de una figura porcelana. Observó la puerta cerrada. Si era por instinto, o por el ruido repentino, o quizás el observar la puerta cerrada y lo que podría encontrar trás ella, no sabía el por qué, pero su corazón se aceleró dentro de su pecho en el momento en que giró el picaporte. Su mano estaba húmeda por el sudor.
"Es realmente agradable verte de nuevo cariño", le respondió ella con una voz tensa, tratando de sonar dulce.
La mirada de Christian se endureció aún más, a la vez que su su apretón.
"Te vas de aquí ahora", le dijo sin dejar espacio para negociar. "Ni más tarde, ni siquiera dentro de un minuto, sino que ahora mismo"
Los ojos de Alice parecieron arrastrados a otra parte, sin seguir sus palabras. ¿Qué demonios pasaba con esta mujer?
"Parece que tenemos compañía cariño…", le dijo y sonrió con una gran sonrisa de victoria.
La presión que ejercía alrededor de su cuello se aflojó. Su respiración se sintió más rápida en su garganta mientras se giró. El rostro de Rose, blanco como su lienzo vacio, y sus ojos dos verdes lagunas, de un huracán que había tocado tierra justo en ese lugar en donde ella estaba de pie.
Archie se paró en el borde de la pista de baile. Terry todavía estaba bailando con Marion, aunque parecía que estaba perdiendo interés. En su mente estaba repasando las últimas palabras de Candy. ¿Realmente estaba enamorada de Christian?, eso no podría ser posible. Sintió pesar por Terry. Pobre idiota, ¿podría ser cierto que no tendría una oportunidad con Candy, después de tantos años de separación?, Archie no podía creerlo. Él había sido testigo del dolor de Candy, la nostalgia de todos esos años. Annie nunca le permitió olvidarlo. Ella se había estado lamentando por su mejor amiga.
Perdido en pensamientos, contempló alrededor sin fijarse en nada ni nadie en particular. Hasta que sus ojos se detuvieron de repente en un vestido con flequillos con espalda descubierta y de color rojo sangre. La mujer que lo llevaba se movía con suma perfección. Dejó caer su cabeza hacia atrás, riendo. Su largo cabello oscuro se balanceaba, acariciando su espalda desnuda. El cuerpo y la música uno solo, nacido para bailar. Cautivante. En el momento en el que él último pensamiento golpeó su mente se abrieron ampliamente sus ojos. Todo se hizo humo dentro de sí. Candy, Christian, Terry, todos. Sus pies, moviendose independientemente dieron varios pasos, apartando a la multitude que bailaba en dos. Sin sentir vergüenza, ni temor, pero más con una determinación frustrada. Sus dedos se posaron con leves golpes sobre su espalda.
"¿Isabelle?", le dijo. La pareja se detuvo. Ella se giró y lo miró de frente. La sorpresa le había dado color a su amplia mirada. Pero no de algo bueno. Él se dio cuenta. Quizás ella preferiría no encontrarse de nuevo con él. Ahora era demasiado tarde. Ella dijo su nombre, seguido por una embarazosa interrogación. Demasiado tarde. Tarde para sacar la mancha de su estúpida impulsividad. Igual que con Candy muchos años atrás. Siguió a su corazón y ella lo aplastó contra una pared de roca con la velocidad de un cohete. Roto en pedazos, su mirada siguió los fragmentos de sus sentimientos. Murmuró una débil disculpa y se fue. Tenía que abandonar ese lugar. Salió por la puerta, bajó las escaleras con rápidos pasos. Una hilera de de taxis se apilaban al frente de la mansión de Lord Wooster. La gente seguía entrando y otros saliendo. Cuando él abrió la puerta del taxi, ella gritó su nombre tras de él. Cerró sus ojos por un segundo, le ardían. Prefirió ignorar su grito. Entró al taxi pero nunca logró cerrar la puerta tras de sí. La mano de ella lo detuvo.
"Hazme un sitio", le ordenó moverse hacia el interior del asiento.
¿Podría ella ser más audaz? Él se mantuvo paralizado. La miró con ofuscada confusión.
"Archie, por favor…", le pidió.
Sin soltar una palabra él se movió hacia el interior, haciéndole espacio. Ella entró al taxi, mencionó una dirección al conductor y este avanzó en la noche tibia del verano londinense.
Archie había avanzado rápido a través del amplio salón, golpeando a la gente en su camino. Seguido de cerca por una mujer que era desconocida para Terry. Una medio sonrisa apareció en sus labios. Cornwell perseguido por mujeres… con su leal "no soy digna de ti" Annie esperandolo en casa. No sabía si sorprenderse más. Miró a su pareja de baile. Ella había logrado persuadirlo para bailar una segunda pieza. Una melodía lenta en donde no dudaba en frotar su cuerpo sobre el de él como si fuera una gata en celo.
¿Por cuánto tiempo te quedarás en Londres, Terry?, le escuchó preguntarle, sonando muy inocente detrás del deseo que brillaba en sus brillantes ojos como la luz del día para que él la viera.
"Un mes, quizás dos…", le respondió con su atención puesta en otra parte, "depende", añadió. Su mirada se movió al otro lado del vestíbulo. Había un corredor que llevaba a otras habitaciones de la casa. Se preguntaba en dónde podía estar Candy. Ella había desaparecido por un rato. Christian también. Tenía que alejar a esta mujer.
"¿De qué?, le preguntó con un entusiasmo esperanzador.
Ahí fue cuando la vio. Casi corriendo. Aflijida. Su corazón se aceleró. Algo estaba mal. Muy mal. Empujó a Marion hacia atrás, le dio alguna excusa rápida y la dejó de inmediato. Corrió tras ella. Fuera de la mansión.
"¡Espera!", le gritó.
Ella se detuvo justo al final de las escaleras. Se giró hacia él. Su rostro marcado por rastros de gruesas lágrimas. Las olas verdes dentro de sus ojos se veían más intensas rodeadas por el emborronado lapiz negro con el que los había delineado. Rápidamente se aproximó hacia ella. Estaba casi a punto de desplomarse en sus brazos. Él se resistió a la tentación de abrirlos para ella. Ella elevó su cabeza y lo miró a los ojos.
"Por favor Terry, llévame a casa, ¿si?", le preguntó.
"¿Christian?", le preguntó el de vuelta. "¿Qué sucede Candy?", le hizo una segunda pregunta, sintiéndose muy preocupado.
Se arrepintió de su juego con Marion. Él debería haber mantenido su atención en lo que le era importante.
"A él no le importa y tampoco a mí", le respondió ella con una voz temblorosa. Difícilmente podía pronunciarlas de manera continua.
"Candy…", él dudó en reaccionar.
"Por favor, me iré por mi cuenta si no quieres venir", agregó.
"¡No, no, no!", levantó su voz. Puso su brazo sobre sus hombros y amablemente la escoltó hasta la parada del taxi.
Christian había estado justo tras ellos. Observando la escena completa. Después de enviar a Alice al infierno, resistiendo la urgencia de romperle el cuello allí mismo, corrió tras Candy, la cual había entrado donde estaban y se había marchado sin decir una sola palabra. Aunque su rostro había dicho lo suficiente. Su mundo había sucumbido bajo el sonido de la estruendosa risa de Alice, sonando como un grupo de hienas sobre excitadas en sus oídos. Para cuando alcanzó la salida había llegado en segundo lugar. Los músculos de su mandíbula se pusieron rígidas.
Graham…
Christian se había dado cuenta de que él estaba fantaseando con su chica y que no le gustaba. Sin embargo, se sintió impotente para hacer algo. Hubiera sido inútil ir tras de ella. Tendría que confrontar a Terry también. Las cosas se harían más complicadas. Rose ya estaba muy alterada. Tendría que explicarle su ausencia previa también. Ni siquiera iba a poder pasar la noche con ella en la misma cama esa noche. La iba a acompañar a casa. O quizás la dejaría al cuidado de su molesto primo.
Con ella y Terry ya dentro del taxi de camino hacia algún lugar, la desesperación lo abrumó. Enterró su cara en la palma de sus manos. Respiró hondamente y dejó que su cuerpo se calmara sentado en las escaleras de la fachada de la mansión. Sacó un cigarrillo. El fumar le daría unos preciosos minutos para recomponerse.
Después de haber murmurado su dirección al conductor, ella se dejó caer en el respaldo del asiento. En la oscuridad del taxi, con casas y gente pasando frente a ella con velocidad fuera de la ventana, su visión se hizo borrosa como una pintura acuosa de formas y sombras. No obstante no podía comprender lo que había visto. Christian habiendo arrinconado a una mujer que ella no conocía, pidiéndole que desapareciera. Nunca durante el tiempo que ella había conocido a Christian, había oído su voz llevando tal fuerza bruta. ¿Quién era esa mujer?, ¿Una amante celosa? Se había reído de ella. Había llamado a Christian cariño. Sudor frío punzaba en su piel. A pesar del calor de la noche tenía frío. Se acurrucó más cerca de Terry, quien no dejaba de mirarla en silencio.
"¿Tienes frío?", escuchó su voz preguntándole. Sintió la ternura en él. Asintió con su cabeza. El se quitó la chaqueta y la puso sobre sus desnudos hombros.
"¿Mejor?", le preguntó de Nuevo. Ella asintió una vez más. Y después sin esperarlo, los sollozos llegaron fuertes y rápidos. Todo lo que había pasado desde antes empezó a caerse dentro de ella, una avalancha que amenazaba con arrastrarla con su velocidad y fuerza.
Terry no dudó esta vez. Ella estaba sufriendo. Él también encontró difícil controlarse. En su interior había rabia por Christian, preguntas sobre lo que había pasado, pero también culpabilidad. Mucha. Su presencia repentina y no anunciada en la vida de Candy, arrastraba sin duda parte de la culpa. El podría ver que su aparición no había dejado a Candy indiferente. Y él no se había comportado de la mejor forma para empezar. Entró a la Galería y desde el primer momento que le habló lo hizo de una manera como si ella fuera su posesión. Como si tuviera derechos sobre ella. Maldijo su testarudez. Eleonor seguro le hubiera regañado en ese instante. Lo menos que podría hacer era abrir sus brazos y acogerla. Protegerla por lo menos esa noche. Y después volver a poner todo en su sitio, empezar de nuevo con el amanecer. Con el pie correcto esta vez. Además también tenía preguntas y quería respuestas. Pero tenía bastante tiempo en sus manos. Solo tenía que encontrar amplios suministros de paciencia en su interior.
