CAPÍTULO 27

El taxi se detuvo en Old Compton Street en Soho. Archie nunca antes había visitado el Soho, aunque había oído hablar de él de pasada, en las oficinas de los Ardley, sabía que era un lugar muy popular de la vida nocturna en Londres. Un crisol de culturas, con inmigrantes de los cuatro rincones de la tierra, Soho como era de esperar, se mantenía vivo con todo lo que esas culturas le habían aportado al lugar. Música, baile, comida, una gran variedad de sonidos, movimientos, sabores y gustos, aquí había algo para cada persona y todos eran aceptados. La calle estaba llena de gente, incluso si se acercaba la medianoche.

Salieron del auto. Él se paró en la acera, dudando si moverse, y la miró mientras abría su bolso, buscando sus llaves, a la vez que el taxi se marchaba. Ella levantó la cabeza y se encontró con las preguntas en su mirada.

"Vamos", dijo, incitándolo a seguirla.

Tres puertas más adelante, siguiendo el camino, se detuvo. Puso las llaves en la puerta y la abrió. Una oscura escalera se encontraba justo en la entrada, que conducía a una habitación aún más oscura en la parte alta. Encendió un interruptor en la pequeña entrada del pasillo. Se encendieron un par de luces en la pared.

El sonido de sus tacones resonó tras de sus ligeras pisadas en la escalera de madera. Ella giró la cabeza hacia atrás. El desconcierto se mostraba en la cara de Archie, quien estaba congelado al pie de las escaleras, con la puerta detrás de él todavía abierta. Su anterior impulso en la pista de baile, su absoluta determinación de hacer que ella se fijara en él, había dado lugar a una serie de preguntas que parecían no tenían fin a medida que pasaba el tiempo. Con cada movimiento de ella, más nacían en su mente.

"Cierra la puerta y sube Archie...", sus palabras salieron casi como una orden para él y él las obedeció sin reparo, pensando que las respuestas tendrían que llegar más tarde que temprano. O se volvería loco.

Llegaron al final de las escaleras hasta una puerta de cristal. La palabra ESTUDIO se deletreaba con letras grandes, elegantes y doradas. Ella la empujó para abrirla. Se reveló una habitación estrecha pero de forma adecuada. La luna llena en el cielo se multiplicaba en su reflejo dentro de los espejos de la pared, que se encontraban frente a las grandes ventanas. Bandas de su luz plateada cruzaban el piso de madera.

"Lo siento, todavía no hay luces aquí...", se volvió y le dijo.

Archie miró a su alrededor asimilando el lugar, pero... cuál era el propósito de que lo trajera allí, no tenía ni idea. Sus ojos volvieron a ella. Con su vista habiéndose acostumbrado a la luz de la luna, podía verla más claramente. Podía ver las curvas de su cuerpo como si estuvieran dibujadas por una línea plateada, de la misma manera que se mostraban en su sombra alargada en el suelo. Su corazón había alcanzado su garganta. Guardó silencio, simplemente mirándola.

"¡Es mi propio estudio de baile, tonto!", Exclamó. "Sin embargo, todavía no está listo... Por eso", dijo.

La pasión resonó en su voz. No pudo evitar sentirse atraído por ella. Era joven, de espíritu libre, creando su propio camino en la vida, en sus propios términos. Dio un paso hacia la luz de la luna y se paró frente a ella. El azul de sus ojos brillaba igual que el mar bajo el sol de la tarde.

"Desapareciste..." Él completó lo que ella debía decir. Su voz sólo fue lo suficientemente fuerte para ser escuchada. Su efecto sobre él no se parecía a nada que hubiera sentido antes por ninguna mujer en su vida. Estaba ardiendo.

"Lo sé..." respondió ella, sonando suave y cálida en sus oídos. Sus ojos mantuvieron su mirada fija en el rostro de ella. "Es por eso que te traje aquí... para mostrarte esto", dijo y apartó la vista.

Él puso su mano sobre su mejilla sonrojada, que se sentía suave bajo su tacto. Giró su cara para que lo mirara. La Luna y sus sueños estaban cautivos dentro de ellos. Había escuchado suficiente. Se dio cuenta, no había nada que pudiera evitar que él estuviera con ella. Cualquier tipo de control que pensaba que tenía había desaparecido. Con ella, toda su vida hasta ese momento desapareció. Solo estaba él y ella y nada antes o después de ellos. Sus labios rozaron los de ella, vacilantes, esperando que este sueño no se convirtiera en humo dentro de la gran luna brillante en el cielo.

"Te extrañé." Se las arregló para decirle, antes de que su beso floreciera y creciera en intensidad. Ella no lo había rechazado. En cambio, sus dedos estaban en su cuello, perdidos en su cabello, agarrándolo, arrojando más combustible en su beso. No había medias tintas con esta mujer, en todo lo que hacía y sentía. Sus labios dejaron los rastros de su deseo en su esbelto cuello, sobre su clavícula, cuando al mismo tiempo, ambos podían sentirse sobre sus ropas. Su mano subió debajo de su vestido, sintiendo la liga en su muslo. La escuchó suspirar.

Entre las sombras y la luz, yacieron en el suelo, deshojando cada prenda de ropa, sintiéndose el uno al otro de todas las formas posibles. Él cubrió sus manos con las suyas, haciendo que los brazos de ella se estiraran sobre su cabeza. Ella sintió la presión de su peso sobre ella. Él había cubierto su cuerpo desnudo con el suyo. Él podía sentir sus pezones rozándose contra su pecho. Su respiración se hizo corta y ardiente en sus labios.

Con cada uno de sus movimientos se convertían en uno, perfectos al unísono, su ritmo se volvía más duro, más rápido, más primitivo. Se abrazaron el uno al otro. Ella envolvió sus piernas por encima de su cintura, empujándolo más dentro de ella. Su cabello olía a jazmín y él sentía enloquecer. Su alma estaba lista para escaparse en el acalorado abrazo de ella, con su piel brillando a la luz de la luna. Gritaron con su liberación y se mantuvieron abrazados, mucho después de que las olas, que habían viajado por sus cuerpos desinhibidas, comenzaran a disminuir.

"No me dejes esta vez", oyó su voz, rastreando suavemente su cuello húmedo. Ella no iba a hacerlo, aunque Isabelle no sabía dónde terminaría todo eso. Sin embargo, no iba a pensar en eso esa noche. Este hombre dentro de sus brazos, desnudo y vulnerable, no iba a ser solo la aventura de una noche. Eso lo sabía. Ella se volvió y miró su rostro sonrojado, él se veía tan joven, habiendo apartado de su vida y mente cada sentimiento de ansiedad y pensamiento en ese momento en particular. Ella posó sus labios sobre los de él, en un beso, suave y ligero como las alas de una mariposa. Las mismas mariposas volaron en su vientre al pensar en el cuerpo de él aún posado sobre el suyo.

"No lo haré..." lo tranquilizó, y una sonrisa tímida se dibujó en su rostro. Respiró profundamente. Archie se sintió por primera vez finalmente feliz.


Candy y Terry salieron del taxi. Se había detenido delante de su casa. Arrugado dentro de la mano de Candy estaba el pañuelo de él. Se lo había dado cuando se acercaban a su destino. Sus sollozos habían disminuido. Ambos se veían y actuaban entumecidos. La cercanía y el calor que habían compartido durante ese breve viaje se habían disipado en la brisa nocturna. Terry le pidió al conductor que esperara.

No sabía qué hacer. Quedarse o irse era una decisión que no podía tomar por su cuenta. Ella tampoco había dicho nada. Imponer su presencia más de lo que ella quería, o con lo que se sintiera incómoda, era algo que preferiría no hacer. Y luego, ¿estaba él preparado para escuchar cosas que tal vez no quisiera escuchar?

"Mira... puedo quedarme un rato solo si quieres que lo haga" dijo en voz baja, manteniendo la mirada fija en su rostro.

Estaba desesperada por tener un poco de compañía en ese momento. Para alejar los eventos de ese día durante un rato. Hasta que su corazón se calmase. Sin embargo, si tener su compañía sería bueno, de eso ella no estaba segura. Con Terry nada era seguro. Pero él había mostrado control y contención esa noche, más de lo que había mostrado en los años que lo había conocido en el pasado, a pesar de su comportamiento inicial en la galería. Ella había llegado a entenderlo. Qué ironía, pensó. Terry había madurado y había cambiado tanto como ella, pero solo ahora parecía que habían intercambiado posiciones. Parecía que él era el que mantenía el control y ella... se había desecho de todas las reglas. Quizás ahora estaba pagando el precio. La expresión del rostro de él, vacilante por sobrepasar los límites tácitos que la realidad había establecido. Ella recordó el calor de su voz dentro del auto. Su olor en su chaqueta todavía cubriendo sus hombros. Se estremeció. Un escalofrío se había extendido sobre sus huesos. Estrechó su chaqueta sobre ella.

"Sí, quiero..." dijo finalmente. Era la primera vez que hablaba desde que le había pedido que la llevara a casa. Su voz se volvió entumecida y ronca después de que las lágrimas se hubiesen secado en su rostro. "Si no es mucho pedir... para tomar un trago por lo menos".

El taxi rugió en la distancia y ella abrió la puerta. Se sintió extraño entrando en su casa. Había imaginado este momento muchas veces en su cabeza, desde que tenía su dirección en la carta enviada desde Pony. Sin embargo, cualesquiera que fueran las imágenes que había evocado en su mente, en su tiempo de ocio, estaban a años luz de la realidad que se estaba desarrollando en ese momento. Un sentimiento de arrepentimiento lo invadió. Por no haber tenido las agallas para contactarla antes. Ahora, él estaba entrando en su casa y su vida, como una invitado del pasado.

Encendió las luces de la entrada y lo condujo a la sala de estar a través del estrecho pasillo.

Miraba a su alrededor mientras caminaban. Su hogar era como ella. Cálido y acogedor. El aire olía a rosas. No era muy grande pero estaba muy bien organizado. Ella encendió un par de lámparas de pie en la sala de estar. La luz suave se difundió y se extendió sobre las paredes empapeladas de caléndulas azules.

Varias pinturas, de varios tamaños, estaban colgadas por todas partes. Fotografías de su vida, su pasado y presente, habían sido colocadas en la repisa. Su mirada se encontró con la Candy de su pasado, todas en blanco y negro, en marcos de fotografía plateados. De pie delante de la casa de Pony, vestida con el uniforme blanco de enfermera, con todos los niños alrededor, amplias sonrisas y caras divertidas, miradas claras. Se volvió y se encontró con su mirada. Terry estaba poniéndose al día con su vida hasta entonces y ella no sabía lo que sentía.

"Eso fue hace cinco años", dijo con un leve estremecimiento en su voz y apartó la mirada, como si buscara algo. Últimamente, había dejado de recordar mirando las viejas fotografías. Tener a Terry mirándolas la puso nerviosa.

"¿Una copa?", Le preguntó de espaldas a él, de pie frente al carrito de licores.

"Por favor." Respondió. "Todavía eres enfermera..." Ella lo escuchó comentar.

"¿Whisky o ginebra?", Preguntó a continuación sin añadir más detalles sobre su comentario.

"Whisky." Respondió. Su mirada se había quedado pegada en la fotografía.

"Tu cabello era largo entonces". Añadió y se volvió hacia ella, mientras ella se quedó de pie junto a él con su vaso de whisky.

"Lo corté cuando llegué aquí a Londres...", explicó. Sus dedos rozaron los de ella al pasarle el vaso. Dentro de ella un temblor se precipitó como una ola en la orilla de la playa.

"¿Tienes frío?" le preguntó a ella. Sus mejillas se sentían calientes bajo su mirada azul.

"Un poco...", le respondió. Dejó su ginebra en la chimenea. "Echaré leña para encender fuego solo para quitar un poco el frío". Se apresuró para hacer esa labor, no queriendo quedarse quieta con él todavía preguntándole sobre fotografías.

Él le preguntó si necesitaba su ayuda, pero ella insistió en que no era gran cosa. En verdad, necesitaba solo cinco minutos para recuperarse y calmar la corriente de recuerdos del pasado que se precipitaron como un torrente en su cabeza.

Junto al sillón, al lado de la chimenea, había una alta lámpara de pie. Arriba, en la pared, había una pequeña pintura que le llamó la atención. Era otra pintura suya hecha por Christian. Los latidos de su corazón se aceleraron dentro de su pecho. Esta era la mujer que había amado hacía tantos años con cada célula de su cuerpo. Con los valles verdes en su mirada. Las mejillas y los labios de color ruibarbo, tan atractivos como para besarlos, tuvo que evitar mirarlos demasiado. Pelo como fuego salvaje le enmarcaba la cara. Inocencia y pasión dentro de ella codo con codo. Con Candy en la Rosa Escarlata, había quedado escandalizado. Sin embargo, con este... este le había dejado sin aire por un breve momento.

"Lamento haberte arrastrado a esto...", escuchó su voz suave, al lado de las primeras crepitaciones del fuego. Todavía era incipiente, las llamas solo habían comenzado a lamer los trozos de madera dentro de la chimenea

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"Está bien Candy, no tienes que disculparte por nada". Dijo cuando se volvió para mirarla. Ella se había sentado en la alfombra frente al fuego, con las piernas dobladas sobre el muslo. Todavía con su chaqueta puesta. Con el vaso entre las manos tomó un sorbo de su ginebra Rickey, mirándola para sentirse más tranquila. Llamas verdes parpadeaban dentro de sus ojos.

"Pero tengo que... acabamos de encontrarnos, después de tanto tiempo..." insistió. La culpa estaba presente y era real dentro de ella. Nunca había esperado volver a ver a Terry. Se había presentado justo en el día que ella había sentido que entraba en las entrañas de un tornado. Sin que ella lo quisiera, él había sido barrido por el mismo sentimiento embriagador que ella estaba experimentando, los mismos giros inesperados que ese día había tomado.

"Diez años..." Lo escuchó decir. Ella pensó que él estaba hablando en su sueño, un recuerdo que se había despertado dentro de ella. Pero no era un recuerdo. Él era real. Él estaba allí con ella, en carne y hueso y con todo lo demás que hizo de Terry la persona que una vez conoció y amó.

"Diez años..." Su voz salió casi un susurro. Ni siquiera quería decir en voz alta cuántos años habían pasado. Diez años era tanto tiempo, como si un precipicio se hubiera extendido profundamente entre ellos. Decirlo en voz alta, sería como reconocer la distancia.

En Londres se había comenzado a quemar el último puente con su pasado, dejándola escapar de los recuerdos que pesaron sobre su vida. Esos recuerdos que Terry trajo de vuelta en el espacio de unas pocas horas. Estaban mirando a través de la bruma de los años, uno por uno, dejando su sello en ella. Su corazón a veces se sentía como las páginas de un viejo libro, todas con ese tinte amarillento profundo, manchado, con sus puntas marcadas cada vez que su vida había tomado otra dirección, grande o pequeña.

Nada vino después, ninguna otra palabra entre ellos. Él se había sentado en su sillón. Sabía que era suyo porque olía a ella. Ella siempre le había olido a verano. Hierba alta, flores, el calor radiante que salía de su cuerpo, después de que ella había decidido bajar de algún árbol al que había trepado. En aquel entonces, solía llamarla una mona pecosa. Nunca había dejado de enfurecerla.

En silencio, las imágenes de su pasado crecieron más en sus mentes, como las sombras en las paredes de la sala. Las que bailaban al ritmo del látigo, como llamas de la chimenea. El fuego hizo que la madera se partiera y chasquerara.

Tal chasquido sacó a Terry de su breve ensoñamiento. Tomó un trago de su whisky. El calor en su garganta lo trajo de vuelta a donde estaban. Antes de romper el silencio entre ellos, dejó que sus ojos descansaran en ella por un momento. Candy también había estado inmersa en lo que sea que estuviera jugando en su mente, con el fuego reflejándose dentro de su mirada inmóvil. No había forma de negarlo. Incluso si tuviera que mantenerlo oculto, sentía algo por ella. Sentimientos que ni siquiera una década podrían haberse llevado. Se aclaró la garganta antes de permitirse sentir más de lo que debería.

"¿Te importaría compartir lo que pasó entre ustedes dos?" le preguntó alzando las cejas con preocupación.

Ella suspiró. Christian... se preguntaba qué estaba haciendo en este momento, dónde podría estar. No la había seguido. La tristeza oscureció su rostro. Ella no quería derramar más lágrimas. Ella no quería revivir ese minuto cuando abrió la puerta de esa habitación. Tampoco quería comenzar con las preguntas, porque toda la noche era una gran pregunta para ella. Su desaparición. Incluso en la fiesta, no había estado del todo allí. No, ella prefería hablar de otra cosa. Seguramente, podría hablar con Terry sobre cosas que no involucraran su drama. Ponerse al día tal vez. Tendrían que andar de puntillas sobre varias cosas, pero aunque Candy estuviera bien emocionalmente en ese momento, esta opción le parecía mejor que hablar de Christian. Y especialmente de todas las personas, con Terry.

"No, Terry, prefiero dejar lo que pasó atrás por ahora", se volvió y le dijo. Tomó un sorbo de su bebida. El no respondió. Tampoco parecía muy convencido.

"Honestamente, lo prefiero así". Añadió y dejó sus ojos fijos en los de él, en un esfuerzo por disipar la preocupación dentro de ellos. Tomó su pitillera. Sacó un cigarrillo y le ofreció uno a Terry también. Él Encendió el suyo primero y se inclinó para alcanzarla a mitad de camino, ya que ella había estirado su cuerpo hacia él, ofreciéndole encender el de ella también. Ella dio una calada y sopló el humo mientras volvía a la posición en que estaba sentada antes. A través del humo de su cigarrillo, él la estaba examinando en silencio.

"Has cambiado tanto Candy..." su voz se hizo más profunda con los pensamientos que conllevaba su declaración.

Ella puso los ojos en blanco y suspiró. "Terry... espero que no me vayas a dar un sermón ahora"

Él se rio fuertemente, dejando que la tensión se derritiera de su rostro. Se sintió divertido al pensar en cómo se habían invertido los roles desde que eran estudiantes en el San Pablo. "Iba a decir que fumas, eso era todo". Admitió una vez que dejó de reír. "¿Pero yo dándote sermones?" Le preguntó con un brillo juguetón en los ojos. "Hubo un tiempo, Candy, cuando dar una sermón era todo lo que hacías conmigo". Le recordó con una ceja levantada y una sonrisa burlona.

"No voy a negarlo Terry!" Ella lo admitió, con los recuerdos de haberle impedido a Terry fumar, tan claros como la risa causada por sus palabras. Puede que él bromeara con ella, pero ella también podría volverse juguetona. Su corazón se aligeró por primera vez, quizás en ese día. "Tú también has cambiado...", le respondió, sus palabras envueltas en su amplia sonrisa.

"Ah... el cabello no lo llevo tan desordenado", levantó el dedo para marcar su argumento. Él era la imagen de un delincuente en aquellos tiempos, sin preocuparse por nada en el mundo, sin duda ni por su aspecto. Llevaba su corbata del uniforme aflojada, la camisa medio metida en los pantalones. No queriendo entrar en recuerdos dolorosos, mantuvo solo las partes divertidas. Cómo parecía ser alérgico a los barberos. Su cabello en algún momento parecía una mopa, cayendo frente a sus ojos, dejándolo casi ciego a veces. Incluso se había ganado algún castigo de la directora, la hermana Gray, por su apariencia. Todo eso comenzó a cambiar lentamente una vez que ella entró en su vida.

"No es eso", dijo ella, después de que una segunda ola de risas se apagara. "De hecho, me encantaba tu cabello...", agregó con una amplia sonrisa. Sus ojos se mantuvieron en contacto, regocijándose por las bromas desenfadadas. Estas fueron bien acogidas, después de la intensidad que la noche hasta ahora había cargado sobre los hombros. Solían ser tan buenos juntos en eso. Siempre que sus bromas se lo permitieran, podían pasar ratos memorables. Candy era rápida con sus palabras, con ingenio y disposición para responder como ninguna otra mujer que hubiera conocido. Él la amaba por eso también.

"Mostraste tanto control antes, Terry". Comentó, compartiendo la sorpresa que había sentido antes, cuando Archie y Christian estaban enfrentándose. "Comparado con Archie que actuó como un idiota esta noche".

Terry tomó el último trago de su whisky, dejando que el fuego llegara a su mirada. Encendió otro cigarrillo. "Archie es Archie". Dijo encogiéndose de hombros. "¿Recuerdas mis peleas con él?"

"¡Oh, cómo podría olvidarlas!" dijo ella, poniendo los ojos en blanco con una fingida desesperación. Sus risas rebotaron en las paredes de su sala de estar. Se sentía un poco malvado el reírse de Archie, pero Candy, especialmente, llevaba acumulado dentro sí muchas cosas que la enojaba con su primo. No solo con respecto a Christian, sino también a Terry. Cuando estaba bailando con Marion. Las observaciones de Archie eran poco precisas pero sonaban ciertas. Se había sentido celosa de no ser el centro de atención de Terry. Nunca había pensado en el pasado tener un ego femenino como otras mujeres. Claro que podía sentir celos, pero la vieja Candy estaría por encima de ello.

"¿A dónde fue por cierto?", se preguntó ella en voz alta.

"¡Oh, lo vi correr detrás de una mujer!" Terry anotó y se produjo una nueva ronda de risas.

"¡Archie juega conmigo la carta del comportamiento de la buena sociedad, pero corre detrás de Isabel como un cachorro!" Candy exclamó mientras se reía.

"¿Isabel?" Terry le preguntó. "Una profesora de baile francesa, que conoció en un club de tango", respondió Candy.

Terry se quedó impresionado. ¿Archie tuvo los huevos para dejar el felpudo de esposa que tenía? Annie no era una mala persona, pero a Terry nunca le había caído bien. Ella le recordaba demasiado a Susana. Con esa cualidad de necesidad enfermiza de ambas...

Sus risas se oyeron calmadas una vez más. Con solo el sonido de la madera crujiendo y partiéndose, siendo consumida por el fuego, para los dos la habitación comenzó a sentirse más pequeña. Era como si no hubiera ninguna distancia entre ellos. El nerviosismo afloró a la superficie. Ella tomó el último trago de su bebida y se levantó.

"¿Te importa si pongo algo de música?" le preguntó ella, preguntándose cuáles podrían haber sido los pensamientos de él en ese momento, cuando captó su mirada sobre ella.

"Claro que no...", respondió Terry. También se puso de pie. Tenía calor. Podría haber sido la chimenea encendida en junio, o el alcohol corriendo por sus venas, o el hecho de que se había sentido tan relajado con Candy y parecía tan surrealista y deseable al mismo tiempo lograr sentir eso con ella, después de tanto tiempo. Además, la forma en que se estaban comportando en ésta última media hora, era como si el tiempo se hubiera detenido... el sudor se acumulaba bajo su cuello. Se aflojó la corbata y abrió un par de botones de su camisa.

"¿Una bebida más?" Le preguntó, sintiéndose como en casa, mientras caminaba hacia el carrito de los licores.

"No me importaría una más", le dijo ella mientras se volvió para mirarlo, justo cuando dejaba que la aguja del gramófono tocara el disco. La música llenó la habitación, una melodía lenta. Terry pensó que había escuchado esa canción antes.

"Hace demasiado calor aquí Terry, lo siento..." Se disculpó cuando él le dio su bebida.

Sus ojos sonrieron. "No, esta bien.", él dijo. "Olvidas que estoy acostumbrado a pasar los veranos en Nueva York". Ella admitió que lo había olvidado. Le dirigió una sonrisa de disculpa y caminó hacia la chimenea. Se sentó en la alfombra como estaba antes. Terry la siguió. Con la espalda apoyada en las patas del sillón, él también se sentó frente a ella, mientras ella miraba fijamente el fuego que comenzaba a debilitarse. Ninguno de los dos habló por un rato.

"Honestamente sin embargo... ¿es tan malo?" La escuchó preguntarle, rompiendo el silencio.

"¿El qué?" Le preguntó él de vuelta, como respuesta a su pregunta inesperada.

"Que yo he cambiado..."

Él se rio entre dientes. Esta era una pregunta, para la que tenía que levantar las cejas, antes de sacar un cigarrillo de su pitillera. "El jurado no puede deliberar sobre esto pecas", le dijo en son de burla.

Sus ojos se abrieron más con su respuesta. "¡Oh! ¡Vamos, Terry!", ella protestó y le golpeó la rodilla, bromeando con él. Él levantó la cabeza y sus ojos se clavaron en los de ella.

"Es diferente", admitió él. "Dame algo de tiempo para acostumbrarme a tu nuevo yo".

Puede que fueran las muchas bebidas que ella había tomado o la forma tranquila en que él habló. Al sonido de sus últimas palabras, un dulce escalofrío hizo que se erizaran los finos vellos de sus brazos. No importaba si era un día, o diez años, o incluso más tiempo, se dio cuenta de que él siempre podría afectarla. Nunca se sentiría indiferente a Terry.

"Ahora, suenas molesto, Terry", dijo a su vez, en un intento por continuar el tono burlón de su conversación.

Sus ojos parecían más verdes que azules por la forma en que el fuego se reflejaba en ellos y parecían frustrados por sus palabras. Se echó el pelo hacia atrás, sin creer lo que estaba escuchando. "¡Por Dios Candy! ¡dame un respiro!" dijo, levantando la voz, "¡Te encuentro de la manera en que lo hice!, ¿y me estás diciendo que parezco molesto?" Continuó con una pregunta que no esperaba una respuesta. Sus ojos se clavaron en su rostro.

"Soy un hombre, no un santo, ¿sabes?..." Sus últimas palabras salieron lentamente, después de haber interrumpido su repentino arrebato.

Candy sintió que todo su ser se ponía rojo. Ella no esperaba que él dijera todo eso. Ni siquiera se había dado cuenta de cuánto, al encontrarla de nuevo, lo había afectado. Ella no sabía qué decir. Decidió dejar pasar esta declaración de él. Convertir el ambiente que comenzaba a extenderse pesadamente entre ellos, de nuevo a neutral. "Así que te quedarás por un tiempo". Dijo sonando más calmada que antes.

Terry respiró hondo. "Lo haré", le confirmó. Él la miró, buscando pistas, queriendo saber si su admisión era bienvenida o no.

Ella se giró hacia la chimenea. Comenzó a atizar los pedazos de madera que se quemaban. "Alguien va estar en la nubes...", dijo sin volverse a verlo.

Él se movió de posición. Candy nunca dejaba de sacarle de sus casillas, incluso después de tanto tiempo. "¿A quién tienes en mente Candy?, por favor dime", sonaba impaciente, aunque intentaba mantener el coqueteo. Había habido suficiente tensión para los dos esa noche.

"Mi amiga...", explicó, con la mirada aún sobre las flameantes llamas.

Se dio cuenta de que Candy le estaba arrojando un cebo. Sus labios se curvaron y su mirada centelleó. Él también podría jugar este juego. "Agradable chica..." admitió, tratando de sonar honesto.

"Sí", comentó ella, su voz sonaba seca, "Me di cuenta de que te agradó de inmediato".

"¿Puedo percibir molestia por tu parte, Candy...?" Era su turno de presionarla de la forma en que ella lo había presionado a él hacía un rato. "O puedo decir Rose...", agregó, levantando las cejas una vez más.

Ella se volvió y lo miró. Sus ojos verdes brillaban en su cara, resplandeciente por el fuego.

"¿Fue este cambio de nombre parte de tu plan de cambio de vida?" Terry continuó con las preguntas. Había tenido curiosidad desde el principio por preguntarle sobre eso. Cambiar su nombre, estaba seguro de ello, significaba algo para Candy, mucho más que un capricho de su parte.

Parecía que ella estaba pensando en su respuesta. Pero se abriría un camino completamente diferente que revelaría partes de su vida que él no había conocido. Si él le hubiera hecho esa pregunta antes, tal vez ella la hubiera rechazado en silencio o pensaría en algo inteligente que decir, pero era tarde, se sentía débil y tenía que admitirlo, él había sido una buena compañía para ella. A millones de kilómetros de diferencia a cómo se había comportado en la galería. Ella se movió de donde estaba sentada. Enderezó sus piernas, queriendo estirarlas un poco. Se llevó las rodillas al pecho y las abrazó antes de dejar que su barbilla descansara sobre ellas. Su rostro se quedó en blanco, su mirada se centró en la alfombra, pero estaba buscando mucho más que eso.

"Cuando Albert murió, me sentí atrapada en la casa de Pony, Terry", comenzó. Con el nombre de Albert, los valles verdes en sus ojos se agitaban como hierba en la brisa de verano.

Un nudo de tristeza subió por la garganta de Terry también. Sabía que Albert había fallecido de cáncer. Estaba en todos los periódicos. En el momento en que se había enterado, le pidió a Hathaway unos días de descanso. No había visto a Albert en años. La última vez que pasaron tiempo juntos fue cuando Terry estaba en el colegio y Albert se ofreció como voluntario en el zoológico de Londres, cuidando a los animales. Se habían conocido por primera vez durante una pelea en un pub donde Terry había estado involucrado, cuando era un borracho adolescente.

De vuelta a los días en que la vida que llevaba estaba prácticamente descarrilada. Decidido a destruirse a sí mismo. Si no podía escapar de los grilletes de su familia disfuncional, el abuso y las burlas de su madrastra, la ignorancia de su padre, la madre que no quería saber de él, ¿qué más había para él? Se sentía como una mancha en la vida de todos. La vida misma le repugnaba. Solía estar más borracho que sobrio esos días. Justo cuando Candy se había matriculado en el colegio. Estaba muy intrigado por ella, su personalidad puritana que iba de la mano de un espíritu rebelde, una fuerza interior que no había encontrado en nadie hasta entonces, hombre o mujer, niño o niña. Nadie la igualaba.

Sin embargo, era joven. Se escabullía por las noches en busca de bronca. De manera masoquista, le gustaba que le golpearan. Al menos, el dolor físico enmascaraba al que todavía no podía encontrar una solución. Quizás si tenía suerte, también podría haber encontrado la muerte y eso podría resolver todo para todos, de una manera más permanente.

Albert lo salvó de una pelea de bar. Se habían convertido en buenos amigos después de eso. En lugar de que Terry acampara dentro de los pubs, bebiendo como una esponja, comenzó a ir al zoológico y visitar a Albert. Aquí estaba este tipo que había visto el mundo. Tenía historias que contar. Era libre de vivir su vida como quisiera. Lentamente, Albert se había convertido en un mentor para Terry, sin que este último lo reconociera hasta mucho después. Tanto después hasta que lo descubrió tras la muerte de Albert. Sin él, Terry sintió que esos agradables días de su pasado en Londres también habían muerto. Así que, le dio a Susana una excusa y se fue a la viña de Martha. Se alojó por unos días en la cabaña de Eleonor. Solo con sus recuerdos de Albert y Candy, los únicos recuerdos que había llegado a apreciar de Londres. Él también pensó en escribirle a Candy. Para decirle que él estaba allí para ella, en caso de que ella necesitara un amigo. ¿Pero a quién estaba engañando? Realmente nunca logró verla como una amiga. Su incapacidad para superar sus inseguridades también fue perjudicial. ¿Por qué Candy querría saber de él? Tenía a su familia a su alrededor. Archie y Annie, Pony y muchas otras personas que la querían tanto, porque Candy expresaba sus sentimientos abiertamente a todos los que conocía.

Él siguió mirándola, narrando esa parte de su vida, mientras permanecía en silencio. Adentro, sintió la amargura de su remordimiento. Debería haber estado allí para ella. La Candy que conocía, la que la vida no podía destruir, había llegado a su punto crítico. Eran días oscuros para ella. Sin dirección, sin tener ilusión por nada, nada que esperar. Entró en depresión.

"Sé que puedes entender mi pérdida, Terry. Perdiste a Susana...", le dijo. Sus ojos habían comenzado a llenarse de lágrimas. "Ella fue tu vida por más de diez años", agregó.

Quería decirle a Candy que no era lo mismo, pero solo logró decir su nombre. Perder a Susana ni siquiera se acercaba a su relato. Se había reconciliado con el hecho de que su vida incluiría a Susana. No incluía el amor y en el silencio de la noche, mientras miraba el fondo de su vaso vacío, le dolía no tener amor en su vida, pero había llegado a aceptarlo.

Al no poder devolverle nada en una intimidad física, había hecho todo lo posible para apoyarla profesionalmente. Para encontrarle un propósito a su vida, que no fuera esperar que él se enamorara de ella. Con apoyo y amplio aliento por su parte, ella había comenzado a hacerse un nombre como guionista para el teatro. Ella rebosaba de felicidad. A Susana siempre le gustó que le prestaran atención. Aunque había sido demasiado cobarde para decirlo en voz alta.

Ella murió de una manera apresurada. Fue durante una epidemia de gripe en Nueva York. Se le convirtió en neumonía. Ella siempre tuvo una constitución débil, en relación a su salud. Él había traído a los mejores médicos de la ciudad. Estaba a su lado mañana y noche. Él derramó lágrimas en secreto. Se derrumbó cuando le estaban diciendo adiós. Ella estaba demasiado débil para abrir incluso sus ojos. Con dificultad para respirar. Antes de su último aliento, ella le agradeció haberse quedado con ella. SE sintió abrumado más allá de cualquier medida. Los sentimientos conflictivos que sentía lo empujaban en direcciones opuestas, queriendo despedazarlo. Tal fue su culpa después de todo lo que había sentido y sucedido, que ni siquiera dio una declaración a la prensa. Aun así, con todo ese dolor que sufrió, Susana no representaba lo mismo a lo que Albert significaba para Candy. Pero no se lo confesó a ella.

"Entonces, recibí una carta de tu madre...", le dijo y lo miró por primera vez, desde que había comenzado su viaje al pasado.

Su declaración fue de lo más inesperada. Su cabeza se movió hacia atrás y sus cejas se juntaron por encima del puente de su nariz. Su madre nunca le había mencionado haber enviado una carta a Candy. "¿Una carta? ¿Eleonor?" preguntó sonando muy sorprendido. "¿Estás segura?" preguntó de nuevo.

"Por supuesto que sí", le confirmó. "Era sobre tu Hamlet", agregó. "Ella me envió boletos para ir a verte"

"¡¿Qué?!" preguntó de nuevo pasándose los dedos por el pelo. Los latidos de su corazón se aceleraron. Iba a decirle unas cuantas cosas a Eleonor cuando volviera a Nueva York, eso era un hecho.

"Creo que ella lo hizo para animarme...?" Candy se preguntó en voz alta.

Terry había encendido un cigarrillo. "No me puedo creer en lo que hace mi madre algunas veces" murmuró.
"Ella es muy dulce". Candy dijo y le sonrió. "Sin embargo, rechacé su oferta, Terry", continuó su historia. "No podía hacerlo... Susana...", su voz se apagó al escuchar el nombre de Susana.

Por un minuto nadie dijo nada. Candy omitió el hecho de que después de rechazar la oferta de Eleonor, ella le escribió una carta a Terry, con una postdata de "Te amaba"... Nunca logró enviarla. Esa nota final habría sido una mentira. Ella todavía lo amaba en aquel entonces.

"Sin embargo, lo que hizo su carta...", dijo Candy llegando a la conclusión de su historia, "fue poner las ruedas en movimiento para mí", agregó y aplastó el cigarrillo que fumaba en un cenicero. Respiró hondo y miró a Terry de nuevo. En el rostro de él permanecía la mirada de sorpresa.

"Me di cuenta de que la vida no me estaba esperando... me estaba pasando de largo. Tú estabas manejando bien la tuya, tu carrera estaba despegando". Ella dijo con un suspiro. "Llegó la Navidad pasada, me encontré con George. La mano derecha de Albert y como un padre para mí. Él sabía de mis planes de irme, aunque dudé". Dijo Candy. "Sus palabras de aliento fueron el último empujón que necesitaba"

"Así que viniste aquí..." Terry dijo habiendo ahora conocido toda la historia que llevó a Candy a venir aquí.

"Candy ya no iba a existir más", agregó. "Quería saborear la vida de una manera diferente, Terry". Ella continuó y él sintió la pasión en su voz. "Por eso inventé a Rose White", dijo y se rió entre dientes. "Ella es mucho más salvaje que Candy..." Su sonrisa se estaba convirtiendo en risa. "Mucho más atrevida que Candy", agregó.

"Eso lo puedo ver", dijo él con voz ronca. Los ojos de ella brillaron con picardía y humedeció sus labios. Era como si Rose hubiera tomado el mando. Para Terry fue extraño ver que se estaba produciendo una transformación. Candy había dejado todos sus malos recuerdos en su antigua vida y la había dejado en los Estados Unidos. Rose estaba ahora al timón. Se dio cuenta de que quería besarla. Probar su boca, sus labios húmedos que brillaron como la miel. El deseo serpenteaba dentro de él. El aire entre ellos se estaba cargando rápidamente. Podrías sentirlo. Hilos invisibles los estaban uniendo.

El teléfono sonó, destrozando todo entre ellos. El fuego se estaba apagando. Ella se levantó para responder.

"Hola Christian", la escuchó decir. Su voz se convirtió casi en un susurro. Terry no quería escuchar nada. Si el teléfono no hubiera sonado, no sabría decir lo que podría haber pasado entre ellos. Había mucho que digerir de este encuentro. Al menos él se llevaba eso. Unas pocas horas tranquilas donde pudieron hablar. Había mucho que pensar y él tenía muchos sentimiento encontrados. Tenía que irse, tan reticente como se sentía, tenía que irse. Dejarla sola. Ella estaba demasiado vulnerable allí. Y se acababan de reencontrar. Tener más intimidad con ella, aunque se estaba quemando por dentro, tenía que resistirse con todo su ser. Solo les causaría problemas a los dos. Perdido en sus pensamientos, no se había dado cuenta de que Candy había terminado la llamada telefónica. Él se levantó.

"Te vas..." Candy ya lo sabía, antes de que Terry dijera algo.

"Sí..." dijo tratando de sonar no demasiado derrotado. "¿Le dijiste a Christian que..."

"¿Qué estás aquí?" Candy completó su oración. "No tuve que hacerlo... ya nos había visto subir al taxi"

"Oh...", exclamó Terry, "espero que esto no cause más problemas...", agregó.

"No... está bien Terry" dijo con una sonrisa cansada. "Christian se ha ido a su casa... nos veremos mañana"

Para ser honesta, ella hubiera preferido que él viniera a su casa. La besara y se reconciliaran. La encerrara en sus brazos y le hiciera sentir que todo estaba bien. Darle explicaciones. Ella lo entendería. No es como si ella fuera la típica mujer celosa.

"En cualquier caso... debo irme también Candy", casi se disculpó. "¿Estarás bien sola?" le preguntó.

"Sí, no te preocupes. Ya soy mayor, Terry". Ella añadió. Se movieron hacia la puerta principal. Ella le abrió y él salió. Su rostro brillaba de color plateado bajo la luz de la luna.

"Me alegra que hayamos hablado", dijo ella.

"A mí también.", concordó Terry.

"Nos volveremos a ver, ¿verdad?", le preguntó ella.

"Lo haremos, pecas", dijo él, sintiendo que su voz se volvía pesada.

Él se inclinó y besó su mejilla, sintiéndose cálido al tacto de sus labios. Le dio las buenas noches. Ella hizo lo mismo. Se mantuvo en la puerta mientras él se alejaba. Se volvió por última vez antes de doblar la esquina y se despidió con la mano. Ella hizo lo mismo. Con un profundo suspiro, cerró la puerta y regresó a la sala de estar. Se sentía vacía ahora. Las brasas brillantes permanecieron en la chimenea. Sintió las lágrimas en sus ojos. Lo que ella no sabía era por qué estaba llorando. Todavía llevaba su chaqueta. Lo que sí sabía era que había sido un día que recordaría por el resto de su vida. Por más razones que una.