Capítulo 28

Él abrió sus ojos con el peso del mundo en sus párpados. La luz del día lo encontró todavía con el traje de la noche anterior, acostado en la cama boca arriba. Respiró hondamente y presionó su mano en su cráneo. El dolor palpitaba en él. No tenía idea de qué hora era, o por cuánto tiempo había dormido. Lo último que recordaba era haber hablado con Rose por teléfono. Ella estaba en su casa, pero no estaba sola. Eso lo sabía. Una vez su taxi había partido de la mansión de Lord Wooster, le tomó una o quizás dos caladas del cigarrillo que estaba fumando en las escaleras, para darse cuenta de que debería haber estado a su lado. En cambio, ese tipo Graham se había ido con ella. Christian había saltado al siguiente auto disponible. Se había detenido un poco más abajo de la calle en donde estaba la casa de Rose. Se había esparcido la oscuridad de la noche, pero él podía decir que ella no llegó hasta su puerta sola. Después de eso él no recordaba por cuánto tiempo se quedó allí parado, sin apartar los ojos de la luz encendida en las ventanas de la sala. Luchó internamente sobre si acercarse. Golpear la puerta. Él había presentido que Terry estaba interesado en su novia. Desde la galería Christian tuvo ese presentimiento. Rose era una mujer bella. Ésta no era la primera vez que alguien mostraba sentimientos hacia ella. Pero este hombre melancólico había sido diferente. A pesar de mostrarse calmado en la fiesta, la manera como había mirado a Rose delante de la pintura que Christian había hecho de ella – por Dios, podía jurarlo – si nadie más estuviera en los alrededores, él la habría tomado sobre sus hombros y se la habría llevado con él por la fuerza. Como si ella le perteneciera.

Christian sintió un nudo en su estómago. Rose era su mujer. Como con todo lo nuevo en esta relación, ella había traído todos estos nuevos sentimientos a su ser. Si él no se hubiera lanzado a la parte más profunda de los problemas con los bajos fondos de Londres, de hombres que vivían en la sombras, moviendo toda clase de hilos para hacer que la gente se moviera como ellos querían… él hubiera actuado de una manera muy diferente en la fiesta. Se había sentido posesivo sobre su mujer delante de este extraño. ¿Cómo pudo ella haberlo invitado en primer lugar? O ¿La había engatusado para ir? Sin embargo, con lo que había ocurrido hacía unas horas, ¿Tenía todavía el derecho de pelear por ella?

¿No estaría ella más a salvo si él rompía con ella?, ese pensamiento lo hizo dejar de respirar.

Suspiró. Se obligó a salir de la cama en un intento por levantarse. Se sintió como si hubiera estado en un choque de frente contra un tren. Flashbacks de los puñetazos y las patadas machacando los lados de su cuerpo surgieron de su mente. Se sentó recto, y restregó su cara contra sus palmas abiertas. Su mente estaba nublada. Tenía que ponerse bajo la ducha. Sus movimientos eran pesados, tan pesados como un saco lleno de piedras. Se desvistió en cámara lenta. Cada movimiento era difícil. Se puso bajo la ducha con el agua corriendo, y descansó las palmas sobre los azulejos. Su mirada se puso en blanco, mientras el agua caía por su cara. Tenía que prepararse. Arreglarse en medio del caos. Pero encontrarse con Rose… mientras más lo postpusiera, peor sería. Ella debería alejarse de él. Quizás él podría convencerla de que regresara a los Estados Unidos. Si él iba a terminar con ella…

La rabia llenó sus venas. Diablos, él la amaba. Rose se había transformado en todo para él. Había transformado su vida por ella. Una vida que él había sido tan estúpido de ver hacia dónde iba. Había sido un maldito e ingenuo imbécil. Jugando a su fantasía de Robin Hood, solo para sentirse moralmente superior, haciéndole pistola a una clase a la que nunca había pertenecido. Gente vacía, mentes vacías, corazones vacíos. Terminó aliándose con psicópatas como McDonald, quién ahora lo tenía agarrado por las pelotas. Robando a los ricos para alimentar a los pobres… ¿a quién había estado engañando?, todo era por él. Porque él quería sentirse bien por la mierda de vida que había tenido. Por haber sido abandonado por un padre que nunca lo quiso. Nada menos que un Duque muy conocido. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpido? Cuidando de su propio ego. Pasó la mano por el espejo empañado, miró su cara que se veía borrosa a través del vapor húmedo. Sus ojos azules se habían oscurecido. Una tormenta había estallado dentro de ellos. Odio hacia sí mismo afloró. Como un rayo, sus puños aterrizaron fuerte sobre el espejo. En donde observaba su cara ahora se veía su reflejo roto. Siguió mirando, en silencio. Él debía romper con ella. Si quería que ella estuviera a salvo…

Siguió preparándose para encontrarse con Sir Witt. Habían acordado esta reunión cuando habían hablado rápidamente en la fiesta. Su opinión sobre la apertura de la exhibición era muy importante, al ser el director del Consejo de las Artes. Él podría presentarle a compradores potenciales. Más gente rica queriendo un pedazo del nuevo artista de moda. Cerró la puerta, dejando el espejo roto en pedazos atrás. Lágrimas rojas corrían en sus manos por cortes en sus nudillos. Éste no era un mundo para ella. Un silencio mortal se esparció en su mente. No había nada más que pensar.

Marion Lewis era una mujer que se aburría fácilmente. Estaba acostumbrada a saltar de un momento de excitación a otro, adicta a la emoción de lo nuevo, lo peligroso, sin importar si era un nuevo auto, una nueva afición, una nueva droga, un nuevo pretendiente. Entonces se obsesionaría hasta los huesos con lo que fuera o quien fuera que hubiera atraído su interés. Ahora mismo, no había ninguna otra cosa que se acercara a más a esa definición de lo nuevo que le hacía correr la sangre embriagada y cálida por sus venas, que Terrence Graham.

Esa corta media hora cuando ellos se deslizaron en la pista de baile fue suficiente para hacerle dar vueltas la cabeza, y no era por todo el alcohol que ella había consumido. Trató de recordar a todos los hombres que habían pasado por su vida, y si había conocido a alguno que le hubiera parecido más contradictorio que este hombre. Ella había sentido la fuerza de su abrazo sobre ella, la confianza de sus movimientos de baile, pero al mismo tiempo, él estaba muy contenido, su mirada se había hecho distante cuando giraban. Él coqueteaba con ella, le mostraba su mejor sonrisa, pero no era como los otros que actuaban como cachorritos sobreexcitados por ella. Con él todo era una fachada, esta cara de joven galán, ídolo de matiné, el caballero. La pasión reinaba tras sus ojos, una que era autodestructiva. Ella había sentido el peligro. Tal para cual. Y eso fue lo que la había hecho vibrar hasta la punta de los dedos cuando se enteró de que se iba a montar Hamlet en el Royal Haymarket. Ella no se había ganado el título de temeraria sin una buena causa. Estaba segura de que una relación, aún corta, con Terrence Graham podría probar ser eso exactamente. Una diabólica y emocionante montaña rusa.

El chofer detuvo el auto fuera del Teatro Real en Haymarket. Sus zapatos Mary Jane negros estaban tan lustrosos como el resto de ella cuando se salió de su Rolls aparcado. Ni siquiera un cabello estaba fuera de lugar. Llevaba un vestido de seda rojo amapola, de talle bajo y falda plisada que hacían juego perfecto con su pintalabios. Ya estaba sonriendo cuando entró al teatro. Normalmente el conserje del teatro detenía al público justo en la puerta, previniendo que entraran al teatro, pero ella se acercó, saludándolo por su nombre, agitando sus párpados con ojos de corderito y le preguntó si podía entrar. Había alguien a quien deseaba sorprender. No esperó por su respuesta. Continuó caminando como si estuviera en su casa. El señor Norman corrió tras ella. Él ya conocía a Marion, y conocía a su padre, Edward Lewis, el secretario permanente del Tesoro de Su Majestad, e incluso más a su esposa. Ellos eran grandes aficionados del teatro y sus donaciones para el teatro Haymarket habían sido cada vez más que generosas a través de los años.

Terry, a pesar de lo tarde de la hora a la que había entrado a su habitación en el Claridge, estaba en el teatro listo y dispuesto temprano por la mañana. El interior del teatro parecía una colmena por su actividad. Comenzarían el miércoles 1ro de julio. Tenían dos semanas para dejar todo listo en el escenario, ensayos, publicidad, invitaciones VIP. Había mucho por hacer. Y aunque debido a su lesión no iba a estar sobre el escenario, no se iba a alejar de su compañía. Especialmente por la forma como las cosas habían resultado. Si Candy hubiera estado soltera, los planes hubieran sido completamente diferentes, pero en la situación actual, tenía que buscar cosas en que ocupar su tiempo. Se sentía en casa en el teatro, relajado, concentrado. Aún si implicaba ayudar para que las cosas se organizaran en el escenario. El trabajo manual duro no estaba por debajo de él. Pero Robert no quería ni oír hablar de ello. No se arriesgaría a lesionar todavía más a su más famoso joven actor. Terry podía sentarse y actuar como su asistente. En el momento en que lo vio llegar al teatro, vestido solo con unos pantalones oscuros de franela, con una camisa de algodón y tirantes, y sin su bastón, se quejó. Terry se había arremangado, listo para la acción, pero se contuvo frente a la mirada severa y las palabras de Hathaway. Le insistió en que dejara de actuar como un tonto y le ayudara con los pedidos. Y entre tanto envió a un chico al pub, en el que Terry había olvidado su bastón la noche anterior, para recogerlo y traerlo de vuelta. Algunas veces sentía con Terry que estaba cuidando a un niñito.

Así fue como Marion encontró a los dos hombres. De pie en el corredor al lado de las butacas, mirando lo que ocurría en el escenario. Terry había metido sus manos dentro de sus bolsillos, mientras escuchaba a Robert comentando sobre la puesta en escena. El área actual del escenario del teatro Haymarket era levemente diferente en tamaño al teatro de Broadway y se necesitaba hacer algunos ajustes. Barrymore se había tomado el día libre para hacer turismo. La última vez que había estado en Londres había sido 25 años atrás. Había cambiado mucho desde sus tiempos como estudiante de bellas artes. En ese entonces, también había dedicado su vida a las actividades nocturnas y bohemias, como cualquier joven de su edad. La mayor parte de la compañía sí estaba allí.

Los dos hombres se giraron con el taconeo de los zapatos de tacón de mujer seguida por el sonido de unos zapatos de hombre corriendo tras de ella. La sorpresa fue evidente en los rostros de Terry y Robert, aunque Terry conocía a la mujer.

"¿Qué es esto?", preguntó Robert con su sorpresa transformándose rápidamente en irritación. Sus órdenes eran claras de no dejar pasar a ninguna persona que no fuera de la compañía al interior del teatro.

"¡Lo siento mucho señor Hathaway!", el señor Norman se apresuró a decir debido a que Marion se mantenía mirando fijamente a Terry, el cual permanecía en silencio. Si estaba feliz por verla ciertamente lo estaba ocultando muy bien. "Ella es-", empezó a decir, secando la humedad de su frente con su pañuelo.

"Soy Marion Lewis", dijo la joven mujer. Su voz sonó como si las palabras acariciaran su garganta al salir. Susurrantes y sensuales. Robert tosió secamente.

"Es la hija de Sir Lewis, el secretario del Tesoro, Mr. Hathaway". El conserje dijo a continuación de su presentación, dejando claro la razón por lo que la dejó pasar.

"¡Oh, ya veo!" exclamó Roberto, con sus labios apretados en una sonrisa nerviosa. "¿Y a qué debemos el placer de su visita señorita Lewis?", dijo mientras sostuvo su mano con una apretón suave.

"Por favor llámeme Marion. No son necesarias las formalidades", respondió, mostrando una gran sonrisa, girando sus ojos hacia Terry, quien no había tomado parte en la corta conversación. Con pensamientos corriendo tras su mirada.

"Marion está aquí para verme…", la voz profunda de Terry finalmente se escuchó. Así era, él estaba haciéndose preguntas tras esa sonrisa controlada, pensó ella y se sintió feliz. Le encantaba hacer que los hombres se hicieran preguntas.

"¡Oh! No tenía idea… ¿Terrence?" Las cejas de Robert se arquearon sobre sus ojos abiertos en el momento en que se giró para mirar a Terry.

"Nos conocimos anoche en la fiesta de Lord Wooster…" dijo ella todavía mirando a Terry, salvándolo de explicar a su jefe por qué ella estaba allí. "Terrence me ofreció amablemente a hacerme un tour tras bambalinas". Continuó ella hablando lentamente, escogiendo sus palabras, mientras examinaba la cara pensativa del hombre mientras la escuchaba. "Estoy fascinada por el mundo del teatro ¿sabe?..." agregó, por supuesto mintiendo descaradamente.

Robert no sabía que decir. Esto no era definitivamente habitual en Terry. Él nunca, en todo el tiempo que lo recordaba, había traído a ningún invitado para mostrarle el lugar, y aún menos mujeres del tipo de esta señorita Lewis.

"Bien entonces Terrence, como la señorita Lewis es tu invitada, te dejaré guiar a esta joven entre bastidores para mostrarle el lugar", le dijo. Terry miró a Robert y lo supo. Lo tendría que oír más tarde. El director de la compañía de Teatro Stratford y director artístico no se veía para nada contento. Robert se despidió amablemente de Marion y se fue, casi dejando una rabieta en el aire.

Terry se giró para enfrentar a Marion. Ella se veía casi avergonzada. Él suspiró. Se lo merecía por todo ese coqueteo de la noche anterior ante los ojos de Candy. El momento con ella en su casa vino a su mente. Fue algo agridulce, pero él lo repetiría sin dudarlo. Candy había definitivamente cambiado desde que habían estado juntos en la adolescencia y lo había hecho de una manera que él no había nunca imaginado, pero le intrigaba. Para él la atracción seguía aún allí.

"Vamos", le dijo a Marion y le dio la espalda, dirigiéndose hacia la puerta que conducía a la parte de atrás que se dirigía a los bastidores. Se detuvieron una vez que estuvieron allí. Él le mostró como la compañía creaba los telones de fondo, los decorados pintados en tela. La esquina del apuntador en la parte de la izquierda del escenario, en donde el director de escena controlaba el ritmo de la obra, manteniendo todo bajo control. El listón, el tubo de metal que iba de un lado a otro del teatro, de donde se colgaban cosas, como la luna en la noche, el sol durante el día, objetos que flotaban en el escenario. Ella miraba lo suficientemente interesada a lo que él decía, aunque ella misma no decía mucho. Él decidió que ya era suficiente. Tenía que llegar al fondo de esto. ¿Por qué estaba ella allí?

"Déjame mostrarte el camerino", le dijo. Le indicó el camino y ella lo siguió. Mantuvo la puerta abierta para que ella entrara. Ella miró alrededor. No era una habitación muy grande. Un espejo ocupaba casi toda una de las paredes, con el tocador delante de él, lleno de cosas para maquillarse, pelucas, sombreros colgados de un lado. Fotos de actores anteriores, dibujos a carboncillo de escenas de obras. Había una barra con trajes, un biombo de color rojo damasco con diseños de hojas estaba en el fondo de la habitación, un par de sillas y un diván para que los actores se relajaran después de la obra, en un color verde esmeralda, aunque los colores se habían desteñido en las esquinas. Ella se sentó allí y le sonrió. Él se apoyó contra el tocador, con apariencia relajada. Metió sus manos en sus bolsillos y la miró. Sus ojos se habían tornado en tonalidades verdosas bajo las luces de la habitación.

"Es muy temprano para una copa pero solo hay whiskey para ofrecerte, me temo", le dijo.

"Tonterías, nunca es temprano para una copita, querido", le respondió.

Él sirvió dos vasos, y le dio uno. Sacó la cajetilla de cigarros de su bolsillo del pantalón. "¿Un cigarrillo?" le ofreció uno que ella tomó. Encendió primero el de ella y el suyo después. Los dos tomaron un sorbo de whiskey dieron una calada al cigarrillo. Ella lo miró.

"¿Eres siempre tan distante?", le preguntó.

Terry se mantuvo en silencio, Tomó otro sorbo y otra calada del cigarrillo. "¿Eres siempre tan directa?", él decidió responder con su propia pregunta. Su mirada estaba fija en la de ella.

Ella se inclinó hacia atrás, con aspecto defensivo. "Lo soy con aquellos que me interesan". Respondió y tomó de su whiskey.

"¿Puedo asumir que esa es la razón por la que estás aquí?", le preguntó con su ceja arqueada. Su directa y abierta forma de coqueteo le estaba empezando a molestar. "Porque te puedo asegurar que yo soy todo menos interesante". Añadió con una sonrisa cargada de sarcasmo en sus palabras.

Ella le devolvió la sonrisa. Estaba en lo correcto respecto de él. Mientras más retrocediera más excitante se hacía el juego para ella. Sus ojos azules brillaban. "Déjame ser el juez respecto de eso Terrence", le respondió descaradamente. "Pero no te hagas muchas ilusiones" añadió antes de terminar su trago. Se levantó. "Realmente quería ver cómo era la parte de atrás del escenario". Se giró y miró alrededor de ella una vez más, antes de volver la cara hacia él. "Aunque tengo que decir, esperaba que el camerino fuera más lujoso en un teatro con el prestigio del Real".

Terry dejó su comentario acerca de él sin responder. Dándose cuenta de que ella esperaba que él jugara el ping pong de las palabras, decidió simplemente pretender que no había escuchado bien. "Bien, es lo que es", le respondió sobre el comentario acerca del camerino.

"¿Cuándo es entonces la premier de Hamlet?" preguntó ella, habiendo decidido también retroceder. No quería empujarlo lejos y no tener la oportunidad de traerlo de vuelta al juego, así que mantendría la conversación sobre temas triviales también. Ella sabía cómo charlar de lo típico mejor que nadie.

"Dentro de dos semanas", respondió Terry. "Pero yo no estoy en la obra", añadió para informarle. Quizás ella se calmaría si sabía que él no era uno de los grandes nombres que protagonizarían la obra.

En ese momento Candy estaba fuera de la puerta de su casa, era casi la hora de almuerzo. El sol de verano brillaba en el cielo inmaculado y sin nubes. Ella debería sentirse tan liviana como una pluma, pero no lo estaba. Su dormir había sido intranquilo. Su sueño había sido vívido e incómodo. La llamada de Christian en la mañana no logró calmarla. Sonaba distante, incluso de alguna manera desapegado. En lo que fuera que le estuviera pasando, no había dicho una palabra. No se había disculpado tampoco. Como si nada hubiera pasado la noche anterior. Solo su voz, la misma suave y profunda voz que ella amaba pero ausente de su usual alegría. Su tono era serio cuando le dijo que pasaría por su casa por la noche. Parecía que hubiera acordado una reunión de negocios por la forma como lo dijo.

En el calor del momento, al considerar la inminencia de la visitar de Christian tomó la chaqueta de Terry. Lo visitaría en el Royal Haymarket. Sabía que lo encontraría allí al escuchar a Robert hablar sobre Hamlet con John Barrymore y Christian en la Galería. Quizás Terry podría almorzar con ella. Darse un descanso. Fue a su auto, lanzó la chaqueta al asiento del copiloto y arrancó. En su camino al teatro se preguntó cómo habría él pasado la noche después de haber dejado su casa. Volvió a su mente la noche que habían pasado juntos. A pesar de algunos momentos incómodos, en general había disfrutado su compañía bastante, considerando lo que había ocurrido cuando se habían reencontrado en Whitechapel. Sin embargo, no podía sacudirse de la sorpresa que le había causado el verlo tan mesurado, maduro y adulto. Dejando de lado su apariencia, porque sus características juveniles se habían vuelto más bellas de lo que ella recordaba, el mayor cambio estaba en su personalidad. Terry se había transformado en un hombre confiable, fuerte, que no vacilaba en momentos difíciles. Repentinamente él le recordó a su adorado Padre árbol. La encina vieja y grande que creció junto con ella en la cima de la colina. Imaginó a cualquier mujer sintiéndose a salvo al lado de Terry, los mismos sentimientos que ella tenía al estar de pie al lado del árbol, una calma segura que barría cualquier cosa que la hiciera sentir ansiosa en su interior. Todo estaría bien al final.

Pensó en Susana. En cómo habría sido su vida. Calmada con la certeza que tenía este hombre a su lado. Cuidándola, estando allí. Su corazón palpitó mientras tomaba el volante. Una fina niebla cubrió sus ojos. Ella lo admiraba por haberse convertido en eso. No es que no tuviera la certeza. Ella había creído en Terry desde la primera vez que lo vio. Pero la cuestión era si él creía en sí mismo. Especialmente después de su crisis, cuando abandonó a Susana y desapareció en un pueblo minero abandonado por Dios. Ella recordaba el estado lamentable en el que él estaba cuando lo vio en aquel escenario provisional en una gran carpa. Lleno de patanes borrachos y prostitutas con caras pintarrajeadas como máscaras. Ellos estaban gritando, maldiciendo, riendo. No se podía escuchar a la persona que estaba a su lado, incluso si gritaba. El lugar apestaba a cerveza y orín. Instintivamente se había llevado su pañuelo sobre su nariz y boca. Ella recordaba que él se tambaleaba en el escenario, tratando de encontrar su equilibrio, y con sus ojos de un hombre ebrio al punto de desmayarse. Arrastrando sus palabras, sin saber en dónde estaba y qué estaba haciendo. Esto había ocurrido hacía mucho tiempo y aún ella sentía una reacción muy emotiva aún en el presente, una vez el recuerdo se hacía más vivo en su mente.

Pisó el acelerador. Su auto avanzó a mayor velocidad en las calles de Londres. Sintió un gran agradecimiento por la vida de Terry en ese momento. Ella creía en Dios, sin duda, pero la manera como las cosas había resultado para él, sin tener en cuenta la desafortunada pérdida de Susana, eran su propia obra. Su ascendente y brillante carrera como un actor respetable, la manera como manejaba su vida hasta ahora, a pesar del duelo, a pesar del giro cruel que cortó tan abruptamente su relación, incluso a pesar de las condiciones espantosas y las circunstancias en las que creció. No, todo lo que él había logrado se debía a su propio esfuerzo. Su corazón se hinchó con felicidad. Una sonrisa floreció en sus labios.

Llegó pronto al frente del edificio del teatro en Haymarket. Estacionó el auto, tomó la chaqueta de Terry con una mano y entró al teatro. No había nadie en el escritorio del conserje. Era afortunada pensó. Al menos no tendría que tratar de hablar con alguien para que la dejaran entrar al teatro. Abrió la puerta dirigiéndose hacia el área de las butacas y entró.

"¿No estarás en la obra?", el tono de su voz subió una o dos notas, impulsada por la sorpresa. Pero…

"Yo interpreté el papel de Hamlet en Nueva York", dijo Terry con una sonrisa, "pero no aquí".

Se escuchó un golpe en la puerta. El señor Norman entró, sosteniendo su bastón.

"Señor Graham, el chico trajo su bastón", dijo y se lo dio a Terry. Él le dio las gracias y el otro salió.

"Esto es por lo que no interpretaré a Hamlet", le dijo a Marion quien estaba mirando perpleja. "Me rompí el tobillo; tuve un accidente en una salida nocturna", le explicó.

"Así que el señor Graham no es interesante…", le dijo, arqueando sus cejas y soltó un silbido exclamativo. Terry estalló en una fuerte risa.

En el corredor, Candy se estaba acercando a la puerta que llevaba a los bastidores cuando se encontró con el señor Norman. Lo detuvo y le preguntó en donde estaba el camerino de Terry. Tenía su chaqueta. Simpático este señor Graham, pensó el conserje para sí, mientras llevó a Candy a los bastidores. Al parecer olvida sus cosas por todas partes. Tiene mujeres haciendo fila para ir a verlo. Llegaron justo a tiempo para que Candy pudiera escuchar su carcajada. El conserje golpeó en la puerta una vez más.

"Excúseme señor Graham, pero hay una mujer aquí con su chaqueta. Quiere verlo", le dijo.