Capítulo 32

Marion estaba esperando de manera impaciente la llegada del hombre que había hecho acelerar los latidos de su corazón cada vez que volvía su vista hacia ella. Su sola presencia la cautivaba mucho más allá de lo que ella había experimentado con otros hombres hasta ese momento. ¿Podría ser el hecho de que de que él le estaba haciendo muy difícil el dejarse conocer? O que a pesar de que fuera soltero, ¿algunas veces ella pensaba que él era el hombre más inaccesible que hubiera conocido?, Oh, el misterio... el reto. Mordió su labio mientras seguía mirando fuera de la ventana. Los invitados habían empezado a llegar. La mayoría eran amigos de sus padres. Todos muy entusiasmados por conocer a John Barrymore. A ella no le importaba. Sonrió por lo inapropiado de ese pensamiento. Pero era verdad. Su misión era Terrence Graham. Nadie más.

Ella había visitado el teatro algunas veces. Lo había arrastrado fuera, insistiendo en entretenerlo en algún lugar para almorzar. Haciendo todo lo posible por conocerlo. Como una abeja, zumbaba a su alrededor, esperando beber del néctar de su mirada azul cuando él la miraba. Sabía que los actores eran unos excéntricos, que decían una cosa un día y que hacían otra después. Pero no él. Terrence Graham era su propio dueño. Nadie lo hacía hacer algo o decir algo con lo que no estuviera de acuerdo.

Ella había puesto especial cuidado en su apariencia de esa noche. Vistiendo un Chanel negro ajustado de cintura caída y falta de plumas, delineador grueso alrededor de sus ojos azules, labios rojos como rosas aterciopeladas, estaba feliz por su apariencia. Quería verse perfecta cuando él llegara. No había parado de hablar de él a sus padres. Con una artimaña inteligente, los había persuadido para llevar a cabo aquella fiesta. Con el cebo de John Barrymore, podría pasar la noche con Terry. Habría muchos rincones tranquilos en las que esperaba estar con él a solas.

Suspiró.

Su amiga Rose había llegado con Christian. Él la había tomado, justo allí en el camino de entrada para besarla, como lo haría un hombre enamorado. Corrió a la puerta. En su mente esperaba tener a su hombre para besarla así que...

...

Desde la noche en que Isabel y Archie se habían encontrado, se habían vuelto inseparables. Era algo completamente contrario a su naturaleza, pero Archie se había encontrado sin ser capaz de resistir la atracción y la pasión que sentía corriendo por sus venas cuando estaba con ella. El tener un romance fuera de su matrimonio, había sido algo que nunca había cruzado por su mente antes. Todo lo que sentía y hacía, eran nuevas experiencias para él. Navegar en aguas desconocidas sin un mapa... no era posible sin algunos dolores de cabeza. Especialmente, cuando tenía que hablar todos los días con Annie por teléfono.

Le disgustaban esos momentos más y más. Mentirle a una mujer, su esposa que estaba al otro extremo de la línea, con todas aquellas llamadas telefónicas. Cada uno fingiendo al otro, temiendo...

Annie oscilaba entre sus ansias por escuchar cómo había pasado los días estando lejos y el temor de saber que él estaba realmente pasándolo en grande sin ella. Archie quejándose por la cantidad de trabajo, el clima, la pedantería de los británicos. Gracias a Dios que Candy está aquí, le decía a Annie. Sí, él pasaba algún tiempo con ella y sus amigos, con quienes salía por Londres. Por supuesto que él prefería no salir, ¿Pero cómo podía negarse a Candy?

Ya sabes cómo es tu amiga...

Pensamientos no deseados pesaban sobre su conciencia, haciéndolo sentir incómodo dentro de su propia piel. Sin embargo, en el momento que se encontraba con Isabel, todo se derretía. Las noches que pasaban en su cama. Las mañanas que llegaban con ella entre sus brazos, sintiendo su cuerpo caliente estirado al lado suyo. Todo el día llevaba en su mente esos primeros besos, los suaves y a medio dormir, que llevaban su aliento en su cuello y despertaban todo dentro de él. Difícilmente lograba despegarse de ella para arreglarse e ir a trabajar.

Mantenía el romance tan discreto como le era posible. Aparentaba que ella le estaba enseñando a bailar. Irónicamente manteniendo la idea de su primer encuentro, cuando ella le mostró su tarjeta de presentación y él se había ofendido por ello. Sentados bajo un árbol, con la cabeza de ella descansando sobre regazo, y su mirada perdida entre el susurro del follaje sobre ellos, ella se había unido a su risa, cuando él recordó su primer encuentro. Había sido un torpe...

Sí... un dulce torpe...

A su vez, disfrutaba del nivel de anonimato que London le ofrecía. No se sentía tan vigilado como en Chicago, actuando y comportándose de acuerdo con las reglas estrictas de los círculos de la clase alta, que él y su esposa frecuentaban. Isabel estaba con él como una amiga, cuando él se unía a Candy, en algún evento social nocturno, con su círculo de amigos, pero también encontraban espacio para estar los dos en lugares más escondidos, en donde eran libres de comportarse como una pareja. Siempre tratando de equilibrar lo que sentía por esta mujer, y su necesidad de mostrarle esos sentimientos y el comportamiento apropiado de un hombre casado, lo que se esperaba de él, cuando se mezclaban con gente que estaba lista para juzgarlo.

Archie no tenía un particular entusiasmo por unirse a la fiesta de esa noche. Pensando en que iba a ser una reunión pequeña, conociendo quién era el anfitrión, significaba que él e Isabel tendrían que comportarse de acuerdo a la ocasión. Tenía que admitir que la farsa que mantenían, ya por dos semanas, se le hacía más y más difícil. Lentamente la pareja se estaba apartando de la compañía de otros, prefiriendo estar solo ellos dos. Pero él no había tenido la oportunidad de ponerse al día con Terry, ya desde hacía una semana. Aparte de un corto momento cuando le prestó el auto y le dijo que estaba seguro de que Candy sentía aún algo por él, sus intentos por acercarlo a su prima no habían tenido frutos.

Por el contrario, de hecho. Candy parecía estar más cerca de Christian, y Terry no se alejaba de la mirada de Marion. Él y Candy se estaban comportando como una pareja de amigos, como mucho. El papel de casamentero era algo que no había imaginado para sí. Este viaje a Londres era una experiencia continua para hacer muchas cosas por primera vez. Le disgustaba Christian y no confiaba en él ni un pelo. Aunque sabía, especialmente ahora que él mismo tenía un romance, que no estaba en condiciones para juzgar la elección de una pareja por parte de Candy, también sabía que lo que Terry y su prima habían tenido antes, había sido algo real. Él y Annie fueron testigos de cuanto Candy lo anhelaba. Solo fue después de la muerte de Albert que ambos se dieron cuenta de su cambio de actitud. Un deseo de romper con la rutina que había construido a su alrededor todos esos años, salir al mundo y vivir un día cada vez, sin arrepentimiento por las consecuencias. Cuando él llegó a Londres, aunque se sorprendió al encontrarla viviendo como una auténtica chica liberal, pensándolo bien, debería haber esperado que lo hiciera.

...

Él e Isabel bajaron del auto, con sonrisas como flores en sus rostros. Era difícil para Candy pensar en lo que sentía al ver a su primo tan alegre. Dos caras de una moneda, si tenía que describirlo. Porque se sentía contenta por Archie, pero sentía la tristeza crepitando dentro de ella por su amiga Annie, allá en su casa. Sorprendida como estaba, no podía negar ese sentimiento.

La felicidad algunas veces llega a costa de que alguien se sienta triste.

"Marion... siempre encantadora,", comentó Archie mientras besó su mano. "Mi querido amigo Terrence... asumo que no está aquí. A menos que hayas decidido dar la bienvenida a todos tus invitados en el camino de la entrada."

"Oh Archie, deja de molestar a la pobre Marion." Isabel lo atrajo hacia ella.

"Archie, por siempre el caballero..." comentó Candy, tratando de esconder el sarcasmo en su voz. Sonando suave, mientras golpeaba en el blanco. El comentario directo de Archie hizo más fácil para Candy el atacarlo. Estaba segura, todo lo hacía para afectarla. Archie se giró hacia ella, al parecer no sintiéndose aludido por su comentario.

"¡Querida Rose...!" exclamó y la besó en sus dos mejillas, mientras miraba de reojo a Christian. Archie ya estaba acostumbrado a la mirada perdida en el rostro de Christian. ¿Venía alguna vez a estas reuniones por su propio interés, o era arrastrado por Candy a ellas? Pensó Archie por un segundo. Aunque en esta ocasión, estaba de acuerdo con él. Hubiera sido más feliz si pudiera pasar esa noche solo con su chica... el pensar en Isabel como "su chica", hizo que su cara se sintiera cálida.

Se saludaron educadamente y todos siguieron a Marion al interior de la mansión de Sir Lewis, en donde fueron bienvenidos de manera entusiasta por los padres de Marion.

...

Terry pisó el pedal, acelerando a través de Londres. Acababa de llegar a Highgate. Había escogido a propósito una ruta que conocía bien desde su juventud. La vista de una impresionante mansión se presentó ante sus ojos. Su hogar paterno. Nada había cambiado. Los jardines exuberantes, rodeados de hayas y robles, el árbol de magnolia delante de la mansión... todo permanecía igual. Presionó el freno, deteniendo el auto. Se quedó allí, mirando. Dudando sobre bajarse o no. Sabía que no estaba siendo lógico, pero al mantenerse dentro del auto se sentía protegido de los recuerdos que sentían se estaban convirtiendo en negras nubes en su mente.

A la distancia, podía ver el banco blanco de madera, bajo el árbol de magnolia. Muchas veces vio su sombra mientras estaba sentado en aquel banco, con su espalda recostada sobre el tronco, enterrando su cabeza en los viejos libros de Shakespeare, alejándose de la miseria de su vida real. Su madrastra no ocultaba su desprecio hacia él. Ni se refrenaba para no dejarlo olvidar que no era querido, un pedazo de basura sin valor. Como un perro que se tenía por caridad. Especialmente después de que sus hermanastros nacieron, su posición se hizo más precaria.

El abuso físico y verbal de esa bruja, devoraban su mente y su alma. Encerrado por horas sin fin, aguantando la oscuridad del sótano, sintiendo su cuerpo arder por los golpes. Ella usaba un viejo bastón para golpearlo. Delgado como un látigo. Él recordaba su sonido, atravesando el aire antes de golpear sus piernas, sus manos, su trasero, su espalda. Ella iba a aplicar algo de disciplina sobre él.

Tenía malos hábitos, con una cabeza hueca, flotando en las nubes y una boca de trabajador de puerto. Heredada de esa prostituta de madre que tenía. Ella había quedado embarazada en un intento de atrapar a Lord Grandchester, uno de los más solicitados solteros de la alta sociedad de Londres, con vínculos con la Familia Real. Menos mal, Richard, su padre, había sido sensato, y no había caído en la trampa. En cambio, esa buscona había partido para buscar la fama que quería en los escenarios del teatro de Broadway.

Encendió un cigarrillo. La luz de un rayo silencioso en la distancia se reflejó en sus ojos que se habían vuelto fríos.

Mientras creció, su temperamento se volvió más delictivo. Ya no había más nubes en las que su mente volara. Su boca se tornó todavía más sucia. Los golpes se hicieron más fuertes, dejando a su madrastra jadeando, sin aliento. En silencio, con la inocencia de sus pocos años, él había deseada que ella cayera muerta. Se volvió más agresivo, esperando un castigo más severo.

No había palabras por parte de su padre. Él estaba ausente la mayor parte del tiempo. Quizás él había tenido la boda que todos aprobaban, pero sus ojos nunca se habían mostrado despreocupados. Como fuera, habría sido inútil decirle algo. Él no le hubiera creído. En aquellas raras ocasiones, cuando trató de contarle sobre el abuso, él desestimaba todo con un movimiento de su mano, pidiéndole no lo molestara con tonterías. Y a cambio se ponía del lado de ella.

Un día, lo recordaba bien, su medio hermano James estaba llorando porque no podía encontrar su tren de juguete. Era comienzos de enero, solo un par de semana antes de que Terry cumpliera trece años. Siempre supo cómo hacerse invisible, pero últimamente lo había hecho de manera más exitosa, al encontrar el brandy que su padre había guardado en el estudio. Habiendo estado por al menos dos horas escondido bajo el gran escritorio de caoba de su padre, se había tomado dos copas. El licor quemaba su garganta pero a él le gustaba el entumecimiento que sentía su cuerpo después. Casaba perfectamente con el estado de su alma. Podía escuchar a James llorar. Estaba enloqueciendo a su madrastra Mildred. Él se mantuvo allí por un rato, sintiendo diversión por la frustración de la voz de ella, hasta que decidió salir de su escondite. Una media sonrisa se mostró en sus labios cuando vio la cara de ella hinchada y enrojecida. Ella no necesitó más. ¿Era él el culpable del juguete perdido? Lo agarró violentamente por el cuello y lo arrastró hasta su cuarto. Lo tiró al suelo, y empezó con movimientos frenéticos a buscar el juguete entre sus cosas. Una lluvia de ropa, libros, juguetes fueron tirados por el aire detrás de ella. Él sintió su ira crecer, como el vapor dentro de un hervidor hirviendo. En el momento en que ella se detuvo para ver un libro abierto a su lado, él difícilmente pudo controlarse.

"¿Hamlet?, ¿estás leyendo Hamlet?" le preguntó sin esperar por una respuesta. Su vista cayó sobre el nombre de su madre escrito en la primera hoja del libro – Con amor para Richard, E. "Como si esa buscona supiera sobre Shakespeare. Me imagino con cuantos se acostó para ser tan famosa como lo es". Un segundo después ella estalló en fuertes carcajadas. Le recordaba a un grupo de hienas que había visto en el zoológico. En ese momento, él no podía ver nada frente a él. Solo la maniática risa que atravesaba sus oídos.

"Pagarás por esto..." se las arregló para decir, sin reconocer su propia voz.

¿Qué harás? ¿Me golpearás?, le respondió ella, con sus labios transformándose en una sonrisa sarcástica, su voz con tonos de ridiculez. Él se lanzó contra ella como una bala. En unos pocos segundos levantó su mano que cayó como una ruidosa cachetada en el rostro de ella. Los dos permanecieron petrificados por unos segundos. Él apestaba a alcohol.

"Estás borracho, pequeño pedazo de mierda..."

Él no opuso resistencia cuando ella sacó el bastón que colgaba del cinturón de su falda. Recibió los golpes sin emitir ningún sonido de su voz. Con sus ojos llenos de lágrimas de odio. Difícilmente podía caminar cuando ella lo tiró en el sótano.

La siguiente semana su padre le dio la noticia. Iría internado al colegio San Pablo. No tendría permitido volver a casa hasta que terminara el colegio. Fue ingresado el día de su cumpleaños.

Tiró el cigarrillo fuera del auto. Nubes densas y amenazantes se estaban acumulando a la distancia. Su mirada azul se había convertido en acero, sin dejar salir ninguna emoción. Aceleró, dejando los recuerdos de su juventud atrás, colgando sobre la mansión de su padre, como aquellas nubes de la tormenta.

...

Llegó un poco antes que Robert Hathaway y John Barrymore hicieran su ingreso, en medio de todas las personas que estaba en la mansión de Sir Lewis. Ya habían llegado todos. Marion lo saludó en la puerta. Ella se veía perfecta como una pintura. Terriblemente emocionada. Él se preguntó por un momento qué estaba haciendo con ella, pero francamente se sintió halagado. Bajo otras circunstancias, aún si alguien le preguntara si podía encontrar otra chica que llamara su atención, mostraría su asombro. Pero ahora que Candy le mostraba que él era solo un amigo para ella y nada más, se sentía frustrado. Incluso molesto. Marion hacía todo lo posible por mantenerlo interesado.

Él haber ofrecido esta fiesta había sido idea de ella. Había planeado todo en su camerino uno de esos días que había ido para sacarlo a almorzar. Por supuesto que no se lo había dicho con esas palabras... pero ella había creado todo este evento por el honor de contar con el gran Barrymore en la sociedad teatral de Londres, además de también ayudar a llenar las butacas... como había dicho. "John, no necesita ayuda, ¿sabes?", le había respondido él.

"Oh por favor Terry", le había respondida ella alargando las vocales, "¿te has dado cuenta de lo que representará para la obra el que haya una fila de gente esperando para verla?, no importa que el teatro esté lleno, la anticipación por encontrar un ticket, mientras estás en una lista de espera... los hará enloquecer". Sus ojos brillaban, perdidos, como soñando despierta. Él exhaló el humo de su cigarrillo. "Eres increíble, ¿lo sabes no?" le dijo, mientras tomaba su sombrero y bastón para salir a almorzar.

Por lo que se dio cuenta de que no habías sido del todo justo con Marion, pero si Candy supiera... con su sonrisa amable y sus miradas de reojo... lo estaban haciendo alejarse.

"Terry, te ves maravilloso, si me permites decirlo...", exclamó ella con una cara radiante. Él había usado su más elegante smoking, se había recién afeitado y cortado el cabello en la barbería, se sentía bien. Sin embargo, la exuberante actitud de ella lo desconcertó por un segundo.

"Gracias", dijo cuando volvió a la normalidad, e hizo otra pausa antes de devolver el halago. "Tú también te ves muy atractiva".

"¡Oh!, ¿de verdad?, ¡Gracias, Terry!", actuó sorprendida. "Aún aunque tuviera que forzarte a decirlo...", le dijo con un tono decepcionado en su voz. Puso su brazo alrededor de él, antes de que pudiera contestar a su comentario, giró sus azules ojos hacia él y estalló en una risa. "Te estoy tomando el pelo, relájate..." le susurró.

Atravesaron el arco de la gran puerta para entrar al salón, todos los aficionados y profesionales del teatro y patrocinadores estaban allí. Candy estaba allí, luciendo exquisita, tenía que admitirlo. Sus ojos cayeron en Christian, de pie a su lado. Archie a su otro lado con esa mujer - ¿su chica? – ciertamente lo parecía...

Marion lo escoltó al área principal, en donde pudo presentarlo a todas las importantes personas del mundo del teatro en Londres.

"Oh, Dios mío... Marion nos ha arrebatado a nuestro Terry...", Archie le susurró a Candy, mientras rozaba su hombro con el de ella en el momento en que Terry pasó frente a ellos. Ella golpeó su pie, reaccionando a su comentario.

"Ellos pueden hacer lo que les plazca", le respondió entre dientes.

Terry después de un rato de hablar y ser presentado por Marion, se acercó a Sir Edward y su esposa.

"Madre, padre, este es Terrence Graham. Uno de los principales actores de la compañía Stratford de quien les he estado hablando", dijo Marion.

Los dos mostraron verdaderas sonrisas. "¡Así que finalmente, por fin conocemos al gran Terrence Graham!", dijo Sir Edward.

"Oh, usted exagera señor..."

"Al contrario, señor Graham. De acuerdo a mi hija, ella lo ha descrito con más grandeza de lo que se pueda imaginar". Le dijo y le guiñó el ojo a Marion, cuya cara se puso roja repentinamente. Su madre por su parte estaba en shock.

"¡Edward!, estás haciendo sentir muy incómodos a nuestra hija y a su invitado"

"¡Nada de eso!, todos los hombres ingleses, incluidos el señor Graham entienden un buen chiste", Terry soltó una carcajada.

"Yo aprecio el buen sentido del humor, señor", le respondió.

"Ahora honestamente. Nos sentimos muy honrados por tenerlos a todos ustedes aquí. Estamos muy entusiasmados porque una compañía tan renombrada, con John Barrymore a la cabeza hayan decidido presentar Hamlet en Londres."

"Nosotros nos sentimos igual de honrados de presentar la obra aquí Sir Edward", le dijo Terry antes de que Robert y John entraran a la mansión. Sir Edward se movió con pasos rápidos hasta la entrada de la casa. Terry lo siguió y se detuvo en frente de Candy.

"Hola Rose", le dijo antes de tomar su mando para besarla. Ella la retiró tan pronto como él sintió su suave piel bajo sus labios. Los dos sonrieron.

"Christian...", Terry saludó al novio de Candy en su habitual tono lacónico.

"¡Hola Terrence!, ¿Cómo van los ensayos?", le respondió Christian al saludo de Terry.

Terry sonrió. Él también podía tener una conversación trivial tan bien como él. "Creo que no son tan ajetreados como tus días después de la inauguración de tu exhibición, pero ya casi estamos listos."

Él saludó a Isabel con el mismo beso en su mano, antes de girarse a Archie.

"¡Terry!, ¡hace tiempo que no te veo compañero!", exclamó Archie. "¡Te ves muy bien mi amigo!", añadió antes de dar golpecitos a la espalda de Terry, mientras observaba a Candy.

Los ojos verdes de ella delineados, con negro kohl difuso, se veían deslumbrantes y ese vestido azul claro translúcido, con el fino lino de la camisola interior que no ayudaba a calmarlo.

Giró sus ojos rápidamente hacia Archie.

"Viniendo de alguien que se ve tan elegante como tú... cuento con que esto es un cumplido Cornwell."