Capítulo 33

(traducido al español por las queridas Anneth y Nuria)

El anochecer llegó antes que lo usual. Nubes densas como llenas de plomo estaban llenando rápidamente el cielo, escondiendo los últimos rayos de la puesta del sol.

"¿Qué hora es Billy?", se giró ella y le preguntó al hombre que estaba a su lado.

Difícilmente podías ver sus siluetas en la distancia. Los dos estaban vestidos de negro de la cabeza a los pies. Se estaban escondiendo entre los árboles de la propiedad de los Grandchester, justo en el límite con Hampstead Lane. Estaban de pie al extremo opuesto del inicio de la Avenida Compton. Como era una calle de dirección única, el lugar para esconderse que escogieron era ideal para observar quien entraba y salía. La calle había estado tranquila en las últimas dos horas. Alice y Billy habían estado particularmente interesados en el actor. Él se había detenido por unos buenos quince minutos, mirando a través de los terrenos atentamente, mientras estaba fumando un cigarrillo. Después de haber estado siguiendo a Christian ya por un par de semanas, ella se había dado llegado a conocer aquel hombre sentado dentro del auto, con su mirada fija hacia la mansión Grandchester. Le había parecido enigmático. A pesar de ser alguien que acababa de prácticamente llegar a la escena londinense, se comportaba como si estuviera actuando siguiendo su propio plan, aunque oculto. También parecía que se movía fácilmente por las calles de Londres. Su instinto bien desarrollado le decía que él era alguien a quien había que ponerle atención. Pero en este momento, ella tenía planes más cruciales que seguir.

"Son las diez", le dijo él mientras miraba su reloj de bolsillo. Ella miró al cielo oscuro. El viento silbaba a través del grueso follaje de los robles sobre ellos.

"¿Crees que lloverá antes de que nos pongamos en camino?", le preguntó ella.

"Quizás...", le respondió él, frunciendo su nariz, oliendo el aire que se había vuelto más frío.

"¿Cuándo hizo el policía su ronda?", le preguntó de nuevo.

"Hace media hora", le dijo de nuevo. "Y pasará una hora y media más antes de que se aparezcan de nuevo"

"Yo debería estar en la casa justo después de eso", le dijo, mientras repetía los detalles de su plan que tenía en mente.

"Confiemos que no caiga un aguacero", le dijo Billy, con sus ojos observando el pesado cielo una vez más.

"Confiemos eso", contestó ella a su preocupación.

La velada estaba bien avanzada dentro de la residencia de Sir Edward. Todo el mundo estaba conversando con quien quiera que estuviera en los pequeños grupos de invitados que se habían formado. Un murmullo continuo de conversaciones y fuertes risas flotaban en el aire, la champaña fluía de igual manera sin inhibición.

"Quién sabe... podríamos tentar a Mr. Graham para que siguiera su carrera en Londres..."

Terrence sonrió de manera cortés a Sir Lewis. Su mirada cayó en Candy conversando con Marion a lo lejos. Sus ojos se encontraron por un corto momento antes de que ella volviera a mirar a Marion. Él pensó que se veía molesta. Presionó sus labios, controlando la frustración que sentía internamente. Volvió su mirada a Sir Edward.

"Por muy atractivo que eso pudiera sonar Sir, me temo que, por ahora, la vida para mí está en Nueva York", le comentó. Era verdad, pensó. ¿Había algo para él aquí?... él seriamente había empezado a dudarlo.

"¿Qué pasa con los actores ingleses que todos se mudan a los Estados Unidos?, comentó Lord Wooster, tomando un sorbo de su copa de champaña.

"¿Quién más lo hizo?", le preguntó Sir Edward, mirando sorprendido.

"¿No te acuerdas? ¿Eleanor Baker? Una actriz maravillosa. Era una diosa. ¡Todavía lo es!", dijo Lord Wooster, con sus mejillas volviéndose cada vez más rojas. "¿La conoce señor Graham?"

Terry hizo una pausa por un segundo. Tomó un sorbo de su bebida.

"La conozco...", dijo sonando indeciso. El nombre de su madre llamó su atención. Sin embargo, no deseaba continuar con esta conversación. Honestamente, no había mucho para decir. Su relación con Eleanor todavía se había mantenido en secreto. Inicialmente debido a la carrera de Eleanor, y después debido a su propia carrera, sin querer ser etiquetado como el hijo de... tal y cual. Él quería crear su propio nombre desde el comienzo. Habiendo además cambiado su apellido, él estaba realmente solo. Sin ataduras al ducado de Inglaterra, o al Reina de Broadway.

"¡Ella es norteamericana, tonto!", exclamó el otro hombre.

"¿Lo es?", ¡Pensé que era británica!", elevó su voz Lord Wooster.

"No, es totalmente norteamericana", le respondió Sir Edward a su amigo.

"¿No estuvo ella viviendo aquí por un tiempo?", Richard continuó preguntando, todavía creyendo que no estaba equivocado respecto de Eleanor.

"Ella estuvo... ella era la novia de Grandchester si lo recuerdas", explicó más el hombre.

"¡Tienes razón!, ¡Sí!," dijo Lord Richard como si se encendiera una bombilla en su cabeza, iluminando sus ojos. "Dime que pasó con ese viejo amigo?"

"Creo que se ha retirado a Escocia durante el verano", le informó Sir Lewis a su amigo, y volvió a mirar a Terry quien seguía presente en esta conversación que estaba girando hacia otro tema, como la mayor parte de las conversaciones lo hacían.

Cualquiera que fueran los pensamientos que pasaban por la cabeza de Terry, mientras era testigo a esta conversación, los mantuvo en su interior. La cháchara entre los dos ancianos, habían atrapado su atención. Se giró hacia Cristian, quien estaba a su lado y encogió sus hombros, fingiendo una mirada interesada. Él también se veía muy atento a lo que decían estos dos hombres. La mirada de Terry rompió su enfoque. Sir Edward Lewis y Lord Richard Wooster se giraron para observar a los dos jóvenes.

"¡Bueno, al menos las artes se ven muy bien con estos jóvenes talentos aquí!", dijo Lord Wooster con entusiasmo, mirando tanto a Terry como a Christian.

Con una copa de champaña entre sus dedos, Candy había estado observando a Terry y a Christian, quienes estaban de pie, uno al lado del otro, pareciendo absortos en su conversación con Lord Wooster y el padre de Marion. Ella había estado allí de pie, sin darse cuenta por cuánto tiempo, mirando a los dos hombres. En su pasado reciente, Archie le había soltado su opinión sobre que estaba saliendo con un doble de Terry. En aquel momento, ella lo había negado inmediatamente, inclusive sintiéndose enojada. Ahora mismo, las palabras de Archie no parecían tan descabelladas. Si conociera a ninguno de los dos, podría decir que parecían hermanos. Los mismos gestos, sonrisas encantadoras similares, miradas intensas...

"Oh, Dios... él es un poco de "guau", ¿verdad?" escuchó a Marion suspirar, mientras se le acercó. Su mirada se apartó.

"¿Guau...?", le preguntó elevando una ceja, y girando su cara hacia ella, quien seguía mirando a Terry.

"Bueno, sí, ya sabes. Alto, cabello oscuro, taciturno..." Marion le describió a su amiga a Terry, con una voz cargada de sueños. Ella se giró para mirar a Terry también. Su corazón se aceleró repentinamente, mientras mantenía las palabras de Marion en su mente.

"Que me aspen si no le robo un beso esta noche...", continuó Marion, hablando para sí.

Las palabras llegaron en cámara lenta a los oídos de Candy. En el momento en que se dio cuenta de lo que significaban alejó sus ojos de él. Su mirada volvió a Marion. "¿No crees que es algo pronto en la partida Marion?"

Inmediatamente se mordió el labio mientras que el remordimiento la golpeó como un rayo. Había logrado hacerlo tan bien durante todo ese tiempo...

Marion se sorprendió. "¿Qué quieres decir...?, ¿No debería tratar de besar a Terry?", su voz sonó al borde de la irritación.

"Lo siento Marion. Me preocupo demasiado por el bienestar de mis amigas... no quiero verte lastimada." Se disculpó enseguida Candy, pero manteniendo su punto de vista. No tenía sentido retractarse.

"Rose, si viniera de otra persona, me marcharía de aquí ofendida ahora mismo, pero viniendo de ti, sé tienes buenas intenciones", le dijo Marion y la sinceridad en su voz hizo que Candy se sintiera más culpable. "Así que no te preocupes... sé lo que estoy haciendo."

"Él es un actor, santo Dios", añadió Candy en un último intento para hacer cambiar su idea de avanzar en su relación con Terry.

"Rose...", Marion se giró hacia ella, la tomó por el brazo, y caminaron juntas lejos de la multitud. "Si hay alguna válida razón para que yo no trate de besar a Terry, , por favor dímero ahora...", le dijo con una voz seria, buscando en la profundidad de los ojos de su amiga. Los rabillos de los ojos de Candy se humedecieron. Había sido acorralada, y no había nada que hacer. De todas formas, ¿Qué estaba haciendo?, ¿Había perdido la razón?

"Nada que yo sepa Marion", le respondió Candy, con cada palabra haciéndola sentir más vacía.

"¡Súper!", exclamó Marion. "Así que no hay problema..."

"¡Así es!", repitió Candy, tomando las manos de Marion en las suyas.

La voz de Sir Edward se elevó por encima de las conversaciones en el salón. "¿Podrían por favor seguirme?, la cena está lista."

Christian y Terry se giraron al mismo tiempo con Lord Wooster y empezaron a caminar hacia la mesa.

"Lord Wooster, ¿en dónde está su encantadora esposa?, no la he visto", Christian se giró hacia Richard, justo antes de llegar a la mesa. "Quería agradecerle por tan excelente reseña sobre mis pinturas."

"Oh, mi querido Christian, definitivamente le daré tu agradecimientos. Desafortunadamente, Ophelia no se siente bien, sufre una gran hipersensibilidad al polen, pobre mujer, le hace sentir francamente mal. Tuvo que quedarse en cama."

"Ya veo...", dijo Christian, habiendo descendido a sus ojos las nubes de tormenta del cielo oscuro, que veía por la ventana. "Bien, por favor dele mis mejores deseos para que tenga una pronta recuperación." Christian tomó el asiento al lado de Candy, al llegar a la mesa. Casi todos estaban allí. Terry y Marion, estaban más alejados, cerca de la compañía, mientras que él y Candy estaban hacia la parte posterior, con Archie y Isabel frente a ellos. Sintió que la habitación se estaba calentado, cuando llegó a su lado. Candy se veía preocupada, pero él no se podía permitir el lujo de pensar en su problema. Ahora mismo, era imperativo detener a Alice, quien iba a entrar a la mansión de Richard cuando estuviera oscuro.

Eran las 10:30 de la noche. Solo había pasado media hora desde su anterior conversación con Billy. Alice se había empezado a sentir impaciente. En su actividad como ladrona, hurtar carteras, y robar colgantes de oro y perlas de las joyerías requería de rapidez, pensando sobre la marcha. Precisión. "Escucha", se giró y vio a Billy. "Tengo media hora para llegar desde aquí hasta la mansión de Lord Wooster. Voy, abro la caja fuerte, saco el botín, y me quedo quieta como un ratón hasta escuchar tu silbido."

"Todavía no es el momento Alice", le dijo Billy siendo cauteloso. Él nunca había cambiado un plan con Christian.

En la apacible oscuridad, los ojos de Alice estaban abiertos como los de un gato. Exhaló antes de susurrar de nuevo. "Billy, confía en mí". Su voz era calmada, inmersa en el fuerte viento que se había hecho más fuerte. "Además, creo que estallará la tormenta en cualquier momento, si nos atrapa la lluvia antes de entrar, todo se cancela."

Billy aún estaba dudoso pero ella tenía razón. Asintió débilmente. "Iremos justos," le instruyó ella, "una vez allí, tu cruzarás el camino rápidamente para tener una clara vista de la casa, y yo entraré por la ventana lateral. El camino no es tan ancho en la parte trasera y la cerca es lo suficientemente alta como para ocultarme completamente en su sombra."

Con movimientos rápidos, habiendo mirado el camino, corrieron tan rápido como pudieron. Había un camino angosto en la parte trasera de los jardines de la gran mansión en la Avenida Compton. La casa de Lord Wooster era la quinta.

Con los cuerpos inclinados, empezaron a caminar rápido, cubriendo la distancia con pasos silenciosos lo mejor que pudieron. Gruesas gotas de agua se escuchaban golpear sobre las ramas y arbustos en los exuberantes jardines. "Más rápido", le susurró ella. Ni siquiera contaban con minutos.

Alcanzaron su objetivo. Las ventanas estaban oscuras. Había empezado a llover, pero aún de manera suave. Se miraron. Billy sabía lo que tenía que hacer. Bajó el borde de su sombrero hasta sus cejas. Mantuvo sus ojos bajos y las manos en los bolsillos. Miró rápido a la calle vacía, y se pasó al otro lado. Al siguiente instante, era totalmente invisible. Ella sacó del bolsillo de su pantalón una herramienta delgada como un lápiz, con una punta de diamante. Dibujó un círculo en el vidrio. Menos mal estaba aún seco. Cuando completó el círculo, golpeó suavemente la parte baja de este. Un disco de cristal cayó en su mano dejando un orificio en la ventana, suficiente para que entrara su mano y quitar el seguro de gran ventana de doble hoja. Enseguida, su silueta se movió de manera silenciosa dentro de la casa.

La cena terminó. La apariencia de la cara de todos era de festejo. La que se obtiene con la buena comida, la entrega constante de vino y la interesante compañía.

"¿Está todo bien, Terry?", se giró Robert y le preguntó. Con el inminente estreno de la obra, Robert sabía que no había podido informarse sobre lo que estaba haciendo Terry. Era de gran ayudar durante los días, pero teniendo a dos mujeres visitándolo... lo hacía sentir ansioso, aunque no debería. Terry casi tenía treinta, por Dios. No era como la última vez en que estaba casi al final de su pubertad.

Aún, si Candy era una de esas dos mujeres... era algo importante. Robert sabía sobre toda la dedicación que Terry le dedicaba a ella. Y el que se relacionase con otra mujer y no se le calentaran los cables por culpa de Candy... era lo que le preocupaba.

"Sí, Robert", se giró Terry, bajando su cabeza hacia su jefe. Su pregunta le causó sorpresa, por decir lo menos. "¿Por qué preguntas?"

"Oh, por nada. Todo está bien contigo... y con quien tú sabes...", susurró Robert, y miró a Candy, quien estaba conversando con Christian e Isabel.

Terry se giró para mirarla. Todavía no podía decir exactamente lo qué pero ella no se veía del todo bien desde el momento en que había puesto sus ojos sobre ella, mientras estaba hablando con Marion. Se sentía desesperado por saber qué pasaba. Con ese pensamiento se giró hacia Robert.

"Sí, todo está bien Robert", le aseguró Terry, "Todo está bajo control."

"Puedes contarme todo, lo sabes Terry..."

Terry le sonrió. Él prefería mantener a Robert al margen de la locura de su vida. Su vida privada era suya, y mientras no afectara su vida profesional, todo estaba bien. Justo como le había dicho a Robert.

Todos se levantaron. Edward llevó a sus invitados a tomar un brandy en el salón de baile, en el que habían estado antes. Terry se levantó primero, tomando la silla de Marion y apartándola para que ella se levantara. Sus ojos cayeron en algunos libros mientras observaba las estanterías cargadas de libros tras el cristal. "El Gran Gatsby", dijo enfáticamente, "Recién salió en abril."

"Lo sé", dijo Marion, sintiéndose orgullosa, "La primera edición firmada por el hombre en cuestión, ¿Lo conoces?"

Terry miró a su alrededor. Se habían quedado solos en la habitación. "¿A Francis?, sí, lo conozco. Un tipo interesante, hace fiestas deslumbrantes con Zelda, su esposa. Beben mucho, yo ya no tanto en aquellos tiempos."

"El aburrido Terry...", se burló un poco ella. "¡Oh, espera!", exclamó, con un nuevo pensamiento en su cabeza. "Deberías ver este libro... una rara edición de Shakespeare", le dijo mientras se apresuraba a ir al otro lado de la estantería de libros que cubría la pared. Abrió la puerta de vidrio. Subió los cortos escalones de la biblioteca, para alcanzar un libro que se veía bastante antiguo en la tercera hilera. Anduvo de puntillas, sin darse cuenta hacia donde se dirigía. Tomó el libro y se giró. En el momento en que lo hizo sus pies quedaron en el aire, perdiendo su equilibrio. Terry la tomó por la cintura. Pudo haber visto esto venir, pero dejó que pasara. La estaba bajando cuando ella atrapó sus labios a medio camino.

Terrence Grandchester no era un hombre que pudiera ser tomado por sorpresa fácilmente, pero los labios de ella, sobre los de él, juguetones... lo pillaron tan desprevenido del todo. Él dejó que sus pies tocaran el suelo. Puso suavemente sus manos sobre sus hombros, y la empujó hacia atrás, hasta que el cuerpo de ella tocó el estante de libros, queriendo poner alguna distancia. Suficiente para ver el entusiasmo de en sus ojos.

"No me gustan particularmente las mujeres que son tan lanzadas..." le dijo en voz baja, para que solo fuera escuchado por ellos dos. Mostró una sonrisa maliciosa. "Prefiero ser yo quien haga los avances." Mantuvo su mirada en la de ella. Él entendió muy bien que ella era toda suya. ¿Podría él sobrepasar esa línea?, "Pero no ahora, ni aquí." Añadió y bajó su cara hacia la de ella, sintiendo que su corazón latía fuertemente.

Se oyeron unos pasos detrás de él. Y después silencio.

"¡Discúlpenme!", escuchó la voz de Candy detrás de él y su respiración se detuvo. "No sabía que alguien estaba todavía aquí. Olvidé mi cartera."

El rostro de Marion apareció tras la espalda de Terry. "Rose...", le dijo a su amiga, pero ella había desaparecido tan rápido como pudo, sintiendo su rostro en llamas. Su respiración se agitó. Estaba hiperventilando. No podría ver a Terry, no ahora. Desafortunadamente, no podrían ni siquiera excusarse de allí. Sir Edward y Lord Wooster le habían pedido al gran John Barrymore que recitara un famoso soliloquio de su elección. Archie vio que parecía tan blanca como una sábana.

"¿Estás bien?", le preguntó.

"Si, solo necesito ir un momento al baño Archie". Un sirviente le mostró el camino. Justo antes de que desapareciera, Archie le hizo saber que Christian había bebido demasiado y había salido para tomar algo de aire fresco. Tan preocupada como debía estar Candy en ese momento, difícilmente tenía algún pensamiento coherente en ese momento. Sentía su estómago retorcerse. Terry inclinado hacia Marion... ¿Era ese el puño que sentía en sus costados, quitándole el aire?, No, no, no... esto no debería estar pasando.

Christian salió de la mansión de Sir Edward. Encendió un cigarrillo. Su mente giraba a mil revoluciones, sopesándolo todo. Tenía que alcanzar a Alice. Eso seguro. Ella iba a robar un lugar con gente todavía en su interior. Justo había empezado a llover. Eran las 11pm. Relámpagos luminosos encendía el cielo, mostrando la extensión de las nubes de la tormenta. No había una sola pulgada despejada en el cielo.

Mientras caminaba hacia la entrada principal de la residencia, vio una figura solitaria desapareciendo por un pasaje lateral, entre dos casas, al otro lado de la mansión de Lord Wooster. ¡Billy!, eso significaba que esta loca estaba dentro de la casa. Tiró su cigarrillo, levantó la chaqueta de su esmoquin hasta sus orejas y corrió tan rápido como pudo. Alcanzó la ventana lateral que estaba totalmente abierta. Se sacó los zapatos y trepó. Estaba adentro. Ya familiarizado muy bien con la casa de Richard, se movió con confianza alrededor. La caja fuerte estaba en el primer piso, contigua al comedor. Su habitación estaba arriba. Llegó al estudio, y abrió la puerta sin hacer ningún ruido. Podía ver apenas la silueta de Alice, viéndose delgada y sigilosa con sus pantalones oscuros ajustados y su jersey ligera de lana negra.

Con amplias zancadas la alcanzó. "Aléjate de la caja fuerte", le susurró y tomó su brazo izquierdo con una mano, poniendo la otra sobre su boca. "No digas una palabra. La esposa de Lord Wooster está aquí". Ella giró su cara hacia él, mirándolo de reojo. Él quitó su mano de su boca.

"Suéltame", le exigió. "Tanto como apreció que hayas venido aquí... estoy aquí, la caja fuerte está aquí, así que tomaré el botín."

"¡No vamos a discutirlo!", le ordenó él.

"No me voy a ninguna parte", le dijo ella. Giró su cabeza y continuó abriendo la cerradura.

"¡Eres una maldita cabezota!", dijo entre dientes, queriendo golpearla desesperadamente. sus puños se apretaron en sus costados. La caja fuerte estaba abierta. Alice empezó a echar todo lo que podía ver dentro de una bolsa negra. En ese momento estaba en piloto automático. Nada podía haberla detenido. Hasta que escucharon un ruido.

"¿Quién está ahí?", una voz de mujer se escuchó desde la parte de arriba de las escaleras.

"¡Mierda!, ¡Ophelia!" no tenían otra manera sino salir por la ventana delantera. Él cerró la puerta del estudio.

"¿Hay alguien adentro? ¡Voy a llamar a la policía!", gritó la esposa de Lord Wooster, antes de correr de vuelta a la habitación, en donde su esposo mantenía un teléfono en el lado de su cama.

La lluvia caía sin descanso, como látigos golpeando en el aire. Un fuerte trueno sacudió las ventanas.

"Tenemos que salir ahora", le escuchó ella decir sin una pulgada de espacio de negociación en su voz. Ella no opuso ninguna resistencia esta vez. Abrieron la ventana. La tormenta estaba totalmente desatada, el sonido de la lluvia amplificaba todo alrededor de ellos, ahogando cualquier otro ruido. Incluyendo el silbido de Billy. Sumergido dentro de las sombras, él vio todo. Incluyendo lo que se estaba desarrollando.

La policía estaba a la vista. Trató una vez más. Esta vez Christian lo escuchó. Pero era muy tarde para que escaparan los dos. Aparte de la luz de la farola, estaban rodeados por la oscuridad. Un relámpago cruzó el cielo por encima de ellos, iluminando las miradas en sus rostros. Se estaba empapando hasta los huesos, mechones de pelo húmedo pegados a sus caras. Las ventanas de la mansión invadidas de luz. Una sirena de la policía sonaba en la distancia.

El alguacil Melvin Grable acababa de aparecer justo delante de la mansión. Había revuelo dentro de la casa. La manija de la puerta del estudio se sacudió. No había más tiempo que perder. Los gritos de la mujer en el interior se hicieron audible. Sonando asustada, pidiendo ayuda.

"Apuñálame." Su voz vino de lo más profundo de él, sonando extraño, gutural, como si no fuera suya.

"Estás jodidamente loco", ella habría querido negarlo, pero no había otra salida. Con cada momento que pasaba, el pánico se acrecentaba. Él estaba temblando. Abrió la hoja del cuchillo.

"Aquí..."

"¡No, no, no!"

"¡Maldita sea!, ¡Hazlo!", él cubrió las manos enguantadas de ella, sosteniendo el cuchillo con las suyas, y hundió el cuchillo en toda su longitud en el lado derecho de su estómago. Ella lo sacó. Él gimió. Sintió una punzada aguda, y el calor de la sangre saliendo, esparciéndose como las acuarelas de sus pinturas, cambiando el blanco de su camisa por rojo oscuro.

"Vete", le dijo con una voz contenida.

"Lo siento", le susurró al oído, antes de correr a la parte trasera del jardín, desapareciendo en la oscuridad. Corrió tan lejos como pudo, ciega por las lágrimas que brotaban de los ojos.

Christian se giró para encontrarse con el alguacil quien había no había visto a Alice. Mojado hasta los huesos, solo alcanzó a dar algunos pasos hacia el hombre de la ley, antes de colapsar en el pavimento. Las sirenas de la policía sonaban en sus oídos antes de que todo se quedara calmado...